Ravi Shankar: ¿quién es el gurú de gira por Iberoamérica? (y 2)
Ofrecemos la segunda y última parte del artículo “¿Quién es Sri Sri Ravi Shankar?", escrito por Julio de la Vega-Hazas Ramírez, sacerdote español, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES). Aquí, la primera parte.
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¿Es una religión?
De todas formas, por poner un ejemplo comparativo, si encontráramos una academia de idiomas que promete milagrosos dominios del inglés en cuatro meses y sin esfuerzo, lo cierto es que, bien o mal, lo que enseña es inglés. Por su parte, lo que propaga Shankar, ¿es o no una religión? Cuestionado sobre ello, hace gala de una calculada ambigüedad: su respuesta es que no se trata de religión, sino de espiritualidad.
Esto tiene un muy buen cartel en una sociedad occidental en la que muchas personas quieren lo que podríamos denominar efectos benéficos de la religión en el espíritu, pero sin religión, sin el compromiso moral con una fe y unas normas morales. Se crea así una demanda de sosiego espiritual tomado como un producto de mercado más. Quien lo ofrezca con poco esfuerzo y sin compromiso tiene atractivo, y para muchas de estas personas el coste económico es lo de menos, de forma que pagan con gusto los 375 dólares que cuesta el curso semanal (22 horas) de respiración de Ravi Shankar.
Eso sí, hay que hacerlo bien, con un buen marketing, pues hay bastante competencia en un mercado que, sólo en Estados Unidos, mueve seis mil millones de dólares al año. Ahora bien, una cosa es cómo se mira en Occidente, y otra en Oriente. Shankar afirma que las religiones son como la piel de banana, mientras que la espiritualidad es la banana misma, lo comestible. Esto coincide bien con la visión que se tiene desde el hinduismo de las iglesias cristianas y otras religiones.
El hinduismo no tiene una estructura centralizada, ni un credo o una moral perfectamente establecidos. Tiene una colección de escritos antiguos, unas cuantas ideas comunes que se desprenden de los mismos, unos maestros que surgen, vienen y van… y una meditación. Cuando Shankar desprecia como una cáscara inútil la organización que tienen otros, está haciendo una apología de su propia religión.
¿Hinduismo o New Age?
Ahora bien, ¿se trata de hinduismo o de un exponente de new age? La clave es lo que hay que entender por yoga. Está muy extendida la idea de que se trata de una técnica de relajación, o una técnica de meditación cuyo contenido puede ponerlo cada uno a su gusto, siendo así compatible con cualquier creencia. En una palabra, método, no sustancia. Sin embargo, basta con leer el capítulo 6º del Bhagavad Gita para desmentirlo. Ya al principio se lee lo siguiente: “Lo que se denomina renuncia, debes saber que es lo mismo que el yoga, o el vincularse con el Supremo, ¡oh, hijo de Pandu!, porque jamás puede uno convertirse en yogui, a menos que renuncie al deseo de complacer los sentidos” (n.2).
La relajación corporal no se contempla aquí como un fin en sí mismo, sino como un medio para algo de otro orden: “Uno debe mantener el cuerpo, el cuello y la cabeza erguidos en línea recta, y mirar fijamente la punta de la nariz. De ese modo, con la mente tranquila y sometida, libre de temor y completamente libre de la vida sexual, se debe meditar en Mí en el corazón y convertirme en la meta última de la vida” (nn.13-14).
En el hinduismo, esa unión final –fusión- con el infinito que pregona no se consigue precisamente con unas técnicas de respiración, sino que tiene un coste ascético mucho mayor: “Practicando así un control constante del cuerpo, la mente y las actividades, el yogui, con la mente regulada, llega al cielo espiritual mediante el cese de la existencia material” (n.15). Este cese de la existencia material es el nirvana, algo bastante distinto a ese estado placentero que creen algunos. Sí que se considera como algo placentero, pero a la vez extático; es decir, que exige un ejercicio continuo para desprenderse de todo lo sensorial, por “vaciar” los sentidos, y eso es precisamente el yoga.
Así se entiende otro versículo del mismo texto: “Se dice que una persona está elevada al yoga cuando, habiendo renunciado a todos los deseos materiales, ni actúa para complacer los sentidos, ni se ocupa en actividades fruitivas” (n.4). La idea se remacha en varias ocasiones, como por ejemplo en este otro versículo: “Cuando un yogui disciplina sus actividades mentales mediante la práctica del yoga y se sitúa en la trascendencia, libre de todos los deseos materiales, se dice que él está bien establecido en el yoga” (n.18). El Bhagavad Gita reconoce que se trata de un ejercicio muy difícil, pero para quien se queda en el camino sin conseguirlo tiene un consuelo: tendrá en el futuro reencarnaciones muy favorables, que le facilitarán poder continuar donde lo ha dejado.
Quien conozca bien la historia del pensamiento sabrá que el método es inseparable de la sustancia, por la sencilla razón de que el primero es la vía racional para llegar a la segunda. Pero, en todo caso, esto tiene poco que ver con el New Age y la vida fácil que proclama. En algún aspecto, es la antítesis, pues el bienestar que persigue este último es precisamente aquello de lo que debe desprenderse quien quiera alcanzar el nirvana.
Lo que ocurre es que se da una extraña simbiosis entre los dos términos. El movimiento New Age siempre ha tenido un ojo puesto en Oriente, para sacar de ahí elementos que concordaban con esa especie de neopaganismo difuso que propugna. El panteísmo –no muy claro en su conceptuación, como suele suceder con los panteísmos- hindú se transforma así en culto a la diosa naturaleza, mientras que la meditación queda convertida en técnica de autoayuda.
A su vez, el hinduismo, con su sincretismo, su flexibilidad para adoptar elementos extraños y su facilidad de hacer malabarismos con los términos, se aprovecha de ello para presentarse como un producto arreligioso coincidente con la moda intelectual y disfrazar su oferta de acuerdo con ello. Maharishi y Shankar son buenos ejemplos, pero desde luego no los únicos ni los primeros, ni probablemente sean los últimos.
Para complicar el panorama, a esto hay que añadir los rasgos personales de cada grupo u organización, que casi siempre son un reflejo de la persona que lo ha creado. Un mercado tan suculento en el que se ha convertido todo lo que suena a técnica fácil de autoayuda es muy tentador, tanto en Occidente como en Oriente, y no debe extrañar por tanto que proliferen charlatanes, farsantes y vendedores de “elixires” milagrosos. En la India más de uno señala a Ravi Shankar como vendedor de “jarabe de yoga”, lo que puede ser un etiquetado bastante bueno. Desde luego, lo que se ve muestra más a un actor que a un profundo meditante o un asceta que recorre la senda señalada por la literatura védica.
El secreto de Ravi Shankar
¿Cuál es el secreto del éxito de Shankar, si es que hay alguno? En realidad, está a la vista. Preguntado por Maharishi a la muerte de éste, Shankar se limitó a decir, un tanto misteriosamente, que había perdido realismo. ¿Qué quería decir? Maharishi había querido conducir a todo el mundo, sin que en un principio fueran conscientes de ello, por su senda yóguica, y soñaba con una “conciencia cósmica” que armonizara el mundo. Pero no parecía querer darse cuenta del todo que la inmensa mayoría de los que acudían a sus cursos de MT no querían eso, y el conflicto surgía cuando se enteraban de a dónde los quería llevar.
El realismo de Shankar es que se limita a dar lo que buscan. Y lo que buscan es una técnica de relajación para sentirse bien. El yoga no es eso, pero indudablemente incluye eso. Sólo unos pocos –y más en la India, lógicamente- quieren algo más, y Shankar también se lo da, lo viva él o no. Para él, es una necesidad: su organización necesita un “núcleo duro” si quiere mantener una respetabilidad, especialmente en su propia tierra.
Por lo demás, ¿cuál es el efecto de sus cursillos? En un mundo de prisas, que parece haber adquirido un aborrecimiento al silencio y a meditar, un rato de ello tiene necesariamente que sentar bien. Lo que sucede es que la gente suele intuir que en el silencio y el ambiente de reflexión surgen cuestiones muy comprometedoras, sobre todo acerca del sentido mismo de la vida. Por eso lo rehuyen. Y Shankar tiene éxito porque lo ofrece eludiendo todo compromiso: es sólo una técnica.
Pero, a la vez, no deja de ser un sucedáneo, y ocurre como con todo sucedáneo: da el pego en un principio, pero no tarda en revelarse como una falsificación. Lo que imparte AV viene así a ser como una pastilla o un sedante: tiene un efecto inmediato positivo, pero efímero. Al poco se pone de manifiesto que es un parche, no una solución. ¿Engaña Shankar? Quizás sí, pero a quienes buscan ser engañados, a quienes van en busca de la receta mágica en vez de encarar sus problemas y las auténticas soluciones a los mismos. Sri Sri Ravi Shankar lo que da es, efectivamente, “jarabe de yoga”.
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