Sobre la certeza en la historia. Veracidad y autenticidad

Sobre la certeza en la historia. Veracidad y autenticidad

P. Javier Olivera Ravasi

 

 

«Es de importancia para todo el que quiera alcanzar una certeza en su investigación saber dudar sensatamente a tiempo» (Aristóteles, Metafísica, 2, 3)

 

Saber dudar, y saber hacerlo a tiempo puede ser virtud. No dudar siempre, sino a tiempo, dice El Filósofo. Y no de cualquier modo, no una duda metódica, sino sensatamente. Y es sensata la duda cuando viene provocada por un motivo[1].

En el caso de la historia dudar sensatamente “a tiempo” se traduce en la formulación de una pregunta que podría formularse así “¿cómo sé yo que esto que estoy investigando es verdad?”.

Pues bien, puesto que el objeto de la investigación histórica es la realidad pretérita trascendente, es decir, la realidad pasada digna de ser narrada, ésta tendrá un grado de certeza diverso al del resto de las ciencias, pues su método no será –no podrá ser– el mismo: al no poder examinar o re-crear su objeto de estudio en un “laboratorio” (como se examina una hormiga bajo un microscopio o se re-crea la sanación para el chagas), el historiador reconstruirá, según su método, los acontecimientos pasados a partir de las pruebas que le proporcionan las fuentes históricas, ya sean primarias o secundarias.

Se denominan en historia “fuentes primarias” a aquellos vestigios del pasado consignados en su propio tiempo, de modo directo e inmediato, a saber, los documentos públicos o privados, las cartas, las narraciones orales, la música, los monumentos, las leyes, pinturas, las monedas, etc.; la clave para identificarlas está en la inmediatez de su elaboración, es decir, que llegan hasta nosotros sin haber sido transformadas por persona alguna.

Por el contrario, las “fuentes secundarias”, son aquellos textos acerca del pasado que derivada y secundariamente narran lo que de algún modo se conoce a partir de las fuentes primarias (libros, revistas, artículos, etc.).

Las fuentes primarias, principalmente, encierran una noticia del pasado para quien sepa sacarlas, por lo que exige que, además de la cosa, haya una relación entre esa cosa y la capacidad inferente del historiador: la cosa, puesta ante el historiador, le-dice-algo, si éste sabe leerla, pero tal información “sólo se da a quien conozca la clave para entenderla, o sea a quien está en condiciones para descubrirla”[2], o, en otras palabras a quien se le haya formado un hábito histórico, como señala Caponnetto siguiendo a Caturelli: “descubrir es un acto reflexivo, un acto plenamente consciente, eminentemente espiritual. Es dirigirse con inteligencia y voluntad hacia las cosas para desentrañar sus esencias, para develar sus formas interiores, para descifrarlas y entenderlas en su identidad. Descubrir es hacer patente lo que está oculto. Manifestar, alcanzar a ver –no sólo mirar– y transmitir a otros lo visto y contemplado[3].

Por eso, no todo el que conoce el pasado hace historia. 

El método histórico, por tanto, no es otra cosa que los medios de que se vale el historiador para transformar el frío y mudo testimonio en fuente de información y traer así el hecho pasado a la actualidad.

Sin embargo, para ello, el historiador deberá recordar que el valor de una fuente estará determinado por su autenticidad y veracidad (algunos autores denominan a esto “crítica externa” y “crítica interna” del documento). Por la primera, se asegura el historiador de que el documento no sea falso, o sea que pertenezca realmente al autor y a la época estudiada. Por la segunda, intentará comprobar que el documento no sea falaz, vale decir que, perteneciendo auténticamente a su época y a su autor, la información que proporcione no esté deformada voluntaria o involuntariamente y, por lo tanto, la noticia que brinda es veraz.

Vale tener en cuenta que porque un dato esté claro y explícitamente consignado en una fuente no significa que sea necesariamente cierto (el autor pudo haber mentido, pudo haberse equivocado, o simplemente, pudo haber conocido sólo una parte de la verdad). ¿Cómo discernir entonces?

Hay un principio que es elemental en el estudio de la historia y es que, en principio, un dato tiene el valor de la fuente que lo proporciona. Es decir: si procede de una fuente des­acreditada o evidentemente apasionada, el dato no merecerá gran confianza para el historiador por lo que deberá ser acogido con reservas; cuando, por el contrario, la fuente de donde se toma resulta fidedigna, entonces aquel dato podrá utilizarse (a no ser que obste algo en contra, ajeno a la fuente de procedencia) con relativa se­guridad.

Y repetimos: el grado de certeza al que llega la historia no es matemática ni metafísica, sino, valga la redundancia, “histórica” que viene a reducirse a una certeza de credibilidad, de allí que, para que se dé, es absolutamente imprescindible la buena fe del historiador y su esfuerzo por no falsificar el objeto histórico: “la primera ley de la historia es que no se ose decir nada falso, ni esconder nada de la verdad”, según el decir de Cicerón[4].

Ahora bien: ¿cómo valorar las fuentes? Por medio de su autenticidad y su veracidad.

La autenticidad de una fuente está vinculada principalmente a las fuentes primarias, y viene determinada a partir del estudio serio de las mismas a fin de detectar posibles anacronismos en el lenguaje, referencias datables, y la coherencia con su entorno cultural. Por ejemplo, se podría analizar la autenticidad de un documento, una estatua, o una pintura, a raíz de la comparación con otras de su época y gracias a las ciencias auxiliares de la historia, como son la paleografía, la grafología, la arqueología (por medio, vgr. del carbono 14), la literatura (el estilo literario), o algo tan simple como la existencia de citas (a veces textuales -intertextualidad-, a veces referencias indirectas) de esa fuente en otra fuente de su época.

Una fuente, una vez analizada podrá resultar auténtica o no; sin embargo, ello no querrá decir que, porque lo sea, diga la verdad de las cosas. Un excelente ejemplo de esto es el que Enrique Díaz Araujo narra respecto de San Martín cuando explica cómo el historiador Hugo Chumbita, confiando en Joaquina Alvear y Ward, afirma que el Libertador era hijo de Don Diego de Alvear. Con el tiempo, la historiadora Patricia Pasquali apelando a la autenticidad y veracidad de las fuentes, encontró en Expedientes Judiciales la declaración de insanía de Joaquina Alvear por “megalomanía”, lo que la llevó a afirmar su parentesco con cuanta persona famosa había, entre ellos el Papa… Es decir: la fuente era auténtica, pero no veraz y el error del historiador en este caso fue aceptar como veraz el testimonio de esta fuente porque, efectivamente, el documento era auténtico, pero no veraz… 

Esto nos lleva al tema de la veracidad de una fuente, que deberá ser objeto de especial atención, resultando por lo tanto, más complejo su análisis. En efecto, ¿cómo confiar en que se nos está diciendo la verdad? En principio, como en toda relación humana, siempre es conveniente partir de la base de –salvo prueba en contrario quien transmite un hecho está diciendo la verdad aunque vista desde un prisma personal, claro. Es un principio elemental en todas las ciencias: suponemos que la tierra gira sobre su eje aunque pocos lo hayamos comprobado; creemos que la aspirina alivia el dolor de cabeza, aunque no lo hayamos analizado científicamente. Existe pues una confianza natural.

Pero puede suceder sin embargo, como esta no es una sociedad angélica, que los prejuicios, el partidismo político o ideológico, las diversas cosmovisiones, influyan de tal manera en quien da testimonio de un hecho (fuente primaria) o quien escribe la historia (fuente secundaria o bibliografía histórica) que, sin querer mentir (o queriéndolo), dé una imagen falsa o de­forme de la realidad histórica. También –no hay que descartarlo– podrán  darse casos patológicos (como el de Fray Bartolomé de las Casas); es decir, la historia del historiador, a diferencia de lo que sucede con otras disciplinas, no puede ser ignorada, pues un historiador que es inescrupuloso en su vida personal y que miente por principio, ¿por qué no lo haría en el ámbito de la historia? De allí que deba tenerse presente la veracidad de las narraciones, que no nacen por generación espontánea, sino a partir de un hombre que hace historia.

No se trata de que sólo el santo pueda hacer historia, ni que la historia será mejor cuanto más santa sea una persona, necesariamente, sino que, por ser el objeto de la historia la verdad de los hechos trascendentes del pasado, quien no se maneje en la verdad, difícilmente, al momento de narrar la historia, lo haga verazmente. Es parte de los hábitos.

El valor de una fuente por lo tanto –y, en cierto modo, de los datos contenidos en ella– dependerá de la credi­bilidad que merezca su autor, es decir, de su información, por un lado, pero también de la veracidad acerca de ella.

Tampoco se trata necesariamente de la cantidad de autores que narren un hecho –una golondrina no hace verano, pero miles tampoco. La verdad de un dato no depende nunca del número de autores que lo incluyan.

Un criterio –quizás de los más importantes– para analizar la veracidad de los hechos pasados es el parecer de los contemporáneos, la personalidad del narrador, la filiación política, su intachabilidad científica, el análisis de sus dichos, sus posibles contradicciones y retractaciones, sus intencionalidades explícitas o implícitas, etc., etc.; así y todo, llevará al historiador a una certeza que, como dijimos, no es matemática ni filosófica, sino simplemente histórica, creyendo que las cosas son como se narran o no.

El espíritu crítico del investigador, cuando es rectamente ejercido, se mostrará en el rigor con el que utiliza los datos, lo que también podrá servir de guía para evaluar la veracidad del relato: primero, asentará los datos seguros separándolos de las adherencias que los modifiquen; segundo, evitará suplir con su imaginación la ausencia de nexos o relaciones entre dos datos y tercero, evitará dar por seguro lo que es sólo probable, posible o verosímil.

Y algunas veces deberá ser humilde, reconociendo que, sobre ciertos sucesos, es poco lo que se puede afirmar con certeza; es decir, con certeza histórica.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

 



[1] F. Suárez, Reflexiones sobre la historia y el método de investigación histórica, Rialp, Madrid 1977, 169-187.

[2] J. L. Cassani y A. J. Pérez Amuchástegui, Las fuentes de la historia. Cooperadora de derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires 1969, 14.

[3] A. Caponnetto, Hispanidad y Leyendas Negras; la Teología de la Liberación y la Historia de América, Nueva Hispanidad,Buenos Aires 2002, 180. Cfr. A. Caturelli, América Bifronte, Troquel, Buenos Aires 1961, III parte, Cap. VII.

[4] Cicerón, De oratore 2,15

6 comentarios

  
Fuenteovejuna
Esta excelente nota sobre la certeza que hace falta para conocer los hechos históricos tal como ocurrieron a fin de que no nos vendan gato por liebre, es justamente lo que Moseñor Baseotto denuncia en la nota anterior sobre la falsificación de los derechos humanos en la Argentina. Partiendo de la base de que no hay mejor forma de mentir que decir la verdad a medias, hace décadas que los argentinos estamos esperando que alguien venga a decir la verdad de la milanesa sobre un tema histórico tan sensible. En la campaña electoral de 2015 el candidato Macri dijo que de llegar a presidente iba a terminar con el "curro" de los derechos humanos, pero resulta que después de llegar a presidente parece que sufrió un ataque de amnesia, se olvidó de lo que dijo y siguió con la mentira. Ahora en esta campaña de 2019 y ante una nutrida audiencia, el candidato Espert acaba de decir exactamente lo mismo que Macri en 2015: "si soy presidente voy a terminar con el curro de los derechos humanos". ¿Será sincero? Hay fuentes históricas de sobra, primarias y secundarias, sólo hace falta que alguien con los atributos bien puestos se decida y lo haga. Y si lo hace, hará historia y quedará en el bronce.
08/05/19 11:28 PM
  
GS
Suscribo esta visión positivista de la historia y considero que la forma de contratación empírica que tiene la historiografía es en último término el documento y sobre ese respaldo hay que apoyarse siempre.

Sin embargo, hay que hacer una diferenciación Padre: una cosa es hablar de la descripción de los eventos históricos para lo cual es suficiente los datos proporcionados por los documentos y otra cosa es el nivel explicativo que trata de establecer las relaciones de causa y efecto, de hallar los mecanismos causales integrando los niveles micro y macro.

En la explicación a diferencia de la descripción hay que utilizar argumentaciones y por tanto, la explicación que se impone es una que se apoya en argumentos fuertes, pero estos argumentos nunca son "verdaderos" o "falsos" sino convincentes o no. Es decir, frente a la certeza de unos eventos proporcionados por unos documentos que han pasado por la crítica histórica, pueden haber varias explicaciones causales que incluso pueden ser contrarias entre si, la razón de la escogencia de una de ellas estará en la manera como cumpla con los estándares de calidad de un argumento, por lo que aquí no se habla de explicaciones concluyentes o definitivas ciento por ciento.

En conclusión: los datos son esenciales, pero el historiador trata de ir mas allá de ellos e integrarlos en explicaciones, las cuales a su vez deben ser argumentadas. Las argumentaciones dadas no serán falsas o verdaderas sino fuertes o débiles.
Claro está que hay datos tan bien soportados y explicaciones tan bien argumentadas que producen una certeza que está mas allá de toda duda razonable. Para otros casos las cosas no van tan bien.
09/05/19 5:54 AM
  
Francisco de México
Magnífico post, creo que será de mucha utilidad en el futuro inmediato, en particular la parte relacionada con la veracidad:

".. partir de la base de –salvo prueba en contrario- quien transmite un hecho está diciendo la verdad aunque vista desde un prisma personal, claro."

Sumamente extraño desde el punto de vista histórico es que los modernistas parten del opuesto, los milagros de Jesús, el Ungido, no fueron reales, que solo sentían que seguía viviendo Jesús en su corazón. Sin lugar a dudas, mis padres siguen vivos en mi corazón y confío que hayan logrado ya la vida eterna. Pero yo no diría jamás que "resucitaron".... ni estoy dispuesto a que me crucifiquen de cabeza por ello, como a San Pedro, por muy real que sea la presencia de mis papás que algunas veces he sentido.
09/05/19 4:40 PM
  
Palas Atenea
En el caso concreto del Holodomor, del que teníamos pocas evidencias, la historiadora Anne Applebaum recurre principalmente a cuatro tipos de fuentes: los archivos de la República de Ucrania, hemeroteca de periódicos ucranianos, cartas y escritos de particulares y trabajo de campo realizado por cientos de estudiantes de historia entre los supervivientes a partir de la independencia de esta república (con unos 50 años de intervalo entre los hechos y la investigación). Los archivos de Moscú no dieron información ninguna, pero las autoridades ucranianas si que archivaron documentos y cartas dirigidas a Moscú dando detalles del avance de la hambruna y pidiendo ayuda urgente. Cada óblat tenía autoridades comunistas, como es natural, totalmente desbordadas por aldeas enteras desaparecidas por el hambre y sus cartas angustiadas, que aportan numerosos datos, se conservan, así como las respuestas de las autoridades de Moscú, cuando las había, porque no siempre contestaban.
Este trabajo de reconstrucción histórica en el que han estado involucradas tantas personas creo que ha dado un resultado con un alto grado de fiabilidad. Naturalmente está perfectamente documentada la extracción de los datos, en caso contrario ella misma especifica que es información que, por desgracia, no se puede contrastar.
09/05/19 9:44 PM
  
Palas Atenea
A diferencia del libro de Applebaum, el que encargó Stalin a Iliá Ehrenburg y Vasili Grosmann, llamado "Libro Negro", que nunca se publicó en la URSS y fue guardado en un almacén, trataba del asesinato de judíos en el territorio de la Unión Soviética y es puro trabajo de campo. Lo que aparecen son interminables testimonios de infinidad de personas pero ni un solo documento. Es verdad que ese trabajo se hizo recién terminada la guerra, por lo que los encuestados contaban sucesos a los pocos años de que sucedieran, pero es la única fuente que utilizan a falta de otras.
09/05/19 11:12 PM
  
Jordi
Por eso las leyes de memoria histórica, hechas por los policías de la historia, es decir, los políticos, son anticientificas.
10/05/19 8:57 PM

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