(212) Reforma o apostasía –VIII. Secularización del sacerdocio ministerial

–¿Y eso es de verdad un sacerdote católico?

–Más respeto. Ése es un sacerdote de Jesucristo, un ministro sagrado de la Iglesia.

El intento de secularizar la vida y el ministerio de los sacerdotes, sin fundamento alguno en el Concilio Vaticano II, es muy fuerte en los años 60 y 70 del siglo pasado. Por esos años, se difunde ampliamente el convencimiento de que la renovación del sacerdocio católico ha de realizarse por la secularización o desacralización de los sacerdotes, ministros sagrados de la Iglesia. Esta tendencia secularizadora no es propiamente una teología, sino una ideología, pues no tiene fundamento real alguno en la Escritura, la Tradición y el Magisterio, ni en la teología de lo sagrado, que ya expuse (210). Tampoco halla, como digo, ninguna base en la doctrina del Vaticano II.

En el artículo aludido, ya vimos que el Concilio usa con gran frecuencia la terminología de lo sagrado al hablar de Obispos, presbíteros y diáconos. En la Lumen gentium, por ejemplo, trata del «orden sagrado de los Obispos» (20c), de su «consagración», de su «sagrado carácter», por el que reciben «el sumo sacerdocio, el sumo ministerio sagrado» (21b). Ellos son «pastores sagrados» (30, 37abc), y sagrados son su ministerio (26a), su potestad, su derecho a regir (27a), su oficio (28a, 37a). La misma terminología y teología emplea esa constitución conciliar al tratar del sacerdocio presbiteral: el orden sagrado (11b, 20c, 26c, 28a, 31ab), el sagrado ministerio (13c, 21b, 31b, 32d), los ministros sagrados (32c, 35d), la sagrada potestad sacerdotal (10b, 18a), el sagrado oficio presbiteral (28a, 35d). Y ese mismo es el lenguaje de la Constitución Sacrosanctum Concilium o de los Decretos Christus Dominus y Presbyterorum Ordinis.

El movimiento secularizador del clero está inspirado por un mal espíritu, ya que 1.-al propugnar una des-sacralización del sacerdocio ministerial, intenta desnaturalizarlo, eliminando su natural condición sagrada; y más aún, 2.-presenta falsamente este intento como «una exigencia del Vaticano II». Parece increíble, pero así es. Quienes promueven, sin embargo, esa laicización del clero nunca citan textos concretos del Concilio, porque todos les son contrarios. Han de remitirse al «espíritu del Concilio», que tiene tanta realidad, más o menos, como «el fantasma de la Ópera».

Son años, por ejemplo, en los que profesores alemanes, holandeses y belgas propugnan la secularización radical de la figura del sacerdote en el Congreso de Lucerna (IX-1967). El Concilio Pastoral Holandés llega a conclusiones semejantes sobre la vida sacerdotal(«Documentation Catholique» 1970, 174-176). El movimiento sacerdotal Échanges et dialogue, en la asamblea de Dijon, concluye, según informa «Le Monde» (14-4-1970), que «es necesario suprimir toda distinción entre sacerdote y laico». «Todos somos laicos y todos somos sacerdotes». «Considerar al sacerdote como una persona sagrada es una alienación». Prácticamente en todas las Iglesias locales, en formatos más o menos moderados o radicales, hubo movimientos y asambleas –Priestergruppen, Septuagint, Sacerdotes para el Tercer Mundo– con esta misma orientación. En España representó esa tendencia, con gran reflejo en Hispanoamérica, la Asamblea Conjunta Obispos-Sacerdotes (1971), de la que hablaré en seguida.

El argumentario de los secularizadores del sacerdocio católico rechaza la figura del sacerdote que la Iglesia, a lo largo de veinte siglos, ha configurado en su doctrina y en su disciplina conciliar y canónica. Rechaza, pues, el sacerdocio católico que, partiendo del Nuevo Testamento, la Iglesia ha guardado como un tesoro durante siglos, pasando por San Ignacio de Antioquía, San Cipriano, Los seis libros del sacerdocio de San Juan Crisóstomo, la Regula pastoralis de San Gregorio, tantos concilios que tratan de vita et honestate clericorum, hasta las numerosas y formidables Encíclicas modernas sobre el sacerdocio. Y la falsedad fundamental de los secularizantes consiste en que hablan de la sacralidad de los sacerdotes católicos como si fuera simplemente la de los sacerdotes levíticos judíos o paganos. Resumo algunos textos tomados de los movimientos que he citado en el párrafo anterior.

En el Antiguo Testamento «los levitas fueron separados del resto del pueblo, y la familia de Aarón del resto de los levitas. Por el contrario, el autor de los Hebreos pone toda la insistencia en que [el Pontífice] sea enteramente semejante a los hombres. La separación, por tanto, no pertenece a la noción del verdadero sacerdocio que se instaura en Cristo; como tampoco pertenece a nuestro sacerdocio cristiano el concepto de casta aparte, y todo lo que venga a representar un grupo diferenciado». Según esto, «se rechaza todo privilegio, toda distinción; y se acepta la condición difícil y humillante de los humanos».

Ésa fue la vida de Jesús, que «no usó una lengua escolástica, no vistió de una manera rara, ni se educó en un ambiente distante y distinto. El ministro de la Iglesia no puede ser un señor que, a semejanza de las castas sagradas del mundo pagano, hable un idioma mental diferente, vista un traje diferente, tenga una sensibilidad extraña y distante. Para poder transformar el mundo, unido al Pueblo de Dios, tiene que ser fermento en la masa».

Por tanto, «hay que pasar del régimen de separación dominante, que recuerda más una estructura pre-evangélica (de casta sagrada separada del pueblo impuro) a un régimen de presencia evangélica. No hay razón teológica que impida que la vida del ministro eclesial participe de las formas de existencia del Pueblo de Dios en el mundo. La estructura de separación de una casta sacerdotal está justificada en el eón pre-pascual, en que la existencia humana (trabajo, vida social) estaba bajo la maldición radical de Dios. Esta situación del ser en el mundo está radicalmente superada por el Acontecimiento Pascual. Por ello no hay más que razones prácticas pastorales que puedan delimitar –en casos particulares– las formas existenciales de ser en el mundo del sacerdote ministerial cristiano. La única razón teológica de separación es la separación del pecado: pero ésa la tiene todo el pueblo cristiano».

Habrá que afirmar, pues, en consecuencia que, si bien «a nivel individual no es necesario que todos y cada uno realicen este tipo de presencia por el trabajo civil, sin embargo, a nivel de grupo es verdaderamente necesaria una abundante presencia [en el mundo secular] por el trabajo civil. Si no el grupo vuelve a ser un separado. Pues le falta una de las formas esenciales del ser en el mundo del hombre: el trabajo de producción social dentro de la circulación económica de bienes y servicios: elemento básico del tejido relacional de la estructura socio-política radical del hombre».

En esta secularización o laicización de la vida del sacerdote, se propugna, pues, según tendencias más o menos radicales, la inserción del clero en el mundo secular por el trabajo civil, el compromiso político, el matrimonio optativo, el ocio y las diversiones seculares, el vestido y la casa, y todo el conjunto de su vida. Y el planteamiento, mutatis mutandi, viene a ser el mismo para la vida de los religiosos y religiosas. En esos años, rápidamente, fueron desapareciendo sotanas y hábitos, que fueron sustituidos por algún leve distintivo, pronto empujado, por la lógica del mismo impulso secularizante, a desaparecer también.

La doctrina y disciplina de la Iglesia Católica sobre los sacerdoteses verdadera, santa y santificante, tanto para los sacerdotes como para el pueblo cristiano. Se desarrolla siempre bajo la guía del Espíritu Santo. Y es inconciliable con la ideología de los secularizantes, que todavía hoy predomina en no pocas Iglesias locales.

1.–Cristo creó en el colegio apostólico un grupo bien diferenciado, con un modo propio de vida, y dotado de una autoridad espiritual propia, que habrá de ejercitarse, como la de Cristo, a modo de servicio (ministerium). Antes eran pescadores de peces, y Jesús los transforma en pescadores de hombres (Mc 1,16-18). Dejan, pues, sus oficios, y también sus familias y pueblos: «lo dejaron todo» (Mc 10,28), para seguir a Jesús, dedicando toda su vida por el ministerio sagrado sacerdotal a la glorificación de Dios y la salvación de los hombres. En la historia de la Iglesia este modelo de vita apostolica es el que ha determinado, ciertamente como «grupo diferenciado», la vida y ministerio de Obispos y presbíteros. Y también configura en forma propia la vida de los religiosos mediante la profesión de los tres consejos evangélicos. A esos consejos, por otra parte, tampoco son ajenos los sacerdotes (Vat. II, PO 15-17; Juan Pablo II, exh. apost. Pastores dabo vobis, 1992, 27-30).

2.-Los secularizadores del ministerio sacerdotal sagrado desfiguran su verdadera sacralidad cristiana, dándole rasgos paganos o judíos, para poder así más cómodamente repudiarla. Hacen una caricatura odiosa de la verdadera condición sagrada de los sacerdotes, como si formaran una casta aparte, privilegiada y al mismo tiempo alienada, distinta, y más aún, instalada en una separación dominante, diferenciada del pueblo impuro laical… Todo eso no es más que palabrería falsa. ¿A qué viene ese terrorismo verbal, que no hace sino impedir un discurso teológico sereno a la luz de la fe? ¿Qué tienen que ver todos esos términos odiosos con la vida del cura de Ars o con la figura de la madre Teresa de Calcuta, y con tantos buenos sacerdotes y religiosos del pasado y del presente?

3.-La sacralidad sacerdotal cristiana es de unión, no de separación, como todas las otras sacralidades que existen en la Iglesia. Al estudiar lo sagrado-cristiano (210) ya vimos que

«el templo es un edificio sagrado, y tiene una forma visible peculiar, distinta de las casas corrientes; pero justamente por eso, por ser sagrado, está abierto a todos, a diferencia de las casas privadas. Un sacerdote, por ser ministro sagrado, debe ser identificable incluso exteriormente, y puede ser abordado por cualquiera, mien­tras que un laico no tiene por qué ser tan identificable y asequible a todos. Es evidente: las sacralidades cristianas no son de separación, sino de unión». El Cura de Ars y la Madre Teresa, también en su misma presencia exterior, son muy distintos del pueblo al que sirven, y precisamente por eso están mucho más unidos a la gente que cualquier laico.

Es un engaño. Los secularizantes des-sacralizadores nos han querido hacer creer que los religiosos y sacerdotes tradicionales (sagrados), son seres carentes de sana secularidad, alejados de un mundo que condenan sin entenderlo, y que no pueden salvar porque de él están alienados y distantes. Y que así están situados al borde de la extinción, entre otras cosas por la falta previsible de vocaciones.

Es falso. Es todo lo contrario. El fraile, el cura y la monjita tradicionales dieron, dan y darán innumerables figuras de personas activas, alegres, que se mueven perfectamente en el mundo, que convencen a un concejal, que consiguen rebajas del constructor, que, sin complejo alguno, llaman a conversión al adúltero, al borracho o al ricachón, que consiguen llevar el agua a un barrio periférico o que montan una granja de pollos para financiar un hogar de huérfanos, que sacan dinero de no se sabe ni dónde –aunque no roban–, que no tienen crisis de identidad y que suscitan innumerables vocaciones jóvenes, llenas de cariño y respeto hacia los curas y religiosos mayores. ¿No es ésta la realidad?


A quienes vemos muy perdidos en el mundo es precisamente a los curas, frailes y religiosas de un estilo secularizado. No me refiero sólo a quienes visten de paisano, porque no pocos de ellos son grandes servidores de Cristo y de sus hermanos, sino a los que han laicizado todo su estilo de vida por convicción ideológica, contrariando expresamente la tradición y disciplina de la Iglesia. Éstos no son ni carne ni pescado. Y al no creer plenamente en su condición sagrada, ni en su propia identidad, ni en su sagrada misión, se ven insignificantes, y realmente lo son: «tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país» (Jer 14,18). Como no pescan peces ni tampoco hombres, el mundo los menosprecia. Éstos son los que, jugando a ser iguales a los laicos, ven perturbada por una ideología artificial su relación con los fieles cristianos, y quedan impotentes para predicar el Evangelio a quienes no tienen fe. Problematizados por su falsa posición, son frágiles e inestables, con frecuencia se ven afectados de dolencias psicológicas, pasan por crisis periódicas, se ven estériles, no suscitan vocaciones que prolonguen su horizontal secularismo, que, avanzados en la edad, ya no resulta ilusionado, renovador y heroico, sino desencantado y a veces aburguesado. Creyeron que la Tradición de la Iglesia había configurado erróneamente el sacerdocio durante veinte siglos, y que sólo a mediados del XX, ¡por fin!, se había descubierto su verdad… Los engañaron. Eligieron un camino falso, que no lleva a ninguna parte. Oremos por ellos.

La Asamblea conjunta Obispos-Sacerdotes (1971), impulsada por el Cardenal Vicente Enrique Tarancón (1907-1994), presidente de la Conferencia Episcopal, fue en España la promotora principal del profundo cambio operado en la vida y ministerio de los sacerdotes diocesanos (Asamblea Conjunta Obispos-Sacerdotes, BAC, Madrid 1971, 747 págs.).Entre los muchos asuntos que se trataron en la Asamblea, recordaré aquí solamente algunos más relacionados con el objeto de este artículo. Se trató en ella de la secularización y el neosacralismo (ponencia Iª); del estatuto social del sacerdote y de la «inserción del presbítero en la sociedad mediante el trabajo» civil(IIª); de la actitud del presbítero ante el mundo, y de la espiritualidad de la encarnación (VIª):

«El espíritu de consagración evangélica que ha de vivir el presbítero en su ministerio no consiste en la separación del pueblo o de la vida al modo de la sacralidad levítica y pagana, que ha sido definitivamente superada por el acontecimiento pascual, sino en la separación del pecado. La santidad evangélica por eso no es una sacralidad separada y dominante del pueblo», etc. «Muchos presbíteros se verán obligados a compartir el trabajo civil como la forma de estar presentes en medio de los hombres, y así realizar su misión» (pág. 485-486).

Vimos de pronto religiosos taxistas, sacerdotes repartidores de gaseosas, etc. Los seminaristas dejaron los Seminarios para vivir en pisos de ambientes populares, y con el mismo fin los religiosos abandonaron en muchos casos sus conventos. Eran años, precisamente, en que muchas familias religiosas hubieron de celebrar después del Concilio sus Capítulos extraordinarios, y en éstos se produjeron grandes cambios e innovaciones. Todas estas secularizaciones existenciales se desarrollaron entre sacerdotes y religiosos muy aceleradamente, dando paso muy pronto a las secularizaciones canónicas, que se multiplicaron desastrosamente. Las vocaciones sacerdotales y religiosas bajaron bruscamente en ese tiempo de cien a diez o menos. La mayoría de las revistas y editoriales se puso al servicio de este impulso secularista, y difundió textos que en todos los tonos —psicológico crítico, histórico, filosófico, sociológico, ascético o incluso heroico y lírico— propugnaban la teología de la secularización, como la clave decisiva para el aggiornamento de la Iglesia.

La Asamblea conjunta recibió en seguida adhesiones y rechazos muy fuertes. Citaré solamente dos:

En contra. La Sagrada Congregación para el Clero (prefecto, Card. J. Wright; secretario, P. Palazzini; 9-II-1972) envió una carta al Cardenal-Arzobispo de Madrid, Mons. Tarancón, presidente de la CEE, con el encargo de hacerla llegar a todos los Obispos. La carta adjuntaba un detallado Estudio sobre las conclusiones y ponencias de la Asamblea conjunta de Obispos-Sacerdotes, tenida en Madrid del 13 al 18 de septiembre de 1971 («Ecclesia» 1972, 540-550).

El estudio enviado por la Congregación del Clero, antes de analizar una por una las siete ponencias de la Asamblea, comienza por advertir que «hay orientaciones y planteamientos de fondo» que afectan a todas ellas, y que son «incorrectos o, en diversos casos, claramente erróneos». A veces «se equipara la “fe de la madre Iglesia y la ideología del mundo moderno”, afirmando que es necesario llegar a una síntesis de las dos». Sólo así será posible la «fidelidad a Cristo» y la «“fidelidad al mundo” (el término “mundo” se emplea en un sentido claramente secularizado» [A]. «La completa nivelación “sociológica” entre presbíteros y seglares se hace partiendo de la afirmación errónea de la “definitiva superación de la distinción entre lo sacro y lo profano por parte del Nuevo Testamento y del mundo moderno”. Y así, mientras se postula para los sacerdotes un trabajo civil, una participación en la vida política, etc., se pide a los seglares que se inserten en todas las estructuras eclesiásticas, que puedan predicar homilías, que administren la Eucaristía, etc.» [C].

A favor. Fueron muchos los que impugnaron el Documento romano y defendieron a ultranza las orientaciones y conclusiones de la Asamblea Conjunta. La revista «Iglesia viva», por ejemplo, dedicó al tema un número especial (III-IV-1972). Y entre los varios artículos que reunía, destacaba el largo y muy argumentado Estudio teológico-jurídico sobre el Documento de la Congregación del Clero (págs. 133-161), firmado por Olegario González de Cardedal, Antonio Rouco, Fernando Sebastián y José Mª Setién, cuatro catedráticos de la Universidad Pontificia de Salamanca prestigiosos y jóvenes (38, 36, 43 y 44 años de edad, respectivamente).

Los autores del estudio analizaron también minuciosamente, una por una, las ponencias y conclusiones de la Asamblea Conjunta y las consideraciones contrarias del Documento romano. Y su respuesta, en resumen, fue ésta: «No hay en los documentos de la Asamblea ninguna expresión que, tomada en su contexto, se pueda considerar errónea o de cuya ortodoxia se pueda dudar objetivamente. Más bien nos parece que tanto las conclusiones como las ponencias están realmente inspiradas en el magisterio de la Iglesia, particularmente de los últimos Sumos Pontífices y del Vaticano II. Las acusaciones que se hacen en el Documento romano en contra de la Asamblea Conjunta nos parecen, por tanto, totalmente infundadas ya que deforman objetivamente el sentido de sus textos» (pg. 133). Seguramente varios de los firmantes del estudio, después de muchos años de entrega pastoral al servicio de la Iglesia, con el favor de Dios, habrán cambiado de opinión.

No entro aquí en la descripción de esta polémica larga y prolija. Dejo para otra ocasión –si Dios me la da– tratar más ampliamente de la Asamblea Conjunta, de su larga preparación, iniciada con la encuesta-consulta hecha al clero antes de la Asamblea, desde 1969, de sus tesis doctrinales y prácticas, y de sus efectos profundos y duraderos en la vida de la Iglesia en España. Pude conocer bastante la gestación y el desarrollo de la Asamblea, pues era yo entonces subdirector del Secretariado Nacional del Clero, hasta que dimití del cargo poco antes de su celebración.

Una vez más los Papas, impugnando la secularización del sacerdocio, «confirmaron en la fe» a sus hermanos. Pablo VI, por ejemplo, cuando más arreciaba el empeño des-sacralizador de la vida y ministerio de los sacerdotes, habló muchas veces de la necesidad de defender la visión bíblica y tradicional de los sacerdotes, impulsada por el Vaticano II.

El Papa denunció «el inconveniente, hoy muy extendido, de querer hacer del sacerdote un hombre como otro cualquiera en su modo de vestir, en la profesión profana, en la asistencia a los espectáculos, en la experiencia mundana, en el compromiso social y político, en la formación de una familia propia con renuncia al celibato. Se habla de querer integrar al sacerdote en la sociedad. ¿Es así como debe entenderse el significado de la palabra magistral de Jesús, que nos quiere en el mundo, pero no del mundo? ¿No ha llamado y escogido Él a sus discípulos, a aquellos que debían extender y continuar el anuncio del reino de Dios, distinguiéndoles, más aún, separándolos del modo común de vivir, y pidiéndoles que lo dejaran todo para seguirle solamente a Él? Todo el Evangelio habla de esta cualificación, de esta especialización de los discípulos que deberían ser después los Apóstoles. Jesús los ha separado, no sin un sacrificio radical por parte de ellos, de sus ocupaciones ordinarias, de sus intereses legítimos y normales, de su asimilación al ambiente social, de sus afectos sacrosantos, y los ha querido consagrados a Él, con un don completo, con un compromiso sin retorno, contando, eso sí, con su libre y espontánea respuesta, pero pidiéndoles por adelantado una total renuncia, una inmolación heroica. Escuchemos de nuevo el inventario de nuestras renuncias de los labios mismos de Jesús: “todo aquel que dejare su casa, sus hermanos o hermanas, a su padre o a su madre, a la esposa, los hijos o sus campos por mi nombre”… Y los discípulos tenían conciencia de esta su personal y paradójica condición; Pedro dice: “he aquí que nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido”» (17-2-1969).

El Sínodo de los Obispos (1971), en ese mismo tiempo, centra su atención en el sacerdocio ministerial, y frena también el avasallador impulso secularizante del sacerdocio ministerial. Recuerda que éste es «distinto del sacerdocio común de los fieles por su esencia y no sólo por grado (LG 10)», y reafirma su condición profundamente sagrada, llegando a decir que el sacerdote «hace sacramentalmente presente a Cristo, Salvador de todo el hombre, entre los hermanos, no sólo en su vida personal, sino también social» (I,4). Son palabras muy fuertes, que evocan el alter Christus tradicional, y que en forma equivalente ya las hallamos en el Vaticano II: Cristo «está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro», etc. (SC 7). Sin embargo, estas enseñanzas del Papa y del Sínodo de los Obispos no lograron detener la marea secularizante del sacerdocio.

El espíritu de la secularización logró, en concreto, des-sacralizar rápidamente el vestir propio de los cristianos más especialmente sagrados, los sacerdotes y los religiosos. Estos modos propios de vestir estaban entonces mandados por el Código canónico de 1917 (c. 136, clero; 596, religiosos), como también están ordenados en el vigente Código de 1983 (c. 284, clero; 669, religiosos). Rápida y mayoritariamente, sacerdotes y religiosos adoptaron atuendos laicales. Fue éste, a mi entender, uno de los factores externos más eficaces para promover una captación interna secularizada de la propia identidad sacerdotal o religiosa.Desarrollo más este tema en Hábito y clerman (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2008).

La Autoridad apostólica, sin embargo, siempre trató de reafirmar la norma y la costumbre del traje eclesiástico y del hábito religioso. Así, por ejemplo, la Congregación del Clero, publicó en 1994 con la aprobación del Papa Juan Pablo II un Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, en el que urgía la «Obligación del traje eclesiástico» (n. 62), apoyándose en las normas canónicas y dando numerosas citas de las enseñanzas de Pablo VI y de Juan Pablo II:

«En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero –hombre de Dios, dispensador de Sus misterios– sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público. El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel –más aún, por todo hombre–su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia.

«Por esta razón, el clérigo debe llevar “un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legítimas costumbres locales” [Código 284].El traje, cuando es distinto del talar [la sotana], debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal.

«Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente.

«Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia.

«Su Santidad el papa Juan Pablo II, el 31 de enero de 1994, haaprobado el presente Directorio y ha autorizado la publicación. +José T. Card. Sánchez, Prefecto; +Crescenzio Sepe, Arzob. tit. de Grado, Secretario».

Una ordenación muy semejante sobre el hábito religioso había ya sido establecida en 1971 por Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelica testificatio, sobre la renovación de la Vida Religiosa según el Concilio (nº 22). Al menos en este punto, la exhortación pontificia fue ampliamente desobedecida.

La secularización generalizó la desobediencia en la Iglesia. El sagrado Concilio Vaticano II terminó en 1965. Poco después se produjo la revolución cultural de mayo de 1968 y, en el mismo año, la mala recepción de la Humanæ vitæ. Pues bien, por esos años, sin nexo causal alguno con el Concilio, sino en contra del mismo, fueron cientos de miles los sacerdotes, religiosos y religiosas que, dejando su vocación, se secularizaron con licencia de la Santa Sede o sin ella. Innumerables Seminarios y Noviciados se vaciaron bruscamente, reduciéndose en número a una décima parte, o menos, de lo que antes eran –hasta el día de hoy–. Se produjo simultáneamente una profunda secularización en la celebración de la sagrada Liturgia, predominando en muchas Iglesias la arbitrariedad sobre la fidelidad a las normas –hasta el día de hoy, aunque hoy no tanto como entonces–. La exégesis y la teología, tanto la dogmática como la moral, fueron desviándose con frecuencia de la ortodoxia católica, desentendiéndose del Concilio y del Magisterio apostólico antiguo o reciente. Y conviene señalar que en esos años el influjo del protestantismo crítico liberal, tanto en la exégesis y la teología, como en la vivencia anti-sacerdotal y anti-sacrificial de la Santa Misa, fue muy grande –hasta el día de hoy–.

El espíritu secularizante y la desobediencia a las normas de la Iglesia se han manifestado externamente en el abandono generalizado del hábito religioso y del traje eclesiástico. Durante medio siglo, los sacerdotes, religiosos y religiosas que en esta cuestión guardamos fidelidad a la tradición y a las normas vigentes de la Iglesia, hemos sido mirados en no pocos ambientes con reticencia y hostilidad. Conviene señalar, sin embargo, que en este punto ha cambiado recientemente la situación, pues en el reducido número actual de sacerdotes y religiosos jóvenes, la mayoría ha recuperado más o menos su sacralidad peculiar en los modos de vestir. La ideología secularizante sobre el sacerdocio era-es errónea. Por el contrario, la doctrina tradicional de la Iglesia promovió siempre la figura verdadera del sacerdote católico.

Pero durante medio siglo –y aún hoy–, a pesar de las normas claramente dadas por la Autoridad apostólica, muchos sacerdotes, religiosos y religiosas han secularizado su modo de vestir para mejor «encarnarse» en el mundo secular y para evitar la condición de «casta separada y dominante», o simplemente, en algunos casos, para «no confesar a Cristo» públicamente entre los hombres. En ese tiempo, de entre los sacerdotes, no pocas veces fueron elegidos Obispos, Rectores de seminarios y universidades, Vicarios generales y Superiores generales precisamente los que desobedecían la disciplina eclesial sobre el vestir. Con ello venía a significarse una derogación práctica de las normas de la Iglesia.

No se ha superado en cambio la enorme escasez de las vocaciones, casi inexistentes hoy en muchas Iglesias locales. Pero de esto he de tratar en el próximo artículo.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

17 comentarios

  
Blanca
Rvdo Padre José María:
Dios en su alma!
Con qué claridad describe esta TRISTE y DOLOROSA realidad!
Cómo DUELE,(hasta el alma¡!) ver a tantos y tantos "Hijos predilectos de la Virgen Ssma. y elegidos del Señor¡! que se los "ha TRAGADO" el mundo y ha empezado por los signos externos! sobre todo por su vestimenta! Como laicos,ante esto ¿¡Qué hacer!?...si HASTA LA JERARQUÍA de la IGLESIA está DESACRALIZADA! Ver a un Arzobispo de RODILLAS ante un Pastor Protestante PARA QUE LE IMPONGA LAS MANOS EN SU CABEZA Y RECIBA el Espíritu Santo!!! PADRE!! Sólo queda decir: A U X I L I O !!! Señor , TEN PIEDAD de NOSOTROS!!Danos Sacerdotes Santos!
Gracias Padre, Dios lo Bendiga!
Que la Virgen Ssma lo guíe siempre para trabajar a A.M.D.G!!!
11/03/13 3:40 PM
  
José Carlos
Me ha llamado mucho la atención que el Estudio donde se criticaba a la Sagrada Congregación para el Clero fuera suscrito, entre otros, por Antonio Rouco y Fernando Sebastián.

Todos sabemos que, en la época del postconcilio, muchos eclesiásticos sufrieron una evolución hacia posturas más tradicionales, desencantados de los frutos de la teología progresista, entre ellos Joseph Ratzinger.

¿Es posible que estos prelados también sufrieran una evolución parecida?

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JMI.-En efecto, no pocos sacerdote y teólogos, confortados por la nueva gracia del Orden Episcopal, y en contacto diario con el pueblo cristiano, cambiaron en muchas cosas a mejor.
11/03/13 4:21 PM
  
Germán
Querido Padre: gracias por su nuevo artículo, tan lleno de doctrina sólida.En muchos de los envíos electrónicos de estos días hay quienes "por amor a la Iglesia" hablan tantas cosas del Siervo de Dios Pablo VI, a quien, como Usted sabe, lo acusan de ser el "causante de la autodemolición de la Iglesia", por ejemplo.
Sí, secularización y desobediencia son como hermanas gemelas.
Dios lo siga bendiciendo.
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JMI.-Gracias, Germán.
Bendición +

(Observa que los sacerdotes católicos, ministros sagrados de Cristo y de su Iglesia, bendecimos,
y que venimos haciéndolo desde el tiempo de los apóstoles, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo.
Los secularizantes no, no bendicen. A veces ni siquiera al final de la Misa:
"La bendición de Dios etc. descienda sobre nosotros". Eso es una oración, pero no una bendición.
Y es que no creen en las bendiciones, algo tan hermoso y santificante.
Qué pena. Deberían los laicos entrar en la sacristía y decirle al cura al finalizar la Misa: "Tenemos derecho a que nos bendiga. Y Ud. tiene el deber de bendecirnos en el nombre de la Sma. Trinidad. Mire lo que dice aquí el Misal Romano. Si Ud. no cree en las bendiciones, es su problema. Nosotros sí creemos en ellas").
Ojo. De lo que pueda pasar luego a los reclamantes yo no me hago responsable.
11/03/13 5:49 PM
  
Ricardo de Argentina
Padre, es tan cierta su última acotación a Germán, que en mi ciudad los protestantes promocionan sus cultos calificándolos como "una iglesia que bendice".
Ergo, los muy pícaros aprovechan el terreno abandonado, la falla clamorosa de los sacerdotes católicos.
11/03/13 8:41 PM
  
Bruno
Me han gustado especialmente:

- La idea de que la sacralidad sacerdotal cristiana no es de separación, sino de unión. Con esa constatación tan sencilla se desmonta todo el pseudoargumento en pro de la secularización sacerdotal. A mayor sacralidad, mayor unión con el pueblo fiel y mayor unión con Dios, no menos.

- La descripción aterradora pero cierta de los sacerdotes que perdieron su identidad.
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JMI.-Bruno, antes de publicar este artículo, me asesoré bien, lo di a revisar.
Tuve especial cuidado en asegurar todas las frases.
Bendigamos al Señor.
11/03/13 9:51 PM
  
victor somovilla
Padre iraburu disculpe mi ignorancia pero tengo alguna pregunta ¿la leyes de la Iglesia no obligan a los sacerdote a vestir como tales o es opcional?? ¿puede un viudo ser sacerdote aun habiendo tenido hijos'? y una reflexion todo ese proceso creo q ha servido de purificacion y nos dara una fe mas verdadera los jovenes sacerdotes pienso q tienen una fe mas firme caminamos quizas a una comunidad mas exigua numericamente pero mas plena espiritualmente y con mayor capacidad para salvar almas
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JMI.-Una ley de la Iglesia, como la del traje del clero o hábito religioso, como todas las leyes positivas de la Iglesia, obliga en conciencia, pero siempre que no haya inconveniente de gravedad proporcionada al asunto. Si un párroco, en un barrio muy hostil, sabe que lo apedrean si va de clerman, hará muy bien en ir de paisano. De todos modos, en la duda, cuando uno va a incumplir un mandato positivo de la Iglesia en forma habitual, convendrá que lo consulte con su Obispo.

Un viudo con hijos puede ser sacerdote, siempre que esa decisión no afecte negativamente a los hijos, sino que sean mayores o si son chicos, haya quien se encargue bien de ellos.

No publico su segundo mensaje, porque no conviene.
12/03/13 1:35 PM
  
Gerardo
El artículo es muy bueno Padre, pero ni Cristo ni los apóstoles llevaban sotana u otra indumentaria identificativa. Los únicos consejos de Cristo respecto a la vestimenta de sus discípulos son éstos: “No cojáis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero, ni llevéis cada uno dos túnicas” (Lc 9,3).;“No os procuréis oro, plata ni calderilla para llevarlo en la faja, ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, que el bracero merece su sustento” (Mt 10, 9-10). No estaría mal que el futuro Papa recordara estas palabras a menudo.
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JMI.-Le recomiendo leer mi (210)donde recuerdo en síntesis la teología de lo sagrado. Lo sagrado es siempre criatura, elegida por Dios y por la Iglesia para ayudar a la glorificación de Dios y la santificación del hombre; para manifestar-comunicar a Dios (templo, liturgia, Escritura, sacerdote, Concilio, dogmas, cánones, etc. Todas esas cosas se califican de "sagradas"). Siempre es "signo" que remite a la "realidad" (Dios, Cristo, vida eterna).

Cristo es la "realidad" que el sacerdote, ministro "sagrado" suyo, trata de re-presentar a los hombres. Es lo que dice la cita que he puesto del Sínodo 1971: "hace sacramentalmente presente a Cristo Salvador de los hombres". El que necesita para facilitar el cumplimiento de ese altísimo fin revestir su presencia visible por el "signo" del clerman o el hábito es el sacerdote. Para facilitar a la gente y para facilitárselo a sí mismo. Por supuesto que Cristo no necesita un "hábito" especial para representarse a Sí mismo. Nosotros sí. Es una gran ayuda. Lo mismo que los ornamentos litúrgicos en la Misa, por ejemplo.

Está muy bien explicado en la cita que he hecho del Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros (1994), bajo JPablo II.
12/03/13 4:37 PM
  
Gerardo
Sí, pero (disculpe mi ignorancia). Los apóstoles y discípulos tampoco lo necesiaban (el hábito) cuando iban solos a predicar a Cristo. Y los obispos son hoy los sucesores de los apóstoles.Eso dice el Catecismo. Es una duda que siempre he tenido.
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JMI.-Todas las sacralidades cristianas que antes he recordado (templo, dogmas, cánones, ministros sagrados, etc.) se fueron estableciendo a partir del nacimiento de la Iglesia, después de Pentecostés, al paso de los siglos, para ayudar a construir la Iglesia de Cristo celestial en el mundo secular. Para ayudar en esta enorme y grandiosa misión a los Sucesores de los Apóstoles, los Obispos, a sus colaboradores próximos, a los sacerdotes, y para ayuda también de todo el pueblo de Dios.
12/03/13 5:08 PM
  
Anacoreta
Le felicito padre J. M Iraburu. Hacer un bien inestimable en los tiempos que corren. Hoy es necesario descubrir, desnudar, los errores de las seducciones posconciliares que nos han conducido a esta calamidad, como bien nos recordaba en sus últimas reflexiones nuestro amado y recordado Papa emérito, Benedicto XVI.
Cuánto mal se ha hecho y se sigue haciendo en la viña del Señor. Dios quiera escuchar nuestras súplicas y ponga remedio a tanto desmán. Muchas gracias por su labor que Dios le recompensará.
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JMI.-Gracias por su gratitud.
Escribir estos artículos de REFORMA O APOSTASÍA resulta al mismo tiempo penoso y gozoso.

Pena, por tener que denunciar errores y abusos que hacen estragos en la Iglesia.

Alegría, sabiendo que solo la afirmación de la verdad católica puede, con la gracia de Dios, librarnos de esas mentiras y males.
13/03/13 12:25 PM
  
ariel
dios quiera y nosotros tambien que nuestra iglesia catolica crezca en coherencia de fe y vida donde el signo que los distinga a los cristianos sea el amor, entrega que se brindan entre si y no ahondemos tanto en vestimentas, ornamentos sino en obras contundentes que atestiguan el amor a cristo y su iglesia atraves del servicio fiel, humilde, austero. Desde ese testimonio autentico, ejemplar creo humildemente que la iglesia crece en santidad, claridad.Pensemos en san fransisco como vestia y como evangelizaba desde el ejemplo concreto de una vida sacrificada a dios mas halla de vestimentas. buscaba el reino de dios en su vida para que desde esa realidad
cotagiar a otros el resto es añadidura lo cual no significa insignificante. quiero decir pidamos a dios padre que aprendamos a vivir sus enseñanzas:ser capaces de dar, entregar nuestras vidas a dios para que dios nos transforme en otros cristos. sola con humildad para reconocer nuestro lugar y generosidad, gratitud para corresponder su llamado con la gracia de dios creo que podemos salir adelante como iglesia al elegir santificar personal, familiar y socialmente nuestras vidas. Dios nos asista en tan noble tarea.
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No contraponga Ud. lo principal, el crecimiento en gracia, caridad y santidad, y la observancia de ciertos medios, como el hábito, que ayudan a ese crecimiento.

Lo primero que hace San Francisco de Asís cuando se produce su plena conversión en la Porciúncula es despojarse de sus vestidos seculares y hacerse una túnica en forma de cruz, sujeta con una cuerda a la cintura, confeccionándose así "el hábito para sí y para sus hermanos" (I Vida Tomás de Celano 21). Y en su I Regla, el capítulo II, trata de la "Admisión y vestido de los hermanos", túnica con capucha o sin ella y capotillo hasta el cordón.
En los escritos franciscanos primitivos, contemporáneos o muy próximos a Francisco, se trata muchas veces del santo hábito. Sólo una anécdota, un hombre que oía la predicación de Francisco se convierte de su vanidades, y expresa su voluntad de seguir su modo de vida. "El Santo le vistió el hábito, y le impuso el nombre de hermano Pacífico" (II Vida Tomás de Celano 106). Quitar el hábito podía ser un castigo temporal o una expulsión definitiva de la Orden. El hábito de San Francisco todavía es venerado en Asís.

Como lo digo, las contraposiciones que Ud. establece no tienen ninguna validez. El hábito está pensado en los religiosos como signo social público de consagración a Cristo y medio para ayudar su pobreza y humildad, y también su afirmación continua de su identidad de religiosos.

En los sacerdotes tiene más o menos la misma significación y valor, como se ve en el Directorio que he citado.
13/03/13 4:14 PM
  
Gerardo
Ya, pero creo que debemos dirigir la mirada a Cristo, imitarle y seguir sus consejos, también respecto a la vestimenta que han de llevar sus discípulos para predicar en du nombre.
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JMI.-Sí, ya hemos visto que piensa Ud. en esto ("yo creo") en contra de lo que la Iglesia piensa y manda. Tendrá que cambiar Ud. su criterio. Dios le ayude.
14/03/13 8:57 AM
  
Gerardo
No creo que la Iglesia diga que no tenemos que seguir los consejos de Cristo.
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JMI.-Yo tampoco.
14/03/13 2:03 PM
  
ariel
No fue mi intencion contraponer nada sino manifestar que es el amor generoso de obras el que nos eleva a dios y acerca al projimo, doy gracias a dios padre que las plegarias hallan sido escuchadas y nos de un francisco argentino de papa que seguramente seguira valorando la observancia de ciertos medios pero que seguramente resaltara el amor al projimo con humildad, austeridad de habitos como ya hemos comenzado a ver.dios lo bendiga padre.
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JMI.-No conozco en la historia o en el presente ningún Papa y ningún teólogo que no haya afirmado siempre la primacía absoluta de la caridad. El primero y segundo mandamiento de la ley, amar a Dios y amar al prójimo, resumen todo el Evangelio. Lo enseña Cristo muy claramente.
15/03/13 12:20 AM
  
susi
Muchas gracias por el post, tan claro como todos.
La gente "tiene derecho" a saber quién es sacerdote por si necesita sus servicios.
EL hábito no hace al monje, pero le ayuda mucho.
Lo mismo que los casados no nos quitamos la alianza ni renegamos de nuestro cónyuge , al revés.
Dios lo bendiga, Padre.
16/03/13 7:37 PM
  
pacg
Querido Padre Iraburu. Creo que son de un valor incalculable estos artículos suyos y las conferencias que dejó Ud. en Radio María, y con mucha alegría veo que están ahora disponibles en este extraordinario medio de "Infocatólica". Doctrina santa y gloriosa de nuestra Madre, la Iglesia, que no pocos sacerdotes actuales dejan de impartir para irse a "otras teorías". Que Dios y San José le guarden y bendigan. Muchas gracias, Padre.
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JMI.-Gracias.
Bendición +
19/03/13 1:28 PM
  
david
Querido Padre Iraburu:

A través de Antonio Peña, colaborador habitual de este medio, he dado con sus columnas. Me parecen de una profundidad y de una laboriosidad muy por encima de la media. Le felicito y se lo agradezco. Intentaré seguirle.
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JMI.-Bienvenido. Bendición +
26/03/13 3:08 PM
  
María del Carmen
Padre: al final de la Misa el Sacerdote dice: "la Bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y permanezca para siempre. Amén. Podemos ir en Paz" siempre creí que eso era una bendición ¿no lo es? el comentario de Germán, que me antecedió, me ha dejado confundida. Muchas gracias
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JMI.-Es una bendición correcta y real. Tal como la indica el Misal Romano.
En cambio no es correcto el "podemos ir en paz";
es "podéis ir en paz", un envío del sacerdote, en el nombre de Cristo, a los fieles participantes en la Misa.
09/04/13 2:07 AM

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