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17.12.18

(322) El Siglo de Oro y 1789. Recuperar nuestra identidad

1.- Dos almas moran en mi pecho. Que diría el Fausto de Goethe. No congeniaba don Miguel de Unamuno, tan fáustico en su obra como en su vida, con su propia alma hispánica, cuando, dejándose llevar de quijotismo, exclamaba : «¡Lo objetivo! Esa palabra que tanto odio». Cierto es que su pensamiento iba alternando, como saltando de un extremo a otro, en permanente lucha y desazón internas —de ahí lo del cristianismo como agonía—. Pero, en general, su entendimiento agónico del Quijote es más unamuniano que cervantino, más kierkegaardiano que católico. Quiero decir: la tradición local hispánica es realista, es objetiva, es romano-aristotélico-tomista, y su lema no puede ser otro que el contrario: ¡Lo subjetivo! Esa palabra que tanto odio.

Pero acertaba plenamente don Miguel, en Del sentimiento trágico de la vida, al reclamar como nuestro un cristianismo de carne y hueso, sediento y hambriento de eternidad. Cierto es que el de la triste figura no tiene nada de realista, no tiene los pies en el suelo, y por eso es objeto de la crítica del Manco glorioso. Don Quijote es caballero de la fe, pero idealista al modo de Kierkegaard, necesita un Sancho Panza de contrapeso. Pero que todo lo contempla sub specie aeternitatis, de eso no hay duda, y por eso despierta nuestras simpatías. Yerra, a nuestro juicio, don Miguel, cuando caracteriza o así parece lo idealista-quijotesco como propiamente hispánico. Don Quijote es comedia, no tragedia. El Quijote delira, no acierta. La fe católica de nuestra Hispanidad no es idealista, no es quijotesca, es cervantina, que es cosa muy distinta. Como también es propiamente nuestra la entrañable y cristiana compasión que suscita en nosotros el de la triste figura.

 

2.- La escuela hispana es realista, tan realista como la mística de Tomás Luis de Victoria, o la piedad mariana de Francisco Guerrero. La objetividad que pretende, con ser de carne y hueso, es también profundamente mística. Es mística a secas, sólida, palpable como una imagen de Martínez Montañez, a la que no le falta ni el color. Sabe que el camino es la naturaleza de las cosas.

No empatiza con filosofías que tachan al tomismo de demasiado objetivista, como hace Wojtyla y el personalismo en general. Del axiologismo dice don Ramiro de Maeztu en su Defensa de la Hispanidad: «La filosofía de los valores, que ahora prevalece, viene a ser una forma eufemística de la teología». La mística española no procede de la teoría de los valores, ni del estructuralismo espiritualista, a lo Guardini; ni de encuentros sobrenaturales de carácter meramente privados, al margen del bien común social; sino de la inmersión objetiva en una traditio.

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9.12.18

(320) Trasfondo de incertidumbre

1.- Lo legal y lo moral.— La ambigüedad posmoderna intercambia las nociones de legalidad y moralidad.— Ánomos se vale de Anfíbolos y viceversa, como en un ánillo único de poder: es una colusión que daña el bien común, en perjuicio de la vida social virtuosa y beneficio de unos pocos.

Disipar esta anfibología es necesario. Primero, proclamando que algo que las leyes civiles permiten puede no ser lícito. Que una acción legal puede ser inmoral. Que no es admisible ampararse en la legalidad para transgredir la ley moral.

Esta ambigüedad forma un trasfondo de incertidumbre en que las viejas certezas acerca del bien y del mal morales se vuelven sospechosas. ¿Será que lo que antes era ilícito, piensa el ciudadano, ahora, con la nueva ley, es lícito? Así las malas leyes propician malas conclusiones, premovidas por la vieja condición adámica del hombre, y modifican las mentalidades.

Y es que en el actual estado de enemistad de las sociedades, pensar es concluir. La herida original arrastra, persuade que lo erróneo es verdadero. De tal manera que la falsa identidad positivista entre legalidad y moralidad se concluye para todos los casos, como conviene al Leviatán. No todo está perdido, sin embargo. Porque las leyes son pedagógicas, también en el buen sentido.

 

2.- Custodiar lo natural, porque es universal.— La Iglesia lo custodia, la revelación lo repropone. Ánomos pretende trasladar al ámbito sobrenatural lo que pertenece al orden racional y natural, para desactivar políticamente a los católicos y reducir su acción al ámbito doméstico y privado. Pero procurar que las leyes civiles sean leyes especialmente protectoras del orden creado debe ser tarea urgente de un político católico. No con objeto de imponer el acto de fe personal, que debe ser libre, sino de proteger lo natural, que es bueno para todos. Procurar que las leyes civiles sean de inspiración católica se refiere, también, (además de a procurar la constitución cristiana del Estado siempre que sea posible, y la unidad católica) a que, contra el nominalismo anticatólico de origen protestante, se custodien los universales, se custodie la naturaleza común a todos, se custodie aquello que confiere al hombre su condición de hombre. 

Se custodie, también, un principio clave del pensamiento clásico: «La gracia presupone la naturaleza, al modo como una perfección presupone lo que es perfectible» (Summa Theologiae, I, q.2, a.2 ,ad 1.) Objeto de la política católica debe ser custodiar lo que es perfectible, para que pueda ser perfeccionado natural y sobrenaturalmente, porque es bueno para el bien común que lo sea. El Estado no sólo tiene el derecho, sino el deber, de promover la religión revelada, y evitar el agnosticismo institucional. Debe procurarse la constitución cristiana de los estados siempre que se pueda. La paz de Cristo en el Reino de Cristo.

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27.11.18

(317) Catolicismo de tercer grado

1.- Para la sola criatura, es imposible.— En su muy sustancioso prólogo al magnífico libro del P. Alfredo Sáenz S.I., La Cristiandad. Una realidad histórica, el P. Carlos Biestro explica de qué manera la historia confirma la enseñanza de la Tradición, en cuanto que al margen de Cristo la sociedad corre hacia su desastre, porque «es imposible para la sola creatura detener el avance inexorable de la culpa y la muerte que reinan desde la Caída Original». Es un pasaje potente, que corona cabalmente así: «Sólo en el Señor las personas y las sociedades pueden alcanzar la salvación.»

 

2.- Pero es posible, para el Señor de toda criatura.— Comenzaba su prólogo el P. Biestro con una proclamación: «Es sabido que Dios salva al mundo suscitando hombres e inspirando obras que contradicen al mundo con la defensa de aquellas causas que cada época particular tiene por perdidas.» Con esta alabanza, entiendo, se nos anima a defender, como católicos, las causas perdidas que contradicen el mundo moderno, que parecen imposibles para nosotros en cuanto solas criaturas, pero posibles para Dios que «actúa en las obras de sus criaturas», porque «es la causa primera que opera en y por las causas segundas» (Catecismo 308).

 

3.- Lo mejor imposible es posible para Dios.— Tal cosa sucede con la doctrina tradicional, sobre todo en su traditio local hispánica. Me refiero a la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo, que es doctrina que contradice al mundo, al catolicismo de tercer grado y al positivismo idólatra del Leviatán moderno. Como dice el P. Biestro, Dios suscita obras que contradicen el mundo con causas que el mundo tiene por perdidas. No las tenga por lo mismo el católico, no desconozca la providencia de Dios, que opera lo imposible en y por sus criaturas. ¡Cuánta necesidad tenemos de políticos católicos que contradigan al mundo, y cual verdaderas causas segundas movidas por Dios, operen lo imposible para el mundo moderno!

 

4.- Meliora secuenti, quien sigue lo mejor, se lleva la palma. Reza el emblema de Don Juan de Borja, en la bellísima edición de 1680 de sus Empresas morales. Dando por supuesto el estado de gracia, ¿no será altamente meritoria la defensa de tal causa? ¿No habrá para tal empresa imposible, posible palma? Sintetizamos su tesis, clásica y perenne,  citando Libertas praestantissimum, 14:  «es absolutamente contrario a la naturaleza que pueda lícitamente el Estado despreocuparse de las leyes divinas o establecer una legislación positiva que las contradiga». Pensar lo contrario, promoviendo al mismo tiempo un catolicismo espiritualista y privado, es política “católica” de tercer grado. No es lo mejor, sino lo peor.

 

y 5.- Lo mejor, siempre que se pueda.— Es lo peor, decíamos, porque tal separación impide, artificialmente, que el orden del bien común, (es decir, el orden político), se encuentre con el orden de la gracia que lo hace plenamente posible, (es decir, el orden divino). Sí, sé que es aparente causa perdida defender, en la atmósfera personalista que nos envuelve, la ilicitud de tal separación artificial y abusiva. Pero debemos contradecirla, porque como explica León XIII: «el poder político y el poder religioso, aunque tienen fines y medios específicamente distintos, deben, sin embargo, necesariamente, en el ejercicio de sus respectivas funciones, encontrarse algunas veces.» Se admite por tanto distinción pero no separación. 

Piense el político católico, supuesto el estado de gracia, que le espera la palma (del martirio) si defiende lo mejor, que contra el Leviatán de tercer grado se resume y aquilata en esta máxima:

no es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada.

 
David Glez.- Alonso Gracián
 

21.11.18

(316) Malentendidos y soflamas

1.- La decadencia del derecho público cristiano da alas a la tecnocracia, motiva al Maelstrom positivista, renueva el ocaso de la ley natural en las almas y en las sociedades. Hay que combatirla.

Los sueños progresistas del iluminismo renuevan sus fuerzas, y vienen a morar a la Ciudad del Hombre.

Alberto Caturelli asocia, sabiamente, la pujanza del mundo moderno con la crisis del cristianismo:

«Si el Cristianismo “toca a su fin y Cristo baja de su Cruz", como decía Cioran, entonces la tierra se constituye en el definitivo mundo del hombre y la ciencia y la técnica son los medios eficaces para someterla. Adquieren renovado vigor las ideas fundamentales del “iluminismo” que, hoy, cree, como Turgot, en el progreso material indefinido que supone la realidad como cambio acelerado inmanente al tiempo de la historia.» (Alberto CATURELLI, Los derechos del hombre y el futuro de la humanidad, Verbo, n. 383-384, Madrid, p. 248)

 

2.- Asimismo Ernst Jünger, en los diversos volúmenes de Radiaciones, recalca el titanismo del espíritu de esta época.  La batalla contra los dioses, en la mitología griega, nos muestra de qué manera el mundo temporal del hombre pretende autonomía. Y en crescendo, sin detenerse. Porque nunca se sacia el hambre de autodeterminación. Por eso Calderón Bouchet, en Los enemigos del progreso, remite con acierto el concepto al mito de los titanes, «y a su acción positiva en la transformación de la situación terrena del hombre.»

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17.11.18

(315) La vía moderna de la ética: normas generales en lugar de preceptos universales

1.- El nominalismo es la raíz de la Modernidad.

 

2.- El nominalismo niega el fundamento real de los universales.

 

3.- Negar la realidad de los universales supone negar la realidad de lo común.

 

4.- La negación de una realidad común a todos constituye la raíz de la vía moderna de la ética.

 

5.- La ética moderna no será nunca una ética universal porque se basa en la negación de los universales.

Hablando con propiedad, es un remedo agnóstico de catolicidad, esto es, una ética general, global o mundial. Lo general (mudable) sustituye a lo universal (inmutable).

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6.- La negación de una realidad común a todos supone, como contrapeso ideológico, la afirmación de una experiencia personal de la ética; no común a todos, sino autodeterminada por los propios sujetos; y con pretensión de poder ser reclamada y contrarreclamada como derecho. Lo universal se reduce a suma de individualidades. El bien común es degradado a suma de bienes particulares incomunicables.

 

7.- La vía nominalista implica, por tanto, una ética de pretensiones subjetivistas, que no es capaz de vencer el individualismo por más comunitarismo que pretenda. Y dado que individualidades hay muchas, será una ética que englobe a esas muchas, sin que lo común influya en ellas. Es decir, una ética global o mundial de tipo cuantitativo.

 
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8.- Tenemos, pues, como resultado, una ética global blindada por un concepto no moral, sino axiologico de la dignidad humana. Concepto que, en clave roussoniana, considera un valor inviolable el estado de naturaleza (sin tener en cuenta la Caída). Concepto que, por tanto, pone entre paréntesis el estado de enemistad producido por el pecado. 

 

9.- La ética global consistirá entonces en una regulación de alcance mundial, mediante la promulgación de normas generales, de reclamaciones y contrarreclamaciones particulares (Turgot). Es una ética, en definitiva, ilustrada.

 

10.- Por el contrario, la ética universal, es decir, el ethos católico, se basa en lo que los sujetos tienen en común, una ley natural universal inscrita en sus naturalezas. También en lo que tienen de comunión sobrenatural, por la gracia, que es la Iglesia.

La universalidad católica, por tanto, es doble: la de la ley natural, que implica una dignidad moral, además de la ontológica; y la de la ley de la gracia, que implica una dignidad sobrenatural.

 

La enorme influencia de la modernidad ilustrada de corte humanista, esto es del personalismo, ha hecho creer que la ética global es equivalente a una ética universal. Y que los derechos individuales, regulados mediantes normas generales de alcance mundial, pueden sustituir al Decálogo en las legislaciones.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Siendo un hecho que, entre ambas éticas, hay una distancia infranqueable.

 

David Glez. Alonso Gracián