¿Nos toman el pelo?
En un ensayo muy interesante, recogido en el volumen “Fe, verdad y tolerancia” (Salamanca 2005), J. Ratzinger comenta la opinión de Wittgenstein según la cual la religión carecería de valor de verdad, ya que las proposiciones religiosas no se parecen a las proposiciones de las ciencias naturales. La fe religiosa sería algo así como el enamoramiento y no, propiamente, una convicción de que algo sea verdadero o falso.
Agudamente señala Ratzinger la consonancia de esta idea con las tesis de Bultmann: “creer en un solo Dios que sea el Creador del cielo y de la tierra no significa creer que Dios haya creado ‘realmente’ el cielo y la tierra, sino únicamente que uno se entiende a sí mismo como criatura y que, de este modo, vive una vida más significativa”, glosa Ratzinger.
Y añade: “Ideas parecidas se han venido difundiendo entretanto en la teología católica, y pueden escucharse más o menos claramente en la predicación. Los fieles lo experimentan y se preguntan si no se les estará tomando el pelo”.
Tiene razón. Recuerdo, a este respecto, una anécdota vivida hace ya bastantes años. Salíamos de una conferencia sobre un tema bíblico. Una conferencia muy ilustrada, impartida por un experto. Una conferencia, también, supuestamente “desmitificadora” y, sin duda, en el fondo bultmanniana. Unas señoras, creo que eran religiosas, comentaban al salir: “Tiene razón el conferenciante. Nos han tenido toda la vida engañadas”.
Curiosamente, las “certezas” acumuladas durante años – certezas se ve que no bien fundamentadas – se convertían en “engaños” por arte del prestigio de un título de especialista en “Ciencias Bíblicas”. Si esto sucede tras una conferencia, más y peor puede suceder tras una predicación con ínfulas “desmitificadoras”. El paciente fiel que la haya escuchado puede salir pensando, no solo que lo han tenido engañado durante años, sino que siguen queriendo tomarle el pelo. Y a nadie le gusta que le tomen el pelo.
El cristianismo no necesita desmitificación – o desmitologización – alguna. El cristianismo no es un mito. No es una narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico. Es, como decía Newman, una historia sobrenatural casi escenificada. Historia y sobrenatural. Ambas cosas. Ambas en plena armonía con la lógica de la Encarnación de un Dios que, sin dejar de serlo, se hace hombre.
El cristianismo no repudia la razón, ni la hermenéutica de los textos, ni la búsqueda de la inteligibilidad de la fe. Pero si no repudia, sino que exige todo eso, es porque el Cristianismo se concibe y se presenta como verdad.
Sí. Como verdad. No como un cuento bello y piadoso, sino como algo que realmente existe y acontece. Para poder encontrar en los acontecimientos, en los hechos, su dimensión sobrenatural – su fondo, por decirlo así – se hace necesaria la fe. Y nada puede sustituir a la fe.
Podemos ser creyentes o ateos. Cristianos o paganos. Pero conviene poner las cartas sobre la mesa, sin jugar a un absurdo juego de la confusión. A los cristianos se nos pide cada día más formarnos bien – y tenemos a mano la Sagrada Escritura, el “Catecismo de la Iglesia Católica”, y muchos y buenos libros de teología - .
A los “desmitificadores”, a quienes crean que el cristianismo es solo un bello relato que, supuestamente, nos ayuda a ser más solidarios y mejores, se les pide una única cosa: honradez. Si eso creen, que eso digan, sin ampararse en su condición de “teólogos”, de “sacerdotes” o de “monjas” – con o sin “liderazgo emergente” - .
Da la sensación, a veces, de que algunos “expertos en la fe” ya no tienen fe. Parece sucederles algo similar a lo que le pasaba a C. Aurelius Cotta, “pontifex maximus” que, en público, profesaba la religión pagana de aquel entonces, pero que, en privado, se dejaba llevar por el temor de que los dioses no existiesen en absoluto.
Bueno, lo de ciertos “expertos en la fe” es peor que lo del dubitativo “pontifex”. No solo lo piensan en privado, sino que lo dicen en público también. Encima con el aire profético del iluminado, del racional, que condesciende a liberar de las tinieblas a los simples e ignorantes creyentes.
Quieren tomarnos el pelo, sí. Pero es responsabilidad de cada cual no dejarse burlar. Es importante asimismo estar atentos a las orientaciones del papa y de los obispos.
Guillermo Juan Morado.
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