Serie Hábitos católicos - 1.-Vida sacramental
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La segunda acepción de la palabra “hábito” es, según la Real Academia Española de la Lengua es el “Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. Por lo tanto, si nos referimos a los que son católicos, por hábitos deberíamos entender aquello que hacemos que, en nuestra vida, supone algo especial que marca nuestra forma de ser. Incluso es algo que al obedecer a una razón profunda bien lo podemos calificar de instintivo porque nuestra fe nos lleva, por su propia naturaleza, a tenerlos.
Pues bien, esta serie relativa a los “Hábitos católicos” tiene la intención de dar un pequeño repaso a lo que, en realidad, debería ser ordinario comportar en un católico.
No puedo dejar de dar las gracias a Juanjo Romero, director técnico de InfoCatólica y Blogger de este portal religioso católico por haberme sugerido (de forma, eso sí, inesperada por su parte) escribir sobre estos importantes y cruciales temas.
1.- Vida Sacramental
Cuando San Juan recoge en su Evangelio (en concreto en el versículo 51 del capítulo 6) las palabras de Jesús cuando dijo “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo” puso de manifiesto lo que es, ciertamente, el mismo rostro de Cristo en los Sacramentos.
Suponemos, por la práctica y por lo que con ellos se recibe, que la persona misma del Hijo de Dios tiene mucho que ver con los Sacramentos y, por eso mismo, con lo que se da en llamar Vida Sacramental que no es más, ni menos, que el hecho de llevar a aquellos a nuestra propia existencia y tener, ciertamente, por recibida la gracia de Dios.
Es evidente que de los siete Sacramentos no de todos se puede llevar una Vida Sacramental, digamos, ordinaria porque, por ejemplo, en el caso de la Unción de enfermos sólo en caso de que sea necesaria la misma se recibe; o la Ordenación sacerdotal, propia de los hombres que la reciben; o la Confirmación cuando se recibe, el Matrimonio cuando se contrae o el Bautismo cuando, con el mismo, se perdona el pecado original, se infunde el Espíritu Santo y se le incorpora, al bautizado, a la Iglesia católica.
Sin embargo, sí que hay unos Sacramentos de los que se puede predicar su necesidad de ser aplicados a una vida de la que podamos predicar que es sacramental. Así, por ejemplo, la Eucaristía o el de Reconciliación son unos que lo son perfectamente aplicables a quien quiera llevar una vida que sea, como decimos, sacramental. Además, también podemos considerar la Adoración al Santísimo Sacramento como expresión de una vida espiritual plena y, así, sacramental.
Dice, a este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica (1116) que “Los sacramentos, como ‘fuerzas que brotan’ del Cuerpo de Cristo (cf Lc 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son ‘las obras maestras de Dios’ en la nueva y eterna Alianza”. Por lo tanto, vivir los Sacramentos da, a nuestra vida espiritual, un sentido profundo y lleno del Amor de Dios porque, al fin y al cabo, en el contexto de la vid y los sarmientos Jesús (Jn 15, 5b) dijo que “separados de mí no podéis hacer nada”. Por eso hay que tener Vida Sacramental porque sin ella no es que seamos poco cristianos sino que no lo somos en absoluto o, en todo caso, unos simples sepulcros blanqueados (Mt 23, 27).
Hemos dicho supra que es de ordinario pensar que se trata de los Sacramentos de la Eucaristía y el de Reconciliación los que, por ser habitual su recepción, podemos tener como instrumentos válidos de una Vida Sacramental plena. A esto hemos añadido, como expresión de amor hacia Jesucristo que, al fin al cabo está en el Sagrario, la Adoración al Santísimo.
Podemos darnos cuenta, con cierta facilidad, que tanto los dos Sacramentos citados como la Adoración al Santísimo tienen mucho que ver con la Casa de Dios y, aunque, es posible que el de Reconciliación pueda recibirse en según qué circunstancias fuera de la misma (al igual que la celebración de la Santa Misa), lo ordinario es que un creyente se confiese y sea perdonado por el sacerdote en una Iglesia y allí mismo goce de la Eucaristía y visite al Santísimo.
Dice el P. Iraburu, en su “Síntesis de la Eucaristía”, que “El concilio Vaticano II nos enseña que todos los sacramentos ‘están unidos con la eucaristía y a ella se ordenan, pues en la sagrada eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, nuestra Pascua y pan vivo, que por su carne vivificada y vivificante en el Espíritu Santo, da vida a los hombres’ (PO 5b)” o como escribió el beato Juan Pablo II en su Exhortación Ecclesia in America (35) “La Eucaristía es el centro viviente y eterno centro alrededor del cual la comunidad entera de la Iglesia se congrega“.
Por eso mismo, la asistencia gozosa a la Santa Misa ha de suponer un hábito del que no podemos prescindir y, a ser posible, llevarlo a cabo todo cuanto podamos.
Es bien cierto que, en efecto, no todo creyente puede asistir a la Santa Misa a diario pero sí lo es que, al menos las veces que pueda asistir (o la vez, siendo el Domingo) ha de tener en cuenta (P. Iraburu dixit) que “de la eucaristía fluye, como de su fuente, toda la vida cristiana, la personal y la comunitaria” y, por lo tanto, no basta con el mero asistir como simple cumpli-miento. Además, como bien dice el P. Llucià Pou en su “Mi querida Misa” “La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: ‘Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí’ (Gal 2,20). La comunión eucarística se convierte así en germen de resurrección y en soporte de nuestra esperanza en la transformación futura de nuestros cuerpos mortales. Pero al mismo tiempo hace de nosotros un solo cuerpo en Cristo (cf 1 Cor 10, 16-17) y nos hace vivir en el amor y ser solidarios con nuestros hermanos”.
Participemos, pues, de la Santa Misa y, antes o cuando corresponda, del Sacramento de la Reconciliación porque, como escribe el P. Iraburu en el libro citado supra “en todos y cada uno de los sacramentos -bautismo, penitencia, etc.-, participa el cristiano de la pasión de Cristo, muriendo al pecado, y de su gloriosa resurrección, renaciendo y viviendo a la vida santa de la gracia”.
Y, como hemos apuntado, la visita al Santísimo bien puede ser derivación de la Santa Misa e, incluso, del Sacramento de Reconciliación porque, al fin y al cabo, es Cristo en nombre de quien se nos perdona y es a Cristo a Quien recibimos en la Santa Comunión. Y debemos visitar al Santísimo porque, por ejemplo, el corazón de Jesús desea ser amado, porque es una profesión pública de nuestra fe o porque distribuye el Señor gracias a todos aquellos que lo visitan o para resarcir los múltiples agravios que sufre Cristo por medio de las blasfemias, sacrilegios y, también, la frialdad de muchos hermanos suyos en la fe. Pero, sobre todo, debemos visitar al Santísimo porque allí podemos dialogar con Cristo y escucharlo y saber lo que nos pide a cada uno de nosotros.
Bien podemos ver que llevar una Vida Sacramental que pueda ser llamada así en cuanto a los Sacramentos que pueden recibirse de forma continuada (Eucaristía y Reconciliación) ha de enriquecer nuestra vida espiritual de tal manera que nos creamos en posesión de una verdad que nunca deberíamos abandonar: los Sacramentos son el camino habitual del encuentro del hombre con Cristo y, por eso mismo se trata de un hábito santo gozar de ellos.
Eleuterio Fernández Guzmán
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3 comentarios
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EFG
De nada pero sé que tú lo harías mucho mejor. Por eso el de la dirección espiritual no lo escribiré porque sé que tú sabrás enfocarlo mejor que yo.
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EFG
Gracias pero, en verdad, el mérito no es mío sino de la doctrina católica que es como es. Y aún hay personas que, diciéndose católicas, reniegan de ella...
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EFG
Muchas gracias a usted. Estamos aquí para hacer lo que buenamente podemos.
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