El Rin desemboca en el Tíber

Cada una de las diez comisiones conciliares debía estar presidida por un cardenal nombrado por el Papa, y constaban de veinticuatro miembros, dos tercios elegidos por los Padres conciliares y un tercio designados por el Papa. Los nombramientos papales se harían tras el anuncio del resultado de las elecciones.

El arzobispo Pericle Felici, Secretario General del Concilio, se encontraba explicando a la asamblea de Padres, en su fluido latín, el procedimiento electoral, cuando el Card. Liénart, que ejercía como uno de los diez presidentes conciliares (los cuales se sentaban en una larga mesa presidiendo el aula conciliar), se levantó de su asiento y pidió la palabra. Expresó su convicción de que los Padres conciliares necesitaban más tiempo para estudiar la cualificación de los diversos candidatos. Según explicó, tras consultar con las conferencias episcopales nacionales todos sabrían quiénes eran los candidatos más cualificados, y sería posible votar con conocimiento de causa. Solicitó un aplazamiento de algunos días para la votación.

La sugerencia fue recibida con aplausos, y tras un momento de silencio el Card. Frings se levantó para secundar la moción. También él fue aplaudido.

Tras una apresurada consulta con el Card. Eugène Tisserant, quien como primero de los presidentes del Concilio dirigía la asamblea, el arzobispo Felici anunció que la Presidencia del Concilio había accedido a la petición de los dos cardenales. (…)

El primer encuentro de trabajo, incluida la Misa, había durado sólo cincuenta minutos. Al salir del aula conciliar, un obispo holandés voceó a un sacerdote amigo suyo desde alguna distancia: «¡Ha sido nuestra primera victoria!».

Las diferentes conferencias episcopales nacionales se pusieron inmediatamente a trabajar en la confección de sus listas. Los obispos alemanes y austríacos, dados sus lazos lingüísticos, decidieron establecer una lista combinada. Los dos cardenales alemanes no eran elegibles, por ser el Card. Frings miembro de la Presidencia del Concilio, y el Card. Julios Döpfner, de Munich, miembro del Secretariado de Asuntos Extraordinarios del Concilio. Sin embargo, el Card. Franziskus König, de Viena, que no ocupaba ningún puesto en el Concilio, quedó pronto ubicado a la cabeza de la lista de candidatos a la comisión más importante de todas, la Comisión Teológica. Al finalizar las discusiones, el grupo germano – austríaco disponía de una lista de veintisiete candidatos. (…)

Sin embargo, al irse formando las listas, el elemento liberal del Concilio comprendió con inquietud que su propuesta de elaborar listas separadas por conferencias episcopales no constituía una salvaguarda real contra el dominio ultraconservador de las comisiones. En efecto , en aquellos tempranos días del Concilio se pensaba que países como Italia, España, los Estados Unidos, el Reino Unido y Australia, y toda Iberoamérica, se alinearían con los conservadores. Sólo Italia tenía en torno a 400 Padres conciliares, los Estados Unidos unos 230, España cerca de 80 e Iberoamérica casi 650. Europa tenía más de 1100, incluyendo los italianos y los españoles. África, con sus casi 300 votos, estaba en el alero, y podía ser ganada para cualquiera de los dos bandos. Tales consideraciones impulsaron a los obispos de Alemania, Austria y Francia a proponer una lista combinada con los obispos de Holanda, Bélgica y Suiza. Al mismo tiempo, el obispo holandés Joseph Blomjous, quien regía la diócesis de Mwanza (Tanzania), junto con el arzobispo Jéan Zoa, de Yaoundé (Camerún), nacido en África, se habían ocupado de organizar a los obispos de África anglófona y francófona. Ellos ofrecieron su lista de candidatos al grupo encabezado por el Card. Frings, asegurando así numerosos votos africanos.

Los seis países europeos, que formaban ahora una alianza de hecho, aunque no nominal, encontraron candidatos adicionales de tendencia liberal entre cardenales, arzobispos y obispos de otros países. Así, incorporaron en su lista a ocho candidatos de Italia, , ocho de España, cuatro de los Estados Unidos, tres del Reino Unido, tres de Australia, y dos de Canadá, India, Japón, Chile y Bolivia. Otros cinco países estaban representados con un candidato cada uno, y África por dieciséis. Esta lista del Card. Frings vino a ser denominada la lista «internacional», y contenía 109 candidatos cuidadosamente seleccionados para garantizar una amplia representación de la alianza europea en las diez comisiones.

La tarde del lunes 15 de Octubre (nota: 1.962), al menos treinta y cuatro listas distintas de candidatos se habían preparado y entregado al Secretario General del Concilio, quien las hizo imprimir en un folleto de veintiocho páginas titulado Listas de Padres conciliares propuestos por las Conferencias Episcopales para la elección de las Comisiones Conciliares.

(…)El resultado de estas elecciones fue notablemente satisfactorio para la alianza europea. De los 109 candidatos presentados por la alianza, 79 fueron elegidos, lo que suponía un 49 % de los puestos. Cuando se proclamaron los nombramientos papales, éstos incluían ocho candidatos más adelantados por la alianza europea. Los candidatos de la alianza constituían el 50 % de los miembros elegidos para la Comisión Teológica, la más importante. En la Comisión Litúrgica la alianza tenía mayoría de 12 a 4 entre los miembros electos, y de 14 a 11 una vez realizadas las designaciones papales.

Ocho de cada diez candidatos propuestos por la alianza europea ocuparon un puesto en las comisiones. Alemania y Francia estaban representadas en todas las comisiones, salvo en una. Alemania tenía once representantes; Francia, diez. Holanda y Bélgica obtuvieron cuatro puestos cada una; Austria, tres; y Suiza, uno.

(…) En el último momento se anuncio que el Papa Juan nombraría nueve miembros para cada comisión, en lugar de los ochos previstos en el Reglamento. De los noventa que designó, ocho eran superiores generales. De los 250 Padres conciliares elegidos o nombrados para las diez comisiones conciliares, 154 (62 %) habían trabajado en una comisión preparatoria, y por tanto tenían experiencia previa.

Tras esta elección, no parecía demasiado difícil prever qué grupo estaba lo bastante organizado para asumir el liderazgo del Concilio Vaticano II. El Rin había comenzado a desembocar en el Tíber.

Tercera victoria.

El trabajo del Concilio consistía, por decirlo con brevedad, en examinar los esquemas (borradores previos) de las constituciones y decretos, y luego enmendarlos, aceptarlos o rechazarlos. Para entender lo que suponía rechazar un esquema, lo cual ocurrió a menudo durante la primera sesión, debemos contemplar el pasado de los esquemas, que fueron preparados durante un periodo de tres años y cinco meses de intenso trabajo previo a la apertura del Concilio.

La primera fase del trabajo comenzó el día de Pentecostés (17 de mayo) de 1.959, cuando el Papa Juan creó una Comisión Ante-Preparatoria presidida por su experto Secretario de Estado, el Card. Domenico Tardini, para auxiliarle en la determinación de las materias objetos del Concilio. (…) El Papa eligió como miembros de la comisión a un representante de cada una de las diez Sagradas Congregaciones de la Curia Romana, y como secretario designó a otro muy diestro miembro de la Curia, Mons. Felici.

Doce días después de su nombramiento para la presidencia de la Comisión Ante-Preparatoria, el Card. Tardini invitó a las Sagradas Congregaciones de la Curia Romana a realizar un estudio amplio de todas las materias de su competencia, y a plantear propuestas concretas sobre los asuntos que considerasen podía ser útil presentar a las futuras comisiones preparatorias. Tres semanas más tarde, envió 2593 copias de una carta a otros tantos prelados de todo el mundo, informándoles de que el Papa Juan XXIII deseaba su consejo en la elaboración del elenco de temas que debían discutirse en el Concilio. (…) los prelados eran libres de consultar a «clérigos prudentes y expertos» la formulación de sus respuestas. La carta no sólo fue enviada a quienes gozaban del derecho de asistencia al Concilio en virtud del derecho canónico, sino también a obispos auxiliares, vicarios y prefectos apostólicos, y superiores generales de congregaciones religiosas no exentas.

En julio de 1959 el Card. Tardini invitó a los rectores de las universidades católicas y a los decanos de las facultades de teología de Roma y de todo el mundo (sesenta y dos en total) a prepara una serie de estudios sobre cuestiones que considerasen especialmente oportunas e importantes (…).

Mons. Felici envió una segunda carta a los prelados que con fecha 21 de marzo de 1.960 aún no habían respondido: «El Sumo Pontífice, quien se halla dedicado directa y personalmente a la conducción y preparación de las actividades del Concilio, le estaría muy agradecido si respondiese». Adjuntaba una copia de la carta enviada por el Card. Tardini nueve meses antes.

Se recibieron un total de 1998 respuestas (77 %) a las dos cartas. (…)

Mons. Felici trabajó calladamente con nueve asistentes en una oficina de diez habitaciones situada a la sombra de San Pedro. Su tarea consistía en clasificar y resumir las recomendaciones que llegaban por correo. (…)

Las respuestas de los prelados llenaban ocho gruesos volúmenes; los de las universidades y facultades de teología, tres; y los de las Sagradas Congregaciones de la Curia Romana, uno. Añadidos a estos doce volúmenes, uno contenía todas las declaraciones del Papa Juan concernientes al Concilio, dos incluían un análisis de las propuestas de los prelados, y uno constituía el índice. Estos dieciséis volúmenes de casi diez mil páginas servirían como base para el trabajo de las futuras comisiones preparatorias. Mons. Felici y su equipo completaron todo este trabajo en el espacio de un año.

La Comisión Ante-Preparatoria estaba en disposición de indicar qué materias debían someterse a estudio en el Concilio. También podía sugerir (y era otra de sus misiones) qué estructura organizativa exigiría llevar a cabo la segunda fase del trabajo preparatorio del Concilio.

El día de Pentecostés (5 de junio) de 1960, el Papa Juan inauguró la segunda fase del trabajo preparatorio. Se establecieron doce comisiones preparatorias y tres secretariados. Por encima existía una Comisión Preparatoria Central con tres subcomisiones. El mismo Papa presidía la Comisión Preparatoria Central, que constaba de 108 miembros y 27 consultores de 57 países. (…) Este cuerpo central era la agencia de coordinación de los otros grupos, supervisaba su trabajo, enmendaba sus textos, los declaraba adecuados o inadecuados para su tratamiento en el Concilio, e informaba al Papa de las conclusiones alcanzadas por cada comisión y cada secretariado, de modo que él pudiese tomar las decisiones finales en cuanto a qué temas debían someterse al Concilio.

(…) El 9 de julio de 1960, el arzobispo Felici envió a los miembros de las comisiones preparatorias y secretariados los asuntos que, en cuanto escogidos o aprobados por el Papa, debían ser estudiados. Cuatro meses después, la actividad de estos organismos comenzó oficialmente cuando el Papa Juan recibió en la basílica de San Pedro a los 871 hombres implicados.

Tras dos años de trabajo, (…) se habían preparado un total de 75 esquemas. (…)
El 13 de julio de 1962, tres meses antes de la apertura del Conilio, el Papa Juan decretó que los siete primeros esquemas (…) se enviarían a todos los Padres Conciliares del mundo.

(…)

Poco después, diecisiete obispos holandeses se reunieron en ‘s-Hertogenbosch, a invitación del obispo Willem Bekkers, para discutir los esquemas. Existía una insatisfacción generalizada con las cuatro primeras constituciones dogmáticas, tituladas Las fuentes de la Revelación, La preservación íntegra del depósito de la fe, El orden moral cristiano, y Castidad, matrimonio, familia y virginidad, y un acuerdo general en que el quinto, sobre liturgia, era el mejor. Se discutió y aprobó entonces una proposición según la cual debía prepararse, y distribuirse ampliamente entre los Padres conciliares, un comentario que resultase los puntos débiles de las constituciones dogmáticas y sugiriese la ubicación del esquema sobre liturgia en el primer lugar de la agenda conciliar.

En realidad, el único autor del comentario, publicado de forma anónima, fue el P. Edward Schillebeeckx, O.P. , un belga profesor de Teología dogmática en la Universidad Católica de Nimega (Holanda) y teólogo de cabecera de la jerarquía holandesa. Contenía una crítica devastadora a las cuatro constituciones dogmáticas, alas que se acusaba de representar exclusivamente a una escuela de pensamiento teológico. Sólo el quinto esquema, sobre liturgia, era descrito como «un trabajo admirable».

(…)

Se prepararon versiones en latín, inglés y francés de este comentario. El obispo Tarsicio van Valenberg, capuchino holandés de setenta y dos años, imprimió en Roma cerca de 1500 copias, que se distribuyeron a los obispos de todos los países a medida que llegaban al Concilio.

Antes de la difusión de este comentario, las conferencias episcopales no habían conocido lo que los obispos de otros países pensaban sobre las primeras cuatro constituciones dogmáticas. Como declaró un prelado, «sólo después de ver el comentario se atrevieron los Padres conciliares a manifestar sus secretos pensamientos sobre los esquemas».

Como consecuencia de esta iniciativa holandesa, conferencias episcopales y obispos individuales elevaron a la consideración de la Presidencia del Concilio numerosas peticiones a que se retrasase el tratamiento de las cuatro constituciones dogmáticas, y el esquema de liturgia fuese discutido en primer lugar. En realidad nada se había decidido sobre la secuencia de debate de los esquemas, pues según el Reglamento este asunto era jurisdicción de la Presidencia del Concilio.

La propuesta fue apoyada con fuerza por los cardenales Frings, Liénart, y Bernard Alfrink (de Utrecht, Holanda), en una reunión de los diez presidentes del Concilio celebrada tras la breve I Congregación General del 13 de Octubre. El lunes inmediato, el Papa Juan recibió a los diez presidentes en audiencia privada. A la mañana siguiente se anunció en el aula conciliar que el primer esquema que se presentaría a discusión sería la constitución sobre liturgia.

Con este anuncio del martes 16 de octubre, durante la II Congregación General, la alianza europea se había anotado otra victoria. Aunque las dos primeras (la posposición de las elecciones y la colocación de candidatos cuidadosamente seleccionados en las comisiones conciliares) recibieron una amplia cobertura informativa, esta tercera victoria pasó desapercibida.

Ralph M. Wiltgen, S.V.D.; El Rin desemboca en el Tíber. Ed. Criterio Libros, 1.999; pp. 21 - 29

2 comentarios

  
Cipitria J.R.
Muchas gracias por traer esta magnífica obra de Ralph M. Wiltgen a su blog. Así mismo, le anímo a documentar a los lectores con la obra Iota Unum, de Romano Amerio, que sin duda conoce y con el fin de que todos se den cuenta de la responsabilidad y la urgencia de todo cristiano de ser fiel al Magisterio de Pedro, a la Tradición y a la Sagrada Escritura y a la vez, puedan tener criterios para distinguir a los buenos pastores, de los lobos vestidos con piel de cordero, que tanto mal hacen a la Esposa de Cristo.
23/04/10 8:11 PM
  
Primus
Sr. Esteban: ¿Y cuántos de los otros deberían haber sido excomulgados? ¿Cuántos de los otros conservaron y conservan la verdadera fe de la Iglesia?
No olvide que el juicio de Dios es muy distinto al de los hombres.Tiempo al tiempo...
Por cierto, que el joven Ratzinger participara como perito nada quiere decir que asumiese todos los fatales errores de su compatriotas. Sígase la trayectoria de Ratzinger.
24/04/10 10:10 AM

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