24.11.09

El Papa, sobre la realeza divina de Jesucristo

Queridos hermanos y hermanas

En este último domingo del Año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de “rey” referido a Jesús es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede notar a propósito de esto una progresión: se parte de la expresión “rey de Israel” y se llega a la de rey universal, Señor de cosmos y de la historia, y por tanto mucho más allá de las esperanzas del propio pueblo hebreo. En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está una vez más el misterio de su muerte y de su resurrección. Cuando Jesús fue llevado a la cruz, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “Es el rey de Israel; que baje ahora de la cruz y creeremos en él” (Mt 27,42). En realidad, precisamente en cuanto que es el Hijo de Dios Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la victoria de la voluntad de amor de Dios Padre sobre la desobediencia del pecado. Es precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación como Jesús se convierte en Rey universal, como declarará Él mismo apareciéndose a los apóstoles tras la resurrección: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).

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Santa Catalina de Alejandría

En la vida de Santa Catalina de Alejandría, como en la vida de todos los mártires, se cumplen a la letra las palabras de Jesús: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio” (Lc 21,12-13).

Santa Catalina fue decapitada el 24 o 25 de Noviembre de 305, por orden del emperador Maximino. Era una joven cristiana, bella, rica y docta, que se negó a tributar culto a los “dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera”; a los falsos ídolos que “ni ven ni oyen, ni entienden” (cf Dn 5). La perseverancia, la constancia en la fe, salvó su alma y nos dejó, a nosotros, el luminoso ejemplo de su martirio, de su testimonio supremo.

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23.11.09

Darwin, 150 años de teoría de la evolución

En 1859 Darwin publicó su famosa obra “Sobre el origen de las especies mediante la selección natural”. La teoría de la selección natural se basaba en algunas observaciones, y en conclusiones derivadas de las mismas.

Las observaciones eran tres: Toda especie tiende a reproducirse en progresión geométrica cuando no hay una presión ambiental. No obstante, en condiciones naturales, el tamaño de una población permanece constante durante largos períodos de tiempo. Y, en tercer lugar, no todos los miembros de una especie son iguales; es decir, se pone de manifiesto una gran variación individual.

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22.11.09

Tradición no es inmovilismo

El proceso de transmisión de la Revelación es un proceso vivo. La Tradición no equivale, pues, a inmovilismo, porque la Iglesia no es un museo arqueológico, sino un organismo viviente. A través de la Escritura -conservada, leída e interpretada en la Iglesia – y gracias a la acción del Espíritu Santo, “por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero”, la Iglesia “con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree” (DV 8).

La Tradición se actualiza en diversos testimonios: la enseñanza de los Padres, la Liturgia, los credos, los concilios, las intervenciones del magisterio y, también, la vida de los cristianos, de modo ejemplar la vida de los santos.

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21.11.09

El Rey

Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo

San Juan 18, 33-37

En el último domingo del Tiempo Ordinario, en el final del año litúrgico, la Iglesia celebra a Jesucristo, Rey del Universo: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Apocalipsis 5, 12).

Cristo glorioso merece la misma adoración que el Padre. Jesucristo ha desvelado a los hombres el designio divino de salvación. Él, que es el fundamento de todo, en quien todo se mantiene unido, ha querido ser nuestro Rey y Pastor, nuestro Guía y Salvador, el Juez eterno de la historia, el Príncipe de la paz, el Heredero de las naciones, el Primogénito de entre los muertos.

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