(34) Cardenal Pie, obispo de Poitiers –II maestro de Papas

–¿No irá usted a poner el magisterio de un Obispo por encima del Magisterio pontificio?
–No, ciertamente. Pero sí quiero señalar, poniendo como ejemplo al Obispo de Poitiers, lo que puede hacer un Obispo, uno solo, cuando toma en serio su condición de Sucesor de los Apóstoles, y no se autolimita en un corporativismo episcopal que, en tiempos de crisis, puede ser muy lamentable.

Los seminarios de Saint-Sulpice, donde Pie se formó –en el de París, concretamente–, daban una buena formación espiritual y cultural; pero entre los profesores algunos eran de tendencia galicana, otros ultramontana. Y la enseñanza doctrinal era ecléctica, ciertamente no tomista, y de escasa calidad.

Católico romano, no galicano. La mayoría de los obispos de Francia eran en aquel tiempo de tendencia más o menos acentuadamente galicana. El galicanismo estimaba que las bulas de los Papas no obligaban en ninguna diócesis de Francia sino después de ser aprobadas por el Gobierno y promulgadas por los obispos. Durante el concilio de Trento fue precisamente la presión del episcopado francés la que impidió la definición del primado del Papa. En 1682, a petición de Luis XIV, la Asamblea General del Clero proclamó «los cuatro principios del galicanismo», que resumo con poca precisión muy brevemente: Pedro y Pablo y sus sucesores recibieron una potestad espiritual, pero no civil; los concilios son superiores al Papa; los cánones eclesiásticos son válidos, pero también obligan las tradiciones de la Iglesia de Francia; el Papa no es infalible sin el consentimiento de la Iglesia. Esos cuatro principios fueron condenados por Alejandro VIII, y también por Inocencio XI. Y en 1693 Luis XIV se vio obligado a retirarlos, pero la doctrina galicana nunca fue abjurada y de hecho siguió vigente hasta el concilio Vaticano I.

Amigo de Dom Guéranger. Una de las miserias más graves del galicanismo era que casi todas las Diócesis francesas, al menos las más importantes, tenían su liturgia propia o la tomada de alguna otra Diócesis, teniendo cada liturgia su propio misal y breviario. Dom Guéranger, en el segundo volumen de sus Instituciones litúrgicas (1841) denunciaba las liturgias particulares diocesanas, permitidas o promocionadas por los obispos, en las que no pocas veces iban implicados errores galicanos, jansenistas y antirromanos. Y recordaba a todos –a todos los obispos también, claro– que el Concilio de Trento y el Papa Pío V habían ordenado que se estableciera la liturgia romana en toda la Iglesia latina , y que en todas las Iglesias de Europa se había obedecido, menos en Francia.

El libro de Dom Guéranger recibió algunos apoyos, pero fue atacado con gran violencia por no pocos Obispos y escritores franceses. Uno de ellos escribía en la Revue ecclesiastique: «¿No van a servir para nada tantas victorias conseguidas en los siglos pasados contra la omnipotencia papal? Siguiendo el mal ejemplo de otras naciones, Francia va cediendo poco a poco ante la idea seductora de una unión más perfecta con el centro de la cristiandad. Es una tendencia que arrastra a las Iglesias nacionales a renunciar a sus derechos consuetudinarios y a sus tradiciones religiosas para ponerse bajo la dependencia absoluta de Roma… Muchos de los obispos se callan y otros dan su plena aprobación a ese movimiento de deserción». La batalla fue durísima, y escasa la ayuda de Roma, que estaba conforme con Dom Guéranger, pero que temía perder la unidad con los obispos de Francia.

Cuando se estableció la II República (1848), claramente anticlerical, trajo sin embargo ciertas libertades que para la Iglesia fueron beneficiosas. Entre ellas, autorizó a celebrar Concilios provinciales durante un año, y se celebraron doce inmediatamente (1849-1850), llegándose en casi todos ellos al acuerdo de asumir la liturgia romana. En pocos años más –fue un milagro–, el rito romano era aceptado por fin en las diócesis de Francia. El Señor obró este milegro muy especialmente a través de Dom Guéranger, y gracias al apoyo decidido de algunos Obispos valientes, como el de Poitiers. Ambos fueron sin duda los instrumentos principales elegidos por Dios para la romanización de la Iglesia en Francia y para la superación del galicanismo. Los dos estaban unidos por una gran afinidad espiritual y amistosa. Y a Mons. Pie le correspondió el honor de predicar en Solesmes la Oraison funèbre du T. R. P. Dom Prosper Guéranger, abbé de Solesmes (4-IV-1875).

Católico y tomista, que no es poca cosa, y más en su tiempo. En los Seminarios franceses, también en los de Saint Sulpice, no se seguía a Santo Tomás, el cual ha sido prescrito durante tantos siglos por Papas y Concilios como guía principal en los estudios filosóficos y teológicos (cf. también en el Vaticano II, OT 16; Código Derecho Canónico c. 252,3). Por el contrario, se proponían entonces sistemas filosóficos diversos, precarios y extraviados. Era capaz Pie de ver estas deficiencias, y por su empeño personal trató de superarlas, sobre todo siendo ya sacerdote. Estudió por su cuenta lo mejor que pudo la sagrada Escritura, los Padres principales de la Iglesia, y concretamente a Santo Tomás. Él, como también su amigo Dom Guéranger, entendieron perfectamente que para enfrentar y superar la avalancha de errores filosóficos y teológicos vigentes en aquel siglo, no solo en el mundo sino también dentro de la Iglesia, eran necesarios hombres de fe que estuvieran bien formados en las grandes verdades católicas. Con este fin Mons. Pie multiplicó sus escritos y conferencias, celebró veinte Sínodos diocesanos en sus treinta años de Obispo, y fundó en Poitiers en 1875 la Facultad de Teología, encomendando la docencia a la Compañía de Jesús, que había de enseñar, como venía haciéndolo durante tres siglos en el Colegio Romano, según la ortodoxia católica y el magisterio de Santo Tomás. En una conferencia decía a sus sacerdotes:

«Santo Tomás ha faltado a nuestros contemporáneos, incluso a aquellos mismos que lo nombran con respeto, que le toman, cuando es necesario, algunos textos sueltos, pero que no lo han frecuentado para conocerlo, y para quienes tanto su doctrina como su método permanecen como un libro sellado. La filosofía, en particular, no ha sabido sino extraviarse desde que no lo tuvo por guía, y no volverá a ser digna de ella misma sino retomando sus huellas durante tanto tiempo abandonadas» (II,576). Esta revalorización del tomismo sería más tarde impulsada por León XIII.

Reprueba la Vie de Jésus de Renan. El prestigioso historiador, filólogo y filósofo Joseph Ernest Renan (1823-1892), publicó en 1863 La vida de Jesús, una obra racionalista y liberal, muy erudita y literariamente atrayente, en la que negaba el carácter divino de Jesucristo y de la Iglesia, y con la que colaboró en su tiempo muy eficazmente a la causa de la descristianización de Francia y de Europa. En medio de un silencio episcopal generalizado, el Obispo de Poitiers se atrevió a condenar públicamente esta obra en el mismo año de su publicación (Oratio sinodalis, qua condemnatur liber cui titulos: Vita Iesu, auctore Ernest Renan, etc., IX Sínodo diocesano, 1863) .

En esta acción valiente el Obispo de Poitiers actuó solo, cumpliendo con su deber de Obispo-vigilante. No tuvieron muchos apoyos episcopales Atanasio o Hilario cuando combatieron el arrianismo, ni tampoco los tuvo San Agustín, obispo de la pequeña diócesis de Hipona, cuando combatió las doctrinas de su contemporáneo Pelagio. Tampoco los tuvo el obispo de una pequeña diócesis de España cuando a fines de 2007 publicó su escrito El libro de Pagola hará daño. Pues bien, el Obispo de Poitiers, siguiendo el ejemplo de los santos Pastores, alertó a sus fieles de los gravísimos errores de esta obra de Renan, impidiendo que el lobo hiciera estragos en su rebaño. Esto, como era de prever, le atrajo a Mons. Pie un alud de críticas despiadadas, a las que él se mostraba invulnerable:

«Vosotros me hablais de mis pruebas personales. Sería quizá presuntuoso decir que esas pruebas me son dulces, me son queridas. Un obispo que no bebe en el cáliz de su Maestro, ni en el del Jefe visible del episcopado, podría preguntarse con inquietud si es verdaderamente discípulo de Cristo, si es defensor suficientemente esforzado del Vicario de Cristo» (II,154).

Unido a Pio IX en el combate contra los errores modernos. El Obispo de Poitiers, en 1854, le comunicaba a Dom Guèranger: «Voy a escribir sobre el tema de los errores contemporáneos. Oigo en mí una voz clara de la conciencia pidiéndome que aborde ante todo la necesidad del sobrenaturalismo» (I,536). El ambiente espiritual y doctrinal en Francia, también en no pocos obispos y profesores de teología, apestaba a naturalismo y liberalismo, pues había invadido todas las esferas más altas de la nación. «París es malo hasta en sus buenos» (I,537). Ya en Roma se estaban preparando textos que, recogiendo las enseñanzas de Pio IX, señalaran y refutaran los errores de la época, y que salieron a la luz en 1864, la encíclica Quanta cura y el Syllabus o colección de los errores modernos. Para la elaboración de textos tan importantes, fueron consultados algunos Obispos más señalados por su calidad doctrinal, entre ellos Mons. Pie, que ya había celebrado un Sínodo diocesano sobre ese mismo tema y con ese mismo título.

En efecto, prólogo inmediato a los grandes documentos citados del Papa Pío IX fue la Troisième instruction synodale de Mgr. l’évêque de Poitiers à son clergé diocésain, assemblé pour la retraite et le synode (julliet 1862 et août 1863) sur les principales erreurs du tempos présent. En su instrucción Mons. Pie rechaza con energía el falso Cristo presentado por autores, a veces pretendidamente católicos, enfermos mentales de naturalismo, racionalismo y de historicismo crítico. Y denuncia a quienes, al mismo tiempo, propugnan una ética sin Cristo, sin fe, sin Iglesia, sin sacramentos, sin la gracia divina. Escribe Pie citando las palabras de un enemigo de la Iglesia: «una liga europea se ha formado con el fin confeso de componer un cuerpo de ejército que pueda resistir gloriosamente a las doctrinas que la Revelación quiere imponer al espíritu humano» (I,619-620). En efecto, la literatura y el teatro, la novela y los diarios, todo se unía en un frente naturalista que procuraba cerrar la sociedad a todo influjo de lo sobre-natural, es decir, de la gracia del Salvador.

Como era de prever, volvió a caer sobre Mons. Pie una avalancha de duras críticas, procedentes también de los católicos liberales, especialmente de los políticos, y entra ellas estaba una carta del Ministro de Cultos, transmitiéndole el disgusto del emperador. Ya Napoleón III lo había mandado llamar después de una carta sinodal publicada con tesis semejantes en 1855. Pero estas impugnaciones, en lo personal más íntimo, no hacían sobre el Obispo de Poitiers un efecto mayor que el ataque de un mosquito.

Maestro de varios Papas. Hubo entre el Obispo de Poitiers y el Papa Beato Pío IX, como hemos visto, una colaboración personal y una gran coincidencia de pensamientos, concretamente en todo lo referente a la descripción y refutación de los errores modernos. Y la contribución de Pie al Concilio Vaticano I, sobre todo en el dogma de la infalibilidad pontificia fue, entre los Obispos franceses, quizá la más importante.

También León XIII, Papa (1878-1903), que creó Cardenal al Obispo de Poitiers (1879), recogió a veces, en citas implícitas, textos suyos.

Uno de los «plagios» pontificios más notables fue sobre aquel texto de Pie: «Hubo durante mucho tiempo, en el seno de la sociedad humana y fuera del claustro, un mundo que se mantenía sinceramente cristiano. Hubo durante mucho tiempo, en todas las condiciones y estados de la vida», etc. (III,629-630). León XIII, con la misma intención apologética, escribe en la encíclica Immortale Dei (1885, n.28): «Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados», etc. Si se comparan completos ambos textos, se advierte un gran paralelismo doctrinal.

El magisterio de Mons. Pie, después de su muerte, influyó también notablemente, a medio siglo de distancia, sobre San Pío X, Papa (1903-1914). Un artículo de Fr. Nicholas Pinaud, Pius X and Cardinal Pie (23-X-2006) recoge en doble columna textos paralelos, en los que San Pío X hace suyos o parafrasea párrafos enteros del Cardenal Pie. Es muy notable.

La devoción de Pío X por Pie venía de bastantes años antes. Cuando Mons. Sarto se aplicó al aprendizaje del francés, leyó con gran atención las obras del Obispo de Poitiers, llegando a decir: «es mi maestro». Él también, siendo Obispo de Mantua, convocó varios sínodos diocesanos, y renovó la diócesis en nueve años, siguiendo los ejemplos de Mons. Pie. Ya siendo Papa, al recibir la visita de un sacerdote de Poitiers, ordenado por Mons. Pie, le felicitó por tal hecho, y mostrándole su biblioteca personal, le mostró las Obras completas del Obispo de Poitiers, diciéndole: «hace años que no paso casi un día sin leer algunas de sus páginas».

Otro hecho muy significativo. San Pío X, en su primera encíclica E supremi apostolatus, de 1903, expresó como intención y lema fundamental de su pontificado Restaurar todas las cosas en Cristo. Y Mons. Pie, en 1849, al tomar posesión de la sede de Poitiers, había escrito a sus diocesanos: «Si hubiera de dar una consigna, sería ésta: Restaurar todas las cosas en Cristo».

Y el lema episcopal del Obispo de Poitiers, Tuus sum ego, un siglo más tarde, fue precisamente el elegido por el Papa Juan Pablo II.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

6 comentarios

  
Daniel Lagos de Perû
Magnîfico Querido Padre, sobre todo para mi esposa que es Francesa.

El SeNor nos conceda mas pastores como El Cardenal Pie, nuestro tiempo lo exige.

Bendiciones padre y reze por Perû que se encuentra en una hora crucial en su lucha contra la legalizaciôn del aborto.

La Paz
18/10/09 6:40 PM
  
José María Iraburu
Daniel Lagos de Perú
Oremos, oremos, oremos. Por nuestros Obispos, que han de enfrentar hoy situaciones tan difíciles, por todo el pueblo cristiano, tan perseguido y hostilizado, sobre todo en muchos sitios por la acción de los políticos, por los ambientes tan anti-cristianos... El Señor nos guarde a todos en su amor y gracia, en su paz y esperanza.
Bendición + JMI
18/10/09 6:50 PM
  
Daniel Lagos de Perû
Bendiciones para usted tambiên.
20/10/09 6:14 AM
  
Ricardo de Argentina
Muchas gracias Padre por este arículo que explica tan bien la importancia de la obra de Mons. Pie
25/10/09 2:46 PM
  
José Angel
Muchas gracias, Padre Iraburu por el esfuerzo que realiza al escribir sus magníficos artículos que nos descubren la grandeza de algunos pastores. Le ruego que siga formándonos en la verdadera doctrina católica. Le tengo presente en mis oraciones para que Dios le siga iluminando y bendiciendo.
27/10/09 8:30 PM
  
Luis Fernando
No sé ahora muy bien como he llegado a este post, pero no recuerdo haberlo leído cuando se publicó y eso es imperdonable, :D
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JMI.-A ver si estamos más atentos, Sr.Director, a lo que se va publicando en InfoCatólica. Caramba.
04/05/12 12:14 PM

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