(159) De Cristo o del mundo –l. Combate o conciliación
–Comenzamos una nueva serie de artículos.
–Comienzo una nueva serie de artículos … Bueno, sí: comenzamos.
De Cristo o del mundo fue el título de un libro mío (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 1997, 233 pgs.), y viene a ser ahora el título de esta nueva serie de artículos. Puede parecer un tanto agresivo. Estas contraposiciones fuertes hoy no están de moda. Y no será raro que algún cristiano de los que están al día nos objete: –¿Cómo es eso «de Cristo o del mundo»? Yo soy de Cristo y soy del mundo. Dicho lo cual, se quedará tan ancho, orgulloso de su capacidad personal de integración, de síntesis y de conciliación. Lo malo es que lo que dice este cristiano es falso, porque contra-dice lo que Cristo dice: «ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo» (Jn 17,16). –Permítame, cuando yo digo… –Perdone, pero no vamos a discutir ahora esta cuestión, que intento desarrollar ordenadamente en un buen número de artículos. Tendrá usted muchas ocasiones de impugnarlos, si así lo estima conveniente.
–Antes de seguir debo dar una explicación. Una leve dolencia me ha tenido recluido durante dos días, y he aprovechado este obligado descanso para leer varios números atrasados de la excelente revista católica 30Días, a la que estoy suscrito hace muchos años (30Giorni = 30D). Y como precisamente en esos días estaba pensando en la iniciación de esta serie, de ahí viene –coincidencia providencial, pero pura coincidencia– que tome ahora de esta revista algunos ejemplos de actitudes cristianas demasiado conciliadoras. A mi entender, claro.
Iglesia y mundo moderno. Escribe el Cardenal Georges Cottier, O. P.: «Se suceden periódicamente relecturas y contribuciones de distinta orientación sobre cómo interpretar y dónde colocar el último Concilio en relación con el camino histórico de la Iglesia … Aún hoy gran parte de las controversias interpretativas se concentran en tomo a la relación entre la Iglesia y el orden histórico mundano, es decir, el conjunto de instituciones y contingencias políticas, sociales y culturales que a los cristianos les toca vivir» (El Concilio Vaticano II: La Tradición y las instancias modernas, 30D 2010, 1). Así es, efectivamente. Aunque en realidad, la relación entre Iglesia y mundo ha sido conflictiva siempre, desde el tiempo de los Apóstoles. Pero sí es cierto que esa relación en el tiempo postconciliar, e incluso antes, desde el modernismo y el Syllabus (1864), se ha agudizado gravemente, incluso dentro del campo del pensamiento católico. Vuelvo enseguida sobre el tema.
La Iglesia y los judíos. En la sección de noticias breves reprodujo la revista 30Días (2009,9), sin comentarios, un comunicado de la Conferencia Episcopal Italiana a propósito de un encuentro de su presidente con altos representantes de la comunidad judía italiana: «La Conferencia Episcopal Italiana reafirma que la Iglesia Católica no tiene intención de obrar activamente (operare attivamente: sic) por la conversión de los judíos».
Ciertamente esa frase no expresa con exactitud el pensamiento de los Obispos italianos, y es uno de esos comunicados inexactos que a veces se producen. Si representara realmente su pensamiento –cosa, como digo, imposible– sería preciso hacer una nueva edición italiana de los Evangelios: «id y predicad el Evangelio a toda la humanidad, menos a los judíos» (Mc 16,15), y también de algunos documentos del Vaticano II: «la Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser “sacramento universal de salvación”, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres, menos a los judíos» (AG 1). Nuestro Señor Jesucristo, Esteban, Pedro y Pablo, y tantos otros, predicaron el Evangelio a los judíos, ocasionando así una gran tensión entre Israel y la Iglesia. Nosotros, gracias a Dios, hemos superado ahora esa actitud. Qué bien.
Poco después, con ocasión de la visita de Benedicto XVI al Templo mayor judío de Roma y de su encuentro con el rabino jefe Riccardo Di Segni, escribe Andreotti el editorial Una página nueva en la relación entre judíos y cristianos. «Precisamente porque tuvo lugar en Roma es un momento cargado de significados y repercusiones sobre todo el camino de reconciliación entre católicos y judíos… Los católicos hemos superado toda veleidad de discriminación hacia los judíos… Creo que hoy, aun habiendo todavía evidentes e irreductibles diferencias en el plano teológico, ha llegado el momento de que en un plano práctico y social pueda desarrollarse un enfoque que yo definiría de comunión con los judíos, que representa una lógica consecuencia del camino realizado hasta aquí» (30D 2010, 1).
Vemos en ese texto un intento supremo de conciliar en la unidad dos opuestos: hay entre cristianos y judíos «diferencias irreductibles en el plano teológico», porque nosotros afirmamos la fe en Cristo, y ellos la niegan absolutamente. Pero gracias al «camino de reconciliación entre católicos y judíos», hemos alcanzado «en el plano práctico y social» un enfoque de «comunión con los judíos». Las diferencias teológicas no son hoy para nuestro afán conciliatorio un obstáculo insuperable, y podemos afirmar que entre judíos y cristianos se da una «comunión». Qué bien.
Otros han ido aún más lejos. En un coloquio organizado por el International Council of Christians and Jews (8-IX-1997), el Cardenal Etchegaray, entonces presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz (1984-1998), exponía el tema ¿El cristianismo tiene necesidad del judaísmo?, y contestaba a esa pregunta: «Sin dudar respondo que sí, un sí franco y sólido, un sí que expresa una necesidad vital y, diría, visceral… Para mí, el cristianismo no puede pensarse sin el judaísmo… Mi fe cristiana tiene necesidad de la fe judía».
Este Cardenal de la Iglesia Católica, que se declara «lejos de toda teología cristianizante del judaísmo», nos descubre que los cristianos para creer en Cristo necesitamos la ayuda de los judíos, que no creen en él. Prodigiosa conciliación de los opuestos. Los hermanos Ratisbona, los hermanos Lémann, Hermann Cohen, Eugenio Zolli y otros judíos notables conversos a la Iglesia de Cristo no alcanzaron a conocer ese principio. Cuántos siglos perdidos en polémicas y luchas estériles. «Paz, paz, paz» (Jer 4,10; 6,14; 8, 11; Ez 13,10). Conciliación por fin. Qué bien.
Relación de la Iglesia con el mundo moderno. El Cardenal Cottier, en el artículo antes citado, hace observaciones muy valiosas sobre la historia del mundo como historia de gracia; sobre la distinción entre la Iglesia, que es siempre una, y las diversas formas de cristiandad; sobre la continuidad tradicional de las declaraciones conciliares Dignitatis humanæ y Nostra ætate, etc. Pero hay un par de ideas en su exposición que no quedan claras. Las expongo.
–«Entre los motivos de muchas de las dificultades en las relaciones entre la Iglesia y el orden mundano temporal que se han dado en la época moderna y contemporánea está también el siguiente: en algunos casos, frente a los cambios de la historia y la consolidación de nuevas estructuras culturales, sociales y políticas el único criterio de valoración, en algunos ambientes cristianos, es la mayor o menor conformidad de dichas estructuras con los modelos que dominaban en los siglos anteriores. Cuando la unanimidad de matriz cristiana terminaba por moldear o como mínimo por influir también en los sistemas políticos y sociales … Con el tiempo, las concepciones a veces se han endurecido en una condena total de lo moderno, cuando a partir de la Revolución francesa se ha dejado de concebir el orden constituido como un orden social cristiano, tanto de nombre como de hecho».
Quizá se den algunos casos como los aludidos por el Sr. Cardenal; pero yo, al menos, no conozco ninguno. Los católicos que denunciamos y combatimos las atrocidades sociales, culturales y políticas del mundo moderno no lo hacemos movidos por nostalgias de los modelos concretos que dominaban en tiempos de Cristiandad, que son irrepetibles modos pasados, sino por nostalgia de un tiempo en el que Cristo Rey, su Evangelio, era la luz y la fuerza predominante en la configuración del pensamiento y de la moral, de la sociedad y la cultura, de la filosofía, de la política, del arte. Nosotros queremos combatir y vencer a un mundo herméticamente cerrado al reconocimiento de Dios y del orden natural, y encerrado consecuentemente en un naturalismo liberal y relativista, que destruye a los hombres y a las naciones. Sigue el señor Cardenal.
–«Contradecir apriorísticamente los contextos políticos y culturales dados no pertenece a la Tradición de la Iglesia. Es más bien una connotación repetida en las herejías de raíz gnóstica, que por prejuicios impulsan al cristianismo a una posición dialéctica respecto a los ordenamientos mundanos, e interpretan la Iglesia como un contrapoder respecto a los poderes, a las instituciones y a los contextos culturales constituidos en el mundo… En las relaciones entre la Iglesia y el mundo moderno aflora a veces esta tentación: el impulso a concebir la Iglesia como fuerza antagonista de ese orden político y cultural que después de la Revolución francesa ya no se presentaba como un orden cristiano».
No somos gnósticos necesariamente los católicos que, efectivamente, rechazamos los contextos políticos y culturales que nos rodean. Los impugnamos a posteriori, viendo las perversiones que establecen, fomentan y financian. Pero, sí, también se puede decir que los contradecimos a priori, pues estamos ciertos de que un ámbito político que se cierra sistemáticamente a Dios y al orden natural, y deja la vida de un pueblo a merced únicamente de los votos mayoritarios manipulados, necesariamente ha de causar enormes destrozos en los hombres y en las naciones.
Iglesia militante. Dejando a un lado a los católicos gnósticos aludidos por el Cardenal Cottier, los simplemente católicos debemos atenernos a la doctrina bíblica y a las enseñanzas de la Iglesia, que, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II afirma que «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final» (GS 37). En esa enorme e incesante batalla necesariamente «los hijos de la luz» combatimos contra «los hijos del siglo» (Lc 16,8), como «fuerza antagonista» de los poderes mundanos del Anticristo. Nos revestimos de «la armadura de Dios», tanto para defendernos de ellos y de las insidias del diablo, como para con-vencer a los mundanos de la verdad y del bien (Ef 6,10-20). De este modo los cristianos, en medio de «esta generación mala y perversa, hemos de aparecer como antorchas en el mundo, llevando en alto la palabra de vida» (cf. Flp 2,15).
Es clásica la división de los estados de la Iglesia en militante, purgante y triunfante. El término militante suele hoy evitarse, pero es preciso reconocer que la Escritura, la Tradición, el Magisterio y la misma historia de la Iglesia le dan sobreabundante fundamentación. Actualmente, cuando se trata de la Iglesia y del mundo, predomina la idea de conciliación, diálogo, encuentro, etc., y por eso se habla más bien de Iglesia peregrina, la de los cristianos viatores, que están in via, expresión que también tiene sólidos fundamentos.
Los cristianos, fortalecidos por nuestro Señor Jesucristo, participamos de su combate y de su victoria. «En el mundo tendréis que sufrir; pero confiad: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Lo ha vencido porque lo ha combatido, especialmente con la espada de la verdad. Y también nosotros, sus discípulos, luchamos con todas nuestras fuerzas, con la oración y la acción, animados por una firme esperanza, pues conocemos con certeza, como ya lo vimos en anteriores artículos (19-21), que la victoria total y definitiva se producirá en la segunda venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. Pero mientras tanto… el Anti-cristo mantiene cautivo bajo su influjo a todo lo que en el mundo hay de mentira y de pecado. Cristo llama al Enemigo diabólico «príncipe de este mundo» (Jn 12,31). Y el apóstol Juan llega a decir, al modo semítico, que «el mundo entero está en poder del Maligno» (1Jn 5,19).
«No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, codicia de los ojos y arrogancia del dinero, y no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1Jn 2,15-17).
Los católicos somos de Cristo, no somos del mundo. Los cristianos queremos desengañar a los hombres del mundo, para que, liberados por la verdad y la gracia de Dios, queden libres de los pensamientos y caminos del diablo, escapen del «poder de las tinieblas» (Lc 22,33), y ya en este mundo temporal, antes de que llegue la Parusía, sigan a Cristo, que los «llama de las tinieblas a su luz admirable» (1Pe 2,9). Y para colaborar con el Señor en este obra grandiosa, los cristianos no solamente empleamos la acción evangelizadora, sino también, de un modo u otro, según tiempos y circunstancias, la actividad política organizada, cumpliendo así las exhortaciones de la Iglesia, concretamente del Vaticano II:
que «los laicos coordinen sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes» (LG 36c). Esto de que se organicen, etc. es algo que el diablo trata de impedir por todos los medios, y encuentra muchas ayudas. Y en cuanto a los ambientes del mundo que incitan al pecado, es obvio, especialmente en las naciones descristianizadas y apóstatas –corruptio optimi pessima–, que realmente el mundo es una Escuela de pecado. Por eso, sigue diciendo el Concilio, los laicos han de entregar sus vidas para «lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (GS 43), y «para instaurar el orden temporal de forma que se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana» (AA 7).
Apocalipsis. La posición de los cristianos en el mundo está muy claramente definida y descrita por Cristo y por los Apóstoles, y también por el Magisterio apostólico. El Apocalipsis, sobre todo, describe con suma claridad las grandes luchas que incesantemente se dan en la historia humana entre la Bestia mundana –la que está vigente en cada época, y que recibe su poder del diablo–, y la Iglesia, integrada por aquellos que guardamos «los preceptos de Dios y mantenemos el testimonio de Jesús» (Ap 12,17). Nosotros, cristianos, no somos súbditos de la Bestia mundana, porque no admitimos su sello ni en la frente ni en la mano, ni en el pensar ni en el obrar. Nosotros, obedeciendo a las autoridades civiles, como Dios manda, somos súbditos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Rey del universo. «Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos» (Ap 5, I 3).
Amén.
José María Iraburu, sacerdote
Aviso.–Veo y preveo que algunos comentaristas intentan e intentarán reavivar las cuestiones habituales del filolefebvrismo en esta nueva serie «De Cristo o del mundo». Pero teniendo en cuenta 1º) que ya traté de ellas en otra serie (126-134), 2º) que ya entonces la discusión fue bastante amplia (casi 600 comentarios, con las réplicas mías), y 3º) considerando el delicado momento de las relaciones Santa Sede/FSSPX, no daré entrada a los comentarios que pretendan reactivar la polémica aludida.
Índice de Reforma o apostasía
22 comentarios
Este será otro de los temas que me va a gustar, pues es importante que abramos los ojos, para saber qué cosas nos impide ser verdaderamente de Dios, pues todavía nos faltan muchas cosas por aprender.
Solemos decir, "soy de Cristo y amo a Cristo", pero sucede, por ejemplo, si yo al decir estas cosas, voy a la iglesia, a la Santa Misa, durante años, es que no aprendo nada, ni amar a Cristo Jesús, sino que la corrupción de mi corazón, me impide ser más reverente a Jesucristo, y nada más comulgar y la Misa se termina, mi propia corrupción, en vez de atender para dar gracias al Señor, se me ocurre hablar con todos los demás. Lo que me hace recordar, que de entre los diez leprosos (Lc 17, 11-19), uno se dio la vuelta y agradeció a Jesucristo con toda la alegría de su corazón, mientras que los otros nueve, pensando más en sí mismo, que también irían a lo sacerdotes, pero sólo a uno le dijo "levántate y vete, tu fe te ha salvado".
Es poner el corazón a Cristo, ser de Él y para Él, con perseverancia.
¿Oigo el evangelio como si nada?
¿Enseguida me olvido los motivos por el que voy a Misa?
¿Busco de corazón a Cristo o a las personas que también van a Misa para hablar con ellos?
Yo pienso que necesitamos obedecer a la Santa Madre Iglesia católica, a los sacerdotes y a los obispos que están en comunión con el Santo Padre.
Si Jesucristo que quiere que lleguemos al conocimiento de la verdad no podemos dejar por alto esas verdades que nos ayudan a perfeccionarnos y santificarnos.
No podemos ser cristianos cada uno por nuestra cuenta, necesitamos de la unidad de la fe de la Iglesia Católica que es comunidad. Pues mucho mejor el Santo Padre también lo ha dicho; lo mismo que otros sacerdotes que tienen sus corazones en el Corazón de Cristo.
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JMI.- Que las autoridades (p.ej. los Reyes Católicos y quienes les sucedieron) apoyen a la Iglesia, potencien su obra evangelizadora en América, etc., y que la Iglesia conceda a los Reyes católicos ciertos privilegios, incluso en la presentación de Obispos, no tiene por qué implicar necesariamente una sujeción morbosa y blasfematoria de la Iglesia a "los poderes del mundo", entendidos éstos en sentido peyorativo.
Pero éste es un tema que en su momento será tratado con suficiente amplitud en la serie de este blog.
!Qué decir al respecto de lo escrito por Ud¡.
Sólo hay algo que es peor que un creyente se deje llevar por el mundo y deje de ser de Cristo y es que un pastor incite a que eso se haga obviando su básica obligación de llevar por el camino recto hacia el definitivo Reino de Dios a sus ovejas. Resulta penoso, por lo que supone para el pueblo de Dios, que muchos de los suyos se desvíen tanto de la senda que trató de enderezar Juan el Bautista cuando predicaba la conversión en el Jordán.
¿Qué haremos las simples piedras vidas que conformanos la Iglesia católica? Esto lo pregunto porque resulta, a veces, tan difícil evitar la fosa de la que tanto escribió el salmista...
Gracias a Dios aún quedan personas que, como Ud. hace, tratan de hacer luz en la tiniebla en la que estamos.
Gracias, otra vez, por esta nueva serie que, como todas las demás, clarificará muchas cosas para aquellos creyentes que no tengan conciencia de lo que, en realidad, son y sepan lo que deben ser.
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JMI.- Más gracias tengo yo que darte a ti por el libro que has preparado sobre los escritos de este pobre cura. Dios te lo pague. Abrazo y bendición + JMI
Benedicto XVI: Discurso a las asociaciones católicas comprometidos con la Iglesia y la sociedad. Domingo 25 de septiembre de 2011:
“La Iglesia debe abrirse una y otra vez a las preocupaciones del mundo y dedicarse a ellas sin reservas, para continuar y hacer presente el intercambio sagrado que comenzó con la Encarnación.
En el desarrollo histórico de la Iglesia se manifiesta, sin embargo, también una tendencia contraria, la de una Iglesia que se acomoda a este mundo, llega a ser autosuficiente y se adapta a sus criterios. Por ello da una mayor importancia a la organización y a la institucionalización que a su vocación a la apertura.
Para corresponder a su verdadera tarea, la Iglesia debe una y otra vez hacer el esfuerzo por separarse de lo mundano del mundo. Con esto sigue las palabras de Jesús: "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo" (Jn 17,16). En un cierto sentido, la historia viene en ayuda de la Iglesia a través de distintas épocas de secularización que han contribuido en modo esencial a su purificación y reforma interior.
En efecto, las secularizaciones –sea que consistan en expropiaciones de bienes de la Iglesia o en cancelación de privilegios o cosas similares– han significado siempre un profundo desarrollo de la Iglesia, en el que se despojaba de su riqueza terrena a la vez que volvía a abrazar plenamente su pobreza terrena.”
Y por último un párrafo que me parece esencial y lucidísimo:
“Los ejemplos históricos muestran que el testimonio misionero de la Iglesia "desmundanizada" resulta más claro. Liberada de su fardo material y político, la Iglesia puede dedicarse mejor y verdaderamente cristiana al mundo entero, puede verdaderamente estar abierta al mundo. Puede vivir nuevamente con más soltura su llamada al ministerio del adoración a Dios y al servicio del prójimo. La tarea misionera, que va unida a la adoración cristiana y debería determinar la estructura de la Iglesia, se hace más claramente visible. La Iglesia se abre al mundo, no para obtener la adhesión de los hombres a una institución con sus propias pretensiones de poder, sino más bien para hacerles entrar en sí mismos y conducirlos así a Aquel del que toda persona puede decir, con san Agustín: Él es más íntimo a mí que yo mismo (cf. Conf. 3, 6, 11). Él, que está infinitamente por encima de mí, está de tal manera en mí que es mi verdadera interioridad. Mediante este estilo de apertura al mundo propio de la Iglesia, se queda al mismo tiempo diseñada la forma en la que cada cristiano puede realizar esa misma apertura de modo eficaz y adecuado.”
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JMI.- Si no falla mi memoria, ya puso Ud. esa misma cita de Benedicto XVI en un comentario hace tiempo. Y le contesté. De todos modos, son temas que en unos 10 o 20 posts más les tocará ser examinados. Un saludo.
Tengo claro a quién servir y, con su ayuda, confío hacerlo a pesar de las debilidades y caídas.
Estoy en contacto continuo con jóvenes y compruebo que admiran a los que les exigen.
El cristianismo light no convence.
O Conmigo o contra Mi.
Siga con estos artículos, que seguro que nos siguen ayudando: que el Espíritu Santo lo ilumine.
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JMI.- El Señor nos guarde a todos en su luz y en su gracia.
Gracias por seguir profundizando el misterio de la fe, seguramente que muchos no la comprenderán por ser de Cristo y del mundo, como pasaba antes y pasara siempre, Jesús no aceptaba ni aceptara las actitudes farisaicas, de todos los tiempos, querer ser lo que no se es, se es creyente y coherente o no.
Para Dios todos somos sus hijos a quien, El nos quiere reunir y cuidar, nosotros somos libre de querer o no su protección.
Para mi los evangelios muestran dos camino, el que vive y se salva por las obras de fe, y los que sin fe obran a favor de los que creen, sin saber que Dios se vale de ellos para el bien de su Iglesia, porque sus promesas se cumplen. Si la realidad demuestra lo contrario es por abunda la levadura de los fariseos.
Cuando la vida es Cristo-céntrica la modernidad no asusta.
Un abrazo fraterno.
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JMI.- Con Cristo no nos asustamos de nada. Precisamente la fe en Cristo nos permite conocer y reconocer el mal del mundo sin que nos dé infarto o ataque profundo de depresión. La fe nos permite verlo todo con esperanza y con caridad.
Estoy de acuerdo con su artículo, pero no sé cómo "casarlo" con la Gaudium el Spes y el optimismo de aquellos años que ha conducido a la depre de hoy.
Querer hacer la cuadratura del círculo y que donde se dijo digo era Diego, es lo más difícil de creer cincuenta años después.
Los jóvenes, al ver los escombros, no preguntamos por los que 'reformaron' el edficio, sino por quienes trajeron la piqueta.
Es más fácil construir que destruir, claro.
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JMI.- Los documentos del Vaticano II, concretamente la GS, de la que he hecho una cita en el post, hablan de todo: también hablan de la batalla permanente entre luz y tinieblas, describen la situación del hombre a causa del pecado original, la necesidad de la gracia de Cristo, etc. Expresan en su conjunto la fe de la Iglesia. Hay armonía de verdades.
Los excesos de ciertos optimismos teológicos y pastorales, cuando realmente son excesos, no son efectos del Concilio, sino del ambiente de época: después de II Guerra Mundial, paz, prosperidad económica, mayo 1968 (renovaremos el mundo en un par de días), etc.
Mi homenaje a los que han tratado de construir en estos cincuenta años, entre los que está usted.
Dios lo bendiga mil veces, padre, por mantener viva nuestra esperanza y sentido común católico.
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JMI.- El domingo le pedíamos al Señor que acreciente en nostros la fe, la esperanza y la caridad.
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JMI.- Da lo mismo que emplee uno u otro de su media docena de nombres.
Es inútil.
Como nos decía San Vicente de Paúl " Guardemonos de estribar en la protección de los hombres, porque, cuando el Señor nos Ve apoyados en ellos, se Retira de nosotros.
Al contrario, cuando más confiamos en Dios, Tanto Más Crece el AMOR que le tenemos.
" Anduve por el Camino de Tus Mandamientos,....Cuando dilataste mi corazón".
El Alma confortada por la Esperanza... se desprende de la Tierra, y se Une Más a DIOS por Amor
Saludos
Cada vez soy más consciente y doy gracias a Dios por abrirme los ojos a esa verdad. Gracias, Padre Iraburu, por ser instrumento dócil. Dios le guarde.
"Los laicos han de entregar sus vidas para «lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (GS 43), y «para instaurar el orden temporal de forma que se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana (AA 7)" Esto es todo un programa de vida, condensado en pocas palabras. Cumplirlo hoy en dia, tal y como estan las cosas, requiere una actitud martirial.
Es decir, un cierto "fundamentalismo" o "integrismo", rectamente entendido, es consustancial a la vocacion del laico catolico.
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JMI.- Fundamentalismo e integrismo son palabras bastante equívocas, y solo por su contexto acertamos a discernir si se dan o no en una persona o en un grupo. Si entendemos por fund. y por integr. una religiosidad bien fundamentada en el Evangelio y bien íntegra, por supuesto que todos los cristianos, laicos, sacerdotes religiosos, debemos ser fundamentalistas e integristas.
No entiendo su comentario en relaciòn a los judìos y la Conferencia Episcopal Italiana.
A ver, la Conferencia Episcopal Italiana dijo que no tiene intenciòn de actuar para convertir a los judìos, ¿sì o no?. Ud.hace una cita, y luego dice que la frase no expresa el pensamiento de los obispos italianos, y que el comunicado es inexacto (¿?).
¿En que quedamos? Si el comunicado existe, existe, me guste o no (y que quede claro que a mì no me gusta nada...es claramente contrario a la doctrina tradicional de la Iglesia Catòlica). ¿Fue rectificado?
¿Hubo obispos que se desdijeron o lo criticaron?
No me parece extraño que circule la nueva doctrina apuntada, cuando el Vat. II, JPII y BXVI
--todo lo cual ud ha defendido vehementemente en este sitio--- prima facie han cambiado la doctrina y praxis anterior de la Iglesia respecto al judaìsmo.
Saludos, y los mejores deseos de recuperaciòn de su dolencia.
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JMI.- Yo he vivido en Italia algún tiempo, y he seguido bastante los documentos de la Conferencia Episcopal de Italia. Suelen tener gran altura doctrina, espiritual y pastoral. Por eso, sin quebrantar ni de lejos "el principio de contradicción", puedo y debo decir que, conociendo bastante al Episcopado de Italia me parece imposible que nieguen frontalmente lo que el Cristo afirma como gran obligación: predicar el Evangelio a TODA criatura, también a los judíos.
Por otro lado, al valorar una texto hemos de distinguir lo que es una Carta Pastoral de una Conferencia episcopal, supóngase, sobre la relación de la Iglesia con los judíos, de un Comunicado que, aunque sea dado en nombre de la CEI, no tiene evidentemente la fuerza, digamos, magisterial de una Carta Pastoral colectiva.
En cuanto a si han rectificado o no la expresión aludida, no sé decirle, no he seguido el tema de modo completo.
En la página web de un grupo de filolefebvriano furibundos, ya se lanzaron ayer contra mi artículo (y contra mí, claro) varios en un post y en sus comentarios. Son un pequeño grupo, se leen entre ellos, y así se confirman en su razón. Dios les bendiga.
La afirmación que hace Ud. de que Vat.II, JPII y BXVI "han cambiado la doctrina y praxis anterior de la Iglesia respecto al judaìsmo", le califica netamente a Ud. como lefebvriano o filolefebvriano. Calumnia Ud. al Concilio, concretamente, cuando hace esa afirmación: lea Ad gentes y lea Nostrae aestate. Y calumnia Ud. también a JPII y a BXVI: Redemptoris missio, etc. En documentos en que tratan explícita y directamente del tema, manifiestan ampliamente la necesidad de predicar el Evangelio a toda criatura. Declaración Dominus Iesus, hecha por JPII y por... Ratzinger-BXVI.
Seguro que los siguientes artículos son clarificadores. Pero en algún comentario me parece ver una concepción exclusivamente negativa del término "mundo". Y creo que éste término se emplea (en la SE, Tradición y Magisterio) con diversos significados, algunos negativos y otros positivos.
Un significado positivo sería "todo lo creado", el entorno en el que nos movemos los hombres. Que Dios lo creo, "y vio que era bueno".
Y un significado negativo sería el "del príncipe de este mundo", una criatura que se ha rebelado contra su Creador. El mundo rebelde contra Dios es malo en cuanto rebelde, no en cuanto mundo.
Otro término equívoco es "ser del", en la expresión "ser del mundo": como humanos "formamos parte" del mundo. Como cristianos debemos "pertenecer" totalmente al Señor. Pero el verbo "ser" suele incluir ese significado de pertenencia que obliga a precisar.
Buscando un poco, encuentro las siguientes citas del Evangelio de San Juan en las que se emplea mundo en sentido neutro o positivo. Y negativo sólo en el aspecto de "no reconoció al que le fue enviado":
1,9-10: Era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció.
1,29: El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
3,16-17: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito (...). Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
6,33: Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo y da la vida al mundo.
13,1: (...)como amase a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin
17,15-16: No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno. No son del mundo como yo no soy del mundo.
P.ej., en ésta última cita se observa el equívoco significado que puede tener el verbo ser.
¡Quedamos a la espera!
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JMI.- Es el problema que tiene escribir una serie de artículos: que en el 1º no se trata lo que se tocará en el 3º o en el 15º. Por supuesto que pienso tratar de las acepciones diversas de "mundo" en la Escritura, en el N.T. sobre todo. Es un tema, por lo demás, que ya está estudiado tantas veces, incluso explicado en documentos del Magisterio, como veremos, con el favor de Dios.
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JMI.- Son temas muy complejos, sobre los que no es posible hacer discernimientos globales tajantes. La pérdida de los Estados Pontificios, por ejemplo, que exigían gobernar unos territorios amplios, unas poblaciones numerosas, con alianzas, guerras, transacciones, problemas por todos los lados, aunque fue una pérdida hecha en gran parte por ambiciones y con intenciones anticristianas, fue un gran regalo de la Providencia divina a la Santa Madre Iglesia. La Santa Sede, al menos en opinión de muchos autores fidedignos, está mucho mejor con un territorio mínimo de base, el Vaticano, que asegura suficientemente su autonomía civil, que con unos grandes territorios.
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JMI.- Perdone, pero su largo comentario no se ajusta suficientemente al tema.
Sin desmerecer en un ápice, las enseñanzas al respecto, igualmente podemos decir que los tres amigos del alma, son Dios, mundo y carne. Lo primero es consecuencia de la caída, de la desobediencia de las criaturas, lo segundo es consecuencia de la redención, de la obediencia del Hijo.
Mundo y carne, creados en bondad originaria por el Padre, hoy son el escenario en que se triunfa o fracasa, en que nos abrimos a la acción del Espíritu Santo o nos cerramos a su influjo, a la espera del final de los tiempos, de la recapitulación gloriosa de todo el universo en Cristo, cuando el mundo, será ofrenda gloriosa y sin mancha, obsequiada a los pies del Señor, cuando la carne tendrá su gloriosa resurrección.
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Gracias Padre Iraburu, por sus textos. Descuento que desarrollará con solvencia las distintas aristas de este tema que inicia.
Otra serie imprescindible y de colección. La iré recopilando para publicarla con su permiso.
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JMI.- Ya lo tienes, José Miguel.
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