Serie Escatología de andar por casa - Escatología intermedia. 3 : El Purgatorio purificatorio

Los novísimos

En Cristo brilla
la esperanza de nuestra feliz resurrección;
y así, aunque la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor,
no termina, se transforma;
y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo

Prefacio de Difuntos.

El más allá desde aquí mismo.

Esto es, y significa, el título de esta nueva serie que ahora mismo comenzamos y que, con temor y temblor, queremos que llegue a buen fin que no es otro que la comprensión del más allá y la aceptación de la necesidad de preparación que, para alcanzar el mismo, debemos tener y procurarnos.

Empecemos, pues, y que sea lo que Dios quiera.

En el Credo afirmamos que creemos en la “resurrección de los muertos y la vida eterna”. Es, además, lo último que afirmamos tener por cierto y verdadero y es uno de los pilares de nuestra fe.

Sin embargo, antes de tal momento (el de resucitar) hay mucho camino por recorrer. Nuestra vida eterna depende de lo que haya sido la que llevamos aquí, en este valle de lágrimas.

Lo escatológico, aquello que nos muestra lo que ha de venir después de esta vida terrena no es, digamos, algo que tenga que ver, exclusivamente, con el más allá sino que tiene sus raíces en el ahora mismo que estamos viviendo. Por eso existe, por así decirlo, una escatología de andar por casa que es lo mismo que decir que lo que ha de venir tiene mucho que ver con lo que ya es y lo que será en un futuro inmediato o más lejano.

Por otra parte, tiene mucho que ver con el tema objeto de este texto aquello que se deriva de lo propiamente escatológico pues en las Sagradas Escrituras encontramos referencias más que numerosas de estos cruciales temas espirituales. Por ejemplo, en el Eclesiástico (7, 36) se dice en concreto lo siguiente: “Acuérdate de tus novísimos y no pecarás jamás". Y aunque en otras versiones se recoge esto otro: “Acuérdate de tu fin” todo apunta hacia lo mismo: no podemos hacer como si no existiera algo más allá de esta vida y, por lo tanto, tenemos que proceder de la forma que mejor, aunque esto sea egoísta decirlo, nos convenga y que no es otra que cumpliendo la voluntad de Dios.

Existen, pues, el cielo, el infierno y, también, el purgatorio y de los mismos no podemos olvidarnos porque sea difícil, en primer lugar, entenderlos y, en segundo lugar, hacernos una idea de dónde iremos a parar.

Estos temas, aún lo apenas dicho, deberían ser considerados por un católico como esenciales para su vida y de los cuales nunca debería hacer dejación de conocimiento. Hacer y actuar de tal forma supone una manifestación de ceguera espiritual que sólo puede traer malas consecuencias para quien así actúe.

Sin embargo se trata de temas de los que se habla poco. Aunque el que esto escribe no asiste, claro está, a todas las celebraciones eucarísticas que, por ejemplo, se llevan a cabo en España, no es poco cierto ha de ser que si en las que asiste poco se dice de tales temas es fácil deducir que exactamente pase igual en las demás.

A este respecto, San Juan Pablo II en su “Cruzando el umbral de la Esperanza” dejó escrito algo que, tristemente, es cierto y que no es otra cosa que “El hombre en una cierta medida está perdido, se han perdido también los predicadores, los catequistas, los educadores, porque han perdido el coraje de ‘amenazar con el infierno’. Y quizá hasta quien los escuche haya dejado de tenerle miedo” porque, en realidad, hacer tal tipo de amenaza responde a lo recogido arriba en el Eclesiástico al respecto de que pensando en nuestro fin (lo que está más allá de esta vida) no deberíamos pecar.

Dice, también, el emérito Benedicto XVI, que “quizá hoy en la Iglesia se habla demasiado poco del pecado, del Paraíso y del Infierno” porque “quien no conoce el Juicio definitivo no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra".

No parece, pues, que sea poco real esto que aquí se trae sino, muy al contrario, algo que debería reformarse por bien de todos los que sabiendo que este mundo termina en algún momento determinado deberían saber qué les espera luego.

A este respecto dice San Josemaría en “Surco” (879) que

“La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre… No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin. Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es eterno”.

Se habla, pues, poco, pero ¿por qué?

Quizá sea por miedo al momento mismo de la muerte porque no se ha comprendido que no es el final sino el principio de la vida eterna; quizá por mantener un lenguaje políticamente correcto en el que no gusta lo que se entiende como malo o negativo para la persona; quizá por un exceso de hedonismo o quizá por tantas otras cosas que no tienen en cuenta lo que de verdad nos importa.

Existe, pues, tanto el Cielo como el Infierno y también el Purgatorio y deberían estar en nuestro comportamiento como algo de lo porvenir porque estando seguros de que llegará el momento de rendir cuentas a Dios de nuestra vida no seamos ahora tan ciegos de no querer ver lo que es evidente que se tiene que ver.

Mucho, por otra parte, de nuestra vida, tiene que ver con lo escatológico. Así, nuestra ansia de acaparar bienes en este mundo olvidando que la polilla lo corroe todo. Jesús lo dice más que bien cuando, en el Evangelio de San Mateo, dice (6, 19)

“No amontonéis riquezas en la tierra, donde se echan a perder, porque la polilla y el moho las destruyen, y donde los ladrones asaltan y roban”.

En realidad, a continuación, el Hijo de Dios da muestras de conocer qué es lo que, en verdad, nos conviene (Mt 6, 20) al decir

“Acumulad tesoros en el cielo, donde no se echan a perder, la polilla o el mono no los destruyen, ni hay ladrones que asaltan o roban”.

Por tanto, no da igual lo que hagamos en la vida que ahora estamos viviendo. Si muchos pueden tener por buena la especie según la cual Dios, que ama a todos sus hijos, nos perdona y, en cuanto a la vida eterna, a todos nos mide por igual (esto en el sentido de no tener importancia nuestro comportamiento terreno) no es poco cierto que el Creador, que es bueno, también es justo y su justicia ha de tener en cuenta, para retribuirlas en nuestro Juicio partícula, las acciones y omisiones en las que hayamos caído.

En realidad, lo escatológico no es, digamos, una cuestión suscitada en el Nuevo Testamento por lo puesto en boca de Cristo. Ya en el Antiguo Testamento es tema importante que se trata tanto desde el punto de vista de la propia existencia de la eternidad como de lo que recibiremos según hayamos sido aquí. Así, en el libro de la Sabiduría se nos dice (2, 23, 24. 3, 1-7) que

“Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan sus secuaces.

En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios y ningún tormento les afectará. Los insensatos pensaban que habían muerto; su tránsito les parecía una desgracia y su partida de entre nosotros, un desastre; pero ellos están el apaz. Aunque la gente pensaba que eran castigados, ellos tenían total esperanza en la inmortalidad. Tras pequeñas correcciones, recibirán grandes beneficios, pues Dios los puso a prueba y lo shalló dignos de sí; los probo como oro en crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como el fuego en un rastrojo”.


Aquí vemos, mucho antes de que Jesús añadiese verdad sobre tal tema, la realidad misma como ha de ser: la muerte y la vida eternas, cada una de ellas según haya sido la conducta del hijo de Dios. El tiempo intermedio, el purgatorio (“tras pequeñas correcciones”) que terminará con el premio de la vida eterna (o con la muerte también eterna) tras el Juicio, el Final, propio del tiempo de nuestra resurrección.

Abunda, también, el salmo 49 en el tema de la resurrección cuando escribe el salmista (49, 16) que

“Pero Dios rescata mi vida,
me saca de las garras de la muere, y me toma consigo”.

En realidad, como dice José Bortolini (en Conocer y rezar los Salmos, San Pablo, 2002) “Aquello que el hombre no puede conseguir con dinero (rescatar la propia vida de la muerte), Dios lo concede gratuitamente a los que no son ‘hombres satisfechos’” que sería lo mismo que decir que a los que se saben poco ante Dios y muestran un ser de naturaleza y realidad humilde.

Todo, pues, está más que escrito y, por eso, se trata de una Escatología de andar por casa pues lo del porvenir, lo que ha de venir tras la muerte, lo construimos aquí mismo, en esta vida y en este valle de lágrimas.

Escatología intermedia – 3: el Purgatorio purificatorio

El Purificatorio

“El santo Sínodo manda a los obispos que procuren diligentemente que la sana doctrina sobre el purgatorio, transmitida por los Santos Padres y los sagrados Concilios, sea creía por los fieles cristianos, mantenida, enseñada y predicada en todas partes”

Este texto corresponde a un Decreto del Concilio de Trento referido a la realidad del Purificatorio o Purgatorio, y enseña que la doctrina al respecto del mismo es más que importante. Por eso “manda” que sea creída.

Y sobre esto, añade al P. Cándido Pozo, S.I., en la obra ya citada aquí “Teología del más allá”, (p. 246) que

“La doctrina del purgatorio es una verdad de fe divina y católica definida en el Concilio de Florencia y, de nuevo, en la sesión 6ª del Concilio de Trento (no en el decreto disciplinar)”.

Partimos, pues, diciendo que el Purgatorio existe pues, de otra forma (o sosteniendo lo contrario) no seguiríamos adelante.

Se purga para purificar

Para perfeccionar el alma y para hacerla perfecta es por lo que el componente espiritual del ser humano, en caso de ser así, acude inmediatamente es juzgada, al Purgatorio. Allí cumple la pena impuesta y, a través de la misma, limpia el reato de pena que no ha podido satisfacer en vida en la Tierra.

Esto lo dice con otras palabras, más savias y certeras, el P. Iraburu en el Capítulo I (digamos que introductorio) del “Tratado del Purgatorio” de Santa Catalina de Génova, publicado por la Fundación Gratis Date (2015):

“El alma que está en el purgatorio ha sido ya liberada de sus culpas, pero como de ellas no hizo en la tierra una penitencia suficiente, debe padecer ahora la pena del purgatorio, que elimine en su ser ‘toda herrumbre o mancha de pecado’, disponiéndole así para la perfecta y beatífica unión con Dios”.

Esto lo dice el P.Iraburu porque poco antes escribe (pp 7-8 op. cit) que

“En todo pecado hay una culpa que hace caer sobre el pecador dos penas: una pena ontológica, es decir, una consecuencia dejada por el pecado como huella negativa en el alma y el cuerpo del pecador, y una pena jurídica, por la que por justicia se hace acreedor a un castigo. Los hombres, en efecto, al pecar contraemos muchas culpas, y atraemos sobre nosotros muchas penas ontológicas, al mismo tiempo que nos hacemos merecedores de no pocas penas jurídicas, castigos que nos vendrán impuestos por Dios, por el confesor, por el prójimo o por nosotros mismos en la mortificación penitencial.

El bautismo quita del hombre toda culpa y toda pena jurídica, pero no elimina la pena ontológica (p.ej., un borracho lujurioso, bautizado, sigue con su dolencia hepática y venérea). Lapenitencia, sea en la ascesis o en el sacramento, borra del cristiano toda culpa, pero no necesariamente toda pena, ontológica o jurídica; por eso el ministro impone al penitente una pena, un castigo jurídico, procurando que éste tenga también sentido medicinal; es decir, que venga a sanar la pena ontológica, las malas huellas dejadas en la persona por los pecados cometidos.

Pues bien, según esto, el alma que está en el purgatorio…”

Por su parte, Pablo VI, en el “Credo del Pueblo de Dios” (28) nos dice

“Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con el fuego del purgatorio como las que son recibidas por Jesús en el paraíso en seguida que se separan del cuerpo, como el Buen Ladrón— constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos. “

Habla, el Santo Padre, del “fuego” con el que son purificadas ( en el Purgatorio) las almas tras la muerte y anticipa el final anhelado por todo creyente que se cifra en la resurrección y unión con el cuerpo del que formó parte en una vida terrena. Pero antes, en efecto, en caso de ser así (repetimos la idea, que ya quedó dicha en otro capítulo, según la cual el alma puede tener un triple destino tras el Juicio particular: bien el Cielo, bien el Infierno, bien el Purgatorio) ha de quedar impoluta, blanca y, en fin, digna de presentarse ante Dios-Creador-Todopoderoso y Señor de todo lo existente.

Más sobre lo mismo

Acerca de la existencia del Purgatorio (que defendemos como verdad de fe católica) cualquiera diría que nadie ha ido allí y ha vuelto para contarlo. Sin embargo, a pesar de que en esto también habría mucho que decir lo bien cierto es que sí que hay textos Sagrados en los que sí que se puede deducir de la tal existencia; en cuanto a lo otro, a que nadie ha ido allí, lo bien cierto es que si que hay testimonios que, seguramente, podrían desmentir esto. Y uno de ellos es el de la Beata Ana Catalina Emmerick a la que luego haremos referencia que puede muy servir para convertir a más de un incrédulo acerca de este tema.

Pues bien, veamos esto

2 Macabeo 38-46

Judas reunió su ejército y se fue a la ciudad de Adulam. Al acercarse el séptimo día de la semana, se purificaron según su costumbre y celebraron el sábado. Y como el tiempo urgía, los soldados de Judas fueron al día siguiente a recoger los cadáveres de los caídos en el combate, para enterrarlos junto a sus parientes en los sepulcros familiares. Pero debajo de la ropa de todos los muertos encontraron objetos consagrados a los ídolos de Jabnia, cosas que la ley no permite que tengan los judíos. Esto puso en claro a todos la causa de su muerte. Todos alabaron al Señor, justo juez, que descubre las cosas ocultas, e hicieron una oración para pedir a Dios que perdonara por completo el pecado que habían cometido. El valiente Judas recomendó entonces a todos que se conservaran limpios de pecado, ya que habían visto con sus propios ojos lo sucedido a aquellos que habían caído a causa de su pecado. Después recogió unas dos mil monedas de plata y las envió a Jerusalén, para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. Hizo una acción noble y justa, con miras a la resurrección. Si él no hubiera creído en la resurrección de los soldados muertos, hubiera sido innecesario e inútil orar por ellos. Pero, como tenía en cuenta que a los que morían piadosamente los aguardaba una gran recompensa, su intención era santa y piadosa. Por esto hizo ofrecer ese sacrificio por los muertos, para que Dios les perdonara su pecado.

Ap 21,27 

“No entrará nada manchado (impuro)”

Y de los siguientes texto del Nuevo Testamento, bien puede inferirse la existencia del Purgatorio:

1 Cor 3, 13-15

“"Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. Si lo que has construido resiste el fuego, será premiado. Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará pero no sin pasar por el fuego".

Mateo 18, 34-55

“Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano.”

Lucas 12,47-48

“Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.”

Mateo 5,22

“Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil", será reo ante el sanedrín; y el que le llame “renegado", será reo de la gehenna de fuego.”

Lucas 12, 58-59

“Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el ultimo centavo.”

Mateo 5,25-26

“Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.”

Mateo 12,32

“Y a cualquiera que dijere palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero a cualquiera que hablare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este mundo, ni en el venidero.”

En este último texto se deduce con bastante claridad que Jesucristo está hablando de donde sí se puede perdonar, cumpliendo la pena correspondiente, el pecado que no sea contra el Espíritu Santo y que no haya sido perdonado en este mundo.

1 Pe 3, 18-19

“Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu.

En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados,”

Y este texto del apóstol San Pedro lo vertimos, por así decirlo, cuando en el Credo decimos que “fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos” aunque clarificando que donde Jesús bajó no fue al “Infierno” como si fuera a ver a Satanás sino al denominado Seno de Abraham donde acudió a liberar las almas de los justos que, antes de su venida al mundo en Belén había muerto. Y las liberó ayudándoles a ir al Cielo pues otra cosa no se puede esperar de la bondad y misericordia de Dios.

Y así nos lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

“633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el “seno de Abraham” (cf. Lc 16, 22-26). “Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos” (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd., 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también Mt 27, 52-53).”

Seguramente podemos distinguir, a este respecto, entre Sheol (en hebreo) o Hades (en griego) para lo que sería el Seno de Abraham y la Gehena que sería, propiamente, el Infierno donde van aquellas almas que han muerto en pecado mortal y tras el Juicio particular allí han sido destinadas. Por eso decimos que, en todo caso, Jesús no descendió a la Gehena sino al Hades o Sheol.

Y, ahora, algunos textos de Padres de la Iglesia:

Año 211. Tertuliano: “Nosotros ofrecemos sacrificios por los muertos…”

Año 307. Lactancio: “El justo cuyos pecados permanecieron será atraído por el fuego (purificación)…" 

Año 386. Juan Crisóstomo: “No debemos dudar que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo…".
 
Año 580. Gregorio Magno: “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador…".

 

Seguramente debería bastar con lo apenas aquí traído como para que quien tenga dudas acerca del Purgatorio (de su existencia) las enterrara para siempre.

Pero, en realidad ¿Qué es el Purgatorio?, ¿Dónde está?

Si bien contamos con bastantes revelaciones privadas acerca del Purgatorio, lo que es el mismo no es nada fácil de definir. Bueno, sabemos que en él se purifican las almas de las manchas que hayan contraído en la Tierra mientras vivían los cuerpos de los que formaban parte. Existe, por eso mismo, la tendencia a considerar al Purgatorio, un lugar. Esto es debido a que el ser humano, para comprender realidades complejas aplica analogías humanas. Por eso lo del lugar o espacio físico.

Sin embargo, lo más cierto es que ha de ser un estado de vida no asimilado a un lugar en las coordenadas de espacio y tiempo pues ha de tener un sentido distinto a lo que humanamente entendemos. Aunque reconocemos que resulta extraño pensar en un Purgatorio que no sea, en efecto, un “lugar”.

De todas formas, en la ya muy citada obra “Teología de la salvación” del P. Antonio Royo Marín. O.P. se alude a este tan particular y especial tema pues no es de extrañar que quien tenga interés por este tema quiera saber cuál es el “lugar” donde se puede situar el Purgatorio.

Pues bien, dice el citado autor que (p. 416 op. cit)

“nada se sabe con certeza sobre esta particular” (se refiere al lugar, de existir tal lugar en forma, digamos, físicamente, entendible pues es indidubable, como hemos defendido, que existir… existe) Sin embargo (p. 415) “El dogma del purgatorio puede, pues, salvarse perfectamente admitiendo un estado purificador del alma, sin referirlo a un determinado lugar”.

En apoyo de su tesis hace uso (como en otras muchas partes de su libro) de Santo Tomás de Aquino que en “De piorgatorio” escribe que

“La Sagrada Escritura nada nos dice sobre el lugar donde está el purgatorio, y sobre este punto la razón está desprovista de argumentos decisivos. Sin embargo, es probable, y está más conforme a las declaraciones de los Padres y a muchas revelaciones particulares, que el lugar del purgatorio es doble. Según la ley comón, es un lugar inferior, contiguo al infierno, de tal suerte que un mismo fuego atormenta a los condenados y purifica a los justos; pero los condenados está situados en la parte inferior, como corresponde a su situación moral. Por disposición particular de la divina Providencia, algunos difuntos pasan su purgatorios en diversos y determinados lugares, ya sea par instrucción de los vivos, y apara obtener de ellos los sugrafios de la Iglesia que alivien sus tormentos.

Algunos creen que la ley común y general es que el lugar donde el hombre pecó sea el de su propio purgatorio. Pero esto no parece probable, ya que entonces tendría que recorrer sucesivamente todos los lugares donde pecó y no podría ser purificado de todos sus pecados a la vez.

Otros pretenden que, según la ley común, el purgatorio está colocado por encima de nosotros, o sea, entre el cielo y la tierra, como corrresponde al estado de esas almas colocadas a medio camino entre la tierra y elcielo. Pero este argumento no prueba nada, porque los habitantes del purgatorio no son castigados por lo que tienen de superior a nosotros, sino por lo que hay en ellos de inferior, o sea, por el pecado”.

 

Cierto es, pues, que no sabemos dónde está el Purgatorio. Nos atrevemos, sin embargo, a decir, que eso no nos importa nada pues lo tocante a nuestra salvación es que debemos intentar, al menos, acabar en él antes que en Infierno y para eso está de más saberlo.

Pero, por otra parte, la Beata Anna Catalina Emmerick en su revelación (privada y recogida en el tomo II de los publicados, en este caso, por Ciudadela Libros, 2012) nos dice que ha visto, en una de sus muchas visiones del Purgatorio dónde se encuentra. También nos nos dice cómo ve que es. En concreto dice esto que sigue (pp 87-88):

“En la pasada noche tuve mucho que hacer en el Purgatorio. Estuve viajando siempre en dirección al norte y me parece como si aquel lugar estuviese situado sobre la parte más aguda de la esfera del mundo. Cuando estoy allí veo las montañas de nieve como si estuvieran sobre mí. Con todo, no se me representa como si estuviese en el interior de la tierra, puesto que veo la luna, y hasta intenté, corriendo por el interior de aquellas cárceles, pracdtivas alguna abertura para hacer penetrar al menos un rayo de luna.

Por la parte de fuera me parece el Purgatorio como un baluarte oscuro, humeante, en forma de medialuna; por dentro tiene innumerables calles que conducen arriba y abajo, y espacios altos y bajos. En la entrada, aquel espacio es mejor, pues las almas pueden ir de un lugar a otro y deslizarse por los contornos; las de dentro están más duramente encarceladas. De trecho en trecho se ve a una de ellas en una cueva, dentro de una fosa y con frecuencia se ven muchas almas juntas en un mismo espacio, en diferentes departamentos, unos más altos y otros más profundos. A veces, está un alma sentada en un lugar alto, como sobre una piedra.

Mas adentro, en el fondo, todo es mucho más espantoso. Allí los demonios tienen poder y es como un Infierno tempral. Las almas son atormentadas y espectros espantosos y larvas diabólicas recorren esos sitios atormentando y angustiando a las almas.

/…/

Cuando voy hacia el norte y paso por encima del hielo, allí donde el círculo de la Tierra se hyace más angosto y estrecho, entonces veo aparecer desde allí el lugar del Purgatorio más o menos como se ve el solo la luna cuando bajan al horizonte. Un camino como sobre un círculo, sobre una calle o sobre un anillo, no encuentro la palabra apropiada, y el Purgatorio se ofrece a la vista a manera de semicírculo. A la izquierda, allá a lo lejos, está el molino, y a la derecha muchas obras y trincheras”.

Es posible, claro está, que se puedan rechazar estas revelaciones pero no deberíamos tomarlas a la ligera porque no han estado desmentidas por la Iglesia católica que, como es evidente, beatificó a la religiosa Agustina en 2004 por parte del ya santo Juan Pablo II.

Duración del Purgatorio e intensidad de las penas

No cabe duda alguna acerca de que el alma que va al Purgatorio tras el Juicio particular ha de pasar algún tiempo allí. Si bien no sabemos, siquiera, si el concepto humano de “tiempo” es aplicable al caso bien podemos sostener que el concepto que se corresponda con tal estadio espiritual será de alguna forma. Pero ha de ser de alguna tal forma. Si utilizamos la palabra “tiempo” es porque, para nosotros los seres humanos, se nos hace más fácil comprender lo que queremos decir.

Pues bien, el P. Antonio Royo Marín, O. P. en la obra citada aquí y en otros capítulos “Teología de la Salvación” llega a una serie de conclusiones acerca, precisamente, de la duración del Purgatorio. Y son las siguientes (pp. 439-442):

1ª . Las penas del purgaorio no se prolongarán para nadie más allá del día del juicio (se refiere al final).

2ª. En igualdad de condiciones, la duración del purgatorio será más o menos larga según el diferente reato de pena que corresponda a cada alma.

3ª. Es imprudente y temerario tratar de precisar con exactitud cuánto tiempo permanecen las almas en el purgatorio.

Por tanto, no sabemos el tiempo que está el alma en el Purgatorio pero sí podemos decir que alguno ha de ser pues para purificarse se ha de ver sometida al fuego de aquel lugar y eso, suponemos, no ha de ser cosa fácil.

Pero hay algo que es, realmente, curioso en este tema. Se refiere a la purificación de los justos cuando llegue el momento del fin del mundo, el juicio final. Y es que es de suponer que entonces habrá justos que no habrán muerto y, por tanto, no se habrán sometido al Juicio particular pero deberán purificarse (si es el caso).

El P. Royo Marín trae a colación un texto de Santo Tomás de Aquino que clarifica algo el tema. Dice el Aquinate (Suppl., 74,8 ad.5) que

“Hay que decir que existen tres razones por las cuales serán rápidamente purificados los justos que se encuntren vivos cuando sobrevenga el fin del mundo. La primera es que les quedará poco que purgar, ya que les habrán servido de purificación los terrores y persecuciones precedentes. La segunda es que sufrirán aquellas penas vivos y voluntariamente; y la pena sufrida voluntariamente en esta vida purifica mucho más que la infligida después de la muerte, como aparece claro en los mártires… La tercera es porque el calor de aquella última conflagración suplirá en intensidad lo que le falte en duración”.

Esto apenas dicho se refiere al “tiempo” de duración de la purificación. Pero la misma ha de tener una u otra intensidad pues una cosa es que haya muchas almas en el Purgatorio purificándose y otra, muy distinta, es que todas estén allí por lo mismo.

Pues bien, aunque no podemos aportar pruebas de lo que allí se pasa para purificarse es bien cierto que la purificación ha de tener relación directa con aquello que ha sido causa de la estancia del alma en el Purgatorio. Así, un alma que tenga que quedar limpia de algunos pecados veniales de los que no se cumplió la pena impuesta en la confesión (pensemos, por ejemplo, en una muerte súbita) no podrá sufrir una purificación tan grave como aquella alma que deba, es un decir, eliminar de sí misma una culpa gravísima que, aunque no le haya hecho ir al Infierno le haya proporcionado una estancia muy larga y sufriente en el Purgatorio. Y aunque es de fe que las almas que allí se encuentran saben que están salvadas y que en un momento y otro verán a Dios y subirán al Cielo (decimos “subir” por considerar al Cielo un estadio espiritual superior) no por eso dejan de ser conscientes de que lo que no purificaron en vida de los cuerpos (siendo muy grave la causa del pecado) con los que formaban una unidad ha de ser purificado ahora y, repetimos, aunque sepan que llegará lo bueno y mejor cuando tenga que llegar, saben que han de verse afectadas por el fuego sanador mucho más tiempo que otras almas que allí están.

A este respecto no conviene que olvidemos que si bien nosotros podemos incurrir en pecados, digamos, de forma “directa” o cometidos por nuestra forma de ser, actuar o pensar es seguro que habremos hecho incurrir a otros en algunos más por, por ejemplo, haberlos incitado a mentir o haberlos encubierto en determinada mala acción o, incluso, haber provocado su ira o cosas semejantes. Y es que nadie está libre de llevar por el mal camino, con su predicación falsa o equivocada, a otros. Y si no creemos en esto recordemos ahora aquello de la piedra de molino que, según Cristo, se debería colgar al cuello quien escandalizara a los pequeños en la fe y, por consiguiente, pudiera llevarlos por un camino equivocado en su caminar hacia el definitivo Reino de Dios.

Sufragios por las benditas almas del Purgatorio

De todas formas, las almas que están en tal estado espiritual no están solas o, por decirlo de otra forma, aun tienen quien por ellas haga algo.

“Las almas no reciben allí inmediatamente auxilio del Cielo; todo lo obtienen de la Tierra, ellos ivos que ofrecen por ellas al Juez divino oraciones y buenas obras, sacrificios y mortificaciones y sobre todo, el santo sacrifio de la Misa”.

Este texto, extraído del Tomo II de las Visiones y Revelaciones (citado arriba) de la Beata Ana Catalina Emmerick, nos avisan acerca de qué debemos hacer los vivos al respecto de las benditas almas del Purgatorio. Así se ha proclamado desde el principio de los tiempos del cristianismo (recordemos, incluso, aquel texto de Macabeos citado arriba y anterior, claro está, a la llegada de Cristo, acerca de que “Todos alabaron al Señor, justo juez, que descubre las cosas ocultas, e hicieron una oración para pedir a Dios que perdonara por completo el pecado que habían cometido”) y es una necesidad que debemos satisfacer, obligación grave para cada uno de los creyentes católicos (pues, a tal respecto, sabemos qué es lo que, en general, 0 se piensan en las filas protestantes acerca del Purgatorio).

Por otra parte, Santo Tomás de Aquino dejó escrito (en Sobre el Credo, 5, 1. c., p. 73) que

Debemos ayudar a los que se hallan en el purgatorio. Demasiado insensible seria quien no auxiliara a un ser querido encarcelado en la tierra; mas insensible es el que no auxilia a un amigo que esta en el purgatorio, pues no hay comparación entre las penas de este mundo y las de allí.

Y nosotros, sabiendo de lo que debemos hacer, podemos, por ejemplo, orar de la siguiente forma:

Padre misericordioso, en unión con la Iglesia Triunfante en el cielo, te suplico tengas piedad de las almas del Purgatorio. Recuerda tu eterno amor por ellas y muéstrales los infinitos méritos de tu amado Hijo. Dígnate librarles de penas y dolores para que pronto gocen de paz y felicidad. Dios, Padre celestial, te doy gracias por el don de perseverancia que has concedido a las almas de los fieles difuntos.

En las visiones ya citadas que tiene la Beata Ana Catalina Emmerick acerca del Purgatorio dice, en un momento determinado que (p. 71-72 op.cit) “la oración por las almas es muy agradable a Dios, pues por este medio se les anticipa el gozo de la presencia de Dios”.

Inmediatamente después, nos ilustra acerca de cuál es la causa de que muchas almas vayan al Purgatorio. Así, dice (p.72 op. cit) que

“La mayoría de los hombres están allí expiando la indiferencia con que miran ordinariamente los pecados veniales; es les impide practicar actos de bondad, de mansedumbre y esfuerzos por conseguir victorias sobre sí mismos. La relación de las almas del Purgatorio con la Tierra es tan delicada que con solo desear su bien y aliviarlas y consolarlas desde la Tierra, reciben ellas gran consuelo. ¡Cuánto bien hace aquel que constantemente practica actos de vencimiento de sí mismo, a favor de ellas, deseando vivamente ayudarlas!

Vemos, por tanto, que orar por las almas del Purgatorio es altamente recomendable pues forma parte, también, de la ayuda que, desde aquí, les podemos prestar.

Y pedimos a Dios que tenga piedad de ellas porque sabemos que, en su misericordia infinita y en su bondad entra tal posibilidad. No decimos, sólo, que queremos esto o lo otro para ellas sino que requerimos del Creador, también sobre el Purgatorio, que las auxilie porque quiere el Todopoderoso que, cuanto antes, estén en su definitivo Reino.

Dios, en su bondad, puede librar a las benditas almas del Purgatorio de la situación en la que se encuentran pues siendo cierto que están donde están porque han tienen merecimientos para ahí estar (como ya hemos dicho arriba) no es menos cierto que la forma de purgar los pecados o las faltas puede ha de ser muy distinta según la voluntad de Dios (como también hemos apuntado algunos párrafos atrás).

Pedimos, pues, benevolencia al Padre para que sea bueno con ellas y para que sus tormentos (no exentos del gozo de saber que no irán nunca al infierno y que, tarde o temprano, contemplarán a Dios) sean lo más llevaderos posible. Así gozarán de la paz y de la felicidad que supone saberse en las praderas del Reino de Dios y de encontrarse entre aquellas almas que se han limpiado y gozan, ya para siempre, de la vida eterna.

Pero también debemos agradecer a Dios algo que es muy importante y que no debemos olvidar. Se trata del hecho mismo según el cual las almas del Purgatorio saben, con certeza, como hemos dicho arriba, que siempre no van a estar en el Purgatorio y, como sucedió con los niños de Fátima de los cuales uno de ellos, según la Virgen María, debería estar mucho tiempo en el Purgatorio, pasan el “tiempo” que allí les toca estar perseverando en la fe que tienen de saberse especialmente elegidas por Dios. Si bien su santidad no fue perfecta en su vida terrena, lo bien cierto es que tampoco procedieron de forma totalmente perversa de cara al Todopoderoso y a su Ley.

Ellas no pueden, ya, merecer como una forma de limpiar su suciedad. Esperan, por tanto, de nosotros, los miembros de la Iglesia militante, que hagamos todo lo posible para que Dios escuche en su corazón la súplica por ellas. Algunas, además, se encuentran solas al no tener nadie que pida por ellas al considerar que, por lo hecho en vida, deberían estar en el Infierno. Sin embargo, Dios, que conoce lo secreto de los corazones de sus hijos, ha podido darse cuenta de que había algo bueno en ellas (por acciones bondadosas de las que nadie, salvo el Creador, tenía noticia) y eso les ha salvado de la muerte eterna. Allí, sin embargo, nadie se acuerda de ellas y no pueden imputarse oraciones y otros ofrecimientos de parte de algun familiar o, incluso, de persona que pudiera pedir por ellas y aliviar (en el sentido que eso sea y le dé Dios) su situación en el Purgatorio.

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

El Pensador

La Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR.

Las bases son las que siguen:


1.- Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR, conforme a las presentes bases.

2.- Podrán concurrir al Premio cualesquiera obras inéditas de ensayo, en lengua castellana, cuya temática verse sobre “De Franco a hoy: evolución de España desde 1975 a 2013″ desde el punto de vista social, cultural y/o moral. Esta temática podrá ser abordada en conjunto o desde cualquier aspecto concreto.

3.- Las obras tendrán una extensión mínima de 150 páginas y máxima de 300. La tipografía a utilizar será el Times New Roman, tamaño 12, espaciada a 1,5. Se presentarán dos copias impresas en papel y se adjuntará una copia en formato word.

4.- Los autores, que podrán ser de cualquier nacionalidad, entregarán sus obras firmadas con nombre y apellidos, o con pseudónimo.

En el caso de que la obra venga firmada con nombre y apellidos, es obliga-torio incluir fotocopia del documento oficial de identidad, una hoja con los datos personales (nombre y apellidos, dirección postal, teléfono y email), un currículum vitae detallado del autor, así como un certificado firmado en donde se haga constar que la misma es propiedad del autor, que no tiene derechos cedidos a o comprometidos con terceros y que es inédita.

En el caso de que la obra sea presentada bajo pseudónimo, se incorporará una plica (con el título de la obra y el pseudónimo utilizado), en cuyo interior se incluirá la documentación referida en el párrafo anterior. Las plicas sólo serán abiertas en el caso de que la obra fuera premiada. En caso contrario serán destruidas junto a los originales presentados.

5.- Se admite la presentación de obras colectivas, pero en este caso el premio se repartirá a prorrata entre los autores. Y la documentación exigida en la cláusula anterior regirá por cada uno de ellos.

6.- Las obras presentadas al Premio no podrán ser editadas, reproducidas, cedidas o comprometidas con terceros, hasta el fallo definitivo. El ganador y, en su caso, los accésits ceden, por el mismo acto del fallo y de manera inmediata, los derechos exclusivos y universales de edición durante quince años a favor de Stella Maris.

Ninguna obra presentada al Premio podrá ser retirada del concurso hasta el fallo del Jurado.

7.- El Premio consistirá en:
* 6.000 euros en concepto de anticipos de derechos de autor.
* Publicación de la obra en una de las colecciones de Stella Maris.
* El 7% sobre las ventas, en concepto de derechos de autor.

8.- El Premio puede ser declarado desierto. Asimismo puede otorgarse un Accésit por cada una de las siguientes modalidades: Ciencias Sociales, Cultura y Filosofía.

El premio de cada accésit será un diploma acreditativo. Stella Maris se reservará el derecho de publicación de cada accésit y, en este caso, el otorgamiento de un 7% sobre ventas en concepto de derechos de autor.

9.- El plazo máximo de presentación de obras que opten al Premio comienza el 1 de febrero y finaliza el 29 de diciembre de 2014 a las 24 horas.

Las obras deberán presentarse por correo certificado a la siguiente dirección:

Stella Maris
(PREMIO “REVISTA EL PENSADOR")
c/. Rosario 47-49
08007 Barcelona

10.- El Jurado estará compuesto por cinco profesores universitarios e intelectuales de reconocido prestigio, designados por Stella Maris. La composición del Jurado se hará pública al mismo tiempo que el fallo del Premio.

11.- El premio será fallado el 27 de febrero de 2015 y será publicado al día siguiente, comunicándose directamente además al ganador y accesits. El fallo del jurado será inapelable.

Las obras no premiadas serán automáticamente destruidas y no se devolverán en ningún caso a sus autores. Stella Maris no están obligados a mantener correspondencia con ninguno de los aspirantes al Premio.

12.- La concurrencia al Premio implica la aceptación expresa de las presentes bases de convocatoria.

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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa
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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

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Para leer Fe y Obras.
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1 comentario

  
Roberto
Como católico asumo las enseñanzas y doctrinas de la Iglesia en este campo.

Pero sin embargo, he conocido personas muy serias que han percibido en lugares y sitios visiones de familiares difuntos o presencias de seres venidos del "más allá" para transmitir algún mensaje, llámeseles espíritus, fantasmas, energías o lo que sean.
Algunos de estos testimonios no me los creo mucho, pero de otros puedo decir de verdad que no mentían.

¿Cómo interpretar estos fenómenos a la luz de la escatología cristiana? ¿no decimos que después de la muerte hay un juicio seguido de un cielo, purgatorio o infierno? ¿que son estas visiones? ¿engaños diabólicos?
Me gustaría saber vuestra opinión.

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EFG


Tenemos como verdad de fe que tras la muerte hay un juicio, el llamado particular (que ya tratamos en un artículo en esta misma serie, y tras el mismo cada alma va donde Dios dice que debe ir.

Yo, como ud. comprenderá, no puedo decir nada de tales "visitas" que pueden ser ciertas o no. Eso sólo Dios lo sabe.

De todas formas, la Iglesia católica entiende, y nosotros con ella, que en muchos casos pueden ser visiones diabólicas aunque, claro está, eso yo no lo puedo decir. Pero no podemos decir, así como así, que sean falsas aunque en esto siempre hay que tener mucha prudencia.
24/07/14 10:35 AM

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