(335) Pecado –6. Incredulidad sin pecado. -niega la libertad y niega la gracia

Estación

–O sea que si yo le golpeo a usted, la acción no es propiamente culpable, porque no es realmente libre…

–No le aconsejo ese experimento. Mejor será, por ejemplo, que se golpee usted la cabeza contra la pared.

«Cuando se manifestó [en Cristo] la bondad y el amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4), llegamos los cristianos al conocimiento de Dios por su epifanía en Jesús: «nosotros hemos conocido y creído la caridad que Dios nos tiene» (1Jn 4,16). Esta es, ciertamente, la identidad más profunda de los cristianos.

Por eso la incredulidad moderna de las naciones antes cristianas es apostasía que rechaza el don de Dios, rechaza a Cristo, cerrándose así a la acción sobre­abundante de su gracia. Y este rechazo se verifica por dos vías fundamentales:

1. Dios es rechazado por innecesario. El ateo niega su existencia y el agnóstico la considera indemostrable. Pero uno y otro estiman que el hom­bre se basta a sí mismo, que no necesita del don de Dios para salvarse. Es cierto, es obvio, que hay innumerables males en la humanidad y en el mundo, de lo cuales es preciso salvarse. Pero el hombre –así  piensa la incredulidad moderna– no puede lograr esa salvación si la pretende con Dios, es decir, si no asume en el mundo su condición adulta. Ésta es la doctrina principal del naturalismo, que en cada época recibe formas y expre­siones peculiares: pela-gianismo, secularismo, humanismo autó­nomo…

2. Dios es rechazado por ineficaz. Todas las va­riantes del determinismo coinciden hoy en la convicción de que –supuesto que exista– Dios nada puede hacer por cambiarnos, pues esta­mos absolutamente condicionados, y no somos libres. Es, pues, necesario ir cambiando el mundo que nos condiciona negativamente.

Esta incredulidad moderna viene prologada por la doctrina del luteranismo. Cuando niega que la gracia divina opere una regeneración intrínseca del pecador, está afirmando, de hecho, que la omnipoten­cia de la misericordia de Dios queda impotente frente la miseria del hombre. Y que por eso mismo el hombre, después de justificado, continúa no siendo libre, sino esclavo del pecado. Dios es ineficaz para salvar al hombre degradado por el pecado, y consiguientemente para salvar al mundo. Podrá en Cristo dar una salvación puramente extrínseca, no imputando pecado a quien por la fe se acoge al Salvador. Pero no podrá transformar ni al hombre ni al mundo secular.

El ateísmo meramente práctico es el siguiente paso, el más frecuente. El rechazo de Dios, del amor de Dios, de su acción sobrehumana de salvación por Cristo, puede realizarse de forma explícita, consciente y doctrinal; pero más frecuentemente es implícita, sin actos mentales conscientes de afirmación y negación. Son muchos cristianos los que han perdido la fe sin enterarse del todo de que la han perdido.

Pues bien, hablo de una actitud vital en la que se considera, como dice el Vaticano II, que «la realidad cre­ada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referen­cia al Creador». Sin duda que, en el plano teórico, «no hay creyente alguno que ignore la falsedad envuelta en tales palabras» (GS 3). Pero en el plano práctico son innumerables los creyentes que por el libera­lismo, el secularismo, el humanismo autónomo mantienen esa actitud.

No sólo estiman lícito pen­sar y obrar, sobre todo en las cosas de la vida pública, como si Dios no exis­tiese, como sino fuera necesario reconocer su soberanía real sobre la vida personal y social, sino que estiman precisamente necesario pensar y obrar así, para adoptar una condición humana adulta que pueda procurar hones­tamente el bien común de los hombres y que pueda al mismo tiempo colaborar con los no creyentes. Por esta vía la incredulidad moderna va produciendo ese pueblo descristianizado, que apenas logra mantener, en grados encaminados a la extinción, algunos ritos y costumbres propios de una vida de fe ya perdida. Un sacerdote único habrá de atender veinte parroquias.

* * *

Pero perdiendo el hombre su fe en Dios pierde la conciencia de que es libre. (De modo semejante el cristiano, al perder la fe, suele perder el uso de razón). Fue el luteranismo en el Occidente cristiano el primero que negó la libertad del hombre, como ya lo vimos (333). Posteriormente, y desde premisas intelectuales muy diversas, esa negación del libre arbitriose ha generalizado tanto en la cultura mo­derna, que hoy la Iglesia está sola para afirmar que el hombre es libre.

En efecto, la negación de la libertad del hombre, o al menos el agnosticismo sobre el misterio de esa libertad, invade el mundo de la filo­sofía moderna: está presente en el determinismo físico-matemático, en el positivismo filosófico, en el evolucionismo y la filosofía del progreso, en el historicismo dialéctico marxista, en el pensamiento débil postmoderno. Y tampoco creen en la libertad del hombre las es­cuelas de psicología hoy más vigentes –psicoanálisis, conductismo, antropología neurofisiológica o endocrinológica–. Todas tienen un fondo determinista y mecanicista, que les lleva a negar la liber­tad del hombre, o a mantenerse escépticas respecto de ella. (Y volviendo a nuestro tema: si el hombre no es libre el pecado no existe. Éste no es posible más que en personas libres. Pero éstas no existen).

Como señala G. Piovene, «entre la diversidad de las filosofías actuales se descubre una constante: ninguna se presenta como una filosofía de la liber­tad. Se intenta sobre todo establecer los mecanismos por los que el hombre está condicionado: económicos, psicológicos, derivados de la estructura del lenguaje o de la situación histórica en que vive. En la visión científica del hombre actual estos determinismos tienen como meta ideal la ocupación total del cuadro del comportamiento humano, de tal modo que la persona como sujeto está en vías de desaparecer, para venir a ser un trámite, un instrumento, un centro de combinaciones» (Elogio della libertà, dir. D. Porzio, Milán 1970, 287).

Nuestro tiempo vive una inmensa contradicción en referencia a la libertad, una contradicción que, aun siendo tan patente, pasa inadvertida para muchos. Por un lado, afirma incesantemente que «el hombre no es libre», no es responsable por tanto de sus actos, sino un ser absolutamente condicionado. Por otro lado, afirma con igual énfasis que «el mayor valor del hombre es la libertad»… ¿Cómo explicar tal contradic­ción patente? Necesariamente ha de haber ahí un equívoco, un uso simultáneo de la palabra libertad en dos sentidos completamente diversos. Y eso es lo que sucede, en efecto.

La libertad verdadera es la que corresponde al concepto tradicional cris­tiano, que viene enseñado también por la experiencia, por el sentido común, y en fin, por la recta filosofía natural. La libertad es una capacidad original de la persona humana para autodeter­minarse hacia el bien entre diversas opciones posibles. La libertad se per­fecciona eligiendo el bien, y se deteriora y esclaviza ejercitándose en el mal. Un drogadicto, que ha ejercitado mal su libertad largamente en el uso de la droga, llega a una situación en la que pierde la libertad en el uso de la misma: está esclavizado a ella. Por el contrario, el hombre es libre, o  si se quiere, está llamado a ser libre. Y esto es así porque, en medio de un universo innumerable de criaturas necesarias, él es la única criatura del mundo visible que ha recibido un especial aliento de Dios, por el que es «imagen y semejanza» del Creador de todo. Como veremos en el siguiente artículo, el pecado original dejó herida la libertad del hombre (no hago lo que quiero, sino lo que no quiero: Rm 7,15-23); pero sigue el hombre siendo libre, responsable de sus actos, meritorios o culpables, y capaz de conocer su necesidad de ser salvador con el auxilio de la gracia de Dios Salvador.

La libertad falsificada por el pensamiento moderno es otra, muy dis­tinta. En realidad el sentido nuevo de la libertad humana se mantiene siempre en el equívoco, sin que lo advierta la mayoría, y sólo es cons­cientemente conocido por una minoría de iniciados, lo que recuerda los miste­rios esotéricos de la Antigüedad. Este nuevo-falso sentido de la libertad está explícitamente formulado por los pensadores más significativos de la modernidad. Filósofos como Spinoza, Fichte, Hegel, Marx, Engels o Freud –y tantos otros– no han tenido ningún miramiento a la hora de afirmar que el hombre no es libre, en el sentido de que no tiene capacidad real para au­todeterminarse.

Y al mismo tiempo han afirmado que el único sujeto en el que radica la libertad, y que determina absolutamente el pensamiento y la conducta de los hombres, es aquello que, siendo inmanente al mundo, es algo divino, y ha de ser concebido como lo absolutamente incondicionado: la Naturaleza para Spinoza, la Idea para Hegel, un dinamismo que se des­pliega dialécticamente en la historia; la Lucha de clases para Marx, en su materialismo dialéctico… Las teorías, todas absurdas, son muchas.

La diferencia radical entre una y otra libertad, según esto, o al menos una de las diferencias más decisivas, está en que el sujeto de la libertad nueva-falsa no es ya el hombre personal, sino Algo inmanente al mundo, que se concibe como absolutamente incondicionado y absolutamente condi­cionante del pensamiento y la conducta de los hombres. La persona humana, el hombre singular concreto, no es libre, sólo posee una conciencia ilusoria de ser libre. Pero, en realidad de verdad, quienes son libres son «las ideas que debe tener el hombre actual»; libres son «los tiempos en que vivimos»; libre es «la ética médica sin prejuicios», «el sexo sin tabúes», «la moral creativa y abierta», «la autoeducación», «la soberanía popular», «la voluntad mayori­taria», «el matrimonio libremente disoluble», «el aborto libre», «la prefe­rencia personal hetero u homo sexual», «la ideología del género», por la que persona puede elegir su sexo….

Únicamente son librestodos estos principios de pensamiento y acción, en el sentido de que no están sujetos a nada, a ninguna ley divina o humana, ni siquiera a la presunta naturaleza de las cosas. Y al mismo tiempo son prin­cipios que deben imponerse a todos y cada uno de los hombres, en virtud precisamente de la libertad, esto es, para hacerlos libres. Por tanto, estos son principios libres en cuanto que, al erigirse a sí mismos en absolutos, niegan a un tiempo la soberanía de Dios sobre el mundo y la libertad real de la persona humana. Estas consideraciones nos llevan a conocer unas verdades patentes:

* * *

La incredulidad moderna no cree ni en la gracia de Dios ni en la libertad del hombre; es decir, no cree ni en Dios ni en el hombre. De quienes comenzaron negando a Dios cabía esperar con seguridad que acabarían negando al hombre, que es su imagen. Y, por supuesto, toda la espirituali­dad cristiana se derrumba si cae la fe en la gracia y si cae ese pre­ámbulo necesario de la razón y de la fe, que es el reconocimiento de la libertad humana. En efecto, todo acto de fe es puro don de Dios, pero es un don que sólo el ser humano, por su naturaleza racional y libre, está en dispo­sición de recibir. También aquí llegamos a conclusiones patentes.

1. Apenas lo­gra el cristiano mundanizado mantener su fe en Dios (gracia) y su fe en el hombre (libertad). En el mejor de los casos mantiene como puede su fe en Dios, yaunque sea a veces en un precario fideísmo, supera malamente esos ateísmos y agnosticismos que en nuestra época hallan una difusión generalizada, nunca antes en la historia conocida (Vaticano II, GS 7c). De todos modos, viene a ser un ateo práctico, o si se quiere, un cristiano no-practicante ((((    mmm   )))).

2. Los cristianos descristianizados, en la práctica, en su vivencia cotidiana, no creen ser libres, aunque quizá mantengan sobre la libertad un convencimiento teórico. Por eso no asumen su responsabilidad, no se sienten culpables, pecadores necesitados de conversión, ni creen en su posibilidad real de cambiar con el auxilio de la gracia, en la que tampoco creen.

Y es que la atmósfera mental que los cristianos actuales respiran cada día, creada por filósofos, políticos, sociólogos, periodistas y escritores de todo género –«yo miro mi vida pasada y no me arrepiento de nada»–, suscita siempre, de modo convergente, el convencimiento de que 1) el hombre no tiene culpa, porque en realidad no tiene responsabilidad de sus actos: no tiene que dar cuenta de ellos ante nadie, ni Dios, ni sociedad, ni sí mismo. Y 2) está igualmente convencido de que está condicionado de tal modo que no es libre; o lo que es igual, no es culpable, no es responsable de sus actos. La concepción cristiana del hombre-pecador se basaba en una visión del hombre-libre, y por tanto responsable de sus males personales y, en su medida, también de los males sociales.

Pero el pensamiento no-cristiano de hoy cree que el hombre, aunque guarde una ilusión psicológica de libertad, en realidad no es libre, sino que está sujeto, desde que nace y siempre, a mil condicionamientos determinantes –psíquicos, somáticos, genéticos, educacionales, sociales, económicos, políticos, culturales– que hacen de él no un pecador, sino un enfermo, un producto del ambiente, o si se quiere, una víctima de la culpabilidad colectiva, anónima, impersonal, estructural. Sólo el atavismo ignorante y retrógrado mantiene la convicción ingenua y contraria a la ciencia de que el hombre es libre. Pero el pensamiento moderno progresista ya ha descubierto que la libertad humana es una ilusión, un mito en buena parte creado por las autoridades religiosas para culpabilizar morbosamente al hombre, y de este modo dominarlo.

El incrédulo moderno no puede creer en la gracia divina. Vive un humanismo autónomo que cierra el mundo humano a la acción de la gracia divina, pues está convencido, como, por ejemplo, los modernistas, de que «debe negarse todo género de acción de Dios en el hombre y en el mundo» (Syllabus 1864: Dz 2902). O  lo que es lo mismo, debe negarse toda intervención de la providencia de Dios en lo grande y en lo mínimo. De este modo la misericordia divina ya no puede descender en auxilio de la miseria humana, perdida y abatida por el pecado. Este humanismo autónomo, que deja al hombre sumergido en la esclavitud del pecado, se presenta a sí mismo como superador de la conciencia mítica de tiempos antiguos, pues libera la conciencia humana de las angustias inherentes a una pretendida condición libre-responsable, y la libera al mismo tiempo también de reconocer la soberanía absoluta de un Dios personal, transcendente al mundo, y encarnado misericordio­samente para salvarlo.

La humanidad debe salvarse a sí misma por las fuerzas a ella inmanentes. Superada la idea primitiva de un Dios tapa-agujeros, será el hombre quien salve al hombre, y no una salvación mítica venida de lo alto, algo sobrenatural, recibido como un don, a modo de gracia. Por otra parte, puesto que no hay realmente libertad en las personas, y en consecuencia no existe realmente el pecado, el hombre no habrá de ser salvado del pecado, sino de la ignorancia, de la enfermedad, de la injusticia social, de las cautividades mentales o volitivas. La salva­ción de la humanidad vendrá, por tanto, de hombres que actúan sobre las estructuras. Son, pues, necesarios médicos, ingenieros, científicos, políticos, que transformando las estructuras de la vida humana, produzcan un hom­bre nuevo y mejor. Y lógicamente son innecesarios para la salvación humana Cristo, la gracia, la Iglesia, las vocaciones apostólicas, los sacramentos, la oración de súplica, la intercesión de María y de los santos, la acción apostólica, las misiones… De algo pueden valer, oca­sionalmente, estos mitos en la medida en que actúen como estímulos de esa potencia de liberación inmanente al hombre. Pero tienen una eficacia muy dudosa, y a veces son más bien peligros porque distraen al hombre del ejercicio de su propia fuerza, y pueden debilitarle en la convicción de su poder autónomo.

Este humanismo autónomo tiene como principio una soberbia blasfema. No admitiendo otra salvación que la que proceda de las mismas fuerzas inmanentes al hombre, cerrando a la humanidad a toda acción de la Misericordia divina, la cierra en su propia miseria, y la obliga, para que no caiga en la desesperación, a considerar virtudes sus más vergonzosos vicios (Rm 1,32). Re­chaza así a Cristo, la salvación «que nace de lo alto», la que procede «de las entrañas de misericordia de nuestro Dios» (Lc 1,78). Nacido y desarrollado este principio sobre todo en países de antigua filiación cristiana, ha condu­cido históricamente, sobre todo en la vida pública, a la apostasía de lo que llamamos Occidente, y ha contaminado más o menos múltiples actitudes y concepciones actuales no sólo en el mundo secularista, sino también en el campo de la Iglesia, por ejemplo, en lo referente a la moral de la sexualidad y a la moral de la acción social liberadora.

* * *

Hombre no-responsable

Mujer no-responsable

«Non, je ne regrette rien». No, no me arrepiento de nada

Intercalo un ejemplo. La canción de Edith Piaf (1915-1963) Non, je ne regrette rien (1060) expresa muy bien la «incredulidad sin pecado» moderna. Por eso se hizo extremadamente popular y tuvo versiones en todas las lenguas. La canción es prólogo de las ideas de 1968 –aunque ideas es mucho decir; mejor, estados de ánimo–, y vino a ser desde entonces signo distintivo de la ética del mundo progresista. Algunos personajes actuales del mundo del espectáculo, por ejemplo, después quizá de romper unos cuantos «matrimonios» o ajuntamientos propios y ajenos, después quizá de destrozar su vida y la de otros con la bebida y la droga, después de tantos desastres, no dudan en declarar con todo orgullo cuando son entrevistados por la prensa o la televisión: «No, yo no me arrepiento de nada».

–No, no me arrepiento de nada… –Absolutamente de nada… –Ya está todo pagado, barrido, olvidado. –Me importa un bledo el pasado! Je me fous du passé!

Dedicada por Edith Piaf esta canción a la Legión Extranjera francesa, quizá no conozcan su letra exacta quienes hoy se expresan con su título o lo graban en un tatuaje. Pero es lo mismo. El caso es que ellos no reconocen sus culpas y pecados; no se sienten responsables de nada; es decir, aunque de forma inconsciente, confiesan que no son personas libres en el auténtico sentido de la palabra, porque no son responsables ni ante sí mismos, ni ante la sociedad, ni  menos aún ante “dios". 

 * * *

Todos los campos de la vida cristiana quedan estériles cuando falla la fe en la gracia de Dios y la fe en la libertad del hombre. Es evidente:

La ascética se debilita totalmente cuando se duda de la fuerza de la gracia divina, e igualmente –y en esto nos fijamos más ahora– cuando el hombre duda de su propia libertad. El cristiano entonces padece sus pecados, pero en el fondo no se siente respon­sable de ellos, y menos aún intenta la conversión de vida, pues no creyendo en la gracia ni en la libertad, se experimenta a sí mismo como irremediable, al menos en tanto no cambien las estructuras que le condicionan negativamente o las condiciones en que personalmente está viviendo. En fin, no intenta la conversión porque no la cree posible, ni tampoco necesaria, y menos urgente. Del adulterio, por ejemplo, se dirá que ha creado una situación irreversible, a la que se debe la misma fidelidad que al «primer matrimonio» –como si «el segundo» lo fuera–.

La acción apostólica, las misiones, en esta perspectiva, no se atreven a intentar la conversión de los hombres –lo que exigiría una fe descomunal en la gracia y la libertad–, y derivan hacia el diálogo interreligioso (muchas veces ni eso), las acciones benéficas y el empeño por mejorar las estructuras seculares. Pero disminuyen o desaparecen las vocaciones apostólicas, sacerdotales, religiosas, misioneras, cuya actividad pe­culiar se dirige inmediatamente al hombre, a su libertad personal, para que ésta supere con la gracia de Cristo todos los condiciona­mientos estructurales negativos, y salga del mundo para vivir en el Reino, sin esperar a que esas situaciones sean superadas.

La pedagogía familiar, escolar, pastoral, académica, sufre la tentación inevi­table del permisivismo, pues la exhortación (positiva) y, más aún, la correc­ción (negativa), sólo son posibles si está fuerte la fe en la libertad y en la gracia.

El derecho penal no castiga en el hombre la culpa, en nombre de la justicia, sino que sólo pretende ejercitar la necesaria defensa so­cial. Ya Dostoyevsky lamentaba en 1879 que en buena parte de Oc­cidente el castigo penal había perdido su dimensión de expiación moral: «El criminal extranjero, según dicen, rara vez se arrepiente, porque hasta los mismos intelectuales contemporáneos lo confirman en la idea de que el crimen no es tal crimen, sino tan sólo la protesta contra la fuerza [social] que injustamente le oprime. La sociedad lo aparta de sí, de un modo totalmente mecánico, triunfando de él por la violencia» (Los hermanos Karamásoui I,II, cp.5).

Las leyes no intentan configurar y enderezar las costumbres, es­forzando las libertades de los ciudadanos para su propio bien y el bien común, sino que se adaptan a lo que hace la mayoría de los hombres, legalizando así –positivismo ju­rídico– «lo que está en la calle». No se admiten tensiones entre la ley y la conducta colectiva mayoritaria, al menos en ciertos campos de la vida social.

Las opciones libres definitivas e irreversiblesmatrimonio indiso­luble, votos perpetuos, sacerdocio para siempre–, fundamentadas en una decisión de la libertad personal, que permanece fiel a sí misma con la ayuda de la gracia sobrenatural, se consideran imposibles y ne­fastas: son encadenamientos intolerables. No se le puede exigir al hombre que mantenga a fuerza de voluntad-libertad una decisión tomada hace tiempo. (Excepción: este princi­pio no vale en el mundo moderno cuando se aplica a cuestiones econó­micas: mantenimiento de contratos, pago de deudas, etc. En esos campos se procede como si el hombre fuera libre, y por tanto obligado a cumplir responsablemente sus obligaciones libremente contraídas).

El cielo y el infierno, en fin, desde esta misma perspectiva, enten­didos como premio o castigo de conductas humanas libres, resultan simplemente inconcebibles. Creer que los actos humanos, por mu­chos que sean en una vida, pero siendo siempre tan infinitamente condicionados y con­tingentes, vayan a tener una repercusión eterna de premio o de cas­tigo, exige el reconocimiento indudable de la existencia de la libertad humana. Si se duda de esa libertad o se niega, cielo e infierno desparecen sistemáticamente de la predicación cristiana, y ésta se alejará así indeciblemente de la predicación de Cristo, tal como aparece en el evangelio.

Hoy el Evangelio se predica muy muy poco.

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

 

22 comentarios

  
UNO
Ha dado usted en la diana de la hipocresía de nuestras sociedades. Si uno rompe un contrato económico, aunque sea con una operadora telefónica tiene que pagar y resarcir. Pero si uno rompe un matrimonio que también tiene una dimensión humana y económica, entonces da igual.
Los políticos que han dado lugar a esta situación lo saben, pero consideran que es mejor perjudicar a la sociedad en general, con los perjuicios meramente humanos y económicos de esta situación a cambio de minar los fundamentos morales básicos de la sociedad, como una forma de minar la moral católica, ayudándoles a apartarse de la Iglesia y de sus enseñanzas por la vía de hecho por la conveniencia personal.
Por eso son tan sañudo los Kasperosos, y en mucha menor medida los Pagolianos. Bueno salvando las enormes distancias, porque compara a los Pagolianos con los Kasperosos es como comparar el excremento de una golondrina con el de un buey, no por la diferente calidad de sus errores que es muy parecida sino por su relevancia en la Iglesia.
24/08/15 10:33 AM
  
mjbo
Hola Padre Iraburu... Le leo casi todo, ya ve ya me tiene de nuevo aquí...
Me encanta ver cómo la fe aúna los corazones y las mentes...
En etiquetas ORACIONES del POR TI MADRUGO tengo un post titulado Y CREO EN LA LIBERTAD Y LA GRACIA, que lo demuestra... La imagen es de la Transfiguración del Fraile Angélico.

Un saludo
24/08/15 11:05 AM
  
Horacio Castro
Padre Iraburu. Soy católico de su generación, con instrucción esmerada, aunque sin el privilegio que por gracia de Dios hace de Ud. un buen sacerdote. No entiendo el propósito de este extenso texto. Hablar de incredulidad sin pecado que niega la libertad y niega la gracia, no parece tan fácil de relacionar con que “el humanismo autónomo tiene como principio una soberbia blasfema”. Probablemente este post trata sobre ‘ateos prácticos’ que creen en la existencia de Dios pero no lo aceptan. Yo no conozco a ningún ateo convencido, que se preocupe por la salvación sobrenatural; así que la comparación con la superación de dificultades temporales no viene a cuento. ¿Cómo vamos a sorprendernos porque “el incrédulo moderno no puede creer en la gracia divina”? Tampoco la va a entender (no digamos creer) después de leer este post. Lo saludo.
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JMI.-Una cosa de su comentario me queda clara:
que no ha entendido mi artículo.
24/08/15 3:41 PM
  
Carlos Gómez Aviña
Traté de subir al Facebook este magnífico post y no me dejaron porque dicen que alguien se quejó de que contiene material ofensivo para algunas personas, o sea, como decimos en mi tierra, que la verdad no peca pero incomoda. Nuestras oraciones por usted Padre Iraburu y por todos en Infocatólica. Soco y Carlos Gómez.
24/08/15 3:58 PM
  
Horacio Castro
De paso, cañazo un ingenioso corolario: quien no entiende este artículo del Padre Iraburu, es "el incrédulo".
24/08/15 4:59 PM
  
Luis Fernando
Esta incredulidad moderna viene prologada por la doctrina del luteranismo.


Y de quienes, a día de hoy, sostienen esa doctrina dentro de la propia Iglesia Católica, negando por ejemplo, la incapacidad del hombre asistido por la gracia a la hora de dejar de vivir en adulterio o en cualquier otro pecado mortal.

Apelan a la "misericordia" de Dios para justificar esa situación. O sea, exactamente igual que el heresiarca alemán.

Hacen de Dios un ser incapaz de transformar al hombre para que sea santo, teniendo que conformarse con declarar una santidad inexistente.

No cuela, señores.
24/08/15 8:21 PM
  
Horacio Castro
Claro, hay incrédulos que simplemente no tienen fe religiosa, y hay otros que creen en una falsificación de Dios.
25/08/15 1:29 AM
  
O. V
La verdadera fe procede del Espíritu Santo e ilumina la razón.
La razón orienta la vida del ser humano...
Si el fundamento de la razón es malo, ¿a dónde conducirá la vida dirigida por esa razón?
San Pedro lo aclaró con mucha sencillez:
"¿A quién vamos a seguir? Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna"
Gracias, es muy luminoso y oportuno el artículo.
25/08/15 9:09 AM
  
José Luis
Carlos Gómez Aviña, prueba otra vez, aunque a mí me ha dejado poner solo el link, por encima del link puedes escribir el título de este capítulo del Padre Iraburu, De momento lo tengo ahí, y esperemos que no tengan el error de censurar la doctrina de nuestra fe católica, pues siempre es beneficiosa para todas las personas estas enseñanzas doctrinales. Que también refleja la verdad en la caridad.
25/08/15 9:25 AM
  
Rios
JMI.-No podré, no. Tengo mucho más trabajo del que puedo atender.
Gracias por sus palabras.
25/08/15 5:42 PM
  
Feri del Carpio Marek
Tal vez el mejor signo de lo bueno y meridiano que está su post, padre, sea que lo vetaron para publicar en facebook (apenas se puede copiar el link).

Me gustaría contribuir con un pensamiento: me parece, incluso por mi propia experiencia, que más que no creer, al "cristiano" descristianizado no le interesa la gracia, porque ésta actúa para santificarnos, y el descristianizado cree que la vida santa es aburrida, amarga, seca, cuadrada, reprimida. O sea, no es que le gustaría que existiera la gracia, y que obre en nuestras almas, simplemente no tiene interés en esa opción... tampoco tiene interés en el cielo, si es que allá se lleva una vida santa.

No se entiende la libertad, porque no se entiende la santidad, y por eso no se la desea.

Como cosa aparte, aunque relacionada, padre, quería hacerle una pregunta sobre un numeral del Catecismo. En el 1263 dice: «Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado (Cf. DS 1316)». Sin embargo en el numeral 1473 dice: «El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado.»

Me parece que en el numeral 1263 faltó añadir *eternas* cuando dice que en el bautismo son perdonadas *todas las penas*, pues si no está en contradicción con lo que se dice en el 1473, ¿cierto? Si me equivoco, me gustaría que me instruyera al respecto.
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JMI.-La formulación clara y más completa es la de 1473.

26/08/15 12:03 AM
  
Denis huerta
Querido Padre, le escribo porque acabo de ver en youtube una película espantosa sobre Gabriel García Moreno, se llama "Sé que vienen a matarme", pero lo muestran como un tirano, Padre quería preguntarle si alguno de sus infocatólicos por AMOR A LA VERDAD puede desmentir esa falsa muy unidos en el Señor
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JMI.-Gracias por el aviso, querida Denise. En mi libro "Hechos de los apóstoles de América" dedico un capítulo a la figura de Gabriel García Moreno, un católico y político realmente admirable, que muere mártir saliendo de rezar en la Catedral, como hacia diariamente. Sus enemigos, la masonería especialmente, no permitieron que siguiera gobernando.
En la pág-web de la Fund. GRATIS DATE puede hallarse el texto íntegro.

Sigo y seguiré, con el favor de Dios, pidiendo por ti. Bendición +

http://www.gratisdate.org/nuevas/hechos/hechos.5.4.htm
26/08/15 7:05 AM
  
Luis López
Tras leer su artículo me reafirmo una vez más en la infinita grandeza de la fe católica, única religión que verdaderamente cree en la libertad del hombre, y por tanto -ayudado por la imprescindible acción de la Gracia- en su capacidad de santificación.

Aunque el orgullo no sea muy católico, verdaderamente se siente uno orgulloso de vivir en la fe católica tras leerle.
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JMI.-Jesús le dice a la samaritana: "si conocieras el don de Dios"...
Eso habría que decirle (hay que decirle) a los que no conocen a Jesucristo ni la vida cristiana.
26/08/15 3:29 PM
  
susi
El salmo 51 bien a las claras nos dice que somos pecadores y nos habla, también del perdón de Dios.
Yo sí pido perdón por mis muchos pecados, también por los desconocidos.
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JMI.-Señor, "absuélveme de lo que se me oculta" (Sal 18,13).
26/08/15 6:07 PM
  
javier dolid
Estando de acuerdo con la tesis del post, que interpreto como de no reconocimiento del pecado en nuestras sociedades posmodernas, discrepo no obstante con los supuestos de partida.
En particular discrepo que sean más que pura apariencia las ideas de que "Dios es rechazado por innecesario" y que "Dios es rechazado por ineficaz", y que tales ideas sean causas primarias de la incredulidad, Más bien interpreto que la causa primaria del rechazo es que Dios estorba al hombre moderno, y ello es así por que, si se acepta a Dios, debe también.en coherencia aceptar y cumplir la Ley de Dios, y es por este camino por el que el hombre moderno no quiere entrar; no acepta que debe regirse por otra norma distinta que la que dimane de su propio criterio interesado, desarrollado a partir de la necesidad de conformar las creencias con las circunstancias de vida que no se quiere poner en cuestión.
Vista así la cuestión, los argumentos de que "Dios es innecesario" y que "Dios es ineficaz" son sólo argumentos de conveniencia, autojustificativos de un rechazo vital de la Ley de Dios.
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JMI.-Las dos razones de negar a Dios que señalo son "intelectuales". La que usted señala, muy real, es "volitiva": "yo quiero hacer lo que me dé la gana, así que no aguanto que haya un Dios a quien tenga yo que obedecer". Es el "seréis como dioses" del Génesis. Pero las tres causas no se contraponen, sino que se suman y complementan.
26/08/15 9:38 PM
  
Miguel García Cinto
Nunca he entendido a muchos políticos y personas relevantes, que se definen católicos no practicantes. Entiendo que los que viven como no piensan, terminaran pensando como viven.
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JMI.-Es como si uno que no sabe andar en bicicleta se dijera ciclista.
28/08/15 9:17 PM
  
Margarita
excelente
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JMI.-De acuerdo.
Bendición +
29/08/15 6:12 AM
  
Miguel García Cinto
Kasperiano: En su comentario le dice al padre José María Iraburu que, por una vez no está en desacuerdo con él en todo. Por lo visto salvo en esta ocasión, no está de acuerdo en nada con el padre Iraburu, si es así creo que pierde el tiempo. En cuanto al amor, son muy sencillas las enseñanzas de la Iglesia Católica: "Dios mío, te amo sobre todas las cosas y al prójimo por ti".
29/08/15 9:08 AM
  
Palas Atenea
Totalmente de acuerdo, P. Iraburu, difícilmente se podría aclarar mejor este tema. En el plano personal he advertido un cierto rechazo hacia los que sostenemos la responsabilidad de nuestras acciones y, no digamos, a la aceptación del pecado. Por eso es casi imposible predicar con el ejemplo ya que todo tipo de conductas se ven en el mismo plano: es feliz cuidando enfermos, luego los cuida; es feliz marchándose de viaje, luego se va de viaje. Cuestión de gustos.
Eso con respecto a conductas positivas, con las negativas pasa lo mismo. Hoy en día todo es cuestión de psicología, la explicación está en el carácter.
29/08/15 9:20 PM
  
Ricardo de Argentina
Padre, por gracia de Dios tiene usted una mente poderosa, una capacidad de síntesis imponente y una caridad ardiente. Sean dados a Dios que lo asiste y lo guía, todo el honor y toda la gloria.

Lo de la caridad viene a cuento más que nada por su anterior artículo sobre el pudor. ¡Pero mire que coraje, que atrevimiento el suyo al ponerse a predicar sobre eso, cuando ni sacerdotes ni obispos lo hacen casi ya! En serio Padre, muchas gracias por su valentía.
La arremetida que ha tenido que soportar de parte de "la muchachada del patio", muestra y demuestra que incluso en el campo católico (que en el ateo era de esperar) las aguas bajan turbias, y eso de alguna manera explica (que no justifica) el silencio timorato de tantísimos pastores sobre la predicación del pudor, la cual es urgentísima y acuciante.

En este artículo en cambio pone usted el foco en otra realidad también lacerante: LA ESCLAVITUD MODERNA. Muchísimo ¡que digo! infinitamente peor que la antigua, pues ésta quitaba la libertad, sí, pero sólo en el orden físico, e incluso en ese mero orden jamás negaba la posibilidad de liberación, de ser libertos. Y ni de lejos se atrevía con la Libertad Moral.
Pero la Esclavitud Moderna no sólo que sí se atreve a negarla radicalmente, sino que niega también toda posibilidad de alcanzarla de algún modo. Nos exime, sí, de la Responsabilidad y de la Culpa, pero taimadamente nos oculta que ello se consigue a costa de perder la Libertad.
Porque ¿de qué nos sirve poder viajar por el mundo, comprar sorprendente tecnología o seguir dócilmente nuestros caprichos (cosas que se venden falsamente como si fuesen verdadera "libertad") si no somos responsables de nuestros propios actos y estamos condenados a convivir sin remedio con nuestras miserias? ¿Qué clase de libertad auténtica puede ejercer quien ha sido convencido de que es (y actúa como si lo fuese) un mero engranaje que se mueve al compás de sus pulsiones químicas e instintivas?

Digo yo: ¿hasta cuándo se seguirá negando la evidencia de que toda esas teologías/filosofías apolilladas que van desde el Protestantismo hasta el Mayo Francés, no hacen sino encadenar al hombre a múltiples esclavitudes que lo degradan y prostituyen?

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JMI.-Hasta que Cristo lo permita y quiera.
A Él le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Él, a la derecha del Padre, gobierna con providencia maravillosa la historia de la Iglesia y del mundo. Él vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
31/08/15 6:44 AM
  
Miguel García Cinto
Ricardo de Argentina: Paz y Bien. Me ha encantado mucho su comentario, procure siempre que pueda ilustrarnos. El Señor le bendiga.
31/08/15 1:02 PM
  
LUIS FERNANDO SERNA GARCIA
HOY DIA EN MUCHOS AMBITOS SOCIALES LA PALABRA PECADO ESCANDALIZA,PERO NO ESCANDALIZA EL PECADO EN SI O SEA QUE SOLAPADAMENTE SE APRUEVA,EL PEOR PECADO MODERNO ES CREER QUE LO ANTES ERA PECADO SEGUN DIOS, HOY NO LO ES Y EL PECADO ERA ,ES Y SERA: CANCER DEL ALMA,DEGRADANTE, DEPREDADOR,ESCORIA DEL ALMA,ENEMIGO DE LA SANTIDAD,BASURA HUMANA,OLOR PODRIDO DEL ALMA,DEVILIDAD HUMANA,SI PUDIERAMOS CALCULAR EL DAÑO QUE NOS HACEMOS AL COMETER UN PECADO,HARIAMOS LO POSIBLE POR NO CAER EN LA TENTACION Y BUSCARIAMOS LA AYUDA ADECUADA.
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JMI.-Le recuerdo que no se debe escribir en mayúsculas. Algunos hay que rechazan sin más los textos mayusculeados.
23/09/15 3:09 AM

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