(300) Te Deum laudamus- 2014

La Adoración Nocturna, fiel a antiguas tradiciones, en el ejercicio de fin de año, en la noche del 31 de diciembre, en torno a las doce campanadas, canta el Te Deum y el Veni Creator, dando gracias a Dios por el año civil que termina y pidiendo el Espíritu Santo para vivir mejor el que comienza. El Te Deum es sin duda  uno de los más elocuentes himnos que la Iglesia tiene para expresar su agradecimiento al Padre celestial, de quien procede todo don y toda gracia perfecta; al Hijo bendito, que se hizo hermano nuestro para salvarnos, introduciendo en la raza humana fuerzas de gracia sobrehumanas, celestiales, divinas, divinizantes; y al Espíritu Santo, alma de nuestras almas, que en Cristo nos hace un solo cuerpo y un solo espíritu.

Cuántas veces en el año civil que termina el Señor ha causado con su gracia el comienzo, el curso y la consumación de nuestras buenas obras. Cuántas veces nos ha comunicado su espíritu en la oración, en las santas lecturas, en los sacramentos, muy especialmente en el sacramento del perdón, de un perdón que no se acaba porque no se acaba el amor que Dios nos tiene. Cuántas veces se nos ha entregado el Señor entero, en cuerpo y alma, como Pan vivo bajado del cielo. Cuántas veces nos ha guardado en la verdad, salvándonos de toda cautividad de errores diabólicos. Cuántas veces nos ha atraído a la oración y en ella nos ha acogido como Padre bondadoso, como Salvador y Señor, como Espíritu purificador y renovador de nuestras vidas. Cuántas veces nos ha dado el pan de cada día, la asistencia y la colaboración de nuestros hermanos, y tantos otros bienes temporales. Demos, pues, gracias a Dios y bendigamos su santo Nombre siempre y en todo lugar.

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Demos gracias al Señor también por todos los males que ha habido en nosotros, en el mundo, en la Iglesia, porque estamos ciertísimos de que «todas las cosas colaboran al bien de los que aman a Dios, de los que según sus designios son llamados» (Rm 8,28), también los pecados (etiam peccata, San Agustín). Desde que los cristianos hemos contemplado la Cruz de Cristo, y hemos comprobado que del mayor mal de la historia humana han salido los mayores bienes de naturaleza y de gracia para el mundo, ya estamos curados de espanto. Y sabemos ver en todos los duros peldaños que debemos superar en nuestros días escalones de una escala que nos lleva al cielo, a la Casa del Padre, donde está Cristo «preparándonos un lugar». No cese o pierda fuerza de convicción nuestro Te Deum por el peso maligno de nuestros pecados o por los males que afectan al mundo y a la Iglesia.

Escuchemos la voz de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que nos dice:

No temáis, pequeño rebañito. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo, yo mantendré siempre a mi Iglesia en medio del mundo como columna y fundamento de la verdad. Vivid confiados, bien seguros en la fe de que yo vivo y reino efectivamente, a la derecha del Padre, sobre toda la historia del mundo y de la Iglesia, gobernando en mi providencia lo grande y lo mínimo, suscitando bienes o permitiendo males, porque me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. No hay un gramo de mal en el mundo más allá de lo que yo permito. Y todo lo que permito de mal colabora al bien de los que aman a Dios: todo, también los escándalos y las mentiras.

Estáis viviendo bajo el amparo del Altísimo, y sus ángeles os guardan para que vuestro pie no tropiece en las piedras de la historia. Todo el que me ama recibe en su alma a la Santísima Trinidad, que os ilumina, os enciende en el fuego divino de su amor, y os guarda de todo mal. Vuestra vida va adelante día a día «bajo el amparo» de la Virgen María, Madre mía y Madre vuestra, Virgen gloriosa y bendita. Toda la Iglesia celestial, los santos y los ángeles, colabora conmigo para guardar en la verdad y el bien a la Iglesia peregrina.

Yo os aseguro mi continua asistencia como Verdad, Camino y Vida. Por tanto, no temáis nada, pues lo que el Padre me ha dado vale más que todo, y nada ni nadie podrá arrebatar nada de la mano de mi Padre. ¿Quién podrá separaros de mi amor, la persecución, la espada, el escándalo, la tenebrosidad diabólica del mundo, los males que afligen a la Iglesia?… Si Yo estoy con vosoros, como Buen Pastor, ¿qué podrá haceros el hombre? Aunque tengáis que pasar a veces por valle de tinieblas, no temáis mal alguno, porque Yo estoy con nosotros. Ni siquiera los males que hoy afectan a la Iglesia han de apagar vuestro canto nuevo de alabanza, adoración y acción de gracias. Si el Padre celestial, permitiendo en la Iglesia grandes males, realiza en ella una poda proporcionadamente grande, ¿os atreveréis a protestar por la dureza de sus procedimientos? ¿Fallará vuestra fe, pensando que esos males desbordan el poder del Señor misericordioso, omnipotente y enamorado de su Esposa única, la Iglesia?

Alegraos siempre conmigo; de nuevo os digo, alegraos. Vivid siempre alegres en la esperanza de la vida eterna. Recibid mi gracia, que os libra de toda ansiedad, amargura e inquietud y os guarda en la paz, la confianza y la alegría. El Padre de las misericordias, el Dios de todo consuelo, a quienes vivis en mí por obra del Espíritu Santo, os consuela en todas vuestras pruebas, para que podáis así consolar a vuestros hermanos más sufrientes con el mismo consuelo que de Él habéis recibido.

Yo volveré pronto.

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Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María santísima. Bendita sea su santa e Inmaculada concepción. Bendita sea su gloriosa Asunción a los cielos. Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre. Bendito sea San José, su castisimo esposo. Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos. Amén.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

Post post.- Me permito recomendarles el artículo, Un milagro navideño,  de Bruno, mi vecino de columna.