Hombre mortal y Señor de la vida

Homilía para el V Domingo de Cuaresma (Ciclo A)

El Señor se presenta a sí mismo como la resurrección y la vida (Jn 11,25). Él es la fuente de la vida que se otorga al hombre para vivir para siempre. Jesús comunica la vida que Él mismo posee y de la que dispone (cf Jn 5,26). Una vida que anula la muerte, superándola por medio de la resurrección. En el milagro de la resurrección de Lázaro se anticipa el gran signo de esperanza para todos nosotros: la propia Resurrección de Jesús, principio y fuente de nuestra resurrección futura.

“Para la comunidad cristiana – enseña Benedicto XVI - es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él”.

Gracias al Espíritu Santo, que nos une a Cristo, la vida cristiana en la tierra es ya una participación en la muerte y en la Resurrección del Señor (cf Rom 8.8-11). Esta participación no se interrumpe con la muerte, ya que “si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este ‘morir con Cristo’ y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor” (Catecismo 1010).

Desde esta perspectiva, la muerte cambia por completo de significado. Cristo, asumiéndola en un acto de total obediencia a la voluntad del Padre, transformó la maldición de la muerte en bendición, venciendo ese último enemigo, esa postrera consecuencia del pecado.

A la luz de la muerte y de la Resurrección del Señor nuestra mirada se abre al sentido definitivo de la existencia. La última palabra la tiene Dios, que no permite que su designio creador se vea abocado al fracaso por la infidelidad de los hombres. No es un Dios de muertos sino de vivos (Mc 12,27) y “en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús” (Catecismo 997).

Nuestra existencia personal, la historia y el universo en su conjunto no están condenados a un sepulcro sin futuro, sino que tienen en Cristo su mañana: “El Señor es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones […] Vivificados y reunidos en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que coincide plenamente con el designio de su amor: Restaurar en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (GS 45).

Como decía San Agustín, “la Resurrección de Cristo es nuestra esperanza”; nos introduce en un nuevo futuro, en el triunfo de Dios sobre el mal y la muerte. Tocamos así el verdadero eje de nuestra fe: “La fe en Cristo crucificado y resucitado es el corazón de todo el mensaje evangélico, el núcleo central de nuestro Credo” (Benedicto XVI).

Que en la celebración de la Santa Misa experimentemos la clemencia del Señor que se extiende a todos los hombres; la compasión de Cristo, “hombre mortal como nosotros, que lloró a su amigo Lázaro, y Dios y Señor de la vida, que lo levantó del sepulcro”.

Guillermo Juan Morado.

5 comentarios

  
Yolanda
Nuestra existencia personal, la historia y el universo en su conjunto no están condenados a un sepulcro sin futuro, sino que tienen en Cristo su mañana
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Es imposible que este mundo se sienta y se viva igual, con la misma paz y confianza, por parte de quienes tenemos esa certeza y esa esperanza, que por parte de quienes se creen abocados a la aniquilación total y no tiene otro horizonte que los breves años que preceden al sepulcro.
09/04/11 2:13 PM
  
Nerea
Siempre me ha llamado la tención momentos como este,personamente me he sentido identificada con Marta ante la perdida de un hermano y luego de otro, una cuando era más pequeña y otra cuando ya había terminado la carrera, quieras o no de pequeña o de mayor te haces la misma pregunta,pero esta parte del evangelio te llena de fe y esperanza y sabes que Jesús escucha tu voz de una manera u otra,así ahora cuando vemos tanto dolor en el mundo él está contigo,consolando, llorando contigo, por eso Benedicto XVI en su primer libro de Jesús de Nazareth nos habla de las bienaventuranzas, ¡Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados! la gracia de su amor no nos deja en el sepulcro,clama al Padre y en oración y nos devuelve la vida,hoy y ahora.

Gracias Don Guillermo por este hermoso pasaje del Evangelio









09/04/11 7:25 PM
  
Fredense
Profunda homilía, Páter. Muchas gracias. Este Evangelio está efectivamente lleno de esperanza.

Ánimo, Nerea, tus hermanos ya te han precedido en el cielo, donde esperamos encontrarnos todos.

Un saludo muy cordial.
09/04/11 11:00 PM
  
Guillermo Juan Morado
Gracias, Yolanda, Nerea y Fredense.


La verdad es que la liturgia de la palabra de la Cuaresma es muy densa...

09/04/11 11:05 PM
  
Carolina
Cada uno de nosotros somos obra de Dios. Él es Vida y nos ha dado la vida. Nuestra respiración es fruto del soplo divino; nuestra vida, pues, es de Dios. Vivir es acoger, aceptar ese aliento, esa respiración divina . Nuestra vida es un camino donde alternan tramos de luz y tramos oscuros y fríos-como los sepulcros-. Precisamente, este es nuestro mayor miedo, el tramo oscuro-la sequedad de espíritu, la enfermedad y sobre todo la muerte, la incertidumbre de lo incierto-.
Sólo nuestra confianza en Cristo que es “no es un Dios de muertos, sino de vivos”, nos sumerge en la esperanza de la Resurrección, venciendo la muerte. Sólo se necesita, como Marta creer en Aquél que es la Resurrección y la Vida.”La fe nos pide una sobria ebriedad, una alegría serena que brota de la vecindad de Dios, el origen y la meta de lo que somos, el sentido del mundo, la razón de ser de todos, está cerca.”La humanidad de Dios
Si el Padre es la Resurrección, del Hijo brotan lágrimas, sollozos, se conmueve como humano y por tanto, sensible que es ante la muerte de un amigo. “En Jesucristo, Dios invisible, se hace, de algún modo, visible, para manifestar su bondad.”La humanidad de Dios
Por otra parte, el Espíritu Santo “que crea la sintonía adecuada para que nosotros podamos escuchar a Dios y podamos hablarle” - nos libra de la muerte espiritual, nos saca del sepulcro, de las tinieblas.
Por ello, ante la muerte de un ser querido, el saber que Dios comparte nuestras lágrimas, nuestro sufrimiento, es el mejor consuelo.”Esta certeza de la veracidad de la Resurrección engendra la esperanza. Una esperanza que se deposita en la misericordia de Dios y en el anhelo de participar de su victoria.”La humanidad de Dios
11/04/11 11:39 AM

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