Encíclica de León XII ad hispanos
A muchísimos católicos españoles nos duele el dolor del Papa, que sufre en su propia persona la feroz persecución contra la Iglesia. Una Iglesia que al estar en este mundo, se mancha con los males de este mundo. Es una de las consecuencias de la mundanización de amplios sectores del clero. El fango doctrinal los ha arrastrado al fango moral. Y los enemigos de la Iglesia han aprovechado este tremendo resbalón para cargar contra la Iglesia, apuntando directamente a su cabeza.
Pensando de qué manera hacerle sentir al Papa nuestra proximidad y afecto en su visita a Barcelona, he ido directo a documentarme sobre la Acción Católica, nombre bajo el que se organizó la acción de los seglares en los momentos de mayor presión contra la Iglesia. Entre la documentación al respecto encuentro la encíclica Cum multa de León XIII, animando a las asociaciones seglares a unirse para abordar objetivos comunes. Al ser la circunstancia de este Papa tan dura como la de Benedicto XVI, me detengo en la documentación por ver de seguir los paralelismos.
Me llama la atención en primer lugar que la encíclica esté dirigida a los arzobispos y obispos de la “región hispana”. Empieza con un elogio: “Siendo muchas ( cum multa sint ) las cosas en que destaca la generosa y noble nación de los hispanos…” y hace alusión a cómo España se ha destacado del resto de Europa en el apoyo a la Santa Sede en momentos muy difíciles. Y antes de abordar la disensión de las varias asociaciones católicas a causa de su opuesta inclinación política, declara: “De hecho, nada hay que no se pueda esperar justamente de España, con tal que la caridad alimente tales afecciones anímicas y las robustezca una concordia estable de las voluntades”.
¿De dónde vienen las disensiones? Para entender cómo andaba entonces el debate en el seno de la Iglesia, hay que leer algunos párrafos muy duros de otra encíclica publicada ocho años más tarde (1890), la Sapientiae christianae. “Ceder ante el enemigo o reprimir la voz cuando es tan grande el clamor que se alza para oprimir la verdad, es o de hombres que dudan de si son verdad las cosas que profesan, o de incapaces. Ambas cosas vergonzosas y ofensivas para Dios; ambas cosas van contra la salvación de cada uno y la de todos: son actitudes beneficiosas únicamente para los enemigos de la fe, porque la conducta timorata de los buenos, sólo sirve para envalentonar a los malos”. Y más adelante en otro lugar condena aún más directamente la tibieza: “Hay quienes se empeñan en sostener que no conviene resistir abiertamente a los ataques, para evitar que la respuesta exaspere el ánimo de los enemigos. No está nada claro si esos tales están a favor de la Iglesia o contra ella. A veces afirman que profesan la doctrina católica; y sin embargo querrían que la Iglesia les permitiese propagar impunemente opiniones que discrepan de ella. Se muestran pesarosos por la decadencia de la fe y la demudación de las costumbres, pero no hacen nada para remediarlo, cuando no contribuyen a acrecer el mal con su excesiva indulgencia o mirando para otra parte. Estos mismos no toleran que nadie dude de su voluntad para con la Sede Apostólica, pero siempre tienen algo que reprocharle al Sumo Pontífice. La prudencia de esta clase de personas es la que el Apóstol Pablo llama “ sabiduría de la carne ”.
Dice finalmente la encíclica en otro lugar: “Puesto que la suerte del Estado depende por encima de todo del talante de quienes están al frente del pueblo, la Iglesia no puede ofrecer su patrocinio o su favor a quienes la atacan, a quienes le regatean sus derechos, a quienes pretenden enfrentar los asuntos civiles a los sagrados como si fuesen incompatibles”. Es difícil añadirle más claridad a la encíclica sobre la “sabiduría cristiana”. Tras este desvío por la Sapientiae Christianae , vuelvo a la “ Cum multa ”.
“En primer lugar -dice nuestra encíclica- es oportuno recordar las relaciones mutuas entre lo religioso y lo civil. Algunos tienden no sólo a distinguir la política de la religión, sino a separarlas de tal modo que nada tengan que ver la una con la otra. Éstos en efecto no distan mucho de los que preferirían que la cosa pública se constituyera y se administrara separando de ella a Dios, creador y señor de las cosas: y yerran tanto más gravemente cuanto que alejan temerariamente a la cosa pública del fruto de su mayor fuente de provecho. Pues en apartando la religión, es inevitable que vacile la estabilidad de los principios en que mayormente se apoya el bienestar público y que toman de la religión su mayor fuerza, como son mandar con justicia y sin prepotencia, someterse a las obligaciones que nos impone una recta conciencia, tener domados los apetitos mediante la virtud, darle a cada uno lo suyo y no tocar lo ajeno”.
“Pero igual que debemos apartarnos de este error tan impío, hay que huir también de la opinión diametralmente opuesta, la de aquellos que mezclan la religión con alguna opción política y las confunden como si fuesen lo mismo, hasta el punto de condenar a los que son de otra opción política como si hubieran perdido el derecho al nombre de católicos. Esto es tanto como meter a la fuerza y torticeramente las facciones políticas en el angosto campo de la religión; es querer acabar con la concordia fraterna y abrir de par en par la puerta y el camino a una multitud de funestos conflictos”.
El análisis no puede ser más lúcido. Tan válido para la España de hace 128 años como para la de hoy. Y más todavía para las regiones de España en que más se ha decantado la Iglesia por una determinada opción política. “No se ajusta al deber de los sacerdotes, entregarse totalmente a los afanes políticos de tal modo que más parezcan preocupados por las cosas humanas que por las celestes”. Músicas celestiales, deben decir esos tales.
“Conviene por tanto -señala la encíclica- distinguir también en cuanto al juicio y la opinión, lo religioso de lo civil: porque mientras lo civil no traspasa los límites de esta tierra por más que se ocupe de cosas legítimas, la religión en cambio, nacida para Dios y orientándolo todo hacia Dios, se eleva más y alcanza hasta el cielo. Lo que quiere en efecto es imbuir el alma, la parte más noble del hombre, del conocimiento y del amor de Dios. A eso tiende, y a llevar con seguridad a todo el género humano a la futura patria que todos buscamos. Por eso es tan acertado considerar que la religión y todo lo que con ella tiene un cierto vínculo singular, es de orden superior. De lo cual se sigue que ésta, como bien superior que es, ha de permanecer íntegra a pesar del devenir de las cosas humanas y de las alternancias políticas. La religión, en efecto, abarca todos los lugares y tiempos. Por eso, los partidarios de opciones políticas distintas, aunque disientan en todo lo demás, en esto han de estar todos de acuerdo: en que conviene mantener a salvo la religión católica en la ciudadanía”.
Ante un Benedicto XVI tan atormentado como lo fue en su día León XIII, los católicos de base tenemos la obligación de movilizarnos a fin de que nuestro trabajo en defensa de la Iglesia sea parte del fruto del sacrificio del Santo Padre. Los católicos no podemos estar callados e inactivos ante el espectáculo de un Papa al que los enemigos de nuestra fe intentan arrastrar al degolladero. ¿Seremos capaces de hacer algo con auténtica fuerza que le demuestre al Santo Padre que no está solo, y que los españoles, como en 1882, estamos dispuestos a remar junto a él, en la misma dirección que él?
Cesáreo Marítimo