Las “parejas en nueva unión”
Recientemente el quincenario de la Arquidiócesis de Montevideo publicó en su primera plana la fotografía de un hombre y una mujer visiblemente enamorados entre sí. Esa fotografía no anunciaba un artículo edificante sobre el noviazgo o el matrimonio cristianos, como cabía esperar, sino que estaba asociada a una noticia titulada “Parejas en nueva unión”, que remitía a un artículo titulado “Pastoral de personas separadas en nueva unión. Grupo “El Alfarero”” (véase “Entre Todos”, Nº 257, 9/07/2011, pp. 1 y 4). Ambos textos contienen varias afirmaciones más que preocupantes. A continuación citaré en letra itálica algunas de esas afirmaciones e intercalaré mis comentarios en letra normal.
1. “El grupo “El Alfarero” que atiende parejas en nueva unión cumple siete años buscando la integración en la Iglesia de parejas que han rehecho sus vidas en nueva unión” (p. 1).
Conviene recordar que los divorciados que se vuelven a casar cometen adulterio (un pecado grave), que el pecado grave deshace una vida espiritual en vez de rehacerla, y que la pastoral de las personas divorciadas y vueltas a casar debe buscar su arrepentimiento y conversión, no su integración en la Iglesia en términos de “igualdad absoluta”, sin tener en cuenta su situación irregular.
“Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc 10,11-12), mantiene que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio.” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1650).
2. “La próxima actividad será una “Jornada de Sensibilización”, abierta a todo público comunicando la Buena Nueva de la comprensión de Dios respecto a las parejas en Nueva Unión” (p. 4; cf. p. 1).
Como se verá luego más claramente, hay buenas razones para sospechar que esa actividad será en realidad una “Jornada de In-sensibilización”, en la que se procurará presentar a las “parejas en nueva unión” como algo admisible y admitido por Dios.
3. “Será una ocasión para que parejas en esa situación se interioricen de esta experiencia y puedan integrarse plenamente a la vida de la Iglesia, sin complejos de minusvalía ni falsos prejuicios que, lamentablemente aún persisten” (p. 1).
Sin embargo, el Magisterio de la Iglesia enseña lo siguiente: “Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1650).
4. “Ellos [el grupo “El Alfarero”] se presentan como un grupo de cristianos que han sufrido el fracaso en un primer matrimonio y están rehaciendo sus vidas en una nueva unión” (p. 4).
Aquí parece insinuarse que todos esos cristianos son inocentes de ese “fracaso”, que siempre han sufrido pasivamente, nunca causado activamente. No es imposible, pero parece improbable. Por lo demás, tampoco el cónyuge injustamente abandonado tiene derecho a casarse de nuevo. El matrimonio cristiano es indisoluble. Por otra parte, es posible que algunos de esos matrimonios fracasados sean nulos, pero eso debe dictaminarlo la autoridad eclesiástica competente, no la conciencia subjetiva de cada persona involucrada. Además, aunque el primer matrimonio sea nulo, la “pareja en nueva unión” (en los casos de los que aquí tratamos) no es un matrimonio válido, y tan pecado mortal es la fornicación como el adulterio.
No hablamos aquí de los casos en que, después de que la Iglesia declara nulo el primer matrimonio, un cristiano vuelve a contraer matrimonio sacramental. En casos así no hay ninguna irregularidad canónica.
5. “Comenzaron en la Parroquia Ntra. Sra. del Rosario y Santo Domingo, de la calle Cassinoni Nº 1337, con el asesoramiento del P. Fernando Solá y el acompañamiento del Movimiento Familiar Cristiano” (p. 4).
Leyendo la página principal del blog de “El Alfarero”, uno puede enterarse del tipo de asesoramiento que el P. Fernando Solá da o dio a este grupo de cristianos. Véase: http://alfarerouruguay.blogspot.com/ (cito al P. Solá en negritas).
“TAMBIÉN SON FAMILIA E IGLESIA
Fernando Solá, op.
(…) No cabe duda que el plan de Dios es que el matrimonio sea para siempre, indisoluble, como también quiere que haya justicia en el mundo. Pero cuando no se da, conseguirlo se convierte en una tarea y un ideal irrenunciable. La entereza con que estas parejas divorciadas y vueltas a casar cuidan y defienden su segunda unión es una prueba de la exigencia del amor y de la necesidad de que el matrimonio sea indisoluble. Cuando el amor y el matrimonio se han roto irreversiblemente, existen varios caminos y uno de ellos es intentar una nueva unión y rehacer la vida.
Es lamentable que, personas que se toman muy en serio su vida de fe y que viven responsablemente el amor conyugal en una segunda unión, sean excluidos de la mesa eucarística y de los sacramentos. Éste es uno de los sufrimientos más agudos de los cristianos que viven esta situación. Es lícito desear y esperar que en un futuro no lejano el magisterio de la Iglesia llegue a declarar que un matrimonio, válidamente celebrado, a causa de una ruptura irremediable del vínculo y con un discernimiento serio y honesto, pudiera considerarse que deja de ser sacramento de la Iglesia, o cuando menos, pueda tener acceso a la plena Comunión de la Eucaristía.
Para la Iglesia, la dificultad, hoy por hoy, está en poder distinguir el criterio evangélico y el jurídico. Un camino podría ser que se fortaleciera el concepto sacramental del amor en el matrimonio, como expresión del amor de Dios, y sin el cual no existe sacramento. Actualmente hay muchos estudios serios que proponen nuevas perspectivas sobre el sacramento del matrimonio, y corresponde a los moralistas seguir en la búsqueda de soluciones a la problemática que se presenta desde la teología, la moral, el ecumenismo, el derecho y la pastoral. Mientras tanto, me parece oportuna la indicación del reconocido sacerdote redentorista, Silvio Botero, al afirmar que “Esta nueva perspectiva conlleva unas exigencias particulares: en primer lugar, educar al pueblo de Dios, no tanto para obedecer a la ley de la indisolubilidad matrimonial, cuanto para cultivar, en forma personal y responsable, el valor de la fidelidad conyugal como vocación que se funda en el amor fiel. En segundo lugar, se debe tener presente que hacer flexible la norma no significa debilidad, complicidad ni tampoco la “ley del menor esfuerzo”. Es un bajar para rehabilitar” (Botero, 2005: 357-377); es decir, atender a la debilidad del hombre para capacitarlo en vista a una respuesta más plena a la vocación de alianza”.
Este texto del P. Solá no necesita muchos comentarios. La ambigüedad del discurso del grupo “El Alfarero” desaparece totalmente aquí. Lo que este texto preconiza es otra Iglesia posible, distinta de la que durante 2.000 años, aun a costa de grandes persecuciones y sufrimientos, se ha mantenido fiel a las inequívocas enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, cuyas palabras nunca pasarán.
“El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente:
«No es lícito al varón, una vez separado de su esposa, tomar otra; ni a una mujer repudiada por su marido, ser tomada por otro como esposa» (San Basilio Magno, Moralia, regula 73).
El divorcio adquiere también su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una verdadera plaga social.” (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2384-2385).
6. “Tomaron como nombre “El Alfarero” en referencia a Dios que es el único que puede rehacer sus vidas en profundidad (Jeremías 18, 1 al 6)” (p. 4).
El alfarero rehace a la arcilla dándole una nueva forma. La arcilla “se deja rehacer” por el alfarero. El cristiano imita a esta arcilla mediante la docilidad a la voluntad de Dios. Esta docilidad es incompatible con el rechazo teórico o práctico de la doctrina de Jesucristo y de la Iglesia por Él fundada. No hay verdadera docilidad cuando uno rehace su vida en contra de la Ley de Cristo.
7. “Y también una pareja de “El Alfarero” ha sido integrada a la Vicaría de la Familia” (p. 4).
Creo que, con el debido respeto por las personas, a esta altura uno tiene derecho a preguntarse cuál es el objetivo buscado por medio de esta integración: ¿Promover una pastoral de las personas “en nueva unión” acorde con la doctrina católica de hoy y de siempre? ¿O promover otro modelo de familia y de Iglesia? Por supuesto que esas personas deben ser tratadas siempre con amor y respeto y se las debe ayudar, pero la caridad cristiana no puede ser disociada de la verdad.
Concluiré con tres reflexiones de índole más general.
Lo más probable es que un católico medio (de formación doctrinal escasa), después de leer este artículo de “Entre Todos”, saque la siguiente conclusión: “Si uno se divorcia y se vuelve a casar (o a juntar), no se le plantea ningún problema serio desde el punto de vista religioso o moral. Los residuos que todavía quedan de la doctrina y la disciplina católicas tradicionales pronto desaparecerán, y es bueno que así sea”.
Me pregunto también qué pensarán de este artículo los católicos separados o divorciados que hasta hoy, con gran esfuerzo, han procurado tomarse en serio las claras y firmes enseñanzas de la Santa Iglesia, Madre y Maestra en humanidad. ¿No pensarán, quizás, algo así: “Al final, ¡tanto sacrificio para nada…!”?
“Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial (cf FC 20).
Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble (cf FC 83; CIC can. 1151-1155).” (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1648-1649).
Y por último uno puede preguntarse cuánto faltará para que, extrapolando la línea de este artículo, en la portada de “Entre Todos” figure una feliz pareja homosexual, anunciándonos la Buena Noticia de la “comprensión” de Dios respecto a su situación.
Daniel Iglesias Grèzes
Post-data (7/08/2011): anteayer supe de buena fuente que el Arzobispado de Montevideo ha tomado cartas en este asunto. Confiemos en la Iglesia y oremos para que a la brevedad posible se repare el daño causado.
23 comentarios
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DIG: Por supuesto debemos practicar la caridad en la verdad. Pero el artículo en cuestión falla en presentar la verdad sobre el matrimonio y el divorcio y por eso es un "escándalo" en el sentido bíblico: una piedra de tropiezo, que induce a caer en el pecado.
Malaquías 2, 15-15.
9 Pero Yo les digo que cualquiera que se divorcie de su mujer, salvo por infidelidad, y se case con otra, COMETE ADULTERIO.”
San Mateo 19, 9.
Para quienes no conocen el Quincenario, decir que su tono y su "línea editorial" son propios de una gacetilla de club de barrio. Su información es más bien pobre, y carece práctiacamente de elementos formativos.
Lo peor de todo es que contribuye el que quiera con artículos que no son editados ni, aparentemente, revisados. Por este motivo se cuelan artículos antieclesiales o crónicas entusiastas de inventos (aberraciones) litúrgicos. El resultado final es la impresión de que la Iglesia es la suma de los aportes de distintos grupos / personas, y que se va haciendo "Entre Todos".
Sería un gran bien para la Iglesia montevideana y universal que ese quincenario se reformara drásticamente o desapareciera.
de lo que siempre ha enseñado la Iglesia sobre matrimonio y divorcio.
Así como día a día son más frecuentes los retiros de la condición de "católicos" a organizaciones y grupos laicales, por la sencilla y contundente razón de que no son católicos y sí abiertamente anticatólicos, sería hora de comenzar la limpieza de religiosos y hasta de congregaciones enteras que conspiran desde adentro para la demolición de la Iglesia.
Porque desde que Paulo VI anunciara abiertamente esa autodemolición (y ya pasaron varias décadas) yo no me he enterado todavía que se pusieran de patitas en la calle a los demoledores.
A ninguno.
Porque el gran problema de la Iglesia no está tanto en la existencia de "disidentes" (herejes y cismáticos), que los ha habido y siempre los habrá, sino en la inacción de los responsables en ponerlos en su correspondiente lugar.
O sea, fuera de la Iglesia. Para que dejen de engañar y de engañarse.
¿A dónde vamos a parar si decimos que Dios acoge a aquellos que se están arriesgando a amar aún después de haber fracasado una vez? ¿es que no se da cuenta esta gentuza de entre todos y de la parroquia de cassinoni que si decimos que Dios es bueno la gente va a pecar más? ¿que si hablamos de que Dios acoge, perdona y comprende la gente se va a aprovechar y se va a divorciar y va a ser todo una orgía universal?
Ufff! Por suerte para nosotros, el P. Solá y todos estos divorciados fornicadores y adúlteros se van a ir al infierno, y no vamos a tener que soportarlos en el cielo, a donde iremos nosotros, los buenos, justos y castos que nos mantenemos puros y cumplimos todas las normas y preceptos de la Santa Iglesia Católica y no nos dejamos engañar por estos progres... nosotros, que nunca comulgamos en pecado porque nunca pecamos sí que nos ganaremos el cielo!
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DIG: Estimada Vicky: Tu ironía está fuera de lugar. Los católicos no nos creemos puros. Somos cristianos por la gracia de Dios. Pero aun con nuestra debilidad y fragilidad a cuestas tenemos el deber de anunciar la doctrina católica en su integridad y de practicarla, con la ayuda de Dios.
Nadie sostiene que no haya que "acoger" en la Iglesia a las personas divorciadas y vueltas a casar. Lo que está en discusión aquí es algo muy distinto y tú lo sabes bien. El matrimonio cristiano es una donación mutua total, incondicional e irrevocable. Por eso es indisoluble. En cambio el P. Solá propone una nueva visión del matrimonio: cuando se acaba el amor, se acaba el matrimonio. Eso es una trivialización del matrimonio, muy afín con la fuerte tendencia actual a considerar el amor como un mero sentimiento ingobernable, sobre el cual uno no puede hacerse responsable.
El católico debe adherirse a toda la doctrina católica. Lo que critico aquí es una disidencia (semioculta en el artículo de Entre Todos y manifiesta en el artículo del P. Solá) con respecto a una doctrina católica que se basa nada menos que en clarísimas palabras de Jesucristo.
Ahora bien, no olvidemos:
1.- Que el Concilio y, sobre todo, su relativización posterior, no la hicieron los actuales católicos divorciados, sino la propia Iglesia. ¿cuantos divorcios debemos a ese proceso de secularización auspiciado desde dentro en los años 60o, 70 y 80?
2.- Que muchos sacerdotes se han "negado a culpabilizar" a uno de los cónyuges, prefiriendo desear tolerancia, amor, comprensión y zaradajas parecidas; virtudes todas ellas que necesitan el concurso de ambas voluntades. ¿que psasa en los ejemplos en que uno de ellos en gravemente infiel, gravemente agresivo, etc...?
3.- En definitiva, en muchos divorcios, aunque las leyes civiles -en España desde 1.981 con una critica muy superficial de una Iglesia a la que "le encantaba" la transición democrática- hayan excluido el término "cónyuge culpable", existe un cónyuge culpable. ¿Que hacemos con el cónyuge inocente?
4.- Ciertamente sería preferible que ese cónyuge inocente, muchas veces ferviente católico, supiese llevar dignamente su nueva situación de soledad, pero... y si por las propias limitaciones humanas no es capaz y tiene vocación a la vida de familia ¿que hacemos? ¿lo arrojamos a la hoguera de la increencia cuando, a lo mejor, la causa de su divorcio ha sido precisamente su defensa de la fe y de la educación religiosa de la prole frente a un cónyuge que durante el matrimonio y fruto de la secularicación ya referida ha ido mutándose en incredulo e intolerante?
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DIG: El caso del cónyuge inocente injustamente abandonado es muy doloroso, pero la doctrina católica sobre el matrimonio no puede cambiar con base en ese caso.
Lo que la Iglesia enseña sobre ese caso surge de los documentos del magisterio que cité aquí. El amor es ante todo, no un sentimiento romántico, sino un acto de voluntad: querer el bien del otro. Y el Sumo Bien es la unión con Dios. El que ama a Dios, cumple sus mandamientos.
Cuando se dice que alguien "rehizo su vida" mediante una nueva unión (divorcio mediante), se está empleando una noción mundana, no cristiana, de la vida y del bien.
Puede y debe serlo solo en algunos casos: nulidad de origen y ausencia de hijos (Quod nullum est, nullum effectum producit) pues existiendo étos la nulidad nunca será absoluta en sus consecuencias aun cuando lo sea en cuanto al vínculo jurídico.
La nulidad sin embargo, es problemática: vaya por delante que solo el hecho de someterse a ella es un admirable gesto de fidelidad y acatamento filial hacia la Santa Madre Iglesia.
Pero no siempre es posible:
1.- No lo es -no debería serlo- en los casos de dificultades sobrevenidas: infidelidad, violencia, abandono repentino en la increencia; pues la nulidad no debe de ser misericordiosa, sino estrictamente jurídica y atender a la concurrencia de los requisitos -consentimiento y capacidad para prestarlo, esencialmente- al tiempo de contraer el vínculo. Si hacemos de la nulidad un "coladero misericordioso" estamos degradando el instituto jurídico y ganándonos la crítica mordaz y socarrona de los "antiIglesia"
En definitiva, la nulidad nunca no debería usarse ni ser útil para proteger al cónyuge inocente, pues la inocencia no atiende al momento del vínculo, sino al desarrollo del matrimonio.
2.- Es especialmente conflictiva para aquellos padres de familia en cuyo divorcio ha influido la conducta manipuladora y violenta, a veces también la increyente y antireligiosa sobrevenida, del otro cónyuge. Son los casos, por ejemplo de Sindrome de Alienación Parental. En estos casos el pleito de nulidad que obliga a citar al otro cónyuge con formalidades procesales pueden conllevar grave malestar para los hijos, momento que pueden aprovehcar el cónyuge culpable -que presumiblemente ocupará la posición de demandado- para manipularlos contra el cónyuge inocente.
+ ¿Cual sea la solución de la pastoral de divorciados?
Es difícil decirlo, pero:
1.- desde luego no lo es arrojarlos de la Iglesia. Es triste ver católicos que se divorcian como victimas -y que incluso pueden tener oportunidad o necesidad de establecer nuevas relaciones que desarrolan con recta conciencia- y que poco a poco van abandonando la práctica por sentirse poco acogidos por su Iglesia.
2.- Probalmente, de lege ferenda, hacia el futuro, la Iglesia tiene que enderezar los errores de exceso de tolerancia y de falta de severidad que nos dejó el postconcilio y practicar para las nuevas generaciones una catequesis de rigor en que se vuelva a enseñar que para casarse hace falta, entre otras cosas, tener serias convicciones comunes.
3.- Y ¿que hacer con los que han llegado, fruto en muchos años de la inadecuada catequética de estos años, y sin quererlo a la situación actual, pero que sus matrimonios no resultan jurídicamente anulables?.
Para ellos solo cabe la misericordia, pero no a través de la nulidad, cuya inviabilidad -sin causar graves desprestigio al Instituto- en tantos casos ya hemos estudiado.
Y ¿como se da la misericordia? Pues quizá el Padre Sola, en las interpretaciones trascritas en el post no iba totalmente desorientado aun cuando se quedaba en un pobre "buenismo". Probablemente haya que decir, que los que se hayan casado y divorciado antes de la institución de una nueva severidad doctrinal en la materia (no solo de matrimonio, sino también una catequesís severa de convivencia -los sacerdotes deberán ser en lo sucesivo explícitamente críticos con los cónyuges que por su comportamiento inadecuado ponen en riesgo el matrimonio-), habrán de tener acceso a algún género de indulto, desde luego individualizado, a conceder no con carácter general sino personalmente, uno a uno, por el Ordinario del lugar, tampoco gratuitamente sino previa acreditación de sus circunstancias -pero nunca en procedimiento contencioso con el cónyuge "culpable" para evitar males mayores- y de una vida de honradez y honestidad personal y de servicio y vinculación a la Iglesia. Probablemente con la imposición de unas condiciones de penitencia y de especial seguimiento a la nueva pareja. No olvidemos que la vida de los cercanos a la Iglesia ha sido siempore perfectamente conocida por sus pastores, solo que en estos años de tontuna no han querido pronunciarse en sentido culpabilísitco. Pues habrá que hacerlo, y no olvidar que un juicio moral de culpabilidad o de inocencia puede ser pastoral y catequeticamente más útil que el arrojar a buenos católicos de la comunión con la Iglesia por un error que pudieran cometer en sus años de juventud o, sencillamente por ser victimas de un cónyuge más o menos endemoniado.
No olvidemos que solo el hecho de solicitar ese indulto y de someterse a los interrogatorios e investigaciones que la Iglesia tenga por conveniente, (aun cuando no sean contenciosos contra el otro cónyuge), suponen similar humildad y reverencia filial que solicitar la nulidad.
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DIG: Sin perjuicio de coincidir con algunos aspectos de tu aporte, discrepo en cuanto al punto central. El "indulto" que imaginas es imposible, porque equivaldría a un "divorcio católico". La doctrina católica sobre la indisolubilidad del matrimonio es muy clara: un matrimonio válido rato y consumado entre dos bautizados no puede ser disuelto por nadie: ni por los propios esposos, ni por ningún poder, ni civil ni eclesiástico.
La firmeza y coherencia con la que la Iglesia Católica (y sólo ella entre todas las confesiones cristianas) ha defendido esta doctrina es un signo de su carácter sobrenatural. Piénsese por ejemplo que la Iglesia prefirió "perder Inglaterra" antes que renegar de esa doctrina. ¡Qué fácil habría sido para cualquier institución meramente humana adaptarse al capricho del rey Enrique VIII!
Las palabras que los contrayentes pronuncian al darse el mutuo consentimiento matrimonial no dejan lugar a dudas. Yo recibí a mi novia como esposa, para amarla y respetarla como tal para toda la vida, sean cuales sean nuestras circunstancias, no mientras ella me sea fiel. Dios mismo inspira ese compromiso absoluto y lo sostiene, por lo que no puede avalar su derogación.
Probablemente el indulto -o dispensa- a que me refería antes debería ser instruido -que no concedido-por el Ordinario del lugar y concedido por la Sede Apostólica o, al menos, por alguna sección especial de cada Nunciatura.
Similar procedimiento serviría para otro grupo relevante que sociológicamente es ignorado al no hacerse explícito, pero que tampoco es infrecuente: el d ebuenos católicos que han sufrido el divorcio, sea por abandono, sea por violencia, etc. etc. y del que son razonablemente inocentes y que desearían dedicar en lo sucesivo su vida al Señor.
Como eso no se puede hacer "por lo civil" ni "de hecho", no nos escandaliza y no nos enteramos, pero es un ansia que late en muchos corazones. Pedirles a éstos la nulidad para poder acceder a sacramentos del Orden también nos parece excesivo cuando no inadecuado o innecesariamente conflictivo.
Tendría que ser un procedimiento similar de dispensa, (no olvidemos que se dan dispensas para el Orden sacerdotal a casados, bajo compromiso de no convivencia, compromiso que en estos casos es de obvia inenecesariedad) en el que por supuesto -al igual que para los expedientes de "parejas en nueva unión" habría de contarse con dictamenes periciales no solo de psicólgos y sacerdotes pastores, sino probablemente de expertos en Teología Moral (la rama de la Teología más abandonada en estas últimas decadas...), y quizá concluir con un requerimiento de especial severidad y control para lo sucesivo que, si para las parejas "de nueva unión" había de ser el de especial y frecuente seguimiento e intromisón en sus vidas, quizá para los que pretendiesen la ordenación habría de ser la de permitirseles solo la opción de acceder al clero regular.
Parece razonble que estas dispensas se pudieren conceder solo por una vez, y como digo, con gran control y severidad posterior para evitar nuevas recaidas. Este control no debería molestar, a quienes de verdad quieren sentirse hijos de la Iglesia, pues sería un precio duro pero gozoso a pagar por la regularización de una situación incomoda que, moralmente, muchos de ellos no han querido ni deseado jamás.
Alguien no está haciendo su trabajo.
Alguna consecuencia tiene que haber. Como ya se dijo, este órgano de comunicación del arzobispado se vende en todas las parroquias de la diócesis.
El magisterio de la Iglesia Católca, exhorta a recibir amorosamente a las personas que están en esta situación matrimonial irregular. Sin embargo, dichas personas no pueden paticipar de los sacramentos.
De la lectura del artículo, no surge que estas personas participen plenamente de los sacramentos, si bien dice que participan plenamente de la vida de la Iglesia, sin especificar lo del tema sacramental. ¿Usted conoce de primera mano que estas personas participen de los sacramentos, o surge de alguna publicación del grupo? Porque el participar de la misa sin recibir los sacramentos, ni tampoco desarrollar ningún ministerio, no es contrario al magisterio de la Iglesia.
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DIG: En la página principal del blog del grupo "El Alfarero" el Padre F. Solá OP sostiene claramente que es injusto que los católicos divorciados y vueltos a casar no puedan comulgar. Esto es contrario a la doctrina católica.
Por otra parte, la impresión que deja el artículo de Entre Todos es la de que ese grupo aspira a la supresión de todas las sanciones eclesiales contra los católicos que están en esa situación irregular, lo que también sería contrario a la doctrina católica. La interpretación natural de ese artículo es que ellos aspiran a poder desempeñar cualquier encargo eclesial al alcance de los fieles laicos (por ejemplo: catequista, profesor de religión, etc.). Si no quisieron decir eso, entonces el artículo está muy mal escrito y deberían aclararlo pronto.
Aquí hay un grupo organizado de personas en nueva unión, que si bien soportan el peso de su situación irregular, tienen la enorme virtud de no haber abandonado la Iglesia y perseverar en la fe. En la medida en que sea realidad que lamentan no participar en los sacramentos, que se anhele un cambio en el Magisterio de la Iglesia y se obedezca al mismo en tanto esté vigente, no percibo mayor desobediencia al Magisterio de la Iglesia, a excepción de la situación irregular matrimonial preexistente.
No habla la web del grupo ni el artículo en cuestión, de las razones por las cuales no hay anulación matrimonial en estos casos. Con la desastrosa catequesis que hay en Montevideo, la pésima enseñanza de lo que realmente es pecado, de la diferencia entre el blanco y el negro, sino que la enseñanza habitual es que todo es gris y que está bien porque iguala, el desastre de la catequesis matrimonial, son razones de peso para no haber comprendido qué cosa se hacía cuando se contrajo matrimonio delante de Dios, por lo cual aquel matrimonio fue nulo. Esta falta de formación de la conciencia católica, es habitual incluso en personas que han cursado primaria y secundaria en colegios católicos.
Mientras la Iglesia continúe celebando matrimonios chatarra, la nulidad matrimonial será sólo cosa de solicitar. Por eso no entiendo la razón por la cual estas parejas no han podido justificar la nulidad de su matrimonio católico.
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DIG: Obedecer al magisterio vigente mientras se lo deplora y se conspira para cambiarlo no es ser fiel al magisterio de la Iglesia. Lo que la doctrina católica exige del fiel católico no es un mero acatamiento externo, sino una adhesión religiosa del entendimiento y de la voluntad. Se debe tener esa doctrina por verdadera. Además, en nuestro caso esa doctrina es inmutable, porque se basa en las mismísimas palabras del Señor. "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre".
La Iglesia no reconoce fácil y alegremente la nulidad matrimonial. Este reconocimiento, cuando se da, es uno de los dos resultados posibles de un proceso judicial serio.
Algunas veces, aunque posiblemente se dan las circunstancias para hacerlo, las personas de las que hablamos ni siquiera han solicitado a la Iglesia la declaración de nulidad. Se manifiesta así cierto desinterés por la relación de uno mismo con la Iglesia.
En otros casos, esas personas reconocen honestamente que su matrimonio fue válido y no quieren "solucionar" su situación eclesial con base en argumentos falsos, cosa que podría llegar a pasar si el tribunal eclesiástico se dejara engañar.
Es importante que la nulidad matrimonial no se transforme en una coladera para resolver cualquier caso de éstos. No debe convertirse, en definitiva, en una especie de "divorcio católico".
Vaya si ha tenido cambios el derecho canónico en lo referente al matrimonio. Pero la realidad es que hoy por hoy, la situación es esta. Y si se procura un cambio, tiene que ser vertical, hacia el obispado, y de allí al Vaticano, que es quien tiene potestad para cambiar las normas, si bien ya se ha expedido infinidad de veces al respecto.
Procurar una "sensibilización" en el sentido horizontal, ¿qué objetivo tiene? Del modo en que se está presentando, pues parece que es el clásico de nuestra sociedad: que lo blanco deje de ser blanco, que lo negro deje de ser negro, y todo es gris, la conciencia te dirá qué color corresponde cada vez. En una sociedad como la uruguaya, con la conciencia moral pobremente formada, incluso dentro de la Iglesia, el resultado puede ser temerario.
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DIG: Estimada Mirta:
Lo que se expresa en el blog del grupo "El Alfarero" no es un deseo de comulgar sino una convicción de que la norma que prohíbe comulgar a los cristianos divorciados y vueltos a casar es injusta. Y esta convicción es contraria a la doctrina católica.
El Papa no puede cambiar la doctrina católica a su antojo, porque no es un autócrata, sino el vicario de Cristo. El magisterio de la Iglesia está al servicio de la Divina Revelación. No es un ejercicio de "creatividad" para adaptarse a las circunstancias culturales o sociales de cada época.
El derecho canónico sobre el matrimonio ha cambiado, pero la esencia de la doctrina católica sobre el sacramento del matrimonio no ha cambiado ni puede cambiar. La norma que el Padre Solá considera injusta se basa directamente en tres doctrinas católicas esenciales e inmutables:
1) El matrimonio es indisoluble, por lo que el cristiano que se divorcia y se vuelve a casar comete adulterio.
2) El adulterio es un pecado mortal.
3) Quien está en pecado mortal no puede comulgar.
Se podría objetar que, aunque el acto cometido por estas personas es objetivamente un pecado mortal, ellas carecen de culpa subjetiva porque no tienen conciencia de ese pecado. Pero las normas litúrgicas no pueden depender de un juicio (sumamente problemático) sobre el fuero interno de cada uno. Si alguien no está en comunión con la Iglesia en sus convicciones esenciales y en lo más notorio y público de su conducta, entonces no puede comulgar. La Iglesia no es un club anarquista.
Esta pena impuesta por la Iglesia, como toda pena eclesiástica, tiene un sentido medicinal y está inspirada por el amor de Cristo al pecador.
En resumidas cuentas, estamos ante un grupo de personas que consideran que la Iglesia está equivocada y ellas en lo cierto, por eso buscan "sensibilizar" contando con el apoyo, entre otros, del quinquenario de la dióceis, sin que ninguna autoridad eclesial se manifieste en contrario.
Qué desastre!!!! ¿Hasta qué punto se confunden el bien y el mal? Y no lo digo por las personas del grupo, lo digo por la jerarquía eclestiástica, que en su silencio, avala este tipo de situaciones.
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DIG: A veces la jerarquía demora para tomar medidas. Confiemos en la Iglesia y veamos qué pasa en este caso.
http://redescubrir.blogspot.com/2008/09/cmo-viven-los-divorciados-dentro-de-la.html
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DIG: Muchas gracias, Maren.
Provengo de un ambiente protestante donde la indisolubilidad matrimonial era tan incuestionable que un nuevo casamiento civil o religioso era imposible. Por eso me asomba lo light de la catequesis matrimonial católica, y por eso aguardo una aclaración, ya que si bien el artículo menciona el reconocimiento explícito de Obispo y Vicarios, no significa ello acuerdo a la desviación en que el grupo ha incurrido, sino la esencia pastoral del mismo, que considero un acompañamiento imprescindible.
"Cuando el amor y el matrimonio se han roto irreversiblemente, existen varios caminos y uno de ellos es intentar una nueva unión y rehacer la vida."
Primero, el matrimonio entendido como "el vinculo matrimonial" simplemente NO se rompe, y mucho menos "irreversiblemente".
Segundo, el amor es una acto de voluntad, no un sentimiento. Por lo tanto no "se rompe" solo sino que uno o los dos esposos "lo rompen" voluntariamente.
Por lo tanto, la condicion incorrecta "cuando el amor y el matrimonio se han roto irreversiblemente" debe ser reemplazada por la mencionada por el Catecismo "cuando la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible".
Habiendo reemplazado esa condicion, lo que queda del primer párrafo: "existen varios caminos y uno de ellos es intentar una nueva unión y rehacer la vida," es estrictamente correcto, pero debe necesariamente ser completado por: "pero este último camino es objetiva y gravemente contrario a la voluntad de Dios."
Esto es, de los tres caminos que los esposos separados tienen a su disposicion: vivir solos, reconciliarse, o intentar una nueva union, sólo los dos primeros son en conformidad con la voluntad de Dios.
Dicho esto, de los comentarios anteriores quiero destacar de Felipe su propuesta de "una catequesis de rigor en que se vuelva a enseñar que para casarse hace falta, entre otras cosas, tener serias convicciones comunes."
Esto es clave porque la conviccion de AMBAS partes sobre la indisolubilidad del matrimonio es esencial para la validez de éste. O sea, si al menos una de las partes no profesa firmemente que el matrimonio es indisoluble, y que a nivel practico eso implica que al casarse va a usar la UNICA bala que tiene disponible en el cargador, entonces directamente no ha habido matrimonio desde el punto de vista canonico.
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DIG: De acuerdo. Muchas gracias por tu aporte. Sólo agrego que la Iglesia privilegia el camino de la reconciliación de los esposos.
Con el mejor programa de catequesis y un cura full time para ellos, ¿Qué se puede lograr cuando el problema está en la relación de la persona con Dios y con la Iglesia? ¿Cuál debería ser el alcance, la profundidad y la duración de la catequesis matrimonial? ¿Cuál es el límite? ¿Se puede negar o sugerir postergar la celebración?
Creo que cada día son más los que llegan apurados y buscando la menor cantidad posible de compromisos, sin importar entender qué es lo que enseña la Iglesia con relación al matrimonio. La catequesis matrimonial no debería permitir que se llegue en esos términos al altar. Y ello no pasa solamente por lo que se enseña, que es muy importante, sino también por una correcta evaluación de la adhesión a ese aprendizaje por parte de la pareja.
Por supuesto todos los católicos odiamos el divorcio y consideramos que el matrimonio DEBE ser indisoluble, pero eso es una labor de dos (además de Cristo, que siempre debe estar presente) y en el caso del abandono injusto de un cónyuge por otro, uno se acuerda de otra cita del Evangelio que, curiosamente, ni usted ni nadie más cita: "el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado", pues bien: la indisolubilidad se hizo para el hombre y no el hombre para la indisolubilidad, por lo que el cónyuge injustamente abandonado está sufriendo una situación injusta y Dios no es injusto ni quiere que nadie sufra injustamente. Y en cuanto a la "doctrina tradicional" de la Iglesia y el Derecho Canónico, le ruego se lea los siguientes enlaces: http://perso.wanadoo.es/laicos/documentario/Texto003_Divorcio_en_Iglesia.html y http://www.elpais.com/articulo/espana/verdadera/historia/divorcio/elpepiesp/19801111elpepinac_3/Tes y verá que las autoridades eclesiásticas, hasta la época del Concilio de Trento, admitían la disolución del vínculo en caso de adulterio y abandono injusto (los obispos católicos orientales lo mantuvieron siglos más tarde, en concreto los rumanos hasta mediados del siglo XIX); si no tiene más que leer el "Poema de Mío Cid" y ver cómo sus hijas, una vez que fueron abandonadas en la Afrenta de Corpes, no tuvieron ningún problema en que su Obispo disolviera el matrimonio con los cónyuges "culpables", los Infantes de Carrión, y las mismas pudieron volver a casarse religiosamente: así que la "doctrina católica" sobre el abandono injusto del cónyuge ha ido cambiando durante los siglos, sólo llegó la intolerancia y cerrazón actual en el Concilio de Trento, y, por tanto, no hay razones "divinas" ni teológicas por las que no pudiera volver a la flexibilidad, comprensión y, sobre todo, JUSTICIA, que existió antes de la ciega intolerancia actual. Saludos.
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DIG:
Estimado Isidro:
Jesucristo no enseña que el matrimonio debe ser indisoluble, sino que es indisoluble.
Te exhorto a cumplir el deber (que todo fiel católico tiene) de prestar un asentimiento religioso de la inteligencia y la voluntad a la doctrina católica sobre la indisolubilidad del matrimonio. Esta doctrina, aunque no sea un dogma, forma parte del depósito de la fe.
En cuanto a tu argumento principal, te respondo citando a la Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar:
"4. Aunque es sabido que análogas soluciones pastorales fueron propuestas por algunos Padres de la Iglesia y entraron en cierta medida incluso en la práctica, sin embargo nunca obtuvieron el consentimiento de los Padres ni constituyeron en modo alguno la doctrina común de la Iglesia, como tampoco determinaron su disciplina. Corresponde al Magisterio universal, en fidelidad a la Sagrada Escritura y a la Tradición, enseñar e interpretar auténticamente el depósito de la fe.
Por consiguiente, frente a las nuevas propuestas pastorales arriba mencionadas, esta Congregación siente la obligación de volver a recordar la doctrina y la disciplina de la Iglesia al respecto. Fiel a la palabra de Jesucristo, la Iglesia afirma que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el anterior matrimonio. Si los divorciados se han vuelto a casar civilmente, se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios y por consiguiente no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras persista esa situación.
Esta norma de ninguna manera tiene un carácter punitivo o en cualquier modo discriminatorio hacia los divorciados vueltos a casar, sino que expresa más bien una situación objetiva que de por sí hace imposible el acceso a la Comunión eucarística."
La paz sea contigo.
En lo estrictamente personal, hace poco he recibido el macabro asesoramiento sacerdotal de que se puede participar de los sacramentos de iniciación estando en situación matrimonial irregular. He sido testigo del inducir a error a personas que quisieron hacer las cosas bien ante Dios en esta área, y de deshacer la espiritualidad de otras que, por haber manejado mal este tema, se han apartado de la Iglesia. Personas que de haber sido guiadas con la correcta enseñanza, habrían obedecido sin problemas y con gratitud lo que la Iglesia enseña.
Quiera Dios que el obispado actúe con la firmeza, santidad y convicción en las enseñanzas de la Iglesia que la situación amerita.
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DIG: Que así sea.
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