(52) Olegario González de Cardedal –y II. cristología
–Después de lo que me dijo en el anterior post, ya no me atrevo ni a hablar.
–Mejor así. El Señor le hará pasar de un silencio penitente a un hablar prudente.
Continúo comentando la Cristología del profesor Olegario González de Cardedal, publicada en la BAC, en la colección de manuales de teología Sapientia Fidei, nº 24, Madrid 2001, 601 págs.
La perversión del lenguaje teológico causa graves daños a la fe. Ese terrorismo verbal –la humanidad de Jesús se hace «fantasmagórica» sin la persona humana; la muerte de Cristo «no la quiso Dios», no era «inherente a su misión», pues no es Dios «un Dios violento y masoquista», etc.– indica una teología de calidad intelectual y verbal sumamente precaria. Es una «teología» que oscurece esa ratio fide illustrata, que ha de investigar y expresar, con mucha paz y exactitud, los grandes misterios de la fe. Como hemos visto, González de Cardedal lamenta que «en los últimos tiempos ha tenido lugar una perversión del lenguaje en la soteriología cristiana» al hablar de sacrificio, expiación, etc.; pero no advierte que es él quien, por sí mismo o por la presentación del pensamiento de otros, produce en buena parte esa perversión sin pretenderla.
La crítica, además, que se atreve a realizar del lenguaje soteriológico no afecta solo, como dice, al usado «en los últimos tiempos» (517) –lo que no sería tan grave–. En realidad su crítica afecta al lenguaje del misterio de la salvación tal como viene expresado por la Revelación desde los profetas de Israel hasta nuestros días, pasando por los evangelistas, San Pablo, la Carta a los Hebreos y el Apocalipsis, los santos Padres, las diversas Liturgias, los escritos de los santos, los Concilios, las encíclicas. Atenta contra «la norma de hablar que la Iglesia, con un prolongado trabajo de siglos, no sin ayuda del Espíritu Santo, ha establecido, confirmándola con la autoridad de los Concilios» (cf. Pablo VI, tratando de la Eucaristía, enc. Mysterium fidei 1965, n. 10).
El lenguaje de la fe es perfectamente entendido por los fieles cristianos, porque goza en la Iglesia de una continuidad homogénea y universal. En cambio, las fórmulas teológicas, que profesores de teología como González de Cardedal y otros discurren o hacen suyas, ésas son las que el pueblo no entiende o entiende mal, porque es un lenguaje incomparablemente más equívoco. Claro está que el lenguaje bíblico y tradicional sobre la pasión de Cristo puede ser mal entendido. Pero para evitar los errores no habrá que suprimir ese lenguaje, sino explicarlo bien. Y además hay que señalar que es imposible asimilar ese nuevo lenguaje sin renunciar al mismo tiempo a otras muchas expresiones de la Revelación: «obediente [al Padre] hasta la muerte», «no se haga mi voluntad, sino la tuya», «para que se cumplan las Escrituras», etc.
La muerte de Cristo, entendida como sacrificio de expiación y reparación, es considerada por el doctor González de Cardedal como una expresión verdadera, pero hoy prácticamente inutilizable. Los términos «sustitución, satisfacción, expiación, sacrificio», utilizados para expresar el misterio de la redención, son palabras sagradas y primordiales, pero hoy están puestas bajo sospecha. Si esas palabras, dice, han sido degradadas o manchadas, lo que debemos hacer es «levantarlas del suelo» y lavarlas, para que «podamos admirar su valor y ver el mundo en su luz» (535).
Este propósito es justo y prudente, pero él hace precisamente lo contrario. El mundo católico tradicional ha tenido siempre una recta inteligencia de esos términos, que hoy González de Cardedal estima tan equívocos. Ha contemplado y vivido siempre, también hoy, con gran amor la pasión de Cristo como sacrificio de expiación por el pecado de los hombres. Por el contrario, la descripción que hace González de Cardedal de la peligrosidad, al parecer insuperable, que hay en el uso de esos términos, más que purificarlos de posibles sentidos impropios, lo que hace es dejarlos inservibles. De este modo transfiere al campo católico las graves alergias que esos términos producen en el protestantismo liberal y en el modernismo. Veamos, por ejemplo, cómo habla nada menos que del término «sacrificio»:
«Sacrificio. Esta palabra suscita en muchos [¿en muchos católicos?] el mismo rechazo que las anteriores [sustitución, expiación, satisfacción]. Afirmar que Dios necesita sacrificios o que Dios exigió el sacrificio de su Hijo sería ignorar la condición divina de Dios, aplicarle una comprensión antropomorfa y pensar que padece hambre material o que tiene sentimientos de crueldad. La idea de sacrificio llevaría consigo inconscientemente la idea de venganza, linchamiento… […] Ese Dios no necesita de sus criaturas: no es un ídolo que en la noche se alimenta de las carnes preparadas por sus servidores» (540-541).
Le puede la oratoria literaria. Seguimos con el terrorismo verbal y con la impugnación del lenguaje de la fe católica. González de Cardedal, al exponer el sentido de los términos «sustitución, satisfacción, expiación, sacrificio», no se ocupa tanto en iluminar su sentido católico tradicional –pacíficamente vivido ayer y hoy, diga él lo que diga–, sino en enfatizar su posible acepción errónea. Para ello, da de esos términos la interpretación más inadmisible, la más tosca posible, aquella que, a su juicio, ocasiona «en muchos» unas dificultades casi insuperables para penetrar rectamente el misterio de la muerte de Cristo.
De este modo, esas sagradas palabras, tan fundamentales para la fe y la espiritualidad de la Iglesia, no son purificadas, sino dejadas a un lado como inutilizables. De hecho hoy, en la predicación y en la catequesis, han sido sistemáticamente eliminadas por muchos sacerdotes y laicos ilustrados.
«Ciertos términos han cambiado tanto su sentido originario que casi resultan impronunciables. Donde esto ocurra, el sentido común exige que se los traduzca en sus equivalentes reales […] «Quizá la categoría soteriológica más objetiva y cercana a la conciencia actual sea la de “reconciliación”» (543).
Hay alergias verbales que llevan a negar verdades de la fe católica. Hablando como don Olegario, pueden suscitarse alergias ideológicas a ciertas palabras netamente cristianas, bíblicas, tradicionales, litúrgicas, con el peligro real de suscitar al mismo tiempo alergias muy graves a las realidades que esas palabras designan.
Isaías dice que el Siervo de Yavé, como un cordero, «ofrece su vida en sacrificio expiatorio» por el pecado. Jesús, Él mismo, dice que «entrega su cuerpo y derrama su sangre por muchos (upér pollon), para el perdón de sus pecados». Eso mismo es lo que una y otra vez dice la Carta a los Hebreos –el primer tratado de Cristología compuesto en la Iglesia–. También equivocan su pedagogía didáctica los Papas, como Pablo VI, en la encíclica Mysterium fidei (1965, n.4) o Juan Pablo II, en la Ecclesia de Eucharistía (2003, nn. 11-13), cuando dicen con gran frecuencia la palabra sacrificio, presentándola como la clave fundamental del Misterio eucarístico. Todos, por lo visto, aunque dicen la verdad, se expresan en un lenguaje equívoco, muy inadecuado, al menos para el hombre de hoy.
Por eso este profesor, para expresar mejor el misterio inefable de la salvación humana, prefiere sus modos personales de expresión a los modos elegidos por el mismo Dios en la Revelación, y guardados y desarrollados por la Iglesia «no sin la ayuda del Espíritu Santo», a lo largo de una tradición continua y universal.
Resurrección, Apariciones, Ascensión y Parusía de Cristo, quedan también oscurecidas. Considerando González de Cardedal que más allá de la muerte ya no puede hablarse propiamente de «tiempos y lugares» –entendidos éstos, por supuesto, a nuestro modo presente–, llega a la conclusión de que no puede hablarse propiamente de la Ascensión y de la Parusía de Cristo en términos de «hechos nuevos», distintos de su Resurrección. La verdadera escatología impediría, pues, reconocer un sentido objetivo e histórico a esos acontecimientos, aunque los confesamos en el Credo.
«Esa condición escatológica y esa significación universal, tanto de la muerte como de la resurrección de Jesús, es lo último que quieren explicitar estos artículos del Credo. No son hechos nuevos, que haya que fijar en un lugar y en un tiempo […] Por tanto, en realidad, no hay nuevos episodios o fases en el destino de Jesús, que predicó, murió y resucitó. Carece de sentido plantear las cuestiones de tiempo y de lugar, preguntando cuándo subió a los cielos y cuándo bajó a los infiernos, lo mismo que calcularlos con topografías y cronologías, tanto antiguas como modernas. Los artículos del Credo que hacen referencia al Descenso, Ascensión y Parusía de Cristo son, sin embargo, esenciales. Sería herético descartarlos. Ellos nos dicen la eficacia, concreción y repercusión del Cristo muerto y resucitado para nosotros, que somos mundo y tiempo» (171-173).
Con estas palabras, aparentemente tan moderadas, aunque sin viabilidad lógica ni práctica alguna, niega González de Cardedal la historicidad de los acontecimientos postpascuales. Los relatos neotestamentarios y la tradición de la Iglesia han hablado siempre de la Resurrección, las Apariciones, la Ascensión y la Parusía como de hechos históricos distintos, y como acontecimientos sucesivos en el desarrollo del misterio de Cristo. Han señalado sus tiempos y lugares, y por supuesto han hablado de la Parusía como de un hecho todavía no acontecido.
Contra-diciendo el lenguaje de la Biblia, la Tradición y el Magisterio, incurre, pues, González de Cardedal en este tema en los mismos errores ya denunciados anteriormente. Él considera una «perversión del lenguaje religioso» el hecho de expresar los misterios de la fe con términos bíblicos y tradicionales, esto es, con «topografías y cronologías, tanto antiguas como modernas». Pues bien, una vez más le recordamos que el teólogo no debe impugnar el lenguaje bíblico y tradicional elegido por Dios para expresar los grandes misterios de la fe. No tiene que desprestigiarlo, sino que interpretarlo y explicarlo, defendiéndolo de todo mal entendimiento posible.
La Iglesia ha hablado siempre de la Resurrección, de las Apariciones, de la Ascensión y de la Venida última de Cristo al final de los tiempos con expresiones «topográficas y cronológicas» claramente diferenciadas. Y González de Cardedal no debe ver esas expresiones como antropomorfismos desafortunados, solo admisibles por mentalidades primitivas. Y menos puede permitirse poner en duda la historicidad objetiva de los acontecimientos salvíficos postpascuales atestiguados «cronológica y topográficamente» por los Apóstoles y evangelistas en numerosos textos.
Doctrinas ininteligibles. Según enseña González de Cardedal, «sería herético descartar» en el Credo los artículos que hacen referencia al Descenso, Ascensión y Parusía de Cristo. Podemos, pues, seguir confesándolos, nos lo autoriza; pero siempre que tengamos claro que los «hechos» que profesamos en el Credo no expresan «hechos nuevos», no son «acontecimientos» reales, que puedan ser situados en «un lugar y tiempo» de la historia…
¿Y así cree este doctor que hace más inteligible el misterio de la fe? ¿Quién va a entender al predicador que afirma la verdad de unos hechos, si al mismo tiempo advierte que no han acontecido realmente? El hombre de antes y el de ahora, el creyente y el incrédulo, entienden incomparablemente mejor el lenguaje tradicional del Catecismo, que afirma con toda claridad la historicidad de aquellos hechos salvíficos, cumplidos por Cristo en el tiempo que va de su Resurrección a su Ascensión (n. 659). La Iglesia habla de «el carácter velado de la gloria del Resucitado durante este tiempo […] Esto indica una diferencia de manifestación entre la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre. El acontecimiento a la vez histórico y transcendente de la Ascensión marca la transición de una a otra» (n. 660).
Todos los acontecimientos históricos, por supuesto, han acontecido históricamente en lugares y tiempos determinados. Y aquellos que no tienen ninguna connotación «topográfica y cronológica» no han existido jamás. No habría, pues, por qué incluirlos en el Credo. En conclusión:
La Cristología del profesor Olegario González de Cardedal es completamente inadmisible, ya que contiene varias enseñanzas muy dudosas y algunos graves errores. Y aún es más inaceptable como texto integrado en una serie de Manuales de Teología católica.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
21 comentarios
Y es tristísimo tener que constatar que esa teología liberal afecta hoy bastante más a muchos católicos que a la inmensa mayoría de los protestantes del mundo, los evangélicos, cuya creencia firme en la inerrancia de la Escritura (aunque luego la interpreten cada uno a su manera) les protege de esa basura teológica nacida en Alemania y propagada por todo el planeta.
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JMI- Así es.
http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=5126#c12826
Gracias y feliz Navidad.
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JMI.- No, no me animo. Estoy haciendo crítica de autores muy tardíamente reprobados (Marciano Vida, De Mello) o no reprobados. Si hubiera de hacerla de los que han recibido alguna manera de reprobación de Roma, como Sobrino SJ, Haight SJ, Dupuis SJ, Balasuriya OMI, Guindon OMI, Schillebeeckx OP, Curran, Küng, etc., me saldría de la línea que va trazando mi blog. Gracias, en todo caso. Santa Navidad.
Copio de su comentario al post anterior (51):
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Comentario de: : asun [Visitante]
Creo que hay un mal entendido. Cuando se habla de la personas de la Trinidad no se significa exactamente lo mismo que... etc.
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¿Cómo sabe Ud. que hemos mal-entendido al profesor Olegario? ¿Se ha leído Ud. su Cristología de 600 páginas?
No insista, por favor. Elimino su comentario de ahora.
Usted da por sentado, creo entender, que todas las notas de la CDF son reprobatorias; yo no sabía que esto era así.
Entiendo lo que me dice: este es su blog y yo lo respeto. Gracias.
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JMI.- Todas las Notas, Notificaciones, Cartas, etc., dirigidas a una persona, por la Congregación de la Fe romana, según puede verse en vatican.va, todas son reprobatorias en uno u otro grado. No hay ninguna de "felicitación". Es lamentable que en muchas de ellas se haya dejado solamente la referencia, pero vacía de texto: sin el link que en su momento tuvo al texto publicado por la Congregación de la Fe. Algunas conservan el texto.
Te dices: "Bien comprendo lo que escucho;
mas por qué Dios quisiera, se me esconde,
de redimirnos esta forma solo"
Sepultado está, hermano, este decreto
a los ojos de aquellos cuyo ingenio
en la llama de amor no ha madurado.
(Paraíso. Canto VII (55-60)
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JMI.- Eliminado el segundo párrafo, contra la persona de Olegario.
Muchas gracias.
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JMI.- Cristologías como las de Galot, Aurelio Fernández, Sayés, González Gil, José Caba, la de Ott en su Manual de Teología Dogmática, entre otras, son netamente católicas. Pero en el mismo Catecismo de la Iglesia Católica, la parte amplia dedicada a Jesucristo en el Credo, es una excelente síntesis cristológica.
Un acérrimo entusiasta del teólogo de moda nos obsequió con sus imponentes obras de Trinidad y Cristología al seminario. Pues bien, 10 años después, ocupando el puesto de honor de la biblioteca, los imponentes manual-ladrillos estaban INTACTOS, ni siquiera se les había quitado el plástico envoltorio. Ni los trepas grises se habían molestado. Su magna obra acumula polvo y polilla.
Con el P. Galot te enteras de qué va la fiesta, y disfrutas de la teología, o con el Catecismo ...
El navarro J.A.Sayés es el antitipo del de Cardedal: claro, ortodoxo, alegre, divertido: un teólogo para aprender y compartir un buen vino.
Tal vez una sola referencia al infierno en todos los Evangelios, podría discutirse y hasta interpretarse de múltiples formas, pero son nada menos que 15 las veces que Jesús se refiere directamente al tema con claridad meridiana y en 14 de ellas habla del fuego. 23 veces se habla del mismo fuego en el Nuevo Testamento. Una cosa es que ese fuego sea una imagen de una pena, tal como sostiene la Congregación para la Doctrina de la Fe y otra muy distinta es negar la pena y además, olvidarse de la otra aún mayor: la de daño, que la sufre al ser consciente de que por su culpa perdió el cielo y no gozará de Dios
Quien lea este libro ¿deberá pensar que estas palabras del Concilio Vaticano II están equivocadas? : “Cada cual tendrá que dar cuenta de su vida ante el tribunal del Dios según su conducta buena o mala que haya observado” (Gaudium et Spes 17). Quizá lo compre en un anaquel de nuestras librerías diocesanas y piense que también erró San Pablo cuando dijo: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba lo que hizo durante su vida mortal: el bien o el mal” (2 Cor 5,10).
No quieren darse cuenta del daño que hacen negando estas verdades. Podemos decir a éstos heraldos de la mentira, lo mismo que el Apóstol escribió a aquellos que negaban la resurrección: “Si por motivos humanos luché contra fieras en Éfeso, ¿de qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, COMAMOS Y BEBAMOS, QUE MAÑANA MORIREMOS” (1Co 15:32). En efecto, con este tipo de discursos ¿Nos hemos de extrañar de que no haya personas que quieran escuchar la voz de Cristo Jesús para ser sacerdotes, religiosos, etc?
Cuanto bien harían todos estos autores con su ciencia, si en vez de sembrar cizaña dentro de la Iglesia –pues fuera nadie los lee- cogieran la parte buena de su doctrina-que también la tienen-y se sumaran a los escasos obreros de la Mies. Y ya que al parecer este autor pertenece a la Orden de Predicadores, haría mucho por el Reino de Dios, si emulando a su fundador, se arremangase el hábito- o los vaqueros o las bermudas -y saliera al mundo incrédulo, agnóstico o tibio y proclamara la Buena Nueva; y con él, ese enorme ejército de sabios que revuelven en los cubos de la basura de lejanos siglos ¿O no se han enterado de que España es un país de misión? Necesitamos santos, no eruditos de doctrinas espurias. Requerimos de personas que conmuevan los corazones hambrientos, con el fuego de sus palabras y no sesudos entretenimientos para gente ociosa de estómagos agradecidos. Necesitamos cristianos que ardan de Amor, dóciles a Cristo Jesús, para quemar el mundo con su Espíritu y no mensajeros que adormezcan las conciencias con vetustos y mohosos errores.
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JMI.- Si en el Índice de Reforma o apostasía mira Ud. el (08), encontrárá enumerados los lugares en que habla Cristo de salvación/condenación.
Dice Ud: "al parecer este autor pertenece a la Orden de Predicadores"... Si se refiere Ud. a Don Olegario, no. Es del clero diocesano.
Me refería a D. Vicente Borragán Mata, como perteneciente a la Orden de Predicadores.
Gracias por toda la reflexión que nos está brindando.
Pues eso, padre Iraburu, la Palabra anhelada por el Pueblo sencillo de Dios anda en manos de estos "entendidos" y "sabios".
Dios nos proteja, y le guarde a Vd.
La Nácar-Colunga seguro que no, es "infalible".
De hecho el comentario a la Biblia de Nácar-Colunga lo cuelgan hasta en páginas de las Iglesias ortodoxas.
Está muy extendida, es cierto, toda opinión que tienda a negar la historicidad de los Evangelios. Del Magnificat o de lo que sea.
Para negar a la Virgen María la autoría real del Magnificat, para negarle a la Llena-de-gracia, la Madre de Dios, la Doncella de Sión, el Trono de la Sabiduría, la Madre de la Verdad, para negarle, digo, a la llena del Espíritu Santo, la "inspiración" poética necesaria para crear el Magnificat (que por otra parte no es sino una síntesis de docenas de salmos e himnos que ya resonaban en su bendito corazón); para negarle a la llena-de-Dios el entusiasmo lírico (enthusiasmós, de enthusía, inspiración divina) necesario para crear y cantar el Magnificat espontáneamente (spontaneus, de propio movimiento), hace falta tener el nous podrido por no una, sino por varias herejías, todas de corte naturalista.
Muy parecido sentimiento de alabanza -si no mayor- estaría en el corazón de María por ser la privilegiada madre del Mesías y Salvador, por lo que cómo puede dudarse que de su inteligencia, su corazón, su sabiduría y su conocimiento de las Escrituras pudiera salir tan bellísimo canto.
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Ese es uno de los nudos georgianos de esta época de adanistas. No les gusta como enseña el Nuevo Testamento "porque no es bueno" y corrigen a Dios.
- No les gusta que la Sagrada Escritura enseñe que el Principio de la Sabiduría es el Temor de Dios, porque eso, dicen ellos, "no es bueno" y lo cambian.
- No les gusta que Dios castigue a Adán y Eva, porque "no es bueno" enseñar que Dios castiga, y es mejor cambiarlo.
Ocurre que nadie conoce mejor el alma humana que el mismo Dios - Jesús es el rabí-, el Maestro de todos los Maestros y si elige enseñar así es porque esa es, PEDAGÓGICAMENTE, la mejor manera de hacerlo para salvar almas.
Pero como el que no es progre está acomplejado por no serlo acaban todos en lo mismo: corrigiendo al mismo Dios, no ya en las verdades, sino en la forma de enseñarlas.
Algunos, en la paranoia vedettiana, sostienen que debe ser más fácil inventarse un idioma nuevo que pulir el contenido de unos pocos términos tradicionales.
Además de vedettes no saben de economía. Cuanta vanidad !!
Y en Roma a premiar la confusión...plas, plas,plas.
Y dos, alguna ya entenderá ahora por qué le dije que se olvidara de la Universidad de Salamanca, que no es un sitio fiable. Es peligrosísimo estudiar teología en esos centros caídos en modernidades varias. Luego se necesita, con sorpresa para muchos, otro tiempo más de desprogramación cuando se encuentran con la verdad de los cánones conciliares, Denzingers y demás, en muchos aspectos de la Fe.
Vade retro al intelectualismo.
Me gusta mucho la cristologia.
Quisiera preguntar Padre Iraburu, que manuales o libros de cristologia me recomienda que sean sanos y apegados a la fe de la Iglesia
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JMI.- Responder bien a su pregunta me llevaría mucho trabajo y, sobre todo, tener una biblioteca a mano. Me limito a recomendarle un buen libro:
José Antonio Sayés, Señor y Cristo, Palabra, Madrid 2005.
gracias
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JMI.- No, no puedo informarle, porque no conozco en absoluto a Vicente Borragan.
Apunto a Sayés. Aunque de momento el catecismo será mi referencia en estas cosas. Muchas gracias.
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