InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Noviembre 2015

28.11.15

Novena de las Candelas. En preparación de la fiesta de la Presentación del Señor

El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, publicado en 2002, dedica un apartado a la fiesta de la Presentación del Señor (n. 120-123).

Merece la pena detenerse en este texto de referencia que destaca el carácter popular de la antigua fiesta – de origen oriental – del 2 de febrero; fiesta que hasta 1969 recibía en Occidente el título de “Purificación de Santa María Virgen”.

Los fieles cristianos “asisten con gusto a la procesión conmemorativa de la entrada de Jesús en el Templo y de su encuentro, ante todo con Dios Padre, en cuya morada entra por primera vez, después con Simeón y Ana”. Esta procesión, con el tiempo, se caracterizó por la bendición de las candelas que honraban a Cristo, “luz para alumbrar a las naciones” (Lc 3,32).

A la vez, los fieles “son sensibles al gesto realizado por la Virgen María, que presenta a su Hijo en el Templo y se somete, según el rito de la Ley de Moisés (cf Lv 12,1-8), al rito de la purificación”, una muestra de la humildad de la Virgen.

Asimismo la piedad popular “es sensible al acontecimiento, providencial y misterioso, de la concepción y del nacimiento de una vida nueva”. Las madres cristianas ven en María a la Madre.

En muchos lugares se valora la obediencia de José y de María a la Ley del Señor, la pobreza de los santos esposos y la condición virginal de la Madre de Jesús. Por este último motivo el 2 de febrero se ha convertido en la fiesta de la vida consagrada.

Todos estos valores de la piedad popular no ensombrecen el contenido esencial de la fiesta de la Presentación del Señor. Es Él, Cristo, la “luz del mundo”.

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23.11.15

Cuidar la Eucaristía

La Eucaristía es el sacramento- el signo sensible, instituido por Jesucristo, para darnos la gracia - que hace presente al mismo Cristo. Es el signo eficaz que hace presente no solo el sacrificio de Cristo, sino su misma Persona, indisociable de su sacrificio, bajo las apariencias del pan y del vino.

Si un sacerdote válidamente ordenado celebra la Santa Misa, obra, en la Persona de Cristo, la admirable conversión del pan en su Cuerpo y del vino en su Sangre. Dios, para llegar a nosotros, se sirve de mediaciones a la vez concretas y universales: el pan y el vino.

Lo que parece pan, sigue pareciéndolo, pero tras la consagración en la Misa, ya no es pan: es el Cuerpo de Cristo. Lo que parece vino, tras la consagración en la Misa, sigue pareciéndolo; pero ya no lo es: es la Sangre de Cristo. Y esta transustanciación no ocurre por arte de magia, sino por el poder soberano de la palabra de Cristo y por la acción del Espíritu Santo.

Es imposible, sin participar en la Santa Misa, poder distinguir entre una oblea y la Sagrada Hostia. Todo sigue pareciendo lo mismo, pero no es, ya, lo mismo.

¿Qué haría yo si me encuentro, por los motivos que sea, una oblea que, quizá, pueda ser más que una oblea? La trataría con el máximo respeto, pero eso no significaría, sin más, arriesgarme a un culto materialmente idolátrico y, tampoco, sin más, me arriesgaría al sacrilegio.

Me arriesgaría a la idolatría si, por razones aparentes, tratase un trocito de trigo como si fuese el Santísimo Sacramento. Me arriesgaría al sacrilegio si tratase al Santísimo Sacramento como si solo fuese un trocito de trigo.

No cabe apelar, con una inteligencia humana, a un discernimiento definitivo. Es posible que el Diablo pueda hacerlo; los hombres no podemos.

Ante la duda, ¿qué hacer?  Pues obrar con prudencia. Si se sospecha que una o varias formas –  u obleas – pueden ser formas consagradas, hay que hacer todo lo posible por rescatarlas. Y someterlas, con todo respeto, por si acaso, a un proceso bastante simple; por ejemplo, disolverlas en agua. Si dejan de parecer pan, tendremos la seguridad de que ya no es el sacramento de Cristo.

Pero, de la misma manera, ante la sospecha, sin certeza moral, de que las humildes obleas no sean la humilde presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía, no debo ceder sin más a la duda, sino cerciorarme, y tratarlas con el mismo respeto, como si pensase que, realmente, podrían ser formas consagradas.

Pero, sin certeza moral, no me pondría de rodillas ante esas formas. No, ante la promesa de alguien que se presentase como nada fiable.

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19.11.15

La ciudad de Dios

San Agustín esbozó, en su extensa y profunda obra titulada “La ciudad de Dios”, una teología de la historia. De este texto agustiniano ofreció una interesante reflexión José Ferrater Mora en su libro “Cuatro visiones de la historia universal”. “Dos amores – nos dice San Agustín - fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial” (“La ciudad de Dios”, XVII,115).

En buena medida, esta teoría de San Agustín ayudó – así lo reconoce un autor poco sospechoso de pro-catolicismo como Bertrand Russell – a la separación entre Iglesia y Estado. Pero sería precipitado, e inexacto, identificar la ciudad de Dios con la Iglesia y la ciudad terrena con el Estado. La clave está en el objeto del amor o del desamor. Lo esencial es si la ciudad se edifica sobre el egoísmo y el desprecio de Dios o, por el contrario, sobre la solidaridad y el reconocimiento de Dios.

En este mundo, las dos ciudades están mezcladas. “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”. Solo el último juicio podrá separar a unos de otros. San Agustín escribía bajo el impacto sufrido por el saqueo de Roma, en el año 410, por los godos. Los paganos atribuían ese mal al abandono de los dioses antiguos. San Agustín argumenta que no es así; que la culpa del saqueo de Roma no la tenía el cristianismo.

Hoy Europa se siente, no sin razón, amenazada. Algunos comparan el momento que nos toca vivir con la caída de Roma. Una caída no gradual, sino repentina y sangrienta: “Como el Imperio Romano a principios del siglo V, Europa ha dejado que sus defensas se derrumbaran. A medida que aumentaba su riqueza han disminuido su capacidad militar y su fe en sí misma. Se ha vuelto decadente, con sus centros comerciales y sus estadios. Al mismo tiempo, ha abierto las puertas a los extranjeros que codician su riqueza sin renunciar a su fe ancestral”, dice el historiador Niall Ferguson.

Europa tiene que resurgir, que recobrar la fe en sí misma. Y dudo que pueda hacerlo sin recuperar su patria espiritual, que no es otra que el cristianismo, como recordó en Santiago de Compostela San Juan Pablo II el 9 de noviembre de 1982: “Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

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9.11.15

La alcaldesa de Madrid y Nuestra Sra. de la Almudena

Me ha parecido muy adecuada la presencia de la alcaldesa de Madrid en la Misa de Nuestra Señora de la Almudena. Creo que esta señora, doña Manuela Carmena, ha demostrado, con este gesto, al menos tres cosas: inteligencia, sensibilidad y apertura de miras; actitudes muy importantes para poder vivir en sociedad.

En primer lugar, inteligencia, que es la capacidad de entender o comprender la realidad. La realidad de Madrid tiene una historia concreta. De esa historia forma parte la fe de quienes la protagonizaron. Esa historia, para muchos - también hoy - , no es mero recuerdo, sino tradición viva de la que uno se siente partícipe. No solo en el ayer de Madrid, sino también en estos momentos, muchos madrileños participan de la fe, se sienten miembros de la Iglesia y miran, incluso algunos que ya se sienten menos creyentes, a María, la Madre de Jesús, con afecto y simpatía. De todo eso ha tomado nota la alcaldesa.

En segundo lugar, sensibilidad, tacto para acercarse con respeto y aprecio a lo que uno sabe que muchos otros valoran y quieren. No es sensible con los católicos, y con la Iglesia, un gobernante que los ignora, en tanto que católicos. Sí lo es quien, sin necesidad de profesar personalmente la fe, se aproxima con delicadeza a las manifestaciones de esa fe que contribuye al bien común.

En tercer lugar, apertura de mente, transigencia. La alcaldesa ha sabido recoger del patrimonio común de los católicos elementos que pueden ser compartidos por todas las personas de bien. Por ejemplo, se refirió al  respeto al prójimo, que “para los creyentes, es un hijo de Dios y un hermano del alma, del que soy responsable. Y para todos, seamos creyentes o no, es una gran riqueza y una oportunidad para mejorar nuestra ciudad".

Este post no pretende ser una canonización de Manuela Carmena. Ni yo puedo canonizar a nadie ni a nadie se le canoniza en vida. Habrá que criticar a esta alcaldesa, y a todos los políticos, en la medida en que actúen en contra de la ley moral natural y ofendan a Dios, causando daño a los ciudadanos.

Yo, como sacerdote, tendré que callarme en todo aquello que tenga que ver con la lucha de los partidos. La Iglesia, como tal, no pertenece a ningún partido; está por encima de ellos.

Y me reservo el derecho de alabar lo que me parezca loable: La participación de la alcaldesa de Madrid en la renovación del Voto de la Villa a Nuestra Señora de la Almudena me parece loable. Era lo que tenía que hacer y lo ha hecho. Y es loable que uno cumpla con sus obligaciones, sin dejarse paralizar por sectarismos.

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