Reconquista de la historia: Santa Isabel la Católica (1)
En las vísperas del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, Isabel la Católica estuvo a punto de ser beatificada; diversas razones hicieron suspender dicho acto que iba a ser presidido por el ahora San Juan Pablo II. Fue entonces cuando el el gran hispanista francés, Jean Dumont, publicó este artículo en la revista Verbo, que ahora compartimos aquí.
P. Javier Olivera Ravasi, IVE
RECONQUISTA DE LA HISTORIA: SANTA ISABEL
LA CATÓLICA
Jean Dumont
Una violenta campaña[1] judía y pro-judía ha logrado de Roma la «suspensión» del proceso de beatificación de Isabel la Católica. Suspensión anunciada por el cardenal Felici, Prefecto de la Congregación romana para la causa de los santos, el día 28 de marzo de 1991 y, que inmediatamente, ha motivado las felicitaciones (dirigidas el mismo día o el siguiente) de la célebre organización mundial del lobby judío, la Anti-Diffamation League of B’nai Brith. Felicitaciones que fueron recibidas en Roma a partir del día 2 de abril e iban dirigidas a monseñor Cassidy, presidente del Consejo para el ecumenismo, enviadas, por consiguiente, por gentes bien al tanto de lo que se tramaba.
Roma se niega a sí misma
El ecumenismo a toda costa, por tanto, realiza un nuevo, significativo e importante destrozo. Y dando la razón a inquietudes premonitorias expresadas sobre esta cuestión. Porque, se quiera o no, la Anti-Diffamation judía acaba de conseguir, así, la difamación de una de las más santas figuras de la cristiandad. La más santa figura de finales del siglo XV, de ese recodo esencial como principio del mundo moderno y prefacio de la Reforma, de esa rotura que sólo Isabel fue capaz de prevenir. Difamación conseguida en un acto de puro arbitró: la suspensión de un proceso de beatificación regular presentado por el obispo de la diócesis donde murió Isabel, Medina del Campo: el obispo de la cercana Valladolid. Proceso apoyado por gran cantidad de obispos y de cardenales, especialmente de América del Sur: los prestigiosos cardenales, López Trujillo, Aponte Martínez, Castillo Lara. Incluso de Estados Unidos, como el cardenal Law, de Boston.
Un proceso de beatificación comenzado, de hecho, por iniciativa de Roma, desde el siglo XV, como veremos. Roma no solamente rechaza hoy bruscamente las peticiones del pueblo cristiano, tanto del nuevo como del viejo continente, hechas suyas por tantos prelados eminentes, sino que se niega a sí misma.
La difamación se harta. Para empezar, ciertos ignorantes de Le Monde se apresuran a presentar a la reina Isabel de Castilla como «apodada la católica» (número del 28 de marzo de 1991). Estas lumbreras de nuestros medios de comunicación deben creer que el título «la católica» no es más que un apodo como cualquier otro; y, así, Isabel sería «la católica» de la forma que Pipino era «el breve» y Luis «el grande».
Como es necesario que estos santones aprendan algún día algo, enseñémosles que este título de «la católica» no es un apodo, sino un título de la Iglesia. De hecho oficialmente concedido, en una especie de beatificación algo más que política y excepcional, por iniciativa de Roma. Roma, tomada en su sentido más amplio, representando concretamente a toda la Iglesia, ya que la decisión de la concesión de este título (bula Si convenit) fue común del Papa y del Sacro Colegio reunido en consistorio el 2 de diciembre de 1496. Los informantes fueron el cardenal Carafa de Nápoles, el cardenal de Costa de Lisboa y el cardenal Piccolomini de Siena, ninguno de ellos español. Y, el último de ellos, bien pronto Papa, Pío III, en 1503.
Literalmente: negativa a sentenciar
Hasta hoy, el mismo Le Monde no ha revelado entre los prelados promotores de la «suspensión» del proceso de beatificación religiosa de «la católica» por título de la Iglesia, más que al cardenal Lustiger, que no ha cesado de referirse él mismo a su nacimiento judío. «Monseñor Lustiger ha intervenido ante el arzobispo de Madrid. Parece que sin éxito» (Le Monde, 7 de diciembre de 1990). La primera causa de esta insólita intervención de monseñor Lustiger lejos de su sede, en los asuntos de otra iglesia y de otro pueblo, es en él, ciertamente, una conjunción: la de su conmovedora pasión, la más importante, por sus orígenes, y la de la deficiencia de su información histórica, que le han hecho tomar el bello rostro y el alma hermosa de Isabel por sedes de abominaciones, golpeando, por maldad, al judaísmo. Vamos a mostrarlo.
Habríamos preferido mayor reserva en el arzobispo de París respecto a lo que puede poner en tela de juicio el honor de grandes figuras de la Cristiandad a la que se ha unido. Y que le ha confiado el cargo de representarla en un puesto eminente. Al creer en la indignidad de Isabel le correspondía presentar sus argumentos ante los jueces del proceso de beatificación, y no reclamar el archivo de la causa por un acto de puro arbitrio por el que se felicitan los B’nai Brith. Y, que en beneficio de su judaísmo polémico, golpea a la Cristiandad, literalmente, con una negativa a sentenciar.
Y es que, de hecho, se temía al proceso de beatificación. Habría mostrado la nadería de las sospechas de indignidad respecto de Isabel, y que ahora la difamación puede difundir libremente. Una difamación, en efecto, directamente favorecida por la «suspensión» oscura que deja suponer que las imputaciones calumniosas difundidas por los medios de comunicación y los grupos de presión anti-isabelinos y contrarios a la Cristiandad dominantes, estaban bien fundadas.
Hagamos el proceso que se ha prohibido
Puesto que a la fuerza se ha ocultado la verdad, hagamos nosotros mismos surgir lo esencial.
Primera acusación: Isabel «fue responsable de la persecución de miles de judíos y musulmanes» (Le Monde, 30 de marzo de 1991). Formulación ridícula, puesto que los judíos y musulmanes en la España de Isabel no eran «miles», sino cientos de miles. Y afirmación absolutamente falsa, ya que Isabel jamás «persiguió» a los judíos ni a los musulmanes.
Es bien sabido, respecto a estos últimos, que los dos hombres a los que confió el poder en la Granada musulmana que reconquistó en 1492, el conde de Tendilla y el arzobispo de Talavera, fueron insignes protectores de sus administrados. La conversión al cristianismo, en especial bajo su autoridad, no se consiguió más que por la predicación a base de estima y afecto. Jiménez de Cisneros, a continuación, añade los regalos, Al fin, Isabel deja planear la amenaza de expulsión de los no conversos (antiguos ocupantes, recordémoslo, peligrosos por sus complicidades con los berberiscos islámicos). La «persecución» se limita a esta amenaza tardía y verbal de una medida de seguridad con los no conversos sublevados. E Isabel rescata, para darles la libertad, a todos los esclavos moros hechos durante la conquista. El auto de fe de los libros árabes es una leyenda sin ninguna base documental.
¿Descanonizar a San Luis?
Isabel tampoco persiguió a los judíos. Se rodeaba de ellos, como sus principales financieros, Abranel y Abraham Seneor. Y, en tanto estuvieron en Castilla, los «persiguió» mucho menos que en Francia nuestro San Luis, al que, entonces, habría que descanonizar (por el camino que vamos, pronto llegaremos a ello).
Porque San Luis rechazaba todo concurso al tesoro real de los financieros judíos. Más aún, decretó que todo judío que se dedicara a la usura debería ser expulsado del reino. No podían permanecer en Francia más que los judíos que vivieran de un trabajo manual, lo que no suponía mucha gente. En Castilla, por el contrario, los judíos regentaban los préstamos y los mercados, «por doquier se olía un maravedí» (T. de Azcona). Y San Luis hizo lo que ni siquiera Isabel imaginó: la confiscación de ejemplares del Talmud y de otros libros judíos, porque eran anticristianos. Estos ejemplares se quemaron en 1239 y los rescatados en 1254. En el resto, San Luis protegía a los judíos, asegurándoles una justicia equitativa. Como Isabel, de la que se conocen numerosas intervenciones personales en tal sentido[2].
Una medida prudente
Segunda acusación: Isabel es «culpable de haber expulsado ciento cincuenta mil judíos de España» (Le Monde, 4 de abril de 1991). El hecho de la expulsión es exacta, pero Isabel no tomó tal decisión más que después de veinte años de reinado, en 1492. Y fue la última de los grandes monarcas europeos en hacerlo. Los judíos habían sido expulsados de Inglaterra en 1290, de Alemania a partir de 1348-1375, de Francia desde 1306 y después de 1394 en tiempos de nuestro gran teólogo Gerson, lo que había producido una gran afluencia a España a la larga insostenible. El famoso «umbral de tolerancia», según la fórmula del presidente Mitterrand, había sido ampliamente superado, tal como lo muestran las sangrientas revueltas antijudías del pueblo castellano, precisamente a partir de finales del siglo XIV, mientras que dicho pueblo, como sus monarquías, habían sido de una tolerancia ejemplar respecto a los judíos durante la Edad Media, como es bien sabido.
Además, como es natural, esta masa judía que permanecía judaica, ejercía una influencia perniciosa en la ortodoxia y la lealtad castellana de los muy numerosos judíos convertidos al cristianismo, la mayoría de las veces voluntariamente. Tendían a apoderarse cada vez más de cargos públicos y celebraban ostensiblemente ceremonias judaizantes, como lo denunciaban los mejores de entre ellos[3]. Conversos a los que el pueblo castellano de ahí en adelante atacaba, también, en otras sangrientas revueltas.
La expulsión, por tanto, se convirtió en una medida de prudencia, a la vez religiosa y temporal, necesaria para evitar mayores males, donde el menor no era el baño de sangre que amenazaba sin cesar. Se trató de una medida que, mucho antes, se había tomado por el resto de las grandes monarquías de Europa, y con razones menos imperiosas. Por consiguiente, tal medida no puede oponerse a una beatificación que se funda exclusivamente en las virtudes cristianas heroicas de la persona en cuestión. Y que cuando reina es titular del poder temporal y a la que corresponde en conciencia garantizar el bien común: el de su pueblo, el de los conversos e, incluso, el de los judíos, convertidos en indeseables.
Beatificación laica
Respecto a este tema, por lo demás, el más grande historiador de nuestro tiempo, al que no se puede tachar de antisemitismo, Fernand Braudel, resulta inapelable. Helo aquí, enérgico, como conviene para alzarse contra el actual conformismo pro judío: «Me niego a considerar a España como culpable de la muerte de Israel. ¿Cuál sería la civilización que, en el pasado, una sola vez, hubiera preferido los otros a sí misma? No más Israel, no más el Islam que los otros. (…) A propósito de la España del siglo XVI [y del XV], hablar de «país totalitario», incluso de racismo, no es razonable. … La Península, para volver a ser Europa, se negó a ser África, u Oriente, según un proceso que se asemeja, en cierto modo, a los procesos actuales de descolonización… En esta perspectiva de conflictos de civilizaciones, el alegato ardiente y seductor de [el historiador judío] León Poliakov me deja insatisfecho. No ha visto más que uno de los dos espejos del drama, los agravios de Israel, no los de las Españas que no son ilusorios, falaces y demoníacos»[4]. Lo que confirma el gran historiador de origen judeo-cristiano, Américo Castro, profesor de Princeton, al escribir del poder, especialmente municipal, usurpado por los conversos, con la ayuda de los judíos, que era «abusivo y anarquizante»[5].
De este modo, en defecto de la Roma de hoy, la historia laica, en su más alto nivel, ya ha beatificado a Isabel la Católica. Por el mismo motivo que le imputan como crimen los B’nai Brith y nuestro monseñor Lustiger. Es cierto que este último no duda en escribir de los conversos, en realidad ricos, poderosos y dominadores, que sufrieron los «bautismos forzosos», fueron «obligados a la conversión»[6], lo que es absolutamente falso respecto a la inmensa mayoría de ellos, y totalmente bajo el reinado de Isabel. La mejor prueba consiste en que, precisamente, fue preciso expulsar a la masa de los judíos, que libremente no se convirtieron. Como lo han destacado Américo Castro, López Martínez y Pacios López, las conversiones fueron, sobre todo, producto de los numerosos matrimonios mixtos incluso entre la alta nobleza, de predicaciones y de «disputas» que, como la de Tortosa, condujeron a adhesiones extensas al cristianismo. Testimonios judíos de la época reconocen que las conversiones resultantes de unos y otras fueron voluntarias.
En el mismo libro, en el que no son extraños errores de este tipo, monseñor Lustiger, señala respecto al antisemitismo cristiano: «No tengo competencia histórica». Se le cree, entonces, más fácilmente. Lo que, por lo demás, no es mucho, respecto a su verdadera función, la de gran pastor de almas. No de comentarista histórico inseguro.
[1] Artículo aparecido en Verbo 295-296 (1991), 707-717.
[2] Sobre todo esto ver especialmente Le Siècle de Saint Louis, capítulo «Saint Louis et les juifs», de M. W. Labarge (París, 1970), e Isabelle la Catholique, étude critique, por T. de Azcona (en español, Madrid, 1964).
[3] Así el cronista converso Alonso de Palenda, el maestro converso de Isabel, Diego de Valera, etc.
[4] FERNAND BRAUDEL, La Méditerranée et le monde méditerranéen (París, 1966, tomo II, págs. 153 y 154).
[5] Jean-Marie Lustiger, Le choix de Dieu (Paris, 1987, págs. 87 y 78).
[6] Ídem.
35 comentarios
Y quien lo dude, que se lea los comentarios del artículo precedente.
Están repitiendo clichés y prejuicios que suenan a épocas que se creían superadas.
Las persecuciones y degollinas no suceden por generación espontánea. El odio a los judíos se alimenta de los celos políticos, de los problemas económicos y de la mentalidad de uniformar a la nación.
Todos o casi todos los libelos de sangre contra los judíos eran falsos y de todas formas no se podían en justicia usar para hacer una causa general contra un pueblo entero.
En la famosa degollina de 1391 clérigos como el arcediano de Écija Ferrán Martínez provocaron la muerte de miles de judíos, el bautismo forzoso de otros muchos miles y la destrucción de las principales juderías de Castilla y Aragón.
Parece mentira tener que recordar que cuando alguien alienta la persecución de una minoría lo que hay que hacer en lugar de culpar a la propia minoría, es juzgar a los culpables de animar al pueblo a la violencia.
Y además las conversiones forzosas provocaron un nuevo problema, el de vigilar la sinceridad en la fe de aquellos que se hicieron bautizar para salvar la vida.
Intenten hacer el ejercicio de cambiar en su discurso la palabra "España" por el nombre de un país árabe y "judío" por la de "cristiano".
Es como decir que ahora en Iraq los cristianos son un peligro contra la estabilidad política y social, porque como minoría religiosa son sospechosos de no ser fieles al régimen islámico, que los iraquíes desconfían de los cristianos ricos e influyentes, que a fin de cuentas lo que hacen los iraquíes es lo mismo que antes han hecho otros, y que se debería expulsar a los cristianos de Iraq o animarlos a convertirseal islam por su propio bien.
Es absurdo y cruel.
Por muchas vueltas que le den la expulsión de los judíos (por cierto que en este artículo se dice que efectivamente fue expulsión y no eso de "cese del permiso de residencia") fue injusta, excesiva e intolerante.
A los judíos, a los que se supone se expulsó para protegerlos, no se les permitió llevar consigo oro ni plata, por lo que su dinero debieron invertirlo en letras de cambio para luego recuperarlo, pero los banqueros con el cambio les cobraron intereses abusivos.
Además tuvieron que malvender en cuatro meses sus propiedades inmobiliarias, con el consiguiente provecho que hicieron los especuladores cristianos de su desesperada situación.
¡Qué irónico que la acusación de usureros fuera un clásico de la propaganda antisemita!.
Y encima los que escogieron los paises árabes como refugio fueron asaltados al llegar, con lo que lejos de protegerlos se les arrojó en manos brazos de la muerte.
El comentario que te sigue es un Q.E.D. de manual.
Una sugerencia: buscar en el diccionario "epistemología". Se llevarán una sorpresa.
El caso es que el reino español recién pudo lograr su unidad en el siglo XV con los Reyes Católicos cuando Francia e Inglaterra ya lo habían hechos siglos y siglos antes.
Esa unidad política sólo pudo lograrse sobre la base de la unidad religiosa. Le guste o no a nuestros contemporáneos esto fue así. Y ciertamente que se intentó durante 800 años lograrlo de otro modo y no fue posible.
Entiendo lo que significa Q.E.D. pero soy lento; no logro entender quién cree ud. que demuestra qué.
Creo que el odio a Isabel le ciega.
Pero por sobre todo, le ciega su obsesiva corrección política, llevada a los extremos de la obsecuencia servil: no hay un solo cliché de la corrección política que no nos lo haya revoleado, una y otra vez, con una persistencia digna de mejor causa.
Pues me parece que el que no esté de acuerdo con esa "corrección" política tiene un problema bastante gordo.
Pero aunque no lo tuvieran, aunque hoy en día ninguna nación basara su unidad en la uniformidad religiosa, eso no cambiaría un ápice la verdad de lo que fue la España de Isabel: una nación que supo consolidar su unidad política luego de obtener su unidad religiosa.
Que no la racial, porque el concepto hispano de la "raza" no hace acepción de genéticas ni colores de piel.
Y fue así desde Isabel hasta Franco. En cambio ahora, que España ha perdido esa unidad en la Fe, estamos a las puertas de su desmembración como una unidad política.
Yo no comento aquí porque el Reinado de los Reyes Católicos no es mi fuerte y no me gusta opinar si no tengo los conocimientos suficientes. Pero, claro, a algunos esto no les detiene por lo que veo.
Miles de millones han sido católicos por su accionar, enre los que me cuento. No creo que haya muchas personas en la historia que hayan podido presentar ese testimonio a los pies del Tribunal de Cristo.
Que los judíos eran odiados por la mayoría de la población cristiana, y anteriormente por la población musulmana, es un hecho.
Durante el reinado de Pedro I "El Cruel" (apodo que muy probablemente le fue otorgado por los incondicionales de su hermano bastardo y usurpador del trono, después de acabar con la vida de Pedro I, Enrique II "El de las Mercedes"; y llamado por otros, seguramente sus leales "El Justiciero"), Pedro protegió a los judíos e incluso llegó a combatir a su favor, enterado de las persecuciones y masacres que los seguidores de su hermanastro Enrique II, hacían contra ellos.
Ambos hermanos, fueron tatarabuelos de Isabel la Católica, aunque ella heredó el apellido de Enrique II, Trastámara, por venir de la línea paterna.
Después de producirse el asesinato de Pedro I a manos de su hermanastro Enrique II, los seguidores de Pedro I, siguieron siendo leales hasta el fín a su señor, y las dos facciones siguieron luchando entre sí. Enfrentamientos que terminaron al casarse un nieto de Enrique II (Enrique III "El Doliente"), con una nieta de Pedro I (Catalina de Láncaster) y nacer de su unión Juan II el que sería padre de Isabel la Católica.
Muchas gracias por tan estupendo comentario.
Dios le bendiga.
En ese contexto la expulsión de los judíos no puede ser un hecho de una categoría especial, teniendo en cuenta que se hizo sin violencia, nadie les metió en un tren y los dejó en medio de la nada como hicieron con los tártaros de Crimea, por ejemplo. No tiene sentido que la expulsión de un pueblo en el siglo XVI sea traída y llevada cuando el fenómeno no ha parado desde entonces. ¿Qué eso nos dice que la Reina Isabel no fue santa? No lo sé, pero hay una buena cantidad de reyes así considerados: San Esteban de Hungría, San Luis de Francia, San Fernando de España, Santa Isabel de Portugal y de Hungría. etc...cuyas vidas no conocemos a fondo. En principio hay algo de oxímoron en la frase: rey/ina santo/a. Pero la cuestión judía, sólo ella, no puede ser la medida de una reina o un rey. De poco le sirvió a Francisco José, Emperador de Austria, el haber sido bueno con ellos-que se lo digan a Stephan Zweig o a Joseph Roth- nadie le va a hacer santo por eso y, a pesar de que la descomposición del Imperio Austro-Húngaro fue un desastre total, tampoco las naciones que tanto querían emanciparse reconocerán lo obvio.
-Vale, entonces lo de siempre, como otros también lo hicieron pues no es tan malo.
Como lo hizo Stalin con los prusianos lo de Isabel con los judíos no es muy grave.
Claro que ese argumento es un bumerán, y un comunista podría decir que lo de Stalin fue simplemente seguir la costumbre española con los judíos y moriscos.
Pues a mí me parece que estuvo mal lo que se hizo en España con los judíos, lo que hizo Stalin con los alemanes, lo que en 1948 hicieron los israelíes con los palestinos, y lo que hacen ahora los sunitas con los cristianos.
-La expulsión de judíos se hizo con amenazas, disminuyendo su patrimonio y mandándolos a países que no eran el suyo.
Es sorprendente que después de vivir cinco siglos fuera de España, todavía conserven la lengua castellana. Por eso es muy insultante eso de que en lugar de expulsarlos "se les revocó el permiso de residencia", como si se tratase de extranjeros que vinieron con un visado de trabajo o estudio.
Los judíos estaban aquí desde tiempos de los romanos y el que fuesen minoría no daba derecho a los cristianos a tratarlos como extranjeros.
Desde cuándo el permiso de residencia se hereda de padres a hijos?
Un judío cuya familia llevaba en España desde hacía siglos aún tenía que ser tratado como extranjero?.
Y no eran más extranjeros los reyes y la nobleza que descendían de los invasores visigodos? .
Porque esa es otra. Los judíos se establecieron en España pacíficamente. Los invasores fueron los antepasados de la aristocracia.
En, serio, te obcecas una y otra vez en el mismo error. Que no voy a ser yo el que diga si la expulsión fue correcta o no, pero es que las comparaciones y los comentarios totalmente extemporáneas que haces a mi me parecen de lo más gracioso.
De todas formas, abres todo un debate, o multitud de debates, que no vienen al caso porque no es el tema de la entrada del blog. Los debates, que yo creo que para su comprensión se deben de tratar más bien aisladamente, o comparativamente, sobre los regímenes políticos y demás.
Lo mezclas todo hasta hacer un totum revolutum de lo más antihistórico. Con mucha carga ideológica o pseudoideológica, eso si, pero fuera de cualquier ciencia.
que llevo a cabo en América del Norte, tampoco lo he oido de China, Rusia, ni de los países Aliados (todos vivos y presentes), por permitir, conociéndolo, el genocidio de los campos de extermino nazis ...por citar algunos casos que creo mucho mas llamativos y con menos "circunstancias justificativas", por ser mas recientes. Gracias
¿A vosotros os perece que lo que está pasando en Iraq con los cristianos es un "desplazamiento poblacional por causas políticas"?. Sí, claro que sí. Y además un crimen. Como lo que pasó con los judíos en España.
Las personas no podemos estar prisioneras ni de los sistemas económicos, ni del devenir de las Historia, ni de nada de eso. Somos las personas las que hacemos las estructuras económicas, las que construimos las naciones y los que hacemos al Historia.
Así que no valen excusas del tipo, bueno así se hacían las naciones antes, todos hicieron lo mismo.
No. Cuando la Iglesia condena hoy el capitalismo salvaje no deja que se use como excusa que es el sistema que tenemos, que todos hacen lo mismo, etc.
Y seguro que cuando algunas naciones en el s. XVI decidieron construir su unidad nacional en base al protestantismo y persiguiendo a los católicos no econtrais tan fácilmente excusas.
Vamos a recapitular porque igual alguien ha perdido el hilo.
Yo ya he dicho que no soy católico, así que me da igual que a Isabel la canonicen o no. Incluso me vendría bien porque me darían otra razón más para no ser católico.
Ya he dicho que si no la han canonizado es por una cuestión de imagen, porque el Vaticano sabe que Isarel rompería relaciones diplomáticas y empezaría una campaña acusando a la Iglesia de antisemitismo.
Efectivamente para la Iglesia poco importa que Isabel expulsara a los judíos, cuando ha canonizado a otros personajes como reyes y papas que empezaron guerras y usaron la inquisición para matar herejes.
Pero desde el punto de vista de una ética universal y los derechos humanos, que un papa autorice algo no lo convierte en algo bueno ni moralmente aceptable. Y lo mismo vale para cualquier otra excusa como la razón de estado.
Da igual que una limpieza étnica la autorice la Iglesia, el Directorio revolucionario, el Politburó, el consejo de ayatolás, o el Congreso. Ese tipo de cosas están mal. Y se pueden condenar porque son universalmente condenables. Siempre, en todo momento y lugar, estuvo mal que a una persona se le forzara a cambiar de religión, y siempre estuvo mal aplicar castigos colectivos a un grupo nacional o religioso.
Y si no se acepta esa ética universal, entonces el mundo es una selva donde cada grupo religioso o político cree tener la exclusividad verdad y que sus líderes pueden justificar lo que sea.
Gringo: al menos hace un par de siglos que rige tu "ética universal" y no veo que el mundo actual no sea una selva. Es más lo que veo es que es una selva mucho más salvaje.
Así lo entendieron por ejemplo Constantino y San Vladimir. La diferencia es que éste no lo hizo sólo por cálculo político sino que se convirtió, y fue santo, en cambio en Constantino primó el cálculo político. Igual que en las Guerras de Religión posteriores a la Reforma, adonde se llegó a la fórmula, obscena a mi juicio, de que "la religión del Príncipe es la del Pueblo". Pero bueno, se confirma lo que digo más arriba.
El asalto del poder por parte de la Burguesía obedeció a las generales de la ley: estableció su Doctrina, el Liberalismo, su Religión elitista y de culto secreto, la Masonería, y su Catecismo, la Democracia. Con esta base se fundaron los Estados Unidos de América, que funcionó y funciona. Es más, esa religión está in-formando ahora un número ingente de naciones otrora cristianas. Y la unidad alrededor de las Naciones Unidas tiene por base esa religión.
Religión que a mi juicio es diabólica, y síntomas de ello hay "para hacer dulce". Pero haciendo abstracción de ello, estoy absolutamente convencido que detrás de las Democracias subyace una Religión perfectamente estructurada, con su Culto, con su Doctrina y con su Catecismo.
Lo cual vendría a demostrar que la unidad religiosa y la fe en las promesas que enseña su doctrina, por las cuales los hombres son capaces hasta de ofrendar gratuitamente sus vidas, están en el fundamento de las grandes unidades políticas que en el mundo han sido.
Y que son.
Por lo cual no se debe considerar a la unidad religiosa que procuraba Isabel como un anacronismo, sino que es una constante histórica que no pierde su vigencia, aunque adopte formas que en ciertos casos pueden llegar a ser difíciles de detectar.
"Siempre, en todo momento y lugar, estuvo mal que a una persona se le forzara a cambiar de religión, y siempre estuvo mal aplicar castigos colectivos a un grupo nacional o religioso"
Gringo ¿Cómo dices estas cosas, hombre?
Mucho más que el Decálogo.
Él lo mira todo a través de esa "ética", así como defiende todos los tópicos de la Masonería. Aunque jura y perjura que no es masón. Lo cual es una picardía, porque bien merecería serlo. Él sabrá.
En los blogs de este portal que todavía le permiten participar, Gringo se ha convertido en un referente de la corrección política.
Indiscutido.
Con respecto a la "ética universal" de Gringo sostengo lo que le decía antes, cuál es el mundo menos salvaje que ha producido esa ética: es el mundo donde mueren millones de niños por aborto, donde mueren otros millones de hambre, donde otros viven esclavizados en las garras de las multinacionales muy "democráticas". Por los frutos se conoce el árbol.
En tiempos actuales Kennedy quiso controlar la banca... no por mucho tiempo.
Y yo me sospecho lo peor. Sospecho que fue un aviso para navegantes: "La Iglesia ya no es contra, la Iglesia está vencida". Social y políticamente vencida al menos.
Y tenían razón: a partir de los '70 la pornografía inunda el mundo, por los '80 cunde el divorcio, y por los '90 se universaliza la droga y el aborto.
El nuevo milenio nos trajo la violencia social, consecuencia natural de toda esa barbarie. Porque el Orden Natural no necesita que lo aceptes para funcionar.
Es automático.
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