La Palabra del Domingo - 16 de agosto de 2015

 

 Biblia

 

Jn 6, 51-58

 “’51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre;  y el pan que yo le voy a dar,  es mi carne por la vida del mundo.’ 52 Discutían entre sí los judíos y decían: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’        53 Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre,  no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre,          tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. 57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. 58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.’”  

  

COMENTARIO

Verdadero pan para la verdadera vida

 

Continuó Jesús con su, digamos, promesa escatológica. Muchas veces vemos que el Mesías insiste en determinadas cosas para, pienso yo, que fuesen comprendidas; muchas veces el Enviado ilumina la vida de sus contemporáneos diciendo lo mismo repetidamente porque sabía y conocía la dificultad que tenían de comprender  su doctrina y el mensaje que traía de parte de Dios.

Esto viene, por eso, a concretar lo dicho sobre el pan vivo en un momento inmediatamente anterior.

Se refiere, Jesús, a su cuerpo, que lo va a entregar para la salvación de todos. Por eso dice el pan que yo le voy a dar; y ese pan, que será transubstanciado a partir, y en, la Eucaristía, es la causa necesaria de nuestra fe.

Sin embargo, muchos de los que escuchaban no entendían y, llevados por el concepto del mundo que tenían, se dejaban llevar por su mundanidad y sentían, seguramente, repugnancia por aquello de comer su carne. Aún, para ellos, no había llegado el momento de la comprensión. Como para muchos, hoy día.

La vida, la verdadera, la que Él trae, requiere, para tenerla, para poder sentirla, requiere, digo, la aceptación de eso que dice Jesús, aún sin entenderlo (hay que reconocer que eso es difícil) y así, “si coméis”, o sea, si queréis creer en lo que digo, entonces, comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre (entendamos esto como hay que entenderlo, claro)  pues entonces no es que vayamos, en un futuro, a tener la vida eterna, que también, sino que ya, ahora, desde este momento, ya la tenemos.

Resulta evidente que esto, la posesión de esa vida desde el mismo instante que ingestamos una cosa y la otra, es una aportación de esperanza y de amor por parte del Mesías que nos permite, si queremos, si queremos y voluntariamente así lo manifestamos, optar por este lado del Reino de Dios en el que podemos sentir que ya vivimos. Esto no es, si lo pensamos bien, cosa baladí.

Para afirmar esto, para confirmarlo y dar razón, si es que fuera necesario, Jesús les dice que ese comer y ese beber contribuirá a una permanencia mutua. Jesús permanecerá en el que lo hace y, a su vez, el que lo hace permanecerá en Jesús. Y esto es de vital importancia para cimentar un sentido de pertenencia de cada cual con Dios.

La resurrección queda garantizada por este comer y este beber. Bien dice Jesús que el que le coma y le beba vivirá por Él, pues si su Padre vive en Él, y su vida es, ya, eterna, para siempre, de tiempo infinito, también el permanecer en Cristo, ese vivir, se hará eterno pues eterna es la vida del Hijo de Dios.

Vemos, pues, que este texto de Juan, tan cercano a nosotros y tan profundo, como todo lo de este evangelista que es, a la vez, tan dulce y tan nuestro, dice muchas cosas: que Jesús va a dar su vida, que su vida la da por el mundo, para que se salve; que, por eso, y para esa salvación, y por esa entrega que hace de sí, se hace, para quien anhele la vida eterna, manifiesta esa voluntad comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre en la Eucaristía (que, ciertamente, aún no ha tenido lugar en su primera vez) Así no se dará el caso de aquellos antepasados de sus contemporáneos que, como ya dijo en otro momento, comieron el pan del cielo y murieron. Ahora, con Él, que es la Vida misma, este caso no se dará.

Todo lo que sucedió, y sucede, entonces, y cada día, certifica este Verdad.

Ahora bien, como hace siempre Jesús, Él propone determinada posibilidad y está de nuestra parte llevarla a cabo, aceptarla, o no. Esto es, siempre, cosa nuestra.

 

PRECES

Por todos aquellos que no aceptan el pan del Cielo.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que no quieren vivir para siempre.

Roguemos al Señor.

 

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a aceptar el pan que nos ofrece tu corazón.

 

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

  

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

  

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 
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Por el respeto a la libertad religiosa. 
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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

El pan de Cielo lo tenemos al alcance del corazón.

 

Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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2 comentarios

  
Salvador Carrión
"El que come MI CARNE y bebe MI SANGRE "habita" en MÍ y YO en él" (Juan 6, 56). Esta es la traducción de la Biblia de la CEE, y la del Leccionario litúrgico. La Biblia de Jerusalén opta por un término diferente: "permanecer". ¿Pueden considerarse estrictamente como sinónimos? Me inclino por la negativa. Aún admitiendo desde luego la plena corrección de ambos, quizá resulte más adecuado "habitar", y quizá también en mayor congruencia con algún otro pasaje del Evangelio de Juan ("El que me ama guardará MI PALABRA, Y MI PADRE lo amará, y VENDREMOS a él, y HAREMOS morada en él"). "Habitar" y "morar" sí son plenamente equivalentes.
16/08/15 6:36 AM
  
rastri
53 Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
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En verdad, en verdad dice. Pues así es el proceso de la ingesta; y así es el metabolismo de lo que se ingiere.

Si los apóstoles, allí en la última cena, se hubieren comido el cuerpo y se hubieren bebido la sangre del Maestro; Nada de esto en su cuerpo y sangre se habría entregado a la oscuridad de la muerte como se entregó.
Y los apóstoles de esta ingesta así interna y externamente alimentados y renovados y regenerados se hbarían visto como del ser del Maestro poseídos.

Y el cuerpo de Jesús al abismo de la muerte no se habría tan vilmente entregado, y su sangre, igualmente no se habría tan miserablemente vertido.
Y el efecto de la redención, igualmente, se habría consumado.


Y mientras entonces el cuerpo del Mesías, en seno de mujer Virgen fuera de carne humana concebido y revestido. Ahora, en fe, el más dichoso tiene que contentarse con su cuerpo de vegetal trigo molido y cocido; y fruto de la vid pisado y fermentado.

Misterio de fe, queda dicho. Cierto que tamaña hazaña solo la pudo hacer uno que sea Dios

Difícil de asimilar, aún hoy día, estos versículos del Evangelio, ciertamente. Pero Cristo dijo verdad y lo dijo en conocimiento de causa.







16/08/15 6:46 PM

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