(157) La Cruz gloriosa –XXI. Cristianismo con Cruz o sin ella. 1
–¿Quedan muchos?
–Tranquilo. Con el próximo artículo termino la serie.
Dos diagnósticos para entender la situación actual de la Iglesia nos han sido dados en artículos precedentes.
1.–«La ausencia de la cruz es la causa de todos los males» en la Iglesia y en el mundo. Nos enseña Jesucristo: «yo soy la Cabeza de la Iglesia y todos los míos son miembros de ese mismo Cuerpo, y deben continuar en mi unión la expiación y el sacrificio hasta el fin de los siglos»; Concepción Cabrera de Armida (152).
2.–Hoy «los seguidores del Anticristo deshonran la imagen de la cruz y se esfuerzan todo lo posible para arrancar la cruz del corazón de los cristianos. Y muy frecuentemente lo consiguen»; Santa Teresa Benedicta de la Cruz (153). Efectivamente, dentro de la misma Iglesia hoy son muchos los «enemigos de la cruz de Cristo» (Flp 3,18), los que la silencian como algo negativo, y la devalúan y falsifican.
Ya vimos en artículos anteriores los graves errores que se están difundiendo hace años sobre la cruz en el campo católico. Dios no quiso la cruz de Cristo. La cruz no era un designio eterno de Dios. Jesús no fue enviado para que muriese en la cruz, ni Dios se la exigió para la salvación del mundo, como si fuera un Dios sádico, que necesita sangre y dolor para conceder su perdón, y como si Jesús fuera el macho cabrío expiatorio. Cristo murió porque lo mataron. Y aunque sea posible reconocer un cierto carácter expiatorio a la muerte de Cristo, es necesario superar siempre una interpretación victimista. Y en todo caso es mejor no hablar de la cruz como de un sacrificio de expiación para la salvación de la humanidad, porque puede ser mal entendido. Así sucede, concretamente, en el dolorismo, que es una desviación morbosa del cristianismo. «El peligro dolorista de la devoción al Crucifijo (sic) ha tomado un desarrollo muy notable en la época moderna» y se expresa, por ejemplo, en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, traspasado y coronado de espinas. Cristo vino a darnos la paz, el amor y la alegría: quiso hacernos felices, bienaventurados. Hoy, pues, hemos de superar definitivamente aquellos planteamiento soteriológicos siniestros, salvación o condenación, copiados de algunas religiones paganas, dejando claro que de Dios solo viene la salvación, y que, propiamente, «Dios no nos salva por la cruz. Maldita cruz» (sic). Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison.
El horror a la cruz de Cristo es siempre la clave fundamental de las infidelidades que se dan en la Iglesia, y comienza en Judas. No voy ahora a describir este horror, señalando sus causas y sus consecuencias, porque es un tema que ya he desarrollado en este blog con bastante frecuencia. He indicado, por ejemplo, que el miedo a la cruz es la causa de las Verdades silenciadas (23) y del Lenguaje católico oscuro y débil (24); he señalado que La Autoridad apostólica debilitada (40), una de las causas principales de los males de la Iglesia, procede sobre todo del horror a la cruz; y también he afirmado que el Voluntarismo semipelagiano (63), hoy tan vigente, por temor a que se debilite «la parte humana», rehuye sistemáticamente la cruz y el martirio.
El rechazo de la Cruz de Cristo es hoy, como siempre, la causa principal de la infidelidad de tantos bautizados. Éstos, incluso algunos de los que se tienen por cristianos verdaderos, confiesan a veces, medio en broma, medio en serio, que «no tienen vocación de mártires», como si la vocación cristiana no integrara necesariamente la vocación martirial: «Yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho» (Jn 13,15).
Muchos cristianos, en efecto, se arreglan para conciliarse con el mundo actual, aceptando en gran parte sus pensamientos y caminos, renunciando así a Cristo y a su Evangelio. Tienen más amor al mundo que amor a la cruz de Cristo. Y se creen no solo en el derecho, sino en el deber moral de «guardar la vida» propia y la de la Iglesia (Lc 9,23), evitando la persecución a toda costa. Lo comprobamos cada día en tantos laicos y religiosos, Pastores y teólogos, escritores y políticos. Como «ellos quieren ser bien vistos en lo humano, ponen su mayor preocupación en evitar ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo» (Gál 6,12). Luces apagadas. Sal desvirtuada, que no tiene ya poder alguno para preservar al mundo de la corrupción, y que solo vale para ser tirada al suelo y que la pise la gente (Mt 5,13).
Es la cruz de Cristo la que funda y mantiene la Iglesia. El árbol de la cruz es el Árbol de la Vida, que florece y da frutos de santidad para todas las generaciones. Plantado en el Calvario, es regado por la sangre de Cristo, y en seguida, desde el principio hasta nuestros días, por la sangre de los mártires cristianos. Cristo lo enseñó y predijo con toda claridad: «si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,20). «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23). Nadie puede ser cristiano si, en principio, rehuye la Cruz, y si no está dispuesto a seguir a Cristo cuando ello puede traer consigo sacrificios y obligaciones penosas, pérdidas económicas y profesionales, privación de los placeres que son comunes entre los mundanos, burlas y marginaciones, exilio, cárcel, expolio de bienes, trabajos forzados, muerte; o simplemente, mínimas molestias y desventajas.
Hay que optar entre el cristianismo verdadero de la Cruz o el falso sin la Cruz. Y hoy es absolutamente necesario realizar esta elección conscientemente, pues los dos caminos, de hecho, son ofrecidos cada día al pueblo cristiano. En todo el Nuevo Testamento, y con especial claridad en el Apocalipsis, se enseña que los únicos cristianos fieles son los mártires, porque aceptan el sello de la cruz en su frente y en su mano, es decir, en su pensamiento y en su conducta. Los que son del diablo, en cambio, reciben en su frente y en su mano el sello obligatorio de la Bestia mundana (Apoc 12-13). En este sentido van las cartas que San Juan evangelista escribe a las siete Iglesias locales del Asia Menor (2-3).
–La Iglesia sin Cruz es un árbol enfermo, que apenas da flor ni fruto. –Renuncia a predicar a los hombres a Dios Trino, revelado en Cristo, el pecado original, la salvación por fe y gracia. –Silencia la soteriología evangélica, salvación o condenación, y de este modo niega la Cruz y desvanece la misión del Salvador crucificado, dejando en nada el misterio de la redención. –Las herejías y los sacrilegios pueden darse durante largo tiempo impunemente, sin que la Autoridad apostólica los sancione y corrija con decisión y eficacia. –Se multiplica en forma desbordante la indisciplina en la vida litúrgica, en las actividades pastorales, en los institutos religiosos, en las universidades católicas, y las mayores arbitrariedades e injusticias pueden durar decenios, pues una Iglesia local sin cruz viene a ser inevitablemente una sociedad cristiana sin ley: le falta el vigor espiritual de la Cruz. –El matrimonio cristiano sigue la vida mundana, pervierte el amor conyugal por la anticoncepción crónica, apenas tiene hijos y con frecuencia se quiebra: Cristo podrá decir de esa familia, «me ha abandonado por amor de este siglo» (2Tim 4,10). –Los bautizados, en su gran mayoría, viven, malviven habitualmente alejados de la Eucaristía. –Escasean las vocaciones sacerdotales y religiosas hasta casi extinguirse, quedando vacíos los seminarios y noviciados, los conventos y monasterios, pues nadie quiere «dejarlo todo», nadie quiere «entregarse» y «perder su vida» para procurar la gloria de Dios y la salvación de los hermanos. –Párrocos y catequistas no transmiten los grandes misterios de la fe y de la gracia, sino una precaria moral natural. –Los misioneros ya no predican el Evangelio, cumpliendo la misión (missio) que Cristo les dió, sino que reducen su labor a obras temporales de beneficencia. –Pastores y teólogos acomodan al pensamiento de los hombres la doctrina católica, mundanizándola según las modas ideológicas y el gusto de la gente, y silenciándola en todo lo que estiman oportuno. –Los moralistas, especialmente, apartan en su enseñanza la Cruz con horror, pensando que así aman y sirven a la Iglesia, haciéndola más atractiva: legitiman la anticoncepción, el absentismo a la Misa dominical, la obligación de la limosna, la resistencia a las leyes canónicas, etc. –Cesa prácticamente en esas Iglesias el apostolado, la acción misionera y la actividad política. –La lujuria y el impudor infectan al pueblo cristiano, degradándolo en todos sus estamentos, pues se ha silenciado el Evangelio de la castidad. Una Iglesia que ha perdido el espíritu de la Cruz es una caricatura, es una falsificación de la verdadera Iglesia de Cristo. Aunque quizá conserve una fachada aparentemente decente, por dentro está llena de podredumbre (Mt 23,27).
La Iglesia sin Cruz es débil y triste, estéril, oscura y ambigua, sin Palabra divina clara y fuerte, sin el sacramento de la penitencia y la Eucaristía, dividida en cismas no declarados, pero reales, y en disminución continua. Es una Iglesia que «no confiesa a Cristo» en el mundo, que solamente propone aquellas verdades que no suscitan persecución. Se atreve, por ejemplo, a predicar bravamente la justicia social, cuando también ésta viene exigida y predicada por todos los enemigos de la Iglesia; pero no se atreve a predicar la obligación de dar culto a Dios o las virtudes de la castidad, la pobreza y la obediencia, o tantas otras verdades evangélicas fundamentales despreciadas por el mundo. Rehuye la Cruz porque teme ser rechazada si da un testimonio claro de la verdad. Calla la verdad porque rehuye la Cruz. O dice la verdad muy suavemente, sin que nadie se vea urgentemente llamado a conversión. Y así evita la persecución del mundo, al mismo tiempo que se hace la ilusión de que ya ha cumplido con su deber.
–La Iglesia con Cruz conoce, ama y predica «a Jesucristo y a éste crucificado» (1Cor 2,2). Es la Iglesia que siempre florece y da fruto en el Árbol de la cruz. Los padres de familia permanecen unidos, engendran hijos y son capaces de re-engendrarlos en la fe por la educación cristiana. Hay numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas, pues son muchos los hombres y mujeres que, siguiendo al Crucificado, lo dejan todo y entregan sus vidas por amor a Dios y a los hombres. Los misioneros predican el Evangelio, y con la fuerza del Espíritu Santo consiguen para Dios el nacimiento de nuevos hijos y de nuevas naciones cristianas. Párrocos, catequistas, teólogos, se atreven a pensar la verdad católica, y más aún, se atreven a decirla, a pre-dicarla, porque obra en ellos la fuerza de la Cruz y no temen la persecución del mundo. En esa Iglesia de la Cruz hay católicos que, con especial vocación, se atreven a actuar en la vida política a la luz del Evangelio, sin conciliarse con el mundo y, consiguientemente, con el diablo, «príncipe de este mundo». La Cruz hace posible y amable la castidad y el pudor en todos los cristianos, niños y adolescentes, jóvenes, casados y ancianos, laicos, sacerdotes y religiosos, al mismo tiempo que infunde en ellos el horror a la lujuria y a la indecencia que inunda al mundo. Cristo en la Cruz es «obediente hasta la muerte», y por eso ella tiene fuerza espiritual para guardar los pensamientos y los caminos de los cristianos en «la obediencia de la fe» (Rm 1,5; 16,26), es decir, en la ortodoxia y en la ortopraxis.
La Iglesia de la Cruz es fuerte y alegre, clara y luminosa, unida y fecunda, irresistiblemente expansiva y apostólica. La contemplamos, por ejemplo, en las Actas de los Mártires, la vemos tan verdadera, tan fuerte y hermosa a lo largo de la historia, y hoy la reconocemos admirable, sobrenatural, milagrosa, allí donde existe. Es una Iglesia que «confiesa a Cristo» ante los hombres, que prolonga en su propia vida el sacrificio de Cristo en la cruz, y que lo mismo que Él, «se entrega», «pierde su vida», para la gloria de Dios y la salvación de todos. Su fecundidad vital, a pesar de los dolores del parto, es siempre alegre y creciente. El cristianismo es siempre pascual, y en la medida en que participa de la cruz de Cristo, en esa medida se alegra participando de su resurrección gloriosa.
Reforma o apostasía.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
7 comentarios
No tenemos que avergonzarnos de mostrar nuestra identidad como cristianos, como el buen sacerdote no se avuergüenza de vestir el traje eclesiástico, o el piadoso religioso, o piadosa religiosa, se siente honrado por sus servicios al Señor llevando su hábito.
Los demás cristianos que estamos en tiempos difíciles, tenemos que decidirnos por llevar el crucifijo sin importarnos en el qué dira.
Conozco a un voluntario de Radio María, que no se avergúenza de llevar su identidad cristiana, un crucifijo, incluso un santo rosario. No es sacerdote, pero demuestra su amor a Cristo, con su bondad, con sus servicios como voluntario de Radio María, su amor a Cristo y a la Iglesia Católica es constante. Del mismo modo de su cariño a Nuestra Madre celestial.
Debemoss ser católicos de verdad, de corazón.
¿Cuántos nos alegramos de llevar la cruz de la JMJ bendecida por el Santo Padre Benedicti XVI? No debe sere un simple recuerdo del pasado, sino que hemos de perseverar.
Este buen amigo, voluntario de Radio María, sin decir palabra, con su crucifijo al cuello, ya me está hablando de Jesucristo, y cuando le veo también con el santo Rosario, nos invita con su ejemplo a imitar la santísima humildad de Jesús y María Santísima.
Y es que los signos externos religiosos de la Iglesia Católica, son una llamada de Dios para cada uno de nosotros.
¡Pues venga, ánimo! me dirigo no a los sacerdotes y religiosos, pues ellos ya evangelizan en todo tiempo, a los piadosos y verdaderos devotos laicos o seglares, no nos avergoncemos de llevar la cruz al cuello, si no lo tenemos, entremos en alguna tienda religiosa, compremos un crucifijo, y que nos lo bendiga un buen sacerdote.
Es también, pero mucho mejor que el carnet de identidad personal, es llevar nuestro crucifijo, algunos se extrañarán, pero otros, se alegrarán y enseguida nos reconoceran como hijos e hijas de la Santa Madre Iglesia Católica, eso sí, la misericordia, la humildad tiene que ser nuestra base para estar edificado en la Roca Cristo. Debemos evitar toda soberbia, ya que llevar nuestro crucifijo, debe aumentar la humildad y misericordia en nuestro corazón.
Amar la Cruz externa, pero aceptando nuestra cruz con verdadera humildad, saldremos ganando ante los ojos de Dios nuestro Señor.
Recientemente he leído que una persona ha sido detenida, por llevar un tatuaje de Cristo en su brazo, por la policía religiosa musulmana.
Sabiendo por las Escrituras santas que los tatuajes no son aceptables por Dios. También hay personas que llevan crucifijos como un simple adorno, pues los llevan sin fe ni amor. Y cuando al alma le falta la santa humildad, se jacta de todo.
Ven, Señor Jesús.
Por suerte los jóvenes saben distinguir entre quien predica componendas insípidas y quien predica verdades fuertes. El cristianismo es la verdad más sólida posible. Y como toda verdad auténtica, compromete la vida. Por tanto unos la aceptan y otros la rechazan.
Cuando se predica el cristianismo auténtico (100%), los jóvenes responden, como hemos visto en la JMJ. ¡El futuro es nuestro!
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JMI.- Los jóvenes... Bueno, eso de que saben distinguir... más o menos. Pongamos que un 90 % están más perdidos que un perro en misa. Dice bien, unos conocen y aceptan la verdad, otros la conocen y no la aceptan, y otros ni la conocen ni la reciben. El millón y medio de los jóvenes asistentes a JMJ-Madrid vienen a ser (no sé, yo hice el bachillerato de letras), pongamos, un 0,05 % de los jóvenes bautizados en la Iglesia Católica. Más aún, sería p.ej. curioso saber qué proporción de ellos, de ese 0,05 % van a Misa los domingos.
O sea que eso. Más o menos, sí, pero no, en el sentido de más bien.
Ciertamente, no hay mucha cruz en muchos católicos y, cuando la hay no se ve lo gozoso que hay en ella sino, en todo caso, lo que molesta que es signo inequívoco de que se tiene una fe débil, light... como al mundo conviene.
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