
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Hace pocos días se leía en la Santa Misa la parábola de los invitados a las bodas que, en sus partes principales dice así:
“Jesús les habló de nuevo en parábolas, y dijo: “El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo. Y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas, mas ellos no quisieron venir. Entonces envió a otros siervos, a los cuales dijo: “Decid a los convidados: Tengo preparado mi banquete; mis toros y animales cebados han sido sacrificados ya, y todo está a punto: venid a las bodas”. Pero, sin hacerle caso, se fueron el uno a su granja, el otro a sus negocios. 6 Y los restantes agarraron a los siervos, los ultrajaron y los mataron. El rey, encolerizado, envió sus soldados, hizo perecer a aquellos homicidas, y quemó su ciudad. Entonces dijo a sus siervos: “Las bodas están preparadas, mas los convidados no eran dignos. Id, pues, a las encrucijadas de los caminos, y a todos cuantos halléis, invitadlos a las bodas”. Salieron aquellos siervos a los caminos, y reunieron a todos cuantos hallaron, malos y buenos, y la sala de las bodas quedó llena de convidados (Mt 22,1-10).
El Evangelio es claro: habla acerca de la traición de Israel y de cómo Dios Nuestro Señor, termina volcándose a los gentiles por la falta de aceptación del pueblo de las promesas, el pueblo judío.
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