Extraños fenómenos físicos en Lugo
El pasado 25 de julio, solemnidad de Santiago Apóstol, estaba en Lugo, pasando unos días de descanso con mi familia. Desde allí fuimos a Mondoñedo y a Betanzos, pero también aprovechamos para recorrer la propia ciudad de Lugo.
El recinto rodeado por las murallas romanas es muy bonito y especialmente apropiado para dar un buen paseo en las horas de menos calor. Sin embargo, resultaba desagradable y agobiante, la verdad, leer las pintadas llenas de odio, en algunos muros de la ciudad, contra España, los españoles o la lengua castellana. Qué pobre idea de su región deben de tener esos absurdos nacionalismos, si necesitan denigrar otras regiones, lenguas, naciones o razas para exaltar las propias.
En ese contexto, fue un descanso entrar en una pequeña iglesia, la Parroquia de San Froilán, para la celebración de la Eucaristía de la Solemnidad del Apóstol Santiago. Es una bonita parroquia, muy cerca de las murallas, pero lo verdaderamente interesante de ella es que, desafiando todas las leyes de la física, el interior es mucho mayor que el exterior.
Los fieles que participaban en la Misa parecían totalmente ajenos a la estrechez de miras nacionalista. La misa se celebró en castellano, pero daba la impresión de que nadie se habría dado cuenta si hubiera sido en gallego (lengua que muchos asistentes hablaban a la salida) o en latín, porque el idioma era algo sin ninguna importancia en comparación con lo que se estaba celebrando. Lo esencial era que toda lengua proclamase que Jesucristo es Señor.
El sacerdote estuvo hablando, en la homilía, de Santiago, patrono de España “y muy especialmente de Galicia”. Frente a la puerta, se encontraba, además, un relieve en piedra del Rey Fernando III el Santo, monarca castellano por excelencia, que firmaba, al final de su vida, como Ferdinandus Dei gratia, Rex Castelle et Toleti et Legionis et Gallicie et Seuille et Corduue et Murcie et Jaheni. Es decir, Fernando, por la gracia de Dios Rey de Castilla, Toledo, León, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia y Jaén. Precisamente porque el Rey Fernando era consciente de que su autoridad era una misión que le había sido encomendada Dei gratia y de la cual debía rendir cuentas a Dios, es hoy ejemplo de santidad para gallegos, madrileños, cubanos o mozambiqueños.
Al entrar, salieron enseguida a nuestro encuentro las familiares imágenes de santos del mundo entero: un santo portugués (San Antonio de Padua), dos lucenses (San Froilán, que fue obispo de León, y San José María de Suegos, que fue obispo y mártir en Tonkín, China), una santa italiana (Santa Gema Galgani) y otra francesa (Sta. Bernardette), por no hablar de los santos del comienzo del cristianismo, judíos y griegos. La mayoría de estos santos no tuvieron, en vida, nada que ver con Lugo y, probablemente, ni siquiera conocerían la existencia de esta ciudad gallega. Sin embargo, el puñado de fieles de la parroquia se movía entre ellos con familiaridad, como entre sus hermanos en el Señor.
Estos santos, cuyas imágenes flanquean la nave de la iglesia, eran sólo la representación de todos los demás santos que ha tenido la Iglesia, canonizados o no, que también se encontraban presentes, como siempre que se celebra la Eucaristía. También la inmensa muchedumbre de los ángeles se unía, con sus cantos a la alabanza a Dios y al sacrificio eucarístico, ofrecido por los vivos y los difuntos. Entre los cuatro muros de un pequeño templo, cabe la entera Iglesia Católica, extendida por toda la tierra.
Además, cuando se entra por la puerta de la iglesia, en realidad se está saliendo. Se sale de los angostos límites que nos imponen nuestra ignorancia, nuestras opiniones y nuestra provinciana forma de ver las cosas. Se libera uno de de las esclavitudes que, por el pecado, aprisionan y asfixian al alma humana. Es la respuesta a la plegaria del Salmista: Ensancha mi corazón encogido.
¿A qué se debe? A que, entre esos muros, se celebra el sacramento de la Eucaristía. No olvidemos que sacramento, en griego, se dice mysterion, es decir, misterio. Cuando a Chesterton le reprochaban el creer en los misterios de la fe católica, como si fueran supersticiones, el respondía que, a las personas de nuestro tiempo que no creen en los misterios de la fe, de pronto toda la existencia se les ha vuelto misteriosa y no entienden ni su propia vida; en cambio, los cristianos, al contemplar los misterios, vemos como nuestra vida entera se ilumina. No es de extrañar que, cuando se juntan lo temporal y lo eterno, nuestros esquemas habituales salten por los aires y la única actitud sensata sea la adoración.
Jesucristo, Señor nuestro, es alfa y omega, principio y fin de todas las cosas. Aquel a quien los cielos no pueden contener se hace presente en una pequeña iglesia. Tanto el espacio como el tiempo, criaturas al fin y al cabo, se arrodillan también ante este misterio y se dejan moldear por él. Al contacto con su presencia, los corazones se ensanchan, se rompen las cadenas del pecado, los tristes recobran la esperanza, los políticos se vuelven honrados, los egoístas pueden dar la vida por los demás, los muertos resucitan, los cojos andan, los leprosos quedan limpios… ¡y ni siquiera cobran la entrada!
Si algún día pasan por Lugo, no se pierdan estos sorprendentes fenómenos (aunque, según tengo entendido, también pueden observarse en las demás parroquias católicas del mundo y, probablemente, alguna de ellas quede más cerca de su casa).
12 comentarios
Gran artículo, Bruno. Enhorabuena.
Fernando, por la gracia de Dios Rey de Castilla, Toledo, León, Galicia, Sevilla, Córdoba y Jaén
Entre Córdoba y Jaén, está Murcia !!!
Por lo demás, de acuerdo.
Lejos de mí el olvidar a la muy noble y muy leal Murcia.
Gracias por la indicación. Lo corrijo enseguida.
Un saludo.
Totalmente de acuerdo. La idolatría siempre es poner algo bueno (en este caso la propia región o nación) en el lugar central que le corresponde solamente a Dios.
No es extraño que Santo Tomás exclamara, en su himno: Tantum ergo Sacraméntum venerémur cérnui. Es decir, más o menos: postrémonos de rodillas para adorar tan gran Sacramento.
Nuestra actitud ante el Santísimo debería ser siempre de asombro humilde y agradecido por el Misterio inabarcable que se hace presente ante nosotros.
Un saludo.
Ojalá nos conceda Dios a todos los ojos de la fe, para que veamos siempre y en todo la gloria de Dios.
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