InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: General

28.10.25

Santa Catalina de Siena y el dulce Cristo en la tierra

¡Es que esta santa lo tiene todo!”, me decía mi mujer, mientras revisaba las pruebas de impresión del último libro que he traducido. No le faltaba razón, teniendo en cuenta que el libro es una vida nada menos que de Santa Catalina de Siena. Se trata de una santa que no puede dejar a nadie indiferente, porque los dones que recibió de Dios fueron abundantísimos: desde el desposorio espiritual a los estigmas, desde el don de profecía al de curación o la cardiognosis, tanto el deseo de soledad como la sed del martirio y multitud de visiones de Cristo, nuestra Señora y los santos desde la más temprana edad.

Algo similar podría decirse de los honores que le ha otorgado la Iglesia. Además de estar canonizada, es patrona de la ciudad de Roma, de toda Italia y también de Europa. A pesar de que solo aprendió a leer y escribir con dificultad, principalmente para poder rezar el oficio divino, Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia, la segunda mujer de la historia en recibir este honor después de Santa Teresa. El tratado espiritual que dictó, Diálogo de la divina Providencia, ha ayudado a millones de católicos y sigue siendo muy leído en la actualidad.

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15.10.25

"Este libro es una herramienta de evangelización"

Por su interés, traigo al blog la extensa entrevista completa realizada a Rocco Artuso, autor de una vida novelada de San Roque: El caminante de Dios. Vida novelada de San Roque.

Es larga, pero merece la pena. Quizá lo más interesante sea el anhelo de evangelizar que tiene Rocco y que igual se ha plasmado en escribir una vida de su santo que en decidir marcharse a Rumanía de misión con su esposa. Ay de mí si no anunciase el Evangelio.

El libro puede comprarse en la página web de Caparrós Editores y en distintas librerías religiosas como Códice, Paulinas, etc. También se puede comprar en formato electrónico en Amazon.es, Amazon.com, etc.

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– Tiene usted un doctorado en derecho y una licenciatura en filosofía y ética. ¿Cómo se le ocurrió la idea de escribir la vida novelada de un santo, y en concreto de su santo, San Roque?

He leído mucho sobre la vida de San Roque durante años. Para mí, esa lectura significó reconciliarme con mi propia historia personal y gracias a ello mi vida adquirió un sabor completamente diferente, más auténtico y dulce, como si supiera al cielo. No podía aceptar la grave enfermedad de mi madre, que la llevó a la muerte tras un sufrimiento que compartí con ella. No podía aceptar ser el primero de tres hijos porque eso me obligaba a convertirme en adulto demasiado rápido, precisamente por la ausencia de mi madre. Todavía recuerdo sus caricias y sus palabras de consuelo cuando era niño. Un buen día, cuando solo tenía siete años, empezó a toser y siguió tosiendo durante años hasta que no pudo más. Así empecé a experimentar la crudeza de la vida.

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14.10.25

No hacer mudanza, sino mesanza

Es de sobra conocida la regla atribuida al santo soldado vasco que aconseja “en tiempos de turbación, no hacer mudanza”. En efecto, cuando la mente está agobiada o incluso oscurecida por sufrimientos y angustias, no es tiempo de abandonar las buenas convicciones, sino de mantenerse firme en la verdad, aunque esa verdad se haya nublado y no percibamos su esplendor como antaño.

Se trata de un sabio consejo no solo en momentos personales de angustia, sino también, muy especialmente, en tiempos de crisis y postración de la Iglesia (y de la civilización antiguamente cristiana), como los nuestros. Son tiempos en los que toca ser fieles contra viento y marea a Cristo, a su esposa la Iglesia y a la fe.

Pensar en estas cosas me ha hecho recordar unos versos de Julio Martínez Mesanza, un estupendo poeta madrileño de estilo muy particular e inimitable. De hecho, significativamente, sus poemas tienen métrica, pero no rima, quizá para que ni siquiera los versos parezcan imitarse unos a otros. En cualquier caso, hable de lo que hable, de los tártaros, de los antiguos griegos o de lo que sea, Mesanza tiene una capacidad especial de evocar sensaciones, de modo que uno puede decir: justo eso; justo eso es lo que yo sentía.

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8.10.25

¡Bien por la prudencia del Papa!

Ayer, el Papa León XIV, hizo una declaración de las de quitarse el sombrero. De las de ponerse a cantar y a bailar cuando uno las escucha.

Fue una declaración cortísima, pero ya saben: lo bueno, si breve, dos veces bueno. A una periodista metomentodo que le preguntó sobre Trump y el envío de tropas a Chicago, el Pontífice respondió con sencillez: “prefiero no comentar las decisiones políticas que se han tomado en los Estados Unidos. Muchas gracias”.

¿Cómo? ¿Qué no es para tanto? Claro que lo es. La prudencia en un obispo, y más aún en un Papa, implica saber cuándo debe hablar y cuándo debe callar. El Papa anterior, por ejemplo, no sabía callarse el pobre y, de forma inevitable, metía la pata en sus declaraciones a los periodistas. En particular, la prudencia necesaria para un Vicario de Cristo incluye ser muy consciente de que hay temas sobre los que el Papa no tiene autoridad, ni competencia, ni generalmente conocimientos y, por lo tanto, que debe dejar a los laicos.

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28.09.25

Ya no esperamos nada

Hoy se empieza a leer en el Oficio de Lecturas la carta de San Policarpo de Esmirna a los Filipenses y ¡vaya comienzo! Es magnífico, contundente y apoteósico; tanto, que más parece un final que un comienzo: “Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia de Dios que vive como forastera en Filipos”.

No se dirigía a la Iglesia que se encontraba en Filipos o de los que vivían allí. No, hablaba a la Iglesia que vivía como forastera y, por lo tanto, igual podría vivir en Filipos que en Checoslovaquia o Argentina (si ya se hubieran inventado esos lugares a principios del siglo II), porque su patria estaba en el cielo. El discípulo directo de San Juan nos recuerda algo que hemos olvidado: somos forasteros en este mundo.

No es el único que nos lo recuerda, por supuesto. El Espíritu Santo sabe muy bien que esta verdad nos cuesta y la repite una y otra vez, como buen Maestro. Nos lo dice por boca de Abraham (soy extranjero y peregrino), el salmista (peregrino soy sobre la tierra), el Primer Libro de las Crónicas (somos forasteros y peregrinos delante de ti, como lo fueron todos nuestros padres), el entero pueblo de Israel (mi padre era un arameo errante), el apóstol Pedro (os ruego, como extranjeros y peregrinos), San Pablo (nuestra patria está en los cielos) o la carta a los Hebreos (confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra), entre otros muchos.

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