Vivamos una Navidad católica
La Navidad es una fiesta de resonancia universal. Ya sólo el hecho de que todo el planeta se rija oficialmente por el calendario cristiano, que divide la Historia en antes y después del nacimiento de Jesucristo, indica la trascendencia que tienen estas fechas para la humanidad en general. Alrededor de ellas ha surgido toda una cultura, que se manifiesta en dos estilos de celebración: el sagrado y el profano. El primero se centra en la fe en el misterio de la Encarnación del Verbo y en los valores que de ella se derivan; por eso es, sobre todo, una fiesta de la familia (la familia humana debe estar imbuida del espíritu de la Sagrada Familia, que es, a su vez, espejo de la Familia Trinitaria). El otro estilo de celebración de la Navidad se ha apropiado de la festividad cristiana, fagocitándola, vaciándola de su sentido primigenio y transformándola en una mera ocasión para el ocio y la diversión, sin ningún sentido religioso o con éste muy amortiguado y ahogado por la fiebre consumista y comercial que todo lo invade. Ya el saludo con el que se felicita en este período denuncia el estilo de celebración que se asume: “Feliz Navidad” al modo cristiano; “Felices Fiestas” al modo paganizante que se ha puesto de moda. Desde estas líneas queremos contribuir con nuestro granito de arena a rescatar el sentido católico de la entrañable festividad que nos recuerda el nacimiento del Hijo de Dios según la carne.
Empecemos hoy por los adornos navideños. Los dos principales son el belén y el abeto navideño. El primero es de más antigua e inequívoca tradición cristiana, pues fue san Francisco de Asís quien, en la Nochebuena de 1223, inauguró la costumbre de escenificar el nacimiento del Señor. En una gruta del monte Lacerote, cerca del castillo de Greccio en Umbría, dispuso un pesebre hecho con paja y sobre él colocó una imagen del Niño Jesús, haciendo traer junto a él a un buey y un asno vivos. Desde entonces en los conventos de las órdenes seráficas se hizo común la práctica de representar el portal de Belén por Navidad, lo cual pronto fue imitado por el pueblo fiel. Con el tiempo de fueron añadiendo personajes y otros elementos de modo que los belenes se llegaron a convertir en todo un arte, descollando en éste Nápoles, España y las Indias.
El núcleo esencial del pesebre –y que basta para armarlo– es lo que se llama el Misterio, es decir: Jesús, María y José, que son los protagonistas de la Navidad. El buey o la vaca y el asno o la mula suelen ser infaltables aunque, como el resto de elementos, no sean imprescindibles. Pero es hermoso considerar que Jesús viene a restaurar todas las cosas y entre ellas la primigenia armonía de la Creación, la que existió en el Paraíso terrenal entre todas las criaturas salidas de la mano bondadosa del Padre. Los ángeles también constituyen parte del nacimiento, pues fueron ellos los que cantaron el Gloria in excelsis en la primera Nochebuena y anunciaron la gran noticia a los pastores. Éstos son asimismo representados con sus rebaños yendo a adorar al Niño. Los Reyes Magos tampoco faltan y en los belenes más elaborados figuran con sus animales de viaje y sus séquitos. En fin, a veces, la escena de la Navidad se inserta en un marco monumental y se representa ya no sólo el portal o cueva donde nació Jesús, sino toda la ciudad de Belén con escenas costumbristas.
El tiempo de comenzar a armar el pesebre varía según los usos locales o familiares. Hay quienes lo ponen ya el día de la Inmaculada; otros esperan al inicio de la Novena del Nacimiento (16 de diciembre); otros, en fin, lo preparan en el cuarto domingo de adviento o aún el día de la Vigilia de Navidad. Normalmente, se pone la mayor parte de las figuras, menos el Niño y los Reyes Magos. En la medianoche del 24 al 25 de diciembre o tras volver de la misa del gallo se coloca a Jesús, y sólo en la noche de Epifanía, la del 5 al 6 de enero, a Melchor, Gaspar y Baltasar con las figuras que los acompañen. El tiempo de quitar el pesebre también es variable: el 13 de enero, festividad del Bautizo de Jesucristo (antigua octava de la Epifanía) o incluso tan tarde como el 2 de febrero, festividad de la Purificación de la Santísima Virgen y la Presentación del Niño en el Templo (la Candelaria). Sea como fuere que armemos cada uno nuestro pesebre, no debemos perder nunca de vista el hecho de que, mucho más que un motivo decorativo, se trata de una expresión plástica de la fe en la Encarnación del Verbo, por la cual nos vino la salvación. Las estatuas o figuras del pesebre, sobre todo si representan a la Sagrada Familia, son acreedoras de veneración y respeto por lo que representan y hay que inculcar a nuestros niños que no se trata de juguetes. Deberíamos tener la buena costumbre de hacer bendecir nuestros belenes o, al menos, las figuras principales y, por supuesto, el Niño Jesús. Sería muy loable que en la Nochebuena cada cabeza de familia adorara su imagen y la hiciera adorar por todos los de casa antes de ponerla devotamente en el pesebre, mientras se canta el Adeste fideles u otro cántico navideño.
Vayamos al árbol de Navidad. La costumbre de ponerlo en las casas y los sitios públicos es bastante más reciente que la del pesebre. Los árboles están cargados de un gran simbolismo en la mayor parte de las culturas humanas. Al erguirse hacia el cielo son como grandes dedos que señalan lo divino. Su verde follaje sugiere la vida. En las distintas cosmogonías aparecen siempre desempeñando un papel importante y hasta decisivo. Nuestra santa religión nos habla del árbol de la ciencia del bien y del mal, plantado en medio del jardín de Edén, y canta las glorias del árbol de la Cruz, por el que nos vino la redención. Pero recordemos también, entre los mitos griegos, el árbol con las manzanas de las Hespérides y aquel en el que estaba colgado el vellocino de oro. Los hindúes y los persas tenían sus respectivos árboles paradisíacos y salvíficos. Los germanos pensaban que el universo era sostenido por un gran árbol en cuyas ramas pendían el sol, la luna y las estrellas (posible origen de la costumbre de poner luminarias al árbol navideño). Por eso consideraban sagrados los bosques, en los que creían se manifestaban sus divinidades, a las que ofrecían sacrificios humanos al pie de árboles como el roble.
San Bonifacio, monje misionero del siglo VIII que evangelizó Alemania (de la que es considerado apóstol), al considerar que era imposible desarraigar las creencias paganas de los germanos, decidió cristianizarlas. Desterró la costumbre de los sacrificios humanos y dio un nuevo significado a los árboles, que son fuente de vida y no de muerte, comparándolos a Dios, que da sustento y cobijo a sus criaturas. Eligió el abeto como el que mejor sugería las ideas cristianas: su forma triangular recuerda a la Trinidad y su perenne follaje verde simboliza la vida eterna. Se cree que lo proclamó “el árbol del Niño Jesús” y que con él comenzó a celebrar la navidad entre los paganos recién convertidos. Otra tradición atribuye esto al monje Winfrido, contemporáneo de san Bonifacio, el cual habría escogido un roble y no un abeto. Sin embargo, no se implantó el uso del árbol navideño tal como lo conocemos hasta el siglo XVII (aunque los protestantes aseguran que fue Lutero su iniciador). Lo cierto es que sólo a partir del siglo XIX se difundió desde los países escandinavos y Alemania por Austria y Polonia. A Gran Bretaña lo llevó el consorte de la reina Victoria, que era un príncipe alemán. Por la misma época –mediados del Ochocientos– pasó a Francia y un poco más tarde a los Estados Unidos. En España e Italia el árbol de Navidad data sólo del siglo XX y éste bien entrado. En cambio, en Iberoamérica se popularizó antes por el influjo de América del Norte. Hoy hasta el Papa hace colocar un árbol monumental en la Plaza de san Pedro en Roma, sirviendo de cobijo al pesebre.
El abeto navideño es ya un elemento cristianizado. Desgraciadamente, corre el peligro de volverse a paganizar y de no quedar sino como un elemento decorativo más de las “fiestas” a secas. Por eso es importantísimo que lo dotemos no sólo de los habituales adornos (bolas, lazos, manzanas), sino también de símbolos cristianos (ángeles, por ejemplo) y, sobre todo, lo coronemos con la estrella de Belén. El árbol debe ir siempre acompañando al belén. Hay quien arma éste al pie de aquél. En caso de falta de espacio, es preferible siempre prescindir del árbol antes que del pesebre. A los niños se les debe instruir en todo lo que el árbol implica como símbolo del buen Dios, de vida y de sentido sobrenatural de las cosas. Se les puede hacer la comparación con el árbol del Paraíso y la Santísima Cruz de Nuestro Señor. También se les puede decir que representa al justo, que como él da buenos frutos y que todos estamos llamados a ser santos, cuyas virtudes deben brillar como brillan las luces que adornan al árbol.
11 comentarios
y siguientes.
Gracias por el post.
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Desgraciadamente, no sólo el abeto corre el peligro de descristianizarse, sino la Navidad misma. Y si me apuran, hasta la mismísima Iglesia Católica, que éso es lo que ha intentado el modernismo en su momento, y el progresismo luego y ahora. Quieren reducir la Doctrina y los Dogmas a basura ideológica.
La sofisticación de las técnicas empleadas por Satanás en los últimos tiempos, hacen empalidecer a las tan cacareadas complejidades de los adelantos tecnológicos.
El tiempo de Adviento, como bien muestras en tu excelente artículo, más que post, se configura en unas coordenadas espacio-temporales, bien distintas de las actuales.
Con el fin de las cosechas, cereal y vid, el hombre de campo entraba en un tiempo de reposo, tras la siembra, en el que la reparación de aperos, la renovación de utillaje, el cuidado de los animales domésticos, y la dedicación a la familia, así como a sus devociones era posible.
Hoy, sin embargo, diciembre es un mes loco, final de jercicio, inventario, balance, contibilidad, últimas ventas del año, últimas emtrgas y servicios, poco días laborables, exámenes y corrección de los mismos, etc. ¿para qué seguir si estamos metidos en ello?.Las empresas, los funcionarios, los autónomos, los docentes, los discentes, no se libra nadie del mes más movido del año.
Así pues, además del ajetreo, hay que comprar los regalos de Reyes, dilucidar dónde y con quién se come o cena; ¿ se dan las circunstancias para que se pueda, no sin esfuerzo, naturalmente, degustar la riquísima liturgia del Ciclo Adviento- Navidad?, mi respuesta es que no.
Por eso, creo que la solución está en alargar el tiempo de Navidad, que corta, a veces bruscamente, con el Bautismo de Señor, sin embargo tenemos muchos más acontecimientos de la infancia-adolescencia de Jesús.
En fin, no quiero alargarme, recuerdo que de niño, mi madre me repetía:
"Hasta S. Antón (17 de enero), Pascuas son"
Foucaud: sería efectivamente magnífico poder prolongar la Navidad hasta San Antón (fiesta de los animales, que fueron los primeros en recibir al Mesías nacido en el portal). Pero la antigua liturgia ya preveía ello y por eso el tiempo que seguía a Reyes se llamaba "después de epifanía", prolongándose así el espíritu navideño. Con la nueva liturgia ese tiempo se transformó en "tiempo ordinario", con lo que, como Vd. dice, se acaban las reminiscencias del ciclo de la Encarnación de golpe con el Bautismo de Cristo (antigua octava de Epifanía).
Un saludo.
Aunque el artículo es bueno e interesante hay un pequeño error que conviene subsanar en la edición del tetxto original: el monje Winfrido y san Bonifacio son la misma e idéntica persona. Fue el Papa quien dió el sobrenombre de Bonifacio al monje inglés.
Otras ideas para completar:
*El origen de la costumbre de poner el árbol en las iglesias es muy anterior al Belón. Ya en el siglo XII encontramos el árbol adornado con manzanas -símbolo del pecado de Adán, según los antiguos comentarios judíos al Génesis- en las representaciones que tenían lugar el 24 de dic en el teatro litúrgico.
*La Santa Sede en el directorio de la Piedad y la Liturgia presenta un buen resumen del tema.
*Su bendición se encuentra en el Bendicional.
* El primer nombre en español fue: "árbol de Pascuas".
En la costumbre cristiana española a la Navidad se denominó siempre "Pascuas".
Un saludo agradecido. manu
Gracias.
Como siempre, mencionare las fuentes
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