(173) De Cristo o del mundo -XV. Laicos y monjes.1

–Entramos en una nueva época de la Iglesia.

–Así es; la que se inicia en tiempos de Constantino.

Cesadas las persecuciones, los cristianos se relacionan con el mundo de una forma nueva. En el período que ahora estudiamos, que va del Edicto de Milán (313) a la muerte de San Benito (557), al acabarse las persecuciones, los cristianos no viven ya dentro de un marco social hostil. Es cierto que durante los siglos de persecución, también hubo tiempos de relativa paz. En tiempos de persecución, había mártires y lapsi, pero predominaba el temple heroico en los cristianos. En tiempos de paz, los fieles ba­jaban la guardia fácilmente y no pocos se iban acomodando al mundo.

En el año 251, por ejemplo, cuando después de un período de relativa tranquilidad, Decio decreta duras me­didas contra los cristianos, San Cipriano considera la nueva persecución como una amarga medicina necesi­tada por la Iglesia para sanar de su lamentable mundanización: «El Señor ha querido probar a su familia, y ya que la paz prolongada había relajado la disciplina moral re­cibida de nuestros mayores, la justicia de Dios ha querido levantar de nuevo nuestra fe, que yacía, por decirlo así, postrada y adormecida» (De lapsis 5 y 6).

Sin embargo, hacia el 300 se aproxima ya en el final de las persecuciones. Los cristianos son cada vez más numerosos, aunque aún minoría, en todo el Imperio. En algunas regiones, como en Armenia (295), llega a declararse el cristianismo religión oficial. Y todavía en el 303 se de­sencadena la persecución de Diocleciano, una de las más terribles sufridas por la Igle­sia primera.

Florece la Iglesia grandemente cuando, cesadas las persecuciones, logra una libertad cívica. En el 312, en la batalla de Ponte Milvio, se produce la conversión del emperador romano Constantino (280-337), que en el Edicto de Milán, asegura de­finitivamente la libertad pública de la Iglesia. Los obispos reciben honor de senadores, el clero cristiano hereda los privilegios de los sacerdotes paganos, las iglesias y gran­des basíli­cas se multiplican, la Cruz viene a ser el signo fundamental del Imperio, se le­gisla en favor de la familia y la moralidad pública, se proscribe la crucifixión (315), se moderan las luchas de gladiadores y ciertos castigos a los esclavos, comienza a cele­brarse civilmente el do­mingo (321). Se celebran importan­tes Concilios regionales, y también ecuménicos (Nicea I, 325; Cons­tantinopla I, 381; Éfeso, 431), y se organiza mejor la liturgia y la catequesis.

El mundo secular va cambiando notablemente a lo largo de todo el siglo IV; aun­que no sin resistencias, pues el paganismo tiene todavía mucha fuerza en las mentalidades y costum­bres, y también en personas de prestigio. El cristianismo es ya, en todo caso, la fuerza principal ins­piradora de la vida imperial, y los cristianos desem­peñan las autoridades públicas más importantes. Ser cristiano ahora es en el mundo más una ventaja que un peli­gro.

Crecen ahora juntamente las facilidades para el desarrollo pleno de la vida cristiana y los peligros de una progresiva mundanización de los cristianos. De un lado, los paganos, ante la nueva situación, afluyen en masa a la Iglesia, algunos por oportu­nismo, pero muchos por sincera apertura al nuevo espí­ritu que lo va animando todo. Y de otro lado, son también muchos los cristianos que, aprovechando los favores de la nueva situación, van mundanizando sus vidas. Cesadas las persecuciones, el descenso espiritual del pueblo cristiano, en su conjunto, es in­dudable. Va quedando ya poco del heroísmo generalizado de los tiempos martiriales. El ár­bol de la Iglesia ha crecido más y más, pero sin las podas periódicas de las persecuciones, que antes aseguraban su purifica­ción, y sobre todo sin la lucha espiritual extrema, que antes ocasionaba su fortalecimiento.

Son muchos los dis­cípulos de Cristo que se acomodan más o menos al mundo, procurando disfrutar de él con fer­vor de mundanos neófitos, conversos a la munda­nidad: buscan riquezas, prestigios y poderes, procuran poseer lo más posible, y tratan de conciliar el espíritu del mundo –el viejo espíritu de siempre: la triple concupis­cencia que lo invade todo (1Jn 2,16)– con su vocación cristiana.

El diagnóstico de San Jerónimo (347-420) es claro: «Después de convertidos los emperadores, la Iglesia ha crecido en poder y riquezas, pero ha disminuido en virtud» (Vita Malchi 1). Él mismo, re­chazado en Roma por su rigor ascético, de donde hubo de marcharse, describe con pena la nueva situa­ción que va estableciéndose. Con ironía describe, por ejemplo, el tipo de clero que se va imponiendo, que más parece «desposado que clé­rigo». En efecto, «madruga más que el sol, e inmediatamente traza el orden de sus visitas, y tan importuno como viejo, se introduce casi hasta la misma alcoba de quienes todavía no han despertado. Poco amigo de la castidad y menos amigo de los ayunos, por el solo olor conoce y aprueba los manjares. Su lenguaje es inculto y pro­caz. Dondequiera que vayas, es el primero con quien te encuentras. Cada hora del día cambia de caballos, usándolos tan lucidos y briosos que parece ser her­mano carnal del rey de Tracia»… ¿Y qué se ha hecho de la virgen cristiana, antes orante y penitente? Ahora, dice con atrevimiento: «¿Por qué voy a abstenerme de los alimentos que ha creado Dios precisamente para nuestro uso?… Y si ven a otra virgen pálida y maci­lenta por los ayunos, la tratan de infeliz y maniquea, censurando el ayuno como herejía. Éstas son las que cruzan las ca­lles con ostentación exagerada… Llevan en su túnica una estrecha franja de púrpura, dejan flojas las cintas de sus cabellos para que floten éstos al aire, usan suelto el velo, que revolotea sobre sus hombros… En esto con­siste toda su virginidad» (Ep.22 ad Eustoquium).

Y si ésta es la actitud nueva que en clérigos y vírgenes se va dando con alguna frecuencia, ¿cuál será la situación espiritual del pueblo cristiano? Estamos, sin duda, en un tiempo de grave cri­sis para los discípulos de Cristo, ocasionada por una amplia e inesperada apertura favo­rable del mundo. De todos modos, aunque es real ahora esta tendencia a una reconciliación paganizante con el mundo, no olvidemos que en muchas familias y comunidades cris­tianas perdura la fibra espiritual heroica forjada en tres siglos de persecuciones, y son relativamente frecuentes los ejemplos admirables de santidad laical.

Es ahora cuando nace el monacato. En este siglo IV, precisamente, es cuando muchos cristianos, solos o en grupos, se van exiliando del mundo, para iniciar la vida monástica. Y ésta es una gran para­doja: los mejores cristianos, que habían permanecido en el mundo mientras duraron las persecu­ciones, sin que se les ocurriera entonces fugarse a los montes o desiertos, ahora, cuando cesan las persecuciones, al iniciarse un aflojamiento generalizado de la vida cris­tiana, es cuando, aquí y allá, queriendo tender con más fuerza a la perfección, lo dejan todo, se descondicionan del mundo, y se van al desierto a seguir a Cristo…

Las pala­bras de Cristo, «si quieres ser perfecto, dé­jalo todo y sígueme», resuenan ahora con un sen­tido nuevo en el corazón de los cristianos más ávidos de santidad. Y así los monjes, como Cristo, son «llevados por el Espíritu al desierto» (cf. Lc 4,1). Antonio (250-356), Pacomio (+346), Basilio (329-379), Juan Crisóstomo (354-407), miles y miles de hombres, verdaderas muchedumbres, lo dejan todo, para seguir al Señor: aban­donan las ciudades cristiano-paganas, y sa­len a lugares so­litarios para formar comunidades de vida perfectamente ajustadas al ideal del Evangelio.

Al comienzo del siglo IV, por ejemplo, según calcula el eminente historiador Ludwig Hertling, hay en Egipto unos 100.000 monjes y 200.000 monjas. Si tenemos en cuenta que la capital, Alejandría, tiene por entonces 250.000 habitantes (igual que Antioquía; Roma, 500.000; Cartago, 100.000), esas cifras nos hacen pensar que una gran parte del pueblo cristiano egipcio vivía el Evangelio en forma monástica. Y como veremos más adelante, también en la Edad Media e incluso en la Moderna una parte muy notable del pueblo cristiano «deja el mundo» para realizar el cristianismo en forma monástica o religiosa. Y son, por supuesto, los siglos en que la Iglesia tiene mayor fuerza para marcar el mundo secular con el pensamiento y los mandatos de Cristo, Salvador del mundo.

San Juan Crisóstomo (349-407). Para estudiar la relación de los cristianos con el mundo durante los siglos de persecuciones me fijé especialmente en Clemente de Alejandría. Ahora, para estudiar esa misma relación, tendré en cuenta especialmente a San Juan Crisóstomo, una de las figuras más notables del siglo IV. Es un verdadero maestro de perfección cristiana que ha de darse en el mundo y en el desierto (Tratados ascéticos, BAC 169,1958; Louis Me­yer, Saint Jean Chri­sostome, maitre de perfection chrétienne). Elijo la enseñanza de este santo Doctor de la Iglesia por varias razones:

Es el Pa­dre de la época que, con San Agustín, dejó una obra literaria más amplia y apreciada. Fue monje y fue después Obispo, lo que le ayudó a conocer las posibilidades de la perfección fuera del mundo y en el mundo. Vivió una época, como la actual, de reconciliación de los cristianos con el mundo, es decir, de graves y nuevas tenta­ciones de paganización. Nos muestra una primera respuesta de la fe a temas espiri­tuales muy importantes, sobre los cuales la Iglesia irá teniendo una doctrina cada vez más clara y precisa. Quiso, pues, Dios que, cesadas las persecuciones, este santo Patriarca de Constantinopla, fuera uno de los primeros exploradores de la espiritualidad, en tiempos de paz, de los monjes (Contra los impugnadores de la vida monástica), de los sacerdotes (Los seis libros sobre el sacerdocio) y también de los laicos (De la vanagloria y de la educación de los hijos).

La educación de los hijos ha de ser cristiana, finalizada en la plena santidad. En modo alguno han de aceptarse en la educación los modelos de pensamiento y de vida de los paganos. De hecho, la situación espiritual del pueblo cristiano le parece al Crisóstomo realmente inaceptable, y la describe con denuncia y alarma, defendiendo al mismo tiempo la opción extrema de los monjes, que escapan del mundo degradado.

Los hijos son, desde niños, profundamente escan­dalizados por sus propios padres. Unas veces sim­plemente porque no los educan, ignorando que «el des­cuido de los hijos es pecado que sobrepasa todo pe­cado y toca la cúspide misma de la maldad» (Contra impugnadores III,3). «¿Tú le has leído [a tu hijo] las leyes que nos tiene dadas Cristo? ¿O ignoras tú mismo qué quiera decir todo eso? ¿Cómo podrá, pues, el hijo cumplir aquellas co­sas, cuyas leyes ig­nora el padre que debiera enseñárselas?» (III,5). Otras veces porque, de palabra y de obra, los padres educan a sus hijos en un anti-Evangelio, cuando ellos mismos comienzan por estar absortos en los bienes del mundo visible. ¿Qué educación cristiana van a dar a sus hijos? «No puede hallarse otro origen del extravío de los hijos sino ese loco afán por las co­sas terrenas. El no mirar sino a ellas, el no querer que nada se estime por encima de ellas obliga a des­cuidar tanto la propia alma como la de los hijos» (III,4).

La mala formación de los hijos «ojalá consis­tiera sólo en que no les deis un consejo para el bien, pues no se­ría tan grave como el que ahora cometéis empujándolos al mal… Desde el principio no cantáis a vuestros hijos otra cantilena que ésa, y no otra cosa les enseñáis sino lo que ha de ser causa de todos sus males, pues les infun­dís los dos más tiránicos amo­res: el amor al dinero, y el otro, más inicuo todavía, el amor de la gloria vacía y vana… ¿Quién será, pues, tan insensato que no desespere de la salvación de un joven así educado?… ¿Crees tú que tu hijo, en plena juventud, metido en medio de Egipto o, por mejor decir, en medio del campo de batalla del dia­blo, sin oír de nadie un buen consejo, viendo más bien cómo todos lo empujan a lo contrario, y más que nadie los mismos que lo engendraron y lo crían; crees tú, repito, que podrá escapar a los lazos del diablo?» (III,5-6)…

Parece «como si todo vuestro empeño consistiera en perder adrede a vuestros hijos, mandándoles hacer todo aquello que de todo punto imposibilita su salvación»… «Sabéis cubrir el vicio con bonitos nombres, y llamáis urbanidad a la asis­tencia continua a hipódromos y teatros, libertad a la riqueza, magnanimidad a la ambición de gloria, franqueza a la arrogancia, amor a la disolución y va­lentía a la iniquidad. Luego, como si este engaño no fuera bastante, también a la virtud la bautizáis con nombres contrarios, llamando rusticidad a la tem­planza, cobardía a la modestia, falta de hombría a la justicia; la humildad es para vosotros servilismo, y la paciencia debilidad… Y lo más grave es que no sólo de palabra, sino de obra, sobre todo, dirigís esa ex­hortación a vuestros hijos, construyendo casas es­pléndidas, comprando campos costosísimos y rode­ándolos de todo otro aparato de lujo, con todo lo cual tendéis como una espesa nube que ensombrece sus almas» (III,7).

«Ya resulta poco menos que inocente la fornica­ción… Se tiene a gala y se toma a risa. Los que guardan cas­tidad son tenidos por locos… Pues bien, los padres de los hijos así ultrajados soportan todo en silencio y no se hunden con sus hijos bajo tierra, ni buscan remedio alguno para tamaños males. A la verdad, si para arrancar a los hijos de esta pestilencia fuera menester marchar más allá de las fronteras o atravesar el mar o habitar en las islas o abordar a tie­rra inaccesible o salirse de nuestro mundo habitado ¿no valdría la pena hacerlo y sufrirlo todo, a trueque de evitar tanta abominación?… En conclusión: ¿habrá todavía quien ose afirmar que es posible sal­varse en medio de tantos males?» (Contra impugnadores III,8).

Aquí se inician las cuestiones sobre los caminos de perfección, se aclaran verdades y surgen errores.

Un error: no es posible en el mundo la perfección evangélica. Los defensores primeros del monacato, como puede suponerse, a veces quizá exageran en sus escritos el estado negativo del pueblo cristiano común, para fortalecer así sus ar­gumentos. Y a veces yerran, al menos en el sentido literal de sus palabras, cuando, por ejemplo, dicen que la virtud per­fecta en la ciudad no es posible. San Juan Crisóstomo, con­cretamente, en sus primeros escritos, cuando era monje, siguió más o menos esta tesis (Paralelo entre el Rey y el Monje, Tratado de la virginidad, No repetir bodas, A una viuda joven, A Teodoro caído, Contra los impugnadores de la vida monástica). Pero ya de Obispo, como veremos, se corrige a sí mismo en esta importantísima cuestión.

Otro error: ninguna ventaja hay en dejarlo todo para seguir a Cristo, buscando la perfec­ción, pues ésta puede hallarse sin dejar nada. Éste es un error retorcido, que se esconde en una verdad: «tú te afir­mas en que es posible llegar a toda la perfección de la virtud aun en medio del tráfago de las cosas. Si eso no me lo dices en broma, sino realmente en serio, no tardes en enseñarme esta nueva y maravillosa doctrina, pues tampoco yo quiero tomarme sin razón [en el desierto] tantas molestias y abstenerme tonta­mente de tantas cosas» (III,7).

Otro error aún más grave: «¿Y qué necesi­dad, me dices, tienen mis hijos de llegar a una per­fección de vida?… Esto, esto precisamente, te res­pondo yo, es lo que ha perdido todo: que cosa tan necesaria [como la perfección] sea mirada como algo superfluo y acceso­rio. Si uno ve a su hijo enfermo corporalmente, no se le ocurrirá decir: “¿qué necesidad tiene mi hijo de una salud limpia y perfecta?”… Y después de hablar así, aún se atreven a llamarse padres» (III,9).

El planteamiento que los monjes se hacen es muy simple, y desde luego ante­rior a todo debate teológico del tema. Fundados tanto en la palabra de Cristo y los após­toles, como en su propia experiencia, los monjes afirman 1.-que el mundo es muy malo, 2.-que es difícil resistir sus fascinaciones y condicionamientos, y guardar plenamente la libertad de los hijos de Dios bajo la acción del Espíritu Santo, el renovador de la faz de la tierra, que quiere odres nuevos para el vino espiritual nuevo ; y 3.-que para ser perfecto es, pues, más aconsejable «dejarlo todo», familia y posesiones, oficios y ne­gocios, y «seguir a Cristo». De todo ello están seguros por el Evangelio y por la experiencia.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

9 comentarios

  
José Luis
En las persecuciones contra los cristianos, parecen que se fortalecen, pero cuando cesan, llega a suceder que si están muy metidos en el mundo, algunos incluso renuncian a su fe, lo cual es un problema.

Yo diría que el consumismo es otra persecución en el día de hoy. Muchos dejan de orar para dedicar ese mismo tiempo a los entretenimientos y diversiones mundanas.

Sabemos, o deberíamos saberlo mejor, que Dios sigue llamando en cualquier momento. Si no todos podemos entrar en monasterios para vivir como los monjes santos, deberíamos esforzarnos para vivir una auténtica vida religiosa dentro de nuestros propios ambientes, esto no es nada fácil, porque siempre habrá alguien que quiera ver la televisión, o hablar de cosas superficiales, perdiendo entonces de vista a Cristo Jesús, que es lo único necesario para nuestras vidas.

Todo cristiano, incluso los que están casados, no están hechos para este mundo, si no dejaría de ser cristianos dentro de su corazón.

Los que no estamos casados, ni tenemos la alta dignidad sacerdotal, tenemos esa oportunidad de vivir como monjes, aunque no estemos en esos monasterios, que son la antesala del cielo, también nosotros. Si el cristiano soltero trabaja, tiene días de descanso, para bien retirarse un fin de semana como huesped en una casa religiosa o monasterio, pues tiene la ocasión, y así recuperan las fuerzas que por el trabajo semanal tiene. Recuperar las fuerzas espirituales, para mantener la paz y la alegría por medio de la oración y meditación. Ninguno hemos venido a este mundo para entretenernos viendo partidos de fútbol, el cristiano auténtico no es de fútbol sino de Cristo. Y siendo de Cristo, siempre podemos encontrar esos momentos tan preciosos en el retiro para la oración y meditación, como queda dicho, es algo que es imposible hacer dentro de una multitud de gente gritando y diciendo malas palabras porque su equipo favorito no juegan como quieren ellos.

Como bien leemos aquí, en este capítulo, los padres tienen la obligación de educar a sus hijos en la fe de Cristo. Referí en otro lugar... además de las instrucciones cristianas que deben procurar los padres cristianos para con sus hijos, los educadores en los colegios, catequistas, profesores, maestros, tutores, deben ser probados en la doctrina católica, en la moral, en la humildad, en la paciencia, en la perseverancia, en conocer y practicar las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica y del Santo Padre. Un educador no puede ser persona que viva al margen de la fe de la Iglesia Católica. Tiene que tener una convicción profunda de lo que enseña, y con la caridad auténtica que debe hacerlo. Tiene que parecerse a Cristo en su pensar y en sus trabajos.

Es verdad, si padres cristianos dicen que aman a sus hijos, pero que luego no le alimentan espiritualmente, no tienen verdadero amor a sus hijos, prefieren regalarles juguetes, pero no les educan en el rezo del Santo Rosario, en el Ángelus, le permiten por el contrario que vean la televisión, o le compran videosjuegos, o algún ordenador con internet en su habitación; esto no es amor a los hijos, sino la indiferencia, y por la ruina de los hijos han de dar cuenta los padres a Dios cuando llegue el momento.

Muchos padres se desesperan por el comportamiento de sus hijos, pues teniendo la ocasión y el tiempo para haberlos educado cristianamente, no lo hicieron. Pues no es suficiente inscribirle en clases de religión o catecismo, cuando en su hogar no viven en ese sentido cristiano. Ser cristiano es serlo de verdad, con hechos, pensamientos y con obras, no es solamente un concepto, no es un nombre, debe ser una realidad. El cristiano debe ser como otro Cristo en este mundo.

Y para terminar, ¿no es otro tipo de persecución de padres y madres de familia contra sus propios hijos cuando no le educan en conformidad con el Corazón de Cristo? ¿Con la fe de la Santa Madre Iglesia Católica? Cuántos hicieron su Primera Comunión, y la única, y luego dejaron de creer, cuando creían de niño, y durante un tiempo sí creían en Dios y amaban a la Iglesia Católica. Mala cosa es el mundo.
17/03/12 10:10 AM
  
Daniel M.
Me ocurre algo curioso: que cada vez que veo que usted ha publicado un nuevo post, al principio no tengo ganas de leerlo pero, cuando finalizo, me siento bien de haberlo hecho.

Hay algo que me inquieta un poco con respecto a todo este asunto... Uno, como laico, para obtener la santidad ¿debería abstenerse completamente de lo que ofrece el mundo? Lo pregunto por lo que José Luis ha comentado. ¿Es necesario que nos abstengamos de ver televisión, de ver partidos de fútbol, entre tantas otras cosas? Porque entiendo que cualquier cosa que no ayude a construir el Reino de Dios se puede considerar vana, además de que algo tan inocente como lo que acabo de mencionar puede llevar al pecado. Pero, ¿ni siquiera con moderación (¿se podría hablar de templanza?) puede uno acceder a estos placeres?

Gracias nuevamente por compartir con nosotros, padre José María. Espero su próxima entrega, si Dios lo permite.
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JMI.-Iremos tratando de esos temas concretos que señala en artículos siguientes. Pero le adelanto lo de SPablo: "No apagueis el Espíritu. Probadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos hasta de la apariencia del mal".

Por supuesto que todo lo que en cierto lugar y tiempo sea una "ocasión próxima de pecado", y que no sea "necesario" (salir a la calle, ir al trabajo), ha de ser evitado. Ciertas modas, cadenas de TV, playas, etc. son hoy de hecho "ocasiones próximas de pecado". Los primeros cristianos, por eso, se abstenían de las termas, de los espectáculos de teatro y circo, etc. Porque eran realidades mundanas que estaban completamente podridas. Y que no eran estrictamente necesarias (¡aunque casi todos los ciudadanos las frecuentaban con entusiasmo unánime, sin ver nada malo en ello!).
17/03/12 2:25 PM
  
jorge
Daniel M. Para mi los partidos de futbol hace tiempo que dejaron de ser un deporte en si mismo, es un negocio donde hay mafias de por medio y los jugadores son los nuevos gladiadores. Por otra parte la tv ha cambiado completamente, basta que te sientes a verla y no te das ni cuenta que empiezas a descerebrarte, la cantidad de sandeces que se dicen es infinita y otras barbaridades mas que se dicen y se muestran. Ejemplos hay por montones, creo yo que ( futbol y tv ) son el nuevo circo romano.
17/03/12 5:02 PM
  
Mimi Kintner
Verdaderamente un REGALO su post, Padre José María. Cautivante , aterradora, mea culpa.
Gracias y bendiciones !
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JMI.- Bendición +
18/03/12 1:39 AM
  
José Luis
Conocí a un ermitaño (el Hermano Salvador Romaguera), cuya vida muy santa y piadosa, que era jugador de fútbol, pero en cuánto sintió la llamada de Dios, se retiró del mundo, se entregó de lleno a la vida de oración; muy feliz en la vida solitaria que llevaba, gran devoto de María Santísima. Siempre respetaba a todos, y trataba con cariño a las personas. Además de la oración, trabajaba el terreno para no estar ocioso, y todo lo ofrecía a Dios. Este piadoso ermitaño tenía un compañero, más anciano que él, no le llegué a conocer, había fallecido. Según me contó, cuando iba caminando por el borde de la carretera, fue atropellado por un coche, su compañero, el otro ermitaño. Pues por su fidelidad a la pobreza evangélica, más que nada prefería caminar, y ni siquiera, ni buscaba dinero para hacer viajes de apostolado. Sin embargo, tuvo enemigos, algunos periodistas y medios de comunicación, le invitaron a hablar en determinados programas anticatólico, pero él desconocía todas esas cosas, pero cuando iba a esos medios, hablaba del amor de Cristo, del Evangelio, de la caridad. Sin embargo, se burlaron de él, le calumniaron, dijeron mentiras sobre él, y cosas terribles, todo lo sufrió por amor a Cristo. Algún periódico anticatólico, se entretuvo en difundir falsedades que sólo al demonio puede influir en los corazones corruptos y miserables, como esos falsos periodistas. Y es que el mundo, no les vale las buenas disposiciones de los que se salvarán, los que se pierden, se entretienen ya por la televisión o la prensa y revistas de este mundo, en inventarse todo el mal que quieren para hacer el mayor daño.

En una ocasión me dijo que un conocido suyo, le invitó a que fuera a su casa para ver un partido de fútbol, le respondió que no podía ser, ya que su vida pertenecía a Dios para siempre. Y además, que el fútbol es una ocasión muy grande para que sí el alma comienza a orar, no ore bien, pues aunque el orante no quiera por una parte tener imaginaciones, pero que si no se ofrece enteramente a Dios, entonces caerá en la tentación pensando en el deporte, en este o en otro, para que su oración sea ineficaz.

Yo veo muy acertado lo que dice Jorge. Además, estar pendiente de las cosas del mundo, es traicionar a Cristo, es no seguir el mismo camino de Jesús nos enseña.

El Señor llama a muchas almas a la conversión, pero una vez emprendido el camino hacia la conversión, debemos ir despojándonos de todas las cosas del mundo que hay en nuestro corazón, pero si el corazón ora, sin renunciar las cosas mundanas, sino que se inclina por ello, más que a la vida de oración, me parece que la oración pierde su eficacia. Por eso aquel ermitaño a quien el Señor se los llevó al cielo, quería siempre que su oración fuese verdaderamente oración.

¿Quién nos separará del amor de Dios? dice San Pablo, pues entonces, no debemos consentir que nada del mundo nos separe del amor de Dios en Cristo Jesús.

• «Todos eran solícitos en hacer oración todos los días y en ocuparse en trabajos manuales para evitar en absoluto la ociosidad, que es enemiga del alma. Se levantaban con toda diligencia a media noche y oraban devotísimamente, con lágrimas copiosas y suspiros; se amaban con íntimo y mutuo amor, se servían unos a otros y se atendían en todo, como una madre lo hace con su único hijo queridísimo Era su caridad tan ardorosa, que les parecía cosa fácil entregar su cuerpo a la muerte, no sólo por amor de Cristo, sino también por el bien del alma o del cuerpo de sus cohermanos. » (San Francisco de Asís, Escritos, leyendas biografía de la época La leyenda de los Tres Compañeros, 41, págs.. 554-555. BAC. 1980)
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JMI.-Bien, sin duda. Pero sin pasarse. No digamos con Tertuliano que todos los que vivimos en el mundo tenemos que salirnos de él al desierto para salvarnos, porque si no, ciertamente nos perdemos. Hay acciones, como asistir a un partido de fútbol, que de suyo no tienen nada de malo. Si se da en ambiente pésimo, insultos, blasfemias, paroxismo de apasionamiento, rugidos, etc., entonces sí hay que evitarlo. Si se da, p.ej., en la mañana de un domingo en las afueras del pueblo, contra el pueblo vecino, las mamás con niños pequeños, conociéndose casi todos, etc. es cosa sana y buena. Es como dar un paseo, junto al lago, donde Andrés y Pedro, y más allá Santiago y Juan, trabajan en sus redes. Ahí está el cristiano con Dios. En este blog (172) citaba yo a Clemente de Alejandría: el buen cristiano guarda de Dios durante el día «memoria continua: ora en todo lugar, en el paseo, en la conversación, en el descanso, en la lectura, en toda obra razonable, ora en todo».
18/03/12 12:50 PM
  
Ricardo de Argentina
Me anima algo saber que ya desde los primeros tiempos en que la Iglesia fue socialmente aceptada, se producían hechos de lamentable mundanización entre los hermanos. Porque eso significa que la lucha de hoy, que parece tan terrible, estuvo siempre. Nada nuevo bajo el sol.

"Los hijos son, desde niños, profundamente escan­dalizados por sus propios padres." Este que dijo el Crisóstomo hace una inmensidad de siglos, se lo escuché yo a un cura ya fallecido, refiriéndose a algunas familias de su feligresía!
18/03/12 4:10 PM
  
María
La belleza, nos sitúa en un plano importante para entender....cúal debe ser la relación del hombre con las cosas....es decir con lo Mundano.
Yo creo que la voracidad "NO respeta el SER de las cosas "; porque se las traga...a diferencia de la mentalidad contemplativa, que consiste en disfrutar de la belleza poniendose ante las cosas....guardando una distancia...sin ánimo de comérsela o de apoderarse de ellas.
Hay quien disfruta de una casa, de un mueble o de un coche ,sólo por el hecho de ser suyo...en cambio hay otros, que disfrutan de una casa, de un mueble o de un coche...porque aprecian su belleza...sin considerar si son o no son de su propiedad....y es en este caso cuando se reconocen la dignidad de las cosas.
Necesitamos cosas para vivir, ....PERO HAY UN MODO DE POSEER QUE DESPRECIA LAS COSAS....OTRO MODO DE POSEER QUE APRECIA LAS COSAS.........Y UN TERCER MODO QUE CONSISTE..." EN SER POSEIDO POR LAS COSAS "......esa es la diferencia... ¿ con que" modo" nos quedamos cada uno de nosotros ?...,y este tercer modo es la AVARICIA....cuando desaparece el espíritu de contemplación...y sólo priva el de poseer y el ser dominado por las cosas .
Hay que poner ´Límite, al deseo de ganar,capricho de comprar, al amor de poseer, al afán de aparentar, al estímulo de la envidía.
Poseer puede llegar a ser una pasión avasalladora y que más enloquece.
" Sólo DIOS , nos hace felices ,porque sólo EL....es la verdadera riqueza del ALMA.
Lo mundano NO nos proporciona inteligencia, ni honradez,no hace Virtuoso al hombre, ni da paz al alma,ni el saber disfrutar de la belleza,ni un buen gobernante,....etc.... y mucho menos un buen Cristiano.

Saludos
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JMI.-1Cor 7,29-32.
El tiempo es corto y pasa. El que tiene, como si no tuviera.
18/03/12 10:29 PM
  
José Luis
P. José María, lo que me refiero, que en cualquier momento y entretenimiento, interrumpe nuestra relación con Dios, no es nada bueno, y es preciso evitarlo. Sabemos que estamos en el mundo, usamos algunas de las cosas que se nos presenta, pero esto, como usted bien ha recordado, que no debemos apagar el espíritu. Usted lo sabe mucho mejor que un servidor ignorante y paleto, pues en parte, en sus escritos tan claramente instructivos, está lo que yo he dicho, y lo he dicho mal, usted lo ha expresado con verdadero acierto.

Si yo tuviera la intención de pasarme, no tendría Internet ni ordenador, y hoy por hoy, es muy difícil ir a los desiertos a retirarse, no es como en aquellos tiempos.

Lo que me refería también sobre el ermitaño, es que no quería ver el fútbol ni por la televisión, pues él pretendía que su oración, fuera lo más perfecto posible, que ningún pensamiento, pudiera peturbar al alma que está orando en esos momentos. "La loca de la casa" decía Santa Teresa. Que muchas veces aunque no queramos, y no queremos, que pensamientos ajenos nos estorbe en la oración.

«Durante una cuaresma, con el fin de aprovechar bien algunos ratos libres, se dedicaba a fabricar un vasito. Pero un día, mientras rezaba devotamente tercia, se deslizaron por casualidad los ojos a mirar detenidamente el vaso; notó que el hombre interior sentía un estorbo para el fervor. Dolido por ello de que había interceptado la voz del corazón antes que llegase a los oídos de Dios, no bien acabaron de rezar tercia, dijo de modo que le oyeran los hermanos: "¡Vaya trabajo frívolo, que me ha prestado tal servicio, que ha logrado desviar hacia sí mi atención! Lo ofreceré en sacrificio al Señor, cuyo sacrificio ha estorbado". Dicho esto, tomó el vaso y lo quemó en el fuego. "Avergoncémonos - comentó - de vernos entretenidos por distracciones fútiles mientras hablamos con el gran Rey durante la oración». (San Francisco de Asís, Escritos, • Biografías • Documentos de la época: Anónimo de Perusa, Capítulo LXIII , 97, pág. 286-287. BAC. 1980).

Ir al fútbol no puede ser malo ni pecaminoso, sí que quien va lleva el mensaje de Dios, predicar el mensaje de salvación. Pero, ¿quién quiere escuchar sobre Cristo, en esos campos de fútbol? Sabiendo que hemos de trabajar por nuestra salvación eterna. O bien, ¿puedo ir al fútbol para meditar las verdades eternas con silencio y recogimiento y rogar por la salvación de mis hermanos extraviados? Lo puedo hacer, pero no en esos sitios donde los que van, buscan como divertirse y decir palabras malas; A esto también me refiero.

Como San Francisco de Asís, hemos de dolernos ante los descuidos que a veces somos terriblemente sometidos por nuestra debilidad y miseria.

Pero la realidad, que como ignorante que soy, no he acertado en la expresión, pues el sentido correcto, lo ha escrito usted, y le estoy muy agradecido de todo corazón por su ayuda según Dios a cada uno de nosotros.
19/03/12 3:45 PM
  
José Luis
Una corrección a lo anterior, en el párrafo sobre la vida de San Francisco de Asís, en vez de "Anónimo de Perusa" es: «Celano Vida segunda». Muchas gracias.
19/03/12 4:14 PM

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