(215) Reforma o apostasía –y XI. Iglesias sin vocaciones .y 3. Final
–Se le acabó ya el tema… Parecía que no se iba a acabar nunca. Bendigamos al Señor.
–Demos gracias a Dios. El tema no se acabó, por supuesto. Pero todo en este mundo tiene un comienzo y un final.
La pastoral de las vocaciones, como ya vimos, sólo podrá lograr sus fines si vence las causas que las impiden. No pocas veces, por el contrario, la propia pastoral vocacional está afectada por los mismos errores que causan la ausencia de vocaciones.
Prefieren seguir en sus ideas que tener vocaciones. Hay centros de formación diocesanos o religiosos que, antes que aceptar las orientaciones de la Iglesia, prefieren quedarse sin vocaciones. Ellos ya saben que otras diócesis o institutos, que se identifican con la doctrina y la disciplina de la Iglesia, tienen vocaciones, y a veces muchas. Pero no por este dato de experiencia abandonan su obstinación suicida. Viven fuera de la realidad eclesial; tienen bastante con sus ideas. Cito el caso de una gran diócesis europea.
En las otras diócesis del país la proporción media por un seminarista es de 22.500 habitantes. Únicamente en ella la media es el triple, casi 70.000. Pues bien, al poco tiempo de publicarse estos datos, un profesor del Seminario de esa diócesis declaraba impertérrito en una entrevista: «la rigidez del aparato eclesiástico termina por preferir el mantener un prototipo de cura, antes que garantizar la presidencia y celebración eucarística de las comunidades». Y profundiza más en su análisis: «Frecuentemente, el problema-obsesión del número de seminaristas, se utiliza como solapamiento del intento de volver a los modelos negativamente clericales de antaño o de la ofensiva sacerdotalizadora del presbiterado, que supone una práctica rejudaización del mismo… Ya sabemos que si quisiéramos hacer sacerdotes o religiosos al estilo tradicional, tendríamos vocaciones. Pero eso sería un paso atrás inadmisible en la vida de la Iglesia. Antes de eso, preferimos no tener vocaciones»…
En otras palabras: «La Iglesia tiene la culpa de que nosotros no tengamos vocaciones, porque se obstina en mantener un modelo de cura distinto del que nosotros, proféticamente, queremos producir»… La idea es enorme, y en ella se mantienen desde hace medio siglo. Partiendo, pues, de ese planteamiento, ellos siguen procurando en su pastoral vocacional y en sus Centros formativos un modelo de sacerdote y de religioso abiertamente diverso del que la Iglesia quiere. Y el hecho de que persista en consecuencia una extrema escasez de vocaciones no les angustia especialmente, sino que en cierto modo les alegra, porque estiman que «una carencia de vocaciones, suficientemente prolongada, obligará por fin a la Iglesia a cambiar su modelo de sacerdote o religioso, y a aceptar el que nosotros hoy, proféticamente, propugnamos».
La gracia de las vocaciones sacerdotales y religiosas es dada por Dios, y es normal que la dé solamente donde éstas se configuran del modo que Él quiere y manda por la Iglesia. Y no vale decir que la voluntad de Cristo sobre la configuración de las vocaciones sea una voluntad oculta, ni que sea un mero objeto de búsqueda, de experimentaciones y de adivinaciones, sino que se manifiesta muy suficientemente en la Tradición y el Magisterio apostólico doctrinal y disciplinar, en las Reglas y constituciones religiosas, así como en los santos, sacerdotes o religiosos, que la Iglesia ha canonizado, poniéndolos como ejemplos universales durante veinte siglos.
Han perdido el instinto de conservación. Causa perplejidad la obstinación de algunas Iglesias locales y familias religiosas, que se están extinguiendo a causa de ciertas desviaciones doctrinales o disciplinares. Se muestran ya incapaces de someter a un discernimiento sereno las doctrinas teológicas y espirituales que las han conducido a la situación terminal en que se encuentran. Sí, han perdido el instinto de conservación. Son como algunos enfermos que, en la fase más grave de su mal, pierden el instinto de conservación, rechazan las medicinas que los podrían curar, realizan movimientos bruscos inútiles y perjudiciales, e incluso se arrancan los tubos a los que están conectados para seguir con vida.
La sanación de una enfermedad exige reconocer su existencia, averiguar sus causas y aplicarle el tratamiento adecuado. En el caso que nos ocupa, ¿qué planteamientos doctrinales y disciplinares han prevalecido en una Iglesia local o en una Instituto religioso durante los últimos decenios, para que se haya reducido a un quinto el número de cristianos practicantes y a un décimo, o menos, el de las vocaciones apostólicas? Hacerse esta pregunta, con ánimo de hallar las causas, para modificarlas y cambiar sus efectos, no supone un pesimismo perjudicial y una curiosidad morbosa, sino que es una obligación moral cierta, gravísima y urgente. Queremos tener sacerdotes y religiosos.
Parece increíble la torpeza con que algunas Iglesias y familias religiosas enfrentan su carencia de vocaciones. Impulsan unas campañas sentimentales y voluntaristas, que están afectadas por los mismos errores que causan el desierto vocacional. ¿La comprobación de sus mínimos resultados no les hace sospechar que sus planteamientos son falsos? ¿Nadie sospecha que esas campañas vocacionales seguirán siendo casi completamente inútiles mientras se dejen intactas las causas reales de la ausencia de vocaciones?… El activismo bienintencionado –«se está haciendo todo lo que se puede»–, cuando dura medio siglo con una ineficacia casi total, exige urgentemente una metanoia, un cambio de nous. Queremos tener sacerdotes y religiosos.
Algunos consejos para los que trabajan especialmente en la pastoral vocacional. En realidad, sobre este tema, la Iglesia tiene documentos tan preciosos (como la Optatam totius, del Vaticano II; la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, 1985; la exhortación apostólica postsinodal de Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 1992, 43-59), que uno siente vergüenza de escribir algo propio, y de no limitarse a remitir a ésos y otros grandes textos. Pero el Señor me ha concedido conocer bastante el mundo de los seminarios, como rector un tiempo de uno de ellos, como profesor de teología durante muchos años, y también a través de los ejercicios espirituales y de la dirección espiritual. Por eso, sin pretender la amplitud y el orden que son propios de documentos como los aludidos, me permitiré hacer algunas observaciones sueltas y desordenadas. Quiera Dios que sirvan de algo. Escribo pensando, concretamente, en aquellos equipos buenos de pastoral vocacional que han de trabajar en ambientes de Iglesia descristianizada durante decenios. Su misión es imposible para los hombres, pero posible para Dios. En todo caso, es heroica. Y el Señor ha de asistirles con las gracias especiales que necesitan para cumplir la misión que Él mismo les ha encomendado.
–No adulemos a los jóvenes. Aquellos que, por gracia de Dios, han sido destinados por su Obispo para trabajar en la pastoral de las vocacioneseviten como una peste adular a la juventud, como si elogiando sus presuntas virtudes de sinceridad, inocencia, generosidad, fuerza y creatividad, fueran así a ganarla mejor para Cristo. A Cristo no se llega sino por el camino de la humildad, que es el de la verdad. Él solamente sabe «santificar en la verdad» (Jn 17,17). No sabe santificar de otro modo. Lo de «la generosidad» de la juventud, lo de su «noble idealismo», etc. son puros cuentos, que no responden a la realidad. En cualquier familia vemos que a la hora de sacrificarse en algo –velar a un enfermo una noche–, suelen ser los mayores los más abnegados y serviciales. En cuanto a los idealismos aludidos, suelen ser sueños vagos, carentes de realismo, porque en su juventud, lógicamente, carecen de experiencia y de ciencia.
Simplemente: los jóvenes, como los adultos, son «hijos de Eva», están asediados por mil tentaciones externas e internas –demonio, mundo y carne–, que les llevan a incurrir en muchos errores y en no pocos pecados. Son hombres pecadores, necesitados en absoluto de un Salvador, que les conceda por gracia la luz y la fuerza que necesitan para salir de sus oscuridades y egoísmos, y para entrar en su Reino luminoso. Cualquier joven, si no es un mentiroso, habrá de confesar como San Pablo: «no sé lo que hago, pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago… Es el pecado, que mora en mí… Porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo no. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rom 7,15-19). ¿A qué viene, pues, adularle si, como nosotros, como todos, es un hombre pecador?
La adulación de la juventud implica una concepción de la vida humana falsa y pesimista. Si la juventud fuera sinónimo de generosidad y valor, de veracidad y autenticidad, eso significaría, en términos relativos, que la condición adulta del hombre, y aún más su vejez, estaría caracterizada por el egoísmo y la cobardía, la mentira y la hipocresía. En otras palabras: el que adula a la juventud piensa, según parece, que el hombre con los años empeora normalmente. Este juicio, como se ve, no resulta excesivamente estimulante para los mayores ¡y tampoco para los jóvenes! Pero, felizmente, es falso en la mayor parte de los casos. Cualquiera sabe que en mil ocasiones una persona joven egoistilla y con la cabeza llena de pájaros, con los años, con el matrimonio, con la experiencia y las luchas de la vida, en definitiva, con la gracia de Dios, va haciéndose más abnegada y generosa, más veraz, serena y realista. Como los vinos, el hombre normalmente mejora con los años. Ésta es la visión verdadera del hombre que conviene transmitir a los mayores ¡y también a los jóvenes! Ir a unos y a otros con adulaciones pelagianas es como darle una bebida alcohólica a un alcoholizado.
–No pensemos que los jóvenes son unos pobres simples, que sólo se mueven por estímulos sensibles. Todavía cuando se trata con niños, un cierto margen lúdico en la acción pastoral puede ayudarles a acercarse a Cristo, como la experiencia lo demuestra (San Juan Bosco, San Felipe Neri). Pero tratándose de adolescentes mayores y de jóvenes, que ya en su mundo habitual están saturados de juegos, cantos y bailes, guitarras y baterías, proyecciones, powerpointes, judos, cantautores, gimkanas y «todo un cuanto hay» –como dicen donde yo me sé–, creo yo que en las Jornadas vocacionales, sin excluir algo de todo eso, hay que ir al grano, como lo han hecho los santos predicadores de todas las épocas, empezando, claro está, por Jesucristo, que para atraer a la gente no necesitaba hacer acrobacias o juegos malabares. Les ofrecía lo que los hombres, sin saberlo, más desean: la verdad, la verdad de Dios, la verdad del hombre. Allí donde reina la mentira –el diablo–, es enorme la fuerza atractiva o repulsiva de quien entra y «da testimonio de la verdad» (Jn 18,37): es una revelación, una luz que brilla en las tinieblas, una Buena Noticia. Las muchedumbres se agolpaban en torno a Jesús (Mc 3,7-10), unos para escucharle, otros para apedrearle.
Impresos y carteles llenos de tipografía alocada, colores llamativos, jóvenes saltando como cabras, globitos, disfraces, etc., con la mejor intención, ocultan la dignidad humano-divina del mundo de la gracia, es decir, no muestran la hermosura de Cristo y de la Iglesia. Quienes los hacen parecen pensar que sin esos estímulos sensibles los jóvenes no se acercarán a la luz de Cristo. Como si la belleza de Cristo, su verdad y su bondad, no tuvieran en sí mismas fuerza atractiva suficiente, y fuera necesario añadirles otros señuelos y cimbeles. Pero no es así. Por ejemplo, una cruz dibujada al desgaire, y rodeada de unos jóvenes que bailan y se contonean, no es un medio idóneo para la pastoral juvenil y vocacional.
–No pocos de los que hoy la pastoral vocacional atiende se ven afectados de grandes ignorancias y errores en la fe. Algunos hay que han sido privilegiados por Dios con una formación doctrinal católica desde niños y adolescentes, a través de la familia, de un cierto grupo laico o de algún buen sacerdote. Pero suelen ser los menos. Habiendo vivido en una Iglesia local en buena parte oscurecida en doctrina, moral y liturgia, son muchos los que se acercan a la pastoral vocacional con buena voluntad, pero marcados por errores arrianos, pelagianos, semipelagianos, protestantes, irenistas, etc. y carentes de verdades muy importantes, que les han sido silenciadas.
Cuando yo era chico, la Catequesis solía ser verdadera y sana, y las asociaciones laicales, Acción Católica, Congregaciones Marianas, etc. insistían en la piedad y el apostolado, pero también mucho en la formación doctrinal por «círculos de estudio», lecturas programadas, etc. Ahora, los que se presentan como posibles candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa suelen adolecer de una escasa formación doctrinal, pues no la han recibido ni de la familia, ni de la catequesis parroquial, ni del grupo laical en que se habían integrado, ni en la hoy infrecuente dirección espiritual. Y a veces no solamente ignoran verdades fundamentales, sino que, sin culpa, están ideologizados en no pocas doctrinas erróneas, las que prevalecen en su ambiente eclesial.
–Juan Pablo II: «la crisis de las vocaciones al presbiterado tiene profundas raíces en el ambiente cultural y en la mentalidad y praxis de los cristianos. De aquí la urgencia de que la pastoral vocacional de la Iglesia se dirija decididamente hacia la reconstruccion de la “mentalidad cristiana”, tal como la crea y sostiene la fe» (Pastores 37). La confusión general en temas doctrinales es una de las causas principales de la falta de vocaciones. Y se comprende: «Si no se está seguro de la verdad ¿cómo se podrá poner en juego la propia vida y tener fuerzas para interpelar seriamente la vida de los demás?» (ib. 52).
Es, pues, necesidad primaria re-evangelizar a los candidatos que lo necesiten con la verdad católica, y librarles cuidadosamente, una a una, de todas las herejías que les afectan. Hay que «vacunarlos» contra todos los errores más vigentes en el ambiente en que viven y han vivido; como las madres vacunan a sus niños. Hay que pasarles a fondo un «antivirus» que purifique sus mentes y sentimientos de los innumerables errores que polucionan el ambiente de Iglesia que han vivido desde niños. Son jóvenes de buena voluntad, pero con frecuencia de muy mala doctrina.
Hablando en general, señalo algunas de las lagunas o errores más frecuentes en su pensamiento.
–No creen en el pecado original. No saben que los hombres sin Cristo están «muertos por sus delitos y pecados», cautivos de la carne, del mundo y de su Príncipe diabólico (cf. Ef 2,1-3; Jn 8,43-45).Esta idea, en principio, les resulta demasiado pesimista. No se animan a creerla. Sólo admiten versiones suavizadas del pecado original, que no se transmitiría por generación, por la transmisión de una naturaleza humana profundamente herida, sino por los condicionamientos negativos de un mundo pecador. La verdad es demasiado grave para ellos.
Pero enseña el Catecismo: «El pecado original entraña “la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo” (Trento: Denz 1511). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores» (407).
–No acaban de saber que los hombres necesitan ser salvados, pues van a ser juzgados finalmente por Dios, que con plena justicia y misericordia los premiará con el cielo o los castigará con el infierno según sus obras. Ignoran con frecuencia los candidatos al sacerdocio que los hombres se están jugando en la vida presente su situación en la vida eterna. Dan por cierta la salvación automática de todos los hombres.Es lo que quizá han oído desde niños. Sin embargo, deben enterarse bien enterados de que por el Orden sacerdotal, si lo reciben, ellos van a ser enviados a los hombres como Cristo fue enviado por el Padre: para convertir a los pecadores con la gracia divina, y darles el perdón de Dios.
–No tienen una fe cierta sobre la necesidad de Cristo Salvador y de su Iglesia. No piensan que los hombres, cuando les falta Cristo, andan sin verdad, sin camino y sin vida, o se ven al menos en una situación sumamente precaria y peligrosa tanto para la vida presente como para la salvación eterna.
–No captan la santa Misa como sacrificio de expiación y alabanza, cuando a ella habrán de dedicar principalmente su vida si llegan al sacerdocio. «Los sacerdotes, dice Juan Pablo II, son sobre todo los ministros del Sacrificio de la Misa: su función es totalmente insustituible, porque sin sacerdote no puede haber sacrificio eucarístico» (Pastores 48). Apenas conocen la Eucaristía como sacrificio de la Nueva Alianza, donde el Cordero de Dios quita el pecado de los hombres al precio de su propia sangre y les gana la filiación divina. Al menos, no lo tienen asimilado. Para eso tendría que ser afirmada esa verdad con mucha mayor fuerza y frecuencia.
–Son más los que entienden la gracia de Cristo al modo semipelagiano que el modo católico. Piensan que la mayor o menor santidad de las personas depende sobre todo del hombre, de «la generosidad» mayor o menor en su colaboración con la gracia. Son, pues, voluntaristas, con todo lo que ello implica de frustración, ansiedad y mediocridad en los intentos de santidad. No conocen apenas la primacía de la gracia.
–No han sido educados en la veneración de la Cruz, en el amor de Cristo Crucificado. No le ven la gracia a la Cruz, sobre todo cuando procede de causas injustas. No saben que para ser discípulos de Cristo es conditio sine qua non tomar la cruz de cada día y seguirle.
«Es necesario inculcar el sentido de la cruz, que es el centro del misterio pascual. Gracias a esta identificación con Cristo crucificado, como siervo, el mundo puede volver a encontrar el valor de la austeridad, del dolor y también del martirio, dentro de la actual cultura imbuida de secularismo, codicia y hedonismo» (Pastores 48).
–Ignoran en gran medida el misterio de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma que está en gracia. No entienden fácilmente la oración en clave trinitaria, como «un encuentro vivo y personal con el Padre, por medio del Hijo unigénito, bajo la acción del Espíritu» (Pastores 47). Es frecuente un cristocentrismo que prácticamente elimina la Trinidad divina. Y no es su fuerte el recogimiento de los sentidos, «guardar la presencia de Dios» a lo largo del día.
–En las Iglesia ricas falta el sentimiento y el conocimiento de lo sagrado. En las pobres, en cambio, tienen el sentimiento de lo sagrado, aunque les falte el conocimiento doctrinal. Hoy los candidatos al sacerdocio, apenas tienen idea de la especial virtualidad santificante de lo sagrado en la Iglesia. Nadie se lo ha enseñado. No saben, concretamente, que el sacerdote, por el sacramento del Orden, es un «ministro sagrado» de Cristo y de la Iglesia, que ha recibido una «nueva configuración» a Cristo y nuevas facultades para predicar el Evangelio, para perdonar los pecados, para realizar la Eucaristía.
–Estiman, sin pensarlo mucho, que todas las vocaciones cristianas, de suyo, son igualmente santificantes, y que no hay en principio algunas especialmente idóneas para el crecimiento en el Evangelio, es decir, para unirse con Cristo con un corazón indiviso. Aquello de Cristo: «si quieres ser perfecto, déjalo todo, toma tu cruz y sígueme», no tiene para ellos sentido aceptable.
–Como no les han predicado casi nunca del pudor y de la castidad, ignoran en buena parte estas virtudes, y apenas son conscientes de los pecados que las quebrantan. Hoy es posible en algunos lugares confesar adolescentes y jóvenes durante dos o tres horas sin que casi ninguno se acuse de algún pecado contra el pudor o contra la castidad, como no sea muy de paso y sin darle mayor importancia.
–Tampoco saben gran cosa de la virginidad y del celibato. No les han enseñado a venerarlos como caminos especialmente idóneos para la perfecta unión con Cristo.
Entienden que el celibato les facilitará una mayor dedicación al ministerio, pero apenas saben que les facilitará una más íntima unión con Cristo, y que por eso, «viviendo su celibato, el sacerdote podrá ejercer mejor su ministerio en el pueblo de Dios… y que su fidelidad en el celibato servirá también de ayuda para la fidelidad de los esposos» (Pastores 50).
–La anticoncepción habitual en el matrimonio la ven como algo inevitable, necesario, y por tanto no culpable. Es lo que han oído. Eso, y que dentro del matrimonio, vale todo.
–Entienden más o menos el valor de la oración, pero como apenas aprecian la quietud y el silencio, tienen gran dificultad para entrar y perseverar en ella. La misma pastoral juvenil y vocacional suele mover mucho a los jóvenes, que no paran.
«En un contexto de agitación y bullicio como el de nuestra sociedad, un elemento pedagógico necesario para la oración es la educación en el significado humano profundo y en el valor del silencio, como atmósfera espiritual indispensable para captar la presencia de Dios y dejarse conquistar por ella» (Pastores 47). La oración, la lectura espiritual, el estudio profano y religioso, exigen una cierta amplitud frecuente de quietud y de silencio. Cuando esto falta, no tenemos hombres con raíces, como árboles que crecen siempre fieles a sí mismos, sino con ruedas, que van donde les empuja el ambiente o las ideologías de moda.
–No tienen querencia por el sacramento de la Penitencia. No se les ha educado en su valoración, ni a veces encuentran confesores con facilidad. Incluso algunos sacerdotes los han apartado de la confesión realizada por devoción, sin que haya pecados graves. No ven al sacerdote como un ministro de Cristo, a quien ha sido dado poder espiritual para perdonar a los hombres sus pecados.
«Es necesario y urgente invitar a redescubrir, en la formación espiritual, la belleza y la alegría del Sacramento de la Penitencia. En una cultura en la que, con nuevas y sutiles formas de autojustificacion, se corre el riesgo de perder el “sentido del pecado” y, en consecuencia, la alegría consoladora del perdón y del encuentro con Dios “rico en misericordia”, urge educar a los futuros presbíteros en la virtud de la penitencia» (Pastores 48).
–No ven la Iglesia como «el sacramento universal de salvación», y suelen estar afectados más o menos de irenismo. «Con frecuencia la religión cristiana corre el peligro de ser considerada como una religión entre tantas o quedar reducida a una pura ética social al servicio del hombre» (Pastores 46).
–Sujetos a la moda antiintelectual, valoran escasamente los estudios eclesiásticos. Contraponen experiencia y conocimiento doctrinal, privilegiando la experiencia y devaluando la doctrina. Como si el mismo conocimiento no fuera ya una experiencia, y supremamente valiosa. Como si ciencia y experiencia no se potenciaran mutuamente. De hecho suele ser bastante pobre el nivel doctrinal de los movimientos actuales, de donde suelen proceder los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa. Por eso no es frecuente que los candidatos valoren el estudio de la filosofía y de la teología en toda la fuerza que estas ciencias tienen para evangelizar y para liberar del mundo y del padre de la mentira. Y diremos lo mismo, por supuesto, del estudio de la Escritura, del Magisterio apostólico, de la historia, de la liturgia, de la ascética-mística, etc. Confían en su intuición: «para mí la pobreza evangélica es…». Modo muy seguro para errar y permanecer en la ignorancia.
Por el contrario, la Iglesia hoy encarece mucho la formación doctrinal. El estudio de la teología «debe llevar al candidato al sacerdocio a poseer una visión completa y unitaria de las verdades reveladas por Dios en Jesucristo y de la experiencia de la fe de la Iglesia. De ahí la doble exigencia de conocer “todas” las verdades cristianas, y de conocerlas de manera orgánica, sin hacer selecciones arbitrarias» (Pastores 54). La buena doctrina de la fe católica favorece la experiencia espiritual verdadera. «Es necesario contrarrestar decididamente la tendencia a reducir la seriedad y el esfuerzo en los estudios, que se deja sentir en algunos ambientes eclesiales, como consecuencia de una preparación básica insuficiente y con lagunas en los alumnos que comienzan el período filosófico y teológico. Esta misma situación contemporánea [de confusión] exige cada vez más maestros que estén realmente a la altura de la complejidad de los tiempos y sean capaces de afrontar con competencia, claridad y profundidad los interrogantes vitales del hombre de hoy, a los que sólo el Evangelio de Jesús da la plena y definitiva respuesta» (ib. 56).
Añadiré a lo ya dicho tres vías fundamentales para la recuperación de las vocaciones.
–Oración humilde y penitente. Nuestro Señor Jesucristo nos manda que pidamos al Padre lo que necesitemos, y que aseguremos la eficacia de nuestras súplicas pidiendo «en su nombre» (Jn 14,13; 15,16; 16,23-26). Y concretamente nos manda pedir por las vocaciones, cuya escasez, en cierta medida, se da en forma permanente: «la mies es mucha, y los obreros pocos. Pedid, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,37). Por mala que sea la situación de una Iglesia, si pedimos su reforma a Dios, ha de cumplirse la promesa de Cristo: «si dos de vosotros conviniereis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os lo otorgará mi Padre, que está en los cielos» (Mt 18,19).
Si una Iglesia local no tiene vocaciones, habrá que preguntarse si se pide por ellas suficientemente… «No tenéis, porque no pedís», dice Santiago (4,2). Y también: «no recibís, porque pedís mal» (4,3). En efecto, nuestras oraciones alcanzan infaliblemente sus esperanzas si pedimos «en el nombre de Jesús», es decir, haciendo nuestro su espíritu: por tanto, desde la más profunda humildad, y con toda confianza filial. Una oración pelagiana, que no se funda en la bondad misericordiosa de Dios, sino en «la fuerza, la creatividad y la generosidad» de la juventud, por muy comunitaria y multitudinaria que pueda ser, no tiene por qué obtener lo que pide, pues no solicita al Padre «en el nombre de Jesús», es decir, en su espíritu.
A modo de ejemplo, e inspirándome en un encuentro juvenil concreto, recuerdo la suficiencia de algunas de sus oraciones: «Te damos gracias, Señor, por este encuentro, en el que hemos reflexionado sobre el modelo de Iglesia y de sacerdote que querríamos los jóvenes de N. N. Hemos comprendido que el estatus general en que se encuentra sumergida la Iglesia desde hace demasiado tiempo, la convierte en una estructura jerárquica que poco tiene que ver con el mundo real, del cual está cada vez más distanciada. Son muchos los que la consideran un negocio, un montaje, un sistema de poder o cosas aún peores. Queremos que la misa sea una comida familiar, no una obra de teatro. Queremos que la catequesis sea una reunión de amigos, no una clase. Queremos menos dogmas y más diálogo. Queremos tantas cosas. Pero también hemos comprendido, Señor, que no cambiarán las cosas sin la creatividad y el impulso nuevo de la juventud…» etc. Qué paciencia ha de tener Dios.
La oración de petición infalible, la que consigue todo de Dios, también las vocaciones, porque está inspirada por su mismo Espíritu, es la oración humilde y confiada. «De profundis clamavi ad te, Domine… Señor, escucha mi voz. Si llevas cuenta de nuestros delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?» (Sal 29,1-3). Modelos bíblicos y litúrgicos para ella no nos faltan. Podemos imaginar una oración comunitaria por las vocaciones, parafraseando un himno del profeta Daniel (3,26-29.34-41):
«Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, digno de alabanza y glorioso es tu Nombre. Porque eres justo en cuanto has hecho con nosotros, dejándonos sin pastores, permitiendo la dispersión de tu rebaño y la ruina de tu Templo. Todas tus obras son verdad, y rectos tus caminos, y justos todos tus juicios. Hemos pecado y cometido iniquidad, apartándonos de ti, y en todo hemos delinquido. Nuestros padres y también nosotros, buscamos nuestros intereses, y no los de Jesucristo; y tanto ellos como nosotros hemos abandonado la Eucaristía, despreciando la Palabra, el Cuerpo y la Sangre de tu único Hijo, nuestro Salvador. Hemos falsificado muchas de las verdades de la fe, hemos tolerado que los sacrilegios perduren, quedando impunes.
«Por el honor de tu Nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu Alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Reúnenos de nuevo en tu rebaño, suscita para congregarlo pastores santos, haznos dignos, pues no lo somos, de entrar a tu servicio; danos para ello un corazón nuevo, y vence nuestras voluntades rebeldes con la fuerza omnipotente de tu gracia. Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas marinas; por Jesucristo, tu Hijo, para que su muerte en la Cruz no sea vana; por la Santísima Virgen María, para que muchos hombres la conozcan y la amen; por tus santos apóstoles Pedro y Pablo, y por la intercesión de todos los santos.
«Todas las causas que hacen imposibles las vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras las hemos puesto y mantenido. Y ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos. Hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. y nos vemos obligados a decirte: “Señor, no tenemos profetas, ni jefes, ni sacerdotes, ni seminaristas, ni religiosos, ni sacrificios, ni ofrendas, ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia”.
«Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde. Perdona nuestros innumerables pecados, y danos un corazón nuevo, que no esté fascinado por el mundo visible, sino enamorado de ti. Danos un corazón que no busque la propia gloria, sino que pretenda con todo empeño tu gloria y el bien temporal y eterno de todos los hombres. Llámanos, y danos tu gracia para que seamos capaces de entregarte nuestras vidas incondicionalmente, en la forma que tú quieras. Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia; porque los que en ti confían no quedan defraudados».
¿Alguien se atreverá a pensar que tales oraciones, elevadas «desde lo más profundo» por «un corazón quebrantado y humillado», celebradas una y otra vez, cada mes, cada semana, cada día, con la perseverancia propia de la oración cristiana, y si es posible, presididas a veces por el Obispo y ante el Santísimo Sacramento, puedan ser desoídas por el Señor?
–Con toda esperanza. Todos hemos podido comprobar que en el mismo ambiente de una nación algunas Iglesias o familias religiosas permanecen sin vocaciones hace decenios, y que otras en cambio las tienen numerosas. En este segundo caso Dios ha hecho el milagro de que un árbol se haya mantenido vivo y con frutos, o haya recuperado su fecundidad. Pero a veces no habrá sido propiamente un milagro, sino una perfecta coherencia entre causas y efectos. Se eliminaron en esa Iglesia las herejías y los sacrilegios, se prohibió eficazmente regar el árbol de la Iglesia con la lejía del error, se le procuró el riego abundante de aguas puras y ortodoxas, y el árbol floreció y dió abundantes frutos de vocaciones y de vida cristiana. Quizá para conseguir todo esto, partiendo quizá de una situación muy precaria, apenas el Obispo local contaba con colaboradores idóneos. Pero con unos pocos –cinco panes y dos peces–, que con él se entregaron a Cristo por entero en la oración y el trabajo, más pronto o más tarde, recuperó la Esposa del Salvador su natural fecundidad en las vocaciones y en la renovación evangélica del pueblo cristiano.
–Conversión del pecado. Hablando en tono bíblico: el Señor está muy enojado con las Iglesias locales que no perseveran en la verdad, fieles a su Esposo, sin que adulteran con ciertos errores y sacrilegios. Y muy especialmente está ofendido por los pecados contra la fe cometidos, a veces en forma habitual, por no pocos de sus pastores: «sus sacerdotes han violado mi Ley, y han profanado mis cosas sagradas» (Ez 22,26).
Recordemos que el pecado de infidelidad, que lesiona más o menos gravemente la fe, es un acto de voluntario disentimiento acerca de una verdad revelada, suficientemente propuesta (STh II-II,10, arts. 1.2.4). Y recordemos también que, después del odio a Dios, el pecado de infidelidad «es el mayor de cuantos pervierten la vida moral», por ser el que más aleja de Dios al hombre (3 in c.). Si tal pecado es cometido por un sacerdote en el ejercicio de su ministerio, como maestro de la verdad católica y administrador de los sagrados misterios, el pecado es aún más horrible.
Pues bien, cuando en una cierta Iglesia éste y otros graves pecados pueden darse en algunas materias de modo estable, es decir, impune –como, por ejemplo, negar el purgatorio y afirmar la salvación universal necesaria–, podría decirse que está en una situación de pecado, de un pecado social. Y habría que aplicar a esa Iglesia concreta lo que Juan Pablo II enseña acerca de la sociedad civil maleada.
«Cuando la Iglesia habla de situaciones de pecado o denuncia como pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos colectivos, sabe y proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales. Se trata de pecados muy personales de quien engendra, favorece o explota la iniquidad; de quien, pudiendo hacer algo por evitar, eliminar o, al menos, limitar determinados males sociales, omite hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia; de quien busca refugio en la presunta imposibilidad de cambiar el mundo [de una Iglesia concreta]; y también de quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio alegando supuestas razones de orden superior [no dejar al pueblo sin sacerdote; no alterar en la comunidad cristiana la paz (!); no poner en peligro su unidad (!), etc.]. Por lo tanto, las verdaderas responsabilidades son de las personas.
«Una situación –como una institución o estructura– no es, de suyo, sujeto de actos morales. Así pues, en el fondo de toda situación de pecado hallamos siempre personas pecadoras. Esto es tan cierto que, si tal situación puede cambiar en sus aspectos estructurales e institucionales por la fuerza de la ley o por la ley de la fuerza, en realidad el cambio se demuestra incompleto, vano e ineficaz, por no decir contraproducente, si no se convierten las personas directa o indirectamente responsables de tal situación» (extractos de la exhortación apostólica Reconciliatio et pænitentia 1984,16).
La causa principal de la escasez o ausencia de vocaciones en una Iglesia local ha de atribuirse a la proliferación en ella de errores doctrinales y de abusos disciplinares. Por eso hay que ser conscientes de que no habrá vocaciones en una Iglesia local sino en la medida en que se convierta, volviendo a la fidelidad católica en doctrinas y normas.
El Nuevo Testamento se termina con el Apocalipsis. Y mis 215 artículos de «Reforma o apostasía» van a cerrarse también con ese libro inspirado. Cuando el Cristo glorioso escribe por San Juan apóstol cartas a las siete Iglesias de Asia, va mezclando en ellas elogios y acusaciones. Pero sólo a dos Iglesias dirige únicamente acusaciones, haciéndolo, por supuesto, con inmenso amor… A una y a otra no les exige cambios organizativos, modificaciones de imagen, método o lenguaje, o cosas semejantes, sino simplemente fidelidad a la doctrina recibida y vuelta al amor primero.
«Al Ángel de la Iglesia de Sardes escribe: “Tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir. Acuérdate de cómo recibiste y oíste mi Palabra: guárdala y arrepiéntete”» (3,1-6).
«Al Ángel de la Iglesia de Laodicea escribe: “Puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: ‘me he enriquecido, nada me falta’. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo… Sé ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (3,14-22).
«El que tenga oídos, que oiga» (Mt 13,9).
Reforma o apostasía.
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Termino la serie de artículos sobre el tema Reforma o apostasía. Deo gratias!. El Final no es absoluto, ya que seguiré, Dios mediante, complementando la serie con distintos artículos. Concretamente, todos los que sean “de reforma” continuarán llevando el número que les corresponda en la serie: el próximo, pues, será el (216).
Mantiene el blog el mismo nombre, pero, Dios mediante, se abre también a otros asuntos y cuestiones. Y los artículos que los traten no llevarán la numeración de Reforma o apostasía.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
34 comentarios
En referencia a este artículo, me ha impresionado particularmente la primera de las causas que menciona:
"Prefieren seguir en sus ideas que tener vocaciones."
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¿Pero cómo puede ser? La Iglesia toda, y por decenios, pidiendo fervientemente por más y mejores vocaciones, y ellos poniéndole palos a la rueda!
¡Pretendiendo imponer su ideología aunque ello lleve a dejar a la Iglesia sin pastores!! O casi.
Si esta gente tiene acceso a la dirección de un seminario, lo destruyen.
Yo doy fe que hay consagrados así, y le contaré una anécdota que lo grafica elocuentemente:
Hubo en mi parroquia suburbana tiempo atrás, un mal sacerdote que se negaba obstinadamente a dar la comunión de rodillas. En una ocasión un joven se arrodilló y el cura lo hizo parar para dársela. Al terminar la misa el joven fue a la sacristía y le recordó al mal cura que la Iglesia permite elegir la postura y que el obispo de ese entonces había dado intrucciones expresas en ese sentido. El cura le espetó:"En esta ciudad casi todos los curas piensan como yo, así que si el obispo insiste, va a tener que cerrar las iglesias".
O sea: "No me importa lo que quieran los fieles ni el obispo ni la Iglesia. Acá hay un grupete que la tiene clara y éso es lo que se va a hacer."
La apostilla del escarnio: a los pocos meses, ese mal cura era trasladado de parroquia. ¿Castigado? ¡Qué va! Se hizo cargo de la iglesia matriz de mi ciudad, la más poblada de la arquidiócesis...y en ella está hasta el día de hoy, negándose a dar la comunión de rodillas, por supuesto. ¡Y la decisión fue del obispo de marras, que conocía bien lo que pensaba el sacerdote!
Y después dicen que los fieles abandonan la Iglesia, pero yo me pregunto: ¿no se requiere una fe muy robusta para soportar estas cosas? Estos son escándalos que no creo que gente de fe sencilla y débil pueda sobrellevar.
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JMI.-Gracias, Ricardo, uno de los más fieles y lúcidos comentaristas de este pobre blog.
En cuanto a lo último: la gente humilde de fe sencilla son los que más aguantan. Dios los guarda en su paz.
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JMI.-Gracias, Daniel.
En la fund. GRATIS DATE hemos publicado ya, tomándolas de este blog, varias series monográficas:
+Reforma o apostasía.
+Mala doctrina.
+Gracia y libertad.
+La Cruz gloriosa (está en la imprenta)
Son grandes Cuadernos tamaño A4, a dos columnas.
Conservan las imágenes puestas en el blog.
Se pueden pedir a [email protected]
Excelente.
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JMI.-Bendición +
Que Dios lo bendiga y la Virgen lo ilumine siempre.
Un saludo
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JMI.-Bendición +
Que Dios lo ilumine y colme de fe, esperanza, y caridad.
Por otro lado me parece interesante resaltar el poder de la oración. Dios no hace más milagros porque lo impide nuestra pobre fe. Cuánto bien harían oraciones como las que usted propone; cuánto mal tal vez habrían evitado oraciones diarias integradas en la Eucaristía, rogando por la sanación de las víctimas de abusos de sacerdotes y consagrados, rogando por la santificación de los agresores; cuánto bien harían peticiones habituales dentro de la misa para que triunfe la vida y la paz, y no solo para que cesen las crisis económicas y las guerras lejanas y mediáticas, sino por el fin de la violencia abortista y de otras crisis y pobrezas mucho más graves que la económica. Claro que todo esto necesita nuestra conversión como mejor antídoto vigorizante que pueda sacarnos del mundo irreal que, principalmente alimentado por los medios de comunicación, noticieros y otras vías pecuarias ultramodernas, marca nuestras preocupaciones y preferencias según la corriente inercial.
Seguiremos atentos a sus palabras, Dios mediante.
Rezaré por usted.
Gracias.
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JMI.-Gracias por su gratitud.
Rezo para que el Espiritu Santo le siga iluminando y Santa María interceda por usted. Le pido que también se acuerde en sus oraciones de los que le leemos.
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JMI.-Bendición +
Dios lo bendiga. Se ve que es un buen sacerdote.
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JMI.-Buen... ya,ya.
"Rece por mí", como dice el Papa.
Bendición +
Esta frase suya: "Es, pues, necesidad primaria re-evangelizar a los --------- que lo necesiten con la verdad católica, y librarles cuidadosamente, una a una, de todas las herejías que les afectan." creo que podría perfectamente aplicarse a obispos, sacerdotes, profesores de teología, religiosas, etc., no a todos por supuesto, pero sí a muchos de ellos en mayor o menor medida. Porque debemos tener en cuenta que si los niños-jóvenes están mal formados es porque han recibido de aquellos una herencia espiritual-doctrinal defectuosa, a veces llena de agujeros que muy difícilmente va a poder ser subsanada. En pocas palabras, de tal palo tal astilla.
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JMI.-Todos estamos necesitados de una profunda re-evangelización, desde los Obispos hasta los monaguillos. Todos.
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JMI.-Dios les bendiga +
Como siempre ¡Gracias padre a Dios y a ud!
La Virgen lo guarde siempre.
No se canse de rezar por nosotros (y si Dios quiere, de seguir predicando!)
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JMI.-Bendición +
1) colocar un cartel bien visible a la entrada del templo, prohibiendo la entrada a quienes vistan indecorosamente.
2) Si alguna entrase a pesar del aviso, y yo la viese, le haría una advertencia, de buenas maneras, para no permaneciese desvestida en el interior.
3) si es preciso, denegaría la comunión a la feligresa o asistente que me viniera vestida como una... Y si lo estiman oportuno, que me denuncien a mi Obispo, o mejor aún, a la Santa Sede.
yo comprendo que es necesaria mucha valentía para hacer eso, y abundan los cobardes, que temen al mundo y quieren evitar por todos los medios, confrontaciones con el mundo, problemas con la gente, etc. También es cierto que muchos piensan que se verían desasistidos por sus respectivos Obispos.
Alguno se preguntará que tiene que ver esto con el problema vocacional. desde hace tiempo, creo fundadamente que los sacerdotes valientes en su predicación, en la "gerencia" de la parroquia, en el testimonio vital, etc. son los que suscitan vocaciones. Un clérigo cobarde, acomodaticio con el mundo, que rehúye los problemas con los seglares, y que por ello, "traga" o silencia muchas cosas, dificilmente despertará vocaciones en los jóvenes. Muchas veces, los jóvenes buscan consciente o inconscientemente, héroes a los que imitar. Un sacerdote valiente atraerá a muchos (espantará a los que tenga que espantar, como le ocurrió a Jesucristo cuando explicó el misterio eucarístico a una muchedumbre), y avivará la semilla de la vocación.
Por último, creo que el P. Iraburu podría haber seguido con esta serie de artículos pues hay temas de sobra. P. ej. las inhibiciones pastorales de aquellos que están arriba (o arribísima), que no castigan o censuran debiendo hacerlo (como soy muy reciente, ignoro si este tema habrá sido tratado).
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JMI.-Cuando dice Ud. que habría que hacer esto y lo otro cuando una feligresa etc.... Bueno, en todas las acciones pastorales tiene uno que obrar por la caridad, por una caridad regida en su ejercicio concreto por la prudencia y el don de consejo. Unas veces convendrá una cosa, otras otra. Depende la persona afectada, del ambiente, de muchas cosas. No hay soluciones uniformes.
He tratado en mi blog de La Autoridad apostólica debilitada. Al final de cada artículo, verás Ud. que pone Índice de Reforma o apostasía. Ahí puede darle un repaso y ver lo que he ido tratando, por si algo le interesa en especial. Por supuesto que hay tropecientos temas más, pero cuando se hace una larga serie, en algún momento hay que terminarla. Aunque, como he de seguir el blog, nada impide que toque otros temas interesesantes para para reforma de la Iglesia.
En el último sermón que he escuchado, es demasiado el atrevimiento, que cuando en China no hay vocaciones ha llegado a culpar a la Iglesia de Roma, por no adaptarse a la cultura del país, no son pocos los errores cuando el alma pierde el sentido de la vida en Cristo Jesús, vida sin oración, apego a las costumbres mundanas, vicios, por lo que terminan por no obedecer a Espíritu Santo.
La Liturgia de la Misa no puede celebrarse a capricho del celebrante, sino en la Santa Obediencia,
E"JMI.-Todos estamos necesitados de una profunda re-evangelización, desde los Obispos hasta los monaguillos. Todos. "
Bien sabemos que necesitamos estar abiertos a la docilidad del Espíritu Santo, pero si el corazón se cierra a la re evangelizarse, no será posible. El Beato Juan Pablo II, el Papa emérito, hicieron gran labor por la Evangelización, y ahora el Papa Francisco, en que algún sacerdote de barrio no está muy a favor.
¿Rezar? No podemos prescindir de la oración, porque si en la liturgia, los feligreses confían más en las palabras del sacerdote, aún cuando no siempre sean las correctas que manda la Santa Madre Iglesia Católica. Para algunos las normas de la Iglesia Católica se les han hecho como una carga insoportable. Pero para los que aman a Cristo, no hay nada de pesadez ni incomodidad.
El problema para sentir la terrible carga, es porque no han renunciado del todo al mundo.
Problemas de la reevangelización, la televisión, cuánto mas se ve, menos dedicación a la oración, y como usted explica con mayor claridad.
La luz que nos ha bridado, ha disipado mucha tinieblas, se nota que su corazón esta lleno de la Gracia de Dios.
Siento que todo lo escrito clama al cielo.
Ofrezco también mi voluntad para que el Reinado de Dios, venga a la tierra como en el cielo.
Terminada la apostasía, padre, prepárenos para la Parusia.
Dios lo bendiga siempre. Un cordial saludo.
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JMI.-"Terminada la apostasía" (???)...
"Preparémonos a la Parusía": eso sí, siempre, desde el s.I de la Iglesia hasta hoy: como vírgenes prudentes, con las lámparas encendidas, esperando la vuelta del Señor. Ven, Señor Jesús.
Bendición +
Por otro lado, S. Pablo es bastante claro en I Tim 2,9 y si no recuerdo mal, hace décadas se publicó un documento de un organismo de la Curia Vaticana en la que se disponía la obligación del sacerdote de denegar la comunión a las que fuesen vestidas indecente o provocativamente. Me parece que lo leí en el tomo II de "Teología moral para seglares" del gran Royo Marín.
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JMI.-Qué horror. ¿Cómo se puede mandar al infierno así, por las buenas, mejor, por las malas, al Romano Pontífice Pablo VI, el autor de la Humanae vitae, Sacerdotalis celibatus, Mysterium fidei, y tantos otros textos excepcionalmente altos y profundos? Estrambótico, desnortado... Es increíble el mal que ha hecho (aunque sea indirectamente y por reflejo) el lefebvrismo y el filolefebvrismo a la hora de descalificar a los Papas postconciliares, como si fueran un prólogo del Anticristo. Hasta la gente buena, como ud., se atreve a decir de ellos, en este caso de Pablo VI, verdaderas barbaridades. Si mis padres o abuenos oyeran hablar así del Papa se quedarían terriblemente escandalizados. Hasta hace unos 40 o 50 años nadie hablaba así del Papa como no fuera un masonazo, un agnóstico o un enemigo de la Iglesia.
chicas en minifalda ? recostadas ??!!
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JMI.-Qué espanto.
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JMI.-Y todavía insiste en presentar el infierno como una "probabilidad" del final eterno de Pablo VI.
No haga suyas y difunda las barbaridades que dice otro.
Justo ayer escuchaba su exposicion sobre la castidad, muy profunda y claro a la vez; en base a ello, el afiche en cuestion está totalmente fuera de tono en esta pagina de espiritualidad catolica.
Si fuera una página mundana, eso no causaria ni "cosquillas" pero en InfoCatólica, definitivamente "la cosa no va".
Gracias por sus comentarios.
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JMI.-Sr. Don Luis Pissavini (luis, ludovicus, ernesto, Pissaví, borgoñón gruñón, más claro agua, Pissavini06, savonarola, descubiertoeltruquito, dantista, etc. ) no se esfuerce, no se canse. Es inútil.
Iba a sugerirle algún pseudónimo más, pero no: ya veo que tiene sobrada creatividad para producirlos.
muchas gracias por sus artículos sobre este tema, me han resultado muy iluminadores.
Me ha sorprendido, sin embargo, que hablara tan poco de un detalle y le pido que usted, con su experiencia como rector y formador nos pudiera aclarar:
¿Que rol juega en esta crisis la selección de los candidatos al sacerdocio y los requisitos de admisión a los seminarios? En mi experiencia, pareciera que a veces se estuviera haciendo una vista demasiado gorda respecto de defectos -no necesariamente de orden moral- en los candidatos, en lo referente a su madurez (afectiva, social, etc.), capacidad intelectual, honestidad, etc. ¿No es esta también una causa de escasez en las vocaciones al desanimar a otros jóvenes? ¿O es consecuencia simplemente necesaria de un proceso de difícil discernimiento como la entrada a los seminarios?
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JMI.-Los requisitos para las vocaciones son muy estrictos. Dependerá de cada lugar que se cumplan con más o menos cuidado. En general, yo creo que se atienden bien. Más problema veo en que hoy es muy frecuente que el candidato proceda, p.ej., de familia no practicante, no creyente, que tenga una formación cristiana deficiente, por familia, por catequesis, etc. Y el Seminario o Noviciado tiene que hacer su obra a veces muy desde los fundamentos más elementales.
Esperamos con inpaciencia, sus próximos articulos.
Atentamente María
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JMI.-Siguiendo su indicación, no publico su comentario.
Pero en realidad no hay para qué ayudarle. Simplemente, todo lo que Ud. me cuenta que dijo ese sacerdote forma un montón de herejías de corte modernista, ya viejas y archi-conocidas. En cualquiera de esos temas, basta con mirar el Catecismo para saber ciertamente que está enseñando mentiras incompatibles con la fe católica. Está haciendo un buen servicio al Padre de la Mentira. Dios le dé la conversión y lo perdone.
De la monja letrada que me pregunta no tengo la menor noticia.
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JMI.-La soberbia, la desobediencia contra Dios, que le hace enemigo del hombre, al verle amado por Dios y salvado por la encarnación del Verbo divino, la Cruz, la donación del ESanto.
Estare atento a sus proximas publicaciones.
Por cierto, leyendo un comentario de mas arriba, me gustaria que tratara el tema de la parusia. Mi sensacion es que siempre se trata por la tangente pero sin detalles concretos
Gracias!!
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JMI.-Pinche al final del artículo donde pone Índice,
y en los números (19), (20) y (21) trato de la Parusía.
No hay prácticamente nada referente a la fe y la Iglesia que no haya sido abordado en los más de doscientos artículos escritos por el P. Iraburu. En mi opinión, ha prestado uno de los mejores servicios que se puede prestar a la Iglesia. Este blog era, y es, necesario. Y esta obra debe alcanzar la máxima difusión posible.
Aunque ya se ha publicado en papel algunas mini-series, creo que sería oportuno sacar un gran libro -quizás en dos volúmenes- con todos los artículos reunidos.
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JMI.-Sobre lo último que dices. A ver qué quiere el Señor. Porque como no nos le dé por su gracia, aquí no se hace naa de naa.
Pero es solo una sospecha, claro, :D
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JMI.-"Reforma o apostasía", con sus 215 artículos, sería un tocho de más de 1.000 páginas.
A un lector que se lo leyera entero le podría dar cualquier cosa. Es mucha responsabilidad.
Publicando series a poquicos, ya es otra cosa.
Quizás sacándolo en 2-3 volúmenes sería factible.
En todo caso, ya está bien ir publicando "series a poquicos".
Que el Señor nos conceda la gracia de ser perseverantes en la oración y la humildad suficiente para aceptar su Palabra sin quitar ni añadir una sola tilde.
Que Dios le bendiga.
Quisiera saber qué opina con respecto a los obispos que vivieron la transición desde posturas muy diferentes con respecto a la relación entre la iglesia y los fieles de aquella época de cambios.
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JMI.-Perdone que no responda su pregunta. Es demasiado amplia.
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JMI.-Gracias. Bendición +
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JMI.-Están editadas cinco de las series que van integradas en REFORMA O APOSTASÍA en la Fund. GRATIS DATE ( [email protected] ) donde se pueden pedir.
+Reforma o apostasía.
+Mala doctrina.
+Gracia y libertad.
+Católicos y política
+La Cruz gloriosa
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JMI.-Gracias por su gratitud.
Bendición +
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