(384) Mis viajes apostólicos –2. La llegada

Habitación del director

–Sigo sospechando que todo esto no va a interesar a casi nadie.

–Y yo sigo sabiendo que son muchos los visitantes de esta croniquilla, aunque menos que en otros artículos.

Alojamiento

Como es lógico, las actividades muy diversas realizadas en tantos viajes míos –ejercicios espirituales de semana, cursillo de varios días, conferencias sueltas, serie de charlas en un centro diocesano, en un Seminario o Facultad, retiro en una comunidad religiosa, etc.– ocasionan que mi hospedaje tenga una gran variedad de condiciones, normalmente en un mismo viaje.

Hay diferencias notables

–cuando la casa es la propia de los participantes, por ejemplo, un seminario donde doy un curso breve o los ejercicios que cada año hacen los seminaristas, o un Carmelo, donde la comunidad hace con mi ayuda un retiro largo, etc.; o cuando la casa es ajena, es decir, un centro de espiritualidad, por ejemplo, a donde llega un grupo de participantes, que son todos tan extraños al lugar como yo;

En la casa propia le atienden a uno con gran solicitud: «¿Come de todo?»… «¿Quiere que le lavemos la ropa?». En las que son ajenas, que es lo más común, el equipo que atiende la casa suele quedar distante del predicador y de su grupo; limita sus servicios al comedor y poco más. Y si se le pide algo, lo da si puede, y punto. Otra gran diferencia hay:

cuando la Casa está atendida por personas consagradas, religiosas, por ejemplo, o por un personal seglar que cumple con el trabajo y el horario laboral contratado, y hasta ahí llega no más. Diferencia abismal.

cuando hay una edificación grande y única, a la europea, o cuando el centro de reunión consta de un conjunto de pabellones,normalmente de una planta, a un estilo que en América es más frecuente, porque hay allí más terreno disponible, porque la construcción es más sencilla y económica, y en algunos lugares por los temblores;

cuando la Casa está en la ciudad muchas acciones se ven facilitadas: puede uno salir, comprar una medicina, un diario, hacer algún recado, ver un poco de gente, el ambiente, las iglesias habitualmente abiertas todo el día… Cuando el Centro está aislado en el campo o en la periferia muy periférica de la ciudad, es probable que ello dé lugar a no pequeñas carencias difícilmente remediables. Se encuentra uno más enclaustrado, porque al quedar la finca aislada, es más severo, por seguridad, el cerramiento de la finca. Por eso a veces no es fácil salir un rato del lugar –a caminar, por ejemplo–, como tampoco al regresar suele ser tan simple que abran el portón. En esos lugares a veces no tienen línea telefónica, solo un móvil celular, y no hay posibilidad de internet. Cuando en mi viaje se han sucedido en continuidad varios Centros aislados de este tipo, he quedado durante semanas totalmente desconectado del mundo. Eso sí, en lugares no pocas veces grandiosos y bellísimos.

Lugar extraño

Suele ser muy infrecuente que a uno le expliquen suficientemente la distribución del lugar, tanto si se trata de una casa de volumen único, como si se llega a un conjunto de pabellones. Lo dan por sabido. Más de una vez he pasado la semana desorientado –sobre todo si son monjas las ejercitantes–, sin atreverme a hacer unas exploraciones mínimas que podrían ser inoportunas, reducido todo el tiempo a mi habitación, comedor e iglesia. Aunque haya contiguo un parque con árboles y caminos, no siempre puedo salir a él, porque quizá estén en él paseando meditativas las personas ejercitantes, y es probable que alguna se acerque a preguntar: «¿Necesita algo, padre?»… Perdido en lugar desconocido. A los que llegamos nuevos a un lugar amplio y complejo, aparte de las explicaciones orales –casi siempre vagas e insuficientes– deberían darnos un plano de la casa y del lugar. Digo.

Y digo más: cuando uno llega a un sitio donde le han llevado y depositado, lo primero que debe hacer –después de los saludos convenientes, se entiende– es pedir y anotar cuidadosamente el nombre de la Casa o Residencia, la calle y número del lugar, y también el teléfono al que se puede recurrir en caso de necesidad.

¿Recuerdan aquella cena del «cuénteme cómo están las cosas en España»?… Terminada la cena, regreso a mi habitación, donde apenas he abierto las maletas. Localizo y tomo el Breviario, me tumbo en la cama, con perdón –estoy muy cansado de tantas horas de viaje sentado–, poniendo eso sí una manta a los pies para no manchar la sobrecama con mis sandalias (Nota.-Sandalias: los pies tienen derecho a respirar, y en un viaje de muchas horas no podemos obligarlos a permanecer ahogados en unos zapatos cerrados), y rezo devotamente las Vísperas del día. Loable acción sin duda; pero peligrosa por su horizontalidad. Apenas terminado el rezo, quedo transpuesto, es decir, adormecido, y quién sabe si incluso dormido. Ésta es la cruda realidad.

Perdido

Cuando despierto, está ya oscureciendo. Pero tengo yo hace mucho tiempo la costumbre –como la tenía Cristo–  de hacer un rato de oración al comienzo y al final del día (Mc 1,35; Lc 21,37). Silencio absoluto en la casa. Están retiradas ya las religiosas a su lugar propio. No tengo, por cierto, ni sospechas de dónde está su espacio de clausura dentro de este caserón tan grande, antiguo y complejo, en el que al paso de muchas décadas se habrán hecho un buen número de modificaciones interiores.

Sigo con la historia. Sacando fuerzas de flaqueza, tomo la decisión audaz de ir un rato a la iglesia grande, donde está el Señor en el sagrario, porque el camino es sencillo y hace poco lo he hecho al ir a cenar y al regresar. Ya describí la ida desde mi habitación: «atravesar una terraza interior, bajar un piso, tomar el pasillo de la izquierda, subir al final unos cuantos escalones, y marchar por la derecha hasta el fondo». Se llega así al comedor privado, que comunica directamente con la iglesia por una puerta cerrada con pestillo. Se corre el pestillo, y ya: la oscuridad del templo, la lucecita del Santísimo, la oración de acción de gracias por el viaje, y de petición por lo que tengo que hacer en los días siguientes…  Perfecto.  

Pero ahora que no nos oye nadie, les diré que el regreso fue difícil, muy difícil, más, angustioso. Si al ir estaba oscureciendo… ahora, un rato largo después, estaba a oscuras, cumpliendo así el mundo de forma inexorable las leyes naturales que lo rigen… A oscuras…  ¿Y la linternita de que hablé en el equipaje? Una linterna, por muy buenas que estén sus pilas, no ilumina cuando uno ha olvidado tomarla, y sigue encerrada dentro de un zapato en la habitación… El regreso, no sabría decir cómo, por dónde, ni desde qué momento, fue una perdición total, que ni siquiera puedo describir… Buscaba yo a tientas algún interruptor de la luz, donde se supone que debería estar: al comienzo, por ejemplo, de un pasillo, a la altura de la cintura o del hombro. Pero no, nunca estaba. Todo inútil. No di con ninguno… Lo único que estaba claro en medio de tan gran oscuridad era que Dios había determinado en sus inescrutables designios que yo caminara a tientas en la noche oscura del sentido.

Mi mayor ambición en ese trance era columbrar la terraza interior, llegar hasta ella por donde fuera preciso. Y así fue, después de un largo rato, con el favor de Dios y la ayuda de mi ángel. Ya en la terraza, el problema era mínimo: consistía simplemente en discernir por fin, a la luz de la luna, cuál de las siete puertas cerradas que la rodeaban era la que daba acceso a mi habitación. Coser y cantar. Después de intentarlo en tres puertas obstinadamente cerradas, di con la cuarta, abierta: la de mi habitación. Bendigamos al Señor… Yacían en oscuridad y tinieblas, clamaron al Señor en su angustia, y Él los sacó de las sombrías tinieblas… (Sal 107). Hay salmos para todo.  

Llaves

En Europa es frecuente construir en un solo bloque, que quizá se diversifique en varios cuerpos. Pero a él se accede por una sola puerta de entrada. Basta a veces con que a uno le den una llave, la de la casa, y otra, la de la habitación. En Hispanoamérica gustan más de construir en extensión, en varios pabellones, que pueden estar unidos por corredores o separados entre sí. Esta disposición, y el temor a ladrones, hace frecuentemente que sean necesarias muchas llaves, muchas… Me dice la bendita religiosa encargada de la casa:

«Esta grande es la del portón de entrada. Ésta rojita abre el candado de la reja del camino central. A la capilla pequeña puede usted ir a cualquier hora: es ésta de la chapita blanca. Ésta es de su habitación. La que tiene esta forma en ángulo es la de la reja de la iglesia. Y ésta redonda, la de la iglesia. La del lazo es la de la sacristía: procuramos tenerla siempre cerrada. Nos han dado ya varios disgustos. Con ésta antigua se abre la puerta de la valla, la puerta que da salida al monte: para cuando quiera dar un paseo. Cuidado con ella: abre al revés; cerrando abre y abriendo cierra. [Confirmo la recepción del dato, y sigue:] La plana y dorada es la de la casa del capellán, que aprovechando que está usted, fue unos días con su familia. Tiene teléfono y también televisión, y me dijo que entrase usted como a su propia casa. Es muy bueno, don Gervasio. Siempre enfermo. Está con nosotras desde que se ordenó, hace 42 años. Ésta es la de la sala de conferencias, que suele estar cerrada por la megafonía –nos han robado ya dos veces–, pero no se la doy porque abren siempre para las horas del programa. Ésta otra sirve para», etc.

A veces me dan todas las llaves en un manojo. Pero más frecuentemente cada una por separado. Y yo junto entonces unas cuantas, las de más uso. Al final de la semana llego a distinguirlas con cierta facilidad. Me suelen ya funcionar a la primera, y si no a la segunda o tercera. Pero entonces tengo que ir a otra casa, y hacer otro aprendizaje de cerrajería múltiple.

Habitación

En este viaje hipotético he tenido ocho domicilios. Lo normal, a veces más. Cinco han sido donde se celebraban las conferencias o predicaciones. Y tres, lugares de transición, normalmente de fin de semana. Las maletas, pues, han sido hechas y desechas otras tantas veces. Cuando llego a un alojamiento, si la habitación tiene dos camas, a veces empleo una para dejar abiertas en ella las dos maletas. Los armarios suelen ser chicos, con poco espacio disponible. O cuando son grandes, no es raro que la mayor parte de las baldas estén ocupadas ya como depósito habitual de otras cosas. Las perchas suelen ser llamativamente escuálidas, y su número sorprendentemente escaso. Quizá las buenas que pusieron… han desaparecido.

Al llegar al nuevo domicilio he encontrado en ocasiones habitaciones del director espaciosas, con servicio anexo, mesa amplia de trabajo, sitios varios donde dejar las cosas… Pero, sobre todo en casas ajenas –ajenas al grupo que hace los ejercicios–, es más frecuente que la habitación tenga una cama, un enchufe, una mesita chica, y una o dos sillas. Sin armario, o con una cómoda baja. Un colgador en una pared, con tres o cuatro poyitos. Y poco o nada más. ¿Qué hacer? Con poner en la mesita ordenador, impresora y ratón –que también el pobre merece su espacio–, ya está todo ocupado. ¿Dónde dejar todo lo demás de modo que se vea y esté a mano?

A veces traigo de alguna habitación vacía o de un corredor próximo tres o cuatro sillas, para alinearlas junto a una pared. Dejo quizá sobre una de ellas la maleta grande con parte de las cosas sin sacar. Los respaldos sirven de perchas. Aún sirve mejor una mesa, claro, si la encuentro. Y así distribuyo todo a la vista. Esto último es fundamental. En alguna ocasión he tenido que desparramar ordenadamente una parte de mis cosas en la cama de alguna habitación vecina que esté vacía.

Como es lógico, el orden de distribución de todo es muy distinto en cada una de las ocho ocasiones; varía mucho según las posibilidades, y según también si es lugar de paso o de estancia de varios días. Cuando es para una estancia –estadía, en Chile; y en el DRAE– es necesario producir un orden, aunque sea solo para una semana, en el que pueda yo manejarme sin problemas, sin andar buscando las cosas en cada ocasión. Téngase en cuenta que un equipaje para un mes o mes y medio, con carpetas de apuntes, libros y folletos míos, y más documentos que pueda necesitar para intervenciones mías muy diversas, requiere un sitio y un orden considerable.

Con frecuencia, por otra parte, la habitación del padre queda aislada de la habitaciones del grupo, que suelen estar en otro lado de la casa o a veces en otro pabellón. Quedo también, por supuesto, separado de la comunidad –si es que la hay– que rige la casa. En casi todos los casos, si algo me pasara por la noche, no sabría cómo y dónde llamar. Sobre todo en los años en que no existían aún los móviles o celulares.

Continuará, si Dios quiere.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

 

 

7 comentarios

  
José Luis
Recuerdo que un día, participé en un retiro espiritual, pero para otras personas del grupo, era como una convivencia. Se reunían, hablaban y reían, y eso que la ocasión era de un retiro espiritual para todos. Pero algunos no podían prescindir del fumar.

Lo mejor para mí, era los momentos de paz, cuando yo estaba junto al Señor. Pero llegó el momento tan temido, que era hora de marcharse, de reanudar el viaje, y cada cual a su casa. Y de nuevo el ruido de la ciudad, las cosas rutinarias. Sentía hasta pena de marcharme de aquel oasis de oración y paz.

El mejor sitio que encontré en aquella casa de espiritualidad, o de Ejercicios Espirituales, era ante el sagrario, donde sabemos que está el Señor nuestro Dios.

Es tan difícil encontrar un sitio para permanecer de por vida con Jesucristo, lejos del ruido del mundo. La Sagrada Biblia, el santo rosario, la Liturgia de las Horas, la Santa Misa, para mí eso bastaba. Pero ahora tengo demasiados libros, porque estoy en casa, pero fuera de casa, poca cosa necesitaría.

Todos ganamos cuando comprendemos el verdadero sentido de retiros espirituales, que no tiene nada que ver con divertirse según el mundo. Sacar el máximo provecho cuando estamos unidos a Cristo Jesús. Aunque sí, la televisión que en algunas casas hay, pero yo siempre huyo de eso como si fuera una serpiente venenosa. Me causa mucha amargura cuando en vez de estar con el Señor, con la televisión llevaría el mundo en mi mente, en mi corazón, y la verdad, que no encuentro felicidad en las cosas mundanas. Todo lo que no sea Cristo, también digo como San Pablo; que es basura

Lo mismo cuando después de visitar el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, en el autobús, preferían oír la radio, y no acertaron en aprovechar para seguir orando el resto del camino para casa,.

16/07/16 8:21 PM
  
susi
Padre: puede grabar con el móvil mientras las monjitas le den la explicación de las llaves. Luego se pone el vídeo y va abriendo , tan contento.
Lo mejor, sin embargo, es el ángel, ese no falla nunca, ni las benditas ánimas.
Desde luego, qué cantidad de peripecias puede conllevar la vocación sacerdotal: ni el doctor Lívingstone explorando por el mundo adelantet...
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JMI.-Así es la cosa, Susi.
Bendición +
16/07/16 11:11 PM
  
Curro Estévez
Lo de la vuelta a la habitación a oscuras, es muy bueno, muy bueno.
Me parece agradabílisimo el relato.
Un saludo don José María, que Dios lo ampare.
17/07/16 1:23 AM
  
Aquíles Boy
Soy un desconocido para los hijos de mi madre; el celo de tu casa me devora. *
Sus discípulos se acordaron que está escrito: El celo de tu casa me devora. **


*(Sl 69: 9,10 Biblias Latinoamericana y de Jerusalen)

**(Juan 2:17 Biblias Latinoamericana y de Jerusalen)
18/07/16 7:17 AM
  
Lucía Martínez
Padre, desde el corazón, mil gracias por todo.

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JMI.-Gracias por su gratitud.
Bendición +
20/07/16 7:34 PM
  
Pepito
Su aventura nocturna, en la que sacando fuerzas de flaqueza toma su paternidad la audaz decisión de ir a la Iglesia grande donde está el Sagrario con el Señor, me recuerda un poco aquellos versillos de San Juan de la Cruz:

En una noche oscura,
en ansias de amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

Delicioso relato de sus aventuras apóstolicas y no cansa leer los detalles de cómo era la casa, las llaves, las diversas maneras de atenderle en cada casa, etc. Además del Espíritu Santo parece que la logística es importante en todo viaje apostólico.
20/07/16 8:36 PM
  
clara
Me mondo con el trasiego de las maletas. Casualmente este verano decidí probar éso de no deshacer la maleta durante unos días para experimentar lo que según mis hijos es practiquísimo, y he comprobado en carne propia el caos y la pérdida de tiempo que supone.
Por cierto, ¿qué son poyitos?
Gracias por la divertida lectura, Padre. Voy a por el tercer capítulo...
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JMI.-Hay colgadores que son una tablita horizontal sujeta en la pared, y que llevan tres, cuatro, los que sean, "poyitos" para colgar cosas de ellos. Mire el DRAE por si acaso...
26/08/16 4:15 PM

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