La crisis postconciliar de la vida religiosa

Unas declaraciones del Cardenal francés Daniélou a la Radio Vaticana en 1972 gustaron poco al P. Arrupe y a otros Generales religiosos

Cardenal Daniélou

Al comienzo del año dedicado a la vida religiosa, reproponemos un post de este mismo blog del ya lejano año 2009, por lo ilustrativo que es sobre el origen de la situación actual de muchas familias religiosas

Las declaraciones del Cardenal Daniélou que crearon la polémica con los Generales de ciertos institutos religiosos hay que ponerlas en el marco de la celebración del I Congreso de las Conferencias Nacionales de Religiosos, de uno y otro sexo, después del Vaticano II, celebrado en Roma del 17 al 19 de octubre de 1972. Este Congreso, convocado por la Sagrada Congregación de Religiosos, había sido previsto con miras a la reunión plenaria de la misma Congregación de Religiosos, del 23 al 25 de octubre. Se abrió con un discurso del Cardenal Ildebrando Antoniutti, y se concluyó con un discurso del Beato Pablo VI.

En él se pusieron sobre el tapete todos los problemas que agitaban entonces la vida religiosa, con los cambios, las experiencias, los fermentos renovadores, los aciertos y desaciertos en la aplicación de las directrices conciliares para una acomodada renovación de los institutos religiosos. Luego vino la Plenaria de la Congregación de Religiosos. Parece ser que en la orden del día estaba el punto candente a que se refería el Cardenal, o sea, el de la autorización a los religiosos observantes para constituir comunidades aparte. Y antes, justamente, de esa Plenaria surgieron las Declaraciones del Cardenal en Radio Vaticana el 23 de octubre del 1972.

Helas aquí traducidas del italiano:

Cuestión: ¿Se da hoy, realmente, una crisis de la vida religiosa, y cuáles serían las dimensiones y los síntomas?

LCWRCard. Daniélou.-Estamos en presencia de una crisis muy grave de la vida religiosa: no se puede hablar de renovación sino de decadencia. Esta crisis afecta, en primer lugar, al mundo atlántico. La Europa del Este y los pueblos de África y Asia gozan de una situación mucho más sana. La crisis se manifiesta en todos los campos. Los Consejos evangélicos han dejado de considerarse como consagración a Dios, para ser vistos en una perspectiva sociológica y psicológica. Existe, sí, la preocupación de no parecer burgueses, pero en el plano individual ya no se practica la pobreza. La obediencia religiosa se sustituye por la dinámica del grupo. Bajo pretexto de ir contra los formalismos, se abandona toda regularidad en la vida de oración. Las consecuencias de este estado de confusión se advierten, sobre todo, en la escasez de las vocaciones. Pues los jóvenes lo que quieren es una formación seria. Par otra parte se dan continuos abandonos de la vida religiosa, lo que produce escándalo, pues se rompe el pacto que unía al pueblo de Dios.

¿Cuáles cree que pueden ser las causas profundas de la crisis que acaba de señalar?

Card. Daniélou.-La raíz esencial de esta crisis está en una falsa interpretación del Vaticano II. Las directrices del Concilio eran bien claras: fidelidad mayor a las exigencias del Evangelio, expresadas por las Constituciones de cada instituto; adaptación de las modalidades de las constituciones mismas a las exigencias de la vida moderna. Los institutos que son fieles a estas directrices prueban una profunda renovación y abundan en vocaciones. Pero es el caso que, en numerosas ocasiones, esas directrices del Vaticano II han sido sustituidas por falsas ideologías difundidas en revistas, en conferencias y por teólogos. Puedo mencionar entre ellas:

  1. La secularización.-El Vaticano II declaró que los valores humanos deben ser tomados en serio. Pero no dijo nunca que por nuestra inmersión en un mundo secularizado ya no pueda la dimensión religiosa figurar como componente de la civilización. En nombre de una falsa secularización muchos religiosos y religiosas renuncian, por desgracia, a sus hábitos, abandonan sus ministerios propios para insertarse en instituciones seglares, sustituyendo con una acción social y política la adoración de Dios. Todo en contradicción con la necesidad profunda de espiritualidad que experimenta el mundo actual.
  2. Una falsa concepción de la libertad, que se resuelve en desestima de la institución y de las reglas y sobrevaloración de la espontaneidad y la improvisación. Actitud tanto más absurda cuanto más se tiene en cuenta que la sociedad occidental sufre hoy por falta de una disciplina de la libertad. La restauración de normas seguras es una de las necesidades de la vida religiosa.
  3. Una concepción errónea de la evolución del hombre y de la Iglesia. Aunque el ambiente cambie, los elementos constitutivos del hombre y de la Iglesia quedan inmutables. Es un error de fondo someter a discusión los elementos esenciales de las constituciones de los institutos religiosos.

¿Cuáles cree que pueden ser los remedios, los recursos más idóneos para superar esta crisis en acto?

Card. Daniélou.-La solución única y urgente es la de poner fin a la falsa orientación en acto para la renovación de numerosos institutos. Hay que acabar con todo experimento y toda disposición contraria a las directrices del Concilio. Hay que poner en guardia a todo el mundo contra ciertos libros, revistas y conferencias que no hacen más que difundir concepciones erróneas a este propósito. Hay que restaurar en su integridad la práctica de las constituciones, con las adaptaciones pedidas por el Concilio. Donde esto parezca imposible, entonces no es lícito rehusar a los religiosos que quieren permanecer fieles a su Regla y a las directrices del Vaticano II la facultad de constituir grupos aparte. Y los superiores religiosos están en el deber de respetar ese deseo. Esas comunidades, así constituidas, deben ser autorizadas a tener sus casas de formación. Y la experiencia probará si las vocaciones son más numerosas en las casas de estricta observancia o en las de observancia relajada. En el caso que los superiores se opusieran a esta iniciativa, un recurso al Sumo Pontífice estará más que justificado.

La vida religiosa está llamada a cumplir una misión excelsa de esta nuestra civilización técnica. Cuanto más se desarrolla ésta, tanto más se hace apremiante la necesidad de la manifestación de Dios. Para cumplir con su misión, es necesaria que la vida religiosa encuentre su aténtico significado y acabe de una vez con la secularización que la socava en su esencia y la impide florecer en vocaciones.”

Como se puede imaginar, algunos generales de órdenes religiosas se creyeron en la obligación de replicar apresuradamente al Cardenal francés. He aquí parte de la larga réplica de los generales:

“Una comisión especial de Superiores Generales se ha reunido en la sede de la Unión para reflexionar sobre el texto de la entrevista de Radio Vaticana al Cardenal Danielou del 23 de octubre de 1972. A los Superiores Generales les sorprende el diagnóstico de decadencia de la vida religiosa de hoy, expresado por el Cardenal. El conocimiento directo que tienen los Superiores Generales que viven en los Institutos, les permite afirmar que la renovación, pedida a los religiosos por el Concilio, entra cada día más en acto.

Esfuerzos por mejorar la oración personal y comunitaria, se perciben en todos lados: intercambios evangélicos, calidad de las celebraciones eucarísticas, multiplicación de las casas de oración, son ejemplos concretos.

La renovación de la vida comunitaria, se traduce sobre todo, por el “progreso en el diálogo", en el salir de sí para abrirse al otro. También por la responsabilidad de cada una para la construcción diaria de la comunidad con la participación más activa de la búsqueda, haciéndose cargo del bien común; por el cuidado de “servir a la vocación de cada persona” para que cada uno sea tratado con atención, sea reconocido y amado y “pueda aportar a la Iglesia y al mundo lo mejor de sí mismo” (Discurso del Papa a los Representantes de las Conferencias de Religiosos. L’Osservatore Romano, octubre, 20-1972).

Muchos religiosos y religiosas, descubren y viven la obediencia al Padre Celestial a través de nuevas formas de dependencia respecto a sus hermanos, a sus superiores, a su misión, a los acontecimientos. (…)

Para los Superiores Generales, este parece ser el camino de la verdadera fidelidad al Evangelio, a la inspiración del Concilio y al espíritu del Papa Pablo VI que en la Encíclica Ecclesiam Suam, colocó su Pontificado bajo signo del diálogo. Roma, octubre 26 de 1972.”

Aunque luego se verá lo que ha contrarreplicado el Cardenal, antes de reproducirlo digamos que no está muy claro el trámite legal seguido para la extensión de la queja de la secretaría de los generales. En efecto, sin entrar en el fondo de lo que dicen, parece cierto que fueron muy pocos, no más de siete, quizá, los que quedaron previamente informados de la contestación que la Unión de Generales daba al Cardenal Daniélou, trámite la secretaría. La contestación figura como de la secretaría, así impersonalmente. El Presidente de la Unión, P. Arrupe, sí que parece ser que la conoció de antemano. ¿La firmó? Esto no consta. ¿Se cumplieron todas las exigencias legales para constituir una comisión que, en nombre de toda la Unión de generales, replicase el Cardenal Daniélou? ¿Estaban todos los generales conformes? ¿Lo estaba y sigue estando, al menos la mayoría, en que se diera la réplica y con lo que en ella se dice? Nada de esto está claro. No obstante, bueno es conocer esa réplica y conocer también la contrarréplica del Cardenal.

Enterado del escrito emanado por la secretaría de la Unión de Generales, el Cardenal Daniélou puntualizó de la manera siguiente su pensamiento en escrito publicado en La Croix del 5-6 noviembre 1972:

“Ante las interpretaciones, totalmente abusivas, que se han hecho de mis declaraciones a Radio Vaticano, relativas a la crisis de los institutos religiosos, declaraciones que, debo precisarlo, no me comprometían más que a mí, he aquí las aclaraciones que creo conveniente hacer para que se evite toda ambigüedad. Temo en efecto que tales interpretaciones, en vez de ayudar, dañen a la vida religiosa, cosa que estaría muy lejos de servir a la finalidad de mis declaraciones.

En primer lugar, se me hace decir que mi juicio sobre los institutos religiosos fue totalmente negativo. Ahora bien, ya me cuidé de precisar que la crisis no era universal. Subrayando que afectaba principalmente a los países occidentales. Y aún debería haber añadido que, en estos mismos países, está muy lejos de alcanzar a todos los institutos. Hay órdenes contemplativas muy florecientes. En no pocos institutos, una renovación prometedora se lleva a cabo según las directrices del Concilio y la exhortación apostólica Evangelica testificatio. Pero esto no quita nada a la verdad de lo que yo dije, sino que constituye su complemento indispensable, complemento que es de justicia.

En segunda lugar, se me hace decir que la solución que yo preconizo sin más, allí donde se dan profundas divisiones, es la de llegar a una separación de comunidades. Es posible que se dé el caso de institutos donde esa solución sea obligada. Pero ya me cuidé bien de precisar que se trataba de un remedio extremo. Todo hay que intentarlo antes, para bien de la unidad. Así que en este punto yo no me pongo enfrente de los generales de institutos religiosos, según se me achaca. Pues comprendo que la unidad es cosa demasiado valiosa para que uno la ponga en peligro sin razones muy graves.
Finalmente, vuelvo a repetir lo que ya dije al final de mi intervención y que no me cansaré de repetir, a saber, que la vida religiosa es más que nunca hoy actual en un mundo que adolece ante todo de falta de espíritu de alabanza y adoración.”

Ante esta polémica que conmovió Roma, enseguida surgieron voces autorizadas a favor del Cardenal Daniélou, como la del Cardenal Landazuri y la del Cardenal Bengsch, que afirmó:

“La Cristiandad de hoy tiene una necesidad más urgente que en el pasado del testimonio de fe y religiosidad de los institutos religiosos; pero es un hecho que muchas comunidades religiosas no dan este testimonio hoy en día.”

Palabras graves, coincidentes con las de Daniélou, pronunciadas por uno de los miembros más autorizados del Sacro Colegio, por un obispo situado en la “línea de fuego” entre el mundo occidental cristiano y el comunista.

No nos costaría mucho trabajo probar con textos cuán bien riman, tanto las palabras de Daniélou como las de Bengsch, con las del Papa Pablo VI mismo, siempre que tuvo ocasión de tocar el tema en cuestión, pues, al fin y al cabo, la crisis de la vida religiosa no era más que un aspecto particular, aunque muy importante, de esa otra crisis general en que se debatía entonces la porción selecta de la Iglesia de Dios que eran los religiosos. Pero preferimos dejar sencillamente a la consideración de nuestros lectores los textos que acabamos de describir.

También el Osservatore Romano salió a la defensa del purpurado francés. Aunque motivado por el mensaje de felicitación que el mismo Pablo VI dirigió al Cardenal Daniélou con ocasión de haber sido éste recientísimamente elegido académico de número de la Francesa, no deja de ser curioso que L’Osservatore Romano consagrase un largo artículo elogiosísimo al Cardenal, cuando aún estaba en ascuas la controversia por sus declaraciones acerca de la “decadencia” de los institutos religiosos y la propuesta de un remedio extremo para detenerla. De él se decía entre otras cosas que “es dinámico y valiente, manteniendo a lo largo de los años una posición teológica en armonía con la línea fijada por el Concilio, siempre atento a examinar las novedades, siguiendo criterios perfectamente fieles a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia". Y recogía las entonces recientes palabras del mismo Cardenal: “Una Iglesia sin fe, sin sacramentos, sin oración, será completamente incapaz de denunciar los defectos del mundo moderno. Sólo en la medida en que se mantenga con fidelidad profunda a los valores esenciales logrará afrontar la gran tarea que tiene encomendada.”

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