InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Moral

10.10.25

Los dos ojos de la humildad

“La verdadera humildad tiene dos ojos. Con uno, reconocemos nuestra propia miseria, para no atribuirnos a nosotros mismos más que nuestra nada; con el otro, reconocemos nuestro deber de trabajar y que Dios lo es todo, refiriéndolo todo a Él: no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Quien es verdaderamente humilde considera que todo lo bueno que hay en su cuerpo y en su alma se asemeja a los arroyos, cuya agua procede del mar y al final volverá al mar. Por eso, siempre está atento a devolver a Dios todo lo que ha recibido de Él y solo pide, ama y desea que su nombre sea glorificado en todo: santificado sea tu nombre

La humildad del corazón, Fray Cayetano María de Bérgamo

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La soberbia, la desesperanza, la presunción y la pusilanimidad son todas tuertas, feas y malas novias. En cambio, la humildad, como resplandeciente virtud que es, destaca por su belleza y sus dos ojazos como dos soles. Dichoso será quien se despose con ella, porque, como enseña Santo Tomás, es el fundamento de las demás virtudes.

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21.08.25

Decimatio sistemática

Desde niño me fascinó todo lo relacionado con el imperio romano, como le sucede a gran parte de los varones: desde el esclavo del memento mori imperial hasta la décima legión, Julio César, la guerra de las Galias, las guerras púnicas, el muro de Adriano, la lengua latina, la incomparable ciudad de Roma y su SPQR, los privilegios de los ciudadanos romanos, los mártires, las naumaquias, la ley de las doce tablas, Horacio en el puente, el ab urbe condita y tantas otras cosas.

Los romanos, sin embargo, también tenían costumbres estremecedoras. Recuerdo la impresión que me causó leer sobre la decimatio, el más duro castigo militar romano, que se aplicaba a las legiones que habían mostrado cobardía ante el enemigo. Las unidades castigadas se dividían en grupos de diez soldados y, en cada grupo, se echaba a suertes sobre quién debía recaer el castigo. A continuación, el pobre soldado elegido era ejecutado en presencia de toda la legión a golpes de vara por los demás y lo mismo sucedía con los demás grupos, hasta que la unidad entera quedaba diezmada.

Quizá lo que más me impresionaba era el hecho de que el castigo se ejecutase públicamente de forma tan brutal y de que fueran los mismos compañeros de los ejecutados los encargados de aplicar la sentencia, en una mezcla de férrea disciplina militar y crueldad inusitada. Tan terrible (y a menudo contraproducente) era el castigo que apenas se utilizó un puñado de veces en la historia de la república y el imperio.

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21.07.25

El grave y olvidado pecado de la gula

La gula parece a veces el “hermano pobre” de los pecados capitales. Casi nadie se lo toma en serio (excepto los niños, que son los que paradójicamente se toman todo en serio). En la mente de la gran mayoría de los católicos, se trata de un mero “pecadillo” que nunca es grave, resulta muy difícil de cometer en la práctica y más parece una reliquia de tiempos pasados y rigoristas que algo que nos tenga que preocupar a nosotros.

Como casi siempre que miramos con suficiencia y superioridad a nuestros padres en la fe, los que no nos enteramos de nada somos nosotros. Es cierto que la gula puede ser, y muchas veces es, un mero pecado venial, pero es falso de toda falsedad que no sea nunca grave. Es más, me atrevo a decir que es uno de los pecados graves y veniales más frecuentes, a pesar de que a menudo los que caen en él ni siquiera lo consideran un pecado.

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25.06.25

Cómo destruir tu civilización en tres sencillos pasos

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14.06.25

El sermón infrabólico

Cuando se lee el sermón de la montaña, inmediatamente tendemos a defendernos de él, en lugar de acogerlo con alegría, como una buena noticia. Es instintivo y automático en el hombre caído, porque lo que dice el sermón nos parece algo imposible e incluso inhumano. Como nos da vergüenza taparnos los oídos, que es lo que nos gustaría hacer, nos apresuramos a buscar razones, excusas, interpretaciones alternativas o lo que sea menester para convencernos a nosotros mismos de que eso no va con nosotros y no se supone que de verdad debemos hacer lo que dice el Señor.

La más frecuente de esas excusas que buscamos consiste en asegurar, con aire de sabiduría y erudita hermenéutica, que en realidad se trata de un texto hiperbólico, es decir, una exageración literaria para hacer más impresión. A los hebreos, dice la excusa, les gustaba mucho exagerar, pero todo el mundo entendía que no era más que eso, una exageración. Del mismo modo que, cuando una madre le dice a su hijo “te voy a matar”, nadie, empezando por el mismo niño, cree que le vaya a matar de verdad.

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