Ébola
Yo no tengo ningún conocimiento en el campo de la medicina, de la microbiología o de las enfermedades infecciosas. Por consiguiente, lo que voy a escribir no pasa de una opinión, de un juicio personal que trato de hacerme según la información de la que dispongo – que está obtenida de los medios de comunicación -.
Cuando supe de la primera repatriación de un misionero infectado del virus pensé: “Mejor así”. Me explico: Mejor recibir a un paciente infectado, sabiendo que está infectado, que enfrentarse, sin saberlo, a una enfermedad desconocida entre nosotros.
Y creo que esta impresión mía es correcta. El mundo está interconectado. España, por otra parte, está muy cerca de África. Lo que pueda afectar a los ciudadanos de Liberia o de Sierra Leona puede afectarnos a nosotros, ya que las personas viajan de un lugar a otro.
No hubo, que se sepa, problemas con esa primera repatriación. El paciente murió pronto pero, que sepamos, nadie se contagió. Parecía mínimamente creíble que, pese a todo, pese a ciertas prisas, las cosas habían ido razonablemente bien. Y, sin duda, esa experiencia directa de atender a un enfermo de ébola supondría un bagaje importante para los médicos y sanitarios de España de cara a atender posibles – y probables – nuevos casos.
Con la segunda repatriación cabría, en principio, ser un poco más optimistas. No se partía de cero. Se contaba ya con una primera experiencia real. Sin embargo, sea por lo que sea, en esta segunda vez algunas cosas han fallado.