13.09.20

(439) Qué tienes, que no hayas recibido

En la profunda Apología que los dominicos hispanos, capitaneados por el eximio Domingo Báñez, escribieron contra la Concordia de Molina, critican la siguiente afirmación capital del molinismo:

«Puede suceder que, tras haber llamado Dios a dos hombres a través de un auxilio interior igual, uno se convierta en virtud de la libertad de su arbitrio y el otro permanezca en la infidelidad. A menudo sucede que, con un mismo auxilio, uno no se convierte, pero otro sí» (Citado en la Apología, Fundación Gustavo Bueno, Oviedo, 2003, pág. 41, trad. de Juan Antonio Hevia Echevarría).

En el capítulo segundo, los dominicos analizan esta afirmación enseñando que, por contra, la distinción entre el que cree y no cree no se debe principalmente al hombre, que es sólo causa segunda subordinada, sino que

«la distinción entre un hombre y otro […] se debe a aquello que se recibe de Dios» (pág. 46).

Y argumentan, siguiendo fielmente las enseñanzas de Santo Tomás, que 

«si la afirmación de Molina es verdadera, aquel que cree no difiere del otro [que no cree] en algún auxilio de la gracia preparante, sino que por su propia virtud [humana] gracias a su libertad natural e innata, se hace diferente del otro, abraza la fe y, por ello, podrá jactarse de su virtud ante el otro» (pág. 46).

Citando a San Pablo 1 Cor, 4,7, preguntamos al que cree ser autor principal de su conversión, «¿Qué tienes que no hayas recibido?».

Y es que el que se convierte no se ha convertido por sí solo. Pero el que ha pecado, sí ha pecado por sí solo, aunque ni siquiera los actos físicos haya sido capaz de realizarlos por sí solo. Dios causa primeramente la conversión que el hombre causa segunda y subordinadamente. Pero Dios, ni directa ni indirectamente, causa el pecado.

* * *

En esta muy exacta y, a la vez, respetuosa con el misterio, exposición “causalista” de la doctrina sobre la gracia, los tomistas fieles a Santo Tomás siempre han hecho hincapié en la absoluta dependencia causal que para el bien el ser humano tiene de Dios, y en la independencia causal que tiene, en cambio, para el torcimiento malvado de su voluntad.

 

Así, la obra saludable es obra 100% de la gracia, y por ello, es obra 100% del hombre. Y el resultado no es una suma, sino el mismo 100%, de tal manera que es indistinguible lo que hace Dios de lo que hace el hombre, porque la obra saludable es, en sí, un todo causal pero no una suma de partes, y menos, una suma en que el sumando principal es la parte humana.

 * * *

 

Los tomistas fieles a Santo Tomás, por eso, siempre han insistido en que es Dios quien causa primeramente la obra buena,  conforme a la enseñanza de Trento, ses. VI, cap. 13, 

«Dios por cierto, a no ser que los hombres dejen de corresponder a su gracia, así como principió la obra buena, la llevará a su perfección, pues es el que causa en el hombre la voluntad de hacerla, y la ejecución y perfección de ella

Trento, de alguna manera, nos habla de un sombrío «a no ser que», de una oscura y misteriosa iniciativa del mal que Dios permite, que es culpa del hombre, y que excluye la correspondencia a la gracia.

Sí, Dios causa en el hombre la voluntad de obrar el bien, como enseña mismamente Orange II:

Can. 23. «De la voluntad de Dios y del hombre. Los hombres hacen su voluntad y no la de Dios, cuando hacen lo que a Dios desagrada; mas cuando hacen lo que quieren para servir a la divina voluntad, aun cuando voluntariamente hagan lo que hacen; la voluntad, sin embargo, es de Aquel por quien se prepara y se manda lo que quieren».

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8.09.20

(438) Defensa de la clasicidad

La clasicidad es la virtud de aferrarse firmemente a lo tradicional, en consonancia de fe y razón. Es el hábito de la tradicionalidad.

No consiste en construir museos, ni en reinterpretar el pasado, ni en reformarlo moderadamente, ni en inventarse otro acervo, ni en combinarlo y amalgamarlo con lo nuevo para agradar al novedoso y novelero; sino en entregar su legado (grecolatino y cristiano) de generación tras generación.

Como explica Álvaro d´Ors:

«La Tradición, en el sentido ordinario de transmisión de un determinado orden moral, político, cultural, etc., constituido por un largo proceso temporal congruente de generación en generación y dentro siempre de una comunidad más o menos amplia, incluso en la familia, es una acepción del concepto expresado por la palabra latina traditio, que pertenece al léxico técnico del derecho, y puede traducirse por “entrega”»[1].

 
Y es que es piadoso y cristiano entregar y recibir el legado. Y es humano, profundamente humano sentirse deudor de los antepasados, responsables de transmitir sus enseñanzas. Teniendo en cuenta que
 

«De las dos personas que intervienen en toda entrega hay una, aparentemente activa, que es quien entrega, y otra, aparentemente pasiva, que es quien recibe. Sin embargo, en la estructura real del acto de entrega se invierte la relación: el sujeto realmente activo es el que toma […]; el protagonista de toda traditio no es el tradens sino el accipiens»[2].

 

La mente moderna, sin embargo, renuncia a la condición de accipiens y tradens. El hombre sin tradición no quiere deberse a un tradens, quiere suplantar a sus ancestros, se niega a caminar sobre hombros de gigantes, no quiere deberle nada al orden antiguo. Quiere hacer borrón y cuenta nueva. Y si es moderado, borrar una mitad y reinventar la otra.

 

La Revelación también es traditio, entrega sobrenatural de verdades naturales y sobrenaturales. Entrega en que Dios es tradens, y el creyente, —por la fe, la verdad y la gracia que trae Nuestro Señor Jesucristo[3]—, es accipiens

«La Revelación es la manifestación que Dios hace a los hombres, en forma extraordinaria, de algunas verdades religiosas, imponiéndoles la obligación de creerlas.

Se dice “en forma extraordinaria", para distinguirla del conocimiento natural y ordinario que alcanzamos por la razón»[4]

 

La Revelación entrega dos tipos de verdadesnaturales, que se pueden conocer por la razón; y sobrenaturales, que no se pueden conocer por la razón. El motivo de comunicar sobrenaturalmente verdades naturales es la mucha dificultad que para conocerlas padece el hombre adámico, no sólo por la dificultad intrínseca de las mismas, sino por la ofuscación de su razón por el pecado, el influjo subjetivista de las pasiones, los defectos personales y en general la condición caída de la naturaleza actual del ser humano.

«Porque, aun cuando la razón humana, hablando absolutamente, procede con sus fuerzas y su luz natural al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal […] y, asimismo, al conocimiento de la ley natural, impresa por el Creador en nuestras almas; sin embargo, no son pocos los obstáculos que impiden a nuestra razón cumplir eficaz y fructuosamente este su poder natural. Porque las verdades tocantes a Dios y a las relaciones entre los hombres y Dios se hallan por completo fuera del orden de los seres sensibles; y, cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen sacrificio y abnegación propia.

Ahora bien: para adquirir tales verdades, el entendimiento humano encuentra dificultades, ya a causa de los sentidos o imaginación, ya por las malas concupiscencias derivadas del pecado original. Y así sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuadan ser falso o dudoso lo que no quieren que sea verdadero»[5]

 

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2.09.20

(437) Más doctrina de la gracia

Dios no es causa directa ni indirecta del pecado.

 

El hombre es causa segunda del acto físico del pecado.

 

La voluntad libre es verdadera causa segunda subordinada de todo el bien que lleva a cabo. Por tanto, nada puede como causa primera, que es Dios.

 

Dios es causa primera de todo lo bueno, tanto común como individual.

 

El amor divino es causa del bien que perfecciona.

 

Los grados de perfección entre personas refieren diversos grados de amor de Dios, que ama a unos más que a otros y en diferente medida perfecciona.

 

Dios no reparte sus gracias por igual entre todos. Sin hacer arbitraria acepción de personas, tiene amor de predilección por unos más que por otros. Y a los que más ama, más perfecciona.

 

Nadie se condena por falta de gracias, sino por su propia culpa y merecidamente.

 

Bajo el influjo de la gracia eficaz la voluntad permanece dueña de su poder de elección, pudiendo optar por un bien distinto de aquel al que la gracia la mueve.

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19.08.20

(436) Subjetivismo en la doctrina de la gracia

«Es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar, según su beneplácito» (Fil 2, 13)

 

Sin subjetivismo no hay pelagianismo ni semipelagianismo.

 

La introducción del subjetivismo moderno en la doctrina de la gracia conduce a un ecumenismo espurio, al pluralismo doctrinal (sea moderado, como el de los conservadores; sea radical, como el de los progresistas); al experiencialismo religioso, al pseudomisticismo existencialista del personalismo, a la afirmación de la libertad religiosa moderna y al mutacionismo litúrgico.

 

Los principios de la eficacia de la gracia, aun siendo misteriosos, son universales. Se pueden conocer y explicar parcialmente, en la medida en que Dios mismo lo concede. Pero el subjetivismo pretende que son distintos en cada persona concreta, que no se pueden explicar con validez universal porque difieren sustancialmente de un individuo a otro y es imposible formularlos doctrinalmente. Sólo se podrían transmitir por testimonio particular, por la estética (teológica) del arte, o por el diálogo interpersonal. De forma que lo que vale para uno no valdría para nadie más.

 

El subjetivismo niega la universalidad, se refiere siempre y sólo al hombre concreto, único e irrepetible, para el que no sirven postulados universales. En la doctrina de la gracia, aplicando este principio, el subjetivismo entiende la voluntad concreta e individual como autodeterminación, que es lo que conferiría eficacia a la gracia.

 

Sólo sumergiéndonos en la doctrina aristotélico tomista encontramos los argumentos que refutan los innumerables errores sobre gracia y libertad.

 

La gran impostura moderna es el rechazo de la gracia con la excusa de la libertad. Y a nivel político, el abandono de la ley divina con el pretexto de la autonomía de las realidades temporales.

 

Personalismo y Nueva Teología, combatiendo un supuesto “extrinsecismo” de la doctrina tradicional de la gracia, hacen desaparecer la gracia y se quedan con una naturaleza sobrenaturalizada que no existe. El resultado es el secularismo.

 

La voluntad humana por sí sola no puede hacer eficaz la recepción de la gracia, porque para el acto mismo de aceptar la gracia se necesita de la gracia.

 

La gracia eficaz es deponente, como los verbos latinos: es decir, su forma es pasiva pero su significación es activa. O lo que es lo mismo: implica pasividad, porque se recibe, pero produce actividad, porque se traduce en obra. Por eso la colaboración sobrenatural del hombre es el significado de la gracia.

 

15.08.20

(435) Fantasmagoría del subjetivismo

1

Sólo tenemos una filosofía confiable, la aristotélico-tomista. Fuera de ella todo es oscuro, ambiguo y problemático, con más o menos luces y sombras, pero siempre inseguro.

 

2

Cuando el católico abandona la via tradicional, griega, romana y católica, y temerariamente abraza el numen moderno, se expone al subjevismo que lo nutre.

 

3

Fuera de la síntesis clásica, sujeto y objeto se confunden, lo real y lo imaginario se vuelven indiferenciables, verdad y error se hacen indiscernibles. Es entonces cuando se apela a la experiencia individual para intentar compensarlo.

 

4

El mal del subjetivismo, propiamente hablando, comienza en el nominalismo y se extiende durante la Modernidad, quebrando la armonía de la razón y la fe, amalgamando lo natural y lo sobrenatural, confundiendo el sacrificio redentor de Cristo, absolutizando el papel de la conciencia errónea, sustituyendo el ser por el devenir, entenebreciendo el concepto de libertad, entronizando el experiencialismo para malamente evitar ese agnosticismo en que por fin, sin poder evitarlo, se ha caído, como se cayó de la gracia.

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