Serie Fundación GRATIS DATE – Arquetipos cristianos (I), de Alfredo Sáenz, S.J.

Arquetipos cristianos

De los cuatro tomos que componían, a día de la fecha de la publicación de este libro (2005) del P. Alfredo Sáenz, S.J. este jesuita había escrito cuatro tomos sobre biografías bajo el título de “Héroes y santos”. Pues bien, la Fundación Gratis Date ha agrupado en este libro y bajo el título “Arquetipos cristianos” dos de tales tomos con un número de biografías de 11 muestran hasta qué punto tenemos ejemplos más que suficientes para seguir aquellos que nos consideramos católicos.

EXCURSUS NECESARIO

Dado que este voluminoso libro (404 páginas escrito a dos columnas) no puede ser, siquiera pensarlo es posible, traído aquí en un solo artículo, lo hemos dividido en tres partes. La primera de ellas se hará referencia a una muy sustanciosa Introducción que explica mucho de la necesidad del arquetipo; una segunda parte con 9 biografías de las 11 que forman el cuerpo de estos dos-libros-en-uno; y, ya por fin, dos biografías que, por su especialidad (Gabriel García Moreno y Anacleto González Flores) vale la pena, así lo hemos considerado, tratarlas aparte aunque no de forma separada, entiéndase esto, a las demás.

FIN DEL EXCURSUS

¿El título de “Arquetipos” a qué viene?

Pues bien, como sabemos el arquetipo muestra un tipo determinado de comportamiento, una manera de ser, unas virtudes mostradas en tal comportamiento. En fin, una persona-arquetipo es alguien a quien imitar. Por eso el autor de estos tomos-en-un, el P. Alfredo Sáenz, S.J. incluye en sus biografías a una serie de personas que, como veremos, nos valen y nos sirven para mirarnos en su vida y en forma de encararla.

Empezando por el principio, digamos que la “Introducción” es un casi grito en contra de la tibieza y de la mediocridad. Por eso, precisamente, se muestran, luego, los arquetipos: para que veamos cuán diferente se puede ser del común existir mortal.

A lo mejor el autor del libro se quería referir, en esto, a una realidad argentina en el sentido de que la conozca mejor por haber nacido, precisamente, en aquella nación hermana. Sin embargo, bien podemos decir que esto que escribe puede aplicarse, perfectamente a lo que pasa en el mundo llamado occidental.

No caben, por lo tanto, reticencias, por razón de espacio o situación, al análisis expresado por el autor.

Sin duda alguna no hay nada peor que el igualitarismo pues tratar a todas las personas por el mismo rasero como si no existiesen diferencias de todo tipo entre ellas no es difícil entender que sólo puede terminar por establecer un nivel bajo de la realidad tipo pues, como las diferencias sí que existen y hay personas más inteligentes que otras, tratar de igualarlas a todas como aplicación de extraños derechos humanos terminará por hacerlo pero por lo bajo, por lo ínfimo y ridículo. Por eso cuando en la educación se evita exaltar a quien merece ser exaltado (jefes, santos, genios) se hace porque tales personas (p. 5) “son anormales” y no conviene que la juventud pueda tomar ejemplo de según qué comportamientos.

Entonces (p.6) “El proyecto igualitarista de nuestro tiempo es la expresión más cabal de una civilización decadente, que considera imposible la voluntad de ser alguien, que diluye irremediablemente el pathos de las distancias. La presunta justicia a través de la igualdad es de hecho la injusticia para con los mejores, y por tanto para con todos, privados de la libertad de los mejores. Ya en el siglo pasado, Alexis de Tocqueville había profetizado un espectáculo de este género:
‘Quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos el despotismo puede producirse en el mundo: veo una multitud de hombres semejantes e iguales, que dan vuelta sin descanso sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres de los que llenan su alma’".

Son, pues, necesarios los arquetipos para fomentar el crecimiento de una sociedad que mire donde necesita mirar para no caminar ciega o falta de sustancia de vida.

Dice el P. Alfredo Sáenz, S.J. refiriéndose al arquetipo, que es una palabra (p.8) “cuyo origen se remonta a la tradición cultural del mundo griego. Typos, primitivamente, significaba golpe, ruido hecho al golpear, marca dejada como consecuencia de un golpe. Arjé agrega el sentido de principalidad, originalidad. Por tanto: golpe o marca original. El arquetipo es así una suerte de modelo original que golpea al hombre y lo atrae por su ejemplaridad, un primer molde –inmóvil y permanente–, una forma o idea concretada en una persona, que tiende a marcar al individuo, instándole a su imitación.
El Arquetipo supremo es Dios mismo, el ejemplar sumo, o mejor, el que contiene en sí las ideas ejemplares de todas las cosas. En lo que respecta al hombre, es Él quien originalmente le ha dado un toque, le ha puesto su marca, lo ha modelado al modo de un artesano, haciéndolo su icono, su imagen, su reflejo.”

Y si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza y siendo El Señor el arquetipo por excelencia, ya podemos imaginar la importancia que tiene que haya otras personas que, procurando acercarse a Dios, cumplan su voluntad. Y algunas de ellas son las que trae el P. Alfredo a estos dos libros-en-uno.

Es más (p.8) “Los Padres de la Iglesia enseñaban que la imagen es algo ontológico en el ser humano, algo imperdible; la semejanza, en cambio, es más bien ética o moral; si la imagen es el ser, la semejanza es el quehacer. Todo el sentido de la vida del hombre consiste en ir de la imagen a la semejanza, acercándose así al Arquetipo original. En lenguaje de Scheler: ‘ser, en el sentido pleno de la palabra, es ser capaz de seguir en pos del Arquetipo’. O, como escribe Caponnetto, ‘al hombre le corresponde el tránsito del deber-ser ideal y normativo al ser real, hacer que su esencia valiosa tenga existencia plena concreta’”.

Es cierto, por tanto, que el hombre no puede vivir siendo mediocre pues su Padre, Dios, no es, precisamente, mediocre sino Todopoderoso. Y ha de mirarse en los ejemplos que le muestran cómo debe comportarse de forma adecuada. Al fin y al cabo el hombre tiene, en sí mismo, vocación de transcendencia y, por lo tanto, mira a Dios y a Él se dirige. Y eso no será posible si no tiene en quién fijarse; en quien verse.

Por eso, precisamente por tal necesidad y tal obligación intrínseca del ser humano (p. 9) “Siempre nos ha repugnado aquella expresión: ‘cada cual debe aceptarse como es’. Los arquetipos y modelos se proponen a nuestra consideración precisamente para que no nos aceptemos como somos, sino que nos decidamos a trascendernos. ‘Somos viajeros en busca de la patria –decía Hello– tenemos que levantar los ojos para reconocer el camino’. Cuenta Cervantes que los rústicos que escuchaban al Quijote en las ventas terminaban arrobados por su discurso. Es que aquellas palabras encendidas les permitían reencontrarse con lo mejor de ellos mismos, elevando sus corazones por encima de la trivialidad cotidiana” pues (p. 9) “Sólo tendiendo a lo superior, llegamos a ser auténticamente nosotros mismos; sólo accediendo a la atracción de las alturas, salimos de nuestra subjetividad y nos hacemos capaces de poner nuestra vida al servicio de Dios y de los demás”.

Vemos, por lo tanto, que de forma muy diferente a cómo se producen la mayoría de las personas es la adecuada forma de ser de los hijos de Dios que, no lo olvidemos nunca, lo somos todos. Tendemos hacia arriba, hacia lo vertical y un exceso de horizontalidad, demasiado apego al mundo y a su mundanidad, sólo puede ir en detrimento de nuestra naturaleza creada por Dios.

Ejemplos de tal tipo de equivocación existen muchos como, por ejemplo, Nietzsche que, como dice el autor del libro (p.10) “comenzó bien, rebelándose contra un mundo que llevaba en su frente los signos de la mediocridad y la decadencia, la pusilanimidad y el pacifismo, la rutina y el hedonismo burgués; denunció con vehemencia la vida muelle, la laboriosidad del hormiguero, el gregarismo de «las moscas de la plaza pública», la cifra promedio y el seguir la corriente; entendió con claridad los riesgos del triunfo de la medianía como norma, del mediocre como paradigma y de la cantidad como calidad. Su reivindicación casi desesperada de los valores de la jerarquía y de la auténtica autoridad hizo que autores como Thibon vieran en él una especie de místico frustrado, según este último explicó detalladamente en su magnífico libro Nietzsche o el declinar del espíritu.

Sin embargo no hay que engañarse. Nietzsche equivocó el diagnóstico; mezcló irreverentemente las causas del mal, lanzando acusaciones demoledoras contra el Cristianismo, cuya sublimidad y belleza no llegó a percibir. Quiso que el hombre se trascendiera, sí, pero sobre la tumba de Dios. El hombre se convertiría en superhombre si primero se hacía deicida. Mas su propia experiencia le enseñó amargamente que sin Dios y contra Dios, el hombre se extingue, anonada su ser justamente cuando pretende elevarlo de manera prometeica. Su superhombre es casi ‘bestial’, sin sombra de compasión ni de piedad. ¿No es otra manera de llegar a la animalización? Hay algo de satánico en su grito dionisíaco: ‘Dios ha muerto, viva el hombre’, un eco de la promesa del demonio en la tentación a nuestros primeros padres: ‘Seréis como dioses’. En última instancia, Nietzsche es deudor del error antropocéntrico: matar a Dios para divinizar al hombre”.

Otro tanto, les pasó a Hegel y a Jung pues buscando una trascendencia no la centraron en Dios sino en el hombre y supusieron, por lo tanto (p. 10) “una suerte de autotrascendencia: la del hombre que se pierde en el Espíritu Absoluto, la del hombre que se extravía en un hipotético superhombre, y la del hombre que busca trascenderse en el surrealismo. Tres falsas trascendencias que, en última instancia, no son sino trasdescendencias.”

Tales personas no pueden ser, no lo han sido ni deben serlo, arquetipos en los que pueda fijarse un cristiano pues, como vemos, equivocaron, digamos, el camino que Dios estableció para cada uno de nosotros y a través del cual nos acercamos al Todopoderoso. Es más (p. 11) se comporta “al modo de un imán que verticaliza los espíritus, estableciendo algo así como una ley de la gravedad invertida. Cuán acertadas aquellas reflexiones de Aristóteles en su Metafisica:

‘No hay que prestar atención a los que aconsejan, con el pretexto de que somos hombres, no pensar más que en cosas humanas y, con el pretexto de que somos mortales, renunciar a las inmortales; sino por el contrario, hacer lo posible para vivir conforme con la parte más excelente de nosotros mismos, pues el principio divino, por muy débil que sea, aventaja en mucho a cualquier otra cosa por su poder y valor’”.

Verticalidad, por lo tanto, como tendencia a estar unidos a Dios, Nuestro Señor. Y verticalidad tomada, levantándonos de nuestro andar rastrero por el mundo, teniendo en cuenta, en primer lugar, a Dios mismo. Es el arquetipo, digamos, excelente, el Que más vale la pena seguir, a Quien es siempre destino porque es origen nuestro.

Pero, si bien es cierto que la figura de Dios pudiera parecer, como lo es, inalcanzable para nosotros los mortales, no es poco cierto que la de Cristo no es más cercana. Aún sabiendo que el Mesías es Dios hecho hombre, no podemos negar, que su forma de hombre, su vida de hombre y su hacer de hombre ayudan mucho a seguirlo.

Y, sin embargo, debemos dar un paso más, acercar más aún el arquetipo a personas, digamos, como nosotros. Y es que es bien cierto que el seguimiento de Cristo es esencial pero (p. 12) “también de aquéllos que, habiendo imitado a Cristo con espíritu magnánimo, participan más de cerca de su ejemplaridad. Nos referimos a los Santos. En cada uno de ellos se revela algún aspecto peculiar del Cristo polifacético. No deja de ser revelador el drama que representa para los protestantes su rechazo de la veneración de los santos. Acertadamente señaló Jung que la historia del protestantismo es una historia de continua iconoclastia, y por tanto de divorcio entre la conciencia de los hombres y los grandes arquetipos. Advirtamos que no siempre los santos son modélicos porque sus virtudes y cualidades hayan resultado o resulten agradables al espíritu de una época determinada. Con frecuencia atraen a pesar de no coincidir con los gustos predominantes en una sociedad dada; más aún, atraen precisamente en el grado en que contrarían y corrigen los errores del tiempo en que vive el que los admira. Bien señalaba Chesterton:

‘La sal preserva a la carne, no porque es semejante a la carne, sino porque le es desemejante. De ahí que cada generación es convertida por el santo que más la contradice’.

Dios, Cristo, los Santos. Pero también son paradigmáticos los Héroes. Cuando García Morente buscó el mejor modo de explicar la Hispanidad, encontró en el caballero cristiano, concretamente en el Cid Campeador, el arquetipo más apropiado y de alcances más hondos. Vale la pena recordar los motivos de dicha elección:

‘Lo que necesitarmos para simbolizar la Hispanidad es un tipo, un ‘tipo ideal, es decir, el diseño de un hombre que, siendo en sí mismo individual y concreto, no lo sea sin embargo en su relación con nosotros. Un hombre que, viviendo en nuestra mente con todos los caracteres de la realidad viva, no sea sin embargo ni éste ni aquél…, un hombre, en suma, que represente como en la condensación de un foco, las más íntimas aspiraciones del alma española, el sistema típicamente español de las preferencias absolutas, el diseño ideal e individual de lo que en el fondo de su alma todo español quiere ser’”.

Así, pues, admiramos a quienes nos pueden servir de modelo a seguir y, en tales personas (de las cuales 11 muestra el autor de este libro) vemos, antes de ser ejemplo, y seguimiento de Cristo digno de tener en cuenta o, en todo caso, un fijarse de una forma muy especial y profunda en Dios, en Quien tienen puesto su corazón y su existir.

Vale, por lo tanto, la pena tener en cuenta a los arquetipos cristianos que el P. Alfredo Sáenz, S.J. nos regala en este muy especial libro. Y, como dice él mismo (p. 15) “Levantemos, pues, la bandera de los arquetipos, de los ideales. Enarbolemos la cruz a que alude Marechal, esa cruz formada por dos líneas:

‘la horizontal, con la marcha fogosa de sus héroes abajo, y la vertical, la levitación de sus santos arriba. La intersección de los dos travesaños: la vertical del santo, la horizontal del héroe, he ahí el gozne de nuestra esperanza’”.

Tratemos, pues, de hacer algo parecido y que Dios nos ayude.

Eleuterio Fernández Guzmán

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

El ejemplo de los buenos cristianos es lo único que nos puede acercar a Dios de forma aceptable.

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2 comentarios

  
Alf_3
Hoy oí la tésis del P Alfredo Sáenz en la UAG, en su doctorado Honoris Causa ¡¡Estupenda!! al estilo de IC.
¿Podría Gratis Date publicarla, o podría conseguirse posteriormente en IC? Gran documento, de Gran Señor.
26/10/13 3:16 AM
  
carlos
Estimados hermanos y miembros del cuerpo Místico.Los felicitó,pero seguramente,el que está muy contento con vuestra obra es el SEÑOR,al difundir tan buenos libros con la Verdad en Nuestra Madre la Iglesia,divulgan esa verdad ante tantas heterodoxias,existentes,producto del concilio virtual,Benedicto XVI al clero de Roma,ya renunciante.En cuanto a lo que solicita ALF-3,estoy de acuerdo,he escuchado parte y me pareció lo mismo.uno no deja de admirar al Padre Saenz.a Cristo por Maria y con el Papa.
26/10/13 11:00 PM

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