¿Censurar la palabra de Dios?

Me he quedado con los ojos como platos al leer una de las “cartas al director” publicada, recientemente, por el “Faro de Vigo”. Quien la escribe, una señora que se define como católica practicante, propone, ni más ni menos, que se censure – en la misma Iglesia - la palabra de Dios, ya que la Sagrada Escritura, en cuando texto inspirado, es palabra divina y humana; palabra divina en palabra humana.

 

La verdad es que la carta de esa señora me ha despistado mucho. Parece que le ofende un texto de la Carta a los Colosenses de San Pablo: “Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas” (Col 3,18-19).

 

No se puede considerar este texto como ofensivo. Simplemente, se impone una mínima hermenéutica – un mínimo esfuerzo de interpretación - . San Pablo, en ese texto, no dicta cómo han de ser las relaciones sociales. Se remite a las costumbres vigentes en ese momento, a lo que era comúnmente aceptado. Pero, sobre esa común aceptación, no silencia la novedad cristiana: la referencia a Cristo y la insistencia en la reciprocidad de los deberes. Y esa insistencia sí resultaba novedosa.

 

Algo similar dice San Pablo sobre los amos y los esclavos. No está defendiendo el apóstol que haya amos y esclavos – eso estaba así establecido en la cultura de la época -. San Pablo introduce una novedad aparentemente inofensiva pero, en el fondo, revolucionaria: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor, y no a los hombres” (Col 3, 23).  Y, asimismo, dice: “Amos, tratad a los esclavos con justicia y equidad, sabiendo que también vosotros tenéis un amo en el cielo” (Col 4,1).

 

Lo novedoso es la reciprocidad. Hoy, que – teóricamente – no hay amos ni esclavos, la damos por hecho, la reciprocidad. Como damos por hecho que la mujer es igual, en cuanto a derechos, al varón. Pero en el siglo primero no era así. Y San Pablo, en un caso y en otro, apunta hacia una dirección, entonces desconocida, que deriva del Evangelio.

 

También se queja esta señora de otro pasaje neotestamentario, Efesios 5, 21-25: “Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia”.

 

No basta con análisis filológicos de los textos. Es necesaria la hermenéutica – la actualización del texto - . Lo que llama la atención es, análogamente, el deber de la reciprocidad, de la correspondencia, entre el esposo y la esposa que se compara- ¡nada menos! - que con el amor de Cristo a la Iglesia.

 

Los textos de la Escritura que, en un primer momento, nos puedan parecer incómodos no deben ser borrados – eso es censura, y si ese afán de reprobación se extendiese, podríamos suprimir páginas y páginas de la Biblia - .

 

Si algo nos choca, si algo nos sorprende, busquemos interpretarlo correctamente, en armonía con el conjunto de la revelación y con lo que puede dictar la razón humana. Y no en conformidad con los propios caprichos y prejuicios.

Bueno, y ya de paso, conviene decir que los “Leccionarios”, los libros litúrgicos que reglamentan los pasajes bíblicos que se proclaman en la Liturgia, son aprobados por la Santa Sede. ¡A ver si alguien cree que depende, esa selección, del párroco local!

 

Guillermo Juan Morado.

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