(82) La ley de Cristo –III. la ley de la Iglesia. 3

–No sabía yo que la ley tenía tanta importancia en la vida cristiana.
–Ya ve cuántas cosas nuevas-antiguas aprende usted leyendo este blog.

Leyes de la Iglesia, reglas de perfección, planes de vida personales, ayudan, ciertamente, a la vida espiritual de las personas y de las comunidades, para que adelanten siempre con facilidad y seguridad por el camino del Evangelio. Por tanto lo que ya expuse sobre el tema (80-81) y lo que ahora expongo se refiere no sólo a las leyes universales de Dios o a las de la Iglesia –éstas son unas pocas, la misa dominical, por ejemplo–, sino que ha de aplicarse también a las reglas de perfección de comunidades religiosas o de asociaciones laicales, e incluso, de algún modo, a los mismos planes de vida espiritual que un cristiano puede trazarse.

Andar sin camino es mala cosa. Cuando una persona va andando hacia una ciudad sin sujetarse a camino alguno, el intento le resultará muy lento y fatigoso, pues con frecuencia habrá de atravesar por lugares cercados, matorrales, zonas pantanosas y bosques. Es muy probable que se extravíe más de una vez, que dé muchos rodeos innecesarios, que se pierda totalmente, o que incluso acabe por seguir caminando, pero ya sin intentar mantener una orientación continua hacia la meta que en un principio pretendía.

En la vida espiritual así camina el cristiano que, sobre todo en las acciones más directamente religiosas, no tiene pauta conductual alguna. Va a Misa un domingo y otros no, se confiesa o comulga cada mes, cada año o cada diez años, según esté su ánimo. Y así en todo. Esta situación de anomía (sin norma, a-nomos; cf. Rom 2,12), llevada al extremo, equivale ya simplemente a una vida de pecado, es decir, a una vida frecuentemente desviada del amor de Dios, a merced de la gana y de las circunstancias, siempre cambiantes, o para decirlo más exactamente: una vida cautiva de la carne, del mundo y del demonio. Así lo entiende San Pablo:

«Hubo un tiempo en que estábais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo presente [mundo], bajo el príncipe que manda en esta zona inferior, el espíritu que ahora actúa contra Dios en los rebeldes [demonio]. Antes procedíamos también nosotros así, siguiendo los deseos de la carne, obedeciendo los impulsos de la carne y de la imaginación [carne]. Y naturalmente estábamos destinados a la reprobación, como los demás» (Ef 2,1-3).

Conviene, pues, andar por un camino. Así se consigue, con mucho menos esfuerzo mental, volitivo y físico, un avance incomparablemente más rápido y seguro. Y si son varios los que andan juntos por el mismo camino, unos se animan a otros, ayudándose mutuamente, y también el camino les ayuda a mantenerse unidos y a acrecentar esa unidad amistosa. Tanto facilita un camino el avance del caminante, que suele decirse: «este camino lleva a tal lugar». Pues bien, si todos los cristianos hemos de realizar un Éxodo espiritual, saliendo del mundo-Egipto, y atravesando el Desierto, hacia la Tierra Prometida, en esa travesía una norma de vida –leyes de la Iglesia, reglas de perfección, plan de vida personal– será para nosotros como un camino, que facilite nuestro progreso y asegure siempre la dirección, avisándonos también cuanto nos extra-viamos.

La ley obra de modos muy diferentes en las diversas edades espirituales del cristiano. Tomemos un ejemplo de la pedagogía familiar. Cuando una madre quiere comunicarle a su hijo el espíritu de la higiene, comienza por darle ciertas normas, obligándole a cumplirlas incluso antes de que pueda entender su valor. Así, al principio, el niño se lava porque está mandado y se lo exigen; poco a poco va captando el sentido de la higiene; y finalmente la vive en su cuidado personal por convencimiento y por gusto. Pues bien, la Madre Iglesia procede de forma análoga en la educación evangélica de sus hijos, comunicándoles espíritu y obligándoles a ley. Podemos verlo, empleando el esquema clásico de las edades espirituales, considerando, por ejemplo, el precepto de la misa dominical.

Los principiantes, que son como niños, y los pecadores, son los destinatarios principales de la ley. Están subjetivamente bajo la ley, porque les falta su espíritu. Por eso ha de decirse que «la ley no es para los justos, sino para los pecadores» (1Tim 1,9). Estos cristianos, aún tan pobres en el espíritu, tienen sin embargo el espíritu suficiente como para obedecer la ley eclesial, que no es poco –y van a misa–. Nótese que en el gráfico asoman la cabeza a la zona del Espíritu, aunque sólo un poco. Son todavía tan carnales que no harían la obra prescrita por la norma si ésta no existiera –no irían a misa los domingos, si no fuera obligatorio–.

Los adelantados en la vida cristiana, en parte están aún bajo la ley, y en parte se mueven ya por el Espíritu. Éstos cumplen mejor los preceptos, pues van haciando suyo el espíritu que los informa. Y si faltaran las leyes, unas veces harían las obras que prescriben y otras no –irían a misa algunos domingos–.

Los perfectos en Cristo, finalmente, se mueven ya por el Espíritu, y como escribe San Juan de la Cruz en el frontispicio de la Subida del Monte Carmelo, «por aquí no hay camino, que para el justo no hay ley». En realidad, el justo, estando por encima de la ley, es el único que la cumple perfectamente, con amor y plena libertad –seguiría yendo a misa dominical aunque se quitara el precepto–. Él no recibe subjetivamente la presión externa de la ley, pero objetivamente la reconoce, la ama y la obedece, e incluso hace mucho más de lo que ella manda –va a misa si puede todos los días–. Por tanto, sólo el cristiano más crecido en la gracia, más transfigurado en Cristo, es capaz de prestar a la ley de Dios y de la Iglesia una obediencia perfecta y del todo espiritual.

La fidelidad a las normas conduce hacia la plenitud del Espíritu. La Santa Madre Iglesia Católica educa a sus hijos dándoles juntamente espíritu y ley, al menos en algunas cuestiones más fundamentales –la misa dominical, la confesión y comunión anual, las penitencias cuaresmales, etc.–. En el precepto eclesiástico de la misa dominical, por ejemplo, se educa a los cristianos para que vivan de la Eucaristía, dándoles sobre ella no sólamente el espíritu –por la catequesis, la predicación, el ejemplo–, sino también la ley –la obligación de la misa dominical: Código c.1246-1247–. De este modo, así como San Pablo dice de los judíos que «la Ley fue nuestro pedagogo para llevarnos a Cristo» (Gál 3,24), así también para los cristianos la ley de la Iglesia –y toda norma de vida, personal o comunitaria– tiene una función pedagógica, que conduce a la plenitud del Espíritu. Y según esto, lógicamente, la función de la ley va teniendo una importancia cada vez menor en las diversas edades espirituales del cristiano.

La ley y el amor. Recordemos que nos dijo Cristo, «si me amáis, guardaréis mis mandatos» (Jn 14,15). Si no le amamos, no podremos cumplirlos. Lo mismo asegura el Señor de los mandamientos de la Iglesia, pues son mandatos Suyos: «si amáis a la Iglesia, cumpliréis sus mandatos». Y lo mismo dice el Señor de las Reglas de vida religiosa o de perfección laical aprobadas por la Iglesia. Por eso nunca los santos han contrapuesto amor y ley en la vida cristiana. Nunca han hecho enfrentamientos esquizoides entre ley y gracia, entre ley y amor, entre norma y Espíritu. Han entendido que se exigen y facilitan mutuamente. Son precisamente los santos los que han guardado con extrema fidelidad las leyes de la Iglesia y también, cuando son religiosos, las de su propia Regla.

Bien conocía Santa Teresa de Jesús la primacía de la caridad, pero no por eso menospreciaba el valor santificante de las leyes de la Iglesia, y preferiría pasar «mil muertes» antes de quebrantar la mínima (Vida 31,4; 33,5). Y ése era también su aprecio por las leyes del Carmelo: «La perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo. Y toda nuestra Regla y Constituciones no sirven de otra cosa sino de medios para guardar esto con más perfección» (1M 2,17). «Con que procuremos guardar cumplidamente nuestra Regla y Constituciones con gran cuidado, espero en el Señor admitirá nuestros ruegos» (Camino Perf. 5,1). Cuando los Descalzos, erigidos en Provincia, estaban haciendo las Constituciones de las carmelitas (Alcalá 1981), según las primeras de Sta. Teresa (1562), es notable el empeño que ponía la santa para que ciertas normas se formulasen de éste o del otro modo. Daba a las leyes del Carmelo una gran importancia para la santificación de las monjas: «lo principal para que le dan el oficio [a la priora] es para que haga guardar Regla y Constituciones» (Visitas 22).

Bien conocía San Juan de la Cruz la primacía absoluta de la caridad, pero apreciaba muchísimo la virtualidad santificante de la Regla de vida religiosa. A un religioso le avisa dice: «Sea la primera cautela que jamás, fuera de lo que de orden estás obligado, te muevas a cosa, por buena que parezca y llena de caridad, sin orden de obediencia… Las acciones del religioso no son suyas, sino de la obediencia, y si las sacares de ella, se las pedirán como perdidas» (Cautelas 11). Él no quería que nunca se relajase la Regla, y lo temía: «Si en algún tiempo le persuadire alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y más alivio, no la crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros» (Carta 24).

Notas para una obediencia cristiana de la ley. Indico las principales.

El amor al Señor y a la Iglesia ha de ser el motivo fundamental para obedecer sus leyes.Se aman y se cumplen con fidelidad y facilidad las leyes de Dios y de la Iglesia en la medida en que se les ama. Es fácil y grato hacer la voluntad del amado. Queremos observar siempre las leyes de la Iglesia para agradar a Cristo, para hacer su voluntad, y por amor a la Iglesia, para estar bien unidos a ella, haciendo su voluntad. Sabemos que fuera de ese amor y esa obediencia, no hay vida espiritual ni posibilidad alguna de apostolado fecundo.

Toda ley ha de ser obedecida fielmente, hasta la última letra (Mt 3,18), pues «el que es fiel en lo poco, será fiel en lo mucho» (25,21-23). Cristo nos dio ejemplo cuando fue bautizado en el Jordán: «conviene que cumplamos toda justicia» (3,15), y al pagar el tributo del templo (17,24-27). Pero si Él obedecía humildemente la ley antigua, con más razón nosotros obedeceremos la ley nueva, la de Cristo y de su Iglesia.

La caridad debe ir más allá del mero cumplimiento de la ley. La ley exige mínimos –ir a misa el domingo–. Por eso el que se limita a cumplir la ley, morirá por la letra (2Cor 3,6). La fidelidad a la ley, bien entendida, debe conducir a la plenitud del amor. Mal entendida, cuando el mínimo se toma como máximo exigido, se hace causa de mediocridad espiritual crónica.

Hay que dar espíritu y ley, y los dos deben ser recibidos por los fieles. Si se da sólo espíritu, el camino evangélico queda sin trazar, resulta incierto, y muchos cristianos de poco espíritu se extraviarán. Si se da sólo ley, los fieles se verán judaizados bajo un yugo que no podrán soportar. Un río es agua y cauce –espíritu y ley–, no es sólo agua, ni sólo cauce. Agua sin cauce no es río, sino tierra encharcada. Cauce sin agua no es río; quizá lo fue.

Por otra parte, no conviene comenzar por la ley –del precepto dominical, por ejemplo–, sino por el espíritu. ¿Cómo podrá, p. ej., ir a Misa quien apenas tiene conocimiento y aprecio de ella? La ley debe urgirse en cuanto haya un mínimo de espíritu que haga posible –aunque arduo al principio– su cumplimiento. No se cava primero un cauce y luego se busca agua con que llenarlo. Mejor es sacar primero el agua, y que ella vaya formando suavemente su propio cauce. De hecho, en la Iglesia, la gran mayoría de las leyes fueron primero costumbres.

La ley de Cristo es «ley de libertad» (Sant 2,12). Cumplirla, como ya he indicado, nos libera de permanecer cautivos del pecado, de la carne, del mundo y del Demonio. Haciéndonos por el amor y la obediencia «siervos de Cristo» (1Cor 7,22), así es como «él nos hace libres» (Gál 5,1; cf. 1Pe 2,16; Vaticano II: LG 37, 43; PO l5; PC 14; DH 8).

La ley estimula actos internos, no sólo externos. La mera ejecución material de la obra prescrita da lugar a una obediencia puramente material, que no es virtud, y que incluso puede tener motivaciones insanas –evitarse líos, quedar bien–, y consecuencia pésimas de orgullo fariseo –«no soy como los demás hombres» (Lc 18,11)–… Por el contrario, la ley ha de suscitar una obediencia formal, que es un acto humano, un acto que implica atención de la mente e intención de la voluntad, y que, bajo la acción de la gracia, es al mismo tiempo un acto cristiano, que procede de «la fe operante por la caridad» (Gál 5,6). Cuando la Iglesia, por ejemplo, manda ir a Misa o rezar las Horas, impulsa a hacerlo buscando de verdad la glorificación de Dios y la salvación propia y ajena, con atención e intención, pues sin éstas no habría cumplimiento de la ley (sino cumplo-y-miento).

La simple repetición de actos remisos, prescritos por la ley, como no compromete el espíritu de la persona, apenas vale de nada, no crea virtud, no forma hábito, y hasta puede resultar peligrosa, pues da a la persona una apariencia engañosa de virtud. Hacer las cosas mal, aunque sean buenas, hace daño a la persona.

Amor a las leyes religiosas, por amor al Señor y a su Iglesia. Ya lo he señalado, pero insisto en ello, como también la Iglesia insiste en inculcarnos ese espíritu. En la Liturgia de las Horas, por ejemplo, en la Hora media, nos hace rezar todos los días algunas estrofas del Salmo 118, el más largo del salterio. Quiere la Iglesia que diariamente asimilemos el espíritu de un salmo, que en cada uno de sus 176 versos canta las maravillas de los mandatos divinos: «Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, y lo seguiré puntualmente. Enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón. Guíame por la senda de tus mandatos, porque ella es mi gozo» (33-35).

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

13 comentarios

  
David
Buenos días Padre Iraburu.

Necesito consejo. No sé qué hacer

Le cuento que aquí ..., entre tres personas, estamos hablando de vez en cuando sobre el tema de los abusos litúrgicos y las deformaciones de fe que se dicen en parroquias en las homilías o en las catequesis, u otros medios que por ser supuestamente fuentes católicas contienen errores que hay que corregir.


Pues bien, hace poco hablé sobre unas catequesis de adultos (o un curso, no sé exactamente qué era) que se dió en ... en una parroquia, donde se habían dado unos temas sobre los Sacramentos, que más bien eran Contra-Sacramentos. Barbaridades a montón.

El caso es que mi idea es no difundir el nombre de la parroquia ni del sacerdote, a menos que hubiera necesidad. Y creo que ésta sería lo más seguro cuando ya llegara al Obispo y se viera claramente que éste no hiciera nada.
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El caso es que estoy confundido pues me ha dicho una de estas personas que le diga quién es el sacerdote que dió el curso, y, por lo menos ahora mismo, va en contra de mi conciencia. Puede ser que sea por mala formación, pero ahora mismo creo que no actuaría del todo conforme a mi conciencia (ya que también considero que hay que avisar para que nadie vaya a esa parroquia a unos cursos, aunque esto no sé si sería ya una apreciación mía o en verdad es una razón de peso. Más aun, porque no creo que vaya casi nadie allí. A lo mejor podría advertir en la propia parroquia o en alrededores, pero no por internet, tan en público).

Si es una mala formación sobre el tema, quiero ajustarme a las enseñanzas de Nuestra Madre la Iglesia. Si no es mala formación de la conciencia, pues también me gustaría tenerlo claro, tanto por mi como por las personas que pudiera ayudar a entender.

Bueno padre, le pido consejo en este tema. Dios le de luz para aconsejarme.
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JMI.- Es justo, equitativo y saludable que cuando un cristiano oye hablar algo contra la doctrina de la Iglesia avise a sus amigos y, si está en posibilidad, advierta también a una Autoridad más alta en la Iglesia.
11/05/10 12:22 PM
  
Antonio
Si cita usted a la Carta a los Gálatas no estaría de más poner la cita completa, y completarla con las citas que la preceden y siguen a la que pone para no desvirtuar su contexto, que es el de la cerrada defensa de la fe por la acción del Espíritu frente aquellos que se aferraban a la Ley de Moisés simbolizada por la circuncisión.

La cita completa dice lo siguiente (Gal 3, 23-27):

"Antes de que llegara la fe estábamos custodiados por la Ley, encerrados esperando a que la fe se revelase. Así la Ley fue nuestro pedagogo, hasta que llegase el Mesías y fuésemos rehabilitados por la fe. En cambio, una vez llegada la fe, ya no estamos sometidos al pedagogo, pues por la adhesión al Mesías Jesús sois todos hijos de Dios”.

Y las palabras de Pablo insisten en esta dirección:

Gal 3, 1-5: “¡Gálatas estúpidos! (…) Contestadme sólo a esto: ¡recibisteis el Espíritu por haber observado la ley o por haber escuchado con fe? (…) ¿Empezasteis por el Espíritu para terminar ahora con la materia? (…) ¿Vamos a ver: cuando Dios os comunica el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la Ley o porque escucháis con fe?

Gal 3, 10-13: “Mirad: los que se apoyan en la observancia de la Ley llevan encima una maldición” (…) Y que por la Ley nadie se rehabilita ante Dios es evidente, pues “vivirá el que se rehabilita por la fe”, y la Ley no alega la fe.(…) El Mesías nos rescató de la maldición de la Ley”.

Y finalmente concluye (Gal 5, 4-6): “Los que buscáis la rehabilitación por la Ley habéis roto con el Mesías, habéis caído en desgracia. Por nuestra parte la anhelada rehabilitación la esperamos de la fe por la acción del Espíritu, pues como cristianos da lo mismo estar circuncidado que no estarlo; lo que vale es una fe que se traduce en amor.”

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JMI.- San Pablo en esos textos está refiriéndose a la Ley antigua, judía, mosaica.
11/05/10 12:25 PM
  
David
Buenas padre.

Sobre esto que escribe:
"Por otra parte, no conviene comenzar por la ley –del precepto dominical, por ejemplo–, sino por el espíritu. ¿Cómo podrá, p. ej., ir a Misa quien apenas tiene conocimiento y aprecio de ella? La ley debe urgirse en cuanto haya un mínimo de espíritu que haga posible –aunque arduo al principio– su cumplimiento. No se cava primero un cauce y luego se busca agua con que llenarlo. Mejor es sacar primero el agua, y que ella vaya formando suavemente su propio cauce. De hecho, en la Iglesia, la gran mayoría de las leyes fueron primero costumbres."

Conozco casos de jóvenes que han hecho la confirmación, y que ahora están en un grupo joven, y sin embargo han faltado a Misa de precepto, creyendo que no es obligatorio.

A estos jóvenes, si se les empieza a hablar del espíritu, ¿no estarían mientras pecando gravemente y corriendo peligro su alma hasta que empiezan a ir a Misa?

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Otro punto es algo que siempre usan es sobre cuando Jesús quebrantó la ley del sábado. Usted ya me lo explicó en otro post, pero lo traigo de nuevo a colación para los que no lo vieran.
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JMI.- Cuando se puede, como en catequesis, hay que dar espíritu y ley juntamente.
El cristiano queda exento de cumplir leyes mosaicas, antiguas, judías, como la ley del sábado.
Nunca puede desobedecerse una ley como "no matarás". Pero ya sabe Ud. que ciertas leyes positivas de la Iglesia, como ir a Misa los domingos, no obligan con grave inconveniente: por estar enfermo, por tener que cuidar de un enfermo, etc. Obligan en circunstancias normales.
11/05/10 5:00 PM
  
Emiliana
Con este artículo, mostramos lo niños que estamos en Cristo, pues hasta comentar su ley nos detiene.

El hombre de hoy, justamente por falta de abediencia a la ley y la norma, duda de todo, y esta duda se refleja en las vidas tan vacias que en todos los países de nuestro mundo globalizado vemos. Ejemplo:
El mundo se inventó los "tontodromos" (centros comerciales gigantes), donde todos dan vueltas, mirando vitrinas y pasando el tiempo...caminando sin camino.

TEXTUAL:
Pues bien, si todos los cristianos hemos de realizar un Éxodo espiritual, saliendo del mundo-Egipto, y atravesando el Desierto, hacia la Tierra Prometida, en esa travesía una norma de vida –leyes de la Iglesia, reglas de perfección, plan de vida personal– será para nosotros como un camino.

La pregunta es: Será que verdaderamente queremos salir de mundo-Egipto? Añoramos la Tierra Prometida??

Es muy triste que muchos que nos llamamos cristianos, estemos tan aprisionados por el mundo anómico en el que estamos viviendo...
12/05/10 5:57 AM
  
Liliana
Padre con este blog, nos voltio en pleno vuelo o persecución, como le paso a Pablo, por cumplir con la ley mataba el Espíritu.
En estos tiempos es peor aun, parece que ni la ley deseamos cumplir. ¿Cuales serán los escrúpulos que no dejan entrar a este preciado jardín? ¿La soberbia? ¿La desidia?
La ley se parece a un camino de asfalto que construye el Espíritu para que nada lo detenga, la gran empresa se llama Iglesia.
Firmemos hoy contrato, pidiendo la absolución, de nuestras desobediencias, para comenzar a ser parte, de un mundo nuevo en el espíritu de la ley cristiana.
Necesitamos la armadura de Cristo, la Iglesia, su espada, la Palabra, para no quedar impotente, frente al mal o lo injusto, sino que el mal o la injusticia, quede impotente frente a un cristiano de ley.
Agradezco a Dios y en El a usted por hacernos recobrar la vista e impregnarnos de Espíritu.

12/05/10 4:05 PM
  
Hector
Para reflexionar... me sale...
12/05/10 4:14 PM
  
Iohannes
Soy un sacerdote con muchos menos años de ordenación (y, por tanto, de experiencia) que ud., P. Iraburu. Su post me da pie a compartir algunas reflexiones que vengo haciéndome desde hace ya algún tiempo y que ud., desde su perspectiva, tal vez pueda completar adecuadamente. Ya desde el Seminario, y después, observo que entre el clero diocesano, del que formo parte, se vive con la conciencia -no explicitada habitualmente, pero sí "palpable"- de que nuestra forma de vivir la obediencia es, diríamos, la mejor posible. Mejor, por supuesto, que la de "los frailes". ¿Por qué? Pues porque al prometer obediencia al obispo diocesano, el cual no va a entrar en pormenores de tu vida cotidiana, no va a estar ahí todos los días "vigilándote" ni te va a dar una Regla de vida, sino que se trata de una obediencia "en cuanto al envío" (así se suele decir), pues eso te da a ti un amplio "margen de maniobra" a la hora de ejercer tu ministerio cotidiano.

A veces a esto se le da el nombre de "libertad responsable", "madurez", etc., y seguramente es cierto. Ahora bien, mi experiencia personal (ahora hablo por mí, así que, por favor, no se entienda aquí crítica personal contra nadie) es que, en la medida en que voy tomándome en serio esto de ser cristiano, queriendo "alcanzar a Cristo", como diría S. Bernardo, encuentro que esta manera de vivir la obediencia me hace sentir muy indigente. La razón tiene que ver en parte con cosas que ud. comenta en su post.

Una de las frases más conocidas de S. Ireneo, y que a mí particularmente me encanta e intento llevar a la práctica, es "Deus facit, homo fit". Lo propio de Dios es hacer; lo propio del hombre es ser hecho. Y si lo propio del hombre es ser hecho, continuamente, por su Creador, eso me mueve cada mañana no tanto a buscar lo primero la agenda a ver "qué hago hoy", sino más bien a la actitud del Siervo de Yahvé: ponerme a la escucha "para que me espabile el oído, como los discípulos", es decir, a ver "qué quiere Él hacer hoy". Ahora bien, esto no son simples palabras bonitas; cuando de verdad decides, porque así Dios lo quiere (y te hace ese don), entregarte para que Él haga Su plan, surge entonces la cuestión: ¿cómo librarme de mí mismo? ¿cómo saber que le obedezco a Él, y no a simples voces en mi interior, sean mías, sean de otros? Es aquí cuando surge la indigencia: las leyes eclesiásticas, el Código de Derecho Canónico, el Magisterio (también el diocesano)... todo has jurado obedecerlo, pero te das cuenta de que es como el "marco eclesial" de tu vida, y entonces surge con fuerza, con mucha fuerza, el deseo de una obediencia más estrecha, de una mediación de la voluntad de Dios, de una Regla de vida concreta. Pero no una regla que tú te inventes...

No es este un planteamiento teórico. Es una experiencia vital, que podría decir incluso que me ha pillado por sorpresa. Yo que estaba tan contento de obedecer a un superior que "simplemente me enviaba"...

¿Tal vez sea que ahora deba meterme al claustro? Tal vez, o tal vez no. Eso tendré que discernirlo con mi director espiritual. ¿Tal vez no he madurado aún mi "libertad responsable"? En fin... sólo diré que allá en mi lejana adolescencia me alejé de la Iglesia precisamente por estar hasta el gorro de tantas normas; para mí la Iglesia era una montaña de normas, y nada más (es el problema de nuestros tiempos, la dificultad para obedecer que todos tenemos), así que no creo que sea sospechoso ahora de querer "depender" de una Regla y unas normas... Es posible que algún psicoanalista me diga que ahora me he ido al otro extremo y me he creado una "necesidad de dependencia"...

Yo no sé nada. Simplemente apunto una cosa: a lo largo de la Historia de la Iglesia se comprueba cómo una y otra vez desde dentro del clero diocesano han surgido movimientos tendentes a concretar esa promesa de obediencia, que todos hemos hecho, en algo más concreto, más tangible, más reglado; por decirlo en dos palabras: en un verdadero camino de perfección, en este caso orientado al ejercicio del sacerdocio ministerial.

En esta época concreta de la Historia, en que el gran mal que padecemos es la crisis de autoridad a todos los niveles, yo contemplo al clero, nos contemplo a nosotros, me contemplo a mí mismo, veo mis perplejidades, mi indigencia de un verdadero camino de perfección en la obediencia, y le pregunto a Dios: "Vaya, Señor, ¿y Tú que es lo que quieres?"

Por ahora seguiré obedeciendo a mi obispo, en colaboración estrecha con él (pues así define el CV II la esencia del presbiterado), con mi párroco... y siguiendo muy de cerca los consejos y luces que me den mi director espiritual y mi confesor. Es la manera que veo, por ahora, de "objetivar" continuamente mi escucha "subjetiva" de la voluntad de Dios. Pero no resulta nada fácil, lo puedo asegurar.

Si ya decía S. Benito que la vida del anacoreta (monje solitario, en soledad con Dios) era la forma más perfecta de monje; pero que, para llegar a poder obedecer directamente a Dios solo, antes había que ejercitarse largamente en la Regla del cenobio, en la vida comunitaria, obedeciendo a un abad, "como si se tratase del mismo Cristo".


Bueno, P. Iraburu, ya termino. Esto son solamente comentarios del corazón de un cura novel, al corazón de un sacerdote "senior". Acójalos como tales, y gracias por haberme dado pie con su post. Si además le sale contestarme algo, mi agradecimiento será doble.

P.D.: Por cierto, no le extrañe si esta mini-serie de posts sobre la ley en la Iglesia no suscita tantas adhesiones en sus lectores. Ya sabe, está rondando el corazón de la herida de nuestros tiempos...
12/05/10 11:49 PM
  
Catholicus
Dios le bendiga Padre, su trabajo nos hace mucho bien.
13/05/10 9:39 PM
  
José María Iraburu
NOTA A LOS COMENTARISTAS
He dado entrada en un rato a los ocho comentarios precedentes porque no me había llegado aviso de su entrada. Fallo informático. Estaba dando un retiro y al asomarme al correo, veía que no había nuevos comentarios. Y los había.
15/05/10 8:20 PM
  
David
Buenas padre.

Respecto a su respuesta en mi primer comentario, dice usted: "Es justo, equitativo y saludable que cuando un cristiano oye hablar algo contra la doctrina de la Iglesia avise a sus amigos y, si está en posibilidad, advierta también a una Autoridad más alta en la Iglesia."

¿Y si supongo que para esta persona no es peligroso pues no creo que vaya a ir a esa parroquia, debería decírselo?

A veces, por ejemplo, cuando alguien llega a un sitio nuevo se le advierte de como son tal o cual persona si conviene (no por chisme). Pero este caso supongo que no sería así.

No sé padre. Quiero actuar, pero las duda me frena.
15/05/10 8:28 PM
  
Verónica Siarra
Avemaría purísima!!!
Gracias Padre J.M.Iraburu por ayudarnos a pensar la fe.
Me gustaría contarle que me ocurre lo mismo que al hermano sacerdote IOHANNES...de momentos siento fobia de tantas normas e imposiciones...y de momentos siento que ellas me hacen dependientes y me dan un marco de seguridad que me volvería tirana en la exigencia por cumplirlas...y hacerlas cumplir...
¿Qué es esto Padre?
No me gusta la ANOMIA...pero tampoco el LIBERTINAJE...
Pienso que lo ideal es que uno AMANDO OBEDEZCA Y OBEDECIENDO AME...pero esto es muy difícil...porque para hacerlo hay que mantener el AMOR a PLENO...
Dioa los bendiga y guarde a todos!!!
16/05/10 8:52 PM
  
David
Hola Verónica Siarra.

Mira en el siguiente enlace, el comentario que dejé:
http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1005061003-81-la-ley-de-cristo-ii-la-ley-2
17/05/10 10:09 PM
  
Maria
Padre Iraburu, por primera vez vicito este blog. y me siento emocionada, le comento que he escuchado sus series dame de beber y Luz y tinieblas y he aprendido muchisimo, ahora estoy escuchando x tercera fez dame de beber y cada vez le escucho algo nuevo. gracias por darnos tanto.
Dios lo siga guiando y nos comparta su saber
19/05/10 5:47 PM

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