Había estado (XII). Escrito por Norberto

Loukás Hypokraticus Antioquiensis ietèr kakôn (médico de las enfermedades), kheirourgein (cirujano) así rezaba en la tablilla que colgaba en la puerta de la casa del titular, sita en el arrabal sur, en una loma cabe el río Phyrminus, cerca del gran aljibe, a mitad de camino de la cresta de un cerro del monte Silpius; accesible por una vereda que podía transitarse a pié, casi equidistante del barrio judío – de donde procedían buena parte de sus clientes – y de la necrópolis, detalle importante para un médico de la época, ya que la pronta evacuación de cadáveres, por motivo preventivo, era una medida harto repetida, muy a su pesar.

Siendo un niño, apenas 4 años, observaba la práctica de la medicina popular, así como los antioquenos guardaban en el apoteke (botica) de sus casas para remediar las afecciones más comunes; preguntaba, se interesaba y probaba, también se interrogaba sobre la causa y origen de las dolencias y enfermedades. Siendo un zagal -7 años- probó, improvisadamente, un ungüento sobre una oveja herida y preñada recuperándola para que pudiera alumbrar el cordero que llevaba en sus entrañas, sugiriendo al pastor que impidiera a las ovejas comer de ciertos arbustos.

A su edad, 32 años, había recorrido el Mediterráneo, pagándose sus estudios con el trabajo de sanador, en busca de formación médica, así estuvo en Kos en la Escuela de Hypócrates, de la que poco quedaba, al menos conoció la obra de Aulus Cornelius Celsus, que le persuadió de ir a Roma, conocer al autor y formarse en dieta, farmacia, cirugía y temas relacionados, con los seguidores de Asclepíades se formo en cirugía y odontología.

Había conseguido cierta fama entre sus colegas, sin embargo cuando solicitó su adscripción al cupo médico, pese a contar con el apoyo del Questor Salutis – había operado de amígdalitis a su hijo mayor cuando se consumía por la fiebre y peligraba su vida - obtuvo la negativa por respuesta: era extranjero, era muy bueno como médico, méritos/deméritos para una casta como la médica romana.

Si por algo estaba complacido de su estancia en el Askepleion de Kos – frente a la decepción por la decadente Escuela – era por el juramento hipocrático que tenía esculpido en mármol en una placa embutida en el muro, sita en el lado opuesto de la tablilla, así todo solicitante de sus servicio sabía qué podía esperar de él: si alguno sugería cierta extralimitación, la negativa y el fin de la conversación eran inmediatos.

El texto decía así:

“Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higea y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente ombligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia.

Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si lo necesitaren; trataré a sus hijos como a mis hermanos y si quieren aprender la ciencia, se la enseñaré desinteresadamente y sin ningún género de recompensa.

Instruiré con preceptos, lecciones orales y demás modos de enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los discípulos que se me unan bajo el convenio y juramento que determine la ley médica, y a nadie más.

Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia. No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante; me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos.

Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No ejecutaré la talla, dejando tal operación a los que se dedican a practicarla.

En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o esclavos.

Guardaré secreto sobre lo que oiga y vea en la sociedad por razón de mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, sea o no del dominio de mi profesión, considerando como un deber el ser discreto en tales casos.

Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria.”

Esos eran sus principios, a ellos había dedicado su vida y consagrado su existencia.

Norberto.

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