Acerca del Nominalismo
Habíamos prometido un quinto “post” sobre la moción divina de la voluntad humana y cómo se puede conciliar con el libre albedrío, pero nos parece más urgente por ahora el tema que vamos a tratar aquí, si bien esperamos cumplir con aquella promesa en breve.
En el primer “post” decíamos que el conflicto filosófico fundamental en la época moderna es el conflicto entre realismo e idealismo, pero también apuntábamos que la raíz del conflicto está en la mentalidad nominalista que se va imponiendo gradualmente a partir del siglo XIV en la cultura occidental.
El primer problema con el nominalismo es que no parece muy claro en qué consiste. Hay muchas definiciones del nominalismo, y parece que eso se debe a la propia inconsistencia interna de semejante postura filosófica.
Lo esencial del nominalismo va a ser siempre la negación de la realidad de lo universal y lo común a muchos individuos. Es decir, según el nominalismo, existen solamente los individuos singulares, lo común, lo universal, no existen fuera de nuestra mente.
Eso se dice fácil, pero resulta que después es difícil encontrarle un sentido coherente. En primer lugar, ¿no hay nada en común, en la realidad de las cosas, entre los diversos individuos? Por ejemplo, si Pedro y Juan son en la realidad hombres ¿no es que tienen en común algo que los hace ser hombres? ¿O será que Pedro y Juan no son, en la realidad, “hombres” los dos?
En segundo lugar, ¿no tenemos conceptos universales, es decir, que signifiquen, justamente, lo común a varios individuos reales o posibles? Aquí las respuestas nominalistas pueden variar. El “nominalismo” propiamente dicho afirma que sólo hay “nombres”, es decir, palabras. No hay conceptos. Efectivamente, niega que existan conceptos universales aún en nuestra mente.
¿Cómo se puede sostener algo así? Si sólo tenemos palabras, entonces sólo tenemos cosas como “man”, “homme”, “hombre”, “uomo”, etc. ¿Cómo es posible entonces la traducción de un idioma a otro? ¿Qué tienen en común “man” y “uomo” o “hombre”?
La palabra, además, ¿la hace el sonido, o la hace el significado unido convencionalmente al sonido? No es que el significado sea convencional, sino que es convencional que el significado vaya unido a ese sonido particular. Y el significado ¿qué es, sino el concepto? Ese concepto que es el mismo para los ingleses, los españoles y los italianos, y por eso es posible la traducción entre esos idiomas.
Claro, hay nominalistas que niegan que sea posible en realidad la traducción. Un poema en francés sólo es ese poema, en francés, no en castellano o en chino. Las editoriales que venden, por lo tanto, una novela llamada “El Señor de los Anillos”, como escrita por un tal Tolkien, cometen fraude. En efecto, Tolkien no escribió “El Señor de los Anillos”, sino “The Lord of the Rings”.
Obviamente que eso, si es más coherente con el nominalismo, es también más insostenible. En todo caso habrá que distinguir en una obra literaria entre el elemento conceptual, justamente, y el elemento sensible, que tiene que ver con el sonido de las palabras, etc.. El primero es independiente de los idiomas, el segundo no lo es. Por eso, sin duda, es mejor leer “The Lord of the Rings” que leer “El Señor de los Anillos”, pero tampoco vamos a decir que el que lee este último título queda totalmente ayuno respecto del primero.
Pensemos además en el milagro sobrenatural que sería el comercio internacional si no fuese posible la traducción y si solamente tuviésemos por un lado, “bread”, y por otro, “pan”, por ejemplo.
Por eso, hay una variante del nominalismo que no es nominalista, curiosamente, sino “conceptualista”: tenemos, sí, conceptos universales, pero no les corresponde nada del lado de la realidad independiente de nuestro pensamiento.
Claro, tampoco es tan así. Algo les corresponde del lado de la realidad: los individuos singulares que son lo único que existe. Y ahí comienza de nuevo el problema ¿qué relación hay entre los conceptos universales y los individuos singulares? Una respuesta muy común es que los conceptos universales significan las “semejanzas” que hay entre los individuos.
Pero ¿puede haber alguna “semejanza” entre dos individuos si éstos no tienen, en la realidad de las cosas, nada común entre sí, como enseña la tesis nominalista principal? Por ejemplo, el Concorde y un pelícano están ambos incluidos en el concepto de “cosa que vuela”. ¿Eso es porque hay algo en la realidad de cada uno de ellos que es lo mismo para ambos, o no?
Uno diría que lo que los afecta, determina, y caracteriza realmente a los dos es la capacidad de desplazarse por el aire sin ningún sostén material fuera del aire mismo. Afirmaría además que esa capacidad la tienen realmente, no sólo en nuestro pensamiento, y que la tienen ambos, y que por tanto, es una cualidad real común a los dos. Lo cual es la muerte del nominalismo.
Otros parecen querer escapar de esta conclusión diciendo que los conceptos tienen extensión, pero no tienen comprensión. La “extensión” es la amplitud del concepto en cuanto a la cantidad de casos en que se realiza, la “comprensión” es la amplitud del concepto en cuanto a las notas que lo integran. Por ejemplo, “argentino” es integrante de la extensión de “hombre”, mientras que “mamífero” es integrante de su comprensión.
Pues bien, estos nominalistas dicen que el único referente real del concepto “hombre” es el conjunto de individuos a los que se aplica válidamente ese concepto, o sea, la “extensión” del concepto. La “comprensión” del concepto (animal racional mamífero bípedo implume, como decía Platón, etc.), nuevamente, o no existe ni siquiera en nuestra mente, o existe sólo en nuestra mente, en todo caso, no existe en la realidad, independientemente de nuestra mente.
Queda en pie por tanto la tesis nominalista principal: sólo existen los individuos, y no existe lo común a varios individuos. Pero ¿a qué precio? ¿Qué es lo que determina que un individuo determinado pertenezca o no pertenezca a la extensión de “hombre”? ¿No es acaso la comprensión de ese concepto, es decir, no es cierto que para poder pensar siquiera en una “extensión” de un concepto, tengo que tener la comprensión de ese concepto, para poder ver a qué cosas se aplica y a que cosas no?
Y por otra parte, ¿diremos entonces que “hombre” significa “el conjunto de los individuos A, B, C,”, etc.? ¿Entonces cuando decimos que “Pedro es hombre”, estamos diciendo que Pedro es “el conjunto de los individuos A, B, C, Juan, Pedro,”, etc.?
Por tanto, si los conceptos son “universales”, es porque significan, precisamente, lo común a varios individuos. Luego, si no hay nada común a varios individuos en la realidad de las cosas, los conceptos no se aplican a los individuos reales. Por tanto, cuando decimos que “Juan es hombre”, o bien estamos diciendo siempre algo falso, o bien, no estamos hablando del Juan real, sino de “otro Juan” que existe sólo en nuestra mente.
Y por ahí vemos cómo el nominalismo lleva lógicamente al idealismo. En efecto, si, como dice el nominalismo, lo universal no existe independientemente de nuestra mente, y por otra parte, nuestra inteligencia conoce las cosas como universales, en la medida en que conoce por conceptos, y que todo concepto es necesariamente universal (“hombre” significa lo común a todos los hombres, e “individuo” significa lo común a todos los individuos como tales, etc.), entonces, nuestra inteligencia no conoce nada que sea independiente de ella, sino que sólo conoce sus propias modificaciones, lo cual es la tesis idealista.
Eso quiere decir que en buena medida al menos Descartes, y mucho más, Kant, es un resultado de Ockham.
Pero aún en el idealismo, la dificultad propia del nominalismo sigue en pie. Por más subjetivos que sean, no sólo los conceptos, sino también las percepciones sensibles que nos dan a conocer sensiblemente los individuos singulares (para Kant, en efecto, son el resultado de la aplicación de nuestras formas “a priori”, al menos, las de espacio y tiempo, y por tanto, ya no podemos decir que esos individuos existan “en sí”, independientemente de nosotros), resulta que el universal no es universal si no significa lo común a varios individuos singulares.
Ahora bien, el argumento nominalista principal fue siempre que es imposible que lo uno sea al mismo tiempo múltiple. Es decir, es imposible que una característica sea la misma, si existe en varios casos distintos. Lo múltiple es lo que no es uno, y es absurdo que la misma característica o propiedad sea a la vez una y no una, dice el nominalista.
Por tanto, no importa si lo uno del concepto y lo múltiple de los individuos dados en la sensación son independientes o no de nuestra mente: el caso es que no pueden los conceptos significar lo común a varios individuos, según el nominalismo, y entonces, no puede haber, simplemente, conceptos. Al final, el nominalismo tiene que volver a su significado etimológico: sólo hay nombres, palabras, o sea, no se puede pensar, no se puede hablar, no se puede escribir, no hay nada.
En definitiva, el nominalismo lleva al empirismo. No hay conocimiento más allá de lo que nos dan los sentidos, cuyo objeto es lo singular y lo individual. Lo universal no existe, no hay esencias de las cosas, el “ser” es una mera palabra y la metafísica no es posible como ciencia. La razón no puede demostrar la existencia de Dios, que sólo por fe se puede conocer: fideísmo. Demás está señalar que ésa es la filosofía más extendida en nuestro tiempo en Occidente, y gracias a Occidente, se difunde además en todo el mundo.
Como siempre, la solución sale del planteo riguroso del problema, y como parece ser el caso repetidamente, la encontró Aristóteles. Hizo, como de costumbre, una distinción: dentro del concepto universal, distinguió, por un lado, el contenido del concepto y, por otro lado, el estado de universalidad y abstracción de ese contenido. Lo primero dijo, se da también en la realidad, independientemente de nosotros. Lo segundo, no, sino que sólo se da en nuestra mente. Lo cual quiere decir, que en la realidad de las cosas, el contenido del concepto se da de otra manera, en otro estado, a saber, singularizado en cada individuo. Y por tanto, multiplicado, pluralizado.
Esto tiene que ver con la teoría aristotélica de la materia y la forma, o sea, el hilemorfismo. Las cosas corpóreas son compuestos de materia y forma, la materia es el elemento potencial, indeterminado, que es determinado por la forma (la cual no es necesariamente la “figura”, sino el núcleo fuerte, determinante, del ser de algo), y así, tanto un caballo como un perro son “materiales”, pero una es materia de caballo, y otra de perro, por la diferente forma sustancial que determina en cada caso a esas materias distintas.
Ahora bien, la materia tiene necesariamente un accidente en particular, llamado “cantidad”, que tiene como característica suya la “extensión”, es decir, el determinar que las cosas afectadas por ese accidente tengan “partes fuera de las partes”, como un pizarrón o un edificio. Y una consecuencia de eso es que las cosas son ubicables en el espacio y en el tiempo, y por tanto, distinguibles entre sí: A está aquí a las 13:00, B está allá a la misma hora, luego, A y B son distintos.
Por tanto, al ser determinada y actualizada por la forma para ser materia de caballo, por ejemplo, y no de perro, la materia, “signata quantitate”, es decir, determinada por la cantidad, hace a su vez que la forma sea forma de este caballo y no de aquel otro caballo. Es decir, la materia “signata quantitate” es, en Aristóteles, y en Santo Tomás, que asume la filosofía de Aristóteles en su pensamiento, el principio de individuación de los seres materiales.
Y he aquí la cuestión: abstraer los conceptos de la experiencia sensible es, para nuestra inteligencia, despojarlos justamente de la materia, en diversos grados, pero prescindiendo siempre precisamente de la “signación” de la cantidad que hace la individuación. A diferencia de los sentidos, que captan el individuo singular y por tanto no abstraen de la materia “signata”, la inteligencia sí abstrae de ella, y por eso, conoce las esencias de las cosas “en universal”, es decir, según lo que es común, solamente, a los diversos individuos, y no según lo que los distingue unos de otros.
Y al hacerlo, por eso mismo, “unifica” en un solo concepto lo que en realidad estaba, como dijimos, multiplicado y pluralizado en varios individuos distintos unos de otros.
De ahí la respuesta a la dificultad nominalista: es imposible que lo uno sea al mismo tiempo no uno. Se responde distinguiendo: es imposible que lo sea al mismo tiempo y en el mismo sentido: se concede. Es imposible que lo sea al mismo tiempo pero en sentidos distintos: se niega. En efecto, el contenido pensado en el concepto es uno en sí mismo considerado, es múltiple en los diversos estados en que puede existir. No hay por tanto contradicción.
Pensemos en una carretera en la que hay veinte carteles, a algunas cuadras unos de otros, que dicen, con perdón, “Tome Coca Cola”. Ese mensaje ¿es uno o es múltiple? ¿Es uno o es no uno? Obviamente, es uno en cuanto a su contenido, es no uno, en cuanto a las diversas realizaciones de ese contenido.
Ahora supongamos que uno de esos carteles es un cartel inmaterial, como son los conceptos en nuestra inteligencia. En el cual por tanto se ha hecho abstracción de la materia “signata quantitate”, principio de individuación. Han desaparecido por tanto todas las cosas que son particulares de algún cartel, y hasta las letras, y ha quedado solamente el mensaje, que lo expresamos en castellano solamente porque lo tenemos que comunicar a lectores de ese idioma: “Tome Coca Cola”.
Ese cartel inmaterial es uno solo, y ese mensaje inmaterial es uno solo, pero contiene eso mismo que está diversificado y multiplicado en los demás carteles materiales. Y no hay en ello contradicción alguna. Demás está decir que a esta altura, ese cartel inmaterial se nos ha convertido en un concepto universal, es decir, eso que está en nuestra mente y que hace posible justamente que nos demos cuenta de que el mensaje es el mismo en todos esos carteles.
Obviamente, a partir de aquí ya podemos ver que hay una relación entre nominalismo por un lado, y materialismo o empirismo por el otro. El conocimiento intelectual no se comprende fuera de la inmaterialidad del concepto.
Precisamente, la táctica argumentativa nominalista de siempre, al menos después de Aristóteles, fue ignorar cuidadosamente la solución aristotélica, que la tradición ha bautizado con el nombre de “realismo moderado”, porque sostiene la realidad extramental solamente del contenido de los universales, no de su misma universalidad y abstracción.
Por el contrario, el juego preferido de los nominalistas tiene solamente dos participantes. Uno de ellos es el nominalista, y el otro, el “realista exagerado”, es decir, el platónico, que no hace la distinción que hizo Aristóteles, y sostiene por tanto que también lo universal se da como tal, como universal y abstracto, por tanto, fuera de la mente.
De ahí salen las Ideas platónicas, situadas en un mundo superior a este mundo material, cambiante, individualizado y múltiple; en el Hiperuranio o cielo de las verdaderas realidades y los verdaderos seres, que eso son las Ideas de Platón y no alguna cualidad de nuestra mente a nivel psicológico. Allí existe el Hombre en sí, que es uno solo, y el Caballo en sí, que es también uno solo, etc. Los muchos hombres y los muchos caballos de este bajo mundo son sólo participaciones, sombras, imitaciones, de esas auténticas realidades.
El juego mencionado es sencillo, pero se ve que a los nominalistas los ha apasionado a lo largo de los siglos, y los sigue apasionando. Consiste simplemente en que el nominalista le señala al realista exagerado que tales “Ideas” no pueden existir, por las muchas contradicciones que implica que lo universal y abstracto como tal tenga existencia fuera de la mente.
Por ejemplo, la esencia universal o esta toda en cada individuo de esa especie, o repartida entre ellos, una parte solamente en cada uno. En el segundo caso, es claro que no es puede decir que Pedro sea hombre porque tiene solamente una parte de la naturaleza humana, de la Idea del hombre, por ejemplo, la animalidad; con eso no se distingue todavía de un perro o de un mono. En el primer caso, resulta entonces que habrá tantas Ideas como individuos, y esto contradice la tesis del platónico, que decía que cada Idea era única en su especie.
El juego llega a su culminación cuando el nominalista extrae triunfante su conclusión: por tanto, sólo puede ser verdadero el nominalismo. Como se ve, es un juego inocente, propio de personas de gustos sencillos.
Como decíamos, el quid de esta diversión está en no recordar que además del realismo exagerado platónico está el realismo moderado aristotélico. El cual respondería así a la dificultad planteada: Sí, la Idea, es decir, la esencia de la cosa, está toda en cada uno de los individuos de la especie. No, eso no lleva a contradicción alguna, porque la Idea, es decir, el concepto, es uno solamente en nuestra mente, gracias a la abstracción; es múltiple en las cosas, gracias a la individuación hecha por la materia, “signata quantitate”. Sí, sigue siendo igualmente el mismo objeto de conocimiento, en nuestra mente y en las cosas, porque la diversidad está en el modo de existencia de ese contenido, y no en el contenido mismo: “Tome Coca Cola”.
Con lo cual nos evitamos tener que reconocer que no se puede pensar ni hablar ni escribir y que no hay nada, por un lado, y por otro lado, evitamos también tener que aceptar que un día de éstos pueden presentarnos al “Hombre en sí” en alguna reunión social. Y lo más importante de todo, podemos pensar y conocer la realidad sin contradicciones.
Como decíamos, Santo Tomás bautizó la filosofía aristotélica, y por tanto, pudo responder en forma satisfactoria a la gran controversia del nominalismo que se desarrolló en el siglo anterior al suyo, el XII, en la Cristiandad medieval. Pero antes de Santo Tomás estuvo San Agustín, y San Agustín bautizó por su parte la filosofía platónica. Y el bautismo tiene una virtud tan maravillosa, que así se pudieron reconciliar, finalmente, esas dos filosofías, en lo que tienen de verdadero, en la mente prodigiosa del Buey Mudo, que así le decían al Aquinate sus condiscípulos.
Porque Santo Tomás finalmente, bajo la guía de San Agustín, hizo justicia a la verdad que por supuesto tiene que haber en una filosofía tan poderosa y cautivante como el platonismo. Ya San Agustín y otros Padres de la Iglesia, precedidos en esto por algunos pensadores judíos, había hecho el gesto fundamental: afirmar que las Ideas platónicas están en la mente del Dios Creador de la Biblia.
El detalle fundamental es que con eso dejaban de ser abstracciones reales, cosa contradictoria, y se convertían en lo más concreto e individual que puede existir, pues por la simplicidad divina, se identifican realmente con el mismo Dios, y se distinguen entre sí, dice Santo Tomás, solamente con distinción de razón fundada, eso sí, en la realidad divina, que es exhuberancia inefable de todas las perfecciones del ser en grado eminente.
A partir de ahí, pudo San Agustín explicar la creación cristiana en términos de participación platónica, con la ventaja de que este mundo no tiene porqué ser pensado como una sombra, pues es propio del Creador dar el ser, y no una apariencia de ser solamente, a las creaturas. Y Santo Tomás reforzó más todavía esa tesis creacionista, con su doctrina del “acto de ser”, que es más profundo que la misma forma, y es “la actualidad de todos los actos y la perfección de todas las perfecciones”, en cada cosa creada, como participación del Acto de Ser Subsistente, que es Dios.
Por tanto, fueron felices y comieron perdices, hasta que apareció el nominalismo en el siglo XIV, con Ockham, y todo se vino abajo, es decir, vino la modernidad. Pero, preguntará alguien ¿cómo pudo rebrotar el nominalismo luego de haber sido vencido en forma tan luminosa y contundente? Bueno, no hay que olvidar que estamos en la parte de la historia posterior al pecado original, y que hubo además muchas causas históricas, como la peste negra, etc. Pero un actor principal de esa tragedia, entre Santo Tomás y Ockham, a fines del siglo XIII y comienzo del XIV, fue nada menos que el Beato Juan Duns Escoto, que ore por nosotros. Claro que eso sólo puede ser tratado en otro “post”.
30 comentarios
¿Un problema de "memoria histórica"?
¿O quizás el comienzo de un largo camino para encontrar una forma de pensar que permita vivir a espaldas de Dios sin escrúpulos de conciencia?
Clara y contundente refutación que Vd. hace del nominalismo.
Además nos da una perspectiva histórica de cómo ha ido evolucionando la teoría del conocimiento.
Me gustaría intervenir con algún comentario, pero estoy concentrado tratando de responder a sus objecciones en el blog vecino de "Conocer y querer."
Tal vez no sean muchos los que sigan este blog tan especializado en filosofía escolástica, aristotélico-tomisma, pero para los que somos no más que aficionados a la filosofía constituye un magnífico regalo que por medio de Vd. nos hace Infocatólica.
Un millón de gracias y cordiales saludos en Cristo.
Gracias por recordarme lo de las líneas, que se ve que no lo había incorporado del todo todavía.
En efecto, el nominalismo, al negar que lo universal exista de cualquier modo que sea fuera de la mente, niega la capacidad de la inteligencia humana para llegar al ser de las cosas, y con ello hace imposible la metafísica, que es el centro de la filosofía y es lo que permite a la inteligencia humana elevarse hasta la Causa Primera.
Porque la inteligencia conoce por medio de conceptos universales, por eso, negar que a los conceptos corresponda algo real es negar la capacidad de la inteligencia para alcanzar la realidad.
Quedan los individuos dados en la experiencia sensible, pero al no reconocerse, por la negación de los universales, las esencias de las cosas, no hay tampoco sustancias, y al final, la experiencia sensible se reduce para el nominalista, que a esta altura es también empirista, a sensaciones que se dan en el sujeto.
Si uno se fija bien, en todas las objeciones que se hacen hoy día contra la metafísica, contra la filosofía tomista, contra la capacidad de la inteligencia para llegar a Dios a partir de los seres de este mundo, etc., late un presupuesto nominalista.
Eso pasa especialmente con las objeciones que vienen de la filosofía empirista anglosajona, con autores como Russell, Quine, Mackie, Dawkins, etc.
Y lo malo es que algunos teólogos que terminan problematizando la verdad de la fe, lo hacen, muy frecuentemente, porque tienen, ellos también, una mentalidad o una formación nominalista.
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Para el bronce, Néstor.
Así, vemos que la metafísica ha prácticamente desaparecido como materia de estudio en las universidades de los estados liberales. Y la filosofía, privada de su "centro", ha devenido en despreciable diletantismo.
Pero lo más grave es lo último que acotas : al desconfiar de su propia capacidad de conocer, el hombre queda embotado para elevarse hacia Dios.
Realmente muy bueno el post.
El nominalismo es la clave para entender casi todo lo que viene después. No como única causa claro.
Quería preguntarte si no pensás que las condenaciones de Paris tienen un rol nefasto en Occidente. Pieper dice algo al respecto y sé que hay bibbliografía sobre la importancia de las condenaciones, pero no tuve la oportunidad de estudiarlo.
Pareciera que no se abandonó del todo a Aristóteles pero se lo esterilizó.
SAludos
Saludos cordiales
Yo me pregunto : cuando el nominalismo niega que lo universal exista de cualquier modo que sea fuera de la mente, ¿no está haciendo una afirmación universal?
¿No está acaso pretendiendo que ese razonamiento tenga atribuos que ese mismno razonamiento niega al resto de los razonamientos?
En definitiva, ¿no es el postulado nominalista una contradicción en los términos?
Disculpa si desbarro, pero tengo sólo sentido común en mis flacas alforjas filosóficas.
Estimado Ricardo:
Efectivamente es así. Un elemento explicativo de la posibilidad de una actitud semejante es que la imaginación no es la inteligencia, y hay personas que llaman "pensar" al guiarse por la imaginación.
Agreguemos que el nominalismo tiene que dar una explicación empirista del concepto universal: en la experiencia encontramos regularidades, repeticiones, que llevan a clasificar las cosas que se repiten en grupos y a ponerles una palabra que las designe a todas juntas.
Esa palabra es “universal” solamente en el sentido de que se aplica a todos los casos que hemos experimentado. La diferencia con el “universal” del realismo, es que aquel es un universal contingente, mientras que éste es un universal necesario. Aquel es un universal inductivo, éste es un universal abstractivo y en el fondo, intuitivo.
El paradigma del nominalista en su explicación del concepto es el caso del individuo que vivía en un país en el que todos los cisnes eran negros. El concepto de “cisne” de esta persona incluía el color negro como nota integrante. Al pasar a otro país, vio que había cisnes blancos, y simplemente cambió su concepto.
Para el nominalismo, los conceptos pueden cambiar, porque son agregados contingentes de notas empíricas. Por eso para el nominalismo el conocimiento deductivo no vale, al menos, aplicado a la realidad, porque las premisas universales son contingentes, y nada asegura que mañana sigan siendo verdaderas. Visto desde aquí, es el empirismo el que origina al nominalismo.
En el punto de partida de esta explicación, por tanto, está la experiencia entendida como conjunto de datos sensibles. Ésa es la diferencia fundamental con el realismo, cuyo punto de partida es la evidencia de que existen cosas.
El realista no trata de imaginarse cómo se podría explicar el mundo a partir de las solas sensaciones, sino que el realista parte de la base de que él existe, y los demás también, y las cosas que lo rodean también. Mientras que en el punto de partida del nominalista está la contingencia de los datos empíricos, en el punto de partida del realista está la necesidad del principio de no contradicción.
Es decir, el realista comienza la filosofía en continuidad con el sentido común, que es de entrada ontológico, por eso Aristóteles y Santo Tomás enseñan que el “ente” es lo primero conocido por nuestra inteligencia. Tiene a su favor, para comenzar así, la evidencia inmediata tanto sensible como intelectual. El nominalista apoya su punto de partida empirista solamente en un prejuicio metodológico que a su vez responde a posturas filosóficas.
En efecto, el punto débil de esta explicación nominalista está en que en realidad el individuo en cuestión no tendría porqué haber cambiado su concepto de “cisne”. Si “cisne” incluye “negro”, entonces ésos que no son negros, no son cisnes.
El individuo del ejemplo en realidad era un realista, que distinguía entre la esencia y los accidentes, y por eso pudo llegar a la conclusión de que la esencia del cisne permanecía intacta en los cisnes blancos, lo cual relegaba a la negrura y a la blancura a la categoría de accidentes contingentes.
Eso implica que la esencia es justamente lo inmutable y necesario, lo que no puede cambiar y no puede no ser, mientras sigamos hablando de “cisnes”. En realidad, ya cuando llamaba “cisnes” a todas esas cosas negras de las que había tenido experiencia, esta persona estaba distinguiendo entre lo esencial, necesario e inmutable, y lo accidental, contingente y transitorio.
Porque algunos de esos cisnes negros los había visto volando, otros, en el suelo, otros, nadando en el agua. El color negro también lo había percibido con distintas tonalidades según la hora del día, la iluminación, el lugar desde donde miraba. Etc.
Finalmente, si queremos decir y pensar algo y no hacer enmudecer simplemente al intelecto ante un torbellino caótico de sensaciones, tenemos que pensar en cosas que no cambian, y hablar de cosas que no cambian, como el color negro, el estar volando, el estar nadando, etc., que en la experiencia se nos dan en infinidad de variedades distintas según diversos factores, sin que eso altere su inmutable identidad esencial.
Esas cosas, por ser inmutables, no las podemos, obviamente, cambiar. Lo que hizo el individuo de este ejemplo no fue cambiar su concepto de “cisne”, sino comprenderlo mejor, purificando la captación que tenía de él de elementos extraños y advenedizos, a ese nivel esencial, como el color negro, de mismo modo que para lograr su concepto de “negro” debió a su vez purificarlo de datos accidentales como el grado de iluminación bajo el que se lo contemplaba.
La salida de algunos nominalistas (Bergson, los pragmatistas) es decir que efectivamente la realidad es un torbellino continuo de sensaciones puramente cambiantes y contingentes, y que los conceptos inmutables son recursos adaptativos de nuestra inteligencia para que podamos sobrevivir en el mundo, de valor puramente práctico pero desprovistos totalmente de objetividad y verdad a nivel teórico.
Pero no parecen ver los que proponen esta explicación, qué poco valor práctico puede tener, en un mundo en el que “todo cambia y nada permanece”, como decía Heráclito, actuar sobre la base de que hay cosas que no cambian. La verdadera forma de adaptarse a una realidad que es puro torbellino debería ser un pensamiento que fuese él también puro torbellino.
Sin duda, nosotros no podemos pensar la realidad sino mediante elementos inmutables, pero eso es, justamente, otra forma de “adaptación”, distinta de la evolucionista, y mucho más comprensible: porque la realidad está hecha de esencias inmutables, y el cambio se verifica solamente a nivel de los individuos concretos.
En cuanto a qué clase de “adaptación” es, digamos que es “adaptación creacionista”.
Por el camino del nominalista se debe llegar lógicamente al cese todo pensamiento. Pensar es identificar, e identificar es captar inmutables. Tampoco se puede hablar, en la hipótesis del puro torbellino, del puro torbellino. El concepto de “puro torbellino” es un concepto inmutable y necesario, eternamente opuesto al concepto, por ejemplo, de “inmutabilidad absoluta”. Y si no lo es, en todo caso es una contradicción, pues se supone que el torbellino es torbellino de algo, que no será él mismo un torbellino, so pena de retroceso al infinito.
El nominalista, finalmente, debería seguir el consejo que Aristóteles da a todos los escépticos filosóficos: convertirse en vegetal, para evitar la contradicción de hablar en defensa de una filosofía que hace imposible el pensamiento y por tanto el habla.
Me queda claro que el nominalismo pasa del principio de no contradicción. Y sin éste, no sólo se cae todo Santo Tomás sino quizás también toda la Biblia.¿Qué clase de "sistema de pensamiento" puede construirse si se parte de la base de que algo puede ser y no ser al mismo tiempo y del mismo modo? Un mamarracho, ciertamente.
El gran "problema" que yo veo en Santo Tomás es que enseña a pensar rectamente, y por esa vía te topas con Dios, como les pasó a los mejores pensadores paganos griegos. Pero, ¿y si yo no quiero saber nada de Dios? Ahí surge entonces ese "problema", que aparentemente se ha saldado inventando una disparatada gnoseología.
A la cual el Aquinate pulveriza en media página, así que entonces a cuidarse y a esquivarlo prolijamente.
El realismo de los universales, que supone la existencia de entidades ideales y generales, separadas en alguna manera de las cosas reales y existentes.Esto induce a una metafísica fantasmal.
El nominalismo, que supone que los universales son meros nombres,que nada significan,sino que simplemente designan. Lo cual nos lleva a negar la propia capacidad espiritual que es la inteligencia,para poder reducirlo todo a términos sensibles-descriptivos.
Ambas posturas me parecen filosóficamente insostenibles.
En efecto, tanto el nominalismo como el realismo exagerado son contrarios al aristotelismo y al tomismo.
Como decíamos en el texto, la esencia del nominalismo (expresión paradójica, sin duda...:)) está en negar que lo común a varios individuos exista independientemente de la mente del modo que sea.
Es decir, la esencia del nominalismo es la negación de todo realismo de los universales, no sólo del realismo exagerado platónico, que sostiene la existencia de los universales separados de las cosas concretas de nuestro mundo, y además, no distingue entre el estado de universalidad y el contenido inteligible que se encuentra en ese estado, sino también del realismo moderado aristotélica, para el cual las cosas tienen verdaderamente una esencia, que en cuanto a su contenido inteligible, es un conjunto de caracteres necesarios y comunes a todos los miembros de la misma especie.
Eso quiere decir que la esencia del nominalismo es la negación de las esencias (linda frase :)).
O sea que lo que verdaderamente está en discusión con el nominalismo es el realismo de la inteligencia, es decir, si es capaz de llegar a conocer con sus conceptos abstractos lo que las cosas son en sí mismas, o no.
La respuesta nominalista es la negativa, y por eso el nominalismo está en la base del moderno rechazo de la metafísica, de la negación de la posibilidad de conocer a Dios con certeza por medio de la razón, y del consiguiente fideísmo, voluntarismo e irracionalismo que de ahí resultan en el caso del creyente.
Y que curiosamente es uno de los rasgos de la teología "progresista", en la medida precisamente en que es una de las manifestaciones del modernismo.
Saludos cordiales
Porque a mí lo que me parece es que Lutero daba a entender que la razón era un recurso que se vendía al mejor postor, o sea que no diferenciaba a la recta razón de la sofística.
Tengo entendido, aunque no verificado, que esa frase se encuentra en las "charlas de sobremesa" de Lutero, que eran anotadas cuidadosamente por sus discípulos y así se han conservado algunas hasta hoy.
Allí mismo parece que dijo otra cosa muy reveladora: "Soy un discípulo de la escuela de Ockham". En efecto, la teología que le enseñaron a Lutero en el siglo XVI era la teología nominalista, que había invadido las Universidades europeas después del siglo XIV.
Por eso su tesis de la corrupción radical de la naturaleza humana, que sólo es posible para quien sostiene que en realidad no existen naturalezas ni esencias, pues éstas son necesariamente inmutables, y por tanto, incorruptibles en lo sustancial, aunque puedan sufrir corrupciones diversas en el plano accidental.
Y obviamente, una razón desconectada del ser, como la nominalista, debe necesariamente venderse al mejor postor, es decir, debe ser necesariamente incapaz de hacernos conocer la verdad con certeza.
Saludos cordiales
Es éste un tema filosófico tan crucial como apasionante, especialmente por sus implicancias religiosas.
Quedo a la espera del prometido artículo sobre Duns Escoto. Y si no es abusar, te pediría nos escribieses algo sobre el suarismo.
No se si lo habre entendido del todo bien. Me ha clarificado ese comentario que ha dicho que el Nominalismo es "el gnosticismo de la inteligencia".
Entonces si no he entendido mal,¿ el Nominalismo esta relacionado con el relativismo moral? ¿conduce o favorece el escepticimo y el ateismo?
Efectivamente, el nominalismo conduce al relativismo moral, al ateísmo y al escepticismo,al menos, lógicamente, otra cosa es que la persona que es nominalista quiera sacar esas consecuencias lógicas. Nuestra inteligencia conoce por conceptos, y es por nuestra inteligencia que conocemos lo que las cosas son. Si los conceptos no tienen contrapartida real alguna, entonces nuestra inteligencia no alcanza la realidad ni el ser de las cosas. De ahí el escepticismo y el relativismo, y en cuanto al ateísmo, lo que sucede primero es que no hay forma de demostrar racionalmente la existencia de Dios, pues la inteligencia y sus conceptos no tienen ningún alcance real, y esa demostración obviamente debería hacerse por conceptos, basados en la experiencia, claro, porque de Dios no tenemos experiencia por los sentidos. Eso lleva primero al fideísmo, es decir, de Dios sólo puede saberse algo por fe, pero el fideísmo es una postura inestable, porque al final todo queda reducido a la voluntad o deseo de que Dios exista, y eso obviamente no es suficiente. Así que lógicamente la salida debería ser al menos el agnosticismo: no se puede saber si hay Dios. Que en la práctica no se distingue del ateísmo, que dice que no hay Dios.
Otra cosa es el "gnosticismo", que es la herejía que dice que la salvación viene por el conocimiento. Es más bien una exageración de la capacidad cognoscitiva del hombre, aunque de hecho los gnósticos famosos del tiempo de los Padres de la Iglesia hablaban de una especie de revelacion o iluminación que iba más allá de la inteligencia natural o filosófica.
Me alegro de que a Gustavo le haya gustado al final, en realidad se trata de un "post" un poco árido, supongo. Pero el tema merece la pena para entender varias cosas.
Saludos cordiales
muchas gracias ¡
"El individuo del ejemplo en realidad era un realista, que distinguía entre la esencia y los accidentes, y por eso pudo llegar a la conclusión de que la esencia del cisne permanecía intacta en los cisnes blancos"
No puedo exagerar la importancia y la actualidad de esta polémica tan antigua y demuestra el terrible riesgo que corremos olvidando la historia del pensamiento y los conocimientos del pasado.
Me declaro seguidor a partir de ahora de este blog.
Con respecto al primer comentario, de Ricardo de Argentina, respecto al nominalismo:
"¿O quizás el comienzo de un largo camino para encontrar una forma de pensar que permita vivir a espaldas de Dios sin escrúpulos de conciencia?"
Me entra en la cabeza las explicaciones de Eric Voegelin acerca del nacimiento de la modernidad, que van mas por el lado del gnosticismo, como un resultado de la pujanza económica de la baja Edad Media, que según Voegelin lleva, para resumir, a una moral y una espiritualidad más autoindulgentes.
Hay una conexión entre lo uno y lo otro?. Es el nominalismo mas autoindulgente que el realismo y por eso triunfó?
Un abrazo
Me parece muy interesante el post, sin embargo tengo una duda que espero la puedas responder: ¿Cómo el nominalismo se conecta con el voluntarismo? es algo que todavía no me queda muy claro. Por ejemplo, en Kant hay una clara influencia nominalista al poner los "universales" no en la realidad sino como categorías a priori del entendimiento. Y es conocida también las conclusiones morales de Kant, en donde reduce todo a la "buena voluntad". observo que Kant, al sostener en su teoría del conocimiento tesis nominalistas, llega a conclusiones morales voluntaristas, pero ¿cuál es la relación? ¿por qué se da esto? ¿me podrías explicar aunque sea de forma breve?
un abrazo.
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A mi entender la conexión está en que la voluntad sigue a la inteligencia, la cual a su vez sigue a la realidad. El objeto de la voluntad es el bien, y la que le presenta a la voluntad el bien para que lo quiera, es la inteligencia.
El nominalismo corta el puente entre la inteligencia y la realidad, porque deja a los conceptos convertidos en puras afecciones del sujeto, y entonces la inteligencia pierde todo titulo para predominar sobre la voluntad, la cual por tanto se "independiza" y pretende la primacía.
También termina pretendiendo un poder cognoscitivo que en realidad no tiene, porque intenta sustituir a la inteligencia, inutilizada por el nominalismo. Ya en Kant se intenta llegar por vía "práctica" a las conclusiones metafísicas que no se alcanzan por vía teórica. Schopenhauer, después de Kant, es uno de los primeros que trata de hacer de la voluntad la facultad cognoscitiva por excelencia, que a diferencia del intelecto sí alcanzaría el ser de las cosas. Y después de Shopenhauer hemos visto montones de supuestos accesos "supra" o "infra" intelectivos al ser, basados todos en el mismo problema de fondo nominalista. Bergson, Blondel, por ejemplo.
Saludos cordiales.
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Buenos, veamos si funciona el ejemplo de los cisnes para explicar la diferencia entre ambas posturas. Según el nominalismo, alguien que vive en un país en el que sólo hay cisnes negros, y nunca ha viajado al exterior ni visto fotografías de cisnes de otros países, etc., debería incluir en su concepto de "cisne" la nota "negro", y sólo si viaja o ve un libro de zoología con datos de otros países podrá descubrir que "negro" no es en realidad una nota integrante del concepto de "cisne" como tal.
Según el realismo moderado, la inteligencia tiene la capacidad de abstraer, de los pocos cisnes de nuestra experiencia, aún siendo todos ellos negros, la esencia del cisne como tal, y por tanto, con eso solo puede comprobar que el color del cisne es accidental a su naturaleza.
La diferencia está, claro, en que para el realismo moderado realmente existe en el cisne la naturaleza del cisne, que es "eso" que hace que sea un cisne y no otra cosa, y que es la misma, obviamente, para todos los cisnes, y nuestra inteligencia tiene la capacidad de abstraerla.
Para el nominalismo no hay esencias, y entonces los conceptos son meros resultantes fácticos, por así decir, de nuestra experiencia, y por tanto, son esencialmente variables.
El nominalismo no explica, entonces, la diferencia que hacemos siempre y constantemente entre propiedades esenciales y propiedades accidentales de las cosas. En una visión nominalista, las propiedades esenciales serían simplemente aquellas que todavía no hemos visto desmentidas por la experiencia.
Del nominalismo se sigue, entonces, que los conceptos tienen que ser esencialmente maleables, porque el promedio de nuestra experiencia siempre puede cambiar con más experiencia, y los conceptos no representan otra cosa.
Eso va contra la indivisibilidad de los conceptos que todos conocemos: si a "perro" le quito mamífero, no habré "descubierto" que "mamífero" era "accidental" a "perro" (las comillas en "descubierto" y "accidental" son porque para el nominalismo tales expresiones en este contexto no tienen sentido en realidad) sino que tendré el concepto de otro animal que ya no será un perro.
Es posible que el ejemplo de los cisnes no tenga mucha aplicación en la realidad, más allá de darnos a conocer la diferencia entre ambas tesis, porque también sucede que son pocas las esencias que podemos conocer con suficiente detalle como para, por ejemplo, dar de ellas una definición.
De muchas cosas conocemos aspectos esenciales, o aspectos de la esencia, pero no la esencia como tal, por ejemplo, sabemos que el tigre es esencialmente cuerpo, viviente, animal, mamífero, carnivoro, pero no podemos definir la esencia del "tigre" como tal.
Saludos cordiales.
Saludos.
Espero no quitarle tiempo.
Atte.
Carlos Quequesana
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Desde Aristóteles se distingue la sustancia, que es aquello que es apto para existir en sí y no en otro, y el accidente, que es aquello que es apto para existir en otro. Por ejemplo, un gato es una sustancia, el color del gato es un accidente.
Aristóteles distingue 9 tipos de accidentes, y entre ellos está la "cantidad", que es el responsable de la dimensión, valga la redundancia, cuantitativa, de los entes materiales.
Como efecto de la cantidad, pone la "extensión", que es lo que se define en la Escolástica como aquello que tiene "partes fuera de las partes" (partes extra partes") y eso quiere decir que las partes del ente extenso están repartidas, valga de nuevo la redundancia, en el espacio, unas fuera de las otras.
Saludos cordiales.
Cordial saludo.
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En la vida real, que es la única que tenemos, nos guiamos siempre por algunos principios y criterios que tienen que ver con las grandes cuestiones filosóficas: de dónde venimos, a dónde vamos, qué sentido tiene nuestra existencia, qué es lo que vale realmente, qué es la verdad, si se la puede conocer o no, cómo, qué conocimientos son fiables, qué es el bien y qué es el mal, porqué, etc.
Por tanto, cualquier teoría filosófica, nominalismo incluido, tiene consecuencias para la vida, no solamente individual, sino también social. Los sistemas educativos, las leyes, las políticas, incluso económicas, dependen también, al final, de concepciones filosóficas.
El hecho de que muchas veces esas concepciones filosóficas sean inconscientes solamente aumenta el poder con que influyen en la conducta personal y colectiva.
Por lo que toca al nominalismo, es lógico que lleve a una tesis relativista sobre la verdad y el bien, es decir, a que para cada uno es verdadero o bueno lo que él piensa que lo es.
Porque al no haber esencias ni naturalezas de las cosas, no hay nada fijo ni estable en la realidad, todo se reduce a una sucesión de eventos puramente individuales y en el fondo inclasificables.
Y el relativismo es lógico que lleve a una vida moralmente poco exigente, porque en una tesis relativista lo lógico es pensar que no robar, no matar, no cometer adulterio, etc. son valores verdaderos para aquellos que los sostienen, y no para los que no los sostienen.
Lo que pasa es que felizmente, muchas veces las personas son mejores que sus teorías, precisamente porque la naturaleza humana sí existe, y hace valer sus derechos a veces por encima de lo que el individuo dice sostener.
Un ejemplo candente de nominalismo hoy día es la ideología de género: al no haber naturaleza humana, nada es natural, todo es construcción social, también el ser varón o mujer.
En nombre de esa ideología se enseña a los niños en la escuela los grandes valores de la homosexualidad e incluso de la transexualidad y el cambio de sexo, así que eso sin duda que algunas repercusiones fuertes ha de tener en la vida real.
Saludos cordiales.
Estimado Néstor:
Hace ya meses empecé a seguir tu blog, pero después de haber leído hoy este artículo, tengo que decirte con fuerza algo que he leído en un comentario anterior:
Me declaro seguidor acérrimo a partir de ahora de este blog.
Un fuerte abrazo
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Muchas gracias!! Y saludos cordiales.
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