Laicidad y laicismo: confusiones interesadas
Algunos se preguntan si España, se entiende que las personas que constituyen la nación, está preparada para un “verdadero Estado laico”. Y así lo hacen porque parece imposible que cuando la mayoría de las personas se considera católica no se pueda vivir con tal realidad.
Cuando, además, quienes dicen tales cosas son católicos podemos estar más que seguros que hay gato escondido en tales pretensiones.
Y es que, en ocasiones, se confunden términos como laicidad y laicismo porque lo que se pretende que impere el segundo sobre la primera en la seguridad de hacer daño a determinadas estructuras religiosas.
Existen una serie de fantasmas que, de forma reiterada, se emplean en contra de la Iglesia católica para ver si se difunde la especie según la cual lo mejor es que todas las religiones sean iguales para que, en verdad, ninguna sea tenida en consideración. Esto es puro relativismo.
Esto, además, no es posible porque en nuestra nación, así como en otras muchas del mundo, el catolicismo representa una mayoría social que no es sólo apabullante sino que debería ser tenida en cuenta.
Decía que existen unos fantasmas relacionados con la religión. Son fácilmente identificables porque no llevan nada que los oculte pues siempre los están blandiendo en contra.
Por ejemplo, la financiación.
Por ejemplo, la enseñanza.
Por ejemplo, los símbolos religiosos.
Por ejemplo, la doctrina religiosa católica.
Son, los mismos, temas sobre los que suele recaer la ira del Mal, ayudado muchas veces por miembros de la misma Iglesia católica, y sobre los que hay mucho escrito, dicho y estudiado.
Sin embargo, sobre ninguno de ellos se puede sostener la idea según la cual anular los mismos supondría una extensión de la libertad o una mejor visión del mundo.
Si, por ejemplo, los contribuyentes, que con sus aportaciones, hacen que la cosa funcione (mal que bien) quieren, digo quieren porque les parece así bien, que la Iglesia católica sea financiada… ¿Qué se le puede oponer a eso?
En realidad, nada de nada. Se puede hacer igual con las otras confesiones religiosas… en la medida de su verdadera existencia y extensión social.
Si, por ejemplo, se quiere que haya una enseñanza de raíz cristiana, aquí católica, ¿Qué puede hacer que eso no sea así si la mayoría así lo quiere?
Si, por ejemplo, la mayoría de las personas estima unos símbolos religiosos porque considera que son importantes para las mismas y para su vida, ¿Por qué no se ha de respetar tal realidad?
Si, por ejemplo, existe una doctrina relacionada con el ser humano que es buena para el mismo y que lo protege de las arbitrariedades de quien ostenta el poder y, además, promueve un desarrollo humanitario de la sociedad, ¿Quién, que no sea el Mal, se puede oponer a eso?
Pues hay personas que, en efecto, se oponen a que lo que es verdad lo sea y lo que es real siga siéndolo.
Al parecer no se conoce, o se hace como si no se conociera, la expresión “sana laicidad”. Y se hace como si no existiera porque supondría, su respeto, la consideración de la religión católica como algo importante y a tener en cuenta.
Entonces… se difunde, defiende y se apoya un laicismo exacerbado que lo único que pretende es no respetar lo que la sociedad cree por muchas diferencias que pueda haber en la forma de creer y de manifestar, en la existencia diaria, tales creencias.
No se trata, por lo tanto, de preguntar si España, u otra nación, está preparada para un Estado laico sino, más bien, si los laicistas están preparados para respetar el actual estado de la realidad espiritual.
Para mí que no, a las pruebas me remito.
Eleuterio Fernández Guzmán
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2 comentarios
La distinción «laicidad» y «laicismo» recuerda bastante a la escolástica decadente. Con el argot de la Escuela: parece distinción de pura razón, sin fundamento real. Porque de hecho, los Estados «laicos» realmente existentes son más o menos laicistas, cuando se trata de excluir de la vida pública a Jesucristo y negarse a reconocer su Realeza Social.
Lo que hoy se denomina «laicidad», y se pretende insistentemente deslindar del laicismo, no es una novedad en el magisterio de la Iglesia. Pío XII habló de la legítima y sana laicidad como principio de la doctrina católica, que no es otra cosa que un principio revelado, denominado dualismo: dos sociedades perfectas (autónomas, independientes), dos potestades (supremas en su orden), dos órdenes: eclesial y estatal (político, civil); Dios y César. Dualismo que permite diferenciar a un Estado católico de la confesionalidad acatólica, cuyo principio esencial es el monismo: única sociedad y única potestad: la política; único orden, el estatal (político, civil), sólo César.
Pero conviene insistir en lo siguiente: la «laicidad» (=dualismo) es fruto de la Revelación. En un hipotético estado de «naturaleza pura», lo natural sería el monismo, y el Estado tendría competencia, directa e inmediata, no sólo sobre la gestión del bien común inmanente, sino también sobre el bien común trascendente. La tan cacareada como mal entendida incompetencia (directa) del Estado en materia religiosa, es fruto de la Revelación -caída, Encarnación, Redención y fundación de una Iglesia por N.S.-, y a medida que la aceptación de las verdades específicamente cristianas pierde aceptación social, el Estado vuelve por sus fueros perdidos. Si se quiere salvar la denominada «laicidad», es decir el dualismo cristiano, será necesario un número significativo de personas dispuestas a aceptar la Revelación, sea por fe sobrenatural o por cierta inercia cultural, que además tengan la posibilidad de ejercer el poder político o tener suficiente capacidad para presionar en tal dirección.
Por último, durante mucho tiempo se hemos creído que el «laicismo» quiere excluir a las religiones de la vida pública. En rigor, el «laicismo» pretende mucho más que eso: el primer estadio es la exclusión de la religión verdadera; luego, viene el establecimiento progresivo de una religión falsa, que sustituye a la verdadera, tiene todas las garantías estatales a su favor y se muestra intolerante respecto de la fe verdadera. Conjeturo que el «laicismo» es propedéutico de una religión del hombre, que coronará al Anticristo.
Saludos.
El mismísimo Santo Padre Benedicto XVI, en su discurso sobre el tema, ha dicho que "[e]n el mundo de hoy la laicidad se entiende de varias maneras: no existe una sola laicidad, sino diversas, o, mejor dicho, existen múltiples maneras de entender y vivir la laicidad, maneras a veces opuestas e incluso contradictorias entre sí." (http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/december/documents/hf_ben_xvi_spe_20061209_giuristi-cattolici_sp.html).
Ya en la década del cincuenta era un término difícil de precisar, que admitía estas diversas interpretaciones (Cf. Jiménez Urresti, Teodoro Ignacio, Estado e Iglesia. Laicidad y Confesionalidad del Estado y del Derecho, Vitoria, Editorial del Seminario, 1958, pp. 181/217), mucho más hoy, en pleno siglo XXI.
Ha escrito bien Martin Ellingham, quien aparentemente es uno de los pocos que ha leído la muy citada alocución de Pío XII en la cual surge el término "legítima sana laicidad", no como negación de la tesis de la confesionalidad del Estado (previamente confirmada por él en el discurso "Ci riesce" de 1953), sino precisamente como todo lo contrario (http://www.vatican.va/holy_father/pius_xii/speeches/1958/documents/hf_p-xii_spe_19580323_marchigiani_it.html).
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