(207) Reforma o apostasía –III. Condiciones para la reforma de la Iglesia

–¿O sea que usted cree de verdad que pueden hacerse en la Iglesia ciertas reformas profundas?

–Si no lo creyera, sería un hereje. Creo en el Padre omnipotente, creo en Jesucristo y en su amor por su Esposa la Iglesia, creo en el Espíritu Santo, fuerza de verdad y de amor divino capaz de renovarlo todo.

Comprobamos en la historia de la Iglesia, lo mismo que en la de Israel, que solamente se producen las verdaderas reformas necesarias cuando, por obra del Espíritu Santo, se dan al mismo tiempo varias condiciones fundamentales.

1.– Reconocer los males de la Iglesia y le necesidad urgente de remediarlos. Los falsos profetas y los Pastores sagrados que les siguen no reconocen los errores y desviaciones del pueblo, o los subestiman en su gravedad, en buena parte porque ellos mismos, por acción u omisión, son los responsables principales de esos males. Por eso dicen con aparente piedad: «vamos bien; paz, paz, confianza en el Señor; calamidades como las actuales, o peores, siempre las ha habido en la Iglesia». Éstos no se asustan por nada: aunque hayan perdido la mitad o dos tercios del rebaño que el Señor les confió; aunque la inmensa mayoría de los bautizados se hayan alejado de le Eucaristía; aunque muchos de ellos nieguen verdades fundamentales de la fe; aunque no haya vocaciones; aunque tantos matrimonios se perviertan y no tengan hijos por la anticoncepción generalizada… No se asustan por nada, mantienen un optimismo necio y estéril. Y todavía se tienen por «hombres de esperanza».

Pero los que son de Cristo ven las cosas como son, es decir, como Él las ve: «si no hiciéreis penitencia, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3.5). Saben que la conversión y reforma es necesaria, urgente y posible, por la gracia del Salvador, y que no puede postergarse indefinidamente (Lc 19,41ss; 23,28ss; Mt 11,20-24).

«Vamos mal, porque hemos sido infieles a Dios y a su Iglesia. Hemos silenciado la Palabra divina, la hemos falsificado en tantas cosas. Es urgente la conversión y la reforma, porque de otro modo el Templo de Dios seguirá arruinándose, su Pueblo continuará dispersándose entre los infieles, y entre éstos serán cada vez menos los que conozcan la gloria de Cristo Salvador» (cf. Is 3; Jer 7-8; Os 2; 8; 14; Joel 2). «¿Por qué nos estamos sentados?… Mi corazón desfallece… Estoy quebrantado por el quebranto de la hija de mi pueblo; estoy cubierto de luto, se ha apoderado de mí el espanto. ¿Acaso no había básamo en Galad, y no había médicos allí? ¿Cómo, pues, no fue vendada la herida de la hija de mi pueblo? (Jer 8,14-22). «Arroyos de lágrimas bajan de mis ojos, por los que no cumplen tu voluntad» (Sal 118,136; cf. Lam 3,48).

Pero este dolor que sufren los verdaderos Profetas y Pastores es compartido por muy pocos: «Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre; porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí» (Sal 68,9-10). Por eso el Señor manda a su ángel: «recorre la ciudad [de Dios] y pon como señal una tau en la frente de los que gimen afligidos por las abominaciones que en ella se cometen» (Ez 9,4).

2.– Reconocer que los males que sufre la Iglesia se deben a nuestras propias culpas. Son nuestras infidelidades y pecados los que han traído todos esos males. No podrá haber reforma –ni se intentará siquiera– si no se da previamente este reconocimiento humilde: «Eres justo, Señor, en cuanto has hecho con nosotros, porque hemos pecado y cometido iniquidad en todo, apartándonos en todo de tus preceptos… Nos entregaste por eso en poder de enemigos injustos e incircuncisos apóstatas…» (cf. Dan 3,26-45).

No tiene posible reforma una Iglesia local mientras no reconoce que sus pecados son la causa de todos los males que le afligen. Atribuir necia e irresponsablemente a «la secularización» creciente del mundo la apostasía creciente del pueblo cristiano es una gran falsedad y una enorme estupidez. Viene a ser como si la luz echara a las tinieblas la culpa de la oscuridad reinante en un lugar. Sencillamente: en un lugar se imponen las tinieblas, se queda a oscuras, cuando la luz se apaga o disminuye. ¿Puede haber alguien que no lo entienda?

3.– Los males que nos abruman son castigos medicinales, sujetos siempre a la amorosa Providencia divina. No permite Dios omnipotente que haya en el mundo y en la Iglesia ni un gramo más de males de lo que su amor misericordioso permite: «todas las cosas colaboran al bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28). Estos males tan grandes que Dios permite en el mundo y también, en otro grado, en su Iglesia –la Viña devastada, invadida por las fieras (Sal 79)–, deberían ser aún mayores si estuvieran exactamente proporcionados a la gravedad de nuestras culpas. Pero la Providencia divina suaviza la justicia con la misericordia, a causa del amor inmenso que Dios tiene a su Iglesia. «No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas» (Sal 102,10). Los males que nos afligen son, pues, medicinales, humillantes, motivos fuertes para la conversión y la reforma; y son mucho menores de lo que nos merecemos.

4.– La reforma sólo es posible si se intenta poniendo en Dios toda la esperanza. Sólo hay un «Salvador del mundo», Jesucristo, nuestro Señor (Jn 4,42; 1Jn 4,14; Hch 4,12). Por eso aquellos Pastores, profetas y fieles que no conocen la gravedad de las infidelidades de su pueblo, ni su raíz diabólica, aunque alcancen a verlas en alguna medida, mantienen –si la mantienen– una «esperanza» falsa de superar los males con medios humanos, con sus propias fuerzas, multiplicando organigramas, organizaciones, eventos, comisiones, pero sin reafirmar las verdades de la fe que han sido negadas o silenciadas, sin verdadera conversión, penitencia y expiación, sin cambiar sus pensamientos y caminos, y sobre todo, sin entender la absoluta necesidad de la oración de súplica, que pida al Señor una salvación en modo alguno merecida. Y así los males se mantienen y van creciendo.

«Son necios, no ven» (Jer 4,22). «Pretenden curar el mal de mi pueblo como cosa leve, y dicen ¡paz, paz!, cuando no ha de haber paz. Serán confundidos por haber obrado abominablemente» (6,14-15; cf. 8,11). «Maldito el hombre que en el hombre pone su confianza, y de la carne hace su apoyo, y aleja su corazón de Yavé» (17,5)

La verdadera reforma, por el contrario, es suscitada por aquellos que ponen su esperanza en el Salvador. No ignoran lo bueno que a veces pueda haber en las nuevas fórmulas catequéticas, pastorales, teológicas, organizativas; pero en modo alguno ponen en ellas su esperanza. Los que piden-procuran-esperan las reformas necesarias en la Iglesia tienen muy claro que nuestros males tienen raíz diabólica y que sólo con la fuerza sobrehumana de Dios podemos vencerlos. «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?… El auxilio me vendrá del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 120,1-2).

5.– Hay remedios divinos sobreabundantes. Cuando en Pastores y fieles falta la verdadera esperanza en el amor y en el poder de Dios, una de dos, o ponen su esperanza en medios y modos humanos, o simplemente lo dan todo por perdido, considerando el proceso de la descristianización siempre creciente como una dinámica histórica irreversible. A ellos, por otra parte, no les importa gran cosa que la apostasía y la incredulidad crezcan. Pareciera que no creen en la posible condenación eterna. Se resignan –ellos creen que piadosamente– a que la Iglesia sea entre los pueblos un conjunto insignificante de comunidades mínimas, sin fuerza real alguna para iluminar y transformar el mundo: el pensamiento, las instituciones, el arte, las leyes, la cultura, las costumbres de su tiempo. Citan el Evangelio de Cristo: pusillux grex (pequeño rebaño, Lc 12,32), y se quedan tan tranquilos. Pero habrá que decirles: «Estáis en un error, y no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios» (Mt 22,29).

Los sagrados Concilios reformadores, lo mismo que los santos especialmente movidos por Dios para realizar ciertas reformas –Gregorio Magno, Carlos Borromeo, Toribio de Mogrovejo, Pío V, Pío X­– nunca se han amilanado ante la gravedad de los males del mundo y de la Iglesia de su tiempo, por muy difundidos que estuvieran, o aunque parecieran insuperables al estar tan arraigados. Siempre han tenido una fe y una esperanza firmes en el poder del amor de Señor para purificar a su Iglesia de los males que le afligen, por grandes que sean.

Un ejemplo histórico. La simonía, la compra de altos cargos eclesiásticos, pudo en una cierta época y región de la Iglesia estar tan extendida y arraigada, que muchos la veían como algo normal en la vida eclesial, y otros, que alcanzaban a conocer su maldad gravísima, la consideraban sin embargo como un mal irremediable. Unos y otros no intentaban la reforma porque la consideraban imposible. Y no la consiguieron, por supuesto. Con lo que se veían confirmados en su convicción inicial: «no hay nada que hacer». Y así es como males muy graves, gracias a moderados y deformadores, «hombres de poca fe» (Mt 6,30), pudieron durar largamente en una Iglesia. Por el contrario, siempre los reformadores han pretendido las reformas necesarias y urgentes, aparentemente imposibles, partiendo de una fe firmísima en el poder del amor que Dios tiene para sacar de las piedras hijos de Abraham (Mt 3,9), para transformar la roca en manantial de agua viva (Núm 20), para hacer florecer los más áridos desiertos (Is 35,1), para hacer abundar su gracia donde abundó el pecado (Rm 5,20).


Los que ignoran el amor del Señor por su Esposa, los que desconocen el poder del Salvador para salvar, no creen posible las reformas necesarias de la Iglesia, tampoco creen posible que se difunda en el mundo el Reino de Cristo por el apostolado y las misiones, y estiman irreversible el acrecentamiento continuo de la apostasía. Lo dan todo por perdido. Pero a ellos ese proceso siniestro no les importa gran cosa, y no faltan tampoco algunos locos ilustres que lo consideran un progreso histórico.

En fin, es una gran miseria vergonzosa que tantos Pastores, religiosos y laicos consideren hoy como algo insuperable que se multipliquen en la Iglesia los errores doctrinales y los abusos morales, litúrgicos y disciplinares, y en consecuencia limiten sus aspiraciones apostólicas al cuidado de unos pequeños grupos y movimientos, en los que osan estimar a veces «la esperanza de la Iglesia» (sic). Esos grupos y movimientos serán de verdad la esperanza de la Iglesia sólo si se empeñan en su verdadera reforma, bien unidos a los Pastores y fieles, y convencidos de que «para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible» (Mt 19,26).

6.– La oración de súplica es el medio principal para las reformas de la Iglesia, y nace de la fe en el poder de Dios y en el gran amor fiel que tiene a la Esposa de Cristo. «Levántate, Señor, no tardes, extiende tu brazo poderoso, acuérdate de nosotros, no nos desampares, no nos dejes sujetos al poder de tus enemigos, no permitas que tu gloria sea burlada y blasfemada, ten piedad de nosotros»… Está muy bien que se promuevan concentraciones multitudinarias, que se fomenten en favor de graves causas numerosas campañas en grupos laicales y religiosos, que se muevan los movimientos, que se acuda incluso a la elocuencia de los medios publicitarios, en vallas, camisetas, diarios y mochilas, pancartas y globitos.

Todo eso está muy bien y, en su medida, es necesario, pues quiere Dios servirse en su obra de salvación de esas modestas mediaciones, aunque no sean más que «cinco panes y dos peces» para saciar el hambre de la multitud (Mt 14,17). Pero todos los empeñados en esas santas empresas deben saber que la oración de súplica ha de ir siempre por delante en toda obra apostólica, como la proa de un barco. «Ora et labora», pero el ora por delante. Sí, es cierto, «a Dios rogando y con el mazo dando»; pero a Dios rogando por delante. (Puede verse mi escrito Oraciones de la Iglesia en tiempos de aflicción). Sólo intentan y consiguen reformas en la Iglesia aquellos que creen en la promesa de Cristo: «pedid y recibiréis» (Jn 16,24).

7.– El ejercicio de la Autoridad apostólica, fuerte, prudente, martirial, es imprescindible para la reforma de la Iglesia. Y ese ejercicio se realiza de dos modos:

1.– Por el ejercicio de la autoridad personal de los Pastores apostólicos. Fácilmente se comprende que si se debilita el ejercicio de la Autoridad apostólica por influjos culturales de origen protestante y liberal –y por temor a la Cruz–, se multiplican entonces indefinidamente en la Iglesia los errores doctrinales y los abusos morales, litúrgicos y disciplinares. «Herido el pastor», o al menos «desactivado», neutralizado, debilitado, «se dispersan las ovejas del rebaño» (Zac 13,7; Mt 26, 31). Las reformas necesarias de la Iglesia requieren hoy sin duda una gran parresía en los Pastores sagrados que las pretendan. Necesitan de una fuerza apostólica como aquella de San Pablo:

«Aunque vivimos [los Apóstoles] en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas por Dios para derribar fortalezas, destruyendo consejos, y toda altanería que se levante contra la ciencia de Dios y doblegando todo pensamiento a la obediencia de Cristo, prontos a castigar toda desobediencia y a reduciros a perfecta obediencia» (2Cor 10,3-6).

2.– Por la aplicación de la ley canónica o por la creación de nuevas normas se ejercita también la Autoridad apostólica, que tiene gracia de estado para guardar la Iglesia en la verdad y la rectitud. La historia nos enseña que ciertas grandes epidemias doctrinales o disciplinares sufridas en la Iglesia nunca han sido vencidas sin la aplicación firme de las leyes canónicas, incluso a veces sin la creación de normas nuevas, siendo bastante con la aplicación de las existentes.

Si en las Iglesias descristianizadas abundan más los errores que la verdad, y son más frecuentes en la vida pastoral y litúrgica los abusos arbitrarios que la obediencia eclesial, eso se debe principalmente a que no pocos de los Pastores sagrados no han sido fieles a la ley de la Iglesia, que manda castigar con penas justas a quienes enseñan herejías o cometen sacrilegios (por ejemplo, canon 1371). Si el Derecho penal canónico cae en desuso, las Iglesias locales caen en una anomía funesta, en la que todos los errores y horrores son posibles. La reforma de la Iglesia exige la aplicación fiel de sus propias normas doctrinales y disciplinares. Las herejías y los sacrilegios solamente se multiplican y arraigan en una Iglesia cuando los culpables de ellos quedan impunes.

8.– Doxología, buscando la gloria de Dios. El amor a Dios, el mandamiento primero, lleva a procurar en la Iglesia con todo empeño las reformas necesarias: –positivamente, «para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16); para que los gentiles «glorifiquen a Dios en el día de la visitación» (1Pe 2,12); «para que en todo sea Dios glorificado» (4,11), «para honrar la doctrina de Dios nuestro Salvador» (Tit 2,9); y –negativamente, «para que no sea blasfemado el nombre de Dios y la doctrina» (1Tim 6,1), «para que la palabra de Dios no sea blasfemada» (Tit 2,5); pues por el pecado y la infidelidad «el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros» (Rm 2,24).

Es el amor a Dios la fuerza principal para la reforma de la Iglesia: «oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben» (Sal 66). Si en una Iglesia este amor decae o prácticamente desaparece, los cristianos se alejan de la liturgia, cesa el apostolado y la acción política de los cristianos, los misioneros no predican el Evangelio, y no se combaten dentro de la Iglesia las herejías y sacrilegios. Sin ese amor, sin ese celo doxológico, no hay reformas en la Iglesia, por muy necesarias que sean.

9.– Soteriología, procurando la salvación de los hombres. El amor a los hermanos, el segundo mandamiento, busca de todo corazón la reforma de la Iglesia, para que la Casa de Dios entre los hombres resplandezca en la santidad y la belleza, acogedora y atrayente, manifestándose como «sacramento universal de salvación»; para que así a todos llegue la verdad de Dios que salva, y nadie se pierda en este mundo ni sea condenado en la eternidad… ¿Qué urgencia de reformas pueden sentir los sacerdotes que en los funerales destinan infaliblemente al cielo a todos los difuntos? ¿Qué más da que los hombres se mantengan o no en la verdad y en la fidelidad a los mandamientos de Dios y de la Iglesia?… No creen en la posibilidad de una condenación eterna. Y sin ese celo soteriológico, no puede haber reformas en la Iglesia. Pastores y fieles ven sin alarma y angustia –si es que ven– que «es ancha la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición, y que son muchos los que entran por ella» (Mt 7,13). Esto a ellos no les afecta especialmente, porque son cainitas: «¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gén 4,9).


10.– El amor a la Cruz hace posible que se intenten y logren en la Iglesia las reformas que ella necesita. Y su ausencia es sin duda la causa más importante de que las reformas necesarias ni se conozcan, ni se hagan, ni se intenten, por obvia que sea su necesidad. Pero el Evangelio da la verdad que permanece para siempre: la Iglesia no puede ser fiel discípula de Cristo «si no toma su cruz cada día, y le sigue». El único árbol siempre fecundo en frutos de santidad y salvación es el árbol de la cruz. Los cristianos más santos de nuestro tiempo han tenido luces muy especiales para entender este misterio. Recuerdo dos ejemplos que ya traté en (152) y en (153)

Concepción Cabrera de Armida (+1937). «La ausencia de la Cruz es la causa de todos los males» (Diario, enero 1903). Jesús le dice: «Yo soy la Cabeza y el alma de la Iglesia, y todos los míos son miembros de ese mismo Cuerpo, y deben continuar en mi unión la expiación y el sacrificio hasta el fin de los siglos» (24-VII-1906). «La doctrina de la Cruz es salvadora y santificadora, y su fecundidad es asombrosa; pero está inexplotada» (18-XI-1929).

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) (+1937). «El Crucificado nos mira y nos pregunta si aún seguimos dispuestas a mantenernos fieles a lo que prometimos en una hora de gracia. Y no sin razón nos hace esta pregunta. Hoy más que nunca la cruz se presenta como un signo de contradicción. Los seguidores del Anticristo la ultrajan mucho más que los persas cuando robaron la cruz [en la batalla de Hattin, 1187]. Deshonran la imagen de la cruz y se esfuerzan todo lo posible para arrancar la cruz del corazón de los cristianos. Y muy frecuentemente lo consiguen… Por eso hoy el Salvador nos mira seriamente y examinándonos, y nos pregunta a cada una de nosotras: ¿Quieres permanecer fiel al Crucificado? ¡Piénsalo bien! El mundo está en llamas [cf. Sta. Teresa, Camino 1,5], el combate entre Cristo y el Anticristo ha estallado abiertamente. Si te decides por Cristo, te puede costar la vida… Los ojos del Crucificado te están mirando, interrogándote y poniéndote a prueba. ¿Quieres sellar de nuevo y con toda seriedad la alianza con el Crucificado? ¿Cuál será tu respuesta?… “Señor, ¿a quién iríamos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68)» (Obras completas 632-634).

Sin cruz, no hay reforma posible de la Iglesia. Todos los que hoy de verdad, con celo de reformadores, propugnan en la Iglesia las reformas necesarias, queridas ciertamente por Dios, saben perfecamente por experiencia que sufrirán persecuciones durísimas por parte de los deformadores y de los moderados, que de ningún modo quieren enfrentar los males ampliamente vigentes en la Iglesia. Y esto ha ocurrido siempre así en la Iglesia: «todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones» (2Tim 3,12). Persecuciones no solo del mundo, sino también dentro de la misma Iglesia.

Los moderados, en concreto, conocen muy bien que, si de verdad intentan combatir con la gracia de Dios ciertos males de la Iglesia, van a arriesgar muy gravemente sus favorables promociones personales en la comunidad eclesial, y que con toda probabilidad van a ser ninguneados, depuestos o marginados. Por eso evitan cautelosamente el combate necesariamente implicado en toda reforma, e incluso frenan con extremo celo a quienes lo intentan. Por su horror a la Cruz, los moderados, casi todos semipelagianos, se obstinan con pertinacia en su moderación, que para ellos es virtud inapreciable, y rechazan con gran cuidado el martirio. No mueven ni un dedo, ni se arriesgan en nada por las reformas necesarias, pues si temen las persecuciones del mundo, aún temen más, y con razón, las persecuciones internas de la Iglesia. Así las cosas, en el mejor de los casos, combatirán los males tímidamente, con algunas palabras bien medidas, que a nadie molesten, y fomentarán quizá algunas reuniones y manifestaciones. Poco más. Es decir, nada.

Habrá que recordar de nuevo aquella advertencia de San Juan de Ávila, nacida de su propia experiencia: «Si se nos ha de dar lo que nuestro mal pide, muy a costa ha de ser de los médicos que nos han de curar» (Memorial a Trento II,41).

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

15 comentarios

  
Manuel Galán

Estimado d. José María, temo que pueda ser yo unos de los que le han enviado últimamente un comentario "filo-lefebriano" y quiero aclararle que no lo soy en absoluto. He conocido sus estupendas explicaciones de nuestra teología porque un sacerdote joven y sabio de El Carmen, aquí en Madrid -d. Roberto-, me lo recomendó hace un tiempo, y porque actualmente, asistiendo con regularidad a la misa en latín que se celebra en Sta. Cruz (c/ Atocha), he trabado alguna amistad -de gran valor personal- que sí pertenece a aquel grupo. Solemos charlar sobre lo que ya se imagina Vd. y con mi pequeña comunicación sólo pretendía reforzar mis propios argumentos. Mi opinión personal es suave pero tajante e inamovible, incluso para el caso de que suceda lo peor de lo peor, lo cual está perfectamente profetizado, y para lo que debemos recordar la misma Pasión del Señor: si su cuerpo humano fue torturado y muerto por la Sinagoga, ¿por qué no va a serlo ahora, como siempre, su cuerpo místico? Hay que elegir entre ser miembros torturados o miembros torturadores de ese cuerpo, acordándonos de que "el discípulo no es más que su Maestro,... si al Maestro le han...". Las posiciones de este grupo van contra la promesa de que las puertas del infierno no prevalecerán y contra la prerrogativa absolutamente exclusiva de Dios en persona para declarar extinta la Iglesia que Él fundó, como sucedió con la Sinagoga al rasgarse el velo del templo cuando queda todo cumplido; otra cosa es que el demonio se filtre incluso por las más disciplinadas rendijas: deben recordar que hay que ser mansos y humildes. Supongo que los cristianos en general y los católicos en particular, pasaremos también por una terrible noche en imitación de las dos que pasó sepultado el Cuerpo de Jesús. Recuerdo mi cita favorita de la Biblia: "Sin ciencia, ni el celo es bueno, y el de pies presurosos peca", de N.-Colunga, 1969.

Atentamente y con mucho agradecimiento.
07/02/13 3:39 PM
  
Gonzalo de la Mora
Una de las condiciones de la reforma sería que los sacerdotes tuvieran la humildad necesaria para no censurar las opiniones respetuosas que no coincidan con las suyas.
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JMI.-Así es. Y otra condición sería que los sacerdotes tuvieran la fortaleza necesaria para censurar las opiniones que no coinciden con las del Papa y el Colegio apostólico de los Obispos.
07/02/13 4:06 PM
  
Gonzalo de la Mora
El tema global del fundamentalista es que ve al mundo en blanco y negro, con poquísimos, si acaso, grises intermedios. A esto le acompaña una tendencia hacia el literalismo. Si las escrituras dicen que Noé construyó el arca, que juntó a una pareja de animales y que navegaron por todo el mundo mientras ocurría un diluvio, entonces ocurrió así. No hace falta preguntar cómo; pasó, independientemente de que concuerde o no con la lógica y conocimientos actuales sobre los animales, las inundaciones, naves antiguas, o geología histórica.

Un elemento importante de la mentalidad fundamentalista es la repulsa del modernismo. Los valores occidentales contemporáneos son inconsistentes con los valores de Dios y con su voluntad para la humanidad. El deber del pueblo es adorar a Dios, y no ignorarlo o ridiculizarlo. Las reglas de Dios están claras y tienen que ser cumplidas y respetadas, no violadas. Como resultado, los fundamentalistas tienen puntos de vista muy conservadores en asuntos sociales. Los fundamentalistas creen que varios elementos de la cultura occidental, como la discusión del sexo y los papeles de ambos sexos, están desarmonizados con la voluntad divina. A Dios no le gusta, no lo tolera, y tampoco les gusta o lo toleran los devotos de Dios.

¿Pero cómo puede cualquier cristiano estar en desacuerdo con el siguiente comentario: «Dios debe ser adorado, respetado, temido y obedecido por encima de todas las cosas. Las demás consideraciones son secundarias»? Si Dios es Dios, el supremo, omnipotente, omnividente creador y Señor de todo, ¿cómo podemos hacer otra cosa que no sea poner a Dios primero?

El problema con el fundamentalismo no es que los fundamentalistas pongan a Dios primero. El problema es que no ponen a Dios primero. Ponen un entendimiento particular, simplista, limitado y humano de Dios por encima de todo. En la mayoría de los casos, la descripción fundamentalista de la voluntad de Dios para la humanidad es que Dios quiere que las cosas sean como eran antes. Las leyes divinas son las que nos enseñaron desde niños. Los fundamentalistas entonces no son ni cristianos ni islámicos, sino defensores de la cultura, dedicados a mantener «todo lo que consideramos bueno».

En este aspecto, los fundamentalistas son mucho más parecidos a los fariseos que a Cristo. Cristo era un evolucionado cultural y social que no cumplía con las convenciones de una sociedad formal, vulneraba las leyes religiosas constantemente, se asociaba con «indeseables» y por lo general desafiaba el vacío y la superficialidad de las tradiciones y creencias de la sociedad. Cristo fue crucificado, por lo menos parcialmente, por ello. Si Cristo viniera a vivir con nosotros en el siglo XXI, sería crucificado de nuevo, no porque le odien, sino porque no sería reconocido.

Un problema principal del fundamentalismo es que los fundamentalistas creen que saben cuál es la voluntad de Dios para la humanidad. Creen que saben la verdad, que su entendimiento es exacto y que no puede haber cuestionamiento o acomodo. Su postura es «absolutamente innegociable». Creen que saben lo que es bueno, malo e inmoral. Como dice el Dr. Neilsen, esto se debe a una tendencia hacia el literalismo. El literalismo, sin embargo, es utilizado por los fundamentalistas como una excusa de la rigidez de sus creencias. Se les ha dicho que sus creencias son la verdad porque son literales y proceden directamente de la Biblia y por lo tanto no pueden ser cuestionadas. Sólo hay una interpretación permitida de la Biblia: la que les han enseñado.

Tener creencias firmes es una cosa. Todos tenemos preceptos que no queremos cambiar o evaluar. Todos creemos en algo y no nos podemos plantear todo constantemenet. Pero el fundamentalismo se pasa de la raya y se vuelve peligroso cuando los fundamentalistas se niegan a que los demás tengan creencias diferentes a las suyas. Es obvio que aquellos con personalidad fuerte se negarán a acomodar sus creencias. Pero los fundamentalistas consideran un acomodo permitirte creer en lo que quieras si es que es diferente a sus creencias.

El fundamentalismo es incompatible con la libertad de culto. La base de la libertad religiosa es el respeto a otros que no coinciden contigo. Para tener libertad de religión, se ha de respetar el derecho ajeno a discrepar contigo. Por ejemplo, los cristianos que creen que puedes «caer en desgracia» (o sea, perder tu salvación) deben permitir a otros cristianos creeer en «seguridad eterna» (i.e., una vez salvado, estás salvado para siempre), y viceversa. Debido a las raíces tradicionales de Estados Unidos, el concepto claro de libertad religiosa se ha desarrollado lentamente. La necesidad de respetar las creencias ajenas todavía no es entendida por una porción importante de nuestra población. Todavía hay muchos «Cristianos» a los que no les cabe en la cabeza la vergüenza e incomodidad del niño judío o musulmán que tiene que estar callado en la clase mientras el maestro reza en el nombre de Jesús.

El fundamentalismo es incompatible con la democracia. Obsérvese las naciones islámicas, donde un régimen fundamentalista (como el ayatola o El Talibán) se ha apoderado del gobierno. La democracia se basa en el concepto de que personas de diferentes creencias y cultura puedan vivir juntos en paz si se respeta el derecho ajeno a estar en desacuerdo. Es una característica de la democracia que la mayoría manda. Pero eso no quiere decir que la mayoría haga lo que le dé la gana. Para que la democracia sobreviva, la mayoría debe proteger los derechos de las minorías. Para que la democracia perdure, la mayoría debe tratar a las minorías como ellos quisieran ser tratados de ser la minoría. Los fundamentalistas no pueden permitir que eso ocurra. Para ellos, los que creen y se comportan de manera diferente a la de ellos están equivocados y a «Dios no le gusta, Dios no lo tolera y tampoco lo hacen sus devotos».

El fundamentalismo es incompatible con el cristianismo. El cristianismo es la religión de la libertad. Es la religión de la tolerancia y diversidad. La cristiandad es una religión para todos en todas las culturas en todos los tiempos. El fundamentalismo se ha comprometido a una homogeneidad cultural y a un comportamiento uniforme, a tradiciones inalterables y a convenciones para regir las interacciones sociales. El cristianismo no consiste en ir a otras tierras y culturas para enseñar a los nativos a vestir la indumentaria occidental y a llenar el cepillo eclesiástico. El fundamentalismo consiste en condenar el pecado cuando lo ves y en enfrentarte en nombre de la «verdad». El cristianismo consiste en cuidar al pecador tanto como al santo, en entender los factores que contribuyen a los comportamientos destructivos, y conducir a aquellos que se han destruido a sí mismos, a sus familias y a sus amigos a la sanación y al perdón. Los fundamentalistas nos quieren convencer de que son los guardianes de los fundamentos cristianos. No lo son. Son los guardianes de su propia posición, cultura y poder. Hay fundamentos cristianos, y muchos fundamentalistas respetan algunos y todos de esos fundamentos. Pero es la similitud con el cristianismo que hace que el fundamentalismo sea tan peligroso.

El fundamentalismo es una herejía cristiana. Es incompatible con la libertad de culto. Es incompatible con la democracia. El crecimiento del fundamentalismo es una amenza para la obra de Cristo, para la sociedad, para nuestro país y para nuestras libertades. Tenemos que esforzarnos en exponer los peligros del fundamentalismo.

Copyright © 2002 Steve Falkenberg
Extraído de What is Fundamentalism and Why is It So Dangerous?
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JMI.-No envíe, por favor, "comentarios" que no comentan el artículo, y que son muy excesivamente largos. Gracias.
07/02/13 5:01 PM
  
Ricardo de Argentina
Padre, me llama la atención de que permita un comentario de copiaypega donde se dicen disparates del calibre de éste:"Cristo...era un evolucionado cultural y social que...vulneraba las leyes religiosas constantemente..."
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JMI.-Tiene razón, Ricardo. Hubiera sido más conveniente no dar paso, simplemente, a un comentario mucho más largo de lo tolerable, además de los de copio/pego, y que incluye estupideces como la que Ud. alude.
Lo siento.
07/02/13 9:57 PM
  
kantabriko
" La ausencia de la cruz es la causa de todos los males " ,segun Concepcion Cabrera de Armida , muy logico fundamento ,irrebatible . ? como es posible que ciertas sociedades se hayan atrevido a retirar cruxifijos del cristianismo y simbolos de la fe ? ,intendible ... , un cordial saludo estimado padre .
08/02/13 2:24 AM
  
María
San Pablo... ¿Porqué escribe....que no quiere saber otra cosa, más que a JESÚS crucificado?....Porque la muerte que JESÚS padeció en la Cruz, era el motivo que MÁS le movía a ejercitar la OBEDIENCIA para con DIOS,....la Caridad para con el prójimo,...la Paciencia en las adversidades....ya que todas estas Virtudes fueron tan heroicamente practicadas por JESUCRISTO en la Sublime cátedra de la Cruz.
Como dice Santo Tomás: Contra cualquier tentación se halla en la Cruz la defensa .
San Agustin: La Cruz no sólo fué patíbulo del que padecía, sino cátedra de quien enseñaba.
08/02/13 11:41 PM
  
kantabriko
Si que es usted un cristiano honorable estimado padre ,un cordial saludo .
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JMI.-Pida por mi conversión, y más ya acercándose la Cuaresma.
09/02/13 1:27 AM
  
Bruno
"Atribuir necia e irresponsablemente a «la secularización» creciente del mundo la apostasía creciente del pueblo cristiano es una gran falsedad y una enorme estupidez. Viene a ser como si la luz echara a las tinieblas la culpa de la oscuridad reinante en un lugar"

¡Bien! Diagnóstico certero y que llega al fondo de la cuestión.

Basta ya de echar la culpa de todo a otros: que si la sociedad, que si el consumismo, los gobiernos anticlericales, la sectas, la ausencia de vocaciones... Si el mundo no se convierte se debe a que los católicos nos avergonzamos de la Cruz de Cristo. Lo demás sólo es decorado.
09/02/13 12:14 PM
  
Laura
Gracias padre, por estos escritos, que por la gracia de Dios nos iluminan tanto y nos dan ánimos a no desfallecer y seguir luchando con la gracia del Señor.

Desde mi pequeña experiencia , el horror a la cruz está últimamente desorbitado. Queremos ser como Cristo pero Resucitado, sin pasar por la cruz, porque como ya lo hizo Él, no es necesario que lo hagamos nosotros.
Desde mi punto de vista el amiguismo que no la amistad nos está destrozando sobre todo en el ámbito de los laicos y por el miedillo de los párrocos y responsables.
Ejemplos:
Mi hija es muy buena chica y yo como soy muy buena parroquiana, hablo con...para que mi hija trabaje de responsale para cáritas(ella cree eh pero en la Iglesia no y es una bellísima persona.).
Mi hijo es estupendo está divorciado por culpa de ella ehhh, y se casó con otra pero ale de director de escuela católica porque él lo vale.
- Esta mujer, amante de los libros de autoayuda y de la nueva era, que le falta para cotizar le damos trabajo en la libreria obispado y le encargamos que pida los libros. Ya verá que estupenda nos queda, porque es de muy buena familia también y más tristes casos.
-Pareja de novios que viven juntos sin estar casados, pero oye que catequistas más majos para la confirmación. (Estoy segura que están capacitados para enseñar la humana vitae).
De esto hay abundancia...
Que yo no digo que pasado mañana lo hagan fenomenal pero en estos momentos están incapacitados para hacerlo. Es metafísicamente imposible sin la conversión que necesitan/mos.
En fin...pero como es moderno y son jóvenes pues nos la cuelan enterita...pues ale.
Una de las mayores obras de caridad es decir la verdad.
Como nos recuerda San Pablo en 1ª de Corintios 6,

"¿No saben acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No se engañen: ni los que tienen relaciones sexuales prohibidas, ni los que adoran a los ídolos, ni los adúlteros, ni los homosexuales y los que sólo buscan el placer ...
11. Tal fue el caso de algunos de ustedes, pero han sido lavados, han sido santificados y rehabilitados por el Nombre de Cristo Jesús, el Señor, y por el Espíritu de nuestro Dios."
Sí, cierto, al principio escuece pero va curando que es una maravilla...

Y como para Nuestro Dios no hay imposibles. Pidamos y confiemos:
Conviérteme Señor y me convertiré.

Que Dios le siga bendiciendo padre y le conceda la perfecta unión con Él.

Pd: Sé que no tiene que ver con el post pero me podría decir a qué tema corresponde la introducción musical de sus conferencias de espiritualidad. Es arrebatadora, hermosísima.
Las conferencias de conversión y penitencia me están ayudando mucho y es que todavía tengo tanto por hacer...


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JMI.-Cuando se refiere a mis conferencias, me figuro que alude a mis dos series principales.

La serie DAME DE BEBER la inició en Radio María D. José Ignacio Munilla, antes de ser Obispo, y al serlo, la continué yo heredando el título de la serie y la sintonía musical. Se trata del motete Pie Jesu, derivado de un tema del Dies irae, y que ha sido musicalizado por un buen número de autores. El Pie Iesu más famoso, en todo caso, es el del Requiem de Fauré. A mí me resulta muy oído y un tanto meloso. Pero bueno.

A la serie LUZ Y TINIEBLAS, también para RMaría, le puse yo el título y la música de sintonía, que está tomadas de las Vísperas de la Beata Virgen, compuesta en 1610 por Claudio Monteverdi. Es una sintonía realmente impresionante.

09/02/13 12:54 PM
  
Liliana
Me duele ver como se abandona la Iglesia de Cristo por no entender, la obra de entrega de nuestro Señor como expiación de los pecados.
No querer ver al Hijo de Dios en la cruz, es no querer reconocer que somos pecadores.
A mi me costo mucho aceptar esto que parece una contradicción, Jesucristo no quedo en la cruz ni tampoco esta muerto, solo acepto el camino para resucitar y vencer el mal.
Cristo en la cruz es signo de Poder y Salvación, en el presente en el futuro y en la eternidad.
Saludos.
09/02/13 1:54 PM
  
Laura
Sí, a eso me refería, gracias por las indicaciones tan completas.
09/02/13 9:19 PM
  
kantabriko
Es usted un honorable siervo de JesuCristo ,solo hay que leer sus post ,su dedicacion , admirable, asi como su obra y sus escritos , usted posee mucha comprension espiritual estimado padre ,pax y salud .
09/02/13 10:22 PM
  
Néstor
Gracias por lo que dice de los "moderados", Padre. Me parece que son más dañinos aún que los abiertamente heterodoxos o indisciplinados. Y esa pintura que los muestra blandos con los que destruyen a la Iglesia y rigurosos con los que tratan de defenderla es totalmente exacta. Eso sí, oremos para que no seamos ni moderados ni destructores al descubierto!
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JMI.-Oremos, Néstor, oremos, oremos.
10/02/13 5:11 AM
  
Tomás Bertrán
Entresaco un par de párrafos de un libro que era de mi padre, y que me ha hecho un gran bien. El libro es de D. Marcelo González Martín, cuando era Arzobispo de Barcelona, y se basa en las Conferencias cuaresmales del año 1971. Se titula "Hijos de la Luz", de editorial Balmes. El capítulo que más me impactó fue el titulado (pág 99): "Cristianismo sin Cruz, la gran tentación".
Dice:
1.-"El error, el terrible error, consiste en considerar esta cruz, que el Señor nos invita a llevar, como algo externo, añadido o impuesto. Es otra cosa. Es una reflexión, que pasa a ser una actitud, y se convierte en un amor. No se ama la cruz por la cruz, por lo que tenga de negación, sino por lo que tiene de dominio sobre sí mismo, de incorporación a un orden superior, de vencimiento del egoísmo, de imitación de Cristo para asegurar el verdadero amor a Dios y a los demás".
2.-"Tenemos miedo a todo lo que nos crucifica, es natural. Preferimos, muchas veces hasta inconscientemente, algo así como planificarnos nuestra cruz", saber por dónde viene y "situarnos" ante ella. Todos somos capaces de cumplir un programa, por duro que sea, que nos hayamos propuesto, marchar en una línea de exigencias marcadas por nosotros mismos, coger un determinado aspecto del Evangelio a nuestro modo y llevarlo hasta los más extremos rigores; pero, ¿y de vivir diciendo "hágase en mí según tu palabra", "hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", crucificar la carne y vivir según el Espíritu no buscando la vana gloria, preferir la gloria de Dios a la de los hombres, tomar la cruz de cada día, y vivir como un verdadero pobre ante la voluntad de Dios?".
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JMI.-Gracias.
10/02/13 12:03 PM
  
kantabriko
El cargar la cruz es de una honorabilidad indescriptible y deja muy claro que es usted un catolico de mucho honor ,alla o aca o donde sea ,bienaventurado sea usted estimado honorable padre ,Amen
22/02/13 1:03 AM

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