Historia de la Reforma Litúrgica (III): Concilio y desbarajuste postconciliar

LA PRUDENTE REFORMA DEL CONCILIO Y LO QUE VINO DESPUÉS…

La inauguración oficial del concilio Vatica­no II tuvo lugar el 11 de octubre de 1962. El primer esquema que sería discutido en el aula conciliar sería el de liturgia. Era mejor que lo hicieran sobre el esquema más viable de los que se encontraban totalmente elaborados. Los otros esquemas doctrinales se prestaban a fuerte bombardeo y sus efectos serían mas graves para la misma marcha del concilio. Los cuatro esquemas doc­trinales que se creía serían los primeros en ser examinados se referían a las fuentes de la revela­ción, al deposito de la fe, que se ha de guardar en toda su pureza; al orden moral cristiano y a la castidad, matrimonio, familia y virginidad.

El 16 de octubre de 1962 se comunicó a la congregación general del concilio -la segunda que se tenía- que el concilio comenzaría por el examen del esquema de liturgia. El 20 de octubre los Padres eligieron a los miembros de la comisión litúrgica: 16 en total, a los que el Papa añadió ocho mas. El 21 de octubre el cardenal Larraona, presidente de la comisión, nombró vicepresidente de la mis­ma a los cardenales Giobbe y Julien, y secretario al padre Fernando Antonelli, franciscano. Bugnini quedaba descartado. En el fondo de esto hay que ver la sombra de la famosa reunión en la Domus Mariae, ya indicada en otro capítulo. Esa sombra se proyectará a lo largo de toda la reforma litúrgica en un sentido o en otro. Todos los secretarios de las comisiones preparatorias del concilio fueron, como se esperaba, confirmados en sus cargos como secretarios de las comisiones conciliares menos el padre Bugnini. Al padre Bugnini se le quitó también el cargo de profesor de liturgia en el Instituto de Pastoral de la Universidad lateranense.

Los Padres conciliares discutieron el esquema de liturgia desde el 22 de octubre al 13 de noviembre de 1962. El ambiente general del concilio fue en general de gran altura intelectual y espiritual. Pero al margen del concilio se preparó un “miniconcilio” con algunas reuniones y conferencias de personas más o menos relevantes, que aparecían como especialistas de diversas materias determinadas. Algunas fueron interesantes, pero otras resultaron muy desacertadas, como la del benedictino Marsili el 3 de noviembre de 1962, que recibió una respuesta adecuada. Este bene­dictino, profesor y presidente del Pontificio Instituto litúrgico de San Anselmo de Roma, dejaba mucho que desear en sus publicaciones sobre liturgia y su intervención en el “miniconcilio” sembró más discordia que paz. Hay una diferencia de años luz entre él y el benemérito padre Cipriano Vagaggini, benedictino también, autentico teólogo de la liturgia.

“El concilio ha comenzado orando", escribió en aquellos días el Cardenal Montini a sus diocesanos de Milán y así era en realidad, pues se daba a la liturgia el honor que se merecía. Aunque los hombres obraron por otros motivos, la providencia de Dios se sirvió de ellos para sus fines inescrutables. Mas tarde, Montini, convertido ya en Pablo VI, dijo en el discurso de clausura de la segunda sesión conciliar: “Uno de los temas del concilio, primero en ser examinado y primero también, en cierto sentido, por su valor intrínseco y por su importancia en la vida de la Iglesia, el tema de la liturgia, ha sido llevado felizmente a termino… Vemos el reconocimiento de la escala de valores. El primer puesto, para Dios. Nuestro primer deber, la oración. La liturgia, fuente primera de la vida divina comunicada a nosotros, primera escuela de nuestra vida espiritual, primer regalo que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros cree y ora, y la primera invitación al mundo para que suelte su lengua muda en oración dichosa y sincera y sienta el inefable poder de rege­neración que tiene el cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor y en el Espíritu Santo".

El 14 de noviembre de 1962 la asamblea con­ciliar dio su aprobación al esquema de liturgia como base del texto definitivo que había de tener en cuenta las enmiendas y observaciones hechas por los Padres conciliares. La votación dio este resultado: votantes, 2.215; votos favorables, 2.162; votos en contra, 46; votos nulos, 7. La comisión conciliar recogió las observaciones, enmiendas y sugerencias. Las examinó detenidamente y las admitió en el texto o las rechazó, según los casos. Los textos nuevamente elaborados se votaron por un orden riguroso en cada una de sus partes. Todos fueron aceptados por una mayoría de votos muy superior a la requerida para su aprobación. Es extraño que a veces los padres conciliares dieran su voto negativo en un número bastante elevado a textos pontificios; por ejemplo, esta frase del numero 10 del esquema: “… La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza", tuvo 101 votos en contra, y aparece casi con las mismas palabras en documentos de san Pio X, Pio XI y Pio XII. Doscientos cuarenta y siete padres votaron contra la frase que permitía la reiteración de la unción de los enfermos en una misma enfermedad grave prolongada. A la administración de ciertos sacramentales por los laicos se opusieron 607 padres; 509 votaron contra la supresión de la hora de Prima en el Oficio divino. Pero todo iba admitiendose paulatinamente. La comisión conciliar examinó cerca de tres mil votos iuxta modum, tan minuciosamente que a muchos les pareció exagerado.

El 22 de noviembre de 1963 el esquema de liturgia en su totalidad, corregido convenientemente, fue sometido a la votación de los Padres conciliares, con un resultado de solo 20 votos en contra. Luego, el 4 de diciembre del mismo año, fue votado de nuevo para su aprobacion definitiva, en presencia del papa Pablo VI, con un re­sultado de 2.147 votos favorables y cuatro en contra. De este modo el esquema de liturgia paso a ser texto conciliar. Era el primer documento definitivo del concilio Vaticano II.

Todo auguraba una reforma litúrgica basada en un amplio consenso en toda la Iglesia, pero la realidad fue más complicada. Para comenzar, con el postconcilio, y por arte de magia, reapareció en escena el P. Bugnini: Lo normal hubiera sido que se encargase de la aplicación de la constitución conciliar sobre la liturgia a la Congregación de Ritos, que era el dicasterio romano competente en esa materia, pero de modo extraño e inexplicable para la mayoría, el Papa quiso que en esta ocasión la aplicación la hiciera un organismo nuevo, a cuya cabeza puso al cardenal Lercaro y de secretario al padre Anibal Bugnini. Así, la sombra de la famosa reunión en la “Domus Mariae” y los proyectos personales del fraile al que el Concilio había dejado de lado, se proyectaban de nuevo en el tema de la liturgia en diverso sentido. El hecho se supo verbalmente el 3 de enero de 1964, la comunicación oficial se dio el 13 de enero del mismo año, aunque no se hizo pública hasta el 25 de ese mismo mes y año con el “motu proprio” Sacram liturgiam. Este organismo se llamo Consilium por gusto de los latinistas del Vaticano, que lo consideraban más clásico. En realidad era un orga­nismo plenamente constituyente y en seguida el tiempo demostraría que tenía la intención de actuar con gran autonomía y bastante manga ancha para todo lo que fueran novedades para poner a prueba, cosa que hizo hasta que en el 1969, ante la cantidad de abusos y experimentos que se producían en todo el orbe católico y que el Consilium no conseguía controlar, el Papa tuvo que devolver las prerrogativas de este organismo a la Sagrada Congregación de Ritos, donde desde el principio se había optado por la moderación. Por desgracia, en muchos aspectos era ya tarde.

En cierto modo los experimentos litúrgicos estaban indicados en los nn. 40 y 44 de la constitución Sacrosanctum concilium. En el artículo 40, numero 2, se dice: “Para que la adap­tación se realice con la necesaria cautela, si es preciso, la Sede apostólica concederá a la misma autoridad eclesiástica territorial la facultad de permitir y dirigir las experiencias previas necesarias en algunos grupos preparados para ello y por un tiempo determinado". En el artículo 44, que trata de la comisión litúrgica, dice al final: “La comisión tendrá como tarea encauzar dentro de su territorio la acción pastoral litúrgica, bajo la dirección de la autoridad territorial eclesiástica arriba mencionada, y promover los estudios y experiencias necesarios cuando se trate de adaptaciones que deben proponerse a la Sede Apostólica".

Se trataba de un procedimiento ordenado, tem­poral, limitado y bajo la autoridad de la Sede Apostólica y de los obispos. Pero hubo algunos (liturgistas, obispos, pastoralistas) que se creyeron verdaderos Consiliums o Congregaciones romanas para hacer y deshacer a su antojo y lo peor es que aún lo siguen haciendo. Decían que ayudaban a la Iglesia, pues esta podría escoger luego los ritos que mas le agradasen de cuantos ellos estaban ensayando por iniciativa propia. Esto comenzó a realizarse en 1964.

Cómo se estaría poniendo fea la cosa para que el 15 de febrero de 1965 saliese al paso de tales desbordamientos el mismo padre Bugnini, secretario del Consilium -defensor de una idea de reforma de claro contraste con la tradición y uno de los principales causantes de la apertura de esa especia de caja de Pandora que se había abierto en el ámbito litúrgico- que en un trabajo publicado en “Notitiae” se preguntaba: Quo vadis, liturgia? y decia: “¿Adónde vas, liturgia, o mejor, adonde la están llevando liturgistas y pastoralistas? El camino de la liturgia, seguro, luminoso, amplio, expansivo, es el indicado por la Iglesia y por el supremo Pastor. Cualquier otro camino es falso". Parece ser que al final algo había entendido el buen prelado, pero ya la cosa se había desbordado y aún hoy, con lo mucho que han cambiado los tiempos, todavía no lo han entendido algunos, incluso obispos y cardenales, que celebran la liturgia quebrantando las normas de la competente jerarquía de la Iglesia.

El problema fue tratado por el Consilium en varias ocasiones (cf. “Notitiae” [1966] 259; [1967] 290-292). También el Papa, como diremos en otro artículo, habló en diversas ocasiones sobre este punto, que tanto le angustió (cf “Notitiae” [1967] 127-128; [1968] 344-345). Imprudentes falsos liturgis­tas hacían alarde de una reforma litúrgica desquiciada. Esto entorpecía y perjudicaba a la re­forma litúrgica autentica de la Iglesia, pues los que la veían con prejuicios se fundaban en dichas extralimitaciones para atacarla. Fueron unos momentos difíciles, que todavía no han terminado. Son bien expresivos estos títulos de “Notitiae": Cuestiones desde Holanda (1970, 41), Autenticidad, hibridismo (ib, 72), Degradación de la litur­gia (ib, 102), Renovación con orden (1971, 49), ¿En que sentido debe ser renovada la liturgia? (1973, 288), etc. Hay que decir, a modo de comentarios, que el tener que preguntar en el 1973, tantos años después de la Sacrosanctum Concilium, en una revista oficial de la Santa Sede como es “Notitiae", en qué sentido había que renovar la liturgia, indica la confusión a la que se había llegado por entonces. No hay exageración. La realidad fue y es más alarmante hasta llegar a casos de verdaderos sacrilegios. Los ladrones sacrílegos son menos culpables que esos falsos liturgistas y pastoralistas, pues aquellos iban solo por el lucro, sin fijarse en lo sagrado, y estos con sus iniciativas han inferido graves ofensas a la sagrada Eucaristía por razones “pastorales", abusivas y monstruosas.

Por parte de la competente autoridad eclesiástica se tomaron todas las precauciones necesarias, pero el desbordamiento comenzó un poco en todas partes. Por eso en junio de 1965 el Consilium hizo unas declaraciones censurando el hecho de esa anarquía en materia litúrgica y puntualizaba concretamente los permisos que se habían concedido, dados a la autoridad eclesiástica territorial, para grupos determinados y por algún tiempo. En diciembre de 1966 la revista “Paris Match” publicaba unas fotografías de celebraciones eucarísticas domesticas que alarmaron al Vaticano. La Sede Apostólica creyó conveniente denunciar la arbitrariedad y el mal espíritu que esto reflejaba. Así lo hicieron la Congregación de Ritos y el Consilium (cf. “Notitiae” [1966] 37-49). El 5 de septiembre de 1970 se publicó la tercera instrucción Liturgicae instaurationes, y en ella se trataba una vez mas de los experimentos en materia litúrgica. Después de recordar los principios antes indicados, se decía: “Por lo que respecta a la Misa, todas las facultades concedidas con vistas a la reforma han de considerarse caducadas. Publicado el Misal romano, las normas y la forma de la celebración eucarística son las establecidas por la Instrucción general y por el Ordo missae".

Sin embargo, se volvió a crear no poca confusión al permitir a las Conferencias episcopales conceder el permiso para experimentar aquellas adaptaciones previstas en los libros litúrgicos que han de ser estable­cidas por las respectivas Conferencias episcopales y confirmadas por la Sede Apostólica. Las normas de esas experiencias litúrgicas estaban dadas con bastante claridad, pero en los mismos centros de experimentación designados por el Consilium y la autoridad eclesiástica territorial no se observaron las condiciones propuestas, sino que se obró con gran arbitrariedad y sin criterio litúrgico alguno.

Las voces de la Jerarquía se elevaban, pero nunca mejor dicho, como una voz en el desierto (desierto de obediencia, de amor a la Iglesia e incluso de sentido común). El 30 de junio de 1965 el cardenal Lercaro, presidente del Consilium, escribió una carta a los presidentes de las Conferencias episcopales contra las experiencias e iniciativas personales y arbitrarias, por su individualismo y su oposición a las tareas del Consilium. En diciembre de 1966 la revista “Notitiae", ógano oficial del Consilium y luego de la Congre­gación para el Culto divino, repetía la misma censura, ya que, después de veinte meses de la carta del cardenal Lercaro, la situación no solo no había cambiado, sino que había empeorado. El 29 de diciembre del mismo año apareció una declaración conjunta de ambas instituciones, la Congregación de Ritos y del Consilium condenando enérgicamente toda celebración arbitraria de la liturgia, principalmente la sagrada Eucaristía.

4 comentarios

  
Hermenegildo
Este desbarajuste litúrgico se habría podido detener con mano dura, pero el Concilio había abierto la puerta también a la relajación de la disciplina eclesiástica. El desmadre de la liturgia no fue un hecho aislado, sino una manifestación más del confusionismo que destapó la Iglesia conciliar.
26/09/09 12:05 PM
  
raul rodriguez
ENTRE EL CLERO NO EXISTE LA CONCIENCIA DE QUE ESTAMOS VIVIENDO LA LITURGIA SALVAJE DEL CONSILIUM AD EXSEQUENDAM...Y NO LAS DIRECTRICES DEL CONCILIO VATICANO II EN LA SACROSANCTUM CONCILIUM...POR ESO VEMOS CADA COSA SACRILEGA EN LA LITURGIA...COMO LA ULTIMA NOVEDAD DE GENERO QUE SE ESTA FILTRANDO:"TOMEN Y COMAN TODOS Y TODAS DE EL..."HABRA CONSAGRACION????
26/09/09 4:42 PM
  
luis
Todo esto no se podría haber hecho sin el apoyo de Pablo VI. Sobre él recae la responsabilidad, y no es menor, del desguace del rito tradicional y el invento de un rito in vitro, una ruptura única en la historia de la Iglesia
26/09/09 5:51 PM
  
Norberto
Nunca se hace una reforma,en la Iglesia, sin el propósito de que ésta será un bien;a veces cierta candidez,y mira que se ha sobre-predicado el pecado original,lleva a no prever que lo excepcional puede convertirse en definitivo,y que las interpretaciones pueden sobrepasar lo previsto.
De ahí a las acusaciones reiteradas sobre los desmanes litúrgicos,no a quienes los causan, sino a la máxima autoridad de la Iglesia me parece un dislate.
27/09/09 8:54 AM

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