El Sacerdote, ¿un hombre como los demás?

Hoy, Solemnidad de san José, se celebra también en la Iglesia Católica el “Día del Seminario": no hay ni puede haber mejor Patrono para los sacerdotes; como no hay ni puede haber mejor Madre que la Virgen María que, siendo Madre de todos, lo es “un poquito más” -si se me permite la expresión- de los sacerdotes.

¿Por qué es como más “Madre” de los sacerdotes? Porque ellos, por la ordenación sacerdotal, son “Cristo” sacramentalmente hablando y, en el ejercicio de su ministerio, actúan “in persona Christi". De ahí que la Virgen “los ve más” como a su Hijo.

No es desdoro para nadie el no ser sacerdote. Ni el que la Virgen María nos quiera un poco más. Porque las madres, como decía un santo sacerdote “quieren desigual a sus hijos desiguales” y, de este modo, los quieren a todos por igual. Son cosas de las madres, y no sirve darle más vueltas; porque “las madres, madres son". Y  punto.

Esta era la doctrina de siempre en la Iglesia: “el sacerdote, otro Cristo". No tenía ningún problema “de identidad” que venía a ser algo así como un preludio o anticipo de un problema “de género", que es lo que se impone hoy y ahora a todo el mundo.

“Era", claro; porque tras el CV II la Iglesia Católica se infectó con un virus, un “ébola” maligno, que se llevó, de un total de más de cuatrocientos mil sacerdotes como había en todo el mundo, a más de CIEN MIL en cosa de siete u ocho años, que se dice pronto, durante los últimos años del pontificado de Pablo VI. Una “mortandad” terrorífica e incuestionable.

¿Cómo se pudo llegar a esto? Pues no es fácil de explicar, porque se juntaron, sumando, varias “circunstancias". La primera de ellas fue la “curiosa” pretensión del Concilio de poner a la Iglesia al mismo nivel del mundo, y convertir a éste en interlocutor no sólo válido sino “autorizado": de igual a igual con la Iglesia. Y se pegó un tiro en el pie o en otras partes, queriendo o sin querer. Y de ahí vino casi todo lo demás, empezando por el “tema” de la “identidad sacerdotal", que había que “redefinir". ¡Y vaya si se redefinió!

Esta “nueva” composición de lugar tergiversó los términos de la relación Iglesia-mundo. Hasta el punto de que los echó abajo, y destruyó los cimientos de esa relación; una relación, por cierto, que no había puesto -ni mucho menos “impuesto"- la Iglesia, sino Dios, y que se enunciaba así: “Vosotros sois la sal de la tierra; vosotros sois la luz del mundo".

Con esos “títulos” la Iglesia Católica -y con Ella y en Ella, los cristianos todos- era “el alma” de la sociedad y del mundo, la “levadura que hace fermentar toda la masa” puesto que, sin Ella, la masa se corrompe. Y, además, el mundo -con sus máximas contrarias a Dios- era uno de los enemigos “clásicos” de la salvación de las almas: había que santificarse en el mundo, sÍ; pero no como el mundo pretendía seducir al hombre: “te daré todo esto si, postrándote, me adoras".

Con este “nuevo” planteamiento del lugar y posición de la Iglesia respecto al mundo, a la sociedad y, por supuesto y en primer lugar, a los hombres, “cambió” también la relación del sacerdote con los demás hombres, con la sociedad y con el mundo.

El sacerdote, “elegido por Dios en el mundo, pero separado de él", “debía” de entrada no significarse en nada respecto a los demás: “debía ser uno más"; y actuar también como uno más. De ahí y como primera provisión, el abandono de la sotana -los religiosos de sus hábitos-, al grito -justificación confesa de pequeñísimo recorrido intelectual, espiritual y eclesial- de que “el hábito no hace al monje"; y no lo hace, ciertamente; pero, “si te lo quitas, te deshace", como se ha demostrado desgraciada y ampliamente.

Por lo mismo, el sacerdote, que tenía por disciplina eclesial evitar sitios, modos y maneras mundanas, empezó a ver esas “prohibiciones” -que no eran otra cosa que su defensa frente al mundo y lo mundano, y frene a su propia debilidad humana-, como impedimentos que “coartaban” su “realización personal” y no le dejaban ser “hombre", por decirlo de alguna manera.

Surgió así, en muchos, un “complejo de inferioridad” que, junto a la dejación de su vida espiritual más la deficiencia en su formación, les llevó a querer trabajar en cosas ajenas a su ministerio, a ir a sitios donde nunca había pisado un sacerdote, a quitar el confesonario y confesar al personal en un banco o en una salita, a tratar a la gente -en especial a las chicas, mujeres, jovencitos y jovencitas, niños y así- con “naturalidad mundana", impropia de un sacerdote que debe vivir la “naturalidad sacerdotal", que es otra cosa y está en otro plano. Y sin hábito sacerdotal -o, en su caso, religioso- que le protegiera. Y pasó lo que pasó, como está archidemostrado y más que documentado. Desgraciadamente.

En otra vuelta de tuerca de ese absurdo “complejo de inferioridad", a muchos el “celibato sacerdotal” se les empezó a quedar tan en las antípodas de lo que vivian los demás hombres, “sus iguales", que, instalados en esta (i)lógica, “reverdecieron” los intentos -de siempre- de cargárselo y pasar a poder casarse. Y como en eso, romper la disciplina del celibato para ordenarse sacerdote, ya no cedió la Jerarquía -en todo lo demás hizo la vista no gorda, sino que voluntariamente cerró los ojos y se cegó-, poco a poco primero, y luego ya en una catarata que se hizo casi imparable -un aluvión incontenible-, llegaron las demandas de secularización. Y pasó lo que pasó, con números y todo.

¿Cómo un hombre que puede consagrar “in persona Christi", que trae a Dios al mundo y a las almas, que perdona los pecados, que salva a los hombres para toda la eternidad, que anima, reconstruye vidas, habla, sana, aconseja, cura, y es uno de los signos vivos de Cristo presente entre los hombres pueda sentirse “inferior” a ellos, “no realizado” o dejarse llevar de un insensato e ilógico “complejo de inferioridad” que le destroza la vida? Misterios. 

Curiosamente, y como “novedad postconciliar", en Roma las secularizaciones se tramitaron en tiempo record, y a miles: ¡deprisa, deprisa! Pero con dos connotaciones, “perversas” a mi modo de ver. La primera, se cambiaron de un plumazo los “motivos” de las secularizaciones.

Antes del Concilio, una secularización era, normalmente, una “pena canónica” recogida en el Código: es decir, la propia Iglesia, por motivos muy graves, quitaba a un sacerdote o religioso el caracter sagrado o consagrado; y el que un sacerdote pidiese la secularización había sido rarísimo, y tenía que demostrar la nulidad de su Ordenación, por ejemplo, para que se le concediese; aunque también estaba previsto en el Código que se pudiese subsanar tal anomalía. Cuando las cosas eran irreversibles, se concedía. Pero esas peticiones, hasta entonces, habían sido rarísimas: habas contadas. Porque, y para decirlo claro, siempre eran un baldón, que además se arrrastraba toda la vida, incluso aunque no fuese público.

Con el estatus secular, la persona perdía su carácter sacerdotal y todas las connotaciones inherentes a ese estado en relación al ejercicio del ministerio. Todas…, menos una: seguía siendo “célibe", y no podía, por tanto, atentar matrimonio: se era “sacerdote para siempre". Por lo mismo, en caso de peligro de muerte un “sacerdote secularizado” podía absolver los pecados a un moribundo, o darle la unción. Se es “sacerdos in aeternum". También en el Cielo. O en el infierno.

Pero tras el Concilio, esto es lo que cambia, esto es lo “nuevo": es la iglesia la que “concede” por gracia maternal y misericordiosamente, la secularización a quien dice que no se siente con fuerzas para seguir. Pero, y aquí viene la segunda connotación: la reducción al estado secular llevaba aparejado el “derecho” a poder “casarse". Y esto fue el acabose. Hubo como un toque de “a rebato” y se produjo todo un efecto “llamada". Y el Vaticano quedó literlamente enterrado de demandas.

Y con un “toque” aún más clamoroso: a muchos de los nuevos secularizados, se les mantuvo en sus diócesis en quehaceres eclesiales -profesores de religión, catequistas, etc.,- con sueldo y demás de la misma Iglesia. Porque esto de la “misericorditis” viene de más atrás, aunque se haya pretendido que lo ha inventado el actual pontífice. 

¿Cómo la Iglesia pudo “aceptar” todo esto? Misterio. Más profundo que el anterior si cabe. Y cabe.

¿Quién cortó este desastre? ¿Cómo se cortó? Lo hizo, de un plumazo y de la noche a la mañana, san Juan Pablo II en cuanto fue elegido en Roma. Dijo: “¡se acabó!", y se acabó. Así de sencillo. Y las aguas, en este tema como en otros, volvieron casi a su cauce.

Y ahora vienen las declaraciones, calentitas, del arzobispo Vives, de La Seo de Urgell, que preside la Comisión Episcopal de Seminarios en lel seno de a CEE: “nuestros seminaristas gozan de buena salud humana y espiritual". Y me lo creo. Él lo debe saber porque es el encargado; claro que en la CEE y tal como están las cosas no significa gran cosa. Pero…

Me chocan dos cosas. La primera, que el encargado de seminarios en España sea un arzobispo que ha cerrado el suyo desde hace años -bastantes- o que ya se lo encontró cerrado: el hecho es que en su diócesis no tiene, ni se le espera. Los últimos datos que publica la diócesis de Urgell, del curso 2014-2015, dice que tiene SEIS seminaristas, que están en el seminario interdiocesano de Barcelona; de ellos, tres en el curso propedeutico -o sea, y para entendernos: el curso previo a entrar en el seminario y ser seminarista; es decir, aún no lo son-, dos en filosofía -en 1º y en 3º- y otro externo, sin más connotaciones. A día de hoy no sabemos nada de nada de ellos. ¿Han desaparecido?

Pues como para ir de experto. Claro que quizá le han nombrado porque debe tener tiempo para dedicarse a los demás seminarios. No sé.

Y la segunda cosa “chocante” -para mí; pero lógica según están las cosas- es su declaración a tumba abierta: “"El reto es ofrecer a los pastores del futuro una formación que encarne la reforma de Francisco". 

Tal cual. Y me he quedado sin palabras. Mudo.

Amén.

14 comentarios

  
Miriam de Argentina
Estimado padre. Muy bueno el artículo. Aunque soy una ignorante en temas canónicos hay cosas que siempre me resultaron chocantes. Hace unos años atrás conocimos a un sacerdote joven de origen muy humilde. Era muy inteligente. Se ordenó. Lo mandaron a Roma a especializarse en pastoral familiar. Así lo hizo. Escuché alguna charla de el. Después de unos pocos años no supe nada más de él. Hablando con mi párroco hace un par de años me entere que se enamoró. Pidio dispensa. Se casó. Y da clases de RELIGION!!! En
colegios católicos. A mi parroco le pareció bien que abandone el sacerdocio y que haga "lo que lo hace feliz". La verdad es que sentí que ese sacerdote usó a la Iglesia. Y la Iglesia es tan tonta qué le da trabajo a alguien que sabe mucho de teología, pero que en su vida es incapaz de ser fiel a lo prometido.
19/03/18 9:53 PM
  
Martinna
Yo he visto y vivido todo esto que escribe y es así. La verdad es que duele. Cuando se rompe el frasco, se derrama el líquido, se pierde, ya no puede volver a estar como estaba. Hemos perdido mucho y muy importante. Siempre he sentido por los sacerdotes gran respeto (y envidia) no entiendo como tantos que podrían serlo no lo son,
Da pena comentarlo.
19/03/18 11:27 PM
  
Copa Amarga
Padre Aberasturi, una vez más usted ha acertado. Por saber de primera mano de los seminaristas de la Seu d´Urgell, le aseguro que no parecen nada gozar de "buena salud humana y espiritual", más bien hacen pena, y le ruego, así como a los lectores de este blog, de recordarlos en sus oraciones.
Gracias por su análisis que permite comprender mejor como hemos llegado a ese desastre, porque de verdad, es para llorar.
20/03/18 12:12 AM
  
Yolanda
Pues si “"el reto para los pastores del futuro es ofrecer una formación que encarne la reforma de Francisco", cerremos ya los Seminarios. Pero YA.
20/03/18 12:25 AM
  
Jesus Pereira
Yolanda, se cerraron por si mismos... Y que sea pronto.
20/03/18 7:17 AM
  
maru
Por fin, P. Aberasturi, me puedo decir a mi misma que tenia razón!!! Nunca vi ni creí que un sacerdote fuese un hombre como los demás. Siempre tuve muy claro que su ordenación sacerdotsl era algo muy grande y, por lo tanto, no podia ser un '' hombre como los demás''. Incluso, en unA ocasión hasta lo rebatí con una persona que estudió teología. También viví en una parroquia, el casamiento de un sacerdote y luego no salían de allí los dos, algo que para mí era y es inadmisible, pero no se lo pierda, porque eran aceptados, no solo por los otros sacerdotes sino por varios fieles , para participar en distintos grupos (algunos aceptaban para no quedar mal con los otros sacerdotes). A mí, siempre me pareció fatal. Si quisiste dejar el sacerdocio y casarte, para quevuelves a estar en la misma parroquia?, por lo menos , vete a otra. Y la señora, lo mismo, como si nada. Me alegró mucho leer este artículo suyo, porque siempre pensé así.
20/03/18 12:42 PM
  
josep
sacerdos, alter Christus.
20/03/18 2:22 PM
  
Primo
Como para no enmudecer Padre..... Pienso que una Iglesia sin vocaciones sacerdotales y sin vocaciones al matrimonio cristiano, es una Iglesia zombi. El Papa y los Obispos ocupan mucho tiempo en cosas que, a mi parecer, son perfectamente prescindibles. ¿Cuanto tiempo dedican a trabajar por las vocaciones sacerdotales y al matrimonio cristiano? Esto si que era un buen programa de reforma para la Iglesia de hoy, y bastante mas trascendente que las reformas del C-9, que tendrán toda la importancia que se quiera pero ¿de que nos sirven al común de los fieles?



Muy interesante reflexión la tuya, con tu pregunta final.
20/03/18 8:18 PM
  
José Luis
Reflexionando sobre este tema, a la luz de la Palabra de Dios, un sacerdote no es como los demás, cuando el Señor elige al varón para el sacerdocio ministerial, el sacerdote deja de ser como los demás. Pues quien quiera ser como los demás, ya se colocan al margen de los deseos de Dios para hacer los deseos del mundo.

Hay muchos que sin ser llamados para la vida sacerdotal, terminan siendo sacerdote. Pero a estos, no les asiste el Espíritu Santo, pues por sus obras se hacen notar.
«Nadie puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios» (Hebreos 5,4). El sacramento sacerdotal hace al llamado distinto a los demás. Y se transforma en otro Cristo.

Pero también, el que ha sido llamado por Dios, debe tener cuidado.

«En nada deben ser los Sacerdotes como el resto del pueblo, ni en los deseos y pensamientos, ni en el modo de vivir, ni en las costumbres. La dignidad sacerdotal les obliga a otra vida más seria, a otra gravedad y a otra piedad más sólida. A la verdad, ¿qué hallará el pueblo que observar y que imitar en el que no sobresalga en virtud al común de las gentes"? ¿,Qué admirará en vosotros si solamente ve lo que hay en él? Si no halla cosa en que le excedáis, o si le están dando en rostro, en el que miraba como digno de su respeto, los mismos defectos que le avergüenzan en sí mismo. » (S. Ambrosio, Epist. 6, lib. 1. sent. 154, Tric. 1. 4, p. 345.)

Un sacerdote, y conforme lo enseña la Sagrada Biblia, debe desprender ese olor a Jesucristo para la salvación, no es olor a oveja, o sea, como lo enseña también San Ambrosio, nos las costumbres de este mundo, ni su forma de pensar o de obrar. Sino manifestar la presencia de Cristo en su propia persona, con la dignidad del sacerdocio.
2 Corintios 2, 14 «Doy gracias a Dios quien siempre nos asocia a la victoria de Cristo y difunde por medio de nosotros y en todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque somos incienso de Cristo. Porque somos incienso de Cristo ofrecido a Dios entre los que se salvan y los que se pierden; para unos olor de muerte que mata; para los otros, olor de vida para la vida. ¿Quién es capaz de esto?
» Por lo menos no somos como tantos negocian con la Palabra de Dios, sino que hablamos con sinceridad en Cristo, de parte de Dios y delante de Dios.»


Dice el Señor a Jeremías: «que ellos vuelvan a ti, no tú a ellos» (Jeremías 15, 19). Es claro que no debe ser como los demás, sino mostrar la imagen de Dios en sí mismo y para salvar a los demás que quieran ser salvados.

Si un sacerdote es como los demás, aquellos no pueden encontrar a Cristo que lo buscan en ese sacerdote. Y cuando esto sucede, esos buscadores de Dios se aleja de esos malos pastores para seguir buscando a Cristo Jesús.

El sacerdote autentico es imitador de Dios: «Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor» (Efe. 5, 1-2). Y pienso, que si un seglar ve que aquel sacerdote es imitador de Dios, también este que tiene el sacerdocio común, es imitador de Dios por las buenas costumbres, los buenos pensamientos, y todo lo demás que es agrado de Dios.

EL verdadero creyente debe olvidarse de aquellas palabras huecas, vacíos de amor de Dios, "tener olor a oveja", por el contrario las palabras que el Espíritu Santo nos enseña, es la fragancia de Cristo, olor a Cristo Jesús para la salvación de los que se quieren salvar.

Los Santos sacerdotes, perfeccionan su vocación gracias a las Sagradas Escrituras. Pues habla mucho sobre los pastores, el premio que pueden recibir, o el amargo castigo que se atraen para sí, los que no han sido llamados, y los que han traicionado la vocación sacerdotal cuando por respetos humanos, han hecho ( y en la actualidad cometen) cosas terribles.

San Juan Pablo II, tambien habló sobre la dignidad del Sacerdocio.
21/03/18 7:18 AM
  
María de las Nieves
El sacerdote puede no ser santo pero el Ministerio sacerdotal es santísimo ,ya que por este Ministerio Santo tenemos a Jesucristo presente en la Eucaristía y perdón de los pecados.
21/03/18 11:14 PM
  
Raquel D. catequista
El Sacerdote NO es un hombre como cualquiera. ES UN hombre UNGIDO ! Su ordenación marca carácter y lo será en el Cielo o en los abismos. Esto sí que lo sabían y vivían las familias antes del VAT II cuando los Sacerdotes cumplían su Sacerdocio con Humildad y Obediencia. Las familias cuidaban a los Sacerdotes y las madres se desvivían por ellos en oraciones y sacrificios. También lo sabíamos las "féminas" quienes hoy en día no distinguen, dado que se visten como cualquier vecino, y se confunden al tenerles menos respeto y demostrarles mayor familiaridad. En los pueblos era festividad grande la Primera Misa de un paisano. Hoy les da tal vez pena y quieren emular en su vestimenta con los que usan mejores marcas... lo cual nunca ha hecho grande a nadie, menos a un Sacerdote! Los feligreses hemos de orar por ellos, no admitir juegos sucios cerca de ellos, ni palabras dobles de sentido para que NO los ronde Satanás quien les tiene una gran envidia. Son quienes distribuyen las gracias que hacen a la Iglesia fecunda. Por lo tanto NO tolero ni me acerco a sacerdotes orgullosos, democráticos... ni con ínfulas por su Sacerdocio! No están en plata franca siendo lo que SON. Oremos mucho por ellos!!!
21/03/18 11:49 PM
  
Mac
Exactamente, ese santo sacerdote decía: "Aman con idéntico cariño a todos sus hijos, y precisamente ese amor les impulsa a tratarlos de modo distinto —con una justicia desigual—, ya que cada uno es diverso de los otros".
Pax
22/03/18 9:55 AM
  
susi
Los sacerdotes claro que no son iguales : malo si son iguales.
Lo mismo que los profesores y padres que van de iguales, con sus alumnos e hijos. No son, no pueden ni deben ser iguales: los niños no lo quieren ni lo aprecian más que si cumplen la función que les corresponde.
Tenemos que apoyar mucho a los buenos curas, rezar por ellos.
22/03/18 8:15 PM
  
Anacoreta
Estimado P. Aberasturi, no me extraña que se haya quedado de un pasmo, da la impresión como si la psicopatología del absurdo hubiera copado los más altos y bajos eslabones de la Iglesia. Lo que describe, para mayor sufrimiento nuestro, es tal cual, la pura y triste realidad. A uno le queda la esperanza de que, por la misma lógica del absurdo, tanto disparate no pueda sostenerse y caiga por si solo cual pirámide de naipes, no tardando mucho. Aunque también, el refrán popular dice que, no hay mal que cien años dure. Luego tocará recomponer. A todo ésto, si el Señor no irrumpe antes en la historia exclamando con toda su autoridad: ¡Hasta aquí hemos llegado! Cabritos a la izquierda, corderos a la derecha. Y habrá un cielo nuevo y una tierra nueva.
23/03/18 8:09 PM

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