Tres monjes intrépidos: Willibrordo, Pirminio y San Óscar (Anscario)

San Óscar

Las raíces cristianas de Europa: Tres evangelizadores por el norte de Europa

Hoy toca el turno a otros tres hijos de San Benito, anglosajones de origen, a los que debemos en gran parte la evangelización del norte de Europa. Quizás poco conocidos en ambientes hispanos, más que nada por la lejanía de aquellas tierras y por los muchos santos que tenemos en nuestro ámbito cultural, son sin embargo muy conocidos en el norte de Europa, donde se les venera como padres de la fe de aquellos pueblos.

La labor misional de los monjes anglosajones en el continente empezó a fines del siglo VII. La Iglesia anglosajona era de corte romano como ninguna otra en Occidente fuera de Roma. Difunde con su misión rasgos típicos de Roma en la Iglesia franca. Los misioneros estuvieron muy ligados a la estirpe carolingia. Desde el principio los monjes anglosajones buscaron el nexo con la familia más potente de los francos, es decir, los Carolingios. La idea de arribar al continente deriva del monacato irlandés-escocés con su estilo de peregrinación. Elbert, sacerdote, fue uno de los primeros en el 691. Los monjes ingleses tuvieron una gran conciencia de su cercanía nacional con el pueblo del continente que se había quedado en tierra, sin invadir la isla. En torno a Britania se acerca Elbert. Seguía el ideal monástico de la peregrinatio: si no tenía éxito sabía que tenía que seguir su camino, finalizando en Roma para venerar las reliquias sagradas.

La motivación misionera era más fuerte entre los sajones que entre los monjes irlandeses. De hecho, la primera gran figura fue Wilibrordo (+739), monje de Ripon, cerca de York, en Inglaterra y discípulo de Wilfredo, uno de los primeros monjes benedictinos que pisaron aquellas tierras. Nacido en la región inglesa de Northumbria, como su nombre indica al norte del río Humber, en el 658, de familia anglosajona, su padre le encomendó para la primera educación a los monjes del monasterio de Ripon (York), donde poco después tomaba el hábito. Hacia el 678 pasó a Irlanda, al monasterio de Ratmelsigi, donde permaneció 12 años, y recibió la ordenación sacerdotal.

En el año 690, Wilibrordo se embarcó al frente de once compañeros con el propósito de predicar el Evangelio en Frisia, aprovechando la ocasión de que el rey Radbodo había sido vencido por Pipino II y toda la Frisia meridional estaba sojuzgada por los francos. Esta coyuntura hacia posible la realización de los sueños misioneros de Egberto, noble nortumbriano que había hecho voto de vivir en tierra extraña y regía como abad el monasterio irlandés de Rathmelsigi, donde residía Wilibrordo desde hacía doce años. Wilfrido, que se enorgullecía de haber introducido la Regla de san Benito en Inglaterra, había predicado la fe cristiana a los frisones durante su destierro; esto explica el interés del abad Egberto por la evangelización de Frisia.

No era fácil la tarea confiada a Wilibrordo y a su pequeño grupo de monjes misioneros. El pueblo germánico de los frisones, que en el siglo ocupaba la desembocadura de los grandes ríos que mueren en las costas de los Países Bajos, constituía un campo rebelde a todo cultivo. Aquellos bárbaros de estatura imponente, barba rubia y largas melenas eran guerreros feroces, testarudos, apegados a sus viejas tradiciones y extrema-damente amantes de su libertad e independencia. Otros habían fracasado ante su comprensible obstinación. Los misioneros tenían forzosamente que recurrir a la protección de los francos, y el pueblo frisón los consideraba como aliados de sus opresores. También necesitó Wilibrordo la aprobación de la Santa Sede; la pidió y la obtuvo sin dificultad. Más aún, el Papa Sergio I le confirió personalmente la ordenación episcopal en 695 y le concedió el palio en señal de comunión, además de colmarle de bendiciones, reliquias, objetos sagrados y libros. Se trata de la primera vez que aparece esta dignidad sobre el continente -pues para las Islas Británicas ya había sido nombrado Agustín de Canterbury-, Arzobispo pero no para un territorio, sino para un pueblo: los frisones.

Después de superar grandes dificultades, fijó su sede en el ruinoso castrum romano de Utrecht, que le había regalado Pipino II de Heristal. Desde el año 696 hasta el 717 permaneció casi constantemente en la Frisia ocupada por los francos. Erigió la catedral de Utrecht, restauró la iglesia de San Martín -resto de anteriores evangelizaciones-, creó una escuela para la formación del clero. Fue en estas tierras que el discípulo, san Wilibrordo ejerció su fecundo apostolado. Pero quiso, además, conforme al método benedictino que le trajo al continente europeo, fundar un monasterio destinado a servir de base a la acción misionera. La abadía se presentaba como el tipo concreto de la vida religiosa y social, y los monjes la señalaban como ejemplo a los que pretendían convertir al cristianismo. El monasterio de Wilibrordo y de la misión de Frisia fue Echternach, situado prudentemente en Luxemburgo, es decir, en territorio franco, lejos de los riesgos de la vanguardia misionera. Wilibrordo lo concibió como un lugar de descanso para los misioneros, pero también como un refugio donde replegarse si las cosas se ponían feas para la misión. Cada dos años iba regularmente Wilibrordo a pasar unos meses de reposo y recogimiento en su querida abadía, su residencia favorita.

Poco a poco se iban revelando las cualidades del arzobispo de los frisones. Era, según testimonio de San Bonifacio, varón “de gran santidad y de austeridad maravillosa", pero bueno y paternal para los otros. Típico anglosajón paciente, y tenaz, humilde y hábil, celoso y realista, dotado de voluntad inquebrantable y prudencia nunca desmentida, Wilibrordo tenía temple de gran conductor de hombres, de gran organizador. La única preocupación que le guiaba en todas sus acciones era la salvaguarda y consolidación de su obra. Sus ansias apostólicas no desbordan los límites de lo que le parecía seguro. En diciembre de 714, murió Pipino II. No tardó en estallar en Frisia una reacción político-religiosa de extrema violencia. Se destruyeron iglesias cristianas, reaparecieron los templos paganos, se expulsó a los misioneros. Wilibrordo tuvo que abandonar el país. Sin embargo, en 718, tras las victorias de Carlos Martel, Wilibrordo y sus colaboradores pudieron reanudar sus tareas. Cuando Carlos Martel restableció la paz, Wilibrordo había alcanzado ya los sesenta años de edad, pero no soñaba todavía en descansar; ni siquiera se lamentó ante los estragos causados por aquellos años destructores. La obra de su vida estaba casi totalmente arruinada. Él y sus monjes empezaron animosamente a rehacerla.

Fue entonces cuando trabajó con ellos durante algún tiempo un tal Winfrido, el que iba a ser el célebre san Bonifacio (al cual ya hemos dedicado un artículo). Wilibrordo murió, probablemente en el monasterio de Echternach, el 7 de noviembre del 739. Las últimas noticias que de él poseemos nos las proporciona San Beda el Venerable en 734: Wilibrordo “inflige todos los días derrotas al diablo; a pesar de su ancianidad combate todavía, pero el viejo luchador suspira por la recompensa eterna”. Había contribuido a convertir al cristianismo toda la Frisia sometida al poder franco, si buen sus ansias apostólicas nunca rebasaron los límites de lo que se presentaba como factible. Intentó, es cierto, evangelizar la Frisia del Norte e incluso viajó a Dinamarca con el mismo propósito; pero comprendió enseguida que tales empresas eran prematuras, y por tanto imposibles, y desistió sin malgastar tiempo y energías. Era un monje misionero, no un aventurero irresponsable y el celo apostólico que ciertamente le animaba, no ofuscó nunca su sano realismo.

Wilibrordo murió en el 739 y Bonifacio en el 754. El 753 falleció otro personaje distinguido en el área de la expansión monástica y misionera, personaje enigmático y controvertido. Su nombre latino era Pirminius o Pirmenius; los alemanes y franceses le llaman Pirmin; los españoles, entre Pirminio, Pirmino e incluso Fermín. Las fuentes hagiográficas del siglo IX que pretenden informarnos sobre su vida y milagros carecen de valor histórico y, en vez de ilustrarnos, nos embrollan. Apenas existen documen-tos auténticos que arrojen alguna luz. Lo que sabemos con seguridad acerca de su actuación y su persona se reduce a unos pocos datos.

Gran desconocido en el mundo eclesiástico español, parece sin embargo que pudo tener orígenes españoles, aunque hay quien duda de dichos orígenes. En realidad, la investigación del lugar de su procedencia ha provocado muchas muchas hipótesis que se destruyen las unas á las otras, y aun hoy no hay nada seguro sobre este punto. Lo único cierto, dicen aquellos ilustres hagiógrafos que fueron los Bolandistas, es que no era francés, y también sabemos que fue monje de Reichenau, monasterio alemán cuyas raíces españolas nos explica Fray Justo Pérez de Úrbel:

“fue un centro de influencia española en la orilla del Rin, creado por un grupo numeroso de monjes, procedentes del reino de Toledo. Los capitaneaba san Pirminio, un obispo de los que, según san Fructuoso, vivían bajo la Regla. Pirminio llega a Luxemburgo hacia el año 720, aprende la lengua del país, y fuerte con la aprobación de Gregorio II, penetra en Suiza, Baviera y Alsacia, catequizando a los pueblos y fundando abadías que, como Reichenau y Murbach, fueron focos de cultura durante muchos siglos.”

Precisamente Fray Justo es uno de los grandes defensores del origen hispano de Pirminio, tema al que dedicó varios escritos que, por lo menos para alguien no muy puesto en el tema como es el abajo firmante, parecen bastante convincentes, aunque realmente no han zanjado la cuestión. Tampoco se saben las fechas de su nacimiento ni de su muerte. Ni siquiera es seguro que le pertenezca el librito de devoción que se le atribuye, titulado “Liber de singulis canonicis scarapsus”, aunque la tradición se lo atribuye a él. Fue publicado muchos siglos después por otro benedictino erudito, Mabillon, de donde lo tomó el patrólogo Migne, y se trata de una especie de manual catequético para la acción misionera que contenía normas e instrucciones sobre la vida cristiana y combatía residuos paganos y supersticiones. En la primera parte, resume la historia de la salvación, desde la creación del universo hasta el mandato de Cristo de anunciar el Evangelio; en la segunda, explica el bautismo, la eucaristía, la penitencia. Sus fuentes principales son, además de la Escritura, san Agustín, san Cesáreo de Arlés y san Martín de Braga.

Sabemos con certeza histórica que en la primera mitad del siglo VII, Pirminio, abad y obispo, “peregrinaba” por la antigua Alamania y Alsacia; en 724, fundó un monasterio en una isleta del lago de Constanza, llamada Reichenau; en 728, dio por terminada la fundación del monasterio de Murbach, en Alsacia; tal vez antes de 744, fundó otro monasterio, el de Hornbach, en el Palatinado. Su carácter episcopal es cierto, pero se ignora cuál fue su diócesis; posiblemente no tuvo ninguna.

Pirminio y los suyos escogían lugares solitarios y poco accesibles para sus monasterios, un poco siguiendo el estilo de su propio monasterio de origen, Reichenau, que era una isla. Por otro lado, él y sus monjes se llamaban a sí mismos “monachi peregrini”, que a imitación de Abrahán habían dejado la propia patria, para seguir a Cristo con toda libertad. Pero no debemos suponer que fueran vagando de un lugar a otro por el único placer de vagar. Vivían en cenobios situados en el extranjero; esto significaba para ellos “peregrinar". Sabemos todo esto por un documento del año 728, un privilegio de exención otorgado por Eidegern, obispo de Estrasburgo, al monasterio de Murbach, con ocasión de un sínodo diocesano celebrado en la fiesta de la Ascensión. En dicho documento Pirminio se caracteriza a sí mismo y a los monjes que le siguen como una comunidad que vive enteramente al estilo de la Iglesia primitiva, según nos la dan a conocer los Hechos de los apóstoles (4,32).

Pirminio colaboró, en sus fundaciones, con la nobleza que regía la vida política: Obtuvo de Carlos Martel la donación de la isleta de Reichenau, fundó en Alsacia el monasterio de Murbach por encargo del conde Everardo, consintió que el monasterio de Hornbach figurara entre las propiedades familiares de los Widonen, aceptó -de grado o por fuerza- la mentalidad de su época, que consideraba al soberano como lugarteniente de Dios y a la nobleza aristocrática como legitimada por la Providencia.

Pirminio pasa por ser, si no el único evangelizador, por lo menos sí el más destacado de los evangelizadores de Alsacia, Suiza y Baviera. Se le atribuye el título honorífico de “apóstol de los alamanes". Su obra realmente duradera fueron los monasterios que fundó, que a su vez engendraron otras comunidades monásticas. A través de Reichenau y Murbach, principalmente, representó la obra de Pirminio un papel de primer orden en la historia de la Edad Media europea, influyó podero-samente en la cultura y en el desarrollo de la Iglesia.

El trío de monjes misioneros se completa con san Anscario o san Oscar. Nacido probablemente en las cercanías de Amiens hacia el año 801, apenas contaba cinco años cuando perdió a su madre. No pudiendo atender debidamente a su formación su padre lo confió a los monjes benedictinos de Corbie, en donde tomó el hábito a la temprana edad de los trece años de edad, en el 814. Este monasterio había tenido en el pasado mucha importancia pues, construido sobre terrenos separados por los discípulos de san Columbano del distrito de Luxeuil, había asistido a la decadencia de la dinastía merovingia y al surgimiento de la dinastía carolingia. El rey de Aquitania Luis el Piadoso -también conocido por Ludovico Pío- llamaba algunas veces a su fundador, y otras, visitaba el monasterio, sabiendo con cuánta valentía sus miembros había compartido el sueño de su padre de extender el reino de Cristo entre los hombres. Encontró allí Anscario el ideal del Sacro Imperio Romano en miniatura, porque Corbie fue un monasterio típico en el siglo IX y los monjes, después de años de trabajo, habían levantado una morada en la que la paz reinaba y el espíritu de piedad prevalecía.

Cuatro años después de su ingreso, esto es, con 17 años, fue nombrado, junto con otro monje, director de la escuela abacial, aunque, como reconocerá él mismo muchos años más tarde, no había sido un modelo de estudiantes ni tampoco de monjes fervorosos. El pensamiento de su madre y la muerte de Carlomagno produjeron una especie de conversión en el joven monje. No tardó en presentarse la oportunidad de demostrar sus nuevas disposiciones. En 822, la abadía de Corbie fundaba en Sajonia el monasterio de Corvey. Anscario se unió al grupo que; guiado por el abad Adalardo, se dirigió a una tierra extraña, desconocida y acaso hostil, para llevar a cabo la fundación. En el nuevo monasterio, con toda probabilidad, fue encargado de la enseñanza de los más jóvenes, como en su casa madre.

Durante el siglo IX los pueblos escandinavos, muy florecientes por aquel entonces, desarrollaban grande actividad. Por su dominio absoluto del comercio y navegación en los mares del norte, y más aún con sus continuas piraterías por las costas y hasta el interior del continente europeo, tenían al imperio franco en estado constante de alarma. Se comprende que así Carlomagno como Luis el Piadoso y sus sucesores pusieran el mayor interés en atraer a su órbita política aquellos fogosos pueblos; y no siendo posible imponerles el dominio político, por lo menos reduciéndolos a la paz y tranquilidad por medio de la religión. De hecho, el norte de Europa seguía siendo un conjunto de países sumidos en las sombras del paganismo, sin que a nadie le importara. Anscario fue el hombre providencial que debía emprender la batalla pacífica del norte.

En 826, su vida experimentó un cambio radical. Haraldo Klak, pretendiente del trono de Dinamarca, se había convertido al cristianismo. El emperador Ludovico Pío no permitió que regresara a su país sin la compañía de un “hombre santo y devoto, que fuera para él un maestro en la ciencia de la salvación". Lo consultó el emperador con los grandes y prelados. Todos estuvieron de acuerdo en confesar que no conocían a nadie dispuesto a aceptar, por el nombre de Cristo, destierro tan peligroso. Todos menos Wala, abad de Corvey, que se acordó de un monje de su comunidad que “deseaba padecer grandes sufrimientos por el nombre de Dios"; prudentemente añadió el abad que ignoraba “si sería voluntario para padecer tal exilio". Wala habló con Anscario y, contra el parecer de muchos, que procuraron disuadirle, aceptó el encargo y se mantuvo inquebrantable en su decisión. Sentía la vocación misionera.

A los que le reprochaban el hecho de abandonar su patria, a sus parientes para dirigirse a regiones extrañas y “vivir con desconocidos, en medio de bárbaros”, les respondía: “Se me ha preguntado si, por el nombre de Dios, consentiría en dirigirme a unas naciones bárbaras para predicar en ellas el Evangelio de Cristo. No he querido rechazar esta proposición. Más aún, deseo con todas mis fuerzas que se me dé la ocasión de partir. Nadie podrá quebrantar mi resolución”.

Es significativo que un solo monje se ofreciera voluntario para acompañarle. Se llamaba Auberto. Partieron en calidad de capellanes de Haraldo, que resultó un sujeto desconsiderado y difícil de manejar. Empezó por fundar una escuela en el palacio real para la educación cristiana de los niños que le mandaba el rey, y de los que él mismo rescataba de los piratas, muy numerosos por aquellos mares. Pero por lo visto su primer esfuerzo apostólico dio poco fruto: apenas pudo reunir una docena de niños y convertir a algunos infieles. Por otro lado, en seguida se vio claro que la conversión de Haraldo había sido solamente una maniobra política. Para colmo de males, al año siguiente el rey Auberto. La misión fracasó rotundamente. En 827, depuesto Haraldo, Anscario, solo y derrotado, regresó a Corbie.

Muy pronto, sin embargo, pudo reanudar sus actividades misioneras. Esta vez fue el rey de Suecia quien en 829 envió sus delegados a la corte del emperador pidiéndole misioneros. De nuevo el abad Wala propuso a Anscario, que, no hay que decir, aceptó contento el encargo. Encontróse un solo voluntario, el monje Witmaro, para acompañarle. Durante el viaje los misioneros fueron sorprendidos por los piratas que les robaron los presentes mandados por el emperador al rey Björn, y. además, una rica colección de libros destinados a la enseñanza en la misión. Llegados al término de su viaje, dirigieron su apostolado a los cautivos cristianos, y pronto también a los paganos del país. Un gobernador, consejero del rey, que se convirtió al cristianismo, construyó la primera iglesia en aquellos territorios. Mientras tanto, habiendo decidido Ludovico Pío fundar un arzobispado en Hamburgo. Anscario fue nombrado el primer arzobispo de la sede. Ordenado en 831, se dirigió a Roma, y el papa Gregorio IV, además de concederle el palio, le nombró su legado con derecho de mandar misioneros al norte y ordenar obispos.

Sin olvidar las misiones septentrionales, Anscario se ocupó personalmente de su diócesis, cuya población, en parte sajona y en parte eslava, conservaba todavía muchos residuos de paganismo. Se hallaba muy solo, muchos le abandonaron a causa de la pobreza a que se veía reducido, pero él continuaba viviendo como podía con algunos fieles que permanecieron con él. Y, a pesar de la pobreza, no consintió jamás en renunciar a la tarea que le habían asignado. Hizo lo que pudo, construyó iglesias, reconstruyó la de Hamburgo, erigió a su lado un monasterio, pero en 845, los piratas daneses se apoderaron de la ciudad y lo destruyeron todo y Anscario tuvo que huir llevándose sólo las reliquias. Para colmo de contrariedades el nuevo rey Carlos el Calvo, en lucha contra sus hermanos, confiscó a Anscario las propiedades que para la subsistencia material de la sede hamburguesa recibiera del emperador. Con la pérdida de los subsidios materiales se apartaron de él sus pocos compañeros.

Como legado papal, sus primeros cuidados se dirigieron a consolidar la misión de Suecia y con dicho propósito envió allí a Gozberto, a quien consagró obispo. Sin embargo, al cabo de algunos años, ese obispo delegado tuvo que abandonar el país debido a la reacción intolerante de los paganos. Como se puede ver, a san Anscario le persiguió la desgracia, pero no le pudo, su energía volvía a resurgir enseguida.

En 815, fue promovido al obispado de Brema, dotado de más recursos económicos y que terminó por unirse al de Hamburgo. Desde entonces, y por espacio de veinte años -los últimos de su vida-, trabajó sobre todo a favor de la cristianización de Germania, aunque sin olvidar Dinamarca y Suecia. Hacia 847 recomenzó la misión entre los daneses. Al fin logró la amistad del rey Horico y con ello pudo construir una iglesia dedicada a la Virgen Santísima en Sleswig, la primera en Dinamarca. Tampoco esta vez duró mucho la bonanza, ya que el sucesor de Horico le obligó a cerrar la iglesia y no permitió a los cristianos el ejercicio de su religión. Anscario no se dio por vencido y con paciencia y habilidad llegó a convencer al nuevo rey de la utilidad del cristianismo para consolidar su reino. Con ello obtuvo el permiso para abrir de nuevo la iglesia de Sleswig y construir otra, a la que dotó de campanas, por cierto muy temidas de los supersticiosos paganos.

Apenas algo afianzada la misión danesa, se dirigió de nuevo a Suecia, gobernada a la sazón por Olaf, el cual no hizo oposición al retorno del obispo misionero. Olaf obtuvo de la asamblea general del reino el consentimiento para que Anscario predicara el Evangelio y construyera una iglesia. Pronto tuvo que volver nuestro intrépido obispo misionero a Alemania, dejando allí un sacerdote de confianza para continuar la misión.

De vuelta a Brema prosiguió como antes su incansable actividad pastoral fundando monasterios, construyendo escuelas, predicando a los paganos, ayudando a los pobres, enfermos y viajeros para los que construyó un albergue… Con todo, se dice que no dejó ni por un solo día sus obligaciones de monje austero y devoto. Su muerte acaeció en el 3 de febrero del año 865 y el papa Nicolás I reconoció públicamente su santidad de vida. El sepulcro de San Anscario fue muy venerado por todos los pueblos cristianos del norte, pero con las revueltas protestantes del siglo XVI, sus reliquias fueron dispersadas por los herejes, que aún enfadados con Roma, bien podían haber tenido la consideración de respetar los restos de aquel por el que la fe había llegado a su tierra.

Los resultados obtenidos en vida por el “Apóstol del norte” pudieron parecer menguados a los ojos de sus contemporáneos. Chocó generalmente con la falta de colaboradores; los pocos que le siguieron continuaron con éxito variable la obra empezada. Sin embargo, el fruto se vio más tarde, cuando pueblos enteros, como la Sajonia superior, Dinamarca y Suecia, abrazaron en masa la fe sembrada en aquellas tierras por el humilde monje

2 comentarios

  
Fray Eusebio de Lugo O.S.H.
Recién fundado un dicasterio para la Evangelización de Europa, podrían sus responsables fijarse en el ejemplo de sus evangelizadores. Hicieron como los Apóstoles: LLevar vida religiosa y monástica, centrada en la oración, la penitencia, la predicación y toda clase de buenas obras. Nosotros empezaríamos con la predicación y las obras sociales, ellos no.
Llegaban al interior de esos impenetrables países de bosques y pantanos, habitados por fieros bárbaros idólatras que no vacilaban en inmolarlos sobre los altares de sus flasos dioses; fundaban un monasterio, edificaban primero la Iglesia, y empezaban a orar, es decir, principalmente a cantar solemnemente el Oficio Divino de Dia y de noche, sin interrupción por cualquier causa que fuera. Así durante años, sin siquiera predicar, preparando espiritualmente el terreno. Y como la luz expulsa las tinieblas, esos terribles bárbaros se presentaban por sí mismos, primero intrigados, luego maravillados y conquistados por la Gracia divina merecida por la oración y vida santa de esos monjes.

¡Ojalá las autoridades romanas pudieran designanos semejantes obispos, llenos del espíritu del culto divino y del celo de Elías el Profeta!

Para empezar, tendrían que recuperar el espíritu de la liturgia, de la vigilia, del ayuno, del silencio, la contemplación, etc...el espíritu de los monjes y canónigos regulares, que nos viene de los Apóstoles y es el que evangelizó Europa.

Si quisieran hacer la experiencia en alguna de sus catedrales o colegiatas cuyas sillas de coro llevan vacías demasiado tiempo?
14/11/10 2:30 PM
  
guadalupe rodriguez
necesito informacion tacante a san paulo en su llegada a europa
19/10/13 6:06 AM

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