(89) La ley de Cristo –X. las Constituciones Apostólicas. 1

–Para mí que estas comparaciones con el mundo cristiano antiguo van hechas a mala idea.
–Sólo irán a mala idea si la pretensión de convertir y reformar es considerada una idea mala.

Las Constituciones Apostólicas, escritas probablemente hacia el año 380 en Siria –unos setenta años después de que la Iglesia logra la libertad en el Imperio–, son una completa exposición, aunque no oficial, en ocho libros de doctrina y moral, disciplina y liturgia, así como de espiritualidad y costumbres. Tuvieron no pequeño influjo en su tiempo. Hay de ellas textos en siríaco, griego, latín, copto, árabe y etiópico. Y son citadas en el Vaticano II y en el Catecismo de la Iglesia.

La obra comienza con este Exordio: «Los apóstoles y los ancianos a todos los que provienen del paganismo y han creído en el Señor Jesucristo. Vosotros, que os habéis unido a la religión infalible de la Iglesia católica, escuchad la enseñanza sagrada» (I,1-2). La obra, pues, siguiendo una forma literaria antigua, se presenta con autoridad apostólica: «Nosotros, los apóstoles», «Yo, Pedro», «Yo, Mateo, uno de los doce que os hablan en estas enseñanzas, soy apóstol, a pesar de que antes era publicano», etc.

Por otra parte, apenas hay frase en esta obra que no venga acompañada de varios textos bíblicos que garantizan su doctrina. Su autor, o el equipo redactor, hace además con gran frecuencia citas implícitas de anteriores documentos eclesiásticos –como la Didajé (s. II), la Didascalia de los Apóstoles (III), la Traditio apostolica (III)–. Y no se limita a citar fragmentos documentales yuxtapuestos, sino que escribe una obra relativamente ordenada y homogénea (Las Constituciones Apostólicas, Centro de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2008, 315 págs.).

Índice de la obra. Libro I, Los laicos. II, Obispos, presbíteros y diáconos. III, Las viudas. IV, Los huérfanos. V, Los mártires. VI, Las herejías y los cismas. VII, Los dos caminos y la iniciación cristiana. VIII, Carismas, vida litúrgica y disciplina eclesiástica. De esta obra extensa selecciono algunos fragmentos que estimo especialmente aleccionadores hoy para nosotros, omito las citas bíblicas, que constantemente se aducen, abrevio mucho los textos, sin advertirlo, de tal modo que, para facilitar la lectura, no lo indico con puntos suspensivos… ni con el signo […], que es lo más correcto. El Libro lo cito en números romanos (p. ej., VII,12,1).

—Los laicos cristianos

–Modestia masculina. «Marido, ayuda a tu mujer, esfuérzate por serle agradable, pero sin acicalarte hasta el punto de que otra se prenda de ti. Porque si otra te atrae y pecas con ella, Dios hará caer sobre ti la muerte eterna, y serás amargamente castigado en tus sentidos» (I,3,2-3). Nada de perfumes, ni depilaciones, ni trenzas o teñido de cabellos: «guárdate de todo esto que Dios abomina y no hagas nada de cuanto le desagrada» (I,3,10-12).

–Modestia femenina. Mujer, «no añadas encantos a la belleza que la naturaleza te ha dado y que viene de Dios, antes bien, para hacer gala de humildad procura moderarla ante los hombres». Han de evitarse los excesos en el adorno personal: «todo eso es signo de libertinaje» (I,3,8-9).

«Si quieres ser creyente y agradar al Señor, no te embellezcas para complacer a hombres que no sean tu marido, y no imites a las cortesanas llevando trenzas, vestidos y calzados como ellas llevan, con el riesgo de atraerte a quienes se dejan seducir por estas cosas. Habrás obligado a un hombre a interesarse por ti y desearte, y no habrás evitado exponerte tú misma al pecado, ni exponer a otros al escándalo. Vosotras, que sois cristianas, guardaos de imitar a semejantes mujeres. Puesto que quieres ser creyente, cuida de tu marido, buscando complacerle a él solo, y cuando pases por las plazas cubre tu cabeza, ya que al velarte te esconderás de las miradas de los indiscretos. No te maquilles el rostro, que ha sido hecho por Dios. “Todo lo que hizo Dios es muy bueno” (Gén 1,31), y adornar desvergonzadamente una cosa que es bella es ultrajar el talento del artesano» (I,8,16-24).

–Apostolado del pudor. «Mujeres, por vuestro pudor y vuestra humildad, dad también testimonio de la religión ante los que son de fuera, hombres o mujeres, con vistas a su conversión y para animarlos a la fe. Y si os hemos instruido con esta corta exhortación, hermanas e hijas, miembros de nuestro propio cuerpo, como personas prudentes y que respetan la vida, procurad conocer las doctrinas que os permitirán acercaros bien estimadas al reino de nuestro Señor Jesucristo, encontrando en él vuestro descanso» (I,10). (cf. J. M. Iraburu, Elogio del pudor, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2000).

–Recogimiento y lectura. «No deambularás ni irás errante por las calles para contemplar sin provecho alguno a los que viven mal, sino que, dedicándote a tu trabajo y labor, procura hacer lo que agrada a Dios, y recuerda y medita sin cesar las palabras de Cristo. Reúnete con los creyentes, que comparten tu misma fe, para conversar con ellos palabras vivificantes. Salmodia los himnos, escruta atentamente el Evangelio. Evita absolutamente todos los libros ajenos [a la Escritura] y diabólicos» (I,4-6).

–El uso de las termas estaba profundamente arraigado en la sociedad romana, y perduraba todavía a finales del siglo IV. La costumbre fue desapareciendo con la predicación de los Padres y con disposiciones como éstas de las Constituciones. Cristiano, «si quieres tomar un baño, te servirás de las instalaciones destinadas a los hombres, evitando que tu cuerpo pueda ser visto y resulte indecente para las mujeres, o que los hombres vean lo que no deben ver» (I,6,13). Mujer, «en los baños evita el lavarte entre los hombres. Es inconveniente y el Maligno coloca allí muchas trampas. Una mujer creyente no se lavará en una sala de baños mixta. Si ella se vela el rostro por pudor, a fin de ocultarlo a las miradas de los hombres ajenos, ¿cómo podrá mostrarse desnuda en el baño entre los hombres? Tú, que eres creyente, debes evitar siempre y en absoluto la indiscreción de demasiadas miradas» (I,9).

—Los obispos

Sobre los obispos dan las Constituciones en el Libro II un gran número de mandatos y consejos, casi siempre tomados de las Sagradas Escrituras. Recordaré de ellos sólo unos pocos.

–Santidad. El pastor ha de ser irreprochable, y así sus discípulos serán imitadores suyos (1Co 4,16; 11,1; 1Tes 1,6; 2,14). «“Tal como el sacerdote, así será el pueblo” (Os 4,9). Nuestro Señor y maestro Jesucristo, el Hijo de Dios, se puso primero a obrar y después a enseñar: “lo que Jesús hizo y enseñó” (Hch 1,1). Vosotros, obispos, debéis ser guardianes para el pueblo, así como también tenéis a quien os guarda, Cristo» (II,6,5). «Por eso tú, obispo, preocúpate de ser puro en tus actos, ten presente tu cargo y tu dignidad: tú ocupas el lugar de Dios entre los hombres» (II,11,1).

–Guardar la santidad de la Iglesia. «Tenedlo muy presente, carisimos, “los que han sido bautizados en la muerte del Señor Jesús” (Rm 6,3) no deben pecar más. Así como los muertos son incapaces de pecar, igualmente los que han muerto en Cristo se han hecho ineptos al pecado… Si el obispo se muestra leve con el pecador que ha hecho el mal, permitiéndole permanecer en la Iglesia [no aplicándole la disciplina penitencial], escarnece la voz divina del maestro: “apartarás al malvado de en medio de ti”(Dt 17,7)» (II,7,1; 9,1).

«Quienquiera que sea que no observa esto y trata indebidamente al culpable que merece el castigo, este tal mancilla su cargo y la Iglesia de Dios establecida en aquella región. Es, pues, un impío para Dios y para los santos, puesto que se convierte en causa de escándalo para mucho neófitos y catecúmenos. Viendo éstos cómo se comporta su jefe, ellos dudarán de sí mismos y, cayendo en la misma enfermedad, perecerán fatalmente con él. Pero si el pecador ve que el obispo y los diáconos son inocentes y sin reproche, y que el rebaño es puro, no osará entrar en la Iglesia de Dios, su propia conciencia le detendrá;… o bien, después de haber sido reprendido por el pastor, será sometido a penitencia. Llevado por el remordimiento, mientras que el rebaño permanecerá en estado de pureza, él llorará ante Dios, se arrepentirá de sus pecados y tendrá esperanza. Y todo el rebaño, viendo sus lágrimas, aprenderá que, gracias a la penitencia, el pecador evita perderse» (II,10,1-3).

–Caridad con los pecadores. Obispo, «si no acoges al que se arrepiente, lo entregas a las redes del adversario. Al que se arrepiente, recíbelo, pues, sin que te detengan aquellos que no tienen piedad alguna y dicen que no debemos mancharnos con el contacto de estos pecadores, ni relacionarnos con ellos de palabra. Semejantes consejos vienen de personas que desconocen a Dios y a su providencia, y que son como bestias feroces implacables» (II,14,1-3). «Es preciso que consoléis a los pecadores, los exhortéis a la conversión y les déis buenas esperanzas, sin que penséis que sois cómplices de sus faltas por el hecho de que los amáis» (II,15,2).

–Corrección eficaz de los cristianos infieles. «Cuando adviertas que hay alguno que ha pecado, indígnate y manda que se le eche fuera. Una vez haya salido, que los diáconos le amonesten y le interroguen manteniéndole fuera de la Iglesia. Después, que entren a fin de suplicarte en favor del mismo» (II,16,1). Se describen seguidamente las fases graduales de la disciplina penitencial, de la que he de tratar más adelante.

«Si el pecador no es condenado, el pecado empeora y se propaga a otros. Si un hombre contrae la peste, toda la gente debe evitarle. Si nosotros, pues, no excluimos de la Iglesia de Dios a un hombre de mal, haremos de la Casa del Señor “una cueva de ladrones” (Mt 21,13). Ante los pecadores es preciso no permanecer mudos, sino reprenderlos, amonestarlos, exhortarlos, imponerles ayunos, a fin de inspirar el temor de Dios a los demás (1Tim 5,20). El Obispo, pues, debe velar por todos, tanto de los que no han pecado, para que se mantengan sin pecado, como de los que se encuentran en pecado, para que se arrepientan» (II,17,4-6).

–Amor y obediencia al obispo. «El obispo es el servidor de la Palabra, el custodio del saber y, en el culto divino, el mediador entre Dios y vosotros. Es maestro de piedad y vuestro padre ante Dios, pues él os ha hecho “renacer del agua y del Espíritu” (Jn 3,5). Él es vuestro jefe y vuestro guía» (II,26,4). «No hagáis nada sin el obispo. Quien haga algo sin el obispo lo hará en vano» (II,27,1-2).

«Por medio de tu obispo Dios te adopta, oh hombre. Reconoce, hijo, esta mano derecha, tu madre, ámala y venera al que es tu padre ante Dios» (II,32,1). «¿Acaso no son ellos [los obispos] los que os han agraciado con el don del cuerpo santo y de la sangre preciosa (1Pe 1,19), no os han absuelto ellos de vuestros pecados (Mt 18,18), no han hecho de vosotros, los participantes del convite de la Eucaristía santa y sagrada, los asociados y los coherederos de la promesa de Dios (Ef 3,6)? Veneradles, honradles con toda suerte de honores» (II,33,2-3).

Algunos comentarios

–Las Constituciones comienzan hablando de los laicos, a quienes dedican su Libro I. Y en él, curiosamente, encarecen de modo muy especial la castidad y el pudor, que habían de diferenciar netamente a los cristianos de los hombres mundanos. Se ve que en aquel tiempo se hacía necesario predicar con insistencia estas virtudes. Por otra parte, tanto los escritos de los santos Padres, como el testimonio de los historiadores de la Iglesia antigua, permiten afirmar sin exageración que el testimonio verbal y práctico de la castidad y del pudor fue una de las principales fuerzas evangelizadoras del mundo greco-romano, que en gran medida ignoraba esas virtudes. Los cristianos, en su atuendo y arreglo personal, no se limitaban a no-escandalizar, sino que revelaban atractivamente a los paganos la belleza santa de su nueva condición de hombres divinizados por Cristo.

–La idea de que la vocación de los laicos a la santidad es un descubrimiento reciente de la Iglesia –del concilio Vaticano II y de algunos movimientos que le precedieron– es completamente falsa. Libros como estas Constituciones lo muestran claramente. Tanto en el Nuevo Testamento, como en los escritos de los Padres o en la misma Edad Media, ésta era una convicción de fe común. Muchos hoy no se atreverían a exhortar a los religiosos aquello que en la antigüedad o en la Edad Media se exhortaba a los laicos con toda naturalidad. Tengamos en cuenta, concretamente, que en la Edad Media, en el período 1198-1304, un 25% de los santos canonizados son laicos; y en 1303-1431, un 27% (A. Vauchez, La sainteté en Occident aux derniers siècles du moyen âge, París 1981).

–La sacralidad del obispo, como presencia visible de Cristo entre los hermanos, ya acentuada en escritos anteriores (I Clemente 42, las cartas de San Ignacio de Antioquía, «nada sin el obispo», etc.), se expresa en esta obra con gran fuerza a insistencia. Y lo mismo dice de presbíteros y diáconos.

–No todo en las Constituciones Apostólicas es perfecto y válido para hoy. Aunque yo aquí las presente en su conjunto con gran veneración, como una expresión del espíritu de la Iglesia en el siglo IV, hay en ellas normas prudenciales –como «evita todos los libros paganos»–, que pudieron ser convenientes sólo en aquel tiempo de «salida» cultural del paganismo. Más tarde, como es sabido, fueron precisamente los monjes cristianos quienes salvaron del olvido las obras de muchos clásicos paganos.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

7 comentarios

  
Atilano
Hola, P. Iraburu. En estos textos antiguos que cita Vd. me llama la atención la importancia que entonces daban a la penitencia, y lo relaciono con la actual predicación del Papa. p.e. en su carta a Irlanda.
Hoy en la confesión los curas suelen imponer penitencias muy leves. Ya nadie dice aquello de «cuidado con el padre Tal, que te echa unas penitencias tremendas». Esto es bueno para facilitar el cumplimiento y para dejar clara la eficacia ex ópere operato del sacramento. Pero... Además de confesarse y «cumplir la penitencia», ¿habría que ofrecer otras más severas?
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JMI.- La penitencia impuesta por el confesor debe ser una "pena" proporcionada a la gravedad de los pecados cometidos, que sirva al mismo tiempo como "medicina" que ayude a curar sus malas huellas (Ritual Penitencia, 6 c; Código 981).
15/06/10 3:50 PM
  
Opinion
"La idea de que la vocación de los laicos a la santidad es un descubrimiento reciente de la Iglesia –del concilio Vaticano II y de algunos movimientos que le precedieron– es completamente falsa."

El Opus Dei jamás pregonó que la idea de la vocación de los laicos a la santidad fuese una novedad. Al contrario, san Josemaría Escrivá decía (refiriéndose a la idea fundamental detrás del Opus Dei) que la vocación universal a la santidad era (palabras más, palabras menos) "como el Evangelio viejo y como el Evangelio nuevo".
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JMI.- ¿Y quién ha dicho que el Opus Dei pregonó, etc.?
15/06/10 4:08 PM
  
cristina
La santidad es para todos, lo es y lo ha sido siempre, por lo menos desde que Nuestro Señor dijo: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.Yo quiero ser santa y quiero que mi marido y mis hijos lo sean,mi familia, amigos...
Padre Iraburu, ¿cómo vivir la santidad como cónyuge abandonado y fiel al sacramento, y madre de familia numerosa?
¿Cómo compaginar trato caritativo y respetuoso a dicho cónyuge "desertor", y vivir las exigencias de la Verdad? ¿Cómo no caer en el error de que esa situación pase ante los hijos por "normal", que le ocurre a todo el mundo, y sin embargo hablar de lo que está bien o mal según la Ley de Dios? ¿Cómo evitar dañar la reputación del cónyuge ido, y al mismo tiempo poder hablar ante los hijos de lo malo de su acción?
¿Me entiende, Padre? ¡Qué preocupada estoy por esto! Ya le pido luz al Espíritu Santo... Leyendo lo que ha explicado en los últimos posts sobre corregir, expulsar, denunciar el desvío, etc., a veces me siento en una incómoda posición de "poseedora de la verdad y la razón", y me asusta ser intransigente y soberbia...
Un saludo,
cristina
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JMI.- Le encomiendo al Señor y pido oraciones a los lectores por sus intenciones, para que Dios le dé caridad, prudencia, fortaleza y paciencia, para hacer lo que convenga hacer con cada persona implicada en el problema que indica y en cada circunstancia.
16/06/10 8:47 PM
  
Juan Stuse
Lo que más me gusta de estas pautas de la Iglesia primitiva es que dejan en evidencia la falsedad del planteamiento de "retorno a los orígenes" como pretexto para adaptarse al neopaganismo. Está claro que el paganismo antiguo fue desplazado gracias al rigor de planteamientos...Y para afrontar el actual vaciamiento de la Fe, estas constituciones apostólicas vienen de perlas. Aunque el Catecismo de la Iglesia Católica creo que va a ser nuestra herramienta principal. Padre Iraburu, donde pone el ojo no crece la yerba (la yerba herética...)
17/06/10 9:58 AM
  
una hermana en Cristo
Hola Cristina:

Con todo respeto quiero decirte, que Dios sabe todo lo que permite para los que ama. El hecho que estés en este blog, justamente descubriendo la VERDAD del comportamiento de un cristiano, caso concreto de una MADRE de familia con un esposo infiel, es una bendición. Pues en el mundo hay montones de mujeres que sufren el mismo caso y que hacen según las máximas del mundo: conseguirse otro ella, escandalizar aún más a los pobres hijos que ya bastante tienen con el papá, o desquitarse con los hijos, deprimirsen, etc...

Suena fácil decirlo, pero sabemos del dolor inmenso que llevas...Por lo tanto como cristiana, pidéle al Señor que aumente tu FE, para poder trascender esta infidelidad y poder mirar con ojos de eternidad, que él, se esta dañando más a él mismo, que a ti... [...] Al pensar en esta realidad, sentirás mucha compasión por él y deseos de rezar y de que tus hijos pidan por el padre pecador.

Te recomiendo la vida de la beata Isabel Canori Mora, y los libros del padre Iraburu, por ejemplo El Matrimonio en Cristo, Caminos Laicales de Perfección, entre otros.

Cuenta con mis oraciones.


Piensa que este es un tiempo para crecer en la fé y ayudar a tus hijos a vivirla.
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JMI.- Me he permitido quitar una frase.
17/06/10 5:38 PM
  
cristina
Muchas gracias, Hermana en Cristo.
cristina
17/06/10 10:29 PM
  
susi
Hola Cristina:tengo una hermana en una situación igual a la tuya, desde hace muchos años y las ha pasado canutas. SIn embargo, a partir de este hecho tremendo, se ha acercado más a Dios.
Nunca se sabe por qué Él permite cosas muy dolorosas, pero sí sabemos que cuida de nosotros, nos ama y nos purifica con las pruebas.
Ayer hubo Exposición con el Santísimo en mi parroquia y recé por ti. Sigue contando con esas oraciones.
Un beso muy fuerte con todo cariño.
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JMI.- Romanos 8,28.
18/06/10 9:17 PM

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