(120) Católicos y política –XXV. ¿Qué debemos hacer?. 12
–O sea que Benedicto XVI también tiene buenas enseñanzas sobre la vida política.
–Por supuesto. ¿Qué se imaginaba usted? La más alta doctrina política es la que enseña la Iglesia.
La reconquista cristiana del Occidente, invadido actualmente por la fuerzas anti-Cristo, no podrá conseguirse si los cristianos más llamados a procurar el bien común político se limitan a actividades prepolíticas, sociales, apostólicas, o se diseminan en los diferentes partidos políticos existentes, todos ellos anti-Cristo, o se entregan a trabajos municipales y vecinales, de amplitud política muy reducida. Todo eso es valioso y necesario, sin duda. Pero si no hay cristianos que entren de verdad en lo más fuerte de la batalla que desde el comienzo de la humanidad se viene librando entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, según ya vimos (20-21), si no se organizan y se unen, bien pertrechados intelectual, espiritual y técnicamente, para combatir a vida o muerte contra el Príncipe de este mundo, arriesgando sus personas y fortunas; si no consiguen participar en los poderes legislativos y ejecutivos a través de partidos políticos, los únicos que pueden lograrlo, la invasión anti-Cristo que sufre el Occidente cristiano no irá disminuyendo, sino acrecentándose.
Comentaré unas palabras de Benedicto XVI, que ya cité (119), llenas de vigorosa esperanza: «Renuevo mi llamamiento para que surja una nueva generación de católicos, personas renovadas interiormente que se comprometan en la política sin complejos de inferioridad. Esa presencia no se puede improvisar, sino que es necesaria una formación intelectual y moral que, partiendo de la gran verdad alrededor de Dios, el hombre y el mundo, ofrezca juicios y principios éticos en aras del bien de todos» (mensaje a la Semana Social Italiana, 14-X-2010).
Los «hombres de poca fe» en el poder de Cristo Salvador renuncian al combate político, considerando imposible la victoria, o estimando que ésta no podría conseguirse si no es perdiendo mucha sangre en las batallas. Ante este derrotismo, que desmoviliza completamente la actividad política de los cristianos, se alzan las palabras del Papa, confortándonos en la fe. «Lo que para los hombres es imposible, es posible para Dios» (Mt 19,36).
–«Renuevo mi llamamiento». Siendo la actividad política la más alta de las profesiones naturales, al estar ordenada al bien común, ha de tener la Iglesia fuerza espiritual para suscitar entre los católicos vocaciones políticas. Y el Papa llama a ellas: «renuevo mi llamamiento». La Iglesia siempre ha tenido en suma estima el ministerio político en favor del pueblo, como ya vimos (95). Debe, pues, suscitarse en ella la movilización política de los cristianos –dirigida, como es natural, por ciertos lídores especialmente lúcidos y fuertes–, en la predicación, en cartas pastorales, en catequesis, en escuelas, colegios y universidades de la Iglesia, en asociaciones y movimientos laicales. Han de suscitarse Seminarios especiales, Colegios mayores, Institutos de Ciencias Políticas, Asociaciones y Hermandades, Campamentos y Congresos, que susciten y formen estas vocaciones tan necesarias y urgentes. Deben suscitarse estas entidades allí donde no existen; y también donde existen, pero no cumplen su misión.
Es normal que no surjan vocaciones de políticos católicos, cuando los partidos que podrían ser católicos renuncian a su identidad católica y se mimetizan con los partidos agnósticos liberales y relativistas. Lo mismo sucede en los seminarios y conventos, que también se quedan sin vocaciones cuando no pretenden con entusiasmo promover la gloria de Dios y la salvación temporal y eterna de los hombres. ¿Qué atractivo tendrá para los jóvenes cristianos idealistas, sinceramente vocacionados al bien común político, aquel partido de presunta «inspiración cristiana» que obliga a silenciar sistemáticamente el nombre de Dios y que no permite librar grandes batallas, ni siquiera para la afirmación de los valores morales naturales?… ¿Qué jóvenes se alistarán en un ejército que no combate y que lleva acumulando derrotas más de medio siglo, una tras otra? La falta de verdaderas vocaciones políticas combatientes en el nombre de Cristo, esta indecible miseria, tiene causas muy ciertas, y no es un fenómeno histórico irreversible. Mientras tengamos a Cristo Salvador esta situación es perfectamente reversible.
–«Una nueva generación de católicos» . Es patente que la actual generación de políticos católicos es muy deficiente, apenas sirve en nada la causa de Cristo y de su Iglesia. Y esto tanto en Occidente como en otros países de filiación cristiana menos desarrollados. Unos políticos cristianos que se autoprohiben sistemáticamente hasta nombrar a Dios y al orden natural en su vida pública no tienen razón de existir. Como diría Trotsky, por otras razones muy distintas, están condenados «al basurero de la historia». Unos políticos católicos sin las virtudes y la formación necesarias, que optan, en principio, por diseminarse entre los partidos ya existentes, no valen para nada. Son «sal desvirtuada».
Más aún, hacen muy graves males a la Iglesia. Con su presencia en los diferentes partidos malminoristas, atraen a ellos el voto de los católicos, impidiendo que se organicen en lucha verdadera contra el Príncipe de este mundo. Se apoyan en la Iglesia ocasionalmente, y hacen algún gesto cristiano cuando les conviene; pero no la sirven, e incluso obran contra ella cuando servirla les causa perjuicios en su prosperidad personal. No pocos de ellos entran en el favor del mundo, y terminadas sus funciones políticas, pasan a ocupar altos cargos directivos en los grandes Entes nacionales y en las grandes Organizaciones y Empresas internacionales. Vienen, pues, a continuar la lottizzazione, de la que fueron modelo la Democracia Cristiana y sus aliados en la segunda mitad del siglo XX. Y aún así, son a veces considerados como prohombres laicos en la Iglesia de su nación, que les confía altos cargos y misiones, al verlos «muy relacionados» con los poderes del mundo. Ofrecen una buena imagen: ninguno de ellos tiene cicatrices de guerra.
Pero, por otra parte, es completamente normal que actualmente no haya católicos capaces de hacer política verdaderamente católica. Llevan medio siglo oyendo que el Estado confesional es intrínsecamente malo, lo que ya vimos que es falso (105) –otra cosa es que en nuestro tiempo no sea viable ni conveniente–. Llevan medio siglo oyendo incluso que los partidos confesionales son en sí mismos malos, lo que es falso de toda falsedad –como veremos con el favor de Dios en el próximo artículo– y que, en principio, lo que han de hacer los políticos cristianos es diseminarse en los diferentes partidos ya existentes. Llevan medio siglo escandalizados por ejemplos muy malos, como el dado por la Democracia Cristiana italiana y por tantos otros políticos católicos instalados en partidos liberales malminoristas. Llevan cincuenta años o más participando de una convicción común: los católicos hoy no tenemos nada que hacer en política, solamente en acciones prepolíticas y benéficas, espirituales y apostólicas. ¿Cómo van a conducirse en ese ambiente mental falsificado los políticos católicos? ¿Cómo van a surgir en el pueblo cristiano vocaciones políticas? Y si no nacen estas vocaciones ¿cómo puede haber partidos realmente católicos? En las estadísticas que miden el aprecio social por las distintas profesiones, los políticos suelen ocupar el último lugar: tienen una mala fama bien ganada.
–«Personas renovadas interiormente». He de hablar de esto al final del artículo, al aludir el ejemplo medieval de las Órdenes Militares. Me limito aquí a recordar lo que ya expuse sobre las virtudes y cualidades que necesitan los católicos políticos (96): oración, vocación, sacramentos, fidelidad a la doctrina política de la Iglesia, amor a la Cruz, amor a los hombres hasta arriesgar y entregar la vida por su bien, etc.
Y pobreza evangélica. Todos los cristianos necesitan amar la pobreza, pues de otro modo, sirviendo a las riquezas, no podrán servir a Dios (Lc 16,13); «la seducción de las riquezas» ahogará en ellos la fuerza liberadora y vivificante de la Palabra evangélica (Mt 13,22). Es muy difícil al rico entrar en el Reino (19,23); se pierde, pues «atesora para sí y no es rico ante Dios» (Lc 12,21). «La raíz de todos los males es la avaricia» (1Tim 6,9-10). Nada cierra tanto al amor de Dios y de los prójimos. Por eso, quiera Dios fundar alguna Hermandad de políticos católicos que de algún modo hagan voto de pobreza o de comunidad de bienes. Sería un primer paso decisivo para que, con la gracia de Dios, pudieran libremente servir al bien común político de los hombres.
–«Personas comprometidas en la política sin complejos de inferioridad», es decir, sin miedo al mundo, orgullosos de militar en la Iglesia bajo las banderas de Cristo Rey, sirviendo a Dios y a los hombres. Prontos a confesar el nombre de Jesús, asegurando que es el único en el que las personas y las naciones, y la comunidad de las naciones, pueden hallar salvación temporal y eterna. Cristianos que no dan culto a la Bestia liberal, ni dejan que ella grave su sello en su frente y en sus manos. Que, por el contrario, como San Ignacio de Loyola, en su meditación de las dos banderas, entienden su vocación como una milicia al servicio de Cristo en la batalla inmensa que libra contra el Príncipe de este mundo.
«A todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos. Pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo le negaré también delante de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 10,33). También esta palabra de Cristo está vigente para los políticos católicos. Ellos han de ser muy conscientes de que un silencio sistemático sobre Dios en la vida pública equivale a una pública negación de su existencia y de su soberanía sobre el mundo.
Los políticos cristianos, para existir y para tener fuerza en la acción, necesitan absolutamente recuperar la posibilidad de pensar y decir al pueblo la verdad, la verdad de Dios, la verdad de la naturaleza. Pensar y decir la verdad «sin complejos de inferioridad», ser capaces de afirmarse en lo «políticamente incorrecto», ha de ser el abc de los políticos católicos. Si no son capaces de eso, dediquense a otra labor.
Oir sus declaraciones, leer sus manifiestos, da a veces vergüenza ajena. Qué miseria. Un ejemplo de hace pocos años. Ante el acoso de partidos que reclaman la ampliación de los supuestos legales para el aborto como «un derecho inalienable de la mujer», la representante en este asunto de un partido malminorista fundamentaba su negativa diciendo: «no hay para ello demanda social suficiente». Increíble. ¿Su partido, de presunta inspiración cristiana, aceptaría una ampliación liberalizadora del aborto «si hubiera para ello suficiente demanda social»?… Ese partido no se atreve a decir en el debate público que el aborto no es en absoluto un derecho de la mujer, y que el derecho a la vida sí es «un derecho inalienable del niño». Tampoco se atreve a unir la palabra homicidio a la palabra aborto. Tiene razón el Papa: la Iglesia necesita «una nueva generación de políticos».
El acobardamiento de los políticos católicos ante el mundo y la agresividad audaz del mundo anti-Cristo crecen al mismo tiempo y en la misma medida. Y es lógico que así sea. Así ha sido. Santa Teresa en un principio sentía temor por los ataques diabólicos, hasta que lo superó al experimentar en sí misma la fuerza de Cristo para ahuyentarlos: ahora «me parecen tan cobardes que, en viendo que los tienen en poco, no les queda fuerza» (Vida 25,21). El mundo anti-Cristo se envalentona cuando ve que los católicos se arrugan ante su poderío, ceden, retroceden y callan.
Hace unos decenios, todavía alguno se atrevía a afirmar la doctrina política de la Iglesia, aunque ya entonces esa afirmación era escandalosa, y no podía realizarse sin espíritu martirial. Pero ya estas confesiones de fe son cada vez más raras. Es penoso comprobar que no pocas veces los adictos a causas tan precarias y ambiguas como las del feminismo, el nacionalismo o la ecología –valores entendidos al modo mundano–, muestran una parresía mucho mayor que la ostentada por políticos católicos, hijos del Reino de la luz. Las excepciones son pocas. Recuerdo el ejemplo «escandaloso» que dió Irene Pivetti, presidenta del Parlamento italiano en 1994.
«Cuando preparé mi discurso de toma de posesión de la presidencia de la Cámara sabía con certeza que una referencia explícita a Dios me iba a acarrear críticas y protestas. No por ello desistí en mi deber de decir la verdad […] Esa alusión significa también confesar la soberanía de Cristo Rey, al que verdaderamente pertenecen los destinos de todos los Estados y de la historia, como siempre enseñó todo catecismo católico; lo cual no impide, naturalmente, con el permiso del Omnipotente, que estos Estados se den una legislación laica, como nuestro país, o incluso antirreligiosa, como en algunos casos ha ocurrido y todavía ocurre en el mundo» (30 Días 1994, nº 80, 11).
Crece día a día la incapacidad del mundo político para conocer la verdad, y aún más para decirla. Los intereses de la voluntad no suelen permitir que el pensamiento del político se atreva a conocer la verdad. Pero aunque llegue al conocimiento de la verdad, cosa rara, normalmente no se atreve a decirla. Y sin embargo todos, como Cristo, hemos venido al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Sin cumplir esa vocación profunda, no somos cristianos, y apenas somos hombres.
Los políticos que asimilan sin capacidad de crítica las «palabras», los modos de hablar, de los adversarios tienen ya perdida la guerra ideológica. También la tienen perdida cuando asumen los usos y abusos del mundo político vigente, sin un sentido crítico libre. Se esperaba que una acción política cristiana tendría que ser evangélica, es decir, re-novadora; pero ellos asumen la política mundana como la encuentran: financiación estatal de los partidos, liderazgos políticos perpetuos, slogans irracionales de campaña, enormes gastos en publicidad vacía, deudas enormes con los Bancos, frecuentemente impagadas, uso habitual de la mentira y del insulto, etc. Ignorando la verdad, se contagian de todos los errores.
–«Católicos que han recibido una especial formación intelectual y moral, que partiendo de la gran verdad sobre Dios, el hombre y el mundo, ofrecen principios éticos para el bien común de todos». Los políticos cristianos han necesitado siempre, pero muy especialmente en tiempos de general apostasía, estar muy fuertes en la sabiduría de la verdad. Platón exigía que fueran los sabios quienes gobernasen al pueblo. El político católico necesita hoy más que nunca estar revestido de «la armadura de Dios, para poder resistir las insidias del diablo» y de los suyos: ha de embrazar el escudo de la fe, tener por yelmo la Palabra divina y esgrimir la espada del Espíritu, orando en todo tiempo y lugar (Ef 6,10-18). No basta, no, al político cristiano con ser listo en los manejos de la vida pública. Necesita sabiduría y prudencia, fortaleza y libertad –libertad y fortaleza casi se identifican–. Si el pensamiento del político católico está mundanizado, es decir, entenebrecido por el influjo diabólico del Padre de la mentira, viene a ser «un ciego que guía a otro ciego [el pueblo]: y ambos caerán en el hoyo» (Mt 15,14).
Es la verdad de Cristo lo que nos hace libres y fuertes. Todo cristiano, y especialmente el dedicado a guiar a su pueblo en la vida política, necesita estar libre del mundo por el conocimiento de la verdad: de la verdad filosófica, de la verdad teológica, de la verdad histórica. Ha de conocer la doctrina social y política de la Iglesia, tantas veces ignorada y menospreciada. Ha de estar libre de pelagianismos y semipelagianismos, que centran su acción en el hombre, y no en Dios, principio y fin de toda acción buena. Ha de estar desengañado de los mil errores vigentes en el mundo, tanto ideológicos como prácticos, y tener facilidad para discernirlos. Ha de conocer bien las tácticas de combate del enemigo, las estrategias empleadas por el mundo diabólico, para saber neutralizarlas y superarlas: conocer, p.e., perfectamente qué pasos promueve el lobby gay, etc. Ha de tener los conocimientos suficientes en las ciencias civiles: derecho, administración, urbanismo, economía, sociología, lenguas, informática, etc., aunque la limitación humana le exija especializarse solo en algunos campos. Pero, sin duda, lo que más necesita es la sabiduría filosófica y teológica, histórica y espiritual. Y todo esto exige, como dice el Papa, «una especial formación intelectual y moral».
–Las Órdenes Militares medievales pueden ser para los políticos católicos de hoy una luz estimulante, aunque en nuestro tiempo habrá de vivirse su espíritu en modalidades muy diversas. En la Edad Media había ciertas necesidades del pueblo, como la protección de los peregrinos a Tierra Santa, la reconquista de España o la redención de cautivos del Islam, que aunque eran propiamente responsabilidad de los poderes civiles, de hecho, estaban muy insuficientemente atendidas. De los Reyes, de los nobles con sus huestes, y de los caballeros católicos, podía esperarse –no sin grandes insistencias, por ejemplo, de los Papas– ciertas intervenciones valientes y abnegadas, pero reducidas en el tiempo y la entrega. Cumplida la misión, la atracción de sus familias y de sus tierras y negocios, les alejaban de los campos más peligrosos y difíciles, que recaían en los abusos y miserias en cuanto ellos se retiraban.
Era, pues, necesario que cristianos elegidos, llamados y enviados por Dios, se entregaran con heroísmo permanente a esos combates y servicios. Así nacieron las Órdenes militares, asociándose con votos de pobreza, obediencia y castidad caballeros cristianos que, sin despojarse de sus armaduras, se despojaban de todo lo demás, para ponerse al servicio de Dios y del pueblo.
La reconquista de España, p. ej., invadida por el Islam, no hubiera podido cumplirse sin la fijeza perseverante y abnegada de las Órdenes militares. Sus frailes-soldados combatían con los ejércitos reunidos por Reyes y nobles, pero después permanecían en la conservación de los territorios conquistados, cuando ya Reyes, nobles y huestes habían regresado a la paz confortable de sus familias y tierras. Permanecían fielmente en sus tareas de defensa territorial y también de la repoblación. Los caballeros de las Órdenes eran célibes, en disponibilidad total de entrega y servicio. Pero también se dió el caso singular de la Orden militar de Santiago, que admitía con ciertas condiciones el matrimonio de sus caballeros. Eran familias asociadas bajo una regla de vida al servicio heroico del bien común (Derek W. Lomax, La Orden de Santiago (1170-1275), CSIC, Madrid 1965, 90-100).
Grandes santos y teólogos medievales promovieron las Órdenes militares, pues comprendían su necesidad. Santo Tomás enseña que «muy bien puede fundarse una Orden religiosa para la vida militar, no con un fin temporal, sino para la defensa del culto divino, de la salud pública o de los pobres y oprimidos» (STh II-II, 188,3). San Bernardo, había dado ya esta misma doctrina en su obra De la excelencia de la Nueva Milicia. Dedicado a los caballeros templarios de Jerusalén (Obras completas, II, BAC 130, Madrid 1955, 853-881). Y las mismas razones que ellos dieron en favor de las Órdenes militares son válidas en nuestro tiempo, invadido por tantas fuerzas anti-Cristo, para fundamentar Hermandades políticas. Hoy, por supuesto, el combate entre la luz y las tinieblas es más en el campo de las ideas que en el de las espadas.
Serían muy deseables en nuestro tiempo ciertas asociaciones de laicos para la vida política, que en el nombre de Cristo y con su poder salvífico entregaran sus vidas por el bien común de las naciones. Célibes y casados, ajustando su vida a cierta regla de vida –en Institutos seculares o en otras formas afines de asociación laical–, se prepararían en común para vivir, ayudándose mutuamente, la vocación de llevar el influjo benéfico de Cristo Salvador a la vida temporal de los pueblos. Así cumplirían esa voluntad de la Iglesia, que hoy apenas se cumple ni se intenta:
que «los laicos coordinen sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado [nunca el mundo ha estado tan endemoniado como hoy], de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes» (Vat. II, LG 36c). Ellos han de entregar sus vidas para «lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena» (GS 43), y «para instaurar el orden temporal de forma que se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana» (AA 7).
Estas comunidades católicas, realmente combatientes en el campo de la política, habrían de sufrir durísimas persecuciones del diablo y de su mundo, y aún más duras quizá dentro de la misma Iglesia. Pero de todas saldrían triunfantes por la gracia de Cristo, si resistieran fuertes en la oración y la cruz, en la verdad católica y ¡en la pobreza!
La Iglesia llama a una nueva generación de políticos dispuestos a combatir a favor de Cristo y contra el mundo y su Príncipe diabólico. Con los actuales políticos no hacemos nada. Hay entre ellos católicos muy buenos, pero cautivos muchos de ellos de planteamientos falsos o deficientes. Siendo casi todos los partidos liberales, es tal el heroismo que una política católica exige de los políticos que éstos, en su inmensa mayoría, desfallecen en el intento, a veces más por falta de conocimiento que de valor. No procuran llevar adelante las causas de Dios y del orden natural, o lo procuran evitando con extrema cautela un enfrentamiento duro con el mundo vigente. No logran victorias porque no combaten. No combaten porque, aunque vieron caer derrotada por Cristo la Bestia comunista, creen imposible derrotar a la Bestia liberal, que ciertamente es más fuerte. Justifican su opción con argumentos falsos. No luchan porque en la vida política han sustituido la idea de combate por la de conciliación negociada, que estiman más cristiana, más evangélica. No presentan batalla porque, mezclados con los adversarios, disfrutando de una situación confortable, no están dispuestos a arriesgarla y a «perder la vida» por la salvación temporal de su pueblo. Nada quieren saber de Poitiers, las Navas de Tolosa o Lepanto. No se trata hoy de batallas armadas, sino de combates ideológicos y espirituales. Pero ellos no quieren combatir de ningún modo, porque se avergüenzan de la Iglesia militante, y en cierto modo también de Cristo, el que dijo «yo he vencido al mundo» (Jn16,33); «no penséis que yo he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada» (Mt 10,34; cf. Ef 6,12).
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
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17 comentarios
Tampoco encuentro extraño ahora el hecho de que todos hallamos mostrado el deseo de reunirnos, cosa que haremos en los próximos días.
Al lado de esto, me surge una duda: qué haremos con los líderes cristianos no-católicos que desean unírsenos para defender a nuestro lado lo que tenemos en común? Existe forma de integrarlos, es oportuno?
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JMI.- En principo, sí, ciertamente. Pero siempre que haya coincidencia en las cuestiones fundamentales. O respeto al menos.
Ahora en cambio propone el ideal de los caballeros medievales, que fueron fruto de un ambiente cultural reciamente católico.
Debo manifestarle mi perplejidad. ¿No le parece que poco y nada puede hacer Don Quijote metido ahora a candidato?
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JMI.- No soy "yo" el que insta a la vida política sino la Iglesia, que sabe perfectamente que la política está maleada como ya he indicado en muchos artículos.
Los caballeros medievales que en las Órdenes militares entregaban su vida combatiendo por el bien común de su nación y de la Iglesia sigue siendo un modelo estimulante (celo por la gloria de Cristo, abnegación, entrega de amor a los hermanos, especialmente a los pobres y oprimidos, aun con riesgo de su vida, sentido del honor, de la fidelidad, etc.), aunque ellos, como dice, vivieran en un ambiente cultural muy distinto al de hoy. Ya digo varias veces que hoy la lucha es muy distinta, más de ideas que de armas. Pero ese espíritu es muy edificante y válido ayer y hoy y siempre.
Se le ve demasiado el plumero de sus planteamientos, erróneos en su base, P. Iraburu.
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JMI.- Qué cosa. "Erróneos en su base"...
Y yo sin darme cuenta.
La revolución que usted propone tiene como fundamento y reto fundamental el anuncio de Cristo a las nuevas generaciones. La tarea evangelizadora no es una actividad prepolítica. A Satanás no sólo se le combate con la espada de la ideología, de la cultura o con la de metal, sino fundamentalmente con un corazón abierto a Dios mediante la fe, la esperanza y la caridad que un otro dona, ofrece a un hermano alejado de Él. Claro que nuestro deseo es vencer a Satanás, pero aún más es que todos conozcan al Señor, pues es Él y sólo Él quien puede vencer al Príncipe de este mundo. ¿De qué nos sirve (ya existen, de hecho) tener partidos políticos católicos en una sociedad masivamente secularizada? Sólo la sociedad podrá vivir en la Verdad si la llega a conocer, y esa tarea es ayer, hoy y mañana, evangelizadora.
Creo que estamos en tiempo de purificación. Dios está permitiendo todo esto. Debemos preguntarnos con humildad por qué. Y la respuesta más evidente, en mi modesta opinión, es porque está esperando a que le volvamos a redescubrir. Lo que debemos plantearnos no es, pues, meramente luchar contraobre todo volver a mostrar se impone es una nueva tarea evangelizadora, objetivo de Roma al menos desde el Vaticano II, que va mucho más allá, en efecto, de una mera gestión pastoral. Estamos en el trance capital de volver a redescubrir a Dios, o (valga el juego de palabras) a desvelar la revelación del Padre a la humanidad, tarea de la máxima gravedad, pues nuestro grado de descomposición moral es de tal calibre que pone en compromiso nuestra propia supervivencia no ya como civilización, sino como meros hombres. El reto está, pues, en encontrar las vías de esta nueva presentación de Dios a los hombres por los creyentes. E insisto, esta es una tarea que desborda por completo perspectivas meramente pastorales, de modernización de técnicas o de gestión de recursos para la comunicación del mensaje. Para volver a mostrar a Dios se necesita un compromiso creyente que desafíe todas las vicisitudes culturales, ideológicas y antropológicas en que todo hombre de nuestro tiempo se ve inmerso e incluso ha sido formado de modo inevitable por este ambiente nocivo. Y para conseguir este compromiso creyente, la experiencia de comunión entre cristianos, de comunidad viva en Dios, en definitiva de Iglesia, sigue siendo fundamental. Sólo así pueden darse esas Órdenes, militares o no, pero siempre de santidad que pongan en marcha esta nueva dinámica evangelizadora que se precisa de modo tan urgente.
Perdone la extensión, D. José María.
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JMI.- "Lo que debemos plantearnos no es, pues, meramente luchar contraobre todo volver a mostrar se impone es una nueva tarea evangelizadora", etc.
El "meramente" lo dice ud., pero yo no, ni de lejos. Llevo 120 artículos.
En el nº 120 hablo de la necesidad de que los católicos vocacionados por Dios a la actividad política respondan, con Su gracia, a ese altísimo llamado, actuando organizada y eficazmente en la vida política, sin dedicarse sólamente a otras actividades, por buenas que sean. No hago sino repetir el llamado del Vat.II y concretamente de Benedicto XVI.
En el nº 13 hablé de la evangelización, de la primacía de las Misiones, del anuncio de Cristo, Dios-hombre, y de su doctrina.
En los nº 110-113 hablé de que para sanar los males muy grande del mundo (y de la Iglesia) la primacía absoluta la tiene la espiritualidad del pueblo cristiano, la oración, la mortificación, etc.
No debe ud., pues, debilitar lo que digo en el 120 --la urgencia de acción política católica organizada y eficaz-- alegando que etc. Ya lo he insistido yo muchas veces, no solo en los nº citados, sino en bastantes otros más de REFORMA O APOSTASÍA.
En cuanto a la expresión "luchar contra", como ud. sabe, está empleada por Cristo y los Apóstoles con una considerable frecuencia en el N.T. (lo señalo muy brevemente en 120 in fine), y por supuesto se refiere a una lucha espiritual, aunque el combate por defender el Reino de Dios en algunos casos (S.Luis de Francia, S.Fernando de Castilla, Órdenes militares, reconquista de España, Poitiers, Navas, Lepanto, etc.), pueda exigir también la lucha armada. En nuestro tiempo ésta no es posible, obviamente. Es "la dura batalla contra el poder de las tinieblas" de que habla el Vat.II (GS 37). Al referirme en 120 a las Órdenes Militares dejo claro qué es lo que hay en ellas de ejemplar también para el tiempo actual.
"Lo que debemos plantearnos no es, pues, meramente luchar contra, sino sobre todo volver a mostrar. Lo que se impone es una nueva tarea evangelizadora, objetivo de Roma al menos desde el Vaticano II, que va mucho más allá, en efecto, de una mera gestión pastoral."
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Bueno, no quise utilizar "meramente" en sentido despectivo hacia su labor, sino en cuanto a que no se trata de la actividad preferente a la que deberíamos dedicarnos. Perdone la imprecisión expresiva.
Por otra parte, en cuanto que se anuncia al Señor, ya se lucha de un modo muy profundo contra toda realidad que lo aleja de Él.
Simplemente lo que quería indicar era que el fundamento de aquel movimiento más militante en defensa de la fe, que Vd. con justa razón preconiza, es antes que nada de evangelización. Y que el reto de nuestros tiempos reside aquí, también para luchar contra.
Quizá lo más parecido hoy en día a esas instituciones sean algunas ONGs de inspiración cristiana, en las que mucha gente colabora, en la medida de sus posibilidades, a solucionar problemas humanos que no resuelve el poder político.
De todos modos, cara a la situación actual de España, la que mejor conozco, con una sociedad 80% no cristiana (en la práctica), creo que una "asociación de cristianos para la vida política" podría convocar a muy pocos políticos, y que su influencia en la política real sería nula.
Me parece que antes es necesario recristianizarnos, empezando por el ámbito familiar y el educativo. Y después (cuando haya cristianos) ya veremos.
No hay que olvidar que en las cuestiones de gobierno y política (¡no hay que confundirlas!) hay un amplio espacio para la libertad, y que puede haber múltiples soluciones compatibles con la dignidad humana, de modo que nunca habrá una única "solución católica", y siempre habrá "múltiples posibilidades".
Un político cristiano puede decidir fundar un partido nuevo, otro intentar cristianizar un partido existente, y otro cambiar a un sistema político sin partidos. Y los tres obrando en conciencia, buscando la gloria de Dios y el bien de sus conciudadanos, y los tres ganarse el cielo buscando metas distintas.
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JMI.- Bien todo, conforme. La necesidad y el valor de todas las acciones que señalas es evidente. PERO lo que no queda tan claro es la necesidad, la posibilidad y la importancia que tiene que algunos católicos respondan a la llamada de Dios y de la Iglesia para "coordinar fuerzas" en orden a una actividad política eficaz, que 1) haga más fuerte el influjo del cristianismo en la configuración de la sociedad y 2) que la libre, al menos en parte, de los horrores que en ella se están produciendo "in crescendo". Esa vocación se está incumpliendo masivamente. Con los resultados visibles.
Dice ud.: nunca habrá una única "solución católica", y siempre habrá "múltiples posibilidades".
Por supuesto. Pero tiene bemoles que se oiga en los parlamentos políticos de Occidente la voz de los verdes o la de los comunistas (que no son multitudes inmensas) y que no se oiga apenas la de los católicos.
Dice ud.: "Un político cristiano puede decidir fundar un partido nuevo, otro intentar cristianizar un partido existente, y otro cambiar a un sistema político sin partidos".
Fundar un partido nuevo: los católicos y las instituciones católicas laicales más fuertes no apoyan ese intento en absoluto, más bien lo frenan; y solo es pretendido por personas que con mínimos apoyos logran mínimos partidos, casi inexistentes.
Cristianizar un partido existente: podría ser, pero apenas conocemos ningún caso real. Se dice pronto cristianizar un partido anti-cristiano, como son los malminoristas. Quizá sea más viable fundar algo nuevo que re-fundar algo ya existente y no-cristiano.
Cambiar el sistema político: sería un buen intento, sin duda, pero no conocemos actualmente ninguna persona y ninguna institución laical importantes y capaces, que lo intenten. Ni una. Sí que sería re-bueno que las hubiere. Por eso escribo este artículo.
Dice ud.: "Me parece que antes es necesario recristianizarnos, empezando por el ámbito familiar y el educativo. Y después (cuando haya cristianos) ya veremos".
En ésas estamos. Cuando recristianicemos la sociedad, entonces procuraremos la acción política. Con el resultado de una degradación social y una apostasía crecientes durante ya muchos años.
Quedará, con el favor de Dios, un Resto del Señor.
Desde luego si muchos con influencia en la Iglesia pensasen como usted y lo manifestasen un católica "malminorista" prácticamente no podría serlo sin grave quebrantamiento de su conciencia. Creo que podría haber renacido el catolismo político desde ahí, sin más. Si se hubiera predicado libremente la verdad a diestro y siniestro, como usted hace.
Y coincido con usted en la necesidad de "hermandades políticas" (o algo que se le parezca). Lo que pasa es que los partidos minoritarios a los que usted hace referencia ni siquiera han podido ponerse de acuerdo para hacer coaliciones, anteponiendo intereses particulares. El problema no es sólo que les maltraten en los medios de comunicación y en el sistema socio-político. No sabemos lo que hubiera pasado si al menos estos políticos con unos principios en teoría enteramente católicos se hubiesen unido. De modo que ¿cuántos realmente podrían unirse para formar esas hermandades?
Así que en principio soy pesimista, pues estamos en la oscuridad absoluta incluso para eso. Estamos políticamente muertos los católicos. Pero como "para Dios no hay nada imposible" nuestro deber es rogarle a Él que lo haga posible (esto o algo parecido en algún partido político a partir del cual renazca todo) con fe y con insistencia. Teniendo en cuenta es practicamente una gran resurrección lo que se está pidiendo.
Y no sé si lo habrá dicho en algún post y se me pase o tendrá previsto decirlo en un futuro, pero para completar quizá haría falta una referencia a los principios innegociables que todo partido político (o hermandad) de inspiración cristiana debe respetar.
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JMI.- Eso va en los próximos.
"No combaten porque, aunque vieron caer derrotada por Cristo la Bestia comunista, creen imposible derrotar a la Bestia liberal, que ciertamente es más fuerte."
Necesito pruebas. Deseo que me muestre el error donde yo no lo veo. Y se lo reitero : NO LO VEO.
De hecho, veo todo lo contrario. Veo que la bestia liberal ha sido literalmente "fagocitada" por la bestia comunista.
Fíjese bien, que el comunismo, de todo el mundo, fué derrotado únicamente en España. ¿Qué fué un núcleo netamente católico el que lo derrotó mediante batalla ideólogica y espiritual? Por supuesto. Pero no es menos cierto, que dicha victoria se consiguió también presentando batalla física y por la fuerza de las armas.
Ahora bien, usted dice que no. Que no nos preocupemos de la "bestia comunista", que esta ya fué derrotada. Dígame donde, aparte de España, pues yo no tengo noticia.
También dice que la "bestia liberal" es más fuerte que la comunista.
Nuestra Señora en Fátima nos advierte de Rusia y de sus "errores", cuando en 1917 nadie tenía ni idea de lo que se estaba cociendo en Rusia. SS Benedicto XVI, no hace ni un año nos dice que la ola de pedofilia en la Iglesia, es parte del mensaje de Fátima, reafirmado su vigencia aún HOY en día... y usted nos dice que la "Bestia comunista" ha sido "derrotada" por la Divina Providencia. Dígame dónde y dígame cuando.
De lo que si me he enterado...
- La China comunista , es la mayor superpotencia económica mundial actualmente.
- Rusia esta regida por un ex-dirigente de la KGB. No hace ni 2 años amenazó a la católica Polonia con bombardearla nuclearmente. Todo el gobierno polaco cayó fulminado "accidentalmente" en un avión en Rusia recientemente.
-El marxismo hace estragos por toda Hispanoamerica. Es innecesario el poner ejemplos.
- El marxismo asola Africa, sin que nadie lo resista.
- Asia 3/4 de lo mismo.
- La administración Obama es marxista de forma descarada. Y esto en los EEUU.
- En España nos gobiernan marxistas de la peor calaña.
Ejemplos "no tan claros":
- La carta de las Naciones Unidas es una copia de la Constitución Soviética.
- La Unión Europea, otro invento marxista.
Un ejemplo meramente "anecdótico":
-únicamente en España a día de hoy, tenemos un auténtico ejército de 300.000 liberados "sindicales". Para ponerse a temblar.
Y le digo más:
Muy a mi pesar, Grecia YA NO ES una nación soberana. Irlanda YA NO ES una nación soberana. Próximamente Portugal y España dejarán de ser naciones soberanas. Probablemente para antes de que usted llegue al tema 201, 3/4 partes de Europa Occidental dejarán de ser naciones soberanas. Y en extinguiendo las soberanías, se apagará lo poco que nos queda de los patriotismos. A esto hay que unirle la destrucción del patrimonio personal y familiar que genera este paro de proporciones dantescas y de manera global.
Así que ahí le muestro los ingredientes actuales, del rico estofado que se está cocinando, delante de nuestras narices.
Para terminar, que ya me alargo demasiado:
Fué la UNIÓN SOVIÉTICA la que levantó el Telón de Acero, aislándose del resto del Mundo. Fué RUSIA la que apareció de vuelta en escena cuando la Unión Soviética bajó el Telón. Una vez bajado el Telón es Rusia la que esparce sus errores por todo el Mundo porque NO HAY TELON que los contenga.
Le podría dar una lista muy larga de los "errores" que Rusia ha esparcido y esparcirá. Creo que con darle un ejemplo concreto bastará:
Aborto, legalizado por primera vez en Rusia en 1920. Y fíjese que digo Rusia, ya que en 1920 no existía todavía la Unión Soviética. Existía Rusia.
Discúlpeme por la parrafada, pero necesito que usted me clarifique el punto que le he señalado, pues yo tengo por entendido todo lo contrario. Espero que entienda mi estado de alarma pues está bien claro, que antes de presentar batalla hay que identificar al enemigo. Y más si de este formidable enemigo nos ha avisado de antemano la Santísima Vírgen.
TVENSJC
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JMI.- La maldad y peligrosidad del marxismo comunista es muy clara, y que sigue haciendo estragos. Que la Bestia liberal los hace mayores lo expongo en (102) y (103). De todos modos, no hay una regla ni un peso para cuantificar exactamente el daño causado por uno y otro.
Bien la idea de la ordenes militares adaptadas. Hace falta gente de mucha oración, eso es lo que falta. Casi todo el mundo se apunta a organizar batallas, pero pocos a 1 hora de adoracion ante el Santísimo antes de ir a una batalla. Quién está dispuesto a hacerse un mes de Ejercicios Espirituales antes de meterse en estas batallas tan duras? Pues sin hacer eso desbarramos, es lo que lleva pasando en España desde hace más de 35 años...
..Sí, la oración es imprescindible, porque no podemos intentar transformar el mundo si nosotros no somos primero renovados por Dios en la manera de pensar, de sentir, de actuar.....y no solo eso, quién de verdad convierte los corazones del enemigo es la acción de Dios en esos corazones.
Le comento Padre que estoy haciendo una Web para la formación espiritual, doctrinal y de forja de carácter de esos lideres. Como símbolo había elegido la cruz de Santiago.
En términos generales, estoy muy de acuerdo con su enfoque teológico en relación a la sociopolitíca de nuestros días y el estado actual del mundo católico.
Sin embargo, no dejan de sorprenderme afirmaciones suyas como las anteriores, simplemente porque en mi opinión, estas contribuyen a confirmar el estado actual de confusión.
En líneas generales, la sociedad occidental está convencida de una mentira:
El comunismo se autodesintegró con la caída del muro de Berlín.
Pero la cruda realidad nos recuerda que la teórica marxista define al socialismo como la etapa intermedia hacia el objetivo final del comunismo global.
Para conseguir este objetivo, que repito, es global, el socialismo necesita destruir varias barreras: la empresa privada como propietaria de los medios de producción, conocido también como el capitalismo; el trabajo asalariado; la propiedad privada y la soberanía de los estados. Pues bien, estas barreras que son los objetivos primordiales en el orden de combate socialista, son los pilares fundamentales que sostienen a la llamada Bestia liberal. Y estas barreras a día de hoy van cayendo como fichas de dominó, una tras otra.
El socialismo para poder dar paso al comunismo, necesita destruir antes al orden liberal. En otras palabras: no puede existir Bestia comunista, si esta no destruye antes a la Bestia liberal.
La última barrera para el desarrollo total del comunismo mundial, es la Iglesia Católica. No hay mas barreras.
TEXTUAL:
"Al decir capitalismo no se excluye el designio soviético, ya que el comunismo es un capitalismo de Estado, hijo dilecto del Capitalismo Tecnócrata Liberal, hijo putativo, si se quiere, ya que estamos entre rameras, pero hijo al cabo,".
"En estas Tres Ranas, eruptadas por el Dragón, el Anticristo y el Pseudoprofeta, Castellani cree ver el liberalismo, el comunismo y el modernismo, en cuya conjunción y alianza alcansa su plenitud el viejo naturalismo, que en el fondo es el gran proyecto del Anticristo. Tres herejías que parecen ranas porque son vocingleras, saltarinas, pantanosas y tartamudas dice."
El apocalipsis según Leonardo Castellani. Fundación Gratis Date....
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JMI.- Efectivamente, contraponer Liberalismo y Comunismo es no haber entendido del todo el asunto. Ya en 1937 advierte Pío XI que el socialismo y el comunismo son "hijos natuales" del liberalismo (enc. Divini Redemptoris).
En www.gratisdate.org está el texto de
Alfredo Sáenz, El Apocalipsis según Leonardo Castellani, de donde procede la cita que hace Emiliana. Gracias.
Muchas gracias por su blog. Tambien por las conferencias que ha dado en radio María acerca de Espiritualidad y que están disponibles en "gratisdate". Aunque no tiene mucho que ver con el tema que le ocupa aquí, tampoco es necesario que coloque mi comentario, solo quería agradecerle su dedicación.
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