Serie Huellas de Dios .-16.- Tener siempre presente a Dios como Padre Nuestro

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Presentación de la serie

Huellas de Dios

Las personas que no creen en Dios e, incluso, las que creen pero tienen del Creador una visión alejada y muy distante de sus vidas, no tienen la impresión de que Quién los mira, ama y perdona, puede manifestarse de alguna forma en sus vidas.

Así, cuando el Amor de Dios lo entendemos como el actuar efectivo de quien no vemos puede llegar a parecernos que, en definitiva, poco importa lo que pueda hacer o decir Aquel que no vemos, tocamos o, simplemente, podemos sentir.

Actuar de tal manera de permanecer ciego ante lo que nos pasa y no posibilitar que Dios pueda ser, en efecto, alguien que, en diversos momentos de nuestra vida, pueda hacer acto de presencia de muchas maneras posibles.

En diversas ocasiones, por tanto, se producen inspiraciones del Espíritu Santo en nuestro corazón que muestran la presencia de Dios de forma firme y efectiva. Las mismas son, precisamente, “Huellas de Dios” en nuestras vidas porque, en realidad, nosotros somos su semejanza y, como tal, deberíamos encontrar a nuestro Creador, sencillamente, en todas partes.

No es algo dado a personas muy cualificadas en lo espiritual sino posibilidad abierta a cada uno de nosotros. Por eso no podemos hacer como si Dios estuviera en su reino mirando a su descendencia sin hacer nada porque cada día, a nuestro alrededor y, más cerca aún, en nosotros mismos, se manifiesta y hace efectiva su paternidad.

Las huellas de Dios son, por eso mismo, formas y maneras de hacer cumplir, en nosotros, la voluntad de Creador que, así, nos conforma para que seamos semejanza suya y, en efecto, lo seamos porque, como ya dejó escrito San Juan, en su primera Epístola (3, 1) es bien cierto que, a pesar de los intentos de evadirse de la filiación divina, no podemos preterirla y, como mucho, miramos para otro lado porque no es de nuestro egoísta gusto cumplir lo que Dios quiere que cumplamos.

Sin embargo, el Creador no ceja en su voluntad de llamarnos y sus huellas brillan en nuestro corazón siendo, en él, la siembra que más fruto produce.

16.- Tener siempre presente a Dios como Padre Nuestro

Los seres humanos tenemos muchos recursos para traer a nuestra memoria y a nuestro corazón a quienes queremos. Así, por ejemplo, las cartas, postales y demás medios de comunicación íntima hacen posible que, de vez en cuando (más cuando necesitamos hacer tal cosa) traigamos a nuestro presente a la persona que amamos, que queremos y que no podemos permitir se nos olvide.

También disponemos de las imágenes que, tomadas en antiguas cámaras fotográficas o en las más modernas digitales (con su, casi, infinita, capacidad de recuerdo) fijan un momento en nuestra vida que, bien mirado, puede ser, y lo es, eterno.

Algo parecido nos ha de pasar con Dios.

Antes que nada, hemos de saber que a Dios hemos de traerlo pronto a nuestro presente. No podemos, por tanto, abandonar a Quien nos da la vida como si no fuera importante para nosotros.

Así, ante la llamada que puede hacernos el Creador, una manera de tenerlo, siempre, presente, es responder con prontitud y sin esperar ningún tipo de discernimiento sobre la tal llamada. Si Dios llama (a cada cual, quizá, de una forma distinta) tener a Dios presente con nosotros (recordar lo que, al fin y al cabo, quiere decir Emmanuel, Dios con nosotros) ha de ser la manifestación primera de voluntad por nuestra parte. Ya dice el evangelista Mateo, refiriéndose a Santiago y a Juan que, “ellos, al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron” (Mt 4,22) porque tuvieron presente a Cristo desde aquel mismo momento. No dejaron pasar aquella extraordinaria oportunidad que les ofrecía alguien a quien, no olvidemos esto, aún no conocían.

Mayor determinación hemos de tener nosotros que sí le conocemos.

Pero también podemos hacer presente a Dios en nuestra existencia dejando de lado las cosas que no son de Dios, es decir, todo aquello que va en contra de su voluntad. Así, por decirlo de una forma entendible, tenemos la presencia del Padre no admitiendo lo malo y lo negativo para nuestras vidas y acogiéndonos a lo bueno y mejor.

¿Y cómo hacemos tales cosas?

Dios, en su bondad, nos proporciona la llamada “conciencia”. A través ella buscamos constantemente a Dios y, si es necesario (para nuestra supervivencia espiritual) lo traemos a nuestro corazón con intención de gozar de su presencia.

Algo, sin embargo, no podemos olvidar porque es fundamental para nuestra misma vida.

Cuando tenemos a Dios presente, como Dios-Padre, hemos de tener en cuenta que es muy posible que no seamos capaces de reconocer cuál es el camino por el que nos lleva (pues la presencia de Dios es, sobre todo, camino, además, de verdad y vida) Sin embargo, no ha de ser lo que más nos preocupe pues Dios ya conoce lo que nos conviene. Lo que no podemos olvidar es que siempre ha de estar presente en nuestra vida, en nuestro corazón, en nuestro mismo ser.

Eleuterio Fernández Guzmán

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1 comentario

  
María
Tratemos de ganar el tiempo perdido.
No digamos nunca , que ....nos contentamos con ocupar el último sitio En la Casa de nuestro Padre Celestial( Juan, XIV, 2)
Quien así habla se expone a quedarse sin ninguno..
Recurramos a nuestro Padre Celestial, con sinceridad y confianza, pues nuestro Padre Celestial no desea otra cosa con tanto Ardor como volvernos su amistad.
Pero es preciso que recurramos a ÉL con presteza.....porque pronto quizás no tengamos tiempo de hacerlo.
05/11/12 4:37 PM

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