Primeras grietas disidentes entorno al mito Escarré

Siempre estuve convencido que la falta de formación es a la vez ausencia de deformación y que, como los franceses aseveran, en ciertas cuestiones es mejor “repartir à zero”. Abrir brecha entorno al mito del abad de Montserrat Dom Aureli Maria Escarré, construido y mantenido a sabiendas de su falsedad histórica, por el establishment político que ha partido el bacalao en Cataluña en estos últimos cincuenta años, no es tarea fácil.

Y eso es lo que ha iniciado, aunque muy sutil y hábilmente, con su documental “Ciutadà Escarré” el joven director Jordi Marcos, emitido en el programa “Sense ficció” el pasado miércoles por TV3. Ya el con el título, paragonando al “Ciudadano Kane”, Marcos nos da la pista de su intento. Como el magnate Kane protagonizado por Orson Welles, Escarré fallece, al regreso del monasterio lombardo de Viboldone, rodeado de las monjas benedictinas de San Pedro de las Puellas. Como en el film de Orson Welles, las entrevistas se suceden en el documental de Marcos, y con cada persona afloran vivencias y recuerdos que ayudan a modelar la compleja imagen del llamado “abad de Cataluña”, pero que empiezan a aportar datos sobre su misterioso exilio. Sólo el espectador inteligente, que sepa leer entre líneas, se dará cuenta que Marcos plantea ideas aunque no se atreva a desarrollarlas. ¿Quién en este país se atreve decididamente a plantar cara de manera desinhibida y constante fuera de nosotros en Germinans y pocos más?

En Cataluña, desde los postulados de izquierda del historiador y antiguo “escolà” Josep Benet hasta la derecha liberal de Jordi Pujol, pasando por todo el abanico nacional-progresista del clero y el laicado, Mn. Bigordà y Albert Manent a la cabeza (Maléfica mingens et curiosa multiloquax) se convino, ya en muy primera hora, que era necesario mantener el mito de aquel gran oportunista que sin duda fue Escarré.

Yo, y no especialmente motivado por una corriente histórico-exegética desmitificadora al estilo germánico, nunca estuve de acuerdo con la tesis que un antiguo amigo mío mantenía sobre la necesidad que tenemos de mantener mitos aunque estos sean falsos. El abad Escarré no es que haya sido idealizado o su persona y tarea se haya magnificado con el tiempo. Es que desde el inicio, todos absolutamente todos los que han mantenido el mito histórico del Escarré “de pensamiento evolucionado” (digámoslo así) supieron que era falso.

En el documental aparecen desde ese ya cadáver viviente que es Mn. Bigordà, otrora capitoste de la Unión Sacerdotal hasta los más que consabidos y esperados Manent, Pujol y compañía. Todos mantienen sus tesis. Sin embargo, cosa inusual, Marcos concede un gran espacio a los ex-monjes Aureli Argemí y Jordi Vila-Abadal. Este último, con su mirada fría y sin vida, da clara muestras del testimonio falseado de sus afirmaciones.

Argemí en cambio, que acompañó aquel mes de marzo del 65 a Escarré hasta el monasterio de Viboldone donde transcurriría tres años de estancia rodeado de las atentas benedictinas a las que él mismo había ayudado a erigir el monasterio milanés, presentó una cara más humana y cálida. Trató de recordar la añoranza que continuamente experimentaba Escarré de volver a Cataluña, especialmente ante la enfermedad y muerte de su madre, y como a manera de alucinado falto de juicio, Escarré le pedía llevarle un rato de paseo al aeropuerto de Milano-Linate para saberse desde allí, a una sola hora de Barcelona. Demencial. Pero en la voz de Argemí el tono de alguien que, sabiéndose manipulado en su momento, experimenta compasión por su verdugo.

Porque Escarré fue verdugo de todos sus “secretarios”. De aquellos que le apoyaron durante su abaciado, desde el grupo capitaneado por Oleguer Mª Porcel vetusto y decadente“sub-prior” de Cuixà (así quiso titularse en el documental) hasta los que sirviéndole en un primer momento, en un flash de lucidez decidieron abandonar esa “plaça de mercat” que afirmó el abad Soler en el documental, era Montserrat: Argemí, Vila-Abadal y algunos más.

Bueno el abad Soler dijo más bien en el documental que Montserrat es algo intermedio entre el desierto y la plaza de mercado. Es lo único que quiso aportar a la entrevista, evitando así dar un juicio valorativo sobre Escarré y de esta manera tomar partido por uno u otro bando, defensores y detractores, aún existentes dentro de la comunidad. Entre unos y otros, Soler parecía estar a la cabeza de los más honestos, junto con Raguer que a los 20 años de las declaraciones publicó sendos artículos con aseveraciones históricas en la Vanguardia. Este último, profundo antifranquista que compartía el sentido de las declaraciones en Le Monde, no consentía que estas hubieran salido de labios de aquel, Escarré, que no hacía mucho había reprendido a un monje anciano por un chiste del todo inocente sobre la sra. de Franco. Pero él, Soler l´Orgullós, juega a la “puta y a la Ramoneta”. La Ramoneta es la esposa oficial, la legítima, con la que se va al Liceo y la de los críos y la P… es la amiga, la querida, en una palabra. Así es Cataluña, así es Montserrat, así es Soler.

Escarré no sólo fue un oportunista, fue un hombre de una ambición desmedida. Mintió quien dijo, Vila-Abadal creo, que fue Escarré quien no aceptó la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caidos. Fue Franco el que se negó a sus pretensiones. Todo lo que vino después era rencor mantenido desde aquellas primeras horas del Régimen aunque perfectamente disimulado por el de l´Arboç. Rencor y estrategia. Como la pretensión de ser Cardenal Arzobispo de Tarragona, obsesión que mantuvo durante muchos años.

El exilio político no fue tal. Franco conocía a Escarré mejor que su señora madre y, sabiendo que deseaba ser un “mártir político” en medio del nuevo panorama eclesial conciliar que favorecía en Roma actitudes más democráticas y menos significadas con el franquismo, no le hizo detener en la frontera después de las declaraciones en “Le Monde”. Sabía que serían sus mismos monjes y Roma quienes abominarían de su gestión abacial y de su persona. En Roma informaban entre otros, los cardenales Larraona y Anselmo Mª Albareda, profeso de Montserrat y prefecto de la Biblioteca Vaticana.

La comunidad de Montserrat saldrá profundamente herida con todo ello. Junto a los “negros” Benet i Manent, redactores del texto de las declaraciones al rotativo francés estaba Cassià Mª Just que aportó su “visto bueno”. En la entrevista con el periodista, Escarré a pesar de tener sus respuestas escritas, fue traicionado por su enfermedad mental y ante él habló de manera absurda y contradictoria, de esta manera a los redactores-inductores les tocó, después de la actuación del “protagonista” encontrarse con el periodista que se avino entusiasta a la rectificación del entuerto del abad.

En esta nueva tergiversación tuvo una especial actuación Cassià Mº Just. Escarré hizo lo posible para que pareciera que lo forzaban a marchar exiliado y así ayudó a reforzar la falsa creencia que el dictador lo perseguía y le privaba de volver a Cataluña, a Montserrat. La verdad es que a la cabeza de la Congregación Subiacense se encontraba desde 1959 Dom Pere Celesti Gusi, que conocía profundamente a Escarré, y como abad coadjutor de Montserrat desde 1961 ese gran monje que fue Dom Gabriel Maria Brasó. Ambos estaban de acuerdo que Escarré no podía regresar a Montserrat ni siquiera para morir. Gusi, siguiendo las directrices de Pablo VI le invitó a encerrarse en Viboldone y finalmente a dimitir de su cargo en 1966. Dos años más tarde Escarré es conducido por el mismo Cassià Mª Just, enfermo de muerte, al monasterio femenino de Sant Pere de les Puelles donde murió en octubre. En su entierro los militantes católicos nacionalistas se encargaron de divulgar la imagen y la biografía del Escarré que nunca fue. El militante de ERC, el entonces joven Jordi Carbonell, era uno de los que portaban el féretro. Aquel entierro, y especialmente el cortejo hasta la parroquia de San Vicente de Sarriá fue una demostración pública de todos los contrarios al régimen franquista y de duelo contestatario el nacional-catolicismo catalán. Este fue el verdadero objetivo, duele decirlo, conseguido de la invención del mito Escarré: utilizarlo como estandarte para sublevar conciencias sometidas y sobre todo presentar como “simpáticas” algunas figuras de la Iglesia vaticano-catalana que habían colaborado estrechamente con el franquismo. Jordi Marcos se gana nuestro reconocimiento por haberlo al menos insinuado y abrir la primera grieta de disidencia histórico-documental.

Prudentius de Bárcino