José, santo y obrero
La figura de San José, como padre de nuestra fe cristiana, tiene que ver mucho con aspectos muy concretos de nuestro devenir diario.
Eso, digamos, necesitaba ser refrendado por quien podría refrendarlo. Por eso, el 1 de mayo de 1955, Pío XII, en la Plaza de San Pedro, vino a manifestar una gran verdad (que contenía una esperanza en el futuro) que la cristiandad entera ya conocía desde hacía casi dos mil años:
“El humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias".
Así se instauró, desde aquel día, una festividad muy querida por los hijos de Dios: la celebración del padre putativo de Jesucristo, Hijo del Hombre y hermano nuestro, en cuanto entregado al mundo del trabajo y, también, ejemplo espiritual a seguir.
Sobre la figura de san José se han escrito, a lo largo de la historia, muchas palabras. Hablan, muchas de ellas, de la especial entrega del marido de María; de lo que tuvo que comprender o de lo que, en principio no entendía, de sus dudas.
Por ejemplo, la persona de José, Padre, Santo, tiene una singular importancia para el Opus Dei.
Por eso, escribe, San Josemaría, en “Es Cristo que pasa”, en su número 50, lo siguiente:
“Para comportarse así, para santificar la profesión, hace falta ante todo trabajar bien, con seriedad humana y sobrenatural. Quiero recordar ahora, por contraste, lo que cuenta uno de esos antiguos relatos de los evangelios apócrifos: El padre de Jesús, que era carpintero, hacía arados y yugos. Una vez —continúa la narración— le fue encargado un lecho, por cierta persona de buena posición. Pero resultó que uno de los varales era más corto que el otro, por lo que José no sabía qué hacerse. Entonces el Niño Jesús dijo a su padre: pon en tierra los dos palos e iguálalos por un extremo. Así lo hizo José. Jesús se puso a la otra parte, tomó el varal más corto y lo estiró, dejándolo tan largo como el otro. José, su padre, se llenó de admiración al ver el prodigio, y colmó al Niño de abrazos y de besos, diciendo: dichoso de mí, porque Dios me ha dado este Niño.
José no daría gracias a Dios por estos motivos; su trabajo no podía ser de ese modo. San José no es el hombre de las soluciones fáciles y milagreras, sino el hombre de la perseverancia, del esfuerzo y —cuando hace falta— del ingenio. El cristiano sabe que Dios hace milagros: que los realizó hace siglos, que los continuó haciendo después y que los sigue haciendo ahora, porque non est abbreviata manus Domini, no ha disminuido el poder de Dios.
Pero los milagros son una manifestación de la omnipotencia salvadora de Dios, y no un expediente para resolver las consecuencias de la ineptitud o para facilitar nuestra comodidad. El milagro que os pide el Señor es la perseverancia en vuestra vocación cristiana y divina, la santificación del trabajo de cada día: el milagro de convertir la prosa diaria en endecasílabos, en verso heroico, por el amor que ponéis en vuestra ocupación habitual. Ahí os espera Dios, de tal manera que seáis almas con sentido de responsabilidad, con afán apostólico, con competencia profesional.
Por eso, como lema para vuestro trabajo, os puedo indicar éste: para servir, servir. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas, hay que saber terminarlas. No creo en la rectitud de intención de quien no se esfuerza en lograr la competencia necesaria, con el fin de cumplir debidamente las tareas que tiene encomendadas. No basta querer hacer el bien, sino que hay que saber hacerlo. Y, si realmente queremos, ese deseo se traducirá en el empeño por poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección”
Además, también vale la pena traer a colación una recomendación espiritual que hace el fundador del Opus Dei en su libro “Forja”, concretamente en el número 554:
“Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre.
—Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios”.
Por eso bien podemos considerar a José Maestro de muchas realidades espirituales: entrega, silencio, entendimiento, lucha, perdón, trabajo, esfuerzo…”
Por otra parte, cuatro años después de que Pío XII agradeciera, de aquella manera, la labor de José el carpintero instaurando la festividad que hoy celebramos, Juan XXIII terminó su alocución, el mismo día, con la siguiente oración:
“¡Oh glorioso San José, que velaste tu incomparable y real dignidad de guardián de Jesús y de la Virgen María bajo la humilde apariencia de artesano, y con tu trabajo sustentaste sus vidas, protege con amable poder a los hijos que te están especialmente confiados!“Tú conoces sus angustias y sus sufrimientos porque tú mismo los probaste al lado de Jesús y de su Madre. No permitas que, oprimidos por tantas preocupaciones, olviden el fin para el que fueron creados por Dios; no dejes que los gérmenes de la desconfianza se adueñen de sus almas inmortales. Recuerda a todos los trabajadores que en los campos, en las oficinas, en las minas, en los laboratorios de la ciencia no están solos para trabajar, gozar y servir, sino que junto a ellos está Jesús con María, Madre suya y nuestra, para sostenerlos, para enjugar el sudor, para mitigar sus fatigas. Enséñales a hacer del trabajo, como hiciste tú, un instrumento altísimo de santificación".
Y, ya, por último, San Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos”, relativa a la figura y misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia, y refiriéndose al trabajo, cuyo Patrón es el propio San José, nos dice (en el número 22) esto que sigue:
“Expresión cotidiana de este amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: ‘Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos’ (Lc 2, 51). Esta ‘sumisión’, es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el ‘hijo del carpintero’ había aprendido el trabajo de su «padre» putativo. Si la Familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de San José Obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención.”
Demos,pues, las gracias a Dios por haber suscitado, entre nosotros, un alma tan pura y limpia.
Gracias, Padre nuestro, por ayudarme a transmitir esto.
Eleuterio Fernández Guzmán
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2 comentarios
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EFG
De nada. Es lo mínimo que uno puede hacer por nuestro padre en la fe y en tantas cosas ejemplo.
Soy amante de San José y, como aconseja San Josemaría Escrivá, nunca invoco a la Virgen sin invocarlo a él: son Esposos, y por eso estoy convencido de que su ausencia, en muchos Catecismos y Tratados de Teología, empobrece la Mariología, y aún la Cristología (pues a partir del perfil de José, se forjó el carácter masculino de Jesús).
Creo que San José, se le ha hecho invisible a muchos, no porque se encuentre en la penumbra, sino todo lo contrario, PORQUE ESTA CIRCUNDADO DE MUCHA LUZ.
Bendiciones en Cristo, María y José.
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