(139) La Cruz gloriosa –III. La Cruz en los cristianos. 1
–A ver cómo nos ayuda usted a llevar la cruz de cada día.
–A ver cómo le ayudamos a Cristo a llevar su cruz, llevando la nuestra, que es también suya.
Todos los errores de hoy sobre la cruz de Cristo los encontramos iguales al considerar la cruz en los cristianos. Quienes piensan que Dios no quiso la cruz de Cristo, ni la eligió en un plan eterno providente, anunciado por los profetas, ni exigió la expiación victimal de Jesucristo para la salvación del mundo, etc., incurren en los mismos errores contra la fe católica al tratar de la cruz en los cristianos. Estos errores hacen mucho daño en los fieles a la hora de aceptar la voluntad de la Providencia divina en circunstancias muy dolorosas, y paralizan en buena medida ese ministerio de consolación que es propio de todos los cristianos (2Cor 1,3-5), especialmente de los sacerdotes, párrocos, capellanes de hospitales, etc.
No me detendré a describirlos, pues mientras que la verdad es una, los errores, graves o leves, de una u otra tendencia, son innumerables. Y solo pondré un ejemplo, tomado del libro de Pere Franquesa El sufrimiento (Barcelona, 200, 699 págs.).
«Por “dolorismo” se entiende un modo de ver que celebra el dolor como si en sí mismo tuviera razón de dignidad y mérito. La inclinación a una comprensión dolorista de la Pasión de Cristo está ampliamente inscrita en las corrientes de lenguaje y de la sensibilidad cristiana. Este fenómeno es común y poco considerado. Todo sufrimiento viene rápidamente cualificado como Cruz si se considera en orden al seguimiento de Cristo sin verificar ni las razones ni las intenciones. El peligro dolorista de la devoción al Crucifijo ha tomado un desarrollo muy notable en la época moderna y se presenta sospechoso cuando no provoca risa, al compararlo con rasgos ascéticos de otras religiones. Este clima histórico se refiere a la piedad popular del siglo XIX y principios del XX y se presenta como si el dolor tuviera valor de expiación a los ojos de Dios. En el origen de este modo de sentir está una cierta comprensión de la pasión de Jesús que tiene precedentes antiguos e ilustres, pero que asume la representativa del dolorismo católico moderno en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús traspasado y coronado de espinas. En ella se propone en una versión interiorizada del sentido moderno de la Cruz…
«Doctrinalmente no se puede presentar como visión cristiana del sufrimiento lo que es una concepción desviada y morbosa… El “dolorismo”… es una desviación espiritual en la que a veces se mezcla algo de masoquismo inconsciente. El “dolorismo” llega a concebir el dolor, aceptado y provocado, como un fin digno de ser buscado por sí mismo… Al final el “dolorismo” hace del cristiano uno de los faquires que se tienden en sus lechos de clavos» (674-675).
La verdadera teología y espiritualidad del sufrimiento, a la luz de la fe católica, ilumina con la Revelación divina el gran misterio del dolor humano. No hablaré de «faquires», ni de tendencias masoquistas hacia el dolor –una vez más hallamos el terrorismo verbal en la difusión de los errores–, sino que intentaré exponer sencillamente la fe católica sobre la participación de los cristianos en la cruz de Cristo.
La vocación y misión de los cristianos es exactamente la vocación y misión de Cristo, pues somos su Cuerpo y participamos en todo de la vida de nuestra Cabeza. Si como dice el Catecismo (607), en Jesús «su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación», habrá que afirmar lo mismo de los cristianos: somos nosotros corderos en el Cordero de Dios que fue enviado para quitar el pecado del mundo. Somos en Cristo sacerdotes y víctimas, pues participamos del sacerdocio de la Nueva Alianza, en el que sacerdote y víctima se identifican. «Para esto fuisteis llamados, ya que también Cristo padeció por vosotros, y él os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos» (1Pe 2,21; cf. Jn 13,15). Nacemos, pues, a la vida cristiana ya predestinados a «completar en nuestra carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).
¿Tiene esto algo que ver con el «dolorismo» morboso, tan «ampliamente inscrito en el lenguaje cristiano», partiendo ya del Poema del Siervo doliente de Isaías? ¿Profesando esas verdades de la fe caeremos en el gran peligro que hay en «la devoción al Crucifijo»? ¿Nos perderemos en las nieblas oscurantistas del «dolorismo católico moderno en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús traspasado y coronado de espinas» (Sta. Margarita María de Alacoque, San Claudio La Colombière, la encíclica Miserentissimus Redemptor, de Pío XI, 1928, «sobre la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús»)?… En fin, tendremos que fiarnos de la Palabra de Dios y de su Iglesia. Y que sea lo que Dios quiera.
El Misterio Pascual une absolutamente muerte y resurrección en Cristo, y es la causa de la salvación del mundo. Ya la misma Cruz es gloria de Cristo: alzado de la tierra, atrae a todos hacia sí (Jn 12,32); de su costado abierto por la lanza mana sangre y agua, los sacramentos de la Iglesia, y así nace la nueva Eva; al morir, «entrega su espíritu» (Mt27,50), y lo entrega no solo porque «expira», sino porque comunica a la Iglesia el Espíritu Santo, el que nos hace hijos de Dios. «Entregado por nuestros pecados, fue resucitado para nuestra justificación»(Rm 4,25).
En esta misma clave pascual se desarrolla toda la vida cristiana: participando en la Cruz de Cristo, participamos en su Resurrección gloriosa. No hay otro modo posible. No hay escuela de espiritualidad que sea católica y que no se fundamente en este Misterio Pascual: cruz en Cristo y resurrección en Cristo. Sin tomar la cruz sobre nosotros, la misma cruz de Cristo, es decir, sin perder la propia vida, no podemos seguir al Salvador, no podemos ser cristianos (Lc 9,23-24). Sin despojarnos del hombre viejo (en virtud de la Pasión de Cristo), no podemos revestirnos del hombre nuevo (en gracia de su resurrección) (Ef 4,22-24). En cambio, alcanzamos por gracia la maravilla de esa vida nueva sobrehumana, divina, celestial, tomando la cruz y matando en ella al hombre viejo, carnal y adámico. Todas éstas son enseñanzas directas del mismo Cristo y de los Apóstoles.
–San Pablo, que no presume de ciencia alguna, sino de conocer «a Jesucristo, y a éste crucificado» (1Cor 2,2), es el Apóstol que más desarrolla «la doctrina de la cruz de Cristo» (1,18), sabiduría de Dios, locura de Dios, escándalo para los judíos, absurdo para los gentiles, fuerza y sabiduría de los cristianos (1,20-25).
«Por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22). Perseguidos por el mundo, «llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro tiempo. Mientras vivimos, estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal» (2Cor 4,8-11). Por tanto, «si los sufrimientos de Cristo rebosan en nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo» (1,5). «Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en la carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,19-20). Por eso concluye el Apóstol, «jamás me gloriaré en algo que no sea en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (6,14).
–San Agustín, con todos los Padres antiguos, comenzando por San Ignacio de Antioquía, también explica la vida cristiana como participación continua en la muerte y la resurrección de Cristo, nuestra Cabeza. Esto significa que las cruces nuestras son verdaderamente Cruz de Cristo, son como astillas del madero de la cruz, y participan de todo su mérito y fuerza santificante en favor de nosotros y del mundo entero.
«Jesucristo, salvador del cuerpo, y los miembros de este cuerpo forman como un solo hombre, del cual él es la cabeza y nosotros los miembros. Uno y otros estamos unidos en una sola carne, una sola voz, unos mismos sufrimientos; y cuando haya pasado el tiempo de la iniquidad, estaremos también unidos en un solo descanso. Por tanto, la pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo… Si te cuentas entre los miembros de Cristo, cualquier cosa que tengas que sufrir por parte de quienes no son miembros de Cristo, era algo que“faltaba a los sufrimientos de Cristo” [por su cuerpo, que es la Iglesia: Col 1,24].
«Por eso se dice que “faltaba”, porque estás completando una medida, no desbordándola. Lo que sufres es solo lo que te correspondía como contribución de sufrimiento a la totalidad de la pasión de Cristo, que padeció como cabeza nuestra y sufre en sus miembros, es decir, en nosotros mismos.
«Cada uno de nosotros aportamos a esta especie de común república nuestra lo que debemos de acuerdo con nuestra capacidad, y en proporción a las fuerzas que poseemos, contribuimos con una especie de canon de sufrimientos. No habrá liquidación definitiva de todos los padecimientos hasta que haya llegado el fin del tiempo» (Comentario Salmo 61).
–La Liturgia nos enseña diariamente que vivimos siempre de la virtualidad santificante de la cruz y de la resurrección de Jesús, el cual, «muriendo, destruyó nuestra muerte; y resucitando, restauró la vida» (Pref. I de Pascua). En Cristo y con Él tenemos por misión propia «ofrecer nuestros cuerpos como hostia viva, santa y grata a Dios» (Rm 12,1). Gran misterio. En Cristo y como Él, los cristianos somos sacerdotes y víctimas ofrecidas para la salvación de la humanidad. Y esta vocación victimal, propia de todos los cristianos, se da especialmente en sacerdotes y religiosos (un San Pío de Pietrelcina), así como también en cristianos laicos especialmente elegidos por Dios como víctimas (una Marta Robin).
–Juan Pablo II, en medio de un mundo descristianizado, que se avergüenza de la Cruz, de la cruz de Cristo y de los cristianos, que ridiculiza la genuina espiritualidad católica de la Cruz, calificándola de dolorista, que niega el valor redentor del sufrimiento, reafirma con toda la Tradición católica en su carta apostólica Salvifici doloris (11-II-1984), que «el Evangelio del sufrimiento significa… la revelación del valor salvífico del sufrimiento en la misión mesiánica de Cristo y después en la misión y vocación de la Iglesia» (25).
«En la cruz de Cristo no solo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido… El Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre. Y ahora todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención… Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado al mismo tiempo el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo» (19).
«La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la resurrección: el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual. Los testigos de la pasión de Cristo son a la vez testigos de su resurrección. Como escribe San Pablo: “para conocerle a Él y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome a Él en su muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos” (Flp 3,10-11)
«A los ojos del Dios justo, ante su juicio, cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se hacen dignos de este reino. Mediante sus sufrimientos, éstos devuelven en un cierto sentido el infinito precio de la pasión y de la muerte de Cristo, que fue el precio de nuestra redención» (21). «Quienes participan de los sufrimientos de Cristo están también llamados, mediante sus propios sufrimientos, a tomar parte en la gloria… Pues “somos coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con Él, para ser con Él glorificados” (Rm 8,17)» (22).
Con el favor de Dios, seguiremos considerando a la luz de la fe católica el misterio de la Cruz en los cristianos.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
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11 comentarios
Muchas gracias, por tanto, por la labor que realiza Ud. de descubrimiento del daño que se hace o se puede hacer a los creyentes con ciertos pensamientos.
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JMI.- Bueno, como ya sabes, yo señalo sobre un tema un 10 % de error, y doy un 90 % a la exposición positiva de la verdadera doctrina católica. Y creo que enseñar la verdad, contrastándola con el error o los errores contrarios a ella, ayuda mucho a entender bien la verdad. Y nos arma mental y espiritualmente para resistir los errores.
-¿Cuál es la señal del cristiano?
-La señal del cristiano es la Santa Cruz.
-¿Por qué la Santa Cruz es la señal del cristiano?
-Porque en ella murió Jesucristo para redimir a los hombres.
Más claro, el agua.
Desconozco el autor y su obra que usted cita como muestra de un "error", pero lo que usted copia de él es digno de pensarlo y tomárselo más en serio que despacharlo con la etiqueta de error.
Definitivamente la doctrina de la Providencia y la intención eterna del Padre al querer salvarnos con la muerte expiatoria de Jesús deben recuperar valor e importancia en nuestra conciencia cristiana-católica en general. Pero las aplicaciones de esos temas también deben cuestionarse. Si estos puntos doctrinales pasaron a la penumbra no hay que asumir de primera que la manera en la que ellos se presentaban estaban exentos de errores y de deformaciones.
En América Latina definitiva e innegablemente hay terribles deformaciones en cuanto a lo que "tomar la cruz" significa. Horrorosas aberraciones. Quizá en Europa estas verdades "apagadas" se manifiesten de una manera, pero en América Latina real y efectivamente hay mucha gente que viven en carne propia una crucifixión que parece prolongarse inmisericordemente hasta el fin; irles a decir a esas personas, sin más, que el Dios Providente planificó, quiere y mantiene su dolor desataría la indignación del mismo Dios.
Uno rechaza con vehemencia los errores de la Teología de la Liberación, pero hay que meterse en una sierra Latinoamericana para ver lo que una mentalidad de "tomar la cruz" hace para seguir manteniendo a miles debajo de la línea de la miseria y a otros tantos optando intencionalmente por doctrinas contrarias al Dios, o mejor dicho a "un dios", que no quiere para ellos condiciones humanas o dignas de vida.
Digno de revisarse también es aquella mentalidad que, aplicando incorrectamente la doctrina de la Providencia, convirtió la Unción de los enfermos en "Extrema unción".
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JMI.- Todas las verdades, como "tomar la cruz para seguir a Cristo", pueden ser mal entendidas. Y lo que hay que hacer es exponerlas bien, cuidando de neutralizar las posibles malas interpretaciones. Lo que no debe hacerse es ridiculizar la doctrina bíblica y tradicional, como si ella "llevara de suyo" a un victimismo estéril incapaz de enfrentar los problemas sociales, económicos, sanitarios, etc. De ese modo se crea una contraposición que es falsa.
San Juan Bosco, la Bta.Teresa de Calculta, San Alberto Hurtado y tantísimos más en la historia de la Iglesia predicaron hasta cansarse el amor a la cruz, la conformidad con la voluntad de la Providencia divina, y jamás esa enseñanza paralizó en ellos o en los pobres los empeños para promover el progreso social, económico, cultural, sanitario del pueblo, sobre todo de los más necesitados e injustamente tratados por la sociedad.
Si somos inteligente y elegantes,(es decir CATOLICOS) nos daríamos cuenta que es muy diferente la vida de una persona, familia, o comunidad que acepta y vive de fe (CRUZ DE CRISTOOO, DEMOS GRACIAS A DIOS), que los paganos que solo quieren pan y circo, osea ver películas y comer helados, etc, etc.., y cuando llega el SUFRIMIENTO que SIEMPRE llega, los derrota.
Gracias padre, por favor siganos enseñando la VERDAD. REFORMA O APOSTASIA.
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JMI.- Los cristianos pelagianos, ignorando o negando su pecado original y actual, se creen "con derecho a ser felices". Y experimentan las penas de la vida como una injusticia terrible e indignante. Se golpean la cabeza contra la pared... Pero la pared no cede: se rompen la cabeza. Y aumenta el sufrimiento.
Nunca despreciaría un consejo a leer la Biblia, se lo tomo de muy buen agrado. Ya lo he leído, fue el primer libro que leí completo de la Biblia, con 10 años de edad, en las décadas siguientes lo he leído multitud de veces (al igual que los otros 72) y he orado, meditado, ídome de retiro e impreso al respecto. Pero nunca está de más volvérselo a leer. Así que salud, gracias.
En ese tenor le invito a que se lea cualquiera de los tres evangelios sinópticos y me explique por qué Jesús se pasó todo su ministerio sanando enfermos. ¿Le estaba Jesús quitando su cruz a sus seguidores al sanarlos? Nunca se negó a sanar a uno solo. Movido a compasión nos mandó que pidamos obreros a la mies del Señor e inmediatamente le da poder y autoridad a sus discípulos para expulsar a los demonios y sanar toda clase de enfermedad y dolencia. Cuestionado por su ministerio por los discípulos de Juan y por enviados de Herodes, a ambos, a unos y a otros les repite que él es quien sana a los enfermos y que no deben esperar a ningún otro. Recién iniciado su ministerio proclama que Él ha sido ungido para sanar y liberar. Repitió una y otra vez que Él sólo hacía esas obras porque eran la voluntad del Padre, que para eso fue enviado. En Hechos y hasta en las epístolas pastorales vemos que los discípulos seguían orando y sanando enfermos, y liberando a los endemoniados. ¿No será que la cosmovisión y la teología apostólica sobre la Providencia y el dolor humano estaban más sanas que la que tenemos hoy? Santiago nos manda a que desde que haya un enfermo llamemos al presbítero para que sea ungido y se sane tanto su cuerpo como su alma. ¿Nos está negando el apóstol nuestra cruz? ¿Impidiendo que la carguemos?
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JMI.- No hay contradicción alguna entre 1) aceptar la cruz, mientras sea voluntad providente de Dios que dure y 2) tratar de superarla, sea enfermedad, ruina económica, lo que sea. En el próximo artículo trato del tema, pero es evidente.
Un enfermo que sufre en conformidad con la voluntad de Dios, "que sea lo que Dios quiera", de ningún modo deja por eso de ir al médico y ajustarse a todos los tratamientos que le prescriban: tiene obligación en conciencia de procurar su salud.
Cualquier feligrés con una fe sencilla entiende que tiene que procurar 1) y 2), y que no se contradicen. Y con la gracia de Dios, lo vive.
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...pero en América Latina real y efectivamente hay mucha gente que viven en carne propia una crucifixión que parece prolongarse inmisericordemente hasta el fin; irles a decir a esas personas, sin más, que el Dios Providente planificó, quiere y mantiene su dolor desataría la indignación del mismo Dios.Uno rechaza con vehemencia los errores de la Teología de la Liberación, pero hay que meterse en una sierra Latinoamericana...
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No sé desde donde escribes, pero yo sí he conocido gente de la "sierra Latinoamericana" y te puedo asegurar que son felices en medio de sus privaciones, dan gracias a Dios más seguido que un "pueblero", son por lo general mucho mejores cristianos, tienen familias numerosas y cohesionadas y no pretenden pasarle factura a nadie porque no llegan a los estándares de consumo occidentales que ven por la TV.
Hasta que llega la "ideología", o sea la TdlL, entonces todo cambia y se imponen el rencor y la envidia.
Job y los Evangelios no se oponen, sino que se complementan, perfeccionando éstos al AT, dentro de la pedagogia de la salvación. Con Job Dios nos enseña a despreciar los bienes terrenos, aún los más entrañables, poniendo nuestro verdadero tesoro en realidades que no mudan. Y NSJC cura no para terminar con la enfermedad, sino para que quedara claro que la verdadera salud está en el cielo, la cual no se consigue con pócimas sino que exige una fe firme y acciones concretas que ameriten el perdón de los pecados.
En cambio si entendemos que NSJC vino en tren de terminar con las enfermedades, con el hambre, etc., o sea que lo limitamos a un horizonte inmanente, entramos de lleno en los postulados de la TdlL.
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JMI.- Ni idea.
En el comentario al padrenuestro en el Catecismo es "líbranos del Maligno", como en los Evangelio, y como todavía siguen en Oriente cristiano.
El artículo cita uno de los versículos que más alteran de los nervios a los protestantes, que rechazan la doctrina católica expuesta por el P. Iraburu:
Col 1,24
Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia;
Pregunten a un evangélico qué quiso decir San Pablo. No obtendrán respuesta lógica.
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