InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Octubre 2015

30.10.15

Una próxima publicación: “Novena de las Candelas”

Publicar un nuevo libro siempre es, para mí, un motivo de alegría. Significa compartir, con quien desee leerlo, un trabajo, una reflexión, unas horas dedicadas a escribir lo que, gracias a la imprenta, puede llegar a otros.

Ha sido un amigo, párroco de la Parroquia de Santa María de Castrelos, en Vigo, parroquia que tiene una iglesia románica muy bella, el que me ha pedido una “Novena de las Candelas”, porque allí esta fiesta, la de la Presentación del Señor, se celebra con gran solemnidad y con la participación de muchísimos fieles.

Me ha gustado preparar esta novena. Yo sé que la piedad popular no lo es todo. Pero es algo, y algo muy importante, que se puede enriquecer si tratamos de descubrir su  fundamento, si acudimos a la Sagrada Escritura, a la Tradición y a los documentos del magisterio de la Iglesia.

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28.10.15

La izquierda cerril y la terquedad

Cierta izquierda, cerril y laicista, merecería un homenaje a la terquedad. Una especie de monumento público al erre que erre, al bucle infinito, a la pesadez perpetua. Se repite como el ajo, cansa al santo Job, se mantiene firme e inamovible en sus actitudes, aunque se le den todo tipo de razones en contra. Da lo mismo; cierta izquierda cerril va a lo suyo, que es incordiar.

Se podría hacer un catálogo de  la murga cotidiana. Es una molestia similar a un dolor de muelas – en los casos más agudos – o al ruido de fondo de unos mosquitos – en los casos más leves, aunque solo aparentemente leves - . Dan la tabarra. Y no hay insecticida que acabe con ellos – con los mosquitos - .

La izquierda cerril, laicista y pesada – que espero que no sea toda la izquierda – apela a unos tópicos que considera algo así como el santo y seña de una cruzada en la que no cree ni ella, y se mantiene fiel a esos tópicos con el compromiso con el que el brujo – o la bruja – pronuncia su sortilegio.

Para engrosar las filas de la izquierda cerril y pesada no hace falta mucho bagaje cultural. No se necesita, menos aun, seguir una lógica racional. Se necesita repetir, muchas veces, lo mismo.

“Repita conmigo”, le gusta decir a uno de los nuevos chamanes de la izquierda. “Repita conmigo”. Lo de menos es lo que se repita, sino el hecho de repetir. En el fondo, esta izquierda obsoleta conoce bastante bien la pedagogía. Lo suyo es, de todo se aprende, una especie de catecismo, al estilo antiguo – tristemente olvidado – , que hacía, no sin razón, de la repetición de unas respuestas una forma didáctica de fijarlas en la mente y en la memoria.

Lo malo no es el método – repetir, repetir, repetir - . Lo malo es el fondo, la teoría que subyace al método, y los fines que se persiguen.

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26.10.15

Dr. Carson: Aborto y esclavitud

El candidato a las primarias republicanas para la presidencia de EEUU, el neurocirujano Ben Carson, ha esgrimido un argumento sobre el aborto que, a mí, me convence: “Durante la esclavitud, muchos dueños de esclavos pensaron que tenían el derecho de hacer lo que quisieran con esos esclavos. ¿Qué habría pasado si los abolicionistas hubieran dicho: ‘Yo no creo en la esclavitud, creo que es equivocado, pero ustedes hagan los que quieran?’ ”.

Ben Carson es una eminencia en el campo de la cirugía. Pero eso, por sí mismo, no dice nada sobre su coherencia moral o sobre su aptitud como político. Y no voy a entrar en ese debate.

Pero, en el argumento sobre el aborto, le doy la razón. Si uno cree que provocar un aborto es eliminar a un embrión humano; es decir, a un ser humano en sus etapas iniciales – o no tan iniciales - de formación, es inmoral, no tiene sentido que diga: “Bueno, a mí me parece mal, pero si ustedes quieren hacerlo, háganlo”.

No, si a uno le parece mal hacer eso, le parecerá mal que haga lo mismo sea quien sea quien lo haga. Sea por el motivo que sea. Podrá comprenderse, no justificarse, mejor un motivo que otro. Pero si eso, el aborto o la esclavitud, es un mal, no vale decir: “Para mí lo es, pero si ustedes creen que no lo es, les respeto”.

Una persona que esté en contra de la esclavitud, o en contra del aborto, no puede decir: “A mí no me gusta, pero…”.  No puede decir eso. Ha de decir, más bien: “Es intolerable y haré lo posible para que ese abuso se acabe”.

No todo se puede “tolerar”. No todos los males son “tolerables”, algunos, quizá sí. La esclavitud y el aborto no lo son.

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24.10.15

Cierta laicidad y la obsesión de prohibir

Según la Constitución, España es un estado aconfesional; es decir, que, como tal, como conjunto de los órganos de gobierno de un país soberano, el Estado no pertenece o está adscrito a ninguna confesión religiosa. El artículo 16,3 de la Constitución dice: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.

Pero el Estado no lo es todo. Su finalidad es servir a la sociedad. No puede estar, el Estado, por encima de la sociedad. El Estado no tiene que “diseñar” cómo ha de ser la sociedad, sino que ha de preocuparse por atender del mejor modo a la sociedad.

Y, en España, la sociedad es muy variopinta: hay católicos y no católicos, religiosos y no religiosos; ateos, agnósticos, protestantes, musulmanes, judíos… Al Estado no le corresponde más que respetar la libertad religiosa de los ciudadanos, “de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley” (artículo 16,1).

A algunos políticos no les gusta el término “aconfesional” y prefieren el término “laico”. Que vendría a significar, ese término, algo así como “independiente de cualquier organización o confesión religiosa”.

Pero, en la práctica, parece que, en el uso del lenguaje,  para algunos políticos, “independiente” significa “contrario” o, incluso, “hostil”. Ninguna confesión religiosa – no, al menos, la cristiana - les dirá a los políticos qué han de hacer en concreto. Pero algunos políticos que hacen bandera de su carácter laico, sí parecen sentirse investidos de una especial potestad para discernir entre lo que es aceptable y lo que no lo es. Para decirle a la sociedad, en suma, hasta dónde, o hasta dónde no, llegar en el reconocimiento de lo religioso, a pesar de que no corra riesgo el orden público protegido por la ley.

Cierta fiebre “prohibicionista” no es aconfesional ni laica; es simplemente hostil. Prohibir al Rey, a un presidente, ministro, alcalde, o lo que sea, asistir, en calidad de tal, a una celebración religiosa no es un acto de independencia, sino de hostilidad hacia lo religioso.

Las autoridades del Estado, si se hacen presentes en una celebración religiosa, lo hacen no como dueños de los ciudadanos, sino como representantes suyos. Y los ciudadanos religiosos, y entre ellos los católicos, no son ciudadanos de segunda. También sería discriminatorio que la persona que, por su cargo, representa al Estado, tuviese que disimular su pertenencia a una confesión de fe. Como representante del Estado, no tiene ninguna confesión; como persona, puede tener la que quiera. Y el tener una u otra, o ninguna, no puede descalificarle para desempeñar un cargo público.

Es absurdo que un rey supuestamente católico ascienda al trono sin una ceremonia religiosa pública. Entre otras razones, porque, si así se hace, no se respeta la libertad religiosa de la persona llamada a ser rey. Es absurdo que un alcalde no pueda asistir a las fiestas religiosas del pueblo del que es alcalde. Entre otros motivos, también porque los creyentes que celebran esas fiestas son ciudadanos de su Ayuntamiento.

Que el Estado sea aconfesional, o laico, no debería significar que los ciudadanos del Estado que sean religiosos deban ser despreciados, tampoco cuando celebran su fe. La religión, en un Estado aconfesional, o laico, no debe ser vista con desconfianza, como una amenaza, sino ser considerada, al menos, con la misma simpatía que cualquier otra manifestación de la vida social

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21.10.15

Las reformas del Papa Francisco: el aborto

Esta tarde he participado en una mesa redonda, organizada por el Club Faro de Vigo, sobre las reformas del Papa Francisco. Me han pedido que hablase sobre la extensión a todos los sacerdotes de la facultad de absolver del pecado de aborto. Este es el texto de mi intervención:

 

  1. ¿Qué dice sobre el aborto el Papa Francisco?

La Iglesia Católica se remite a Jesucristo, que es su origen, su fundador y su fundamento permanente. Él es el Logos encarnado. El Logos es la Razón y la Palabra. Y esa razón divina, que sostiene y potencia la razón humana, no nos exige nada que sea absurdo o irracional.

Jesucristo pide el cumplimiento de los mandamientos. A un hombre que le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna”, Él le responde. “Ya sabes los mandamientos” (Lc 18,18-20). El no que está al comienzo de alguno de los mandamientos – como el “no matarás” – equivale, en el fondo, a un gran ; un sí a la vida.

El Evangelio es, ante todo, un sí: Un sí de Dios al hombre. Un sí a favor de la verdad, del amor, de la libertad y de la misericordia.

Cuando, siguiendo los mandamientos, la Iglesia previene sobre la maldad del aborto provocado, lo que hace es proclamar la verdad, pero sin usar la verdad como un arma arrojadiza, sino como un instrumento liberador (“la verdad os hará libres”, Jn 8,32) que busca el bien de todos: del niño que ha sido llamado a nacer, de sus padres y de la sociedad en su conjunto.

El Papa Francisco, al igual que todos los papas, ha sido muy claro en sus pronunciamientos sobre el aborto. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium, pide a todos los católicos “cuidar la fragilidad” haciendo frente al vigente modelo “existista” y “privatista”, en el que “no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida” (EG 209).

Entre los débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, “están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo” (EG 213).

El Papa es consciente de que, muchas veces, se ridiculiza la defensa de la vida que hace la Iglesia, tachándola de ideológica, oscurantista y conservadora. “Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano” (EG 213).

Por ello, el Papa advierte: “no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Este no es un asunto sujeto a supuestas reformas o ‘modernizaciones’. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana” (EG 214).

Pero estas nítidas palabras son escritas en un contexto de empatía con las personas que “se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias” (…) ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?” (EG 214).

En la encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la casa común, el Papa se refiere, en varias ocasiones, al aborto, encuadrándolo, asimismo, en la cultura del cuidado de lo frágil. En la naturaleza todo está relacionado y, por ello “tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades” (LS 120).

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