La creación del tribunal de la Inquisición
Antecedentes
Durante la Alta Edad Media, el emperador de Bizancio, heredero de la tradición romana, ejerció el cesaropapismo en cuestiones teológicas, aplicando leyes civiles para castigar a los que desobedecían las decisiones de los concilios (sin privarse de influir en los mismos si lo consideraba conveniente). En Occidente, la desaparición de la autoridad que representaba el imperio, y el fortalecimiento de la institución del papado a partir de san Gregorio el Magno (siglo VI), mantuvo cierta separación entre las esferas civil y eclesial, sobre todo en aspectos doctrinales. En los temporales, el monarca retenía buena parte de su dominio, pues era el que decidía eximir (o no) de impuestos a los bienes eclesiásticos o donar tierras a los monasterios, y sus tribunales servían de última instancia cuando los clérigos entablaban pleitos civiles entre ellos.
No obstante, esa separación en asuntos espirituales nunca fue completa. Persistió un cierto regalismo en asuntos religiosos, que las leyes nunca deslindaron con nitidez. Por ejemplo, en el siglo IX un concilio de obispos y abades franceses en Quersi condenó las doctrinas sobre la predestinación del monje errante Gotescalco. Se le aplicó el castigo de cien azotes y reclusión en un monasterio. De la pena corporal se encargaron los sayones del rey Carlos el Calvo (testigo directo de la flagelación), que ordenó dar cuerpo de ley a la incineración de los escritos del hereje.
Asimismo, en el año 1022 fueron juzgados en el reino francés los miembros de una secta maniquea, entre cuyos cabecillas se contaba nada menos que Esteban, confesor de la reina Constanza. Un sínodo les depuso de sus cargos eclesiásticos y les excomulgó. Pero el rey Roberto, sintiéndose deshonrado por la presencia de herejes en la corte, ordenó que se les quemase públicamente, y la propia reina no se privó de cegar personalmente a su antiguo confesor antes de su ejecución.
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El gnosticismo cátaro en Occitania
Esta relación estrecha entre el poder eclesiástico y civil a la hora de castigar a culpables de herejía se afirmó definitivamente a finales del siglo XII. La causa fue la extensión por las tierras del Mediodía (el llamado país de Oc o Lemosín) de la secta gnóstica conocida como albigenses (por tener su centro en la ciudad de Albi) o, más frecuentemente, por el nombre de cátaros (“puros”, en griego), como se denominaban entre ellos a los más perfeccionados en la doctrina. Eran herederos de diversas tradiciones gnósticas en Occidente (como la de Prisiciliano), y últimamente de los bogomilos búlgaros, que habían llevado el maniqueísmo al Imperio Oriental; sus predicadores tuvieron eco en el norte de la actual Italia y el sur de Francia.
Su doctrina dualista incidía principalmente en la abstención de la carne (tanto en la alimentación, como de la cópula y el matrimonio), la austeridad y el alejamiento de lo material (considerado obra de Satanás), incluyendo la negación de la naturaleza humana de Cristo (docetismo). Rechazaban asimismo casi todos los sacramentos. También creían en la reencarnación de las almas, progresivamente purificadas de su apego a lo material, hasta retornar al paraíso inmaterial de Dios. Consideraban pecado prestar juramento.
A ojos de los fieles, los cátaros (sobre todo los más destacados de entre sus cabecillas, o “perfectos”) eran populares por su vida ascética, contrastando fuertemente con la opulencia en la que se habían acostumbrado a vivir los clérigos católicos, muy principalmente los obispos, que tras la creación de los reinos germánicos feudales, se convirtieron en señores temporales. En Languedoc las comunidades de conversos cátaros alcanzaron en el siglo XI una cierta importancia, protegidos por el duque Guillermo de Aquitania, uno de los señores feudales más poderosos de Occidente (tenía más territorio y vasallos que algunos reyes contemporáneos).
Mientras tanto, varios concilios de la Iglesia (Charroux 1028, Tolosa 1056, Tours 1163, Tercero de Letrán 1179) habían condenado los errores del gnosticismo. A diferencia de otros lugares, en Occitania y Provenza los albigenses, lejos de desaparecer, se fortalecieron día a día. Los obispos católicos de esas diócesis no lograban extinguir las comunidades cátaras; peor aún, cuando tenían querellas por cualquier motivo con los señores locales, estos ejercían la protección a los herejes como arma para combatir al poder eclesiástico. Como sucedería cuatro siglos más tarde en Alemania, muchos príncipes terrenales, poco versados en asuntos teológicos, ensayaban el apoyo a los rebeldes doctrinales a la Iglesia como forma de liberarse de la tutela de la jerarquía eclesiástica. Los intentos del poder civil por controlar la Iglesia (tanto por su ascendiente espiritual como por su riqueza material), que cristalizaría en las “iglesias” luteranas o la comunión anglicana durante el Renacimiento, tuvo sus primeros pasos en los intentos de los barones y condes lemosines del siglo XII. Contra esta vertiente política, al igual que contra la teológica, lucharía incansablemente el papado medieval, para afirmar la unidad de la Iglesia en toda la Cristiandad, y a la vez su separación de los poderes temporales.
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La predicación católica contra el catarismo. La constitución Ad abolendam
La Santa Sede envió numerosos predicadores y legados para extirpar el error en Occitania, algunos de ellos muy ilustres. En 1147 fue el célebre Bernardo de Claraval (uno de los grandes de de la orden del Císter y predicador de la segunda cruzada), enviado por el papa Eugenio III, quién obtuvo algunos éxitos que se revelaron al poco efímeros. El cardenal Pedro de san Crisógono no obtuvo resultados más notables en 1178. Dejando de lado a los “perfectos”, que trataban de vivir según la regla de sus creencias, la mayoría de las comunidades albigenses estaban formadas por miembros cuya exigencia de vida era menor. Muchos personajes influyentes, como mercaderes y nobles, se habían convertido al catarismo, y habían arraigado el movimiento en el país, hasta el punto de que esta herejía le dotó de un cierto sentimiento nacional; en algunas ciudades los cátaros eran más numerosos que los católicos, y los obispos eran manifiestamente impotentes para evitarlo.
Roger, conde de Beziers, fue el primer gran señor feudal que apoyó públicamente a los excomulgados. El siguiente legado papal, el cardenal Enrique, obispo de Albano (que había sido abad cisterciense de Claraval), entró en la región en 1180 acompañado de un ejército, que tomó por la fuerza el castillo de Labort, donde el conde Roger fue obligado, junto a otros señores locales, a abjurar de la herejía. Unos años más tarde, en el sínodo de Verona, y precisamente a propósito de los albigenses, el papa Lucio III (también antiguo monje cisterciense), por primera vez en la historia de la Iglesia, decretó en la constitución Ad abolendam que aquellos a quienes los obispos declarasen herejes y no se arrepintiesen, fueran entregados a la justicia secular para que los príncipes cristianos los castigasen. Aquello que había sido práctica ocasional se convirtió a partir de ese momento en uso legal. Este concilio sentó las bases de la colaboración entre poder eclesiástico y civil en la represión de la herejía, pero no supuso el antecedente directo del tribunal de la Inquisición, como algunos postulan, pues la autoridad doctrinal continuaba recayendo en el ordinario local. De hecho, Lucio ordenaba a los obispos de los territorios con brotes de herejía girar visita una o dos veces al año para inquirir si existían recaídas. En la constitución se establecían ciertas prácticas que luego resultarán familiares en los usos del Santo Oficio; el obispo debía hacer jurar a tres o más hombres de buena fama de cada lugar que delatarían a aquellos que tuviesen prácticas sospechosas de herejía; asimismo, todos los señores feudales prometerían ayudar a la autoridad episcopal para descubrir a los heresiarcas, bajo pena de excomunión y confiscación de sus posesiones.
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Inocencio III y la primera legación inquisitorial papal
El fracaso de estas disposiciones era patente al subir al solio pontificio Inocencio III en 1198. El gnosticismo estaba tan asentado en la antigua Galia Narbonense que ya era protegido por los más elevados entre los nobles de aquellas tierras, con su mayor exponente, el conde Raimundo VI de Tolosa, como su principal patrocinador. La disputa teológica había dado paso a un problema político, con una provincia entera a punto de declarar un cisma religioso con la Santa Sede. Los obispos locales se hallaban ya avasallados por completo a los nobles, y no protestaban de la extensión de la herejía, por miedo a perder el favor de los poderosos y verse expulsados de sus sedes.
Inocencio III, procedente de una nobilísima familia patricia, doctor en teología por París y en derecho por Bolonia, no era hombre dispuesto a arredrarse ante tan grave riesgo. Unía a su erudición una energía infatigable, un modo de vida sencillo (que contrastaba con los usos suntuosos de la curia en aquel tiempo) y una juventud inusual en un papa (no había cumplido los 37 años al ascender al primado de la Iglesia).
Considerando en toda su gravedad el problema de los cátaros, en 1203 el papa envió prudentemente dos legados pontificios, los monjes cistercienses Pedro de Castronovo, o Castelnau, y Radulfo, para que predicasen la doctrina católica en las tierras del Mediodía galo. Esta embajada actuó al margen de los obispos, aunque sin anular públicamente su autoridad. A su regreso, y tras escuchar sus observaciones, Inocencio creó una nueva comisión en 1204 que ya podemos llamar propiamente inquisitorial; a los dos anteriores legados se unió Arnaldo Amaury, abad del Císter, todos ellos con autorización para proceder contra los herejes que, una vez predicados, se negasen a abjurar de sus errores. Serían excomulgados, privados de sus bienes y entregados a la justicia civil (el brazo secular), y para ello otorgaba a los nobles locales que colaborasen con la comisión indulgencias equivalentes a las de aquellos que marchaban a combatir a Tierra Santa (y en ello ya se prefiguraba la promulgación de cruzadas contra herejes con la misma categoría que las emitidas contra los infieles).
El área sobre la cual el papa concedió poderes a esta comisión especial incluía territorios de varios obispados incluidos en las archidiócesis de Aix, Arlés y Narbona. La autoridad episcopal era orillada por los legados, siendo este el primer caso en la historia de la Iglesia. Lógicamente, los obispos locales protestaron contra esta intromisión en su jurisdicción pastoral. Aunque de iure los obispos seguían siendo cabeza de sus congregaciones, de facto esta comisión con autoridad a su margen mostraba públicamente que el papa desconfiaba de su labor, imponiéndoles un mando superior en asuntos disciplinares. La tensión fue grande, pues los clérigos locales se negaron a colaborar con los legados papales, introduciendo un nuevo factor de tensión en el ya complicado juego local. A la disputa teológica y la política, se unía ahora el enfrentamiento entre la colegialidad eclesial y la preeminencia del papa sobre todos los obispos.
Inocencio III era lo suficientemente resuelto como para afrontar todos estos retos. Anuló la autoridad de los obispos de Occitania mientras durase la misión de la legación pontificia, y escribió a los soberanos de Francia, Felipe II, y Aragón, Pedro II (llamado el Católico), para que colaborasen al máximo con los enviados papales durante el tiempo de su misión. El francés hizo poco caso del pedido, pero Pedro II, que tenía intereses muy directos en la región (mantenía lazos familiares y de vasallaje con casi todos los señores del Mediodía), convocó un encuentro en Beziers ese mismo año de 1204, en el que predicadores católicos y cátaros mantuvieron una disputa teológica. El resultado fue que ninguna de las dos delegaciones convenció a la otra, pero sirvió al rey aragonés para mostrar su colaboración con el papa, mientras meditaba que actitud tomar ante aquel problema doctrinal y político, que podía significar tanto la anexión de inmensos territorios a la corona, como su expulsión de la región, e incluso su excomunión.
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La crisis de la legación contra la herejía cátara. Excomunión de Raimundo VI y asesinato del legado Pedro de Castelnou
Mientras, los legados llevaban a cabo su misión con tesón, combinado con períodos de desánimo (Pedro llegó a escribir al papa pidiéndole volver a su monasterio, lo cual le fue denegado). Pese a recorrer numerosos lugares predicando sin descanso, lograron pocas conversiones en los primeros meses, y se encontraron con la frialdad de los señores locales y con la oposición abierta de los obispos. Aquellos se resistían a expulsar a los cátaros, que en algunos lugares constituían la mayoría de la población, eran pacíficos y, precisamente por temor a los legados papales, sus más leales y obedientes súbditos. Los epíscopos albergaban incalculable rencor por haberse visto privados de las prerrogativas disciplinares de sus cargos. Inocencio escribió a los legados exhortándoles a continuar con su labor, a los obispos de Narbona y Beziers reconviniéndoles por su conducta y amenazándoles con graves castigos, y a los reyes vecinos reprendiéndolos por sus vacilaciones a la hora de combatir a los enemigos de la Iglesia.
En 1206 la misión pontificia se reforzó con la llegada a Tolosa de doce nuevos monjes del císter y dos clérigos castellanos: Diego de Acebes, obispo de Osma y el sacerdote Domingo de Guzman, futuro santo fundador de la Orden de los Predicadores. Estos aconsejaron a los legados que unieran a las prédicas una vida de sencillez y pobreza, para que el ejemplo de los herejes “perfectos” quedara anulado por uno similar de los católicos. La predicación se reinició con mayor vigor, y el encono se incrementó, pues los católicos de aquella tierras, hartos de la preeminencia de los cátaros durante décadas, principiaron a apoyar con mayor ardor a los legados papales, orillando a su propios obispos. Pedro de Castelnou tomó la determinación de agotar la tolerancia, y comenzar el castigo de los protectores de la herejía.
En 1207, Castelnou planteó un acuerdo de paz general de todos los nobles con el papa, con la condición de que no fuesen empleados judíos en la administración, ni aceptar sus préstamos, devolver a la Iglesia el dinero confiscado y, sobre todo, mostrar signos evidentes de no tolerar la herejía en sus tierras. Raimundo VI de Tolosa, cabeza de todos los nobles de la región, se negó a cumplir las condiciones. El legado le excomulgó en mayo de ese año. El conde se avino a aceptar entonces las peticiones, con lo que fue perdonado, pero en vista de que seis meses después nada se había hecho, el legado papal volvió a excomulgarle.
Raimundo VI se reunió con él en Saint Gilles para exigirle que levantara la sanción (que aparte de poner en riesgo la salvación de su alma, suponía la interdicción de sus tierras, expuestas a ser tomadas por cualquiera sin castigo). Negose Pedro a dar satisfacción a su pedido mientras no hiciese aquel un gesto claro de aplicación de los decretos conciliares contra los albigenses. Se separaron en disputa, y pocos días después, el 15 de enero de 1208 un escudero del conde asesinó al legado papal.
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La cruzada albigense
Aunque este alegó de inmediato haber actuado por cuenta propia y no por orden de su señor, el mal estaba hecho. El resuelto Inocencio III no estaba dispuesto a pasar por alto la ofensa directa a su dignidad causada con el homicidio de su vicario, y convocó de inmediato la cruzada contra los albigenses y cualquiera que les protegiera. Las tierras de los herejes debían ser confiscadas por las autoridades civiles o serían tomadas a voluntad por los cruzados, los cuales, si servían durante al menos 40 días en la misma, recibirían indulgencia plenaria de sus pecados, similar a la obtenida por las cruzadas en Tierra Santa. Las cartas del papa fueron enviadas al duque de Borgoña, a los condes de Nevers, Bar y Dreux, al rey de Aragón y principalmente al rey de Francia, en quién mayor confianza tenía. Felipe II Capeto, absorbido en otros intereses (estaba en guerra con el rey de Inglaterra Juan Plantagenet “sin Tierra”), declinó aceptar la dirección de la empresa, pero autorizó a sus vasallos a incorporarse a la misma, y un tropel de nobles francos se unió a la cruzada.
Esta estuvo formada principalmente por franceses, entre los que destacó pronto Simón de Montfort, que fue elegido caudillo por sus dotes militares, y financiada directamente por la Iglesia, que detrajo el diezmo de sus ingresos en las diócesis afectadas, para costearla. Inocencio III nombró a Amaury, abad cisterciense de Citeaux y uno de los legados papales, como jefe espiritual de la expedición.
Primeramente los cruzados entraron en tierras del bajo Ródano. Allí se les unió Raimundo VI de Tolosa, reconciliado con el papa, que les guió a tierras de su sobrino Ramón Trencavel, con el que mantenía querellas personales; Trencavel era el único señor occitano que, ante la convocatoria de la cruzada, persistía en su defensa de los cátaros. Este cabalgó al encuentro de los capitanes franceses y el legado papal, para intentar persuadirles de que no entraran en sus tierras, pues él nada tenía que ver con el asesinato de Castelnou. Como sospechoso de herejía fue expulsado del campamento y retornó a Beziers para poner a la ciudad en estado de defensa, dirigiéndose seguidamente a Carcasona, su capital.
Los cruzados asaltaron violentamente Beziers en julio de 1209, sacrificando a los ciudadanos refugiados en la iglesia de la Madeleine. Allí se produjo la célebre contestación que el abad Amaury dio a un soldado que le preguntaba cómo distinguirían a los católicos de los herejes entre los refugiados en el templo: “Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos”. En la ciudad murieron entre 7 y 8.000 personas. Tal brutalidad era en realidad poco común en la época (era mucho más frecuente el saqueo y la captura de prisioneros que eran liberados contra rescate), e informa con gran precisión del odio que las disputas religiosas podían llegar a producir. Algunos autores opinan que los cruzados procedieron intencionadamente así, con objeto de sembrar el terror en sus enemigos y facilitar su campaña. Si tal era el motivo, se puede decir que triunfó plenamente, pues a partir de ese momento Simón de Montfort y los suyos avanzaron sin oposición, y todos los castillos y ciudades se rindieron sin combatir, hasta llegar a las puertas de Carcasona, donde se refugiaba el conde.
Pedro II de Aragón acudió al sitio para negociar condiciones de paz en defensa de Ramón Trencavel, también sobrino suyo (todos los nobles occitanos tenían parentesco entre sí y con la casa real de Aragón por medio de los condes de Barcelona). La ciudadela fue entregada y Trencavel acabó muriendo prisionero en sus propias mazmorras. Montfort obtuvo del papa toda la región en feudo, y amplió sus dominios conquistando diversos bastiones más durante todo el año, hasta ser nombrado vizconde de Rasez.
El trato inhumano a Trencavel, las crueldades de los cruzados en Beziers, la injerencia del rey de Francia (de quién Montfort, pese a sus ambiciones particulares, no dejaba de ser vasallo) en la Galia meridional, movieron a los señores del Mediodía, inicialmente colaboradores con la cruzada, a oponerle resistencia. Más por razón política de la entrada de un nuevo poder en la región, encarnado en el jefe de los cruzados, que en una sincera adhesión a las doctrinas gnósticas, de las cuales todos aquellos estaban alejados. La cruzada terminaba, comenzaba un combate mucho más mundano y pecaminoso para alcanzar o defender cuotas de poder y territorios.
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La guerra civil en Occitania
Montfort había comenzado a ejecutar a herejes cátaros que se negaban a abjurar, quemándolos en hogueras (se calcula unos 140 en la toma del castillo de Minerve en junio de 1210), mientras continuaba ampliando sus posesiones so pretexto de la Cruz. Pocas veces se ha amparado un comportamiento más inhumano y anticristiano bajo la excusa de una cruzada como la que tuvo lugar en aquellos días. Inocencio III, no obstante, no retiró al capitán de la hueste su protección, convencido como estaba que extirpar el error gnóstico bien valía los crímenes que incidentalmente se pudieran producir (lo que hoy se llamarían “daños colaterales”). Más crueldades se producirían en la toma de Lavaur, en mayo de 1211, cuando su señor Aymeri de Montreal y 80 de sus caballeros fueron ahorcados, su hermana embarazada lapidada y arrojada a un pozo, y 400 cátaros quemados vivos. Añádase a este enredo un elemento social: la participación, en el lado cruzado, de tropas mercenarias del obispo Folquet de Tolosa, conocidas como la “compañía blanca”, que contaban con el apoyo de los sectores más desfavorecidos del Lemosín, que miraban con recelo a los cátaros, entre los que se contaban muchas de las familias más prósperas.
Raimundo VI de Tolosa, unido al conde de Foix y otros pequeños señores occitanos, presentó batalla a Simón de Montfort en la batalla de Castelnaudary en septiembre de 1211, cuyo resultado fue incierto. El tolosano, entonces, pidió ayuda a su poderoso cuñado, Pedro II de Aragón, con cuya hermana Leonor había casado en 1200. Había mantenido diferencias en el pasado, pero ahora era la única fuerza con la que podía contar.
La intachable ortodoxia de Pedro (declarado “Católico” por el mismo papa), que sólo un año antes había vencido al infiel almohade en la batalla de las Navas de Tolosa, y que en 1198 dictó leyes contra los cátaros en sus propios territorios hispanos, era garantía de protección frente a una eventual interdicción papal. Previamente, en los concilios provinciales de Saint Gilles (julio de 1210) y Montpellier (febrero de 1211), Raimundo buscó una reconciliación, pero se negó a aceptar las condiciones del legado papal, Amaury, que le exigía la expulsión de sus caballeros, la entrega de Tolosa y su marcha a combatir en Tierra Santa.
Pedro II intentó llegar a una alianza con Simón que sirviera de protección a sus vasallos lemosines, pactando el matrimonio de su hijo Jaime con Amicia, la hija de Montfort. Roto el acuerdo por este último, Pedro protestó ante la Santa Sede, y se convocó el concilio de Lavour. En este, pese a la disposición de Raimundo a someterse a los dictados del legado papal, Montfort exigió su deposición, y Pedro II salió fiador de sus vasallos transpirenaicos. Inocencio III vaciló ante la firmeza del rey católico, pero finalmente, convencido de que el único elemento resolutivo contra la herejía era el vizconde de Rasez, le apoyó contra los señores occitanos.
De ese modo se llegó en septiembre de 1213 a la dramática jornada de Muret, en la que el rey Pedro II el católico fue derrotado y murió junto a diez mil de sus hombres a manos de los franceses. Raimundo VI hubo de exiliarse en Cataluña, y Tolosa pasó a feudo de Montfort. El IV concilio de Letrán, convocado en 1215, confirmó los resultados de esta batalla, nombrando a Simón el cruzado duque de Narbona, conde de Tolosa, y vizconde de Carcasona y Rasez. Es decir, tanto como rey del Mediodía galo.
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La inquisición, establecida como tribunal especial
Nos apartamos en este punto de la historia de esa terrible guerra en el Languedoc, que tenía ya poco de teológica, para repasar los pasos seguidos por el pontífice al establecer el tribunal de investigación de la herejía en los territorios dominados por los cruzados de Montfort. En 1214 Inocencio III nombró por legado a Pedro de Benevento con cartas para los obispos de Embrun, Arlés, Aix y Narbona (reducidos a la obediencia al papa a la par que los habitantes de sus ciudades a la de Montfort), ordenándoles asistirle en lo que necesitara para llevar a cabo su investigación y examen a sospechosos de herejía. Esta vez los prelados occitanos aceptaron dócilmente las indicaciones papales. Tras varios años de guerras, la voluntad del pontífice se había impuesto sobre la colegialidad y autonomía de unos obispos poco activos en su persecución del catarismo… a juicio de Inocencio III.
En ese mismo concilio, se sentaron las bases de las atribuciones de la legación papal inquisitoria contra los cátaros: los condenados como herejes que no se arrepintiesen y cumpliesen penitencia serían entregados al poder civil, sus bienes confiscados; los católicos que se cruzasen obtendrían las mismas indulgencias que si marchasen a Tierra Santa. Aquellos lemosines católicos que siguiesen protegiendo a los herejes tras su condena sufrirían ellos mismos excomunión con todas sus consecuencias canónicas (por ejemplo, no poder recibir sacramentos ni sepultura eclesiástica). Asimismo, aquellos que predicasen sin permiso episcopal o papal, serían excomulgados; los obispos que no mostraran diligencia en actuar contra los herejes en sus diócesis, serían depuestos de sus sillas.
Precisamente un año después, en 1215, y en este mismo ambiente, Domingo de Guzmán llegó a Roma para obtener del papa confirmación para su instituto de frailes predicadores, específicamente nacidos para disputar contra los “perfectos” gnósticos. Domingo había notado en su misión católica en el Languedoc que los propagandistas albigenses con frecuencia tenían un conocimiento profundo de las escrituras, y en los debates no era raro que pusieran en evidencia a los monjes cistercienses que se les oponían, más versados en oración y cantos que en teología. Así, se preocupó que sus discípulos recibieran una sólida formación doctrinal (por la cual se haría famosa la Orden en toda la Cristiandad) para poder argumentar en las disputationes. Así pues, fue de la lucha contra la herejía como nació la Orden de Predicadores, los llamados posteriormente “Dominicos"; Domini Canes, los “perros del Señor", que tanta influencia tuvieron en la formación de la otra institución que nacía contemporáneamente, la del tribunal de la Santa Inquisición. El papa ordenó a Domingo y sus frailes acogerse a una de las reglas ya establecidas, y este adoptó la de san Agustín, un célebre impugnador de herejías y firme defensor de la ortodoxia en sus polémicas.
La realidad es que Inocencio III, que murió el 16 de julio de 1216, jamás había pensado en dar a su legación especial contra los cátaros y sus protectores católicos, cuerpo de institución permanente. Parece que, más bien, pensaba emplear su autoridad por encima de los obispos para crear comisiones especiales en aquellos lugares donde aparecieran brotes de herejía, cuya misión duraría únicamente el tiempo necesario para extirparla. Pero la afirmación de la autoridad papal que esta primera inquisición había supuesto, la colaboración fructífera con poderes temporales- dispuestos a servir de brazo armado de la Santa Sede contra la herejía, por encima y al margen de otros señores, a cambio de obtener feudos propios concedidos por el pontífice-, supuso una tentación muy fuerte para los sucesores de Inocencio: la de contar con un instrumento poderoso, eficaz y seguro para combatir la herejía. Con ánimo de preservar la pureza de la fe y la unidad de la Iglesia, se fueron configurando tribunales eclesiásticos especiales y permanentes que colaboraban con la autoridad civil para reducir por la fuerza a los desviados.
Desde este momento, en las naciones cristianas, a la predicación católica a los herejes acompañaría poco después, cada vez de forma más frecuente, un tribunal de inquisición para asegurarse que penitencias y excomuniones a los impenitentes eran efectivamente ejecutadas. La pedagogía de la zanahoria y el palo que regiría durante muchos años la lucha contra los errores doctrinales en la Cristiandad.
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80 comentarios
Diría yo que habría que sacar varias consecuencias:
Autoevangelización continua en la Iglesia y que su poder y su riqueza y sus intereses sean sólo el evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. El grado de alejamiento respecto a las enseñanzas de Jesús de Nazaret era también notorio en la Iglesia Católica, no sólo en la herejía que surge, aunque desde luego sea bastante peor.
Separación de poderes y carta de los derechos humanos.
Formación religiosa y desenmascaramiento de fraudes.
La verdad se propone, no se impone.
Vaya tela cómo estábamos en la edad media y pensar que a algunos les gustaría volver... En el mundo católico hay quien admira a los musulmanes radicales que siguen en la edad media, en la guerra santa y en la imposición de la sharia a toda la población.
Saludo cordial
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LA
Gracias por tus apreciaciones, asun, tan interesantes como siempre.
Sólo puntualizaría la frase "Vaya tela cómo estábamos en la edad media", realizando una cierta contraposición con la carta de los derechos humanos.
La realidad es que pocos años después de la declaración de los derechos humanos, la misma república basada en esos derechos humanos asesinaba a cientos de personas en las ciudades de Francia cada día bajo pretexto de su defensa en los llamados tribunales (paródicos tribunales) de Salud Pública, y ejercía el primer genocidio de la historia en la Vandée, donde murieron más de 100.000 personas, únicamente por oponerse a la revolución liberal.
En cuanto a los combates, sólo en la campaña rusa de Napoleón murieron más soldados que en todas las guerras libradas en Europa en el siglo XIII. Lo cierto es que el mundo no parece haber ido mucho mejor después de la declaración de los derechos humanos (adoptada oficialmente por casi todos los países, y violada sistemáticamente).
A mi juicio, bastan los diez mandamientos y las ocho bienaventuranzas, transmitidos directamente por Dios omnisciente, sin ser imprescindibles los derechos humanos, creados por los falibles seres humanos. Simón de Montfort y Amaury conocían mandamientos y bienaventuranzas antes de asesinar 8000 personas en Beziers. Sencillamente, los ignoraron.
La maldad del hombre pervive en todas las épocas y en todos los sistemas filosóficos o teológicos. Y en todas las épocas (y en la nuestra tal vez más- pienso en el genocidio silencioso del aborto) los hombres obran con maldad.
Y cuanto más alejados de Dios, con mayor maldad obran.
Saludo cordial
Aún así y todo, quisiera destacar lo siguiente, y es que el peligro de caer en el gnosticismo o formas similares, ha sido una constante en la Iglesia (y con ello me refiero a los fieles), de la misma manera que lo ha sido y es el considerarse "puros" o "perfectos" frente al resto del mundo.
Por otra parte, todo el tema del catarismo ha llegado hasta nuestros días aunque eso sí, refugiándose en historietas ocultistas y demás (la madame de infausta memoria, Blavatsky). Lo mismo pasa cuando se hacen estudios sobre simbología; siempre acaban apareciendo teorías referidas a este grupo.
Enhorabuena por el artículo y gracias por traerlo; es muy bueno y realmente interesante.
Un cordial saludo.
Tampoco debemos idealizar al catarismo, como se ha hecho estos últimos años contra la religión católica y el Papa. En otros lugares, similares doctrinas al catarismo han desaparecido por sí mismas, por agotamiento. Responde el catarismo a una religión diferente y "nacional" para enfrentarse a Imperios con vocación universalista y a la Iglesia Católica que los amparaba (como después se vio con la Reforma).
La Inquisición "en España" estuvo dominada directamente por el poder "político" monárquico; responde además a unas épocas en las que el hombre proyectó su miedo, ignorancia y confusión sobre el prójimo.
El catolicismo no es un sistema político, pero se puede compaginar política y religión sin demasiados traumas: el Estado confesional. Si el Estado no es confesional y hay buena sintonía social entre católicos y poder político, tampoco hay problema. El problemna surge cuando los regímenes políticos históricamente se han querido ayudar de la religión y la religión de los sistemas políticos, mutuamente.
La Santa Inquisición hizo mucho bien, mucho más que mal, que lo hubo, como toda institucion humana q fue la Inquisicion. Lo primero, la llamaba el pueblo para protegerse de tanta heregia y males, e hizo su trabajo de cuidar y proteger al pueblo de los males de las heregias. Lo segundo, donde no hubo Santa Inquisicion, allí se notó, pero por la enorme quema de brujas (en la alemania protestante, con sus tribunales civiles). La Inquisicion era mucho mas humana y benevola q los tribunales civiles, y tanto en Espana como italia, muchos acusados intentaban que fuera la Inquisicion quien los juzgaran porque salian mucho mejor parados que en los tribunales civiles. Viva la Santa Inquisición... y como dice Luis Fernando, cuando la hubo :-)
Dejo la pregunta planteada a los conocedores en este tema.
Presumo, puedo equivocarme, que esa visión genérica, propia de los ahora llamados tiempos modernos, de que la Inquisición, juzgaba a cualquiera que pensara distinto, es una falsedad histórica.
Juzgaba, dentro del catolicismo, a lo que sé.
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LA
El tribunal de la Santa Inquisición sólo tuvo competencia sobre bautizados, por lo que únicamente fue creado para combatir las herejías. No obstante, fueron así consideradas también la judaización (judíos conversos que mantenían su fe en secreto), el protestantismo y, en los últimos siglos, algunas proposiciones del iluminismo y el racionalismo filosófico que, en efecto eran panteístas y agnósticas. El ateísmo como filosofía materialista hizo su aparición en los últimos tiempos de la Inquisición. Muchos libros ateizantes fueron incluidos en los últimos índices de libros prohibidos.
Fue San Agustín el primer padre de la Iglesia en hablar claramente de la necesidad de que un estado cristiano hiciera uso del poder civil para reprimir la herejía. Si alguien piensa que hizo tal cosa sin tener en cuenta las enseñanzas del Nuevo Testamento, yerra. Así por ejemplo, San Pablo habla de un uso legítimo de la ley contra una serie de delitos que conviene que leamos:
1ª Tim 1,8-11
Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente. Conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado.
He señalado en negrita "cuanto se oponga a la sana doctrina" para que quede claro que para el apóstol el delito de herejía era tan grave como para incluirlo en una lista de esas características.
Es también San Pablo quien arremete con una dureza inusitada -limitada a la disciplina eclesial- contra los herejes de su tiempo. Así por ejemplo, dice:
1 Tim 1,18-20
Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar.
El apóstol presenta igualmente a las autoridades y magistrados como siervos de Dios para impartir justicia:
Rom 3,13-14
Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella, porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme, porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.
Ahora bien, para que una autoridad civil cristiana ejerza legítimamente una represión de la herejía, no puede ignorar las palabras y el ejemplo de Cristo. Fue nuestro Señor el que impidió que se aplicara estrictamente la ley de Moisés contra una adúltera, que iba a ser lapidada. Y fue Él quien corrigió con dureza a los apóstoles que le pidieron la primera "hoguera" contra una aldea de samaritanos, que eran los "herejes" de su tiempo (Jn 9,54-55).
Si la Inquisición se hubiera dotado de la caridad necesaria para librarse de las salvajadas que se cometieron, podría haber cumplido un papel beneficioso en aquellas sociedades cristianas. Por ejemplo, San Francisco de Sales, sin otra arma que su palabra, fue instrumento para muchas más conversiones auténticas de herejes que la Inquisición en toda su historia.
Dicho eso, téngase en cuenta que hubo verdaderos santos que tuvieron siempre bastante claro que una nación cristiana no podía permitir que se pusiera en peligro la salvación eterna de sus miembros. Y que, por tanto, los heresiarcas debían ser apartados de la sociedad.
Hoy hemos llegado al extremo contrario. Se permite, en nombre de una caridad prostituida al servicio del error, que auténticos heresiarcas sigan ocupando cátedras de teología, poniendo en peligro la salud espiritual del pueblo de Dios.
Me queda claro, que solo se consideraba con jurisdición sobre los fieles católicos, a partir de su condición de bautizados.
Luego un ateo o agnóstico no bautizado, no era competente para juzgarlo.
Preciso un poco mi pregunta. Me refería en el contexto de este artículo, a si en el transcurso del tiempo, previo examen de la Inquisición, se entregó al brazo secular para su castigo, sea el que fuere (azote, destierro, prisión, hoguera u otro suplicio mortal) a algún ateo u agnóstico bautizado, en cuanto apóstata, no hereje.
El hereje es el bautizado, que se aparta en algunos puntos de la doctrina católica, por negaciones o afirmaciones particulares, constituyendo otra doctrina. A ellos entiendo, se dirigía la Inquisición.
Claro que sí, y los dos ejemplos de LF en el Evangelio, son rotundos.
La brutalidad -así lo vemos ahora- en ciertos castigos a los herejes, fue limitada por la Inquisición, que fue un filtro para una represión desenfrenada.
La Inquisición católica salvó vidas, pero corresponde pedir perdón por las que no salvó.
A eso añadir, ese fenómeno tan humano, en que los peores juzgan a los mejores: Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, San Juan de Ávila o Santa Juana de Arco.
Y si estos santos no evitaron la investigación o el castigo, que defensas podían tener tanto simple fiel católico.
Lo de los diez mandamientos puede que fuera suficiente, o lo de amar al prójimo como a ti mismo. Pero la declaración de los derechos humanos puede servir también para no cristianos, una declaración en condiciones, claro está, no una como la de Robespierre que negaba la ciudadanía a las mujeres y a los pobres.
A Oscar le tengo que aclarar que me consta que hay en el mundo católico quien admira la intransigencia musulmana. No he dicho que sean mucha gente, sino que existen esas personas o al menos se manifiestan en tal sentido en sus comentarios en el mundo real y en el virtual -si sólo quieren epatar, eso no lo sé.
Y respecto a los musulmanes yo no he dicho que estén en SU edad media, sino en LA edad media. Tampoco he dicho que vayan a evolucionar -desgraciadamente no lo creo porque eso sería contradictorio con su creencia en que el Corán fue dictado por Alá y es inmutable. Y es cierto que están en la edad media, aunque eso no contradice que estén en lo que vd llama su "pureza", porque su raíz está en la edad media -ya que si no me equivoco Edad media llamamos al periodo de finales del siglo V hasta finales del siglo XV y es a principios del siglo VII cuando Mahoma monta el tinglado.
En cuanto a su defensa de la edad media, no me convence mucho, pero sarna con gusto no pica, y de los protestantes yo no he hablado para contraponerlos, porque no veo una diferencia entre herejes y no herejes respecto a costumbres y usos. Por ejemplo, yo no he dicho jamás que la inquisición fuera privativa del catolicismo, me consta que a Servet se lo cargó Calvino y de las brujas de Salem el que más y el que menos ha oído hablar.
No dudo de que los civiles fueran aún más brutos, pero no comparto su visión de la inquisición que me parece una barbaridad desde todos los puntos de vista.
El error se puede combatir de otros modos.
Aunque es cierto que tenemos recientes los archipiélagos gulag y que la "reeducación" de Mao no me parece mejor. Pero es que ellos no eran cristianos, se supone que los cristianos no deberían ir por ahí reeducando a base de quemar a la gente. No veo ninguna excusa.
En general me gusta más esta época, aunque sé que la cultura es sólo un barniz a menos que haya raíces firmes.
No veo otra justificación para la declaración de los derechos del hombre que saber que todos somos hijos de Dios.
Saludos cordiales.
Es la eterna dialéctica del cristianismo, o triunfante (y perseguidor) o en catacumbas (y perseguido). Si nuestro modelo es Cristo, creo que no debemos tener ninguna duda acerca de cuál de los dos supuestos se acerca más a nuestra fe. Mala línea siguieron a mi juicio, primero Teodosio que fijó la herejía religiosa como crimen de Estado, y luego San Agustín, el primero que usó el "oblígalos a entrar" de Lucas para justificar la violencia contra la herejía.
el único tropiezo de santa Teresa con el Tribunal fue por un libro suyo manipulado y presentado para provocar su caída en desgracia, pero una vez presentado el original no hubo ningún problema;
san Juan de la Cruz no tuvo tropiezo con la Inquisición;
san Juan de Ávila si tuvo problemas porque unos enemigos suyos manipularon algunos de sus sermones y consiguieron que el santo fuera encerrado, pero se presentó tal cantidad de testigos a su favor que fue puesto en libertad y le sirvió su estancia en la cárcel para crecer en virtud y santidad;
y santa Juana de Arco fue acusada por la Inquisición medieval, que no es la misma que la española, pero la realidad es que fue un juicio político por parte de sus enemigos borgoñones e ingleses por su destacado papel en la Guerra de los Cien Años.
Y ahora reflexionemos este texto tan raro del Nuevo Testamento:
Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad, y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo también su mujer; la otra parte la trajo y la puso a los pies de los apóstoles.
Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del campo? ¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto? No has mentido a los hombres, sino a Dios.»
Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y un gran temor se apoderó de cuantos lo oyeron. Se levantaron los jóvenes, le amortajaron y le llevaron a enterrar.
Unas tres horas más tarde entró su mujer que ignoraba lo que había pasado.
Pedro le preguntó: «Dime, ¿habéis vendido en tanto el campo?» Ella respondió: «Sí, en eso.» Y Pedro le replicó: «¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, aquí a la puerta están los pies de los que han enterrado a tu marido; ellos te llevarán a ti.»
Al instante ella cayó a sus pies y expiró. Entrando los jóvenes, la hallaron muerta, y la llevaron a enterrar junto a su marido.
(Hch 5, 1-10)
A él asocio otro suceso, en el que acusado ante la Inquisición, resultó por un lado de que en los interrogatorios nada se halló de objección, y por otro lado los testigos de la acusación entraron en contradicciones tales que fueron desechados. Resultó el santo absuelto de la acusación, perdonando a sus acusadores, no pasando la investigación de los preliminares.
Esta anécdota: ¿se refiere a otro santo?
Ellos se confabularon para aparentar la donación del valor del campo, siendo otra la realidad. Como bien lo señala el primer Papa, ellos podían haber declarado que sólo donaban una parte de lo cobrado y no lo hicieron, y por esa mentira fueron duramente castigados. (La razón bien podía ser que en esa época protocristiana era "políticamente correcto" entre los bautizados poner en común todos os bienes materiales).
El hecho de que, efectivamente, el pasaje suene tan "raro" a nuestros modernos oídos muestra cómo estamos hoy en día tan íntimamente familiarizados con la mentira, la cual se propala impunemente a través de los medios, de la educación, de la cultura y de prácticamente todos los diálogos humanos. La hipocresía es norma de etiqueta.
Ésa es otra prueba de la vigencia inalterable de la Palabra de Dios: cuando hay algo que nos malsuene, ojo, porque es posible los "raros" seamos nosotros.
En Béziers jamás se profirió la famosa frase, pero se hubiera podido hacer legítimamente, porque antes del asalto se les dieron varias ocasiones de salir de la ciudad todos los que no quisieran compartir la herejía. Una vez pasado el plazo, las leyes de la guerra se aplicaron con total legitimidad.
Simón de Montfort fue uno de los mejores caballeros cristianos de su época, y también de los más calumniados. Si hubiera sido el monstruo descrito por la propaganda cátaro-modernista, santo Domingo de Guzmán no le hubiera distinguido con su amistad, hasta acompañarlo en plena batalla de Muret, en que el crucifijo que enarbolaba el santo acabó cubierto de flechas.
Luis Fernando: Fue precisamente por eximia caridad y obediencia al mandato divino que la Inquisición castigaba a los herejes y a sus fautores. Pero como nuestra época no entiende que la caridad tiene un orden recto no reñido, sino normado por la justicia, todo lo entiende al revés.
Se conoce que Elías no tenía caridad para con los 200 profetas de Baal.
El episodio de Ananías y Safira nos enseña que Pedro y sus sucesores tienen poder de vida y muerte, poder sacerdotal y también poder civil sobre los violadores de la religión cristiana. Pueden utilizarlo por sí mismo, o delegarlo a los soberanos cristianos, por lo que no cabe hablar de inventos como el cesaropapismo u otras zarandajas, para denigrar el papel de los reyes españoles en el nacimiento y mantenimiento de la Inquisición.
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LA
La famosa frase de Arnaldo Amalarico o Amaury (Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius: "Matadlos, Dios conoce - o distingue- a los suyos"), viene recogida en la crónica que el religioso Cesarius de Heisterbach escribió no muchos años después de los hechos. No parece fuente hostil, puesto que el citado monje no sólo era intachablemente católico (escribió Dialogus miraculorum para refutar diversos errores doctrinales y contar historias milagrosas edificantes), sino además prior del monasterio cisterciense de Heisterbach, es decir, de la misma orden religiosa que Amaury.
Jamás tal proceder puede ser legítimo desde el punto de vista católico. El propio tribunal de la Santa Inquisición no hubiese obrado nunca de tal manera, pues era contraria a sus meticulosos procedimientos de investigación.
Su exaltación del parisino Simón de Montfort, del que diversas fuentes contemporáneas coinciden en que no sólo se dedicaba a ejecutar herejes, sino también (y muy bárbaramente, por cierto) enemigos políticos católicos, responde a su propia visión personal, y no es prueba alguna de sus méritos cristianos.
Los reyes españoles jugaron un papel muy escaso en el establecimiento de este primer tribunal de la Santa inquisición, en el que de hecho participaron (o más bien dejaron de participar) sobre todo los nobles del Mediodía francés. El único que hizo algo al respecto fue Pedro II de Aragón, el Católico, que publicó diversas instrucciones legales contra los cátaros en su territorio. Murió en la batalla de Muret combatiendo a Simón de Montfort y los cruzados.
El cesaropapismo, obviamente, no es un invento, sino una realidad que duró mil años en oriente, y se prolongó en el imperio ruso hasta prácticamente nuestra época. Sin entender conceptos como el cesaropapismo, la independencia del papado y la aspiración sacerdotal del Sacro Imperio Romano Germánico, son incomprensibles muchos de los hechos históricos de la Edad Media en la Cristiandad.
No hace falta que publiques esto esto si no quieres; lo puedes borrar tranquilamente.
Un fuerte abrazo.
Historia de la Inquisición en España y América. I: El conocimiento científico y el proceso histórico ...
Historia de la Inquisición en España y América. II: Las estructuras del Santo Oficio
Historia de la Inquisición en España y América. III: Temas y problemas .
Así evitaremos decir muchas tonterías propaganda de los protestantes, de la masonería, del Romanticismo y de las novelas góticas y, sobre todo de la ignorancia y de la tontería en general.
pngo bien la dirección de la BAC que se ha mezclado con el texto. Gracias
En estos temas se debe andar con mucho, mucho cuidado, porque hay mucha falacia mezclada con la verdad. Resumo, por fin, el parecer de prácticamente todos los especialistas en el tema: "La Inquisición no merece la fama que tiene".
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LA
Cesáreo de Heisterbach murió alrededor de 1240, así que como mucho escribió 30 años después de los hechos, y probablemente antes. Resulta enormemente vago hablar de que "Cesareo de Heisterbach no goza de credibilidad" (¿por qué, si es contemporáneo a los hechos?) "según los más prestigiosos especialistas" (¿qué especialistas? ¿con qué argumentos?).
Los decretos del rey de Francia o el Emperador de Alemania sobre la persecución a herejes no están en el plano cronológico que trata este artículo, por tanto no es ausencia falible o malintencionada, sino lógica.
Por cierto, que la matanza de la iglesia de María Magdalena de Beziers, a la que por lo visto le han salido muchos defensores en pleno siglo XXI, no forma parte de la historia del tribunal de la Santa Inquisición (por muy relacionada que esté), sino de la cruzada albigense, que no fue tribunal ni justicia, sino guerra, y guerra cruel como las de la época, con la distinción odiosa de hacerse en nombre de la fe católica.
Demuestra error fatal e ignorancia histórica creer que defendiendo los desmanes de Montfort en tierras de Occitania se justifica la Inquisición. Dios mediante publicaré nuevos artículos en adelante explicando lo que fue ese tribunal, su función y atribuciones. Y precisamente, aquellos que quieran conocer la misión a él encomendada y despojarla de leyendas negras de los enemigos de la fe católica deben primero informarse de lo que fue, y de lo que no fue.
Precisamente la cruzada albigense es palmaria demostración de los males de la injerencia civil en asuntos doctrinales y eclesiásticos. Fue el fracaso de esa primera comisión inquisitorial lo que motivó la convocatoria de la cruzada.
Y eso de que una guerra cuenta con "la distinción odiosa de hacerse en nombre de la fe católica" no hay cómo entenderlo. Una cosa es condenar los excesos, los medios ilegítimos empleados o las malas intenciones de los contendientes, otra la guerra en nombre de la fe, con lo que habria que poner en penitencia casi la historia entera de la Cristiandad, junto con sus doctores y pontífices. ¿O Lepanto, se libró en nombre de la Unión Europea? ¿Y el catarismo era menos nocivo que el islamismo? Rotundamente, no.
Lo absurdo es hacerla por petróleo, posesiones o ideologías.
Los mantras absurdos nos acaban contagiando a todos.
Por cierto, para los amantes del tomismo. Revisar la Suma porque claramente incluye en el martirio a los combatientes en guerras santas.
Lo que es de sentido común.
......
Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar una vez más sobre la heroica España. La Nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu. ....
Persuadido de esta verdad el de sano pueblo español, con las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó decidido en defensa de los ideales de fe y civilización cristianas, profundamente arraigados en el suelo de España.....
Reconocernos también nuestro deber de gratitud hacia todos aquellos que han sabido sacrificarse hasta el heroísmo en defensa de los derechos inalienables de Dios y de la Religión, ya sea en los campos de batalla, ya también consagrados a los sublimes oficios de caridad cristiana...."
Pio XII. 1939
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Quizás algún día volvamos a proclamar la sana doctrina que conocía bien el Santo Padre Pío XII y dejemos de escribir tonterías para el auditorio mundano.
Además, se habla de una hipotética "colegialidad episcopal" en conflicto con el Papado, con marcado anacronismo. Ese tema va a surgir bastante tiempo después. En todo caso, lo que era inédito era la intervención en los derechos feudales de los diocesanos.
El liberalismo católico lo intoxica todo: la historia, la doctrina, la teología. Cf. por ejemplo, la reciente protesta de los obispos de Camerún contra la declaración de la Nación como "cristiana". Esos sí que son "colegiales".
VITTORIO MESSORI
LA RAZÓN (ES), 2007
Hace tiempo que vengo diciendo que los católicos, reducidos ya a una minoría (al menos en el plano cultural), deberían seguir el ejemplo de otra minoría, la judía, y crear también ellos una «Liga Anticalumnia», que intervenga en los medios para restablecer las verdades históricas deformadas, sin pretender, por otra parte, ninguna censura ni privilegio, sino sólo la posibilidad de rectificaciones basadas en datos exactos y documentos auténticos.
Tomemos, por ejemplo, el asunto de los cátaros (también llamados albigenses) hoy tan de moda porque gozan de protagonismo en el «El Código da Vinci» y similares y a los que les gustaría revalorizarse, olvidando que eran seguidores de una oscura, feroz y sanguinaria secta de origen asiático.
Paul Sabatier -historiador de la Edad Media e insospechado pastor calvinista- ha escrito: «El papado no ha estado siempre de parte de la reacción y del oscurantismo: cuando desbarató a los cátaros, su victoria fue la de la civilización y la razón». Y otro protestante, radicalmente anticatólico y célebre estudioso de la Inquisición, el americano Henry C. Lea: «Una victoria de los cátaros habría llevado a Europa a los tiempos salvajes primitivos». De la campaña católica contra aquellos sectarios (apoyados por los nobles del Midi -el Mediodía francés- no por motivos religiosos, sino porque querían meter mano a las tierras de la Iglesia), son recordados sobre todo el asedio y la toma de Béziers, en julio de 1209. Veo ahora en «Il Messaggero» que un divulgador de la Historia como Roberto Gervaso no duda en dar por buena la réplica de Dom Arnaldo Amalrico, abad de Citeaux y «asistente espiritual» de los cruzados, a los barones que le preguntaban qué tenían que hacer con la ciudad conquistada. La respuesta se ha hecho famosa por sus innumerables repetidores: «¡Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos!». A la cual siguió una masacre que, según Gervaso -seguidor, también aquí, de la vulgata corriente-, alcanzó los 40.000 muertos. El divulgador se halla, por tanto, en sorprendente compañía: hasta un verdadero especialista en el Medievo como Umberto Eco, en su novela «El Nombre de la Rosa» acredita la frase terrible del abad y el desmesurado número de víctimas. Pues bien: se da la casualidad de que poseemos muchas crónicas contemporáneas de la caída de Béziers, pero en ninguna de ellas hay noticia de aquel «matadlos a todos». La realidad es que más de sesenta años después, un monje, Cesáreo de Heisterbach, que vivía en una abadía del Norte de Alemania de la que nunca se había movido, escribió un pastiche fantasioso conocido como «Dialogus Miracolorum». Entre los «milagros» pensó inventar también éste: mientras los cruzados hacían estragos en Béziers (que fray Cesáreo ni siquiera sabía dónde estaba) Dios había «reconocido a los suyos», permitiendo a aquellos que no eran cátaros huir de la matanza.
Es decir, la frase atribuida a don Arnaldo tiene la misma credibilidad que el «Eppur si muove!» que se supone que fue pronunciado por Galileo Galilei ante sus jueces, y que sin embargo fue inventado en Londres en 1757, casi un siglo y medio después, por uno de los padres del periodismo, Giuseppe Baretti. En realidad, en Béziers, en aquel año de 1209, los católicos deseaban tan poco una matanza que enviaron embajadores a los asediados para que se rindiesen, salvando su vida y sus bienes. Por lo demás, tras un largo periodo de tolerancia, el Papa Inocencio III se había decidido a la guerra sólo cuando los cátaros, el año anterior, asesinaron a su enviado que proponía un acuerdo y una paz. Habían fallado también las tentativas pacíficas de grandes santos como Bernardo y Domingo. También en Béziers, los cátaros replicaron con la violencia de su fanatismo a la oferta de diálogo y negociación: intentaron, de hecho, un ataque sorpresa pero, para su desventura, los primeros con los que se encontraron eran los Ribauds, cuyo nombre ha asumido el significado inquietante que conocemos (en italiano, «delincuente, mercenario»). Eran, de hecho, compañías de mercenarios y aventureros de pésima fama. Esta mesnada de irregulares, no sólo rechazó a los asaltantes, sino que los persiguió hasta el interior de la ciudad. Cuando los comandantes católicos acudieron con las tropas regulares, la masacre ya había comenzado y no hubo modo de frenar aquellos «ribaldos» enfurecidos.
¿Veinte, quizá cuarenta mil muertos? Hubo una matanza, impensable para la mentalidad de entonces y explicable con la exasperación provocada por la crueldad de los cátaros, que no sólo en Béziers, sino desde hacía años perseguían a los católicos. Sólo un cuenta cuentos tipo Dan Brown puede hablar con ignorancia de una «mansedumbre albigense». El episodio principal tuvo lugar en la iglesia de la Magdalena, en la cual no cabían, abigarradas, más de mil personas. ¿Béziers despoblada y derrocada? No lo parece, dado que la ciudad se organizó poco después para ulteriores resistencias y fue necesario un nuevo asedio. En resumen: un episodio entre tantos otros de manipulación ideológica.
Una Liga Anticalumnia no sólo sería deseable y necesaria para los católicos, sino para dar lugar a un juicio ecuánime y realista sobre el pasado de una Europa forjada durante tantos siglos también por la Iglesia.
http://gahom.ehess.fr/relex/dialogusmiraculorum1/CdH-Dialog.mir.-Vol1/CdH-Dialog.mir.-Volume1-308.html
Así se construyen las leyendas negras. Lástima que se repitan en una página "Infocatólica"
Es estupendo que comentes y critiques un artículo que no es el mío.
No debes temer por la pobre Cristiandad sojuzgada al catarismo de no ser por la intervención del parisino Montfort y sus simpáticos y desinteresados muchachos. El rey Pedro II el católico, un monarca que nada tenía de tonto útil fuera de tu imaginación, promulgó en 1198 unas leyes en sus posesiones para evitar la propagación del catarismo. Gracias a ellas no afectó la herejía gnóstica a Cataluña ni Aragón. Sin necesidad de masacrar a los refugiados en una iglesia CATÓLICA.
No tuvo éxito el catarismo en ninguna otra región salvo en el Mediodía francés, y ningún autor afirma que incluso en ese territorio los cátaros fuesen mayoritarios. No estaba amenazada la "pobre Cristiandad", y el ejemplo de Pedro II demuestra que con predicación, penitencias y leyes se hubiese podido erradicar el error gnóstico.
No, no era necesaria ninguna cruzada. Guerras que, por su propia naturaleza, se libran en defensa de un pueblo cristiano amenazado o sojuzgado por infieles.
"la cruzada albigense, que no fue tribunal ni justicia, sino guerra, y guerra cruel como las de la época, con la distinción odiosa de hacerse en nombre de la fe católica".
Esa es exactamente la frase que pongo en un comentario. Y, desde luego, las cruzadas se emprenden contra enemigos de la fe, no como excusa para que unos cuantos nobles segundones se hagan por la fuerza y la violencia con las tierras de las que carecen, entregándose a barbaridades sin cuento con la excusa de que llevan el estandarte de la cruz.
Andar metiendo a Juan Pablo II en el engrudo este, sin venir a cuento, como gran satán del liberalismo eclesial, ya define a quién (quienes) lo emplean. Es enormemente liberal eso de querer compensar una leyenda negra pintando una leyenda rosa con el amigo Simón vestido de caballero cristiano perfecto. Vaya héroes que se buscan algunos grupos extra-eclesiales. ¿Será porque el difunto vizconde de Rasez era de la misma patria que algún (también difunto) obispo que les inspira?
El artículo de Messori, muy bienintencionado (por cierto ¿este Messori no es un juanpablista que entrevistó al papa liberal en 1994 dando como resultado un libro llamado "cruzando el umbral de la esperanza"?, a ver si nos aclaramos), pero si dice barbaridades como "... La realidad es que más de sesenta años después, un monje, Cesáreo de Heisterbach", cuando Cesáreo de Heisterbach murió 30 años después de los hechos, su credibilidad queda bastante reducida.
Por último, llámese colegialidad o cómo se quiera, la pura realidad es que a los obispos de Occitania, de entrada, les sentó a cuerno quemado que una comisión de inquisidores papales tuviese autoridad en sus territorios para denunciar y penitenciar herejes al margen de su autoridad. Eso está documentado. A ver si lo que va a haber por aquí es intoxicación de apriorismos sobre la historia.
Sorprendente, cuando menos, que para algunos defender la Verdad de la enseñanza cristiana y hacer una justa semblanza de las hermosuras de la autoridad de la Iglesia Católica sea ponerse a defender la obra excesiva, cruel y en ocasiones abiertamente criminal, de la cruzada albigense. Por lo visto, para algunos de mente estrecha, si no se justifica todo lo hecho en aquel lamentable episodio, es que se está justificando la herejía cátara.
Creo que eso se llama "aut, aut", y lo practica cierta corriente de teología que se llama liberalismo.
Y seguimos con el error de pretender que justificar la cruzada albigense sirve de algún modo para justificar la existencia del tribunal de la Inquisición. Voy a volver a ponerlo en negrita, a ver si así se ve mejor: la cruzada albigense se produjo como resultado del fracaso de la comisión inquisitorial.
Así se construyen las falsificaciones históricas y las rupturas de la comunidad eclesial. Lástima que en infocatólica tengamos que soportarles con tanta frecuencia.
He dicho que el catarismo era un peligro enorme, y he invocado la autoridad de Hilaire Belloc. A ti te pertenece probar que eran unos pocos pobres gatos, y que San Bernardo, Inocencio III, Santo Domingo de Guzmán y el mismo Doctor Angélico, que décadas después seguía cavilando la refutación de la herejía, eran unos pobres alarmistas, tontos útiles que dieron pretexto a una empresa de saqueo comandada por Simón de Montfort.
Claro que la historiogragía liberal no registra la gravedad, la entidad y la malignidad del catarismo, una cloaca de todo lo peor que se podía imaginar en el Medioevo y con potencialidad de destruir la Cristiandad por dentro con mayor fuerza aún que el islamismo, pero un católico tiene que tener otras miras y otra piel, sobre todo si mira bajo el agua y encuentra una teoría conspirativa vinculada con Monseñor Marcel Lefébvre incluso en una nota de discrepancia histórica. Es como querer mentar al cardenal Billot con motivo de decir, sencillamente, que Bartolomé de las Casas fue un fabulador peligroso e idiota útil de los creadores de otra leyenda negra.
En cuanto a la frase famosa, usada ad nauseam por la leyenda negra, te he demostrado que es falsa, con cita textual del libro del bueno de Cesáreo que dice que dijeron que Amaury habría dicho. Tomar sin crítica la frase sí que es propio de idiotas útiles, aunque escriban en Infocatólica y no hayan aprendido que la herejía albigense es la máscara satánica de todo lo malo que vino después: el calvinismo, el marxismo, y el liberalismo.
"las cruzadas se emprenden contra enemigos de la fe, no como excusa para que unos cuantos nobles segundones se hagan por la fuerza y la violencia con las tierras de las que carecen, entregándose a barbaridades sin cuento con la excusa de que llevan el estandarte de la cruz".
Ahora, no vayas a criticar las declaraciones de Juan Pablo II sobre los paracaidistas polacos en la barbarie de Montecassino, porque estás cometiendo cisma.
Qué barbaridad.
"En el corazón de la Edad Media, justo cuando estaba llegando a su fase más espléndida, en el gran Siglo XIII, surgió un singular y poderoso ataque a la Iglesia Católica y a toda la cultura que la misma defendía que fue completamente rechazado.
Fue un ataque, no sólo a la religión que hizo nuestra civilización, sino a la civilización misma, y su nombre genérico en la Historia es “La Herejía Albigense”.
En el caso de este gran conflicto debemos proceder, al igual que en el de todos nuestros otros ejemplos, examinando primero la naturaleza de la doctrina que se estableció en contra del cuerpo de verdades enseñado por la Iglesia Católica.
La falsa doctrina, de la cual la versión de los albigenses constituyó un ejemplo principal, ha estado siempre latente entre los hombres bajo variadas formas, no sólo en la civilización del cristianismo sino en todos aquellos lugares y en todos los momentos en que las personas tuvieron que considerar los problemas fundamentales de la vida; lo cual equivale a decir: siempre y en todas partes. Pero, en este momento de la Historia, sucedió que el fenómeno adquirió una forma particularmente concentrada. Fue entonces cuando las falsas doctrinas que estamos por examinar se destacaron con mayor nitidez y pueden ser apreciadas de un modo más claro. Por los efectos que la herejía tuvo cuando estuvo en su punto más alto de vitalidad podemos estimar los males que ocasionan doctrinas similares, sea cuando fuere que aparecen.
Durante el período cristiano, este permanente conflicto de la mente humana creció y se acumuló en tres grandes oleadas y de ellas el episodio albigense fue tan sólo el central. La primera gran oleada fue la tendencia maniquea de los primeros siglos cristianos. La tercera fue el movimiento puritano en Europa, acompañando a la Reforma y la secuela de esa enfermedad, el jansenismo. El primer movimiento fuerte de la especie quedó agotado antes del fin del Siglo VIII. El segundo fue destruido cuando el movimiento definidamente albigense fue erradicado en el Siglo XIII. El tercero, la oleada puritana, se encuentra declinando recién ahora, después de haber producido toda clase de males"
"Hasta qué punto esa cultura se hallaba en peligro es algo que puede verse por los principales dogmas que se enseñaban y practicaban abiertamente. Se abandonaron todos los sacramentos. En su lugar se adoptó un extraño ritual, llamado “la consolación”, en el cual se profesaba que se purificaba el alma. Se atacó la propagación de la especie; se condenó el matrimonio y los líderes de la secta difundieron todas las extravagancias que es dado encontrar alrededor del maniqueísmo o del puritanismo, sea dónde fuere que éste aparezca. El vino era maléfico; la carne era maléfica; la guerra estaba siempre absolutamente mal, del mismo modo que la pena capital. Pero el pecado más imperdonable era la reconciliación con la Iglesia Católica. En esto también lo albigenses se ajustaron al modelo. Todas las herejías hacen de ello su punto principal.
Se hizo obvio que el fenómeno tenía que terminar en una decisión por las armas ya que, a esta altura, el gobierno local del Sur estaba apoyando esta nueva contra-Iglesia altamente organizada y, si la misma se hacía tan sólo un poco más fuerte, toda nuestra civilización colapsaría ante ella. La simplicidad de la doctrina, con su sistema dual del bien y del mal, con su negación de la Encarnación y los principales misterios cristianos y su anti-sacramentalismo, su denuncia de la riqueza clerical y su patrioterismo chauvinista – todo esto comenzó a atraer a las masas en las ciudades al igual que a los nobles. Aún así, Inocencio, por más grande que haya sido como papa, aún vacilaba como tiende a vacilar todo estadista antes de apelar concretamente a las armas; pero hasta él, justo antes del fin del Siglo, insinuó la necesidad de una cruzada"
"Los nuevos aliados que vinieron en auxilio del conde de Toulouse fueron los españoles, procedentes del lado Sur de los Pirineos, los hombres de Aragón. Hubo una enorme hueste de ellos, conducida por su rey, el joven Pedro de Aragón, cuñado de Raimundo de Toulouse. Un borrachín, pero hombre de una temible energía, no era una persona incompetente al momento de conducir una campaña. Condujo algo así como cien mil hombres (número que incluye a auxiliares y seguidores de campamento) a través de las montañas directamente para aliviar la situación de Toulouse.
Muret es un pequeño pueblo al suroeste de la capital de Raimundo, ubicado aguas arriba del Garona, a un día de marcha de la Toulouse propiamente dicha. La enorme hueste española, que no tenía un interés directo en la herejía en si misma pero sí un fuerte interés en debilitar el poder de los franceses, estaba acampada en el campo llano que se encuentra al Sur del pueblo de Muret. Contra ellos, la única fuerza activa disponible era la de unos mil hombres bajo el mando de Simon de Monfort. Las chances parecían ridículas: uno contra cien. Por supuesto que no eran ni remotamente tan desfavorables como parece porque los mil hombres eran nobles escogidos, armados y montados. Las fuerzas de caballería de las huestes españolas probablemente no ascendían a más de tres a cuatro mil, estando el resto del cuerpo español constituido por infantería, buena parte de la cual se hallaba desorganizada. Pero aún así, las adversidades eran tales que el resultado constituyó una de las cosas más sorprendentes de la Historia.
Fue en la mañana del 13 de septiembre de 1213. Los mil hombres del lado católico, formando con Simon a la cabeza, asistieron a misa montados sobre sus caballos. La misa fue cantada por Santo Domingo en persona. Por supuesto, sólo los jefes y unas pocas filas de seguidores pudieron estar presentes en la iglesia – en la cual todos permanecieron montados – pero, a través de las puertas abiertas, todo el resto de la pequeña fuerza pudo observar el Sacrificio. Terminada la misa, Simón cabalgó hasta ubicarse al frente de su pequeña banda, tomó por un rodeo hacia el Oeste y luego se lanzó con una carga repentina sobre las huestes de Pedro que aún no se habían formado adecuadamente y se hallaban mal preparadas para recibir el choque. Los mil caballeros norteños de Simon destruyeron a sus enemigos por completo. Las huestes aragonesas se convirtieron en una nube de hombres en fuga, completamente divididas y no representando ya a una fuerza combativa. Pedro mismo resultó muerto.
Muret es un nombre que siempre debería ser recordado como una de las batallas decisivas del mundo. De haber fallado, toda la campaña hubiera fracasado. Probablemente Bouvines nunca se hubiera librado y las probabilidades son tales que la monarquía francesa misma hubiera colapsado, subdividiéndose en clases feudales independientes de todo Señor central"
Toto corde,
Ni nuestros obispos se atreven a repetir según qué cosas.
Así dejarás de nombrar a Juan Pablo II como causante de ningún liberalismo.
JP II era un místico y geoestratega profundo. Ambas cosas al mismo tiempo. Nadie como él para creer en el Señorío real de Dios sobre toda Historia y designio de las naciones católicas.
Ocurre que los tiempos le pusieron en una guerra donde primero debía ganar batallas tácticas previas. Y en eso se concentraba.
Y no lo hizo nada mal, no....
Por otro lado muy de acuerdo con tu visión del catarismo. Había que extirparlo, pues su noción del hombre, no digamos la mujer, del mundo etc era algo diabólico, literalmente.
Cualquier día de estos acabamos tirando del altar a Santa Juana de Arco por obedecer a Dios y machacar militarmente a ingleses y traidores...
pd. Y que yo sepa Luis Amorós bebe del carlismo. Sugerirle liberalismo es algo descaminado.
No. A mí no me toca probar que los cátaros fueran cuatro gatos o que santo Domingo, san Bernardo o Inocencio III eran unos tontos útiles (a lo visto en esta historia debe haber por fuerza algún tonto útil), porque yo no he afirmado tales cosas, ni mucho menos he "ensuciado" a nadie, menos aún a un papa (eso se lo dejo a otros tontos contemporáneos). No voy a caer en la vieja falacia del hombre de paja. En el artículo está suficientemente expresada la gravedad de la herejía gnóstica, su impacto, no sólo religioso, sino político, y la tarea de los inquisidores, de santo Domingo y de Inocencio III. No tengo que andar defendiendo ni condenando a nadie, porque la historia no es un cuento de buenos y malos. Se exponen los actos y las motivaciones, si se conocen, y cada uno saca sus propias conclusiones.
Tampoco es esta una bitácora de teología, por lo que no he profundizado en los errores del catarismo, suficientemente conocidos. De hecho, no es más que una reedición algo modificada del mismo gnosticismo que profesara Prisiciliano, al que dediqué ya un estudio en profundidad hace unos meses.
Lo que Belloc dice sobre la heterodoxia albigense es cosa conocida de todos, y que en nada contradice lo que yo plasmo en el artículo. Pero a la hora de explicar la historia el amigo Belloc no puede negar su cuna francesa, aunque se criara en Inglaterra. Aparte de hinchar tremendamente la cifra de las tropas de Pedro II, se olvida que buena parte de ellas no eran "españolas", sino vasallos del conde de Tolosa, es decir, occitanos, y todos católicos. Describir al rey de Aragón, un azote de herejes y triunfador en las Navas de Tolosa como "un borrachín no incompetente al conducir una campaña" es absolutamente grotesco desde un punto historiográfico. También se olvida de que no sólo Montfort asistió a misa esa mañana, sino también el rey aragonés y sus hombres asistieron al sacrificio eucarístico. No fue una batalla entre "católicos y herejes", pues los cátaros no tomaron parte. Fue un combate entre los señores feudales vasallos del rey de Aragón contra los señores feudales vasallos del rey de Francia, y ambos deseaban acabar con la herejía, pero de modos distintos. Tampoco cita Belloc que en el concilio de Lavour del año anterior, el propio Pedro II presentó su propia iniciativa para acabar con el catarismo en Occitania. Y en sus reinos lo había logrado. Sencillamente, Montfort apostó más fuerte, y el papa se fió más de él.
Belloc es un genio del distributismo, pero eso no lo convierte automáticamente en una autoridad en cualquier otra materia.
El "pobre Cesáreo" puso por escrito un testimonio contemporáneo que tú decides, por tu propio criterio, que no es válido. Lo que sí tenemos constancia es que el abate Amaury no evitó el asesinato de muchísimos ciudadanos de Beziers en la iglesia de la Magdalena, y tampoco tenemos constancia de que ejerciera de freno a las salvajadas de Monfort durante la campaña (sí, he escrito salvajadas, en la edad media, ahora y siempre. El hecho de que haya salvajadas en todas las guerras no justifican estas).
Lo que no tiene ni pies ni cabeza es empezar a llamar liberal o neocon al que no traga con la visión fantástica e irreal de una cruzada formada por caballeros cristianos irreprochables, en plan cruce de Lanzarote del Lago y Amadís de Gaula. La realidad es la que fue, y las cruzadas meritorias son como la que autorizó unos años después el propio Inocencio III para detener a los almohades: en defensa de la Cristiandad contra infieles armados hasta los dientes, de los que te borran del mapa en cuanto pueden. La brillante gloria de ahorcar cristianos indefensos sin juicio previo (por muy equivocados que estuvieran) yo no la veo por ninguna parte.
Y eso tampoco es el tribunal de la Inquisición. Vamos a ir delimitando las cosas.
Perdón, olvidaba que el gnosticismo de Occitania era una amenaza mucho más grave para la Cristiandad en el siglo XIII que el Islam. Cuéntaselo a los españoles, a los sirios, a los egipcios y a los anatolios.
Y meter a Juan Pablo II en este baile es delirante. Para hacer este tipo de aportaciones, mejor irse a la parodia chorra de este portal que se ha montado y allí os podéis dar todos abrazos y palmaditas en la espalda, mientras se reparten carnets de católico.
Toto corde.
1) que los albigenses eran muchísimo mas nocivos que los musulmanes no lo digo yo, lo dijo el mismo Inocencio III. Y creo que es obvio, no gastaría un bit en explicarlo.
2) El rey Pedro no era un legítimo gobernante que luchaba por un aliado. Era un alzado contra su Pontífice, por quien fue coronado, y del cual era vasallo desde el año 1205,por lo cual murió felón y murió excomulgado, al menos en el fuero externo. Del interno no juzgo, no soy neocon. Pero felón es desde el código feudal mucho más grave que ser borrachín. Nadie le mandó ser hombre ligio del Papa.
3)Por lo mismo,no sé sI aistió a Misa en sus reales previo a la batalla. El hecho es que la Misa en el otro bando la dió Santo Domingo.
4) Belloc es uno de los más grandes historiadores católicos. Optar por la versión liberal de la historia, que ha erigido el "martirio cátaro" en una leyenda negra, banalizando la gravedad de la herejía y calificando al gran Hilaire como un "gran distributista" me hace dudar que hayas leído su libro sobre las herejías.
5) una guerra justa no justifica las salvajadas. Y yo no he dicho otra cosa. Pero las salvajadas no yugulan la legitimidad de una causa, como saben Uds los españoles, que se hartaron de salvajadas en sus guerras civiles, sin que la legitimidad de la lucha contra el ateísmo y el comunismo esté en cuestión. O las salvajadas perpetradas en la conquista de América, que no obliteran la grandeza de la empresa. Una cosa no quita la otra.
6) esto sentado, la guerra fue justa. Fue demorada por el Papado hasta el límite de la tolerancia. Los colegiales y cobardes obispos no pudieron evitar la difusion de la herejía, que las cabezas más lúcidas de su tiempo, no el sr. Nachet, consideraron más peligrosa que el mahometanismo. Y las salvajadas no fueron tantas como las que cuenta la leyenda negra, igual que ocurrió en América. Un católico no endosa ni la leyenda negra ni la rosa, pero no puede repetir acríticamente la negra.
Somos muchos los que pensamos que Muret salvó a Occidente. Y que los esfuerzos de la Orden de Predicadores, sin la Cruzada, hubieran terminado en un baño de sangre martirial como sufrió San Pedro.
Repito que me maravilla la facilidad, netamente juanpablista, con que se acepta las leyendas negras anticlericales y se hace "autocrítica" con tal que no se trate del tiempo presente y de una verdadera y presente autocrítica. Así es fácil.
"Simón de Montfort estaba en Muret, acompañado exactamente de ochocientos a mil hombres de a caballo y nuestro padre vino sobre él cerca de aquel lugar donde él estaba. Y fueron con él, de Aragón: Don Miguel de Luesia, Don Blasco de Alagón, Don Rodrigo Liçana, Don Ladrón, Don Gómez de Luna, Don Miguel de Rada, Don Guillem de Puyo, Don Aznar Pardo y muchos otros de su mesnada y de otros de los cuales no nos podemos recordar. Pero bien recordamos que nos dijeron aquéllos que habían estado y conocían el hecho, de que salvo Don Gómez de Luna, Don Miguel de Rada, Don Aznar Pardo y algunos de su mesnada que murieron, los otros lo abandonaron en la batalla y huyeron. Y fueron, de Cataluña: Dalmau de Creixell, N'Hug de Mataplana, Guillem d'Horta y Berenguer de Castellbisbal; éstos huyeron con los otros. Sin embargo, bien sabemos con certeza, que Don Nuño Sanç y Guillem de Montcada, que fue hijo de Guillem Ramon de Montcada y de na Guilleuma de Castellví, no estuvieron en la batalla, pero enviaron mensajeros al rey diciéndole que los esperara, y el rey no les quiso esperar, y dio la batalla con aquéllos que eran con él. Y aquel día que dio la batalla había yacido con una mujer, ciertamente que Nós oímos decir después que durante el Evangelio no pudo estar derecho, sino que permaneció sentado en su setial mientras que se decía misa.
Y antes de que tuviera lugar la batalla, Simón de Montfort quería ponerse en poder suyo para hacer aquello que el Rey quisiera, y quería avenirse con él; y nuestro padre no lo quiso aceptar. Y cuando el conde Simón y aquellos de dentro vieron eso, hicieron penitencia y recibieron el cuerpo de Jesucristo, y dijeron que más se amaban morir en el campo que en la villa. Y con eso, salieron a combatir todos a una, de golpe. Y aquéllos de la parte del rey no supieron formar las líneas de batalla ni ir juntos, y cada caballero acometía por su lado, y acometían contra las reglas de las armas. Y por la mala ordenación, y por el pecado que tenían en ellos (1) , y también porque de los que estaban a dentro de la plaza no encontraron merced, la batalla tenía que estar perdida. Y aquí murió nuestro padre. Y así siempre lo ha seguido nuestro linaje, en las batallas que ellos han hecho y en las que Nós haremos, que es vencer o morir. Y Nós permanecimos en Carcassona, en poder del conde, porque él nos hacía educar y era señor de aquel sitio".
Muret se encuentra a unos 20 Km al sur de Tolosa, en la confluencia del río Garona con su afluente el Loja. Era una ciudad de tamaño medio, con un perímetro en forma trapezoidal, con una extensión máxima en su eje principal de no más de 500 metros. Cerca de la orilla izquierda del Loja se extiende una llanura limitada, por un lado por el Garona y por el otro, por el terreno ascendente de las colinas de Perramon, situadas a unos dos kilómetros al oeste. La llanura, en invierno, era una zona de marismas, pero en verano, estaba cubierta de hierba, y atravesada por varios arroyuelos de poco caudal. Su superficie llana era ideal para la maniobra de fuerzas de caballería"
Bien, esto no creo que de para más. Estamos dando vueltas sobre lo mismo. Si tu quieres creer que Muret fue la salvación de la Cristiandad, eres muy libre. No me has convencido, con datos en la mano, de que no fuera otra cosa que un combate bien mundano por preservar, o tomar, feudos y títulos, entre nobles católicos. Que hubiese cruzada por medio o no, resultó poco sustancial a la historia.
La Cristiandad se salvó un año antes en otra cruzada, la que abatió el poder del califa almohade en las Navas de Tolosa, el cual amenazaba no solo a los reinos cristianos de España, sino a toda Europa. En la batalla, por cierto, no participaron los cruzados francos, porque se retiraron antes, cuando el rey de Castilla, Alfonso VIII, les prohibió saquear y matar a los musulmanes que se rendían. Bien estaría que celebraramos esa importante victoria, de la que precisamente este año se cumplen 800 años, en vez de luchas entre católicos. Las cabezas más lúcidas de su tiempo no llevaban 5 siglos amenazados por el poder opresivo de los musulmanes. Considera que el catarismo no se extendió por tierras españolas gracias a la acción de ese rey que tanto desprecias, antes de juzgar.
Toda Cruzada se convoca por un buen motivo, pero los que las libran no son ángeles ni santos. Sin ir más lejos, unos pocos años antes, la cuarta cruzada (engrosada, qué casualidad, también por santos caballeros franceses de Orleans, Flandes, Champaña o Borgoña) en vez de recuperar Jerusalén, en manos de Saladino, se dedicó al asalto, saqueo y asesinato de la ciudad cristiana de Constantinopla. No sólo fueron brutales, sino que encima fueron estúpidos, destruyendo obras de arte de incalculable valor. La verdad es que los franceses no pueden precisamente enorgullecerse de sus bravos cruzados de principios del siglo XIII; todos se cubrieron de algo, y no precisamente de gloria.
Simón de Montfort tendría mi misma valoración aunque hubiese nacido en Valencia. No soy yo el que juzga con apriorismos según el bando en que participa cada protagonista.
En cualquier caso la batalla de Muret no forma parte sustancial de este artículo, que trata de otras cosas. Si tengo tiempo y ganas, ya hablaré de las cruzadas, un tipo de guerra religiosa que no es original del cristianismo, y cuyo más temprano ejemplo, por cierto, fue el combate de los astures contra los invasores musulmanes, inaugurado en la batalla de Covadonga.
Y ya que estamos, "no es cierto que el texto de Jaime I sea un testimonio válido. No dice la fuente, no fue testigo presencial, no dice que efectivamente lo vio. Y no estuvo en el lugar, ya no digamos en el tiempo. Un "hearsay", dicho en terminos no apodícticos, no vale un pimiento". Pues eso.
La crónica de Jaime I se escribió más de 50 años después de la batalla. Si el testimonio de Cesáreo no vale, el de Jaime I (un niño entonces y en manos del peor enemigo de su padre) tampoco.
Todos acabamos siempre influidos por al autor a quien leemos y la visión personal que nos narra, generalmente con juicios de valor incluidos. Hay que hacer esfuerzos de abstracción para quedarse con hechos y datos y luego pasarlos por el filtro de nuestras propias convicciones morales.
Lo que me recuerda la disputa entre tres religiosos, uno jesuita, otro Mercedario, otro dominico, sobre cuál era la Orden mas importante. El primero dijo que la Compañía había nacido para combatir el protestantismo, y que como consecuencia de su labor, media Europa habia mantenido la fe. El segundo dijo que la Orden había rescatado múltiples cautivos de las garras del Islam. El dominico sólo preguntó: "¿Ustedes conocen algún cátaro?"
Que el "Padre del Santo Rosario" fuese el líder espiritual elegido por Dios para acabar con esa herejía es algo a considerar, sobre todo cuando nuestra espiritualidad recibe los axiomas de que la Virgen vencerá a todos los herejes y el rosario es el arma para ello.
Dios en este mundo actúa por causas intermedias, que incluyen a "siervos" y no tan siervos. Ninguno de ellos están exentos de error y hasta de horror.
No puede ser que neguemos designios divinos significados por la existencia de errores (u horrores) de los instrumentos.
Cuando el mundo profético anuncia determinadas cosas por venir en la historia próxima-tan semejantes a lo visto en la edad media- andar apaleando cada exceso observable en la historia pasada es un ejercicio poco recomendable si eso nos lleva a pensar que necesariamente no era voluntad divina el escribir el trazo gordo de esas historias.
Puede que sí.... puede que no.....
¿Alguien quiere reponer a Saul en su trono?
La historiografía es una ciencia, no una excusa para hacer ideología.
La ceguera voluntaria de no querer admitir los motivos políticos y puramente materiales que movieron a los cruzados de Montfort (atraídos por la autorización papal a incautarse de las tierras de aquellos católicos que protegieran a los cátaros), quedándose únicamente con los religiosos, demuestra la forma que tienen algunos de contar los hechos: sesgadamente.
Desde luego, los crímenes no son jamás un "instrumento misterioso" de los designios de Dios, sino de los del diablo. Si por misericordia divina puede el Bien triunfar en el mundo y los errores ser corregidos, no es gracias a los crímenes, sino a pesar de ellos. Defender lo contrario es justificar el mal. Jamás la doctrina católica ha enseñado que hacer el mal sea el camino para obtener el bien.
En 1194 el rey Alfonso II de Aragón prohibió vivir en sus dominios a los que profesasen la doctrina cátara. En 1198, el rey Pedro II el Católico de Aragón, dictó en Gerona un edicto por el que prescribía destierro, confiscación de bienes e incluso amenaza de hoguera para los cátaros y los valdenses en las tierras de su Corona, si no se convertían a la verdadera fe. No se vuelve a oír hablar de catarismo en el reino, hasta que una inquisición establecida en 1233 juzga a unos herejes venidos del Mediodía.
Sí, sí se podía combatir a los albigenses sin necesidad de cruzadas ni masacres.
Por cierto, luis, si vuelves a insinuar que yo defiendo la herejía de algún modo, te baneo de mi bitácora.
En ningún momento he insinuado que defiendas la herejía. Ahí también estás confundido. He dicho que minimizas su importancia y nocividad, lo que es evidente.
Y la frase de que la Providencia triunfa a pesar de las salvajadas y cochinadas y crímenes, la he dicho antes que ti en este mismo hilo. También he reconocido motivos superpuestos en los agentes históricos, no hay tal ceguera. Lo que me niego es a identificar los motivos de Inocencio III, Santo Domingo de Guzmán y San Pedro de Castelnau con los de los ribaldos o los saqueadores. Por cierto, veo que las contradicciones no te agobian: en un mismo renglón dices que el rey Pedro decreró confiscaciones y hoguera para los cátaros y en eso ves la prueba de que se podía combatirlos sin masacres.
Por cierto, lamento que recurras al bullying practicado por el Director de Infocatólica. Pero es que la prepotencia es contagiosa.
"Y la frase de que la Providencia triunfa a pesar de las salvajadas y cochinadas y crímenes, la he dicho antes que ti en este mismo hilo".
¡Qué no te enteras, que Luis I. no lo ha dicho por ti, que ha sido por el sempiterno zoquete!.
Me parece que de ninguna manera se puede comparar una amenaza con los hechos tan salvajes que ocurrieron y de los que tan magnífica cuenta nos ha dado Luis I. Y de hecho, la amenaza sirvió para evitar tener que llevar a cabo cualquier acción. Para eso están las amenazas.
¿O es que tu como abogado identificas amenaza con hecho consumado?.
Y a ver luis, ¿dónde identifica Luis I. los motivos de los anteriores con los de los últimos?. Señala alguna frase, algo. Que yo sepa, no ha dicho nada de nada de eso.
No se trata de minimizar, es que te pongas como te pongas, y lo diga quien lo diga, al menos para España era mucho peor la invasión musulmana que los cátaros, de eso no te quepa duda. Su nefasta influencia ha llegado hasta nuestros días, como tu mismo observaste en una ocasión (la herencia mora). ¿Recuerdas Cartago?, pues así tendría que haber sido con todo lo de ellos en vez de tantas pamplinas.
Lo del infante es muy otra cosa: es un testimonio cierto. Después, veremos su coherencia interna, qué interes podía tener el rey Jaime décadas después en calumniar la memoria de su padre, por que en el mismo escrito donde subraya la valentía de su muerte reconoce su lastimoso estado espiritual, cuál podía ser la ventaja de hablar bien de un hombre que lo secuestró, Simón y que estaba muerto desde hacía años, sin que nadie pudiera sentirse ofendido, etecetera. La verdad, es un testimonio bastante bueno aunque criticable. Lo otro es nada.
Esa frase de la que se trata aquí. ¿Los hechos justificaron su significado (¿se dijera o no se dijera textualmente?). Creo que es lo más importante de todo esto, y por lo que parece, sí resulto una auténtica masacre, una carnicería.
Respecto a lo del rey Jaime, eso sí que me parece sospechoso, pero mucho, y no para bien.
Por cierto, ¿sabes que ahora también quieren salvar a Gilles de Rais de la Leyenda Negra que los masones y modernistas han creado sobre el?.
Ay, luis, que taras con distinto ras cosas semejantes. Testimonio era el que oyó Cesáreo de Heisterbach, aunque no citara su nombre. ¿Cómo obtuvo la información? pues él afirma que la oyo de quién estuvo presente en Beziers. ¿Qué intención torcida puede guiarle? Cesáreo era monje de un convento cisterciense, es decir, de la misma orden que Amaury, ¿qué motivo tenía para querer calumniarle, cuando, a mayor abundamiento, no tenemos constancia de que le conociera personalmente, y por tanto no debía sentir primariamente ni afecto ni rechazo hacia él? ¿por qué hemos de suponer automáticamente que el testigo que a Cesáreo le contó los hechos era un agente del catarismo? O tal vez fuera un protestante avant la lettre, interesado en ir forjando la leyenda negra...
Analicemos el texto del rey Jaime I de Aragón, por el que profeso un cariño muy particular, como valenciano que soy, y cuya crónica o "Llibre dels feyts" es un documento precioso en todos los sentidos. Sobre la batalla de Muret afirma que fue informado por testigos presenciales, pero no cita nombres (qué casualidad, como Cesáreo). Y si buscamos en el mismo texto unos párrafos antes, nos encontramos con esta referencia a su primera infancia:
"Tiempo después de nuestro nacimiento, Don Simón de Montfort quien poseía la tierra de Carcasona y de Béziers, y la parte de Tolosa que había ganado al rey de Francia, quiso estar a bien con nuestro padre, y le pidió que nos entregara a él, pues él nos criaría. Y él confió tanto en aquel y en su estima que nos entregó a aquel para criarnos".
Pues bien, dejando de lado la inexactitud de decir que Montfort era dueño de Tolosa por habérsela ganado al rey de Francia (fue al conde de Tolosa), sabemos por otras fuentes que Pedro II entregó a su hijo a Simón de Montfort para educarlo a condición de que lo casara con su hija Amicia en la concordia de 1211. El francés rompió el acuerdo y retuvo al muchacho en calidad de rehén. Por tanto, nada de "confió tanto en aquel y en su estima", este texto presenta un hecho ocultando las intenciones verdaderas del mismo. Pedro II el católico deseaba repudiar a su esposa (y lo hizo, con el tiempo), la madre de Jaime, para casarse con una princesa más conveniente, y de hecho, la concepción del príncipe se produjo mediante un engaño. Su plan era alejar a Jaime para que otro hijo habido en un segundo matrimonio (que jamás se llegó a producir) fuera el heredero. Un buen motivo para que un hijo pinte a su padre con los colores que sus enemigos políticos le habían dibujado.
No minimizo la importancia de ninguna herejía, niego la necesidad de una cruzada, y lo demuestro con hechos: en Aragón no hizo falta para acabar con el catarismo que ya se había comenzado a extender. Todos los casos de catarismo que conocemos a partir de las leyes de 1198 son siempre procesos a escapados de Occitania, no a naturales del país. Pretender comparar al mismo nivel la "amenaza con la hoguera" del edicto de Gerona, medida claramente disuasoria y que jamás se llegó a aplicar en vida del rey, con los 200 cátaros ejecutados por Montfort al poco de tomar Montsegur, sin juicio alguno, es decir, sin constancia eclesiástica de que fuesen herejes, sin admonición, sin darles la posibilidad de explicarse o, en su caso, reconciliarse, así como de 80 caballeros católicos, acusados de protegerlos, asimismo sin juicio (¿también es voluntad de Dios, andar asesinando católicos?).... resulta sangrante.
Nada de persecuciones injustas, luis (¿qué es eso de bullying?), en el primer artículo de esta bitácora ya dije que no iba a permitir calumnias a otros comentaristas. Mucho menos al autor. Afortunadamente, todavía no se me ha contagiado la prepotencia de los cismáticos.
Constantino el Grande era un notorio analfabeto teológico. Las disputas le importaban un bledo (de hecho, en efecto, al final de su vida se inclinó por el arrianismo, y su hijo Constancio II gobernó una corte de arrianos), solamente quería la paz en la Iglesia, y para él eso pasaba por la uniformidad. El éxito del triunfo del catolicismo se debe principalmente a Osio, entre todos los disputadores ortodoxos el más elocuente.
El término cesaropapismo es histórico, no es preciso que exista físicamente un papa. Hace alusión a la aspiración del poder civil a gobernar la Iglesia. Los fundadores de esta teoría fueron los emperadores romanos, de ahí el término "césar".
luis:
Bueno, acusarme de provincianismo es otra forma de evitar el debate de ideas y hechos.
En cuanto a las comparaciones históricas... en fin: equiparar en el mismo plano a Pedro II de Aragón, el rey católico y perseguidor de herejes en sus reinos, o a Raimundo de Tolosa, los cuales en el concilio de Lavour se avasallaron a todos los decretos papales siempre que se respetaran sus feudos, con el gobierno del Frente Popular español en 1936, compuesto por ateos jacobinos, socialistas y comunistas, como si ambos fueran el mismo tipo de enemigos a los que combatir, resulta grotesco.
Pedro II, con todos sus pecados humanos, jamás fue cismático. Su excomunión se produjo por desobediencia a un decreto papal, no por herejía. Jamás un cismático, por otra parte, admite que está fuera de la Iglesia. Lo mismo le pasa a los ortodoxos. que nos llaman cismáticos a los católicos. En los cismas, siempre uno mismo es el puro, y los otros los equivocados.
Yo me someto al magisterio y al papa, y así no yerro jamás.
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Como la crucifixión de Cristo acaso?.
Estas cosas son más complejas que eso. Todo acontece para el bien de los elegidos. Y todo es todo.
Esa frase tuya, dicha sin pensarla, es todo un despropósito teológico incompatible con la fe cristiana. Sencillamente niega la autoría de Dios sobre la Historia. Vamos, como si fuese "a medias" con Satanás la cosa y a ver quien gana.....
Y eso no es justifcar ningún crimen - no hace falta que desvariemos ni nos moralicemos infantilmente-, es sencillamente recordar que el historiador cristiano no puede caer en naturalismo o materialismo a la hora de INTERPRETAR la historia. Yo creo que hay que profundizar más espiritualmente.
No entiendo que sea de fe que Dios ahogó a toda la humanidad con el diluvio, mató a todos los primogénitos de Egipto, ahogó al ejército del faraón, destruyó Sodoma, mandó matar a muchos pueblos malignos y mil etc más y ahora vengamos como falsas ursulinas a rasgarnos las vestiduras por el acontecimiento histórico de la "terminación" del catarismo.....
Que hubiese o no crímenes por medio nada dice de si aquello era voluntad significada de Dios.
Puede que sí... puede que no....
A ver, la crucifixión de Cristo es un acontecimiento único en la historia, es el sacrificio del Cordero de Dios para Salvación de la Humanidad. Tiene un valor teológico (entre otros), el de la sustitución del antiguo sistema de redención por los primogénitos (de los animales), por la redención definitiva del primogénito de Dios.
Es Yahvé quién acaba con el ejército de carros del Faraón, es Yahvé quién destruye Sodoma y Gomorra, es Yahvé quién mata a los hijos de Egipto... Yahvé. O sea, Dios. No un noble segundón nacido en la isla de Francia.
¿Me vas a comparar todo eso con que Simón de Monfort ordene asesinar a 80 caballeros católicos al tomar Lavour, sin juicio, sin dar opción a rescate, sin escuchar súplicas, por haber defendido (supuestamente) a herejes cátaros, y de paso, quedarse con sus tierras?
Pero eso ya sabemos que no tiene interés, seguro que los cruzados en ningún momento pensaron en eso cuando se cepillaban a nobles adversarios. Eran seres angélicos: mataban enemigos políticos católicos y se quedaban con sus tierras, pero únicamente lo hacían por salvar a la Iglesia de la peor amenaza de su historia.
Desinteresadamente.
Vamos, anda.
No me gusta la historia-ficción, pero hubiese sido interesante saber cuantos caballeros franceses se hubiesen apuntado a la cruzada albigense si todas las recompensas que el papa les ofrecía hubiesen sido espirituales...
Un año antes de Muret, en la cruzada contra los almohades, los cruzados franceses se volvieron a su casa en cuanto Alfonso VIII les prohibió saquear (y matar) a los musulmanes que se rendían, dejando en la estacada al ejército hispano.
Pues eso.
Por cierto, la cruzada albigense no acabó con el catarismo. Resulta que en próximos capítulos explicaremos como los occitanos se rebelaron contra su nuevo señor, y pusieron de nuevo en el condado a su señor antiguo. Y no por motivos teológicos, precisamente. El catarismo duró muchas décadas más, y se acabó con él gracias a la predicación (donde destacaron los monjes de la Orden de Santo Domingo), y los tribunales inquisitoriales.
No con matanzas, tan crueles como inútiles.
De ahí los enormes problemas y grotescas volteretas que dan algunos para sortear todos esos hechos bíblicos apuntados arriba. Algunos los acaban negando ya que Dios no puede ser un criminal o un exterminador sin piedad....
Obviamente no lo es, y sencillamente todo aquello responde a su justicia y sus designios.
La segunda parte es negar que cualquier cosa que ocurra pueda ser de Dios en tanto en cuanto en el camino haya algún error u horror, lo cual es absurdo porque el hombre sienpre peca, y cuando de guerras se trata los pecados incluyen mucha sangre.
Siguiendo ese discurso deberíamos condenar a Sta. Juana de Arco tan solo porque cualquiera de los nobles o soldados de tropa se hubiese pasado un poco con la espada, o condenar a los alzados del 36 porque en el camino tambien los buenos hubiesen cometido tropelías. No digamos con la Reconquista o la Evangelización de América. Lo del 36 es lo más cercano.
Pero los Papas jamás hicieron eso, por contra ahí están las palabras laudatorias.
De nuevo, las cosas son más complejas.
Y para más complejidad, la voluntad antecedente -la más pura de todas- de Dios ya quedó olvidada con el primer pecado de Adán y Eva, y todo en puridad es ya voluntad consecuente porque nunca deseó nuestro estado de naturaleza caída.
Pero para colmo, como pecamos al menos 7 veces al día cambiando los deseos "precedentes" de Dios y la misma realidad, las sucesivas voluntades "antecedentes" de Dios se conviertem en una mueva voluntad "consecuente" , y así sucesivamente a cada acto moral muestro.
En fin que los pensamientos de Dios no son los de los hombres y no conviene hacer trazos gordos juzgando la historia espiritualmente con nuestras primeras ocurrencias.
Hay que señalar claramente los crímenes evidentes para mejorarnos, sin concluir alegremente que su mera existencia ya presupone que todo el "paquete" era contrario a la voluntad de Dios.
Puede que sí... puede que no...
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LA
Vamos a ver, catholicus: "La complejidad comienza cuando nosotros decidimos que es un crimen aquello que nos parece bien, que no nos gusta, que rompe nuestro esquema".
Asesinar enemigos que se han rendido, lapidar mujeres embarazadas, quemar herejes sin juicio y sin darles oportunidad de explicarse o convertirse... eso no es "lo que a mi me parece bien o no me gusta". Eso son crímenes objetivos. No creo que seas un seguidor de la corriente moral del relativismo o del voluntarismo.
Yo personalmente no me decido a suponer cuál es la voluntad de Dios, o los caminos que sigue su entendimiento. Lo que hago es intentar vivir según las normas morales cristianas y juzgar del mismo modo a la historia.
No, no es lo mismo que los cruzados franceses acudieran únicamente por amor a la fe,a qué lo hicieran porque esperaban labrarse un patrimonio a costa de arrebatárselo a otros cristianos.
No es lo mismo que Montfort al tomar una ciudad entregase a los sospechosos de catarismo a la autoridad de los obispos, o de la Inquisición, a que los quemase ipso facto sin preguntar.
No es lo mismo que aceptase concordias con sus rivales políticos, conformándose con su juramento de perseguir la herejía, a que les persiguiese para eliminarlos y convertirse él en el nuevo conde de Tolosa.
No es lo mismo que un caballero cristiano perdone la vida a los enemigos católicos que se han rendido (como exigía el código de caballería), a que los ordene ahorcar.
No es lo mismo.
No me vale, a toro pasado, juzgar el crimen ajeno como "Voluntad de Dios" para justificarlo. Cuando la enseñanza católica al respecto es muy clara.
Yo no juzgo las intenciones de Inocencio III al convocar la cruzada albigense, que sin duda estaban orientadas al bien que consideraba supremo, acabar con la herejía. Pero que la intención fuese conforme a la voluntad de Dios no quiere decir que el acto lo fuera.
Por favor léeme completo y con cuidado. Yo mismo afirmo que hay crímenes claros. Esos que nombras.
Pero que de eso no se deduce que "por tanto" no era necesaria una cruzada o que la misma fuese contra la voluntad de Dios. Eso es trazo gordo.
Era un crimen contrario a la voluntad de Dios el que los navarros se alzasen en el 36 contra la república por el hecho de que fusilasen a troche y moche y encima con aliados que algunos ni tenían fe ni nada (i.e. pistolerismo, y Hitler y Mussolini ayudando) ?
Responde claramente a esa pregunta. Pero hazlo con el cuidado de leer muy despacio a Pio XII y XI al Cardenal Gomá, a Pla i Daniel y la declaración conjunta de los obispos de España al respecto.
Ya verás que poco a poco iremos estando de acuerdo en casi todo y eliminaremos los trazos gordos.
El primer parrafo que me citas, ese se refiere a cuando la gente decide que Dios es un criminal por el diluvio, o la muerte de los primogénitos, o el ahogo de los egipcios, o las veces qie ordena masacrar a enemigos. Tu te has leído por qué fue depuesto Saul?
A todo eso la gente ( mucha) decide llamarlo crimen, genocidio etc, etc.... porque sí, porque no entienden que Dios pueda ordenar semejantes cosas.
Este es un extremo del tablero, en el otro extremo están algunas observaciones tuyas.
Usando los extremos para ilustrar, lo que trato es de mostrar que las cosas pueden ser más complejas, no que no esté de acuerdo con muchas cosas que dices.
Particularmente me nutro igual que tu del ideal del verdadero caballero cristiano. Pero anhelarlo no me lleva a ver que el mismo Dios debe lidiar con un mundo lleno de imperfecciones.
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Curiosidades.
Lee la pequeña historia de Santa Juana de Arco, verás las veces que los nobles preferían esperar para negociar y evitar sangre y ella que no, que no y que no. Que había que atacar y machacarlos.....
Y de nuevo, la historia de Saul..... por enésima vez.
El mal es mal, y nada lo cambia. De hecho, una guerra justa con legitimidad de origen puede transformarse en injusta por los medios empleados. Pensemos en Dresden, en Hiroshima y Nagasaki, en Vietnam...
Ahora bien, eso no impide, con la adecuada perspectiva histórica, valorar la necesidad, oportunidad y conveniencia de una guerra que había que ganar, teniendo en cuenta la nocividad de la herejía, su poder destructivo, y la opinión autorizada de las más luminosas mentes de este tiempo, en particular de Inocencio III y el gran Santo Domingo de Guzmán. Del mismo modo, Santa Juana libró una guerra que había que dar, a pesar de los inevitables excesos y a pesar de que tenía por lugarteniente un ser indigno de no otra cosa que el patíbulo. Las cosas y empresas humanas vienen mezcladas con mucho barro, pero el barro no transforma el oro, solamente lo oculta. Y si no, como se ha dicho en este hilo, pensemos en el Descubrimiento de América y en las intenciones de los "Conquistadores": Pizarro y su sed de oro demencial, el mismo Colón mandando a los Reyes un cargamento de indios como esclavos, los encomenderos codiciosos... Con esto y algún toque de color Bartolomé de las Casas inventó una Leyenda Negra indeleble y falaz, producto de un celo deformado.
Lo que está claro es que la empresa de la Cruzada albigense acabó con un peligro enorme y sentó las bases de la libertad de la fe católica en Occitania. Los excesos, las barbaridades son deplorables y podrían haberse evitado. Eso no autoriza tampoco a magnificarlos ni a deformar totalmente la historia ni a asumir un enfoque cronocéntrico donde, a sesenta años de Hiroshima y de Auschwitz, me dispongo a juzgar a hombres de hace ocho siglos como si hubiéramos llegado finalmente a la Edad de la Razón.
Toda América quedó bautizada, pero la Leyenda Negra que él inspiró, llena de falsedades y exageraciones sin cuento, han sido una losa para milllones de personas y un instrumento colosal para el demonio a la hora de sembrar dudas en almas sobre la divinidad de la Iglesia Católica.
Fray Bartolomé enseña que hasta la mejor de las intenciones - la suya-, pasada por el filtro humano acaba generando desastres.
A los patriarcas los veneramos hasta en las letanías de los santos. Qué decir de David o Salomón....
No podemos fijarnos en sus pecados solamente - algunos terribles y horrendos- obviando que en lo mucho fueron fieles y clarísimos instrumentos de Dios en sus planes de Salvación, siempre perturbados por el pecado del hombre.
Si aplicamos los baremos que usamos para juzgar a reyes, cruzados, papas, conquistadores - jo jo, no digamos al Caudillo Franco o la Reina Isabel- a todo, resulta que tenemos que expulsar de nuestro culto a todos los patriarcas y considerar poco menos que blasfemo llamar a Jesús el hijo de David.....
Primero de todo, he suprimido unos mensajes previos que eran totalmente off-topic, incluido uno tuyo. También he dejado la bitácora en moderación previa, porque tengo el empeño de que no se desvíe la conversación, que ya está bastante alterada.
Precisamente porque estamos de acuerdo en todo lo fundamental, y en mucho de lo secundario, no entraré en el tema de los ejemplos Escriturísticos, porque no hacen al caso de este tema, ni yo soy de los que "llaman genocidio a los designios de Dios"; no nos vayamos por los cerros de Úbeda ni entremos en conversaciones de besugos. Tampoco es comparable la cruzada albigense a la cruzada de 1936 en España (en el primer caso se luchó contra enemigos católicos, en el segundo contra enemigos de Dios). Por tanto, te ruego que no vuelvas a establecerla, porque puede inducir a error a algún lector.
Tampoco el caso de Juana de Arco es similar a este caso, porque la herejía cátara era real, y la de ella pura acusación infundada. Y la guerra entre franceses e ingleses que movió, no tenía motivos religiosos como sí los tenía la cruzada albigense, ni se hizo en nombre de la Iglesia.
No es necesario acudir a ejemplos extemporáneos para razonar sobre las motivaciones y las causas de la cruzada albigense. Basta con analizarla en su contexto; y hechos similares en la misma época hay suficientes para entenderla.
Aquí la discusión gira en torno a si la cruzada albigense (y en ello también insiste luis), dejando de lado brutalidades o crímenes de su director (que no creo que nadie justifique, pero si se ha insinuado que no tenían importancia primordial), era imprescindible para acabar con el catarismo en Occitania o no.
Ya he explicado los motivos por los que pienso que no hubiese sido necesaria, y mucho menos de la forma que se desarrolló. No me importa, no obstante, volver otra vez a recapitular las razones, para este hecho único y concreto:
1) Inocencio III envía dos misiones inquisitoriales, escribe numerosas cartas a los obispos y nobles locales, hay varios concilios, sínodos, reuniones... durante varios años. Muestra una paciencia infinita. Sin embargo, cuando asesinan a su legado (no lo hizo un cátaro, sino un criado del conde de Tolosa), entonces convoca la cruzada. La impresión es que la chispa prende por una ofensa más personal que por un aumento del número o agresividad de los herejes. El papa no solicita que se entregue a su justicia o se ejecute al asesino, sino que directamente declara la guerra.
2) En todos los otros lugares de la Cristiandad se había logrado someter al catarismo con medidas legales y predicación. Sólo en el Mediodía francés no habían sido suficientes, principalmente por la ineptitud en ese tema de sus obispos, y por la antigua protección que un duque de Aquitania le había brindado casi 100 años atrás (y entonces no se declaró ninguna cruzada). ¿Supone ese fracaso episcopal concreto en un territorio localizado motivo suficiente para declarar una guerra? ¿no es factible seguir con la política de excomuniones que el fallecido legado Castelnou había iniciado para obligar a los nobles del Languedoc a seguir las instrucciones papales? No olvidemos que antes del asesinato, Ramón de Tolosa intenta convencer al legado para que le levante la excomunión, como ya lo había hecho en una ocasión anterior: los señores occitanos eran perfectamente conscientes, y se resentían, del alcance que una excomunión tenía para su alma y sus bienes terrenales.
3) Un dato que se suele pasar por alto es el poder disuasorio que la propia convocatoria de la cruzada tuvo. Parece que olvidamos que, al convocar la cruzada albigense todos los nobles occitanos se sometieron automáticamente a los edictos papales, sumándose a la cruzada, incluyendo al propio conde de Tolosa, y con la única salvedad de Ramon de Trencavel, señor de Carcasona, el cual por su parte acudió al campamento de los cruzados con ánimo conciliatorio.
4) ¿Acaso no recordamos que mientras Montfort y Amaury sitiaban Beziers, todos los nobles occitanos salvo Trencavel estaban con ellos, algunos físicamente? ¿que no había ninguna necesidad de asesinar y matar a personas indefensas, porque todos los poderes de Occitania se habían avasallado en la práctica a la cruzada y a la autoridad del Papa? Los cruzados hubiesen podido ejercer de fuerza disuasoria mientras la legación inquisitorial llevaba a cabo todos los decretos del papa contra los cátaros, apoyados por los nobles locales, porque todos ellos se habían comprometido en ese sentido. Claro, que eso hubiese supuesto que Montfort, al acabar la misión papal, se hubiese tenido que volver a su casa, lleno de santas indulgencias y con el título de campeón del catolicismo, pero sin un maravedí...
5) Tras la toma de Carcasona y la inhumana muerte de su conde, los señores de Occitania, viendo cómo estaba el percal, se levantaron contra la cruzada. Y fue precisamente Pedro II, ese al que algunos vituperan, el que intercedió para que volviese a establecerse la concordia anterior, para que los cruzados y los nobles locales colaborasen conjuntamente contra la herejía. Porque tenía ligazones vasalláticas más antiguas con los señores de Occitania, y estos estaban siendo atropellados injustamente por los cruzados. En el sínodo de Lavour y todas las reuniones que tuvieron lugar hasta que Pedro II de levantó también abiertamente contra los cruzados, siempre fue el aragonés el que intentó conciliar, y siempre fue el Monfort el que puso exigencias insalvables. Es evidente que la razón para esa descabellada presión era que el vizconde de Rasez esperaba obtener buenos réditos de la guerra, y no precisamente espirituales.
6) No juzgo a los guerreros del siglo XIII con baremos del siglo XIX. Todas las acciones de Monfort que motejo de manifiestamente criminales lo son enjuiciadas desde el código de caballería, el uso militar contemporáneo y las disposiciones de la Santa Madre Iglesia de aquella época. Asesinar gente indefensa en una iglesia no era constumbre entre cristianos en el siglo XIII; quemar a unas personas sin juicio sólo porque otros les acusan de herejía no formaba parte del procedimiento penitencial, ni de los obispos ni de la inquisición; ahorcar a enemigos cristianos que se habían rendido es abominable entonces y ahora. Precisamente, la base de la leyenda negra parte del horror que tales acciones causaron en su época, no fue invención protestante varios siglos después.
Precisamente, acabar con las leyendas negras parte siempre de identificar aquello que es exageración o falsedad, distinguiéndolo de lo que es verdad, y condenar sin paliativos la causa objetivamente mala.
No podemos hablar de que hay una "leyenda negra" sobre los abusos a menores de clérigos, sin dejar bien claro que, junto a exageraciones y manipulaciones, hay historias auténticas y terribles, que se condenan muy firmemente desde la Iglesia. Comenzar por ese proceso permite defender lo bueno. Si pretendemos justificar todo, mezclamos en el mismo barro lo bueno y lo malo. Eso no es cristiano, ni justo.
Lo cierto es que la herejía (lo sabemos bien hoy en día, con el auge del progresismo en sus infinitas manifestaciones) constituye habitualmente una trama extensísima de complicidades, idiotas útiles, fautores, simpatizantes y meros desistentes (habitualmente los obispos que debieran reprimirla). Todo unido a la proverbial doblez provenzal, que con buenas palabras ocultaba una complicidad descomunal con los herejes, una simpatía evidente y un espíritu de rebeldía indomable.
Esto es lo que denotó el asesinato del legado papal: la extensión de la enfermedad y la necesidad de un elemento catalítico para separar el error de la verdad. Una sociedad con estructuras de pecado solidarizadas con la herejía. Por eso la extirpación fue tan difícil y penosa. Los medios "físicos" no bastaron, y se requirieron medios químicos durante décadas para superar esta amenaza brutal a Occidente. Pero sin los medios físicos la cosa era irremediable, lo había probado ad nauseam la centuria precedente.
Cincuenta años después, Santo Tomás meditaba en la mesa del santo rey de Francia una famosa questio para "acabar con los maniqueos".
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LA
Vale, luis. Lo que tu digas. Yo ya me he explicado más que suficiente.
Me ha hecho gracia lo de la proverbial doblez provenzal. Creía que el provinciano era yo...
Santa Juana de Arco libraba las batallas más religiosas de todas, pues era el mismo Dios quien le dictaba lo que había que hacer. El de Juana es el caso arquetipo del absurdo que puede ser a veces - no siempre- el separar las visiones y las revelaciones de la propia santidad.
En su caso es inseparable por reducción al absurdo de su santidad pública y ejemplo para los fieles.
El resto de ejemplos... podría significar más cosas, pero basta.
No pretendo que estos casos sean idénticos, ni menos clones al de los cátaros. No los cito para desviar, todo lo contrario, para centrar tu análisis dándole un marco de situaciones complejas con clara significación sobrenatural alrededor. Para ello coloco estos ejemplos, para que tengamos en cuenta casuística relevante que puede parecer que se "saltan" algunas normas presupuestas.
Por otro lado no tengo nada en particular en contra de tu análisis particular sobre la necesidad o no de esa cruzada, desde el punto de vista de análisis humano. Quería hacer notar que por la existencia de crímenes no necesariamente aquella cruzada respondía o dejaba de responder a la voluntad de Dios.
Puede que sí... puede que no...
Por mí listo, creo que el punto y los ejemplos ya quedan señalados para meditación.
Un placer la discusión que lleváis entre ambos. Buen nivel, muy bueno.
P.d: no he querido hacerte pupa con tu separar la cruzada del 36 y la de los cátaros por las razones que señalas; puesto que pareciese que tu problema estriba en que unos eran rojos y otros - los cátaros- no.... me he quedado con las ganas de preguntarte que qué pasa, que si son muy rojos los caballeros cristianos ya sí pueden fusilar a troche y moche sin juicio y sin oportunidad de arrepentirse etc, etc... y aun así la cosa sigue siendo de Dios de todas todas en este caso sí?. Pero bueno, no lo haré :-)))
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LA
Ay, catholicus, que insistes en lo mismo. Y me entran ganas de no contestarte.
Y no voy a entrar en lo de Juana de Arco. No mezcles sobrenaturalidad con las circunstancias de la cruzada albigense.
Y vuelves otra vez a la guerra civil. A ver, catholicus, que el hecho de que la mayoría de los miembros e incluso dirigentes del Frente Popular estuviesen bautizados era simple cuestión de costumbre social. Que todos los dirigentes y los más señalados jefes milicianos odiaban a Cristo y a la Iglesia, como está demostrado fehacientemente, y una de las razones principales del alzamiento fue defender a España de la persecución religiosa. Da igual que estuviesen bautizados. Eran apóstatas enemigos de la Iglesia.
Fíjate bien, porque igual me canso de repetirlo, que la cruzada albigense se dirigió militarmente contra los nobles católicos, que no sólo no odiaban a Cristo y a su Iglesia, sino que tampoco eran herejes. La razón de lanzarles una cruzada fue por no colaborar efectivamente con la inquisición a los cátaros (¡ni siquiera la prohibieron o atacaron, salvo el caso concreto de Castelnou!). Que no tiene nada que ver. Que en la Batalla del Ebro lucharon católicos contra comunistas, y en la batalla de Muret lucharon católicos contra católicos.
Por favor, que uno me acusa a mí de juzgar hechos de hace 8 siglos con mentalidad contemporánea, y otro me compara chorizos con termodinámica.
Venga, a ver si podemos dejar ya estas dispersiones.
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